jueves, 15 de septiembre de 2016

Viernes semana 24 de tiempo ordinario; año par

Viernes de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Algunas mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban, dando un ambiente femenino necesario a la familia que es la Iglesia.
“En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él habla curado de malos espíritus y enfermedades: Maria la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes” (Lucas 8, 1-3)
1. –“Jesús iba caminando por pueblos y aldeas, proclamando la "Buena" Noticia”. Es preciso, de vez en cuando, volver a meditar, sobre ese tema. "evangelio"... ¿"euaggelion", en griego? "buena noticia" en castellano. Así, ¡lo que Jesús proclama es algo bueno!
-“Lo acompañaban los doce, y algunas mujeres...” El pasado martes vimos a Jesús hacer una resurrección en atención a una mujer, la viuda de Naím. Ayer Jesús rehabilitaba a una mujer, la pecadora, en casa de Simón. Lucas insiste en el papel de las mujeres: pensemos en la función esencial de María en los relatos de la infancia de Jesús... pensemos en el episodio de Marta y María (Lc 10, 38) que es él el único en relatarlo.
-“Mujeres que Jesús había curado de malos espíritus y de enfermedades”... Jesús, liberas totalmente a la mujer: ni en tu mente ni en tus actitudes concretas haces diferencia alguna de dignidad entre el hombre y la mujer.
Nunca un rabino admitía a mujeres en el grupo de sus discípulos. Jesús, tú . Eran mujeres a las que habías curado de alguna enfermedad o mal espíritu, y "le ayudaban con sus bienes". Lucas nos transmite el nombre de varias de ellas.
¡Cuántas veces aparecen las mujeres en el evangelio con una actitud positiva y admirable! Baste recordar las que estuvieron cerca de él en el momento más trágico, al pie de la cruz, junto con María, su madre. Y que luego fueron las primeras que tuvieron la alegría de ver al Resucitado y anunciarlo a los demás. Son un buen símbolo de las incontables mujeres que, a lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras... Que ayudaron a Jesús en vida y que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. La primera persona europea que creyó en Cristo, por la predicación de Pablo, fue una mujer: Lidia (Hch 16). A veces nos fijamos en que la Iglesia no se ve con capacidad de admitir mujeres al ministerio sacerdotal, pero lo principal es el amor, la santidad, y tenemos en común la fe y la misión evangelizadora.
Jesús dijo: "¿quién es mi madre y mis hermanos? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica". Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio (la Virgen Maria: "hágase en mi según tu palabra") las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. No serán obispos ni párrocos, como tampoco las que acompañaban a Jesús fueron elegidas y enviadas como apóstoles, pero las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad. Es interesante recordar que, en la lenta y progresiva valoración de la mujer por parte de la Iglesia, Pablo VI nombró a dos mujeres insignes "doctoras de la Iglesia", santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena, y últimamente Juan Pablo II hizo lo mismo con santa Teresa del Niño Jesús y algunas más (J. Aldazábal).
-“María, "Magdalena" de sobrenombre... -¡que había sido liberada de siete demonios!-, Juana, mujer de Kuza, el intendente de Herodes... Susana...” y muchas más... la mujer no contaba mucho, podían participar al culto de la sinagoga, pero no estaban obligadas a ello. La liturgia empezaba cuando, por lo menos, diez hombres estaban presentes, mientras que a las mujeres no se las contaba.
-... “Que le ayudaban con sus bienes”. Realismo del evangelio: se necesita dinero para poder anunciar el evangelio. Si los Doce y Jesús parecen tan libres, sin cuidados materiales, ¡es porque hay mujeres que cuidan de ellos! Trabajo capital que permite todo el resto. ¿Soy una acomplejada por mis tareas humildes? o bien ¿sé darles un valor divino? (Noel Quesson).
Juan Pablo II trató del tema del papel de lo femenino en la Iglesia: “El Evangelio revela y permite entender precisamente este modo de ser de la persona humana. El Evangelio ayuda a cada mujer y a cada hombre a vivirlo y, de este modo, a realizarse. Existe, en efecto, una total igualdad respecto a los dones del Espíritu Santo y las "maravillas de Dios" (Act 2,11). Y no sólo esto. Precisamente ante las "maravillas de Dios" el Apóstol-hombre siente la necesidad de recurrir a lo que es por esencia femenino, para expresar la verdad sobre su propio servicio apostólico. Así se expresa Pablo de Tarso cuando se dirige a los Gálatas con estas palabras: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto" (Gal 4,19). En la primera Carta a los Corintios (7,38) el apóstol anuncia la superioridad de la virginidad sobre el matrimonio -doctrina constante de la Iglesia según las palabras de Cristo, como leemos en el evangelio de San Mateo (19,10-12)-, pero sin ofuscar de ningún modo la importancia de la maternidad física y espiritual. En efecto, para ilustrar la misión fundamental de la Iglesia, el Apóstol no encuentra algo mejor que la referencia a la maternidad.
Un reflejo de la misma analogía -y de la misma verdad- lo hallamos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. María es la "figura" de la Iglesia: "Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre (...) Engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre (...) a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno". "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios". Se trata de la maternidad "según el espíritu" en relación con los hijos y las hijas del género humano. Y tal maternidad -como ha se ha dicho- es también la "parte" de la mujer en la virginidad. La Iglesia "es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo". Esto se realiza plenamente en María. La Iglesia, por consiguiente, "a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera".
El Concilio ha confirmado que si no se recurre a la Madre de Dios no es posible comprender el misterio de la Iglesia, su realidad, su vitalidad esencial. Indirectamente hallamos aquí la referencia al paradigma bíblico de la "mujer", como se delinea claramente ya en la descripción del "principio" (cf Gen 3,15) y a lo largo del camino que va de la creación -pasando por el pecado- hasta la redención. De este modo se confirma la profunda unión entre lo que es humano y lo que constituye la economía divina de la salvación en la historia del hombre. La Biblia nos persuade del hecho de que no se puede lograr una auténtica hermenéutica del hombre, es decir, de lo que es "humano", sin una adecuada referencia a lo que es "femenino". Así sucede, de modo análogo, en la economía salvífica de Dios; si queremos comprenderla plenamente en relación con toda la historia del hombre no podemos dejar de lado, desde la óptica de nuestra fe, el misterio de la "mujer": virgen-madre-esposa”.
2. Pablo parte hoy también de una pregunta: -"¿Cómo es posible que haya entre vosotros quienes dicen...?" mentes muy racionalistas tendían a pensar que la resurrección del «cuerpo» -enterrado, o incinerado... ¡descompuesto!- era imposible, filosóficamente hablando. Hoy también hay dificultades para creer la resurrección de la carne y muchos se “escapan” de la verdad con teorías de rencarnaciones.
-“Proclamamos -gritamos- que Cristo ha resucitado de entre los muertos”. Señor, ayúdame a que mi fe en tu resurrección sea auténtica, firme, que penetre hasta el hondón de mi alma. ¿Puedo decir que mi Fe compromete todo mi ser: intelecto, corazón, acción?
-“Si Cristo no resucitó, vacío es nuestro mensaje, vacía también vuestra fe, sin objeto...” ¡La resurrección es la piedra angular, el punto esencial de la nueva religión! Si esto no fuera verdad, todo llegaría a ser «vacío», «nada»: tanto el mensaje de los apóstoles como la fe de los fieles, que es la respuesta al mensaje.
La alegría pascual es la señal del «cristiano», su característica principal. ¿Se nota en mí que creo en ella? ¿Aparece a través de mi conducta, en mis relaciones humanas frente al sufrimiento, frente a la muerte? ¿Y en todas las dificultades que pesan sobre mí? ¡Gracias, Señor! Ayúdame a testimoniar contigo tu buena nueva.
-“Si Cristo no ha resucitado somos convictos de falsos testigos de Dios...”: o bien la resurrección existe, tal como Dios ha dicho... o bien habría que confesar la inexistencia de Dios... Y entonces llegamos a ser «falsos testigos», defendemos una causa que no tiene defensa, somos unos impostores hablando de Dios.
-“Si Cristo no resucitó, estáis todavía en vuestros pecados... Por tanto, los que durmieron en Cristo... perecieron”. Pero la resurrección es una «fuerza activa» que destruye el pecado y la muerte. Es un hecho real que pasó, y una realidad permanente en nosotros, pues la vida divina, que hizo surgir a Jesús de la muerte, continúa en todas partes sacando al hombre del pecado y de la muerte. ¿Es ésta mi fe? (Noel Quesson).
3. Te doy gracias, Señor, con el salmista: “El cielo proclama la gloria de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos: / el día al día le pasa el mensaje, / la noche a la noche se lo susurra”.
Por siempre me alcanza tu amor salvador, Señor, y quiero alabarte hoy y cada día: “Sin que hablen, sin que pronuncien, / sin que resuene su voz, / a toda la tierra alcanza su pregón / y hasta los límites del orbe su lenguaje”. 
Llucià Pou Sabaté
San Cornelio, papa, y san Cipriano, obispo, mártires

San Cipriano era africano, cartaginés. Tuvo como maestro a Tertuliano. Pero a diferencia del maestro, duro polemista, Cipriano buscaba siempre la armonía y la paz. Es una gran figura de la Iglesia occidental. Como escritor es inferior a Tertuliano. Su objetivo es convencer, exhortar.
Había nacido de una familia pagana. Estudiaba para triunfar. Pero era un alma noble y vio que el paganismo no le satisfacía. Entonces se dedicó a estudiar la doctrina cristiana. El Evangelio fue para él una revelación. El sacerdote Cecilio le instruyó y se bautizó como Cecilio Cipriano.
Su conversión fue radical. Repartió sus bienes a los pobres e hizo voto de castidad. Tenía un talento excepcional y una gran integridad de vida. El pueblo se fijó en él y fue nombrado obispo de Cartago.
Un edicto de Decio desencadenó la persecución. La cristiandad del norte de Africa era floreciente - unos cien obispos - pero le faltaba madurez. Apenas publicado el edicto, muchos acudieron al Capitolio para ofrecer sacrificios a Júpiter. Incluso obispos y sacerdotes claudicaron.
Hubo también muchos cristianos generosos que se mantuvieron fieles en los tormentos. Otros muchos huyeron. Cuando la multitud se juntaba en el anfiteatro, muchos gritaban: "Cipriano a los leones". Cipriano también huyó. Parecía que así podría defender mejor a su grey, que lo necesitaba.
Cuando volvió a su sede, se encontró con un grave problema: Que hacer con los lapsi o apóstatas y con los libeláticos que querían volver? Los libeláticos eran los que se procuraban un libelo de apostasía, como si hubieran sacrificado, para liberarse de la persecución.
Había un partido de intransigentes, encabezados por Novaciano, que luego se hizo elegir antipapa contra Cornelio. Otros en cambio eran demasiado indulgentes, capitaneados por Donato y Felicísimo. En un concilio reunido en Cartago se dieron normas con soluciones firmes e indulgentes.
Tuvo algún conflicto con el Papa Esteban, pues Cipriano se negaba a que los obispos libeláticos Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, que habían sido depuestos, volvieran a sus sedes. También defendía Cipriano que había que rebautizar, a los herejes que se convertían. Poco después se reconciliaba con Sixto II y moría mártir. Por lo demás, siempre defendió la unión con Roma, con la cátedra de Pedro: "No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia por Madre". Así se cerraba el "caso cipriánico" y se le puede llamar "el defensor de la romanidad".
Una nueva persecución fue promovida por Valeriano. En su nombre le interrogó Paterno. Cipriano fue desterrado a Curubis. Luego Galerio Máximo le hizo volver a Cartago para tenerlo más cerca y vigilarlo mejor Cipriano sigue solícito la vida de sus fieles y a la vez está atento a los sucesos de la Iglesia universal. Se cartea con el clero de Roma, defiende a Cornelio, influye en las Galias, interviene en las Iglesias ibéricas.
Es un modelo de gobernante y pastor. Les pide prudencia en la persecución. Cuando iba a ser ejecutado muchos cristianos le siguieron. Cipriano se arrodilló y se puso a rezar. Dispuso que diesen 25 monedas de oro al verdugo, y recibió el golpe mortal. Era el 14 de septiembre del 258.
San Cornelio, de origen romano, fue elegido Papa el año 251, en plena persecución de Decio, para suceder al Papa mártir San Fabián. Dos años después muere San Cornelio en Civitavecchia, desterrado por Cristo, el mismo día, aunque no el mismo año, que San Cipriano, como dice San Jerónimo.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Jueves semana 24 de tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

El perdón acompaña al amor: se nos perdonan los pecados si amamos, y amamos si acogemos el perdón
“En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: -«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. » Jesús tomó la palabra y le dijo: -«Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió: -«Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: -«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: -«Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: -«Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre sí: -«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: -«Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Juan 7,36-50).  
1. –“Un fariseo invitó a Jesús a comer con él”... Tres veces (Lc 7,36; 11,37; 14,1). Veo como aceptas la invitación, Señor.
“En esto una mujer, conocida como pecadora en la ciudad... llegó con un frasco lleno de perfume... se colocó detrás de Jesús junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con perfume”... El fariseo era un "puro". La escena le choca profundamente: "Si este hombre fuera un profeta sabría quién es esa mujer que lo toca: ¡una pecadora!" Efectivamente, se trataba de una pecadora, y todo induce a creer que era una prostituta. Pecados, los que había acumulado... hasta el hastío de sí misma y de los demás. Seguro que sin vergüenza de acercarse a ti, Señor, ella pensó: "¡Si solamente él, el profeta Jesús, pudiera salvarme!" Y allí está, por el suelo, a los pies de Jesús. Cubre de besos los pies de Jesús y su perfume embriagador llena la sala del banquete. Señor, la escena es curiosa: ¿cuál es el mensaje importante que quieres transmitirnos? Pienso en mis propios pecados, y en la sucia marea de todos los pecados del mundo: Tú debes estar habituado, Señor, desde que hay hombres sobre la tierra; en tu genealogía las cuatro mujeres que aparecen están en una situación irregular, y una de ellas es prostituta.
Lucas describe muy bien algunos detalles, como la diferente actitud de Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y aquella mujer pecadora que sabe intuir detalles de amor hacia Jesús. Me gusta verte, Señor, anunciar el amor y perdón en casa de un fariseo. El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado ("sus pecados están perdonados, porque tiene mucho amor"), como que ha amado porque se le ha perdonado ("amará más aquél a quien se le perdonó más"). Me gustaría saber ser como tú, Jesús, dar ánimos a los “pecadores”, y no dedicarme a hundirlos más con rigideces. Ayúdame a ser como un padre, y no como el hermano mayor del hijo pródigo o como este Simón y los otros convidados, que no saben ser benévolos y amar. Quisiera tener tu corazón, Señor, para levantar a la mujer adúltera, acoger a Zaqueo el publicano, y tener esas palabras de ánimo para esta mujer que hoy entra en la sala del banquete y te unge los pies.
Así lo explica San Josemaría: “Le rogó uno de los fariseos que fuera a comer con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se puso a la mesa. Llega entonces una mujer de la ciudad, conocida públicamente como pecadora, y se acerca para lavar los pies a Jesús, que según la usanza de la época come recostado. Las lágrimas son el agua de este conmovedor lavatorio; el paño que seca, los cabellos. Con bálsamo traído en un rico vaso de alabastro, unge los pies del Maestro. Y los besa.
”El fariseo piensa mal. No le cabe en la cabeza que Jesús albergue tanta misericordia en su corazón. Si éste fuese un profeta -imagina-, sabría quién es y qué tal es la mujer. Jesús lee sus pensamientos, y le aclara: ¿ves a esta mujer? Yo entré en tu casa y no me has dado agua con que se lavaran mis pies; y ésta los ha bañado con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me has dado el ósculo, y ésta, desde que llegó, no ha cesado de besar mis pies. Tú no has ungido con óleo mi cabeza, y ésta sobre mis pies ha derramado perfumes. Por todo lo cual, te digo: que le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho.
”No podemos detenernos ahora en las divinas maravillas del Corazón misericordioso de Nuestro Señor. Vamos a fijarnos en otro aspecto de la escena: en cómo Jesús echa de menos todos esos detalles de cortesía y delicadeza humanas, que el fariseo no ha sido capaz de manifestarle. Cristo es perfectus Deus, perfectus homo, Dios, Segunda Persona de la Trinidad Beatísima, y hombre perfecto. Trae la salvación, y no la destrucción de la naturaleza; y aprendemos de El que no es cristiano comportarse mal con el hombre, criatura de Dios, hecho a su imagen y semejanza”.
 ¿Dónde quedamos retratados, en los fariseos o en Jesús? No se trata de que lo aprobemos todo. Como Jesús no aprobaba el pecado y el mal. Sino de imitar su actitud de respeto y tolerancia. Con nuestra acogida humana, podemos ayudar a tantas personas -drogadictos, delincuentes, marginados de toda especie- a rehabilitarse, haciéndoles fácil el camino de la esperanza. Con nuestro rechazo justiciero les podemos quitar los pocos ánimos que tengan. Claro que, para ser benévolos en nuestros juicios con los demás, antes tendremos que ser conscientes de que Dios ha empleado misericordia con nosotros. Se nos ha perdonado mucho a nosotros y por tanto deberíamos ser más tolerantes con los demás, sin constituirnos en jueces prestos siempre a criticar y a condenar. Dios es rico en misericordia. Lo ha demostrado en Cristo Jesús. Y lo quiere seguir mostrando también a través de nosotros (J. Aldazábal).
Jesús, quieres que aprendamos de tu enseñanza, por eso le dices al fariseo: -"Simón, tengo algo que decirte: Un acreedor tenía dos deudores... Uno le debía una gran suma, la deuda del otro era muy pequeña... Se las perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más?" Los acreedores humanos no se comportan de ese modo, habitualmente. ¡Pero Dios sí! Es El quien lo dice. Y nos pide que nos portemos también así: "perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Si te colocas sobre ese terreno, Señor, entonces es mejor ser Magdalena que Simón...
-“¿Ves a esta mujer...? Y Jesús hace su elogio. Habla de ella con respeto, la valora. Subraya todo lo que ha hecho bien. Había sufrido mucho. Señor, ayúdame a ver a los pecadores con tu propia mirada llena de bondad y misericordia. Dame el don de saberlos rehabilitar a sus propios ojos. Que todas mis palabras y mis actitudes digan ¡cuán bueno eres, Señor!
-“Quedan perdonados sus muchos pecados porque muestra un gran amor... A quien poco se le perdona poco amor muestra”... Esas dos frases contienen una de las mayores revelaciones sobre el "pecado":
- el amor provoca el perdón: Tú le perdonas sus pecados porque ama...
- el perdón provoca el amor: cuanto más perdonado se ha sido, tanto más se siente uno llevado a amar. ¡Gracias, Señor! El amor es la causa y la consecuencia del perdón. Quizá es por esto que, después de todo, Tú permites, Señor, nuestros pecados... ¡para que un día se transformen en amor! Cada uno de mis pecados, ¡qué misterio! podría llegar a ser una ocasión de amar más a Dios: instante este maravilloso en el que tomo conciencia de la misericordia... en el que adivino "hasta dónde" me ama Dios... Es el instante del perdón, el instante del mayor amor. ¿No vale la pena de celebrarlo en el sacramento de penitencia o reconciliación? (Noel Quesson).
Muchos de los contemporáneos de Jesús querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no caminaban. Esta manera de actuar les creaba la falsa seguridad de que ya estaban salvados. Jesús permanentemente cuestionaba esta forma de vivir la experiencia de Dios. Para él, lo más importante era el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de Dios eran aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida para los demás.
Vemos hoy que Simón es uno de ellos, y tú Jesús le propones una parábola: la generosidad de un hombre que perdona a sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor agradecimiento. Señor, te pido no ser yo de los radicales que se consideraban a sí mismos los hombres justos, que negaban con su actitud el perdón de Dios a los demás, que se creían salvados. Nos dices que la rígida disciplina religiosa no sirve de nada, sino el amor y el agradecimiento (servicio bíblico latinoamericano).
No sabemos de qué mujer se trata, y se ha confundido con la Magdalena. Lo que sí sabemos son los detalles que manifiestan que descubre en Jesús el amor de su vida y está dispuesta a dejarlo todo. Se desprende su cabello. Cubre de besos los pies de Jesús. Derrama sobre sus pies un frasco de perfume… Es una escena de un profundísimo y sorprendente amor. Jesús, acogido por esta mujer con un amor, que no había sido capaz de mostrarle su anfitrión, se hace hospitalidad que perdona, acoge y transforma. Hoy me sorprendo al ver que María de Betania, más tarde, imitará paso a paso los detalles de amor de esta pecadora... quién sabe qué pasaría por su corazón…
La experiencia del vacío de la vida es -frecuentemente- la mejor condición para encontrar el sentido de la vida. Profundicemos en nuestro interior. Veamos cuántas cosas nos llenan de verdad, y cuántas nos defraudan, nos dejan insatisfechos. Busquemos el sentido y lo encontraremos. Jesús está resucitado. Sigue en medio de nosotros. Es posible encontrarlo. Mejor todavía, ¡nos sale al encuentro! (Pepe:cmfxr@planalfa.es)
También te pido, Señor, la virtud del agradecimiento, no así como el fariseo que está convencido de que se ha ganado a pulso la salvación. La seguridad personal que podemos tener en el mero cumplimiento es insegura, además de que impide experimentar plenamente la gratuidad de la salvación. La mujer pecadora, en cambio, que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que el otro de percatarse de la novedad que comporta el mensaje de Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo. Vemos la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y cómo contrasta con las omisiones del fariseo.
En un sermón sobre la preparación para recibir al Señor, exclama San Juan de Ávila: «¡Qué alegre se iría un hombre de este sermón si le dijesen: “El rey ha de venir mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes”! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: “El rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?”. Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz». ¡Es una realidad muy grande! ¡Es una noticia para estar llenos de alegría!
Cristo mismo, el que está glorioso en el Cielo, viene sacramentalmente al alma. «Con amor viene, recíbelo con amor». El amor supone deseos de purificación –acudiendo a la Confesión sacramental cuando sea necesario o incluso conveniente–, aspirando a estar el mayor tiempo posible con Él.
Jesús desea estar con nosotros, y repite para cada uno aquellas memorables palabras de la Última Cena: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros... (Lc 22,15). «La posada que Él quiere es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de todo lo de acá. No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea, por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para Jesucristo. Con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere ser recibido» (San Juan de Ávila), y haremos como esta mujer, que cuida los detalles. Te pedimos, Señor, este sentido de lo sagrado:Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero (Himno Adoro te devote).
2. Pablo nos habla de “la «buena nueva»... El evangelio... Lo habéis recibido, y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados si lo guardáis tal como os lo anuncié... Si no, habríais creído en vano...” El evangelio es una alegría, un gozo, es algo «bueno». No se inventa: se «recibe». No se deforma, se toma «tal cual es». Es «salvador», restaura al hombre, lo reconstruye.
-“Os he transmitido lo que yo mismo he recibido”. Profunda humildad del apóstol, es el primero en someterse al mensaje que ha de transmitir.
-“Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras... Fue sepultado... Resucitó al tercer día según las Escrituras...” Es un acto de fe o uno de las primeras redacciones del Credo, basado en la muerte, la sepultura, la resurrección de Jesús, anunciados en todo tiempo por las «escrituras». La fórmula repetida, «conforme a las Escrituras» muestra que la muerte y la resurrección de Jesús eran unos hechos esenciales en el plan de Dios para la salvación del mundo, "por nuestros pecados"...
-“Se apareció a Pedro, a los doce, luego a quinientos hermanos, y a mí el más pequeño de los apóstoles. Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. He trabajado penosamente... Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”. Es la vida nueva en que cada uno "ha muerto a su pecado" y ha "resucitado", por así decir, con Cristo.
La fórmula algo embarazosa de Pablo es muy reveladora: ni yo solo, ni Dios solo, sino Dios y yo... en una unión indivisible. Admirable expresión de la «gracia» que no trabaja sin nosotros pero con la cual hacemos mucho más de lo que lograríamos con nuestras solas fuerzas (Noel Quesson).
3. Quiero entrar en la oración del salmista, Señor: “Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / eterna es su misericordia”.
Quiero alabarte, Señor, por el perdón y la misericordia que nos das con tu vida: "La diestra del Señor es poderosa, / la diestra del Señor es excelsa." / No he de morir, viviré / para contar las hazañas del Señor. // Tú eres mi Dios, te doy gracias; / Dios mío, yo te ensalzo.”
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Santa Catalina de Génova

NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN DE LOS DOLORES
María “estaba al pie de la cruz”, corredimía y ofrecía su consuelo, como sigue haciendo con nosotros
“En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y Maria, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -«Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: -«Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19,25-27).
O bien: Su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María su madre: -Mira, éste está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como bandera discutida -y a ti, una espada atravesará tu alma (tus anhelos te los truncará una espada)-; así quedarán al descubierto las ideas de muchos” (Lucas 2,33-35).
1. El evangelio de Juan nos dice que «junto a la cruz de Jesús estaba su madre», con una fidelidad hasta las últimas consecuencias. La virgen dolorosa es una madre valerosa, que se mantuvo firme de pie junto a la cruz, es decir, que no se dejó derrumbar por el dolor. Es un valor que está sustentado por la esperanza. Es luz para que en las penas pensemos en que está por amanecer un día nuevo, el día de la vida.
“…Y a ti una espada te atravesará el corazón”, podemos leer en san Lucas lo que escuchaste tiempo atrás, Virgen María, sobre este momento de la cruz que llegaría, como recuerda el Vaticano II: “Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!»” (LG 58).
Así reza el himno de hoy“La Madre piadosa estaba junto a la cruz / lloraba mientras el Hijo pendía; / cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía... // Por los pecados del mundo vio a Jesús / en tan profundo tormento la dulce Madre. / Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre... // Haz que esa cruz me enamore y que en ella viva y more, / de mi fe y amor indicio, porque me inflame y encienda, / y contigo me defienda en el día del juicio. Amén”.
Y también: “¡Oh dulce fuente de amor!, / hazme sentir tu dolor  para que llore contigo. / Haz que, por mi Cristo amado  / mi corazón abrasado más viva en Él que conmigo. // ¡Virgen de vírgenes santas!,  / llore ya con ansias tántas  que el llanto dulce me sea;  / porque su pasión y muerte tenga en mi alma, / de suerte que siempre sus penas vea. Amén”.
A ti te pedimos, Nuestra Señora de los Dolores, también en algunos sitios se te llama Nuestra Señora de las Angustias, o Nuestra señora de los Siete Dolores, que esta fiesta nos una por ti a Jesús y nos dejemos contemplar por Él. Tú viste a Jesús rechazado por las autoridades del pueblo y amenazado de muerte. Cuando en el Via Crucis te encontraste con tu Hijo llevado para crucificar, quizá le dijiste “aguanta conmigo, Madre, que estoy haciendo nuevas todas las cosas”… y tu paciencia se consumó en el Calvario.
De esta manera, María se convierte en figura y modelo para todo cristiano. Por haber estado estrechamente unida a la muerte de Cristo, también está unida a su resurrección. La perseverancia de María en el dolor, realizando la voluntad del Padre, le proporciona una nueva irradiación en bien de la Iglesia y de la Humanidad. María nos precede en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo. Y el Espíritu Santo nos conduce a nosotros a participar con Ella en esta gran aventura (Josep M. Soler, Abad de Montserrat).
“Entregándonos filialmente a María, el cristiano, como el Apóstol Juan, ‘acoge entre sus cosas propias’ a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su ‘yo’ humano y cristiano” (Juan Pablo II). María es al pie de la Cruz Madre de Cristo, Madre de los cristianos: “Así es, porque así lo quiso el Señor. Y el Espíritu Santo dispuso que quedase escrito, para que constase por todas las generaciones: Estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Habiendo mirado, pues, Jesús a su madre, y al discípulo que él amaba, que estaba allí, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después, dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel punto el discípulo la tuvo por Madre.
”Juan, el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre. 
”Pero es una madre que no se hace rogar, que incluso se adelanta a nuestras súplicas, porque conoce nuestras necesidades y viene prontamente en nuestra ayuda, demostrando con obras que se acuerda constantemente de sus hijos. Cada uno de nosotros, al evocar su propia vida y ver cómo en ella se manifiesta la misericordia de Dios, puede descubrir mil motivos para sentirse de un modo muy especial hijo de María.
”Los textos de las Sagradas Escrituras que nos hablan de Nuestra Señora, hacen ver precisamente cómo la Madre de Jesús acompaña a su Hijo paso a paso, asociándose a su misión redentora, alegrándose y sufriendo con El, amando a los que Jesús ama, ocupándose con solicitud maternal de todos aquellos que están a su lado” (San Josemaría).
Ella, corredentora, nos enseña la gallardía con que el cristiano debe sobrellevar el dolor. El dolor no es ya un maldito hijo del pecado que nos atormenta tontamente; es el precio del amor a los demás. No es el castigo de un Dios que se regocija en hacer sufrir a sus criaturas, es el momento en que podemos ofrecer ese dolor por el bien espiritual de los demás, es la experiencia de la corredención, como María. Ella miró la cruz y a su Hijo y ofreció su dolor por todos nosotros.  ¿No podríamos hacer también lo mismo cuando sufrimos? Mirar la cruz. Salvar almas.
El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Hoy repasamos el dolor ante las palabras de Simeón que anuncian la cruz, y el dolor de la cruz es también causa de salvación. El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: “este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma”. Semejantes presagios no le quitaron la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de amor de la anunciación.
Ese dolor lo veremos también ante la matanza de los inocentes por Herodes. Sensible al sufrimiento ajeno, no solo piensa en que quieren matar a su hijo, sino que sabe compadecerse, socorrer en la medida que puede, consolar.
El dolor le siguió en la pérdida del Niño. Angustiada por la incertidumbre, pensaría: ¿Dónde estará?, ¿le habrá pasado algo?, ¿me necesita? Rezó mucho y confió en Dios. Esto preparó el dolor de la separación y la primera soledad. ¿Qué pasa por el corazón de una madre en una despedida así, la vida pública del Señor y sobre todo al pie de la Cruz. Mirémosla. “La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas”. María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: “Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre”.
El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. Lope de Vega decía con gran realismo: “Sin esposo, porque estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que todo es agua; / sin agua, que todo es hielo...”  Creyendo, confiando y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección. Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura. Cuánto nos admira la Virgen dolorosa por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó. Cómo quisiéramos ser como Ella (Marcelino de Andrés).
2. La carta a los Hebreos nos dice que el Hijo de Dios, hecho hombre, compartió con nosotros todo, menos el pecado, pero sufrió más que nosotros; y en su dolor fue acogido y recibió la bendición del Padre, pero sin renunciar a un átomo del camino de amargura en su fidelidad. María lo imitó. Jesús, sufriendo, aprendió a obedecer. Así como Cristo “sufriendo aprendió a obedecer”, también María. ¡Cómo rezaría el Padrenuestro, en los momentos duros, diciendo “hágase tu voluntad”! Y así como la obra de su hijo “se ha convertido en autor de salvación para todos”, también ella se asoció íntimamente a esa obra.
“Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29): ‘Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5)’” (Catecismo 2825).
Sálvame, Señor, por tu misericordia”, rezamos con el salmista: “A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo, inclina tu oído hacia mí”. Pedimos al Señor que sea “la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame”. Que nos quite todo mal,  y nos abandonamos en Él: “Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen”. Esta confianza nos sostiene, y está basada en el amor que Dios nos tiene: “Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles, y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos”.
Llucià Pou Sabaté
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SANTA CATALINA DE GÉNOVA
El Papa Benedicto XVI , en la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI
Basílica Vaticana
Jueves 13 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy querría hablar de otra santa que como Catalina de Siena y Catalina de Bolonia, también lleva el nombre de Catalina; hablo de Catalina de Génova, que destaca sobre todo por sus visiones del purgatorio.
El texto que nos cuenta su vida y su pensamiento, viene publicado en la ciudad ligure en el 1551; está dividido en tres partes: la Vita, propiamente dicha, la Dimostratione et dechiaratione del purgatorio – más conocida como Trattato- y el Dialogo tra l'anima e il corpo . El compilador de la obra de Catalina fue su confesor, el sacerdote Cattaneo Marabotto.
Catalina nació en Génova, en 1447; última de cinco hijos, perdió a su padre, Giacomo Fieschi, a su más tierna infancia. La madre, Francesca di Negro, les educó cristianamente, tanto es así que la mayor de las dos hijas se hizo religiosa.. a los dieciséis años, Catalina fue casada con Giuliano Adorno, un hombre que, tras varias experiencias en el ramo del comercio y en el mundo militar en Medio Oriente, había vuelto a Génova para casarse. La vida conyugal no fue fácil, sobre todo por el carácter del marido, quien gustaba de los juegos de azar. Catalina misma fue inducida, al principio, a llevar un tipo de vida mundana, en la cual no consiguió encontrar serenidad. Después de diez años, en su corazón había una sensación profunda de vacío y de amargura.
La conversión se inició el 20 de marzo de 1473, gracias a una insólita experiencia. Catalina fue a la iglesia de San Benito y al monasterio de Nuestra Señora de las Gracias, para confesarse, y arrodillándose ante el sacerdote, “recibí”, como escribe ella misma, “una herida en el corazón del inmenso amor de Dios”, y tal clara visión de sus miserias y defectos, y a la vez, de la bondad de Dios, que casi se desmaya. Fue herida en el corazón con el conocimiento de sí misma, de la vida que llevaba y de la bondad de Dios. De esta experiencia nació la decisión que orientó toda su vida, que expresada en palabras fue: “No más mundo, no más pecado” (cfr Vita mirabile, 3rv). Catalina entonces, se fue dejando interrumpida la confesión. Cuando volvió a casa, fue a la habitación más apartada y pensó durante mucho tiempo. En ese momento fue instruida interiormente sobre la oración y tuvo conciencia del amor de Dios hacia ella que era pecadora, una experiencia espiritual que no conseguía expresar en palabras (cfr Vita mirabile, 4r). Es en esta ocasión que se le apareció Jesús sufriente, cargado con la cruz, como a menudo se representa en la iconografía de la Santa. Pocos días después, volvió donde el sacerdote para realizar, finalmente, una buena confesión. Inició aquí la “vida de purificación” que, durante tanto tiempo, le hizo sufrir un dolor constante por los pecados cometidos y la empujó a imponerse penitencias y sacrificios para mostrar su amor a Dios.
En este camino, Catalina se iba acercando cada vez más al Señor, hasta entrar en la que se conoce como “vida unitiva”, es decir, una relación de unión profunda con Dios. En la  Vita  está escrito que su alma era guiada y amaestrada sólo por el dulce amor de Dios, que le daba todo lo que necesitaba. Catalina se abandonó de tal modo en las manos del Señor que vivió, casi veinticinco años, como ella escribió, “sin necesidad de criatura alguna, sólo instruida y gobernada por Dios”(Vita, 117r-118r), nutrida sobre todo, de la oración constante y de la Santa Comunión recibida todos los días, algo no común en esa época. Sólo años más tarde, el Señor le dio un sacerdote que cuidase su alma.
Catalina fue siempre reacia a confiar y manifestar su experiencia de comunión mística con Dios, sobre todo por la profunda humildad que sentía frente a las gracias del Señor. Sólo desde la perspectiva de darle gloria y poder ayudar a otros en su camino espiritual, se animó a contar lo que le había sucedido en el momento de su conversión, que es su experiencia original y fundamental.
El lugar de su ascensión a las cumbres místicas fue el hospital de Pammatone, el complejo hospitalario más grande de Génova, del que fue directora y animadora. Por tanto Catalina vivió una existencia totalmente activa, no obstante la profundidad de su vida interior. En Pammatone se formó en torno a ella un grupo de seguidores, discípulos y colaboradores, fascinados por su vida de fe y su caridad. Consiguió que su mismo marido, Giuliano Adorno, dejara la vida disipada, se hiciera terciario franciscano y se transfiriera al hospital para ayudar a su mujer. La participación de Catalina en el cuidado de los enfermos se prolongó hasta los últimos días de su camino terreno, el 15 de septiembre de 1510. Desde su conversión hasta su muerte, no hubo sucesos extraordinarios, sólo dos elementos caracterizaron su existencia entera: por una parte la experiencia mística, es decir, la profunda unión con Dios, vivida como una unión esponsal, y por la otra las asistencia a los enfermos, la organización del hospital, el servicio al prójimo, especialmente a los más abandonados y necesitados. Estos dos polos- Dios y el prójimo- colmaron toda su vida, transcurrida prácticamente dentro de los muros del hospital.
Queridos amigos, no debemos olvidar que cuanto más amamos a Dios y somos constantes en la oración, tanto más amaremos verdaderamente a quien está alrededor nuestro, a quien está cerca de nosotros, porque seremos capaces de ver en cada persona el rostro del Señor, que ama sin límites ni distinciones. La mística no crea distancias con el otro, no crea una vida abstracta, sino que acerca al otro porque se comienza a ver y a actuar con los ojos, con el corazón de Dios.
El pensamiento de Catalina sobre el purgatorio, por el que es particularmente conocida, está condensado en las últimas dos partes del libro citado al inicio: el Tratado sobre el purgatorio y el Diálogo entre el alma y el cuerpo. Es importante observar que Catalina, en su experiencia mística, nunca tuvo revelaciones específicas sobre el purgatorio o sobre las almas que se están purificando en él. Con todo, en los escritos inspirados por nuestra Santa es un elemento central, y la manera de describirlo tiene características originales respecto a su época. El primer rasgo original se refiere al “lugar” de la purificación de las almas. En su tiempo se representaba principalmente con el recurso a imágenes ligadas al espacio: se pensaba en un cierto espacio, donde se encontraría el purgatorio. En Catalina, en cambio, el purgatorio no está presentado como un elemento del paisaje de las entrañas de la tierra: es un fuego no exterior, sino interior. Esto es el purgatorio, un fuego interior. La Santa habla del camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios, partiendo de su propia experiencia de profundo dolor por los pecados cometidos, en contraste con el infinito amor de Dios (cfr Vita mirabile, 171v). Hemos escuchado sobre el momento de la conversión, donde Catalina siente de repente la bondad de Dios, la distancia infinita de su propia vida de esta bondad y un fuego abrasador dentro de ella. Y este es el fuego que purifica, es el fuego interior del purgatorio. También aquí hay un rasgo original respecto al pensamiento de la época. No se parte, de hecho, del más allá para narrar los tormentos del purgatorio – como era habitual en ese tiempo y quizás también hoy – y después indicar el camino para la purificación o la conversión, sino que nuestra Santa parte de la experiencia propia interior de su vida en camino hacia la eternidad. El alma – dice Catalina – se presenta a Dios aún ligada a los deseos y a la pena que derivan del pecado, y esto le hace imposible gozar de la visión beatífica de Dios. Catalina afirma que Dios es tan puro y santo que el alma con las manchas del pecado no puede encontrarse en presencia de la divina majestad (cfr Vita mirabile, 177r). Y también nosotros nos damos cuenta de cuán alejados estamos, cómo estamos llenos de tantas cosas, de manera que no podemos ver a Dios. El alma es consciente del inmenso amor y de la perfecta justicia de Dios y, en consecuencia, sufre por no haber respondido de modo correcto y perfecto a ese amor, y por ello el amor mismo a Dios se convierte en llama, el amor mismo la purifica de sus escorias de pecado.
En Catalina se percibe la presencia de fuentes teológicas y místicas a las que era normal recurrir en su época. En particular se encuentra una imagen de Dionisio el Areopagita, la del hilo de oro que une el corazón humano con Dios mismo. Cuando Dios ha purificado al hombre, lo ata con un hilo finísimo de oro, que es su amor, y lo atrae hacia sí con un afecto tan fuerte, que el hombre se queda como “superado y vencido y todo fuera de sí”. Así el corazón humano es invadido por el amor de Dios, que se convierte en la única guía, el único motor de su existencia (cfr Vita mirabile, 246rv). Esta situación de elevación hacia Dios y de abandono a su voluntad, expresada en la imagen del hilo, es utilizada por Catalina para expresar la acción de la luz divina sobre las almas del purgatorio, luz que las purifica y las eleva hacia los esplendores de los rayos resplandecientes de Dios (cfr Vita mirabile, 179r).
Queridos amigos, los santos, en su experiencia de unión con Dios, alcanzan un “saber” tan profundo de los misterios divinos, en el que amor y conocimiento se compenetran, que son de ayuda a los mismos teólogos en su tarea de estudio, de intelligentia fidei, deintelligentia de los misterios de la fe, de profundización real de los misterios, por ejemplo de qué es el purgatorio.
Con su vida, santa Catalina nos enseña que cuanto más amamos a Dios y entramos en intimidad con Él en la oración, tanto más Él se deja conocer y enciende nuestro corazón con su amor. Escribiendo sobre el purgatorio, la Santa nos recuerda una verdad fundamental de la fe que se convierte para nosotros en invitación a rezar por los difuntos para que puedan llegar a la visión bendita de Dios en la comunión de los santos (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 1032). El servicio humilde, fiel y generoso, que la Santa prestó durante toda su vida en el hospital de Pammatone, además, es un luminoso ejemplo de caridad para todos y un aliento especial para las mujeres que dan una contribución fundamental a la sociedad y a la Iglesia con su preciosa obra, enriquecida por su sensibilidad y por la atención hacia los más pobres y necesitados. Gracias.

martes, 13 de septiembre de 2016

Miércoles semana 24 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Sentir el amor de Dios nos ayuda a corresponder con amor, que es lo que da sentido a la vida
“En aquel tiempo, dijo el Señor: -«¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis." Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores." Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón»” (Lucas 7,31-35).
1. –Después de haber hecho el elogio de Juan Bautista, Jesús, le decías a la gente: “¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? y ¿a quién se parecen?” Empleas esa expresión -"esa generación"- para recriminar la falta de fe.
-“Se parecen a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros diciendo: "os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado...", "os hemos entonado endechas y no habéis llorado..."” Los chiquillos "obstinados", cabezotas... no quieren jugar con los demás. Esto pasa con los que no quieren la predicación de Juan Bautista, más bien austera... y la predicación de Jesús, más bien alegre... también encuentra obstáculos.
-“En efecto, ha venido Juan Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: Tiene un demonio dentro...” Jesús, esto lo dices después de alabar a Juan Bautista y de lamentarte de que algunos, los fariseos y escribas, no te acepten. Hay siempre excusas para no dar crédito a su mensaje. Al uno le tildan de fanático. Al otro, de comilón y "amigo de pecadores". Aunque haya curado al criado del centurión y resucitado al hijo de la viuda de Naín, no le aceptan. Cuando no se quiere a una persona, se encuentran con facilidad excusas para no hacer caso de lo que nos propone.
-“Ha venido el Hijo del hombre que come y bebe y decís: Ahí tenéis a un glotón y a un borracho, amigo de pecadores...” ¡Cuántas veces hay rechazo de unos a otros, desacreditándolos por cualquier motivo! Hay personas siempre críticas, como tú decías, Señor, que ni entran ni dejan entrar. En el fondo, lo que pasa es que resulta incómodo el testimonio de alguien y por eso se le persigue o se le ridiculiza. Cuando no nos interesa aceptar un mensaje, sacamos excusas -a veces ridículas o contradictorias- para justificar de alguna manera nuestra negativa a aceptarlo. Te pido, Señor, ser de los de corazón sencillo y humilde, los que no están llenos de sí mismos (J. Aldazábal).
Me gusta, Jesús, tu estilo de predicar y de vivir: las comidas tenían gran importancia en tu vida, para estar con la gente: Anunciabas el Reino de Dios como un banquete mesiánico; y, si bien la penitencia y la exigencia divina no estaban ausentes de tu palabra, y me gusta ese título maravilloso que se te daba, Jesús: "amigo de los pecadores". Señor, Tú que quitas el pecado del mundo, te pido que quites el pecado de mi corazón. Pero sé que me amas tal como soy, pobre y pecador, para salvarme de mi mal. ¡Gracias! Haz que haga yo otro tanto, en ese "tratar bien a los pecadores":... la llamada del publicano Mateo, y la comida con sus colegas recaudadores... la defensa de la mujer adúltera... las parábolas de la misericordia... la oveja perdida y hallada... el hijo pródigo... el paralítico perdonado, aun antes de quedar curado... el ladrón introducido en el paraíso... la primera aparición a María...
-“Pero la "Sabiduría" de Dios ha quedado justificada y acreditada por todos sus hijos”. Jesús vuelve aquí a una de sus más caras ideas: "los pequeños", los "niños" ellos poseen la "sapiencia" por oposición a los escribas y a los sabios. "Yo te doy gracias, Padre por haber escondido esas cosas a los sabios y a los inteligentes, y haberlo revelado a los pequeñuelos" (Lucas 10,21). ¡Haznos disponibles, Señor! (Noel Quesson).
"El tiempo es demasiado lento para los que esperan; demasiado veloz para los que tienen miedo; demasiado largo para los que sufren; demasiado corto para los que disfrutan, pero para los que aman, el tiempo es la eternidad". ¿Cómo se le puede transmitir esto a nuestra generación?... O sea, que "tocamos la flauta y no bailáis; cantamos lamentaciones y no lloráis". Pero el que ama no se equivoca nunca. Al final, seremos examinados de amor. O mejor: al final, el Amor recibirá al amor (gonzalo@claret.org).
2. Pablo trató de contestar a varias preguntas concretas que interesaban a esta comunidad de Corinto: celibato y el matrimonio, celebraciones litúrgicas, diversidad legítima y unidad en la Iglesia, carismas... ahora nos habla de lo importante, la «caridad», el amor-ágape! Y leemos escrito por su mano el más hermoso himno al amor que jamás haya sido escrito.
-“Entre los dones de Dios, he ahí lo mejor... Una vía superior a todas las demás: la caridad, el amor”. Sabemos que "eros" significaba el amor-deseo, el amor-placer que quiere gozar y poseer, como cuando decimos: al lobo le gustan los corderos; a mí también me gusta el cordero asado.
«Agape» significaba el amor-don, el amor desinteresado, capaz de sacrificarse por otro, como cuando decimos «la madre ama a su hijo», o «Dios nos ama»...
-“La caridad es paciente, no busca su interés. La caridad no se irrita, no es envidiosa. La caridad es servicial. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta...” Pablo piensa en Cristo, que ha realizado todo esto a la perfección.
-“Aunque conociera toda la ciencia y todos los misterios, aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, ¡si no tengo caridad, nada soy!” El «valor» esencial de nuestra religión no es la «fe» en su aspecto «doctrinal», de «conocimiento intelectual», ¡es el «amor-caridad»! Una viejecita que amasa su pan con amor tiene un mayor grado de gracia que un gran teólogo de corazón enjuto, e incluso mayor que el que hiciera milagros, dice san Pablo. «¡Por este signo seréis reconocidos como discípulos míos, si amáis!» ¿Qué parte tiene en mi vida el amor-ágape?
-“Actualmente tenemos una imagen oscura... Aquel día veremos a Dios cara a cara. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de estas tres es la caridad”. Es la vida después de la muerte. En el cielo veremos a Dios «cara a cara»: la expresión es muy viva y penetrante. Dios es "amor", y entonces estaremos totalmente investidos de ese amor: Ayúdanos, Señor, ya desde hoy (Noel Quesson).
3. Como glosó san Juan de la Cruz, "en el último día seremos examinados de amor". Al ver cómo nos quieres, Señor, me sale del alma cantarte con el salmista: “Dad gracias al Señor con la cítara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; / cantadle un cántico nuevo, / acompañando los vítores con bordones”.
Es una suerte sentirse querido, y nos ayuda a corresponder: “Que la palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra”.
Sentirme querido por ti, Señor, sin merecérmelo, me da paz, y quiero abandonarme en ti con confianza: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, / el pueblo que él se escogió como heredad. / Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, / como lo esperamos de ti.”
Llucià Pou Sabaté
La Exaltación de la Santa Cruz

La misericordia divina transforma el mal y el pecado en perdón y salvación, pero es preciso mirar la Cruz, dejarse amar por Jesús
“En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Juan 3,13-17)
1. “En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre”. Señor, te das a ti mismo, en ti Dios se nos da del todo.
-“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. En esta tu entrega, Señor, se nos recuerda el sacrificio que otro padre -Abraham- hizo también de su hijo único Jesús, como el Padre se entrega también en ti. Aquí nos hablas de cuando "Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte", aquel gesto salvador del desierto, y así "cuando una serpiente mordía a uno, éste miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". Todo ello era una profecía de tu pasión en la cruz; el que te mira, el que cree, queda curado, salvado.
La salvación nos viene por tu Pasión, Señor: "Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Se salva el abismo que había abierto el pecado, eres Pontífice, creador de puentes, entre el cielo y la tierra, por el sacrificio de tu Persona divina y humana. Tu nombre, "Jesús", significa "Dios salva".
San Josemaría tuvo una iluminación: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum’ Jn 12,32. Y comprendí que serían lo hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana. Y vi triunfar a Cristo, atrayendo a sí todas las cosas”.
Vio –explica Álvaro del Portillo- que si ponemos a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, entonces Dios Nuestro Señor reinará en el mundo entero.  Regnare Christum volumus! Para eso, la Cruz. Así como Jesucristo, alzado en el madero entre el cielo y la tierra, muriendo por Amor, abrió a todos las puertas del Cielo; así nosotros, muriendo cada uno a sí mismo, procurando hacer con perfección las cosas pequeñas de cada día, buscando siempre y sólo la gloria de Dios, convirtiendo en oración todo lo que hacemos, levantamos también la Cruz de Cristo en la cumbre, en el pináculo de todas las actividades humanas, y arrastraremos hacia Dios a otras almas, que se fijarán en esos instrumentos que somos cada uno de nosotros.
Regnare Christum volumus!  Y para eso, la Cruz de cada día...: el esfuerzo por cumplir un poquito mejor las prácticas de piedad, el empeño para realizar con más perfección el trabajo profesional, la lucha para afinar en los detalles de delicadeza en el trato y ayudar a los demás con la corrección fraterna, los pequeños vencimientos por los que nuestro espíritu apostólico resulta verdaderamente como el latir del corazón...
Dentro de esa devoción al Crucificado, san Josemaría –que ponía cada año en la epacta: In laetitia, nulla dies sine cruce!, y veía que la alegría tiene las raíces en forma de cruz- quiso que representaran a Jesús  vivo en alguna imagen, de la que hay copia en el santuario de Torreciudad y en Roma: “Porque siempre lo representan muerto, y a mí muchas veces me gusta hacer la oración delante de un Crucifijo que me diga algo. También me habla por las llagas, y por los clavos que le tienen cosido al madero de la Cruz". Recordaba bien haber sentido en su interior, en medio de tormentos, un “abba, Pater!” dirigido a Dios… De la Cruz vamos siempre al gozo inmenso de sabernos hijos de Dios. Hoy, fiesta de la Santa Cruz, día en el que todos los piropos que echamos a la Cruz a lo largo del año parece que cuajan en guirnaldas de flores; hoy es día de propósitos, de generosidad, entrega, ansia de adquirir la caridad de Cristo, que cuajen en flores espléndidas, produzcan frutos sabrosos en actos de amor repetidos uno tras otro: Señor, esto por Ti; esto no lo quiero, pero lo ofrezco por Ti; esto me cuesta, Señor, esto me duele, pero lo acepto por Ti.
Jesús nos convoca en el Calvario, para que entreguemos la vida en corredención con Él: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Este es el único camino para alcanzar la felicidad en el Cielo y en la tierra, pues el que pierda su vida por mí -promete el Señor-, la encontrará (Mt 16,25). Decía S. Josemaría, repensando 30 años más tarde aquella experiencia juvenil: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo". Y le ayudaban aleluyas de monja a rezar: "Corazón de Jesús, que me iluminas,/ hoy digo que mi Amor y mi Bien eres,/ hoy me has dado tu Cruz y tus espinas/ hoy digo que me quieres". Pues "El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz".
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”, nos sigues diciendo, Señor, en tu afán de salvarnos a todos… ayúdame a abrirme a tu salvación, a que mucha gente la acoja en su corazón.
2. En el 630 Heraclio, emperador de Bizancio, tras derrotar al rey de Persia, Cosroes, recuperó la reliquia de la Santa Cruz que éste se había llevado de Jerusalén catorce años antes. Cuando iban a colocar de nuevo la reliquia de la Cruz en la basílica que Constantino había erigido en el Calvario, cuenta una tradición litúrgica que "Heraclio, revestido con ornamentos de oro y piedras preciosas, quiso cruzar la puerta que da al Calvario, pero no podía. Cuanto más se esforzaba por seguir, más se sentía como clavado en aquel lugar. Estupor general. Entonces el obispo Zacarías le hizo notar al emperador que tal vez aquellas ropas de triunfo no condecían con la humildad con que Jesucristo había cruzado aquel umbral llevando la cruz. Inmediatamente el emperador se despojó de sus lujosas vestiduras y, con los pies descalzos y vestido como un hombre cualquiera, recorrió sin la menor dificultad el resto del camino y llegó hasta el lugar donde había que colocar la cruz".
De este episodio proviene remotamente el rito del Papa que se dirige sin ornamentos y con los pies descalzos, a besar la cruz. Nosotros también queremos, como el publicano (cf Lc 18,14), acercarnos con sencillez a la cruz y sentirnos perdonados, renovados como dice el profeta Isaías: "Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día" (Is 2,17).
En la Cruz, Señor, dijiste "todo está cumplido" (Jn 19,30). Te pido que hagas que ese día sea también hoy, que me meta en esas palabras de tu anonadamiento: "Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo" (Flp 2,6-8). Tú haces, Señor, que en tu carne el dolor sea convertido en gloria: "No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas, ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, al verlo se tapaban la cara; lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido" (Is 53,2-4). María, tú entiendes de ese dolor, te pido que con tu intercesión participe yo también de "la fuerza de la cruz" (cf 1 Co 1,18), de la debilidad convertida en gloria.
El pueblo de Israel se queja por el desierto de la comida, añora el pescado y las cebollas de Egipto cuando unas serpientes muy peligrosas los atacaron, y la serpiente de bronce levantada por Moisés sobre un asta en medio del campamento pasa a ser profecía de Jesús, levantado sobre el madero de la cruz. Somos salvados también nosotros si «nos volvemos» hacia la cruz de Jesús, es decir, si nos convertimos. El pecado de la serpiente del Génesis, la seducción de la humanidad por el mal, queda aquí transformado en motivo de salvación.
Nos dijiste también, Señor, que «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33).  Moisés intercedió por el pueblo, y así tú, Señor, en oración eres el que nos lleva a la tierra prometida de tu Reino. Tú eres el Camino, la Verdad que en él encontramos, y la Vida que es compartir con nosotros la tuya.
Así, te nos muestras en el salmo como el buen Pastor que nos busca para salvarnos: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; / inclinad el oído a las palabras de mi boca: / que voy a abrir mi boca a las sentencias, / para que broten los enigmas del pasado”. Quiero aprender de tu providencia, Señor, para sentirme seguro en tus manos, en que me guías a lo largo de mi vida, de la historia: «Hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para abrirles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, de noche con el resplandor del fuego». Sé que tú eres siempre fiel, aunque nosotros tengamos dudas, infidelidades, flaquezas… «Hendió la roca en el desierto y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos». Sé que no te retraes por nuestros pecados, sino que te mantienes en tu amor misericordioso: «Pero ellos volvieron a pecar contra él y se rebelaron en el desierto contra el Altísimo… El hirió la roca, brotó el agua y desbordaron los torrentes… dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de los ángeles; les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el Levante y dirigió con fuerza el viento Sur: hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del mar; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron; así satisfizo él su avidez».
En tu cruz, Señor, Dios se vuelve contra sí mismo, hasta que gana tu misericordia: «Y, con todo, volvieron a pecar y no dieron fe a sus milagros. Su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. ¡Qué rebeldes fueron en el desierto, enojando a Dios en la estepa! Volvían a tentar a Dios, a irritar al Santo de Israel, sin acordarse de aquella mano que un día los rescató de la opresión».
Es la historia de nuestra flaqueza y tu amor de Padre: «Ellos abusaron de la paciencia de Dios y se rebelaron contra él; no guardaron los preceptos del Altísimo; fueron desertores y traidores como sus padres, fallaron como un arco flojo. Provocaron su ira». Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria… (Carlos G. Vallés); que sepa sentir como el salmista: “se acordaban de que Dios era su roca, / el Dios Altísimo, su redentor”.
Déjame que reconozca el historial de tu misericordia, Señor: «El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: / una y otra vez reprimió su cólera, / y no despertaba todo su furor”.
3. Jesús, aceptaste la humillación recordada por el himno, te haces esclavo y te vacías de tu divinidad para darme Vida eterna: "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz". La cruz, señal del cristiano: “Es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). Así lo han hecho los santos, como Josemaría Escrivá: “La vida espiritual y apostólica del nuevo Beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo. De esta fe se alimentaba su amor al Señor, su ímpetu evangelizador, su alegría constante, incluso en las grandes pruebas y dificultades que hubo de superar” (Juan Pablo II).
Señor, te doy gracias pues tu humanidad exaltada hasta entrar en Dios hace que "toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre", como el centurión proclamó en tu cruz: "verdaderamente este hombre era hijo de Dios".
Quisiera vivir tu consejo, Pablo: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús". El himno tiene una primera parte descendente por la humillación, y una segunda ascendente pues al descenso gradual en la humillación corresponde una ascensión triunfal en la gloria. Esto nos recuerda otro pasaje: "siendo él rico se hizo pobre por vosotros, para que os hicierais vosotros ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). Te anonadaste, Señor (te vaciaste de ti mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente) hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Pero desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”).

Llucià Pou Sabaté

lunes, 12 de septiembre de 2016

Martes semana 24 de tiempo ordinario; año par

Martes de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Somos cuerpo de Cristo, y él nos cuida y nos salva
«Sucedió, después, que marchó a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, y la acompañaba una gran muchedumbre de la ciudad. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron; y dijo: «Muchacho, a ti te digo, levántate». Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar; y se lo entregó a su madre. Y se llenaron todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo». Esta fama acerca de él se divulgó por toda Judea y por todas las regiones vecinas.» (Lucas 7,11-17)
1. San Lucas es el único de los cuatro evangelistas que nos relata esa resurrección: -“Jesús se dirigía a una ciudad llamada Naím. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.” Un gentío considerable acompañaba a esa mujer.
Su marido muerto... su hijo... habían tenido pues una muerte prematura. Con lo cual, había quedado esa mujer totalmente desprotegida, en una condición muy dura, por la falta de atención que había para ellas en aquellos tiempos. Muchas personas la acompañaban, con ese sentimiento de compasión.
-“Al verla el Señor, sintió lástima de ella y le dijo: "¡No llores!"” Quisiera profundizar en ese titulo que suele usar Lucas para hablar de ti, Jesús. Eres “el Señor”. Más grande de todos los profetas. Tienes una personalidad misteriosa. Creemos que Tú eres Hijo de Dios, igual al Padre. Eres también el más sencillo y el más normal de los hombres: delante de un gran sufrimiento, te emocionas, te compadeces. En esos momentos quiero contemplar la emoción que embarga tu corazón; y quiero escuchar las palabras que dices a esa madre: "¡No llores!" Delante de todos los muertos de la tierra tienes siempre los mismos sentimientos; y tu intención es siempre la misma: quieres resucitarles a todos... quieres suprimir todas las lágrimas (Apocalipsis 21, 4) porque tu opción es la vida, porque eres el Dios de los vivos y no el de los muertos.
Todos avanzamos hacia nuestra propia muerte. Pero afianzados en tu promesa, la muerte no será el último acto, sino una transformación para una vida plena.
-“Jesús dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" Entonces el muerto se incorporó, se sentó y se puso a hablar”. Le devuelves la vida, Señor, para alegría de su madre. Un día, volverá a morir. Pero es también este milagro profecía de la vida que no muere más, de la plenitud de tu amor. Quiero proclamar con fe viva: "Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable".
«Jesús ve la congoja de aquellas personas, con las que se cruzaba ocasionalmente. Podía haber pasado de largo, o esperar una llamada, una petición. Pero ni se va ni espera. Toma la iniciativa, movido por la aflicción de una mujer viuda, que había perdido lo único que le quedaba, su hijo. El evangelista explica que Jesús se compadeció: quizá se conmovería también exteriormente, como en la muerte de Lázaro. No era, no es Jesucristo insensible ante el padecimiento, que nace del amor; ni se goza en separar a los hijos de los padres: supera la muerte para dar la vida, para que estén cerca los que se quieren, exigiendo antes y a la vez la preeminencia del Amor divino que ha de informar la auténtica existencia cristiana.
”Cristo conoce que le rodea una multitud, que permanecerá pasmada ante el milagro e irá pregonando el suceso por toda la comarca. Pero el Señor no actúa artificialmente, para realizar un gesto: se siente sencillamente afectado por el sufrimiento de aquella mujer; y no puede dejar de consolarla. En efecto, se acercó a ella y le dijo: «No llores». Que es como darle a entender: no quiero verte en lágrimas, porque yo he venido a traer a la tierra el gozo y la paz. Luego tiene el lugar el milagro, manifestación del poder de Cristo Dios. Pero antes fue la conmoción de su alma, manifestación evidente de la ternura del Corazón de Cristo Hombre» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 166).
-“Y Jesús se lo entregó a su madre”. ¿Pensabas quizá en tu madre, Señor? Qué bonito es ver cómo valoras a "la mujer", tan fácilmente repudiada en el mundo antiguo. Qué bonito es ver cómo compartes nuestros dolores, para darle un contenido: «El sufrimiento es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros, cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que, después del pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor; experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del espíritu y del desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve válido para la eternidad» (Juan Pablo II).
-“Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios... La noticia del hecho se divulgó por todo el país judío y la comarca circundante”. ¡La sorpresa... pero también la alabanza! ¿Vivo yo en acción de gracias? La eucaristía es una acción de gracias por la vida resucitada de Cristo. Jesús celebró la Cena, la víspera de su muerte, "dando gracias" (Noel Quesson).
2. Vamos viendo la división de los cristianos de Corinto… como los de nuestra época. Pablo desarrolla el tema del «Cuerpo de Cristo».
-“Nuestro cuerpo forma un todo aunque tiene muchos miembros y todos los miembros, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo. Así también Cristo”. A partir de la Eucaristía, vemos esta comunión en la Iglesia, pues aquí “Cristo” tiene este sentido de “Cristo total”, la cabeza y su cuerpo que es la Iglesia: todos los que, por la Fe están unidos a El.
En esta imagen del «cuerpo» se insiste sobre la unidad: Cristo es un «unificador», conduce a la unidad, nos hace llegar a ser «un solo cuerpo», el suyo.
Gracias, Señor, por este misterio: los cristianos somos un solo Cuerpo contigo. Ayúdame a verlo así en aquellos de los que me aparto, a los que critico, a los que acuso, a los que hago sufrir... ¡son miembros de Cristo! Hago sufrir a un miembro de Cristo, al mismo Cristo.
-“Todos, judíos o gentiles, esclavos o libres, hemos sido bautizados en el único Espíritu para formar un solo cuerpo”. Esto es revolucionario. Sabemos que en aquel tiempo había mucho racismo, y que los esclavos eran como una cosa a disposición del amo, sin dignidad. Como tampoco la tenían los extranjeros y había muy poca consideración hacia las mujeres…
Jesús, me gustaría ser como tú, como tantos hombres que han sido "destructores de fronteras" indignas, como la Madre Teresa de Calcuta o Martín Luter King y tantos otros, que antepongan la "fuerza de amar" a todo lo demás.
-“Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo... Sois miembros de este cuerpo”. Quisiera admirarme ante esta verdad: ¡soy el «cuerpo de Cristo»! Quisiera entender que dependo de ti, Señor, que me das vida, un influjo vital como en un organismo humano hay un influjo vital del cerebro que anima los miembros. Quisiera que este pensamiento dirigiera mi vida.
¿Qué suelo hacer regularmente para unirme vitalmente a Cristo: oración meditada de la Palabra de Jesús, sacramentos de la conversión y de la comunión?
Quisiera que esta verdad, «ser cuerpo de Cristo», se viera en mi modo de actuar, Jesús: quisiera ser tu «rostro» ante el mundo en que vivo, tus «manos» en el trabajo, tu «corazón» en el amor. Que tú pudieras actuar en mi conducta, en el servicio a los demás, en la compasión de mi corazón.
-“Cada uno por su parte... Apóstoles, profetas, maestros, médicos...” Después de hablarnos de unidad, me gustaría entender que no se opone a una riqueza, la «diversidad». Todos tenemos unos dones para enriquecer a los demás, con el servicio. La Iglesia, cuerpo de Cristo, es un organismo complejo, con ministerios funcionales. Ayúdanos, Señor, a encontrar nuestro lugar propio y a respetar el lugar y la misión de los que no son parecidos a mí (Noel Quesson).
3. Quiero darte gracias, Señor, con el Salmista: “Aclama al Señor, tierra entera, / servid al Señor con alegría, / entrad en su presencia con vítores”. Darte gracias, y alabarte por el amor que nos tienes: “Sabed que el Señor es Dios: / que él nos hizo y somos suyos, / su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas con acción de gracias, / por sus atrios con himnos, / dándole gracias y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, / su misericordia es eterna, / su fidelidad por todas las edades."
Llucià Pou Sabaté
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 19 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles, celebrada en la plaza de San Pedro en el Vaticano, dedicada a presentar las claves de la doctrina de San Juan Crisóstomo.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Este año se cumple el decimosexto centenario de la muerte de San Juan Crisóstomo (407-2007). Juan de Antioquía, llamado Crisóstomo, esto es, «Boca de oro» por su elocuencia, puede decirse que sigue vivo hoy, también por sus obras. Un anónimo copista dejó escrito que éstas «atraviesan todo el orbe como rayos fulminantes». Sus escritos también nos permiten a nosotros, como a los fieles de su tiempo, que repetidamente se vieron privados de él a causa de sus exilios, vivir con sus libros, a pesar de su ausencia. Es cuanto él mismo sugería desde el exilio en una carta (Cf. A Olimpiade, Carta 8,45).
Nacido en torno al año 349 en Antioquía de Siria (actualmente Antakya, en el sur de Turquía), desarrolló allí el ministerio presbiteral durante cerca de once años, hasta el año 397, cuando, nombrado obispo de Constantinopla, ejerció en la capital del Imperio el ministerio episcopal antes de los dos exilios, seguidos en breve distancia uno del otro, entre el año 403 y el 407. Nos limitamos hoy a considerar los años antioquenos del Crisóstomo.
Huérfano de padre en tierna edad, vivió con su madre, Antusa, quien le transmitió una exquisita sensibilidad humana y una profunda fe cristiana. Frecuentados los estudios inferiores y superiores, coronados por los cursos de filosofía y de retórica, tuvo como maestro a Libanio, pagano, el más célebre rétor del tiempo. En su escuela, Juan se convirtió en el más grande orador de la antigüedad tardía griega. Bautizado en el año 368 y formado en la vida eclesiástica por el obispo Melecio, fue por él instituido lector en 371. Este hecho marcó la entrada oficial de Crisóstomo en el cursus eclesiástico. Frecuentó, de 367 a 372, el Asceterio, un tipo de seminario de Antioquía, junto a un grupo de jóvenes, algunos de los cuales fueron después obispos, bajo la guía del famoso exégeta Diodoro de Tarso, que encaminó a Juan a la exégesis histórico-literal, característica de la tradición antioquena.
Se retiró después durante cuatro años entre los eremitas del cercano monte Silpio. Prosiguió aquel retiro otros dos años que vivió solo en una gruta bajo la guía de un «anciano». En ese período se dedicó totalmente a meditar «las leyes de Cristo», los Evangelios y especialmente las Cartas de Pablo. Enfermándose, se encontró en la imposibilidad de cuidar de sí mismo y por ello tuvo que regresar a la comunidad cristiana de Antioquia (Cf. Palladio, Vita, 5). El Señor –explica el biógrafo— intervino con la enfermedad en el momento justo para permitir a Juan seguir su verdadera vocación. En efecto, escribirá él mismo que, puesto en la alternativa de elegir entre el gobierno de la Iglesia y la tranquilidad de la vida monástica, habría preferido mil veces el servicio pastoral (Cf. Sobre el sacerdocio, 6,7): precisamente a éste se sentía llamado el Crisóstomo. Y aquí se realizó el giro decisivo de su historia vocacional: ¡pastor de almas a tiempo completo! La intimidad con la Palabra de Dios, cultivada durante los años del eremitismo, había madurado en él la urgencia de predicar el Evangelio, de dar a los demás cuanto él había recibido en los años de meditación. El ideal misionero le lanzó así, alma de fuego, a la atención pastoral.
Entre el año 378 y el 379 regresó a la ciudad. Diácono en 381 y presbítero en 386, se convirtió en célebre predicador en las iglesias de su ciudad. Pronunció homilías contra los arrianos, seguidas de aquellas conmemorativas de los mártires antioquenos y de otras sobre las principales festividades litúrgicas: se trata de una gran enseñanza de la fe en Cristo, también a la luz de sus Santos. El año 387 fue el «año heroico» de Juan, el de la llamada «revuelta de las estatuas». El pueblo derribó las estatuas imperiales en señal de protesta contra el aumento de los impuestos. En aquellos días de Cuaresma y de angustia con motivo de los inminentes castigos por parte del emperador, pronunció sus veintidós vibrantes Homilías de las estatuas, orientadas a la penitencia y a la conversión. Le siguió el período de serena atención pastoral (387-397).
El Crisóstomo se sitúa entre los Padres más prolíficos: de él nos han llegado 17 tratados, más de 700 homilías auténticas, los comentarios a Mateo y a Pablo (Cartas a los Romanos, a los Corintios, a los Efesios y a los Hebreos) y 241 cartas. No fue un teólogo especulativo. Transmitió, en cambio, la doctrina tradicional y segura de la Iglesia en una época de controversias teológicas suscitadas sobre todo por el arrianismo, esto es, por la negación de la divinidad de Cristo. Es por lo tanto un testigo fiable del desarrollo dogmático alcanzado por la Iglesia en el siglo IV-V. Su teología es exquisitamente pastoral; en ella es constante la preocupación de la coherencia entre el pensamiento expresado por la palabra y la vivencia existencial. Es éste, en particular, el hilo conductor de las espléndidas catequesis con las que preparaba a los catecúmenos a recibir el Bautismo. Próximo a la muerte, escribió que el valor del hombre está en el «conocimiento exacto de la verdad y rectitud en la vida» (Carta desde el exilio). Las dos cosas, conocimiento de la verdad y rectitud de vida, van juntas: el conocimiento debe traducirse en vida. Toda intervención suya se orientó siempre a desarrollar en los fieles el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y traducir en la práctica las exigencias morales y espirituales de la fe.
Juan Crisóstomo se preocupa de acompañar con sus escritos el desarrollo integral de la persona, en las dimensiones física, intelectual y religiosa. Las diversas etapas del crecimiento son comparadas a otros tantos mares de un inmenso océano: «El primero de estos mares es la infancia» (Homilía 81,5 sobre el Evangelio de Mateo). En efecto «precisamente en esta primera edad se manifiestan las inclinaciones al vicio y a la virtud». Por ello la ley de Dios debe ser desde el principio impresa en el alma «como en una tablilla de cera» (Homilía 3,1 sobre el Evangelio de Juan): de hecho es ésta la edad más importante. Debemos tener presente cuán fundamental es que en esta primera fase de la vida entren realmente en el hombre las grandes orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia. Crisóstomo por ello recomienda: «Desde la más tierna edad abasteced a los niños de armas espirituales y enseñadles a persignar la frente con la mano» (Homilía 12,7 sobre la Primera Carta a los Corintios). Llegan después la adolescencia y la juventud: «A la infancia le sigue el mar de la adolescencia, donde los vientos soplan violentos..., porque en nosotros crece... la concupiscencia» (Homilía 81,5 sobre el Evangelio de Mateo). Llegan finalmente el noviazgo y el matrimonio: «A la juventud le sucede la edad de la persona madura, en la que sobrevienen los compromisos de familia: es el tiempo de buscar esposa» (Ibíd. ). Del matrimonio él recuerda los fines, enriqueciéndolos –con la alusión a la virtud de la templanza-- de una rica trama de relaciones personalizadas. Los esposos bien preparados cortan así el camino al divorcio: todo se desarrolla con gozo y se pueden educar a los hijos en la virtud. Cuando nace el primer hijo, éste es «como un puente; los tres se convierten en una sola carne, dado que el hijo reúne a las dos partes» (Homilía 12,5 sobre la Carta a los Colosenses), y los tres constituyen «una familia, pequeña Iglesia» (Homilía 20,6 sobre la Carta a los Efesios).
La predicación del Crisóstomo tenía lugar habitualmente en el curso de la liturgia, «lugar» en el que la comunidad se construye con la Palabra y la Eucaristía. Aquí la asamblea reunida expresa la única Iglesia (Homilía 8,7 sobre la Carta a los Romanos), la misma palabra se dirige en todo lugar a todos (Homilía 24,2 sobre la Primera Carta a los Corintios) y la comunión eucarística se hace signo eficaz de unidad (Homilía 32,7 sobre el Evangelio de Mateo). Su proyecto pastoral se insertaba en la vida de la Iglesia, en la que los fieles laicos con el Bautismo asumen el oficio sacerdotal, real y profético. Al fiel laico él dice: «También a ti el Bautismo te hace rey, sacerdote y profeta» (Homilía 3,5 sobre la Segunda Carta a los Corintios). Surge de aquí el deber fundamental de la misión, porque cada uno en alguna medida es responsable de la salvación de los demás: «Éste es el principio de nuestra vida social... ¡no interesarnos sólo en nosotros!» (Homilía 9,2 sobre el Génesis). Todo se desenvuelve entre dos polos: la gran Iglesia y la «pequeña Iglesia», la familia, en recíproca relación.
Como podéis ver, queridos hermanos y hermanas, esta lección del Crisóstomo sobre la presencia auténticamente cristiana de los fieles laicos en la familia y en la sociedad, es hoy más actual que nunca. Roguemos al Señor para que nos haga dóciles a las enseñanzas de este gran Maestro de la fe.