viernes, 6 de febrero de 2015

Sábado semana 4ª de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

La mejor ciencia es el buen corazón y el servicio que nos muestra Jesús
“Reunidos los apóstoles con Jesús le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Se marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos. Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron; fueron allá a pie desde todas las ciudades, y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, y se llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6,30-34).
1. Después de su primera "misión" volvieron los apóstoles a reunirse con Jesús... Es la hora del "informe"... Se actúa y luego se "revisa" la acción para mejor comprenderla en la Fe, y mejorar las próximas intervenciones apostólicas. Hoy también se hacen muchas "reuniones", puesto que somos relación y participación. La Asamblea eucarística del domingo es también esto: después de su misión durante la semana, los cristianos se reúnen junto a Jesús... ¿Considero yo así mi participación en la misa? Pero es preciso que muchos cristianos se decidan a hacer más, aceptando otras "reuniones" donde participen con otros en una reflexión y una acción colectiva... en la que la Fe sea el fermento de la reflexión y de la acción.
-“Le contaron cuanto habían hecho y enseñado...” Una gracia a pedir al Señor: la revisión de vida apostólica. Esta revisión de nuestra vida con Jesús, es una de las formas más útiles de oración. Cada noche debería darnos ocasión para "relatar" a Jesús "lo que hemos hecho". Si así lo hiciéramos cada día, podríamos dar un contenido mucho más rico a la "ofrenda" de nuestras misas y a nuestras puestas en común de equipos apostólicos. Ayúdanos, Señor, a revisar contigo nuestras vidas.
-“El les dijo: "Venid, retirémonos a un lugar desierto para que descanséis un poco." Pues eran muchos los que iban y venían y ni espacio les dejaban para comer. Fuéronse en la barca a un lugar desierto”... Jesús, te das cuenta de que están cansados y programas un descanso con ellos.
-“Las gentes ven alejarse a Jesús y a sus discípulos...” De todas partes corren hacia allá y ¡llegan antes que ellos! “Al desembarcar, Jesús ve una gran muchedumbre. Se compadece de ellos porque son como "ovejas sin pastor". Y se pone a enseñarles detenidamente”. Señor, consérvanos disponibles, aun en el seno mismo de nuestros planes muy bien previstos (Noel Quesson). Te encuentras con gente que viene a verte, y movido por compasión os perdéis el descanso: te dio lástima de ellos, y te pusiste a atenderles.
Todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro. Además de que cada semana, el domingo está pensado para que sea un reencuentro serenante con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. El activismo nos agota y empobrece. El stress no es bueno, aunque sea el espiritual.
Hay un grado de sobrecarga, de tensión nerviosa, que resulta nefasto para el apostolado como para todo equilibrio simplemente humano. ¡Gracias, Señor, por recordárnoslo! Y por ocuparte del "descanso" y de la distensión de tus apóstoles, después de un pesado período de misión. Necesidad de silencio, de recogimiento, de soledad. Esencial al hombre de todas las épocas... pero especialmente indispensable al hombre moderno, en la agitación de la vida de hoy. ¿Qué parte de mis jornadas o de mis semanas dedico voluntariamente al "desierto"?
Los apóstoles estaban llenos de «todo lo que hablan hecho y enseñado». A veces dice el evangelio que «no tenían tiempo ni para comer». Necesitamos paz y serenidad. Cuando no hay equilibrio interior, todo son nervios y disminuye la eficacia humana y la evangelizadora. A la vez, hay otro factor importante en nuestra vida: la caridad fraterna, la entrega a la misión que tengamos encomendada. A veces esta caridad se antepone al deseo del descanso o del retiro, como en el caso de Jesús y los suyos. Jesús conjuga bien el trabajo y la oración. Se dedica prioritariamente a la evangelización. Pero sabe buscar momentos de silencio y oración para sí y para los suyos, aunque en esta ocasión no haya sido con éxito. Otra lección que nos da Jesús es que no parece tener prisa. No hace ver que le han estropeado el plan. «Se puso a enseñarles con calma». Porque vio que iban desorientados, como ovejas sin pastor. Tener tiempo para los demás, a pesar de que todos andamos escasos de tiempo y con mil cosas que hacer, es una finura espiritual que Jesús nos enseña con su ejemplo: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo (J. Aldazábal).
Aprendamos a descansar. Y si podemos evitar el agotamiento, hagámoslo porque cuando se está postrado se tiene menos facilidades para hacer las cosas bien y vivir la caridad. “El descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo” (J. Escrivá, Camino) El descanso, como el trabajo, nos sirven para amar a Dios y al prójimo, por lo tanto la elección del lugar de vacaciones, o el descanso deben ser propicios para un encuentro con Cristo. Hoy veamos si nos preocupamos, como el Señor lo hacía, por la fatiga y la salud de quienes viven a nuestro lado (Francisco Fernández Carvajal): Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y descansar un poco.
2. "Por medio de Jesús ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre". Toda la Epístola de los Hebreos nos ha mostrado que hay un solo sacerdote, Jesucristo. «Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, a su nuevo pueblo lo hizo reino y sacerdote para Dios, su Padre. Los bautizados son consagrados como mansión espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios, y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable... Por ello, todos los discípulos de Cristo... han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios, han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna» (Lumen Gentium 10; cf Hebreos 5,1-5; Apocalipsis 1,6; 5-9; 1 Pedro 2,4-10; Romanos 12,1; 1 Pedro 3,15).
Se cita ahí la recomendación "que ofrezcáis a Dios vuestras vidas como hostia pura, santa e inmaculada" (Rm 12,1). El "sí" de Cristo al Padre, en el Espíritu Santo, hace posible nuestro "sí". "Por Cristo, ya podemos decir "sí" a Dios" (2 Cor 1,20). Este "si" de Cristo encuentra eco en todo corazón que se hace transparente ante la mirada de Dios. Entonces nuestra pobreza se convierte en oración y en misión, es decir, en apertura a los planes salvíficos y universales de Dios. Dios no espera grandes cosas de nosotros, sino solamente que tengamos un corazón abierto y que sepamos hacer nuestro el "sí" de Jesucristo al Padre, en el trabajo y el descanso, en nuestra relación con Dios y con los demás, en la familia y en el deporte... Nuestra verdadera riqueza consiste en esta capacidad de pronunciar continuamente el "sí" de Jesús al Padre en medio de todas las circunstancias de nuestra vida.
Junto a este sacrificio-entrega de uno mismo está el don de los bienes, el ejercicio de la caridad. El amor fraterno es el sacrificio que agrada a Dios. "No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente: esos son los sacrificios que agradan a Dios". La prueba más clara de haber encontrado a Dios es el amor fraterno. Es la señal de que hemos nacido a una vida nueva.
"Obedeced con docilidad a vuestros jefes, pues son responsables de vuestras almas y velan por ellas; así lo harán con alegría y sin lamentarse, con lo que salís ganando". La verdadera "comunión" de Iglesia supone vaciarse de sí mismo o de las propias ventajas. La entrega (kenosis) y obediencia de Cristo al Padre fue así. Y podemos participar del modo que Dios disponga de su pasión y muerte, sin buscar el éxito mundano…
-"Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os haga perfectos, os ponga a punto en todo bien para que cumpláis su voluntad." Jesús hizo de su vida una "pascua", es decir, un "paso" hacia el Padre. Ofreciéndose a sí mismo en el Espíritu Santo transformó su vida en oblación. Con él estamos también nosotros pasando al Padre. "Cristo murió para llevarnos a Dios" (1P 3,18). Ya hemos comenzado a pasar de este mundo al Padre (Jn 13,1). El "pasar" del tiempo ya no es un simple esfumarse de las cosas, sino una "pascua" o paso hacia la vida definitiva. Conforme van pasando los días y las cosas, debemos ir descubriendo a Dios mismo que se nos comienza a dar para siempre, unas veces de manera desconcertante, otras de manera dolorosa, algunas también con una enorme paz y alegría. Pero siempre es Dios el que viene a nosotros a través de todo lo que nos pasa para hacernos pasar a él (Noel Quesson).
3. El salmo del buen pastor canta toda la vida en cuatro estrofas. En la primera, cuando las cosas van bien, y todo es una maravilla: “El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas”.
Luego, vienen las dificultades, pero ahí sentimos que con el Señor no tememos: “Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan”.
La liturgia nos hace entrar en las primicias del Banquete celestial: “Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa”.
Por último, nos llena de esperanza de la gloria: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor / por años sin término.”
Llucià Pou Sabaté

jueves, 5 de febrero de 2015

Viernes semana 4ª de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Juan el Bautista fue fiel hasta el martirio, y a nosotros se nos pide lo mismo
“El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron”(Marcos 6,14-29).
1. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».
Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del Antiguo Testamento, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías.
Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista». Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe).
De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».
Vivir en la verdad, ser profeta, denunciar el mal, puede llevar consigo la persecución y la muerte: así también el Bautista, y Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos. Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal).
Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo; ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo” (Lansperge).
Humanamente, aparentemente, es un fracaso; la misión siempre lleva consigo: "Como trataron al maestro, así también seréis tratados." Ha enviado Jesús a los discípulos, por distintos sitios de Palestina, donde predican el Reino… y en ese momento se nos cuenta que “el rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad”.
-“Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..."” Los adversarios dirán que está loco o poseso, y el pueblo lo tiene por alguien grande, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Después de “Jesucrist superstar” vemos a muchos que admiran su figura, pero no abarcan su misterio como Dios. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada. ¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco?
-“Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..."” A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia? (Noel Quesson). Jesús, creo que tú eres el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre, presente entre nosotros, que nos comprendes como hombre y, como Dios, nos puedes conceder todo lo que necesitamos.
Hoy te pedimos, Señor, la fortaleza, virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13,44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás.
Hoy  vemos que se quiere poner la religión entre paréntesis en la vida pública y quede arrinconado en el fondo de las conciencias. No podemos permanecer callados, a ejemplo del martirio (testimonio) de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal).
2. Al final de la carta a los Hebreos, hoy se nos dan unas exhortaciones, la primera de las cuales es la fraternidad. La hospitalidad lleva a la protección del indefenso, del perseguido, del buscado por su fe y a quien había que proteger recibiéndolo y ocultándolo en casa, aun con todo el riesgo que ello podía suponer. Nos recuerda aquello de Jesús: "venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer -era forastero y me acogisteis..." (Mt 25, 35).
La atención a aquellos que están en prisión también nos recuerda lo del evangelio: "haced con los otros lo que quisierais que hiciesen con vosotros".
Sobre la familia se nos dice: "que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará". El lecho nupcial es comparado a un verdadero templo, pues la expresión "no manchado" era utilizada corrientemente por los judíos para designar la pureza del Templo. El matrimonio es, por tanto, para el cristiano un auténtico lugar de culto, y la castidad exigida para este testado es sustituida en las antiguas leyes por la pureza legal.
En cuanto al dinero, se nos habla del abandono en la providencia divina: "Vivid sin ansia de dinero, contentaos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: "Nunca te dejaré ni te abandonaré". Por último, les dice que se acuerden de sus pastores, de las ovejas de Jesús, que “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre”.
3. Jesús es el Salvador: “El Señor es mi luz y mi salvación, / ¿a quién temeré? / El Señor es la defensa de mi vida, / ¿quién me hará temblar? / Si un ejército acampa contra mí, / mi corazón no tiembla; / si me declaran la guerra, / me siento tranquilo”. Es el abandono en su providencia: “Él me protegerá en su tienda / el día del peligro; / me esconderá en lo escondido de su morada, / me alzará sobre la roca”. La vida es un camino, donde está el Señor a nuestro lado, pero a veces nos cuesta verle: “Tu rostro buscaré, Señor, / no me escondas tu rostro. / No rechaces con ira a tu siervo, / que tú eres mi auxilio; / no me deseches”.
Llucià Pou Sabaté

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Santos Pablo Miki y compañeros, mártires

Pablo Miki nació en Japón el año 1566 de una familia pudiente; fue educado por los jesuitas en Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía de Jesús y predicó el evangelio entre sus conciudadanos con gran fruto.
Al recrudecer la persecución contra los católicos, decidió continuar su ministerio y fue apresado junto con otros. En su camino al martirio, el y sus compañeros cristianos fueron forzados a caminar 600 millas para servir de escarmiento a la población. Ellos iban cantando el Te Deum. Les hicieron sufrir mucho. Finalmente llegaron a Nagasaki y, mientras perdonaba a sus verdugos, fue crucificado el día 5 de febrero de 1597. Desde la cruz predicó su último sermón.
Junto a el sufrieron glorioso martirio el escolar Juan Soan (de Gotó) y el hermano Santiago Kisai, de la Compañía de Jesús, y otros 23 religiosos y seglares. Entre los franciscanos martirizados está el beato Felipe de Jesús, mexicano.
Todos ellos fueron canonizados por Pío IX en 1862.
Seréis mis testigos
De la Historia del martirio de san Pablo Miki y compañeros, escrita por un contemporáneo.
Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: A tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta voz la oración dominical y la salutación angélica.
Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió estas palabras:
«Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el bautismo».
Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarles para el trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero el de Luís era singular. Un cristiano le gritó que estaría en seguida en el paraíso. Luís hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo, atrayendo las miradas de todos.
Antonio, que estaba al lado de Luís, fijos los ojos en el cielo, y después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo: Alabad, siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.
Otros repetían: «¡Jesús! ¡María!», con rostro sereno. Algunos exhortaban a los circunstantes a llevar una vida digna de cristianos. Con éstas y semejantes acciones mostraban su prontitud para morir.
Entonces los verdugos desenvainaron cuatro lanzas como las que se usan en Japón. Al verlas, los fieles exclamaron: «¡Jesús! ¡María!», y se echaron a llorar con gemidos que llegaban al cielo. Los verdugos remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Jueves semana 4ª de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús, la Palabra encarnada, nos pide que anunciemos el Evangelio por todo el mundo
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo”(Marcos 6,7-13).
1. Hoy vemos el envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos: Jesús llama a los "doce" y, por primera vez, los "envía"... Esta es la primera vez que van a encontrarse solos, sin Jesús... lejos de Él. Es el "tiempo de la Iglesia" que empieza con este envío. Hemos visto estos días a "Jesús con sus discípulos"... y también que "Jesús estableció a doce para estar con Él y para enviarlos..." Es el movimiento del corazón: la sangre viene al corazón y de allí es enviada al organismo... Es el mismo movimiento del apostolado: vivir con Cristo, ir al mundo a llevarle este Cristo... intimidad con Dios, presencia en el mundo...
-“Los envía de dos en dos”... Trabajo en equipo. El individualismo tiene formas sutiles, temibles… además, mejor ir acompañado.
-“Dándoles poder sobre los espíritus impuros... Partieron, y predicaron que se arrepintiesen. Y echaron muchos demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los curaban”. Vemos aquí el carisma de la "palabra" que proclama la necesidad de un cambio de vida; el carisma de "echar los demonios", potencia de acción contra el mal; el carisma de "curar a los enfermos", mejorar la vida humana.
-“Y les encargó que no tomasen para el camino nada más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinturón... y que se calzasen con sandalias y no llevasen túnica de recambio... Dondequiera que entréis en una casa quedaos en ella, hasta que salgáis de aquel lugar..."Ligeros de equipaje, sin bagajes embarazosos, siempre dispuestos a partir donde sea... caminantes, gentes disponibles, desprendidos. "Lo hemos dejado todo para seguirte: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, niños, campos..." (Mc 10,29-30).
-“Y si una localidad no os recibe ni os escucha, partid”. Como Jesús, se encontrarán ante el rechazo, ante la incredulidad. La misión de la Iglesia es cosa difícil: Jesús les ha advertido (Noel Quesson).
Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de Cristo, como dice el último Concilio: «La vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado. Ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo».
Como los doce apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados a dar testimonio en la vida. También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que vayamos a la misión más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos demasiado en los medios humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte- sino en la fe en Dios. Es Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que hagamos nosotros. La austeridad y sencillez en hacer el bien es una buena manera de dar testimonio, viviendo esa misión de llevar el Reino de Dios en las vidas de los que nos rodean (J. Aldazábal).
Así, en medio del mundo, de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador, procuraremos «que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san Agustín). El cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos: «Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la multitud como levadura; reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado; Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad».
Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de san Josemaría, «el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas (Josep Vall i Mundó).
2. Los hebreos tienen en mucho la potencia de Dios en Sinaí, con su “fuego ardiente”, “oscuridad, tinieblas y tormentas”, “estrépito de la trompeta” y “clamor de las palabras pronunciadas por aquella voz que suplicaron los que lo oyeron no se les hablara más. Tan espantoso era el espectáculo que el mismo Moisés dijo: «Espantado estoy y temblando.»”
Pero esta visión no es la de Jesús: -“Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión. A la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial”. Una villa rodeada de murallas, una ciudad, es el símbolo de la seguridad y de la vida en una comunidad, imagen del cielo. La Iglesia "ciudad de Dios vivo" es una comunidad fraterna en la que se vive familiarmente con Dios. ¿Es así como veo yo a la Iglesia?
-“Os habéis acercado a millares de ángeles reunidos en asamblea festiva y a la reunión de los primogénitos cuyos nombres están inscritos en el cielo”. «Asamblea» traduce aquí el término griego «ecclesia». ¿Es verdaderamente la Iglesia esa comunidad festiva? Todo lo contrario del temor aterrador del Sinaí. ¿Tienen nuestras liturgias un carácter verdaderamente festivo? ¿Es mi religión la del Antiguo Testamento o la que Jesús nos enseñó?
¿Tengo yo la seguridad de que mi nombre está escrito en el cielo? Mi nombre escrito en el corazón del Padre. Jesús pedía a sus amigos que se alegraran de ello: «Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo» (Lucas 10,20). ¡Cuán grande ha de ser nuestra confianza!
-“Os habéis acercado a Dios, juez universal y a los espíritus de los justos llegados ya a la perfección”. Nos reunimos en espíritu, con Dios y los santos…
-“Y a Jesús, mediador de una nueva Alianza y a la aspersión de su sangre derramada por los hombres”. Nos reunimos en torno a Jesús resucitado. Porque estamos seguros de ser amados, de estar salvados: derramó su sangre por nosotros.
-“Sangre que habla más alto y mejor que la de Abel”. ¡La sangre de Jesús habla! Nos comunica su amor infinito. Nos habla de la voluntad de Salvación de Dios. Y nos dice hasta donde Dios quiere llegar. Te damos las gracias, Señor, en la misa de modo especial (Noel Quesson).
La nueva y definitiva Alianza en Cristo Jesús es más amable que la Antigua; el monte Sión, más cercano que el Sinaí, con ángeles y multitud de creyentes que han alcanzado ya la salvación y gozan en el cielo; y Dios, juez justo, y Jesús como Mediador, que nos ha purificado con su Sangre. Todo ello hace que miremos a la nueva Alianza con confianza, no con miedo.
Es una pena ver que quizá nos han dado una educación religiosa de miedo, durante algún tiempo. ¿Estamos bajo la ley del miedo o de la confianza y el amor? Pero hemos visto también una tendencia a descuidar la ascética. Si el abandono santo de Teresa de Lisieux, el amor misericordioso, es lo más necesario para nuestra espiritualidad, no podemos caer en el extremo opuesto de que todo da igual. Precisamente el amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús y la Alianza que él ha sellado por todos nosotros, no son ciertamente una invitación a la superficialidad y la dejadez: nos comprometen radicalmente. No hay nada más exigente que el amor.
Pero nos envuelven en una atmósfera de confianza, con la actitud de los hijos que se encuentran en casa de su Padre, acompañados de los bienaventurados -la Virgen y los Santos y los ángeles- y el Mediador, Cristo, y delante de todos, Dios que es Juez pero también es Padre. La Nueva Alianza en que vivimos nos debería llenar de alegría por pertenecer a una comunidad que es congregada por el Espíritu de Dios en torno a Cristo. Ahora el lugar de la Alianza no es un monte: es la persona misma del Señor Resucitado, Jesús.
En la oración penitencial ahora más repetida, el «Yo confieso», invocamos a Dios y a la comunidad que nos rodea («vosotros, hermanos») y también a la Virgen María, los ángeles y los santos, para que intercedan por nosotros ante Dios. No estamos solos en nuestro camino de fe: también los hermanos de la comunidad cristiana y la Virgen María y los ángeles y santos están interesados en nuestra conversión a Dios. Es una hermosa oración, que sería completa si además nombrara explícitamente a Jesús, el Mediador, el que en la cruz nos reconcilió con Dios de una vez por todas.
Cuando el Catecismo de la Iglesia, al hablar de la liturgia cristiana, se pregunta: «¿quién celebra?», responde con una visión de la comunidad celestial en torno a Dios y al Cordero, con un río de agua viva que es el Espíritu, y los ángeles y los bienaventurados, con la Virgen Madre, y multitud incontable de salvados por la Pascua de Cristo. Esta es la Alianza a la que pertenecemos. Una visión llena de optimismo, tomada del Apocalipsis (CEC 1137-1139). Una asamblea donde «la celebración es enteramente comunión y fiesta» (CEC 1136) y a la que ya nos unimos ahora en nuestra celebración (mercaba.org
).
3. “Grande es el Señor y muy digno de alabanza / en la ciudad de nuestro Dios, / su monte santo, altura hermosa, / alegría de toda la tierra”, decimos con agradecimiento en el salmo de hoy. Sólo el Señor nos salva, convirtiéndose en una fortaleza inexpugnable y en alegría para toda la tierra: “El monte Sión, vértice del cielo, / ciudad del gran rey; / entre sus palacios, / Dios descuella como un alcázar.” El Señor nos da vida con la Alianza de su Sangre, nos abre las puertas al cielo: “Lo que habíamos oído lo hemos visto / en la ciudad del Señor de los ejércitos, / en la ciudad de nuestro Dios: / que Dios la ha fundado para siempre.”
Por eso queremos cantar eternamente las misericordias de Dios: “Oh Dios, meditamos tu misericordia / en medio de tu templo: / como tu renombre, oh Dios, tu alabanza / llega al confín de la tierra; / tu diestra está llena de justicia.”
Llucià Pou Sabaté

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Santa Águeda, virgen y mártir. San Felipe de Jesús, mártir

SANTA ÁGUEDA, VIRGEN Y MÁRTIR
Santa Águeda poseía todo lo que una joven suele desear: Una familia  distinguida y belleza extraordinaria. Pero atesoraba mucho mas que todo su fe en Jesucristo. Así lo demostró cuando el Senador Quintianus se aprovechó de la persecución del emperador Decio  (250-253) contra los cristianos para intentar poseerla. Las propuestas del senador fueron resueltamente rechazadas por la joven virgen, que ya se había comprometido con otro esposo: Jesucristo.
Quintianus no se dio por vencido y la entregó en manos de Afrodisia, una mujer malvada, con la idea de que esta la sedujera con las tentaciones del mundo. Pero sus malas artes se vieron fustigadas por la virtud y la fidelidad a Cristo que demostró Santa Águeda.
Quintianus entonces, poseído por la ira, torturó a la joven virgen cruelmente, hasta llegar a ordenar que se le corten los senos. Es famosa respuesta de Santa Águeda: "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". La santa fue consolada con una visión de San Pedro quién, milagrosamente, la sanó. Pero las torturas continuaron y al fin fue meritoria de la palma del martirio, siendo echada sobre carbones encendidos en Catania, Sicilia (Italia).
Según la tradición, en una erupción del volcán Etna, ocurrida un año después del martirio de Santa Águeda  (c.250), la lava se detuvo milagrosamente al pedir los pobladores del área la intercesión de la santa mártir. Por eso la ciudad de Catania la tiene como patrona y las regiones aledañas al Etna la invocan como patrona y protectora contra fuego, rayos y volcanes. Además de estos elementos, la iconografía de Santa Águeda suele presentar la palma (victoria del martirio), y algún símbolo o gesto que recuerde las torturas que padeció (ver imagen, arriba).
Tanto Catania como Palermo reclaman el honor de ser la cuna de Santa Águeda. En algunos lugares, el "pan de Santa Águeda" y agua son bendecidos durante la misa de su fiesta.
La Iglesia de Santa Águeda en Roma tiene una impresionante pintura de su martirio sobre el altar mayor.
Fuentes antiguas
Su oficio en el Breviario Romano se toma, en parte de las Actas de latinas de su martirio. (Acta SS., I, Feb., 595 sqq.). De la carta del Papa Gelasius (492-496) a un tal Obispo Victor (Thiel. Epist. Roman. Pont., 495) conocemos de una Basílica de Santa Águeda. Gregorio I (590-604) menciona que está en Roma (Epp., IV, 19; P.L., LXXVII, 688) y parece que fue este Papa quien  incluyó su nombre en el Canon de la Misa.
Solo conocemos con certeza histórica el hecho y la fecha de su martirio y la veneración pública con que se le honraba in la Iglesia primitiva.  Aparece en el Martyrologium Hieronymianum (ed. De Rossi y Duchesne, en el Acta SS., Nov. II, 17) y en el Martyrologium Carthaginiense que data del quinto o sexto siglo (Ruinart, Acta Sincera, Ratisbon, 1859, 634). En el siglo VI, Venantius Fortunatus la menciona en su poema sobre la virginidad como una de las celebradas vírgenes y mártires cristianas (Carm., VIII, 4, De Virginitate: Illic Euphemia pariter quoque plaudit Agathe Et Justina simul consociante Thecla. etc.).
Su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien
Del sermón de san Metodio, obispo de Sicilia, sobre santa Agueda
Analecta Bollandiana 68, 76-78
Hermanos, como sabéis, la conmemoración anual de esta santa mártir nos reúne en este lugar para celebrar principalmente su glorioso martirio, que pertenece ya al pasado, pero que es también actual, ya que también ahora continúa su victorioso combate por medio de los milagros divinos por los que es coronada de nuevo todos los días y recibe una incomparable gloria.
Es una virgen, porque nació del Verbo inmortal (quien también por mi causa gustó de la muerte en su carne) e indiviso Hijo de Dios, como afirma el teólogo Juan: A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios.
Bibliografía
-Butler, Vida de Santos, vol. IV.  México, D.F.: Collier’s International - John W. Clute, S.A., 1965.
-The Catholic Encyclopedia
-Kirsch, J. P., Saint Agatha, Catholic Encyclopedia,   Encyclopedia Press. 1913,
-Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Día. Santa Fe de Bogotá: San Pablo. 1996.

SAN FELIPE DE JESUS, MÁRTIR
Nació en la ciudad de México entre 1572 y 1576. En su niñez era inquieto y travieso por lo que su aya decía, refiriéndose a un árbol de la casa: 'Antes la higuera seca reverdecerá, a que Felipillo llegue a ser santo'.
El joven Felipe entró en el noviciado de los franciscanos dieguinos, pero no resistió aquella vida y se escapó del convento. Regresó a su casa y ejerció el oficio de platero sin mucho éxito. Varios años más tarde, cuando había cumplido 18 años, su padre lo envió a las Islas Filipinas a probar fortuna.
Allí se estableció en la ciudad de Manila. Al principio estaba deslumbrado por los placeres, las riquezas y la vida mundana que ofrecía la ciudad, pero pronto sintió de nuevo la llamada del Señor: "Si quieres venir en pos de mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mateo 16,24).
Felipe entró con los franciscanos de Manila. Esta vez ya había madurado y su conversión fue de todo corazón. Cambió su nombre al de Felipe de Jesús. Estudiaba y atendía a los enfermos y moribundos. Todo lo hacía con la dedicación de un hombre que vivía para Jesús. Un día sus superiores le anunciaron que ya se podía ordenar sacerdote. La ordenación sería en México, su ciudad natal, junto con su familia y amistades de infancia.
Con ese fin se embarcó con Fray Juan Pobre y otros franciscanos, rumbo a la Nueva España, hoy México; pero una gran tempestad desvió el barco hacia el Japón. En medio de la tormenta Felipe pudo observar una gran señal sobre ese país, una especie de cruz blanca, símbolo de su pronta victoria. El barco en que viajaba se vio golpeado por tres tifones (huracanes), encallando finalmente en las costas del Japón. Felipe interpretó su naufragio como una dicha. El mayor sueño de Felipe era la de convertirse en misionero en ese país. Podría entregarse más a Cristo trabajando duro por la conversión de los japoneses, y así lo hizo.
Llegando a tierra, inmediatamente se dio a la tarea de buscar el convento de los Franciscanos. San Francisco Javier y otros habían comenzado la evangelización del país. Allí estaban Fray Pedro Bautista y algunos hermanos de su provincia Franciscana de Filipinas.
Los frailes se dedicaron a la evangelización con buenos resultados, pero sobrevino la persecución del emperador Taicosama contra los cristianos. Felipe, por su calidad de náufrago, hubiera podido evitar honrosamente la prisión y los tormentos, como lo habían hecho Fray Pobre y otros compañeros de naufragio. Pero Felipe escogió el camino más estrecho y difícil, compartiendo la suerte de sus hermanos cristianos en aquel país. Se quedó allí con Fray Pedro Bautista y demás misioneros franciscanos.
Felipe y los otros fueron llevados en procesión a pie, por un mes y en pleno invierno por pueblos y ciudades de Japón, para ser objeto de burla y escarmiento, un auténtico Vía Crucis. En la ciudad de Kyoto, a cada uno le cortaron la oreja izquierda. Las orejas fueron exhibidas en las calles. Cuando se vieron a lo lejos en una colina las cruces para el tormento que les tenían destinado, los 26 religiosos y laicos cristianos se llenaron de júbilo; pero al contarlas se turbaron, pues les pareció que sólo había 25. Entonces, Felipe corrió presuroso y abrazó fuertemente su cruz y no quería que nadie se la arrebatara.
Finalmente, en el “Monte de los Mártires” a las afueras de Nagasaki --la ciudad que en 1945 sufrió la terrible destrucción de la bomba atómica--, fueron todos colgados, pues sí, eran 26 las cruces. Felipe de Jesús fue el primero entre aquellos mártires en ser crucificado. Muere en la cruz, atravesado por ambos costados por dos lanzas; otra más le atravesó el pecho. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Jesús, Jesús". Era el 5 de febrero de 1597 y Felipe contaba con apenas 23 años.
Se cuenta que ese mismo día, la higuera seca de su casa paterna reverdeció de pronto y dio fruto. Felipe había llegado a la santidad más heroica. Fue beatificado, juntamente con sus compañeros mártires el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de junio de 1862.
Es patrono de la Ciudad de México y de su Arzobispado.

martes, 3 de febrero de 2015

Miércoles semana 4ª de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús experimenta en su vida al ser rechazado, y en ese aparente fracaso nos salva. Así también en nuestra vida, las dificultades tienen un valor pedagógico
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente” (Marcos 6,1-6).
1. –“Jesús volvió a "su patria", siguiéndole los discípulos. Llegado el sábado se puso a enseñar en la sinagoga”. He aquí pues a Jesús de nuevo en Nazaret. La costumbre quería que se invitase a un hombre a leer y comentar la Escritura. El jefe de la sinagoga confía este papel a Jesús. Marcos no nos dice de qué habló Jesús, pero señala el asombro y la incredulidad de los oyentes.
-“El numeroso auditorio se maravillaba diciendo: "¿De dónde le vienen a este tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada, y cómo se hacen por su mano tales milagros? ¿No es acaso el carpintero? ¿El hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?" Y se escandalizaban de Él”. Marcos da la lista de los primos y primas de Jesús, pues en Israel, como en otros pueblos que he visto de África, a esos parientes también se les llama “hermanos”. Jesús vuelve a encontrarse pues en su medio ambiente y en su familia. Pero ya tiene una nueva familia: sus discípulos, los que escuchan la Palabra de Dios, los que tienen fe en El.
-“Jesús les decía "Ningún profeta es tenido en poco, sino en su patria y entre sus parientes y en su familia." Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de que a algunos enfermos les impuso las manos y los curó”. Esta imposibilidad de hacer milagros, no viene de que no tenga ya poder para ello... sino que se relaciona con la falta de Fe. El milagro supone la Fe, necesaria para comprenderlo, para recibirlo.
-“Y se admiraba de la "incredulidad" de aquellas gentes”. Marcos en tres capítulos nos mostrará cómo reaccionan ante la persona de Jesús sus propios discípulos, después de haber visto la reacción de fariseos y pueblo. Tenemos a veces la impresión de que la incredulidad es un fenómeno moderno; o de que proviene de faltas de la Iglesia –marketing inadecuado, pecados de los cristianos, transmisión obsoleta del mensaje…- pero vemos a Jesús que también fracasa, no creen en él. Jesús ha tenido incrédulos en su propia familia. Esto puede ser un consuelo para padres que tienen dificultades con la fe de sus hijos.
Tu "admiración", tu extrañeza, Señor, me hacen bien: me manifiestan al menos que tú estás seguro, Señor, de lo que enseñas, de lo que Tú eres... (Noel Quesson). Te pido, Señor, esa fuerza de la fe.
Vemos hecho realidad lo de que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa Jesús: «nadie es profeta en su tierra». El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.
Nosotros somos ahora «los de su casa», los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. Hay un tipo de rutina enemiga del amor, que nos impide reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de nuestro encuentro con los demás, del trabajo o contacto con la naturaleza, y podemos, ante un santo que nos habla, volver a decir: «¿pero no es éste el carpintero?», o las otras reacciones de falta de fe: «no está en sus cabales», «está en connivencia con el diablo», «es un fanático». Hoy me preguntaba un chico en elcolegio: “¿hay milagros recientes por aquí?”, como si fuera la esencia de la vida cristiana, cuando la Eucaristía es el mayor milagro escondido, pues podemos participar de la vida de Cristo en la comunión (J. Aldazábal).
La “normalidad” de Jesús, de la Virgen, en sus trabajos, confunde a los paisanos, que lo ven, que la ven, como uno más, como una más… esta vida de Jesús en Nazaret nos ayuda a aprender de él, de cómo haría su trabajo en Nazaret: con perfección humana, acabándolo en sus detalles, con competencia profesional. Es conocido como el artesano. Señor, te pido que me ayudes a trabajar a conciencia, haciendo rendir el tiempo; sin dejarme dominar por la pereza; mantener la ilusión por mejorar cada día en competencia profesional; cuidar los detalles; abrazar con amor la Cruz, la fatiga de cada día. El trabajo, cualquier trabajo noble hecho a conciencia, nos hace partícipes de la Creación y corredentores con Cristo. Los años de Nazaret son el libro abierto donde aprendemos a santificar lo de cada día, donde podemos ejercitar las virtudes sobrenaturales y las humanas (Pablo VI, Discurso a la Asociación de Juristas católicos).
Hemos estado unos años analizando “los signos de los tiempos”, pero ese análisis nos ha entretenido, casi ha llevado a algunos a la parálisis. Sin embargo, el análisis es un paso del diagnóstico, para poner remedio a las cosas. Así como un enfermo no se contempla a ver si se muere del mal… “Si el orgullo nos ha hecho salir, que la humildad nos haga entrar... Como el médico, después de haber establecido un diagnóstico, trata el mal en su causa, tú, cura la raíz del mal, cura el orgullo; entonces ya no habrá mal alguno en ti. Para curar tu orgullo, el Hijo de Dios se ha abajado, se ha hecho humilde. ¿Por qué enorgullecerte? Para ti, Dios se ha hecho humilde. Tal vez te avergonzarías imitando la humildad de un hombre; imita por lo menos la humildad de Dios. El Hijo de Dios se humilló haciéndose hombre. Se te pide que seas humilde, no que te hagas animal. Dios se ha hecho hombre. Tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en conocer quién eres.
”Escucha a Dios que te enseña la humildad: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38) He venido, humilde, a enseñar la humildad, como maestro de humildad. Aquel que viene a mí se hace uno conmigo; se hace humilde. El que se adhiere a mí será humilde. No hará su voluntad sino la de Dios. Y no será echado fuera (Jn 6,37) como cuando era orgulloso” (San Agustín).
El remedio de los remedios es la piedad. Y me atrevo a decir que el perdón, ese volver a nuestro Padre Dios, que siempre nos acoge, siempre nos espera. El perdón lo resuelve todo.
2. –“Hermanos, no habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado”. La «resistencia», el «aguante» es perseverar sin dejarse abatir por los obstáculos, lo más alto de la fortaleza, como tú, Jesús «hasta derramar sangre».
"Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos". La experiencia nos dice que se aprende por las pruebas como por ejemplo los exámenes en la escuela. Adquiere madurez el hombre al superar esas pruebas, contribuyen a formar al "hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4,13). Eso constituye nuestro crecimiento personal, siguiendo la estela de crecimiento de la humanidad que ha ido pasando de la violencia a la racionalidad. Me decía un amigo que luego esta pedagogía de crecer con las dificultades se rechaza al terminar los estudios (al menos en familias acomodadas con el futuro resuelto), y es un peligro para ese crecimiento interior, que no debería cesar y que se produce en la lucha con las dificultades.
-“Lo que «soportáis» os educa. Dios os trata como a hijos; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?” Aquí hay una parte cultural, que gracias a Dios cambia, pues los castigos corporales eran medida habitual entonces: «Quien escatima la vara odia a su hijo; quien le tiene amor, le castiga» (Proverbios,13-24). Hay también una idea de la psicología de la educación, válida también hoy, pues la madre sabe que a veces tiene que castigar a su hijo y que no lo amaría si fuera débil con él; pero ella participa del sufrimiento que impone sufriendo frecuentemente tanto o más que su propio hijo. Ese es el punto bajo el que hemos de leer esas palabras, y profundizar en la cruz. Cuando nos encontramos bajo el peso de la prueba, tratemos de ver en ella una señal misteriosa del amor del Padre, y estemos seguros de que Él nos acompaña porque nos ama.
-“Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia y gozo a los ejercitados en ella”. Hay que ver más allá del instante presente. Incluso cuando son malas acciones esas formas de educar, puede salir un bien de allí, como recordaba san Agustín que sus padres le castigaban y piensa que de modo injusto, pero que a él le fueron bien esas correcciones.
La idea puede ser traducida también así: "Ningún castigo nos gusta cuando lo recibamos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz". Estamos en ese curso de la historia, y la imagen del padre que por la corrección ayuda al hijo aunque de primeras a éste le parezca injusta y difícil de soportar; nos hace pensar que luego se revela beneficiosa y justa aquella reprensión. Otro tanto ocurre con los acontecimientos desagradables de la vida, a los que el autor considera como otras tantas reprimendas y castigos paternales. De ahí se ha dicho a veces que “Dios lo manda, o lo quiere” (una enfermedad, un mal…). No pienso así de Dios. Dios lo quiere en su voluntad “permisiva” en el sentido de que no lo impide con un milagro. Dios lo sabe, lo deja hacer, y de ahí sacará una cosa buena porque de otra forma no dejaría que aquello pasara a uno tan querido como somos nosotros, sus hijos. Así, todo es para bien, y Dios mira en nosotros su propio Hijo crucificado: "para hacernos partícipes de la santidad" adquirida por Cristo (Maertens-Frisque).
La fe nos ayuda a ver la pedagogía de la corrección, del dolor como crecimiento, y en lugar de quejarnos o desesperar, intuimos, y a veces comprobamos luego, el sentido positivo que tiene, es algo que sacude nuestra seguridad, comodidad y autosuficiencia en orden a aceptar las exigencias divinas. Sufrir con paciencia e incluso con aceptación gozosa, es algo que hace nos ayuda luego. No lo queremos, pero si viene, que sepamos aprovecharlo para algo bueno…Y esta es la única forma de alcanzar la paz. Porque la paz interior del hombre se encuentra en la medida en que logra una mayor conformidad en su querer y obrar, con la voluntad de Dios. De ahí brota el consuelo del sufrimiento (Noel Quesson).
3. «Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes y caminad por una senda llana», acaba hoy diciéndonos Hebreos. Y el salmo nos habla de esa confianza en el amor de Dios: «La misericordia del Señor dura por siempre... Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro».
Llucià Pou Sabaté

Martes semana 4ª de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús hace milagros, continúa haciéndolos con la Eucaristía. Corremos por la vida, con la mirada puesta en Él
“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer”(Marcos 5,21-43).
1. Hoy te vemos, Jesús, ayudando a los necesitados con dos milagros: cuando vas camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- curas a la mujer que padece flujos de sangre. Veo que ha llegado el Reino prometido. Estás ya actuando con la fuerza de Dios, que a la vez fomentas la fe que tienen estas personas en ti. El jefe de la sinagoga te pide que cures a su hija. Mientras vas, la mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y te toca el borde del manto. Tú notaste “que había salido fuerza” de ti y la atendiste luego con unas palabras: en los dos casos apelas a la fe: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».
Me gusta, Señor, ver cómo te enfrentas a la enfermedad y la muerte. Sobre todo cómo tienes compasión por nosotros. Te veo en la Iglesia y tus sacramentos, «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante», presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).
Todo dependerá de si tenemos fe. Tu acción salvadora, Señor, está siempre en acto. Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dices: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a ti, Jesús, y pedirte humilde y confiadamente que nos cures de la enfermedad que es nuestra experiencia de debilidad, y del miedo de la muerte, gran interrogante que en ti cobra sentido profundo, al hacernos ver cómo Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».
La buena mujer que se acerca a Jesús nos hace ver que los sacramentos actúan por su propia fuerza divina, de modo infinito, pero se reciben según la capacidad del recipiente, de nuestra fe. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar tu manto, Jesús.
En Cafarnaún, donde llegaste con el bote, esta mujer oye quizá la curación del leproso, y ve llegar al jefe de la sinagoga, que angustiado dice al Maestro: "maestro, mi hija se está muriendo, ven a imponerle las manos para que se ponga bien y no se muera", y se pusieron en camino. Entonces hace su plan: "si pudiera tocarle la ropa que trae, me pondré buena", y tan buen punto lo tocó, se le paró la hemorragia, y así el mal había desaparecido, sintió el cuerpo lleno de vida. Entonces fue cuando el Señor dice: "¿quien me ha tocado?" y ella, llena de vergüenza pero contenta y feliz, responde: “he sido yo, Señor”, y dice Jesús: "tu fe te ha salvado, vete en paz".
Cuenta un misionero en la India que estaba en adoración eucarística cuando uno de los asistentes, hindú, se acercó y tocó el copón, mientras él miraba asombrado pero optó –viendo el respeto con que lo hacía- por dejarle hacer. Luego volvió a donde estaban los otros y al cabo de un rato dijo que quería ver la Eucaristía que se escondía dentro del copón, y explicó que cuando se acercó al altar le pidió a Jesús que le curara de un tumor, en la cabeza, un bulto grande como una fruta, y que al tocarlo se había curado. Efectivamente, se fijó el sacerdote que ya no tenía el bulto. Luego pensó en la fe que teníamos los católicos en la Eucaristía, y en la que tenía aquel hindú... Nosotros podemos tocar Jesús, con los sacramentos, el manto de Cristo son los sacramentos, tocar quiere decir creer. La tímida audacia de la hemorroísa debe servirnos para tocar a Jesús, que está esperándonos en la Misa, y espera que nos acerquemos confiadamente.
A veces la cosa está fatal, como cuando los criados de Jairo le dicen “no molestes al maestro, tu hija ha muerto”. Pero Jesús le dice: «No temas, solamente ten fe». Jesús, contra toda esperanza: “no tengas miedo, basta que creas y ella vivirá”, y luego ante ella manda: “talita cumi”, levántate y anda, y cuando se alzó ante la sorpresa de todos, añade: “dadle de comer, que tiene hambre”. Jesús nos dirá muchas veces: “si tuvierais un poco de fe…”, haríais maravillas. La fe no va sola, va de la mano de la humildad. La Iglesia “es” en la Eucaristía, en Jesús. Ahí nos desligamos de las ataduras de espacio y tiempo y nos trasladamos a la cúspide del calvario.... donde ese amor que juega al escondite, que late bajo estas especies, nos da vida pues sin Él no tiene sentido la vida, sería anodina, sin trascendencia. Se descubre la presencia del Amado, que ya vino por el bautismo pero ahora se fusiona con nosotros. Ahí Jesús nos recibe, nos dice: “mira que estoy a la puerta y llamo”... “el que me coma vivirá por mí”. El Apóstol lo expresa así: “No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”.
“Una sola gota de la Preciosa Sangre contenida en el cáliz podría bastar para obtenernos gracias cuya eficacia ni siquiera podemos sospechar; bastaría para salvar millones de mundos más culpables que el nuestro, y para hacer más santos que cuantos pueda poseer el paraíso” (Vandeur). “Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (Cura de Ars). La Eucaristía tiene un valor infinito, pero nuestra participación es según las posibilidades, las disposiciones: si vamos con un gran recipiente acogeremos más gracia de Dios, según la capacidad de nuestro corazón; como decía Santo Tomás: “pues en la satisfacción se mira más el afecto del que ofrece que el valor de la oblación -fue el Señor quien dijo de la viuda que echó dos céntimos que ‘había echado más que ninguno-, aunque esta oblación sea suficiente de suyo para satisfacer por toda la pena, se satisface sólo por quienes se ofrece o por quienes la ofrecen en la medida de la devoción que tienen, y no por toda la pena”.
 “Cuando participamos de la Eucaristía -dice San Cirilo de Jerusalén- experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo nos conforma con Cristo, como sucede en el bautismo, sin que nos cristifica por entero, asociándonos a la plenitud de Cristo Jesús”.
Así como la hemorroísa percibió instantáneamente su curación con ocasión de tocar el borde del manto de Jesús, “gracias a la fuerza que había salido de Él”; y “se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él, especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre y cuando, en nombre de Dios, en la Confesión sacramental auricular y secreta, perdona los pecados”, decía san Josemaría, y añadía: “Cuando yo era niño, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente. Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor”. El deseo de comulgar –comunión espiritual- también fomenta la recepción de esas gracias.
2. La vida es una carrera de fondo y también lucha, leemos hoy en Hebreos. El corredor se viste con ropas ligeras. «Sacudámonos todo el lastre y el pecado que se nos pega; corramos con constancia»: ¡Fuera todo lastre (pecado)! Concentrados en el jefe, Jesús, objeto de contemplación: "Puestos los ojos en Jesús... meditad, pues, en el que soportó tanta oposición", hacemos la carrera a ejemplo de la suya, correr hasta la meta que es la casa del Padre.
3. “Los desvalidos comerán hasta saciarse, / alabarán al Señor los que lo buscan: / viva su corazón por siempre”. Quiero correr, Señor, con la esperanza puesta en ti: “Lo recordarán y volverán al Señor / hasta de los confines del orbe; / en su presencia se postrarán / las familias de los pueblos. / Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, / ante él se inclinarán los que bajan al polvo.” La Vida está en ti, en acoger tu vida en mí: “Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, / hablarán del Señor a la generación futura, / contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: / todo lo que hizo el Señor”.
Llucià Pou Sabaté

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San Blas, obispo y mártir. San Oscar, obispo

SAN BLAS, OBISPO Y MÁRTIR
San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus.
San Blas era conocido por su don de curación milagrosa. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta.
Según una leyenda, se le acercaban también animales enfermos para que les curase, pero no le molestaban en su tiempo de oración.
Cuando la persecución de Agrícola, gobernador de Cappadocia, contra los cristianos llegó a Sebaste, sus cazadores fueron a buscar animales para los juegos de la arena en el bosque de Argeus y encontraron muchos de ellos esperando fuera de la cueva de San Blas. Allí  encontraron a San Blas en oración y lo arrestaron. Agrícola trató sin éxito de hacerle apostatar. En la prisión, San Blas sanó a algunos prisioneros. Finalmente fue echado a un lago. San Blas, parado en la superficie, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus dioses. Pero se ahogaron. Cuando volvió a tierra fue torturado y decapitado. C. 316.
San Blas, obispo y mártir, fue tan celebre en todo el mundo cristiano por el don de los milagros con que lo honró Dios, nació en Sebaste, cuidad de Armenia. La pureza de sus costumbres, la dulzura de su naturaleza, su humildad y prudencia, y sobre todo, su eminente misericordia, criaron en él la estimación de todo lo bueno.
Los primeros años de su vida se desempeñó en el estudio de la filosofía, y un tiempo hizo grandes progresos. Los bellos descubrimientos que hizo en el estudio de la naturaleza excitaron su inclinación a la medicina, la cual practicó con perfección. Esta profesión le dio motivo para conocer más de cerca las enfermedades y la miseria de esta vida, y en esta ocasión, de hacer más serias reflexiones sobre su caducidad, como también sobre el mérito y la solidez de los bienes eternos.
Penetrado de estos grandes sentimientos, decidió prevenir los remordimientos que se experimentan a la hora de la muerte, evitándolos con la santidad de una vida verdaderamente cristiana. Pensaba retirarse al desierto, pero cuando falleció el obispo de Sebaste, lo eligieron en su reemplazo con los aplausos de toda la ciudad.
El nuevo cargo sólo sirvió para que resalte con nueva luz su virtud, y lo obligo a iniciar una vida más santa. Cuanto más se despreocupaba en la salvación de sus ovejas, más aumentaba esa despreocupación por su propia vida. Se dedicó, entonces a instruir el pueblo más con sus ejemplos que con su palabra.
Era tan grande la predisposición que tenía al retiro, y tan ardiente el deseo de perfeccionarse cada día más y más, que tuvo la necesidad de esconderse en una gruta, situada en la punta de una montaña, llamada el monte Argeo, poco distante de la ciudad.
A pocos días de estar allí, Dios manifestó la eminente santidad de su fiel siervo con varios milagros. No solamente venían de todas partes hombres para que los cure de las dolencias de su alma y cuerpo, sino que hasta los mismos animales salvajes salían de sus cuevas y venían a manadas a que el santo obispo les dé su bendición, y que los sane de los males que sufrían. Si sucedía que lo encontraban en oración cuando llegaban, esperaban mansamente en la puerta de la gruta sin interrumpirlo, pero no se retiraban hasta lograr que el Santo los bendiga.
Hacía el año 315 vino a Sebaste Agricolao — gobernador de Capadocia y de la menor Armenia — por el mandado del emperador Licinio, con el orden de exterminar a todos los cristianos. En cumplimento de su misión, luego de entrar a la ciudad, ordenó que fuesen echados a las fieras todos los cristianos que se encuentren en prisiones. Para que se realice esta sentencia, salieron a los bosques cercanos en caza de leones y tigres. Los enviados del gobernador entraron por el monte Argeo, y se encontraron con la cueva, en la cual estaba retirado San Blas. La entrada a la cueva estaba rodeada de muchos animales salvajes y viendo al Santo que estaba rezando en medio de ellos con la mayor tranquilidad se asombraron. Fascinados del suceso tan extraordinario, comunicaron al Gobernador lo que acababan de ver, y él sorprendido de esta noticia, ordenó a los soldados que traigan a su presencia al santo Obispo. Ni bien lo intimaron de esta orden, nuestro Santo, bañado de una dulcísima alegría les dijo: "Vamos, hijos míos, vamos a derramar nuestra sangre por mi Señor Jesucristo! Hace mucho tiempo que suspiro por el martirio, y esta noche me ha dado el Señor para entender que se dignaba de aceptar mi sacrificio.
Luego que se extendió la noticia que a nuestro Santo lo llevaban a la ciudad de Sebaste, los caminos se llenaron de gente — concurriendo hasta los mismos paganos — que deseaba recibir su bendición y alivio de sus males. Una pobre mujer desesperada y afligida, pasó como pudo por medio de la muchedumbre, y llena de confianza se arrojo a los pies del Santo, presentándole a un hijo suyo que estaba sufriendo por una espina que le había atravesado la garganta y que lo ahogaba sin remedio humano. Compadecido el piadoso Obispo del triste estado de su hijo y del dolor de la madre, levanto los ojos y las manos al cielo, y empezó a rezar fervorosamente: "Señor mío, Padre de las Misericordias, y Dios de todo consuelo, dígnate de oír la humilde petición de tu siervo, y concédele a este niño la salud para que conozca todo el mundo que sólo Tu eres el Señor de los vivos y de los muertos. Pues Tu eres el Dueño soberano de todos, misericordiosamente liberal, y Te suplico humildemente, que todos los que recurren a mí para conseguir de Tu la curación de semejantes dolencias por la intercesión de Tu siervo, y demuestren su confianza, serán benignamente oídos y favorablemente atendidos." Apenas terminó el Santo su oración, cuando el muchacho arrojó la espina de su garganta y quedo totalmente sano. Esta es la principal veneración que tiene San Blas, por la ayuda con todos los males de la garganta, y los milagros que aparecen cada día demuestran la eficacia de su poderosa protección.
Cuando ellos llegaron a la ciudad, San Blas fue presentado al Gobernador, quien le ordenó que allí mismo, sin ninguna replica y demora, sacrificase a los dioses inmortales. ¡Oh Dios!, — exclamó el Santo — ¿Para qué des ese nombre a los demonios, que sólo tienen el poder para hacernos mal? No hay más dioses que un sólo Dios Inmortal, Todopoderoso y Eterno, y Ese es el Dios que yo adoro!"
Irritado con esta respuesta Agricolao, al instante ordenó a que le peguen con tanta crueldad y por tan largo tiempo, que no se creía que pudiese sobrevivir. Pero San Blas demostró alegría en su semblante y tenía una fuerza sobrenatural que lo sostenía. Después lo llevaron a la cárcel, en la cual obró tantos milagros, que cuando entró enfurecido el Gobernador, ordenó que le despedazasen el cuerpo con uñas de acero, herida tras herida. Corrían arroyos de sangre por todas partes. Siete devotas mujeres, que se preocuparon de recogerla cuidadosamente, encontraron luego el premio de su devoción. Cuando fueron traídas ante el Gobernador, acompañadas de dos pequeños niños, las mandó a que sacrificasen a los dioses bajo pena de su vida. Ellas pidieron que les entreguen los ídolos, y cuando todos creían que iban a sacrificar, vieron que con tan valioso denuedo los arrojaron en una laguna. Por esa demostración ganaron la corona del martirio, cuando allí mismo fueron degolladas junto con los dos niños.
Siguió fuerte San Blas, entonces avergonzado el Gobernador de verse siempre vencido, mandó que lo ahoguen en la misma laguna donde habían sido arrojados los ídolos. Protegiéndose el Santo Mártir con la señal de la cruz, comenzó a caminar sobre las aguas sin hundirse, como si fuera por tierra firme. Llegó a la mitad de la laguna y se sentó serenamente, demostrando a los infieles que sus dioses no tenían ningún poder. Hubo algunos tan necios o corajudos, que quisieron hacer la prueba por su cuenta, pero todos se ahogaron. En ese momento escuchó San Blas una voz que lo llamaba a salir de la laguna para recibir el martirio. Al salir, el gobernador de inmediato le mandó a cortar la cabeza en el año 316.
SAN OSCAR, OBISPO
San Óscar, obispo (también llamado Ascario, Anscario, Ansgar o Anskar) (Amiens, Austrasia; 8 de septiembre de 801 – Brema, Sajonia; 3 de febrero de 865), misionero europeo, el primer arzobispo de Hamburgo y santo patrono de Escandinavia, siendo su día festivo el 3 de febrero. Su biografía fue escrita por san Remberto de Bremen en la Vita Ansgarii.
Fue mandado por Ludovico Pío a ayudar al rey Harald Klak a cristianizar Dinamarca y con el rey Björn på Håga para convertir al cristianismo a Suecia. Óscar inició una misión religiosa en todos los países eslavos y escandinavos, siendo designado arzobispo de Hamburgo en el año 832.
Sin embargo los normandos restituyeron el paganismo en Suecia y Dinamarca en el 845 y Óscar hubo de repetir todo su trabajo. Después frustró otra rebelión pagana y fue reconocido como un santo después de su muerte.