miércoles, 23 de julio de 2014

Miércoles de la semana 16 de tiempo ordinario

Miércoles de la semana 16 de tiempo ordinario

La Palabra de Dios sigue fecundando el mundo, en una siembra que continúa con nuestra colaboración
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga» (Mateo 13,1-9).
1. Empezamos hoy (hasta el viernes de la semana que viene) el capítulo de las parábolas de Jesús: el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla, escondidos, la red que recoge peces buenos y malos. Las parábolas son relatos que en labios de Jesús contienen una lección para enseñar las líneas-fuerza del Reino, con comparaciones llenas de expresividad.
Jesús, no es la primera vez que enseñas desde la barca, para que puedan oírte bien desde la orilla, de manera que puedan también verte, comienzas hoy diciendo: “-He aquí que salió el sembrador a sembrar”...
La siembra divina continúa hoy, como también en época de san Pablo incluso cuando estaba desanimado, porque los habitantes de Corinto, la ciudad pagana, no le hacían mucho caso, y escucha la voz de Cristo que le dice: «No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo... yo tengo un pueblo numeroso en esta ciudad» (Hch l 8,9- l 0). Y, en efecto, Pablo se quedó en Corinto año y medio, «enseñando entre ellos la Palabra de Dios» o sea, sembrando en abundancia.
La comunidad cristiana -los pastores y todos los demás fieles- hemos recibido el encargo de que el mensaje de Cristo llegue a todos, «siembra» divina en el lenguaje de hoy, como recientemente se ha preparado el Catecismo para jóvenes, así lo importante es sembrar, porque la Palabra de Dios tiene una fuerza interior que germina y da fruto también en terrenos hostiles.
Con esperanza y confianza en Dios, somos instrumentos de la iniciativa de Dios, que es  quien hace fructificar nuestros esfuerzos. Nosotros tenemos que sembrar sin tacañería y sin desanimarnos fácilmente por la aparente falta de frutos (J. Aldazábal).
El pobre "sembrador" de la parábola de hoy no tiene buena suerte, en apariencia: los pájaros comen las semillas, antes de que germinen..., luego la plantita es quemada por el sol, antes que pudiera crecer..., por fin la planta que había logrado desarrollarse es sofocada por las malas hierbas... ¿Por qué nos cuentas, Jesús, esta serie de fracasos? Podría pensarse, cuando se llega a este punto de la parábola, que el trabajo del sembrador ha sido completamente inútil. Pues bien, todo ello es imagen del "Reino de Dios"...
A menudo tenemos nosotros la impresión de estar perdiendo el tiempo al tratar de vivir y proclamar el evangelio, y no ver ningún resultado. ¡Señor, contéstanos! ¡Señor, ilumínanos!
-“Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto; unos ciento; otros, sesenta; otros treinta”. He aquí un éxito sorprendente. El fracaso anterior es muy ampliamente compensado. Sí, a pesar de las apariencias contrarias, la cosecha divina será un hecho. Al fin de cuentas el Sembrador no quedará decepcionado: el Reino de Dios tiene asegurado el éxito final... ¡la Palabra de Dios no puede fallar porque Dios es Dios!
«La tierra era buena, el sembrador el mismo, y las simientes las mismas; y sin embargo, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí la diferencia depende también del que recibe, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de una parcela a otra. Ya veis que no tiene la culpa el labrador ni la semilla, sino la tierra que la recibe; y no es por causa de la naturaleza, sino de la disposición de la voluntad» (San Juan Crisóstomo).
«La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa150).
-“¡Quien tenga oídos, que oiga!” A menudo, sí, somos sordos y nuestros corazones están cerrados; no sabemos percibir suficientemente los signos del Reino de Dios, los signos que Dios trabaja en su obra, que la "mies crece" y que "la cosecha 100 por 1" está preparándose... a pesar de las apariencias contrarias. Señor, danos tu modo de ver. Señor, llévanos contigo para sembrar el buen grano (Noel Quesson).
2. –“La asamblea de los hijos de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, el día quince del segundo mes después que salieron de Egipto”. Cuando se está en el desierto se alarga la sensación de tiempo. El desierto es el lugar de la «prueba»: en el vacío de todo en la pobreza, el peligro, el hambre... el hombre se enfrenta consigo mismo. No hay nada que lo distraiga de lo esencial: la vida, la muerte... sobrevivir... subsistir.
-“En el desierto, toda la comunidad de los hijos de Israel empezó a murmurar contra Moisés y su hermano Aarón”. Ese conjunto abigarrado de fugitivos no tiene nada de un pueblo excepcional. Son unos contestatarios de Moisés y de Dios: -«¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos! Nos habéis traído a este desierto para que muramos todos de hambre.» Nosotros también podemos ansiar cosas del pasado, pero hemos de confiar en que vale la pena, a pesar de que, en algún momento, no veamos nada claro. Jesús, enséñanos a ser fieles, día tras día.
-“El Señor dijo a Moisés: "Mira, Yo haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá a recoger cada día la ración cotidiana, así lo pondré a prueba: Veré si obedece o no a mi ley."” Es el «manná», un alimento inesperado que permite sobrevivir en el desierto. El desierto, la prueba, permite al hombre experimentar la providencia divina: no contar tan sólo consigo mismo... sino confiar en otro. En profundidad, es la experiencia de la pobreza. De ese modo su duda, su desánimo, su murmuración puede convertirse en ocasión de progresar en la fe. El manná es justo lo suficiente para cada uno -un «omer», un medio litro por persona-; así, para Dios, no hay ni ricos ni pobres... todos son hermanos, que reciben igual ración. Es todo un ideal. ¡Si, de hecho, fuera así, Señor! El manná –al parecer algunas plantas del desierto destilan algo así, que los beduinos usan para comer- es un alimento frágil, que hay que recoger cada día, que se echa a perder si se provisiona para el día siguiente. Jesús nos repetirá la lección, esta invitación a una confianza cotidiana: "el pan nuestro de cada día dánoslo hoy".
-“El día sexto, la ración será doble a la de los demás días”. El día de descanso el Señor nos quiere con paz: ¿sabemos vivir los domingos con gozo, expansión y apertura, tal como Dios quiere?
-“Cuando vieron esto, los hijos de Israel se decían los unos a los otros: ¿Qué es esto?, que en hebreo es ¿Mûn hû? Ese nombre interrogativo es también un símbolo: ante los dones de Dios, nos sentimos también, a menudo, desconcertados. Muchas cosas no son claras. «¿Qué es esto?» Si, por lo menos, nos formuláramos más a menudo esta pregunta, y a propósito de tantos «dones» como nos concede Dios sin que sepamos reconocerlos (Noel Quesson).
3. El salmo 77, que rezamos hoy, se hace eco del relato: «el Señor les dio pan del cielo... e hizo llover carne como una polvareda y volátiles como arena del mar». Dios siempre aparece dispuesto a ayudar a su pueblo. Se nos pide confianza, el Pan vivo nos da fuerza: «en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan del cielo: es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo... Yo soy el pan de la vida. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne por la vida del mundo».
Llucià Pou Sabaté


Santa Brígida, religiosa

SANTA BRIGIDA era hija de Birgerio, gobernador de Uplandia, la principal provincia de Suecia. La madre de Brígida, Ingerborg; era hija del gobernador de Gotlandia oriental. Ingerborg murió hacia 1315 y dejó varios hijos. Brígida, que tenía entonces doce años aproximadamente, fue educada por una tía suya en Aspenas. A los tres años, hablaba con perfecta claridad, como si fuese una persona mayor, y su bondad y devoción fueron tan precoces como su lenguaje. Sin embargo, la santa confesaba que de joven había sido inclinada al orgullo y la presunción.
La Pasión: centro de su vida
A los siete años tuvo una visión de la Reina de los cielos. A los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en qué estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó la niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi amor." Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.
Matrimonio
Antes de cumplir catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf Gudmarsson, quien era cuatro años mayor que ella. Dios les concedió veintiocho años de felicidad matrimonial. Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre de Santa Catalina de Suecia. Durante algunos años, Brígida llevó la vida de la época, como una señora feudal, en las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la diferencia de que cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos.
En la Corte
Hacia el año 1335, la santa fue llamada a la corte del joven rey Magno II para ser la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur. Pronto comprendió Brígida que sus responsabilidades en la corte no se limitaban al estricto cumplimiento de su oficio. Magno era un hombre débil que se dejaba fácilmente arrastrar al vicio; Blanca tenía buena voluntad, pero era irreflexiva y amante del lujo. La santa hizo cuanto pudo por cultivar las cualidades de la reina y por rodear a ambos soberanos de buenas influencias. Pero, aunque Santa Brígida se ganó el cariño de los reyes, no consiguió mejorar su conducta, pues no la tomaban en serio. 
Las Visiones
La santa empezó tener por entonces las visiones que habían de hacerla famosa. Estas versaban sobre las más diversas materias, desde la necesidad de lavarse, hasta los términos del tratado de paz entre Francia e Inglaterra. "Si el rey de Inglaterra no firma la paz -decía-- no tendrá éxito en ninguna de sus empresas y acabará por salir del reino y dejar a sus hijos en la tribulación y la angustia." Pero tales visiones no impresionaban a los cortesanos suecos, quienes solían preguntar con ironía: "¿Qué soñó Doña Brígida anoche?"
Problemas familiares y peregrinaciones
Por otra parte, la santa tenía dificultades con su propia familia. Su hija mayor se había casado con un noble muy revoltoso, a quien Brígida llamaba "el Bandolero" y, hacia 1340, murió Gudmaro, su hijo menor. Por esa pérdida la santa hizo una peregrinación al santuario de San Olaf de Noruega, en Trondhjem. A su regreso, fortalecida por las oraciones, intentó con más ahinco que nunca volver al buen camino a sus soberanos. Como no lo lograse, les pidió permiso de ausentarse de la corte e hizo una peregrinación a Compostela con su esposo. A la vuelta del viaje, Ulf cayó gravemente enfermo en Arras y recibió los últimos sacramentos ya que la muerte parecía inminente. Pero Santa Brígida, que oraba fervorosamente por el restablecimiento de su esposo, tuvo un sueño en el que San Dionisio le reveló que no moriría. A raíz de la curación de Ulf, ambos esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Viuda, vida religiosa, aumentan las visiones
Según parece, Ulf murió en 1344 en el monasterio cisterciense de Alvastra, antes de poner por obra su propósito. Santa Brígida se quedó en Alvastra cuatro años apartada del mundo y dedicada a la penitencia. Desde entonces, abandonó los vestidos lujosos, solo usaba lino para el velo y vestía una burda túnica ceñida con una cuerda anudada. Las visiones y revelaciones se hicieron tan insistentes, que la santa se alarmó, temiendo ser víctima de ilusiones del demonio o de su propia imaginación. Pero en una visión que se repitió tres veces, se le ordenó que se pusiese bajo la dirección del maestre Matías, un canónigo muy sabio y experimentado de Linkoping, quien le declaró que sus visiones procedían de Dios. Desde entonces hasta su muerte, Santa Brígida comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro, quien las consignó por escrito en latín. Ese período culminó con una visión en la que el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al rey Magno con el juicio divino; así lo hizo Brígida, sin excluir de las amenazas a la reina y a los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y dotó liberalmente el monasterio que la santa había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión.
En Vadstena había sesenta religiosas. En un edificio contiguo habitaban trece sacerdotes (en honor de los doce apóstoles y de San Pablo), cuatro diáconos (que representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho hermanos legos. En conjunto había ochenta y cinco personas. Santa Brígida redactó las constituciones; según se dice, se las dictó el Salvador en una visión. Pero ni Bonifacio IX con la bula de canonización, ni Martín V, que ratificó los privilegios de la abadía de Sión y confirmó la canonización, mencionan ese hecho y sólo hablan de la aprobación de la regla por la Santa Sede, sin hacer referencia a ninguna revelación privada.
En la fundación de Santa Brígida, lo mismo que en la orden de Fontevrault, los hombres estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero en lo espiritual, las mujeres estaban sujetas al superior de los monjes. La razón de ello es que la orden había sido fundada principalmente para las mujeres y los hombres sólo eran admitidos en ella para asegurar los ministerios espirituales. Los conventos de hombres y mujeres estaban separados por una clausura inviolable; tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la misma iglesia, pero las religiosas se hallaban en una galería superior, de suerte que ni siquiera podían verse unos a otros.
El monasterio de Vadstena fue el principal centro literario de Suecia en el siglo XV. A raíz de una visión; Santa Brígida escribió una carta muy enérgica a Clemente VI, urgiéndole a partir de Aviñón a Roma y establecer la paz entre Eduardo III de Inglaterra y Felipe IV de Francia. El Papa se negó a partir de Aviñón pero, en cambio envió a Hemming, obispo de Abo, a la corte del rey Felipe, aunque la misión no tuvo éxito. Entre tanto, el rey Magno, que apreciaba más las oraciones que los consejos de Santa Brígida, trató de hacerla intervenir en una cruzada contra los paganos letones y estonios. Pero en realidad se trataba de una expedición de pillaje. La santa no se dejó engañar y trató de disuadir al monarca. Con ello perdió el favor de la corte, pero no le faltó el amor del pueblo, por cuyo bienestar se preocupaba sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia.
En Roma e Italia
Había todavía en el país muchos paganos, y Sarta Brígida ilustraba con milagros la predicación de sus capellanes. En 1349, a pesar de que la "muerte negra" hacía estragos en toda Europa, Brígida decidió ir a Roma con motivo del jubileo de 1350. Acompañada de su confesor, Pedro de Skeninge y otros, se embarcó en Stralsund, en medio de las lágrimas del pueblo, que no había de volver a verla. En efecto, la santa se estableció en Roma, donde se ocupó de los pobres de la ciudad, en la espera de la vuelta del Pontífice a la Ciudad Eterna. Asistía diariamente a misa a las cinco de la mañana, se confesaba todos los días y comulgaba varias veces por semana (según era permitido en aquella época). El brillo de su virtud contrastaba con la corrupción de costumbres que reinaba entonces en Roma: el robo y la violencia hacían estragos, el vicio era cosa normal, las iglesias estaban en ruinas y lo único que interesaba al pueblo era escapar de sus opresores. La austeridad de la santa, su devoción a los santuarios, su severidad consigo misma, su bondad con el prójimo, su entrega total al cuidado de los pobres y los enfermos, le ganaron el cariño de muchos.  Santa Brígida atendía con particular esmero a sus compatriotas y cada día daba de comer a los peregrinos suecos en su casa que estaba situada en las cercanías de San Lorenzo in Damaso.
Pero su ministerio apostólico no se reducía a la práctica de las buenas obras ni a exhortar a los pobres y a los humildes. En cierta ocasión, fue al gran monasterio de Farfa para reprender al abad, "un hombre mundano que no se preocupaba absolutamente por las almas". Hay que decir que, probablemente, la reprensión de la santa no produjo efecto. Más éxito tuvo su celo por la reforma de otro convento de Bolonia. Allí se hallaba Brígida cuando fue a reunirse con ella su hija, Santa Catalina, quien se quedó a su lado y, fue su fiel colaboradora hasta el fin de su vida. Dos de las iglesias romanas más relacionadas con nuestra santa son la de San Pablo extramuros y la de San Francisco de Ripa. En la primera se conserva todavía el bellísimo crucifijo, obra de Cavallini, ante el que Brígida acostumbraba orar y que le respondió más de una vez; en la segunda iglesia se le apareció San Francisco y le dijo: "Ven a beber conmigo en mi celda". La santa interpretó aquellas palabras como una invitación para ir a Asís. Visitó la ciudad y de allí partió en peregrinación por los principales santuarios de Italia, durante dos años.
Profecías y revelaciones
Las profecías y revelaciones Santa Brígida se referían a las cuestiones mas candentes de su época. Predijo, por ejemplo, que el Papa y el emperador se reunirían amistosamente en Roma. Al poco tiempo así lo hicieron (El Papa Beato Urbano V y Carlos IV, en 1368).  La profecía de que los partidos en que estaba dividida la Ciudad Eterna recibirían el castigo que merecían por sus crímenes, disminuyeron un tanto la popularidad de la santa y aun le atrajeron persecuciones. Brígida fue arrojada de su casa y tuvo que ir con su hija a pedir limosna al convento de las Clarisas.Por otra parte, ni siquiera el Papa escapaba a sus severas admoniciones proféticas.
El gozo que experimentó la santa con la llegada de Urbano a Roma fue de corta duración, pues el Pontífice se retiró poco después a Viterbo, luego a Montesfiascone y aun se rumoró que se disponía a volver a Aviñón.
Al regresar de una peregrinación, a Amalfi, Brígida tuvo una visión en la que Nuestro Señor la envió a avisar al Papa que se acercaba la hora de su muerte, a fin de que diese su aprobación a la regla del convento de Vadstena. Brígida había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma, pero el Pontífice no había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió a Montefiascone montada en su mula blanca. Urbano aprobó, en general, la fundación y la regla de Santa Brígida, que completó con la regla de San Agustín. Cuatro meses más tarde, murió el Pontífice. Santa Brígida escribió tres veces a su sucesor, Gregorio XI, que estaba en Aviñón, conminándole a trasladase a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro años después de la muerte de la santa.
En 1371, a raíz de otra visión, Santa Brígida emprendió una peregrinación a los Santos Lugares, acompañada de su hija Catalina, de sus hijos Carlos y Bingerio, de Alfonso de Vadaterra y otros personajes. Ese fue el último de sus viajes. La expedición comenzó mal, ya que en Nápoles, Carlos se enamoró de la reina Juana I, cuya reputación era muy dudosa. Aunque la esposa de Carlos vivía aún en Suecia y el marido de Juana estaba en España; ésta quería contraer matrimonio con él y la perspectiva no desagradaba a Carlos. Su madre, horrorizada ante tal posibilidad, intensificó sus oraciones. Dios resolvió la dificultad del modo más inesperado y trágico, pues Carlos enfermó de una fiebre maligna y murió dos semanas después en brazos de su madre. Santa Brígida prosiguió su viaje a Palestina embargada por la más profunda pena. En Jaffa estuvo a punto de perecer ahogada durante un naufragio Sin embargo durante, la accidentada peregrinación la santa disfrutó de grandes consolaciones espirituales y de visiones sobre la vida del Señor.
A su vuelta de Tierra Santa, en el otoño de 1372, se detuvo en Chipre, donde clamó contra la corrupción de la familia real y de los habitantes de Famagusta quienes se habían burlado de ella cuando se dirigía a Palestina. Después pasó a Nápoles, donde el clero de la ciudad leyó desde el púlpito las profecías de  Santa Brígida, aunque no produjeron mayor efecto entre el pueblo.
La comitiva llegó a Roma en marzo de 1373. Brígida, que estaba enferma desde hacía algún tiempo, empezó a debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año, después de recibir los últimos sacramentos de manos de su fiel amigo, el Padre Pedro de Alvastra. Tenía entonces setenta y un años. Su cuerpo fue sepultado provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in Panisperna. Cuatro meses después, Santa Catalina y Pedro de Alvastra condujeron triunfalmente las reliquias a Vadstena, pasando por Dalmacia, Austria, Polonia y el puerto de Danzig.
Santa Brígida, cuyas reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada, fue canonizada en 1391 y es la patrona de Suecia.
Visiones y escritos
Uno de los aspectos más conocidos en la vida de Santa Brígida, es el de las múltiples visiones con que la favoreció el Señor, especialmente las que se refieren a los sufrimientos de la Pasión y a ciertos acontecimientos de su época. Por orden del Concilio de Basilea, el Juan de Torquemada, quien fue más tarde cardenal, examinó el libro de las revelaciones de la santa y declaró que podía ser muy útil para la instrucción de los fieles; pero tal aprobación encontró muchos opositores. Por lo demás; la declaración de Torquemada significa únicamente que la doctrina del libro es ortodoxa y que las revelaciones no carecen de probabilidad histórica. El Papa Bcnedicto XIV, entre otros, se refirió a las revelaciones de Santa Brígida en los siguientes términos: "Aunque muchas de esas revelaciones han sido aprobadas, no se les debe el asentimiento de fe divina; el crédito que merecen es puramente humano, sujeto al juicio de la prudencia, que es la que debe dictarnos el grado de probabilidad de que gozan para que crearnos píamente en ellas."
Santa Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió siempre sus revelaciones a las autoridades eclesiásticas y, lejos de gloriarse por gozar de gracias tan extraordinarias, las aprovechó como una ocasión para manifestar su obediencia y crecer en amor y humildad. Si sus revelaciones la han hecho famosa, ello se debe en gran parte a su virtud heroica, consagrada por el juicio de la Iglesia.
El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492.
Las brigidinas tienen unas lecciones de maitines tomadas de sus revelaciones sobre las glorias de María, conocidas con el nombre de "Sermo Angelicus", en recuerdo de las palabras del Señor a la santa: "Mi ángel te comunicará las lecciones que las religiosas de tus monasterios deben leer en maitines, y tú las escribirás tal como él te las dicte".
ORACIONES
Aprobadas por El Papa Pío IX
En la Basílica de San Pablo Extramuros en Roma todavía se puede contemplar, en la capilla del Santísimo Sacramento, el Crucifijo Milagroso ante el cual estuvo arrodillada Santa Brígida cuando recibió estas 15 Oraciones de Nuestro Señor. Allí hay una inscripción conmemorando este evento, en latín: “Pendentis. Pendente Dei verba a accepit aure accipit et verbum corde Brigitta Deum. Anno Jubilei MCCCL”
Por mucho tiempo, Santa Brígida había deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: “Recibí en Mi Cuerpo cinco mil, cuatrocientos ochenta latigazos; son 5.480 azotes. Si queréis honrarlos en verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas”. (Nuestro Señor mismo le dictó las oraciones a la santa.)
Primera Oración
Padrenuestro - Ave Maria.
¡Oh Jesucristo ¡Sois la eterna dulzura de todos los que Os aman; la alegría que sobrepasa todo gozo y deseo; la salvación y esperanza de todos los pecadores. Habéis manifestado no tener mayor deseo que el de permanecer en medio de los hombres, en la tierra. Los amáis hasta el punto de asumir la naturaleza humana, en la plenitud de los tiempos, por amor a ellos. Acordaos de todos los sufrimientos que habéis soportado desde el instante de Vuestra Concepción y especialmente durante Vuestra Sagrada Pasión; así como fue decretado y ordenado desde toda la eternidad, según el plan divino.
Acordaos, Oh Señor, que durante la última cena con Vuestros discípulos les habéis Lavado los pies; y después, les distéis Vuestro Sacratísimo Cuerpo, y Vuestra Sangre Preciosísima. Luego, confortándolos con dulzura, les anunciasteis Vuestra próxima Pasión.
Acordaos de la tristeza y amargura que habéis experimentado en Vuestra Alma, como Vos mismo lo afirmasteis, diciendo
”Mi Alma está triste hasta la muerte.”
Acordaos de todos los temores, las angustias y los dolores que habéis soportado, en Vuestro Sagrado Cuerpo, antes del suplicio de la crucifixión. Después de haber orado tres veces, todo bañado de sudor sangriento, fuisteis traicionado por Vuestro discípulo. Judas; apresado por los habitantes de una nación que habíais escogido y enaltecido. Fuisteis acusado por falsos testigos e injustamente juzgado por tres jueces; todo lo cual sucedió en la flor de Vuestra madurez, y en la solemne estación pascual.
Acordaos que fuisteis despojado de Vuestra propia vestidura, y revestido con manto de irrisión. Os cubrieron los Ojos y la Cara infligiendo bofetadas. Después, coronándoos de espinas, pusieron en Vuestras manos una caña. Finalmente, fuisteis atado a la columna, desgarrado con azotes y agobiado de oprobios y ultrajes.
En memoria de todas estas penas y dolores que habéis soportado antes de Vuestra Pasión en la Cruz concededme antes de morir, una contrición verdadera, una confesión sincera y completa, adecuada satisfacción; y la remisión de todos mis pecados. Amén.
Segunda Oración.
Padrenuestro - Ave Maria
¡Oh Jesús, la verdadera libertad de los ángeles y paraíso de delicias! Acordaos del horror y la tristeza con que fuisteis oprimido, cuando Vuestros enemigos como leones furiosos, os rodearon con miles de injurias: salivazos, bofetadas, laceraciones, arañazos y otros suplicios inauditos. Os atormentaron a su antojo. En consideración a estos tormentos y a las palabras injuriosas, Os suplico. ¡Oh mi Salvador, y Redentor! que me libréis de todos mis enemigos visibles e invisibles y que bajo Vuestra protección, hagáis que yo alcance la perfección de la salvación eterna. Amén.
Tercera Oración.
Padrenuestro - Ave Maria.
¡Oh Jesús, Creador del Cielo y de la Tierra, al que nada puede contener ni limitar! Vos abarcáis todo; y todo es sostenido bajo Vuestra amorosa potestad. Acordaos del dolor muy amargo que sufristeis cuando los judíos, con gruesos clavos cuadrados, golpe a golpe clavaron Vuestras Sagradas Manos y Pies a la Cruz. Y no viéndoos en un estado suficientemente lamentable para satisfacer su furor, agrandaron Vuestras Llagas, agregando dolor sobre dolor. Con indescriptible crueldad. Extendieron Vuestro Cuerpo en la Cruz. Y con jalones y estirones violentos, en toda dirección, dislocaron Vuestros Huesos.
¡Oh Jesús!, en memoria de este santo dolor que habéis soportado con tanto amor en la Cruz, Os suplico concederme la gracia de temeros y amaros. Amén.
Cuarta Oración.
Padrenuestro - Ave María.
O Jesús, Médico Celestial! elevado en la Cruz para curar nuestras llagas con las Vuestras! Acordaos de las contusiones y los desfallecimientos que habéis sufrido en todos Vuestros Miembros; y que fueron distendidos a tal grado, que no ha habido dolor semejante al Vuestro. Desde la cima de la cabeza hasta la planta de los pies, ninguna parte de Vuestro Cuerpo estaba exenta de tormentos. Sin embargo, olvidando todos Vuestros sufrimientos, no dejasteis de pedir por Vuestros enemigos, a Vuestro Padre Celestial, diciéndole: “ Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”
Por esta inmensa misericordia, y en memoria de estos sufrimientos, Os hago esta súplica: conceded que el recuerdo de Vuestra muy amarga Pasión, nos alcance una perfecta contrición, y la remisión de todos nuestros pecados. Amén.
Quinta Oración.
Padrenuestro - Ave María.
¡Oh Jesús!, ¡Espejo de Resplandor Eterno! Acordaos de la tristeza aguda que habéis sentido al contemplar con anticipación, las almas que habían de condenarse. A la luz de Vuestra Divinidad, habéis vislumbrado la predestinación de aquellos que se salvarían, mediante los méritos de Vuestra Sagrada Pasión. Simultáneamente habéis contemplado tristemente la inmensa multitud de réprobos que serian condenados por sus pecados; y Os habéis quejado amargamente de esos desesperados, perdidos y desgraciados pecadores.
Por este abismo de compasión y piedad y principalmente por la bondad que demostrasteis hacia el buen ladrón, diciéndole: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, hago esta súplica, Dulce Jesús. Os pido que a la hora de mi muerte tengáis misericordia de mí. Amén.
Sexta Oración.
Padrenuestro - Ave Maria.
¡Oh Jesús. Rey infinitamente amado y deseado! Acordaos del dolor que habéis sufrido, cuando, desnudo y como un crimina! común y corriente, fuisteis clavado y elevado en la Cruz. También! fuisteis abandonado de todos Vuestros parientes y amigos con la excepción de Vuestra muy amada Madre. En Vuestra agonía, Ella permaneció fiel junto a Vos; luego, la encomendasteis a Vuestro fiel discípulo, Juan, diciendo a Maria: “mujer, he aquí a tu hijo!” Y a Juan: “ He aquí a tu Madre!
Os suplico, Oh mi Salvador, por la espada de dolor que entonces traspasó el alma de Vuestra Santísima Madre, que tengáis compasión de mí. Y en todas mis aflicciones y tribulaciones, tanto corporales como espirituales, ten piedad de mí. Asistidme en todas mis pruebas, y especialmente en la hora de mi muerte. Amén.
Séptima Oración.
Padrenuestro - Ave Maria
¡Oh Jesús, inagotable Fuente de compasión, ten compasión de mí! En profundo gesto de amor, habéis exclamado en la Cruz: “Tengo sed” Era sed por la salvación del género humano. Oh mi Salvador os ruego que inflaméis nuestros corazones con el deseo de dirigirnos a la perfección, en todas nuestras obras. Extinguid en nosotros la concupiscencia carnal y el ardor de los apetitos mundanos. Amén.
Octava Oración.
Padrenuestro - Ave María.
¡Oh Jesús, Dulzura de los corazones y Deleite del espíritu! Por el vinagre y la hiel amarga que habéis probado en la Cruz, por amor a nosotros, oíd nuestros ruegos. Concedednos la gracia de recibir dignamente Vuestro Sacratísimo Cuerpo y Sangre Preciosísima durante nuestra vida, y también a la hora de la muerte para servir de remedio y consuelo a nuestras almas. Amén.
Novena Oración
Padrenuestro - Ave María.
¡Oh Jesús, Virtud real y gozo del alma! Acordaos del dolor que habéis sentido, sumergido en un océano de amargura, al acercarse la muerte, insultado y ultrajado por los judíos. Clamasteis en alta voz que habíais sido abandonado por Vuestro Padre Celestial, diciéndole: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Por esta angustia, Os suplico, Oh mi Salvador, que no me abandonéis en los terrores y dolores de mi muerte. Amén.
Décima Oración
Padrenuestro -Ave Maria.
¡Oh Jesús. Principio y Fin de todas las cosas. Sois la Vida y la Virtud plena! Acordaos que por causa nuestra fuisteis sumergido en un abismo de penas, sufriendo dolor desde la planta de los Pies hasta la cima de la Cabeza. En consideración a la enormidad de Vuestras Llagas, enseñadme a guardar, por puro amor a Vos, todos Vuestros Mandamientos; cuyo camino de Vuestra Ley Divina es amplio y agradable para aquellos que Os aman, Amén.
Undécima Oración
Padrenuestro - Ave Maria.
¡Oh Jesús! ¡Abismo muy profundo de Misericordia! En memoria de las llagas que penetraron hasta la médula de Vuestros Huesos y Entrañas, para atraerme hacia Vos, presento esta súplica. Yo, miserable pecador, profundamente sumergido en mis ofensas, pido que me apartéis del pecado. Ocultadme de Vuestro Rostro tan justamente irritado contra mí. Escondedme en los huecos de Vuestras Llagas hasta que Vuestra cólera y justìsíma indignación hayan cesado. Amén.
Duodécima Oración
Padrenuestro - Ave Maria.
¡Oh Jesús! Espejo de la Verdad, Sello de la Unidad. y Vínculo de la Caridad! Acordaos de la multitud de Llagas con que fuisteis herido, desde la Cabeza hasta los Pies. Esas Llagas fueron laceradas y enrojecidas, Oh dulce Jesús, por la efusión de Vuestra adorable Sangre. ¡Oh, qué dolor tan grande y repleto habéis sufrido por amor a nosotros, en Vuestra Carne virginal! ¡Dulcísimo Jesús! ¿Qué hubo de hacer por nosotros que no habéis hecho? Nada falta. ¡Todo lo habéis cumplido! ¡Oh amable y adorable Jesús! Por el fiel recuerdo de Vuestra Pasión, que el Fruto meritorio de Vuestros sufrimientos sea renovado en mi alma. Y que en mi corazón, Vuestro Amor aumente cada día hasta que llegue a contemplaros en la eternidad. ¡Oh Amabilísimo Jesús! Vos sois el Tesoro de toda alegría y dicha verdadera, que Os pido concederme en el Cielo. Amén.
Décima-Tercera Oración
Padrenuestro - Ave María.
¡Oh Jesús! ¡Fuerte León, Rey inmortal e invencible! Acordaos del inmenso dolor que habéis sufrido cuando, agotadas todas Vuestras fuerzas, tanto morales como físicas, inclinasteis la Cabeza y dijisteis: “Todo está consumado”. Por esta angustia y dolor, os suplico, Señor Jesús, que tengáis piedad de mí en la hora de mi muerte cuando mi mente estará tremendamente perturbada y mi alma sumergida en angustia. Amén.
Décima-Cuarta Oración.
Padrenuestro - Ave María.
¡Oh Jesús! ¡Unico Hijo del Padre Celestial! esplendor y semejanza de su Esencia! Acordaos de la sencilla y humilde recomendación que hicisteis de Vuestra Alma, a Vuestro Padre Eterno, diciéndole: “¡Padre en Tus Manos encomiendo Mi Espíritu!” Desgarrado Vuestro Cuerpo, destrozado Vuestro Corazón, y abiertas las Entrañas de Vuestra misericordia para redimirnos, habéis expirado. Por Vuestra Preciosa Muerte, Os suplico, Oh Rey de los santos, confortadme. Socorredme para resistir al demonio, la carne y al mundo. A fin de que, estando muerto al mundo, viva yo solamente para Vos. Y a la hora de mi muerte, recibid mi alma peregrina y desterrada que regresa a Vos. Amén.
Décima-Quinta Oración.
Padrenuestro-Ave María.
¡Oh Jesús! ¡Verdadera y fecunda Vid! Acordaos de la abundante efusión de Sangre que tan generosamente habéis derramado de Vuestro Sagrado Cuerpo. Vuestra preciosa Sangre fue derramada como el jugo de la uva bajo el lagar.
De Vuestro Costado perforado por un soldado, con la lanza, ha brotado Sangre y agua, hasta no quedar en Vuestro Cuerpo gota alguna. Finalmente, como un haz de mirra, elevado a lo alto de la Cruz., la muy fina y delicada Carne Vuestra fue destrozada; la Substancia de Vuestro Cuerpo fue marchitada; y disecada la médula de Vuestros Huesos. Por esta amarga Pasión, y por la efusión de Vuestra preciosa Sangre, Os suplico, Oh dulcísimo Jesús, que recibáis mi alma, cuando yo esté sufriendo en la agonía de mi muerte. Amén.
Conclusión.
¡Oh Dulce Jesús! Herid mi corazón, a fin de que mis lágrimas de amor y penitencia me sirvan de pan, día y noche. Convertidme enteramente, Oh mi Señor, a Vos. Haced que mi corazón sea Vuestra Habitación perpetua. Y que mi conversación Os sea agradable. Que el fin de mi vida Os sea de tal suerte loable, que después de mi muerte pueda merecer Vuestro Paraíso; y alabaros para siempre en el Cielo con todos Vuestros santos. Amén.

«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es echado fuera como los sarmientos y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.» (Juan 15, 1-8)
1º. Jesús, ésta es una de tus comparaciones más profundas en todo el Evangelio.
«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.»
Tú eres el tronco de donde me viene la vida espiritual, tu misma vida: la vida de la gracia.
Si estoy unido a Ti, recibiré la savia que me hace crecer y dar fruto. «Permaneced en mí y yo en vosotros.»
Tú quieres vivir en mí, en mi alma, pero necesitas que yo quiera permanecer en Ti, que te ame por encima de todas las cosas.
Si me desengancho o si sigo unido pero sin aprovechar la savia -los medios que me das para dar fruto-, Dios Padre me cortará, es decir, me echará fuera, no me reconocerá como de su familia; pierdo entonces la condición de hijo de Dios y también la herencia que le es propia: el Cielo.
Si estoy unido a Ti, Jesús, si recibo tu gracia a través de la oración, los sacramentos y las buenas obras, daré fruto; y entonces Dios Padre me podará: «todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.»
Por eso, no me puedo quejar cuando me envías algún sufrimiento: son sacrificios que me mejoran por dentro, que me unen más a Ti y, por ello, son como la poda, que duele pero que posibilita el dar más fruto.
2º. «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. «Porque sin mino podéis hacer nada» (Amigos de Dios.- 254).
Jesús, sin Ti no puedo nada.
Al menos, nada en el plano espiritual; y también puedo muy poco en el plano humano, porque cuando las cosas cuestan me desanimo y me echo para atrás.
Me convierto entonces en ese palitroque seco, agostado, estéril, tirado en el suelo, enterrado en mis propios defectos, comodidades y deseos, que sólo sirve para el fuego o para que los demás lo pisoteen con desprecio.
«Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá.»
Jesús, prometes escucharme en la oración si te pido con una fe real, no la del sarmiento seco que, por fuera, sigue unido a la vid pero es incapaz de recibir la savia.
«La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (CEC.- 2732).
Jesús, Tú esperas que dé mucho fruto: fruto de santidad y de apostolado, fruto de trabajo bien hecho, fruto de solidaridad con los que más lo necesitan, fruto de paz, de comprensión con todos los hombres, fruto de amistad verdadera, fruto de amor y de servicio a los que me rodean, fruto de fidelidad a tu Iglesia.
Ayúdame a no separarme nunca de Ti.
«En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.»

lunes, 21 de julio de 2014

Martes de la semana 16 de tiempo ordinario

Martes de la semana 16 de tiempo ordinario

La relación de Dios con su pueblo es de fe, y crea un vínculo, que irá haciéndose fuerte hasta formar una familia, la de los hijos de Dios, en la fidelidad
“En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él. Uno se lo avisó: -«Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. » Pero Él contestó al que le avisaba: -«¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?» Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: -«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre»”(Mateo 12, 46-50).
1. –“Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él”. Jesús, gracias por ser uno de los nuestros, con una madre, María; primos -llamados aquí "hermanos" según la costumbre de algunos pueblos-; con tu lengua aramea.
Cuando se lo dicen, Jesús responde: "¿Quién es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos?"” Jesús, quisiste revelarnos algo muy importante: -“Señalando con la mano a sus discípulos dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos". ¡Extraordinaria revelación! El discípulo es de la familia, pariente de Jesús. Genera un intercambio de corazón a corazón entre "hermanos y hermanas de Jesús". Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad. Me hace pensar:¿qué debo cambiar en mis relaciones con mis hermanos?
La madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir. Jesús, que luego les atendería con toda amabilidad, ahora aprovecha para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a Él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». No niegas, Señor, los valores de la familia humana, sino que fundas la Iglesia, por encima de razas y con vocación universal, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. No fundada en criterios de sangre o de raza, son los que creen en ti y cumplen la voluntad de su Padre, tu nueva familia que empezó con Santa María y San José, los primeros creyentes. No basta con estar bautizado, con “estar” en la Iglesia: hay que “ser”, pues la fe tiene consecuencias en la vida.
-“El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo. Ese es hermano mío y hermana y madre”. «Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (CEC 2233). La característica esencial del discípulo de Jesús: es "hacer la voluntad de Dios". El que actúa así es un verdadero pariente de Jesús. Entrar en comunión con Dios, haciendo su Voluntad... Es, al mismo tiempo, entrar en comunión con innumerables hermanos y hermanas que tratan, ellos también, de hacer esa misma voluntad (Noel Quesson).
Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús. Santa María sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mí según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes. Cuando acudimos a la Eucaristía, a veces no conocemos a las personas que tenemos al lado. Pero también ellas son creyentes y han venido, lo mismo que nosotros, a escuchar lo que Dios nos va a decir, a rezar y cantar, a celebrar el gesto sacramental de la comunión con el Resucitado. Ahí es donde podemos acordarnos de que la familia a la que pertenecemos como cristianos es la de los creyentes en Jesús, que intentan cumplir en sus vidas la voluntad de Dios. Por eso, todos con el mismo derecho podremos elevar a Dios la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro, que estás en el cielo...» (J. Aldazábal).
Esta filiación divina adoptiva tiene alguna semejanza con algunos ejemplos de la historia, como los emperadores romanos elegían hijos adoptivos para sus sucesores, prefiriéndolos a sus hijos naturales, para escogerlos bien en sus cualidades… Jesús edifica su religión no sobre las relaciones familiares de sangre, sino que forma una familia sobre una comunidad de fe y de amor. Libremente, quienes aceptan a Jesús y hacen la voluntad de Dios Padre son considerados por Él como de su propia familia. Así, “mi Padre que está en los cielos” se amplía al “Padre nuestro”, y “hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir” (Catecismo 2233).
Las palabras de Jesús son un elogio para su madre: “ella hizo la voluntad de mi Padre. Esto es lo que en ella ensalza el Señor: que hizo la voluntad de su Padre, no que su carne engendró la carne (…). Mi Madre a quien proclamáis dichosa, lo es precisamente por su observancia de la Palabra de Dios, no porque se haya hecho en Ella carne el Verbo de Dios y haya habitado entre nosotros, sino más bien porque fue fiel custodio del mismo Verbo de Dios, que la creó a Ella y en Ella se hizo carne” (S. Agustín).
2. El paso del Mar Rojo es como el artículo fundamental de su fe: Dios ha salvado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Es también imagen de la pascua y de nuestro bautismo, por eso lo recordamos en la Vigilia Pascual. Se han mitificado algunos pasajes históricos, sobre la gran victoria de Dios contra los enemigos de Israel. No sabemos qué pasó exactamente, pero sin duda hubo elementos de la naturaleza extraordinarios: aguas bajas, fuerte viento del este que secó las aguas más superficiales de aquel paso. Los egipcios obcecados por darles alcance, y las aguas que volvían a su cauce en terreno pantanoso, que fue la ruina de sus carros y de todos ellos… y «aquel día el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto: Israel vio la mano grande del Señor y temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo».
Cuentan los estudiosos que el texto contiene diferentes tradiciones: el prodigio de la separación de las aguas de la mano de Moisés (tradición sacerdotal), Dios y el viento (yavista), el ángel de Dios (elohista). La iniciativa es divina, en la salvación y constitución del pueblo. La tradición cristiana ha establecido siempre un paralelo entre ese paso por el agua y el bautismo del nuevo Pueblo de Dios.
-“Moisés extendió el brazo sobre el mar. El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar”. Dios no está menos presente en los fenómenos naturales. La salida del sol. La caída de la lluvia. El viento que deseca. Cosas corrientes en que por la fe podemos leer la obra de Dios. ¡Señor, te doy gracias por todo lo que haces por nosotros!
-“Los hijos de Israel entraron en medio del mar a pie enjuto... mientras que las aguas envolvieron a los egipcios y cubrieron el ejército de Faraón, sus carros y sus guerreros...” Maravillosa epopeya popular. Escena inolvidable. Todo un símbolo. Se hizo justicia: los débiles y los pobres ganaron a los poderosos, los opresores quedaron aniquilados. Es evidente que las cosas no suelen resolverse tan fácilmente. Pero ¿por qué se impide a los débiles y a los pobres soñar en la liberación radical de sus desgracias? El bautismo, con su simbolismo, asume los dos aspectos de este acontecimiento: el mal se aniquila, se destruye el pecado original, el agua destruye... y surge la vida divina, la salvación se hace presente, el agua vivifica... El libro de la Sabiduría ve el relato como una alabanza a Dios que libra a Israel (19,6-9). Es Jesús quien nos hace pasar de la muerte a la vida en el mar rojo de su sangre, por su muerte, por la pasión, por su bautismo que es el nuestro, y así nuestro bautismo será el preludio de lo que pasará con nuestra muerte… paso previo a la resurrección, y necesario… San Pablo ve en las aguas del Mar Rojo la imagen de las aguas bautismales: “bajo el mando de Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Co 10,2). El mito de Caronte, el barquero de la muerte, queda así superado… es la fe la que nos lleva a confiar en este paso…
-“Aquel día, el Señor salvó a Israel”... He ahí la clave interpretativa de esta epopeya: su óptica es netamente religiosa. Se trata de una asistencia divina en una situación desesperada, humanamente hablando: ¡Dios salva! Dios mismo se hace más presente en el ángel del Señor, dirige las operaciones, interviene directamente; Moisés, por su parte, cumple las órdenes del Señor y actúa como su vicario; los hijos de Israel colaboran dócilmente como beneficiarios del prodigio. Pero también los elementos cósmicos intervienen: la columna de humo que era guía diurna oscurece ahora el camino a los egipcios; la noche, símbolo del mal, se convierte, como en la Pascua, en tiempo de la intervención divina; el viento cálido del este, siempre temido por sus efecto nocivos, resulta ser benéfico; y las aguas del mar, símbolo tantas veces del abismo y del mal, facilitan el paso glorioso de los hijos de Israel (Biblia de Navarra).
Dios protege a su pueblo, libra del peligro a sus elegidos: “tú también, si te apartas de los egipcios y huyes lejos del poder de los demonios –comenta Orígenes-, verás cuán grandes auxilios te estarán preparados cada día y cuánta protección tendrás en tu apoyo. Únicamente se te pide que permanezcas fuerte en la fe y que no te aterren ni la caballería egipcia ni el ruido de sus carros (…) comprende la bondad de Dios creador: si te sometes a su voluntad y sigues su Ley, Él hará que las criaturas cooperen contigo incluso en contra de su naturaleza si fuera preciso”.
«Jesús» significa precisamente «Dios salva» (Mt 1,21). Ahora bien, Dios es siempre el mismo. Todavía HOY Dios actúa para luchar contra todo mal y para salvar. Donde existe el pecado, existe también una acción salvadora de Dios. En nuestras revisiones de vida, tenemos que habituarnos a contemplar la Presencia de Dios en el seno mismo de las situaciones donde el mal parece que triunfa. Israel vio la mano fuerte que el Señor había desplegado... (Noel Quesson).
3. El pueblo temió al Señor... Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron ese cántico al Señor. Esta «acción de gracias» no es un canto de guerra, sino un canto de amor. Este es, junto con el de Débora, uno de los más antiguos himnos de Israel (probablemente ya existía en XIII a.C.): «cantemos al Señor, sublime es su victoria... al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas...». En el pregón pascual cantamos: «ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo»; era la primera pascua. Esa pascua es figura de la segunda, la de Cristo, que pasa a la Nueva Vida de Resucitado a través de la muerte: «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo»; esa pascua de Jesús nos ha salvado a todos, por las aguas del Bautismo experimentamos esa luz, esa libertad: «esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos».
Llucià Pou Sabaté


Santa María Magdalena

Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos (Mc 16, 9). Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en la Iglesia occidental.
La historia de María Magdalena es una de las más conmovedoras del Evangelio y también de las más enigmáticas. Se debate si la mujer que relatan varios pasajes del Evangelio es una o tres mujeres:
1- La pecadora que unge los pies del Señor. (Lc., VII, 37-50).
2- María Magdalena, la posesa liberada por Jesús, que se integró a las mujeres que le asistían (Lc. VIII; Jn XX, 10-18) hasta la crucifixión y resurrección.
3- María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta. (Lc., X, 38-42).
La liturgia romana, siguiendo la tradición de los Padres Latinos (incluyendo a Gregorio Magno) identifican los tres pasajes del Evangelio como referentes a la misma mujer: María Magdalena. La liturgia griega, siguiendo a los Padres griegos, sin embargo, las reconocen como tres mujeres distintas.  La cuestión sigue abierta.
El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena utilizando las referencias a su encuentro con Jesús resucitado.
La Pecadora que unge los pies del Señor en Galilea
San Lucas hace notar que era una "pecadora pública" pero no especifica que haya sido una prostituta.
Cristo cenaba en la casa de un fariseo donde la pecadora se presentó y al momento se arrojó al suelo frente al Señor, se echó a llorar y le enjugó los pies con sus cabellos. Después le ungió con el perfume que llevaba en un vaso de alabastro. El fariseo interpretó el silencio y la quietud de Cristo como  aprobación del pecado y murmuró en su corazón. Jesús le recriminó por sus pensamientos. Primero le preguntó en forma de parábola cuál de dos deudores debe mayor agradecimiento a su acreedor: aquél a quien se perdona una deuda mayor, o al que se perdona una suma menor. Y descubriendo el sentido de la parábola, le dijo directamente:
"¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ella me los ha lavado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; en cambio ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza y ella me ha ungido los pies. Por ello, te digo que se le han perdonado muchos pecados, pues ha amado mucho. En cambio, aquél a quien se perdona menos, ama menos". Y volviéndose a la mujer, le dijo: "Perdonados te son tus pecados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz". (Lc. 7)
La discípula de Jesús, liberada de siete demonios
En el capítulo siguiente, San Lucas, habla de los viajes de Cristo por Galilea, dice que le acompañaban los apóstoles "y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios" (Lucas 8:2).  Lucas no especifica ni niega que sea la misma pecadora que unge a Jesús, pero ciertamente se trata de una pecadora y es la misma persona que en Marcos 16:9 es testigo de la resurrección. 
La hermana de Marta y Lázaro, residentes de Betania
Más adelante Lucas narra que, en "cierta población", el Señor fue recibido por Marta y su hermana María. Probablemente las dos hermanas se habían ido a vivir a Betania con su hermano Lázaro, a quien el Señor había resucitado a petición de ellas. Dada la mala reputación que tenía María en Galilea no sería extraño que los tres hermanos se mudaran a Betania (Judea).
Marta se ocupaba con afán de atender al Señor y le pide que dijese a su hermana que le ayudase, pues María estaba a los pies de Cristo para escuchar cuanto decía. El Señor respondió: "Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas y sólo hay una necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada" (Lc. 10:41). 
Segunda unción con perfume
San Juan en el cap. 12 (cf. Mat., XXVI; Mc, XIV) identifica claramente a María de Betania como la mujer que, en la víspera de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, le ungió los pies y los enjugó con sus cabellos, de manera que "la casa se llenó del olor del perfume".  Esto ocurrió cuando Jesús cenaba con la familia de Lázaro en Betania. San Juan nos dice que Jesús los amaba.
¿Es María de Betania también la protagonista de la primera unción ocurrida en Galilea?. Creemos que sí porque un capítulo antes de que ocurra la unción en Betania, es decir en Jn11,2, San Juan se refiere ya a esta María como "aquella que ungió los pies del Señor" (he aleipsasa).
Si es así, María la pecadora se había convertido en contemplativa a los pies del Señor, escogiendo la mejor parte. San Juan pone de relieve el poder transformador de Jesucristo sobre las almas. La que era posesa ahora es contemplativa. Una profunda enseñanza sobre la misión de Jesucristo quien ha venido a perdonar y salvar a los pecadores.
Tampoco faltaron criticas en la segunda unción. Judas se escandalizó, no por generosidad con los pobres, sino por avaricia, y aun los otros discípulos interpretaron la conducta de María como un exceso. Pero el Señor reivindicó esta unción como había hecho la anterior:
"¡Dejadla en paz! ¿Por qué la molestáis? Buena obra es la que ha hecho conmigo. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Esta mujer ha hecho lo que ha podido, adelantándose a ungir mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo que dondequiera que se predique este evangelio sobre la faz de la tierra, se dirá lo que ella ha hecho por mí". (Mt.26)
San Juan Crisóstomo comenta: "Y así ha sucedido en verdad. Por dondequiera que vayáis oiréis alabar a esta mujer . . . Los habitantes de Persia, de la India, . . . de Europa, celebran lo que ella hizo con Cristo
Al pié de la Cruz
En la hora del Calvario, mientras casi todos abandonan a Jesús, allí  estaba María Magdalena. ¡Cuanto se lo agradecería Jesús y la Virgen María!   "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena". Juan 19:25
Entre las que siguieron a Jesús en Galilea ahora siguen a Jesús al Calvario
"Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo". Mateo 27:55-56
Sentada en el sepulcro
Después que José de Arimatea entierra a Jesús y se fue, María Magdalena quiso quedarse. "Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro". -Mateo 27:61 
Es coherente pensar que quién tuvo el amor y la valentía de exponerse para lavarle al Señor los pies con su cabello fuese capaz de estar con el en la cruz y después permanecer amorosamente ante su cuerpo yacente. 
Da testimonio de Cristo Resucitado
María Magdalena, con la otra María fueron las primeras en ir al sepulcro el domingo de Resurrección: "Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" (Mateo 28:1)  Iban con los perfumes para embalsamarlo... Descubrieron así que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor. 
"Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios". (Marcos 16:9)
María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado.
Jesús la llamó: "¡María!" Y ella, al volverse, exclamó: "¡Maestro!" Y Jesús añadió: "No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20:17) 
El hijo de Dios quiso enseñarnos el alcance de su amor y de su poder redentor santificando a una pecadora, adentrándola en su infinita misericordia y enviándola a anunciar la resurrección a los Apóstoles.
María Magdalena es gran ejemplo para todos. No se dejó paralizar ni por sus pecados del pasado ni por las opiniones humanas. Creyó de todo corazón en las promesas del Señor y alcanzó la meta. Aquella de quién Jesús dijo que se adelantó para "ungir su cuerpo para la sepultura", no puede ahora ungir Su cadáver porque ha Resucitado.  Aquella de quién dijo que "dondequiera que se predique el evangelio se dirá lo que ha hecho por mi" no podía ahora ser excluida del Evangelio porque es la primera persona testigo de su principal evento: La Resurrección del Señor. A la que mucho amó mucho se le perdonó y mucho continuó amando hasta llegar a participar en la gloria del Señor. 
Tradiciones sobre la vida posterior de María Magdalena
La tradición oriental afirma que, después de Pentecostés, María Magdalena fue a vivir a Efeso con la Virgen María y San Juan y que murió ahí. A mediados del siglo VIII, San Wilibaldo visitó en Efeso el santuario de María Magdalena.  En el 886 fueron llevadas sus reliquias a Constantinopla.
Según la tradición francesa muy difundida en occidente, María Magdalena fue con Lázaro y Marta a evangelizar la Provenza, Francia y pasó los últimos treinta años de su vida en los Alpes Marítimos, en la caverna de La Sainte Baume. Poco antes de su muerte, fue trasladada milagrosamente a la capilla de San Maximino, donde recibió los últimos sacramentos y fue enterrada por el santo.
La primera mención del viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad es muy popular la peregrinación a dicho convento y a la Sainte Baume. Pero las investigaciones modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local francesa, hay que confesar que se trata de una fábula. Volvamos pues al Evangelio. 
La pecadora fue perdonada por Jesús. Se cumplió en ella el Salmo 51 "Un corazón humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia".
María Magdalena es la mujer que fue fiel a Jesús hasta el final y que El escogió para ser testigo de la Resurrección ante los apóstoles.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos.
Pope, Hugh; Catholic Encyclopedia, Vol IX. 1910
Sálesman, Vida de los Santos

SANTA MARÍA MGDALENA
Historia de un Amor apasionado
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: -«Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: -«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. » Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: -«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: -«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: -«¡María!» Ella se vuelve y le dice: -«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: -«Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."» María Magdalena fue y anunció a los discípulos: -«He visto al Señor y ha dicho esto» (Juan 20,1.11-18).
1. María Magdalena va al sepulcro del Señor. No se para antes las dificultades de quién le quitaría la losa: va. En esa intuición que la guía, hay algo que nota en el ambiente, y es clara la alusión al Cantar (3,1: “Por la noche, buscaba al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré”). La Magdalena intuye lo que no sabe todavía, y es que cesó la primera caída de Adán con la nueva creación que es la Resurrección, que hace nuevas todas las cosas por la Pascua y la redención: el paso de “la tiniebla” de la muerte, el nuevo día ha comenzado ya que la muerte ha triunfado.
Fue corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto». La reacción de María es de alarma. Avisa a los dos discípulos por separado. Se siente perdida sin Jesús. Hay una actitud de búsqueda. Él era su fuerza y su punto de referencia; queda ella misma sin ánimos y sin norte.
María vuelve junto al sepulcro, fuera, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el cuerpo de Jesús. Le preguntaron ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les dijo: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». María no se separa del sepulcro, donde puede encontrar a Jesús. Colocados los ángeles a un lado y a otro, como los querubines del arca de la alianza (Éx 25,18), custodian el lugar donde ha brillado la gloria de Dios. Ella había cambiado radicalmente su vida para consagrarse completamente al amor de Jesucristo, y sin embargo, ahora no lo encuentra. Llora desconsolada.
Jesús, no quieres que pase mucho tiempo con su pena. ¿Te apareces bajo la forma del jardinero? A mí también me parece que te “escondes”, en ocasiones no te encuentro con la facilidad de antes, veo personas desconsoladas que no te ven. Quizá nos pasa como a María, que te tiene delante y no te ve. Delante de nosotros en esa situación difícil, en ese fracaso aparente, en las pequeñas cruces de todos los días. Y nos preguntas, ¿por qué lloras? ¿No te has dado cuenta que he resucitado y estoy contigo para siempre? Te pido, Señor, abrir los ojos de la fe. “¡Levántate tú que duermes, y te iluminará Cristo!” nos anuncia la liturgia pascual. Pero podríamos decir también, levántate tú que estás abatido, triste, confundido, y sal al encuentro del Resucitado. Él ha olvidado ya tu pasado, tus traiciones e infidelidades. Él quiere secar hoy tus lágrimas. Es por eso que, como con María Magdalena, quiere iniciar contigo ahora un diálogo de corazón a Corazón...  María Magdalena es modelo de los que buscan a Jesús. “Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas” (S. Gregorio Magno).
Detrás de cada lágrima, está Jesús que las enjuga. Detrás de cada búsqueda está Jesús que pronuncia nuestro nombre y nos invita a vivir. La memoria de María Magdalena es la memoria de un amor posible cuando todo parece perdido. Cuando María Magdalena escucha en su conciencia descubre que el Maestro está vivo. En el corazón de María Magdalena todavía hay oscuridad, la invade la tristeza y la angustia y Juan lo expresa diciendo que ella va de madrugada al sepulcro cuando todavía está oscuro. Sin embargo, los obstáculos para reconocer al Resucitado empiezan a desaparecer: Su tristeza se convierte en asombro, la piedra que tapaba la tumba ha dejado la entrada libre, el sepulcro está vacío. Siente la necesidad de compartir esta primera experiencia por eso va a contarla a sus compañeros y se regresa nuevamente al sepulcro y vio que Jesús estaba allí pero no lo reconoció, cuando cae en la cuenta de que el sepulcro está vacío, llora. Jesús viéndola llorar le pregunta: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Pero ella necesita desahogarse, llora a un cadáver, llora un pasado del cual no ha podido desprenderse, ella le responde al que cree que es el encargado del huerto: Dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré, está dispuesta a seguir arrastrando su pasado, pero Jesús la hace reaccionar, con su tono acostumbrado la llama por su nombre y con esa clave ella reconoce al resucitado (Servicio Bíblico Latinoamericano). Ella despierta del sepulcro de un pasado de penas, para abrirse a lo nuevo. “No llores porque las nubes no te dejan ver el sol, que las lágrimas no te dejarán ver las estrellas” (Tagore), la pena de la ausencia del amado puede estropear la fiesta cuando éste ya ha llegado. Todo ha de tener un límite, y hay que educar las penas, para crear la realidad que es positiva.
Aquel que, mirándola "de otra manera", la ha restituido en su dignidad de mujer, está vivo a su lado, y ella “conoce su voz”, y tendrá que transmitir a los demás que ha visto al Señor. Por eso, en la tradición oriental fue llamada isapóstolos, “igual que los apóstoles”, y en la latina apostola apostolorum, “apóstol de apóstoles” (Biblia de Navarra). La llaman Mujer, apelativo usado por Jesús con su madre (2,4 y 19,6), la esposa fiel de Dios en la antigua alianza, y con la samaritana (4,21), la esposa infiel. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca desolada al esposo, pensando haberlo perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»” Es como si le dijera: Mientras sigas mirando al sepulcro, lugar de muerte, no me encontrarásLa esperanza nos lleva a pensar en positivo. En cuanto deja la mirada a lo negativo, y se vuelve al “ahora” divino, lo ve de pie. Ella, todavía consternada emotivamente, pensando que era el hortelano, le dice: «Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré». Tener un cadáver no es mucho… son esas “locuras” de enamorada, disfrutar de la presencia corporal. Jesús, quiero hacer examen sobre el interés con que acudo a ti, a los sacramentos. Que no me acostumbre a tu presencia silenciosa en la Eucaristía y en los hermanos.
Cuando en nuestra vida nos encontremos enormes dificultades que parecen incluso imposibles, por el amor podemos sentir a Cristo resucitado al lado. Lo del hortelano nos recuerda el huerto-jardín (19,41) del lenguaje del Cantar, el encuentro de la esposa (Mujer) con el esposo (3,29). Jesús la hace la primera “mujer” (esposa) de la nueva creación; ella lo llama “Señor”.
Le dice Jesús: «María». No puede seguir ocultándose y se le descubre (Cristo resucitado puede aparecerse corporalmente, a quien quiere, y le reconoce quien Él quiere, y quien está preparado, por eso va preparando a quienes se aparece…). La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo. La resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora.
Volviéndose ella, le dijo en su lengua: «Rabbuni» (que equivale a “Maestro”). Le dijo Jesús: «Suéltame, que aún no he subido con el Padre para quedarme». Jesús la llama por su nombre y ella reconoce su voz (cf. Cant 5,2). Se vuelve del todo, sin mirar más al sepulcro, que es el pasado. Al esposo responde la esposa (cf. Jr 33,11: "Se oirán la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia"; Jn 3,29): se establece la nueva alianza por medio del Mesías. Rabbuni, “Señor mío”, era tratamiento dado a los maestros. Amor y fidelidad.
Ahora es enviada por Cristo a anunciar el gozo de su triunfo: “Ve y dile a mis hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio Cristo nos llama hermanos suyos! ¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos de Dios y hermanos de Cristo! Y como tales, participamos de su misma misión... La resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a los cuatro vientos como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo, dar a conocer el amor de Cristo al mundo.
Hay un gesto implícito de María respecto a Jesús (Cant 3,4: “Encontré al amor de mi alma; lo agarraré y ya no lo soltaré”). A ese gesto responde Jesús al decir a María: Suéltame. Da la razón (aún no he subido al Padre para quedarme). No es aún el momento de la subida definitiva de Jesús al Padre (para quedarme) ni de la fiesta nupcial. Tendrá ocasión de verle más veces antes de la ascensión…
«Ve a decirles a mis hermanos: “Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios”». Subida de Jesús al Padre (Subo a mi Padre), que dará comienzo a la nueva historia. Después volverá con los discípulos (14,18), estará presente con los suyos y seguirá “llegando” a la comunidad.
María fue anunciando a los discípulos: «He visto al Señor en persona, y me ha dicho esto y esto». Por boca de su representante, la comunidad recibe noticia de la resurrección de Jesús. María, que lo ha visto, se convierte en mensajera. Su anuncio parte de la experiencia personal de Jesús y del mensaje que Él le comunica. Con este mensaje va a comenzar la nueva comunidad de hermanos, cuyo centro será Jesús.
Magdalena era, según la tradición, mujer inquieta, sumamente afectiva, insaciable en el amor, mujer de contrastes. Pasó de enferma, poseída por siete demonios (Lc 8,2), a gozar de buena salud. Abandonó una vida de placer, alejada de Dios, y se hizo discípula de Jesús. Atesoró perfumes que le atrajeran clientes sedientos de placer, y un día rompió el frasco más valioso para perfumar los pies cansados de Jesús. Demos gracias a Dios por esta obra de la gracia. Él, Dios, abriendo caminos de conversión, hizo de una pública pecadora una santa; de una cortesana que vendía en Magdala sus favores, una celosa servidora de Jesús y del Evangelio; de una codiciosa y licenciosa apasionada, una incondicional discípula del Señor, una heroína presta a acompañar a la Virgen en la cumbre del Calvario donde su Hijo era crucificado. ¿Quién ha visto mayor cambio que el de Magdalena en la dirección del amor? Manteniendo igual su fogosidad y entrega, hizo del vivir para sí un tránsito feliz al vivir para los demás; hizo de una vida pecadora, otra vida en santidad…
Señor, Dios nuestro: Cristo, tu Unigénito, confió a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por su intercesión y ejemplo, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el Reino de los cielos. Amén.
Para la revisión de vida: Ante mis defectos de carácter, ¿tengo la audacia de María Magdalena de ponerme a los pies de Jesús para pedirle que haga de mí una "nueva creación"? (Miren Elejalde,  Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano).
2. El Cantar de los cantares (3,1-4ª) nos muestra la imagen de la esposa enamorada: «En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: -"¿Visteis al amor de mi alma?" Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma.» Éxtasis y calvario… la Magdalena estuvo al pie de la cruz con san Juan Apóstol. La amada busca al amado hasta encontrarlo, habla ella en sus búsquedas fallidas; S. Ambrosio nos dice: “si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los perseguidores. Apenas los pasé, dice el Cantar. Pues, pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldrá a tu encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas tentada. La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: lo abracé, y ya no lo soltaré; hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser? Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada (…), el Espíritu Santo habite en ella. La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por Él; más aún, será visitada por Él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo”.
También podemos leer la segunda carta a los Corintios, que pone el acento en la novedad que produce el amor de Cristo. Quien lo experimenta ve las cosas de otra manera, da muerte a su vida vieja y prueba su condición de "criatura nueva" (5,14-17; Gonzalo Fernández): “Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos... El que vive con Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo”.
3. El Salmo 62 es también un canto de amor: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Vivimos en el amor y del amor. Vivir en desamor es muy triste. Vivir sin amor es estar muriendo.
“¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios”. Es un amor que germina en las entrañas del Padre y en el corazón de Jesús. Dios ama y nos ama. Nosotros, que todavía vivimos en esta tierra y en esta Iglesia, ¿amamos como la Magdalena?
“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos”. Juan Pablo II comenta: “es el salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico y llegando a su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, porque implica el alma y el cuerpo. Como escribe santa Teresa de Ávila, "sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta que, si nos falta, nos mata"”. Sed y hambre… Jesús dirá: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí" (Jn 7,37-38). En pleno mediodía de una jornada soleada y silenciosa, promete a la samaritana: "El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4,14). Dirá otro salmo, el 41: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo" (vv. 2-3).
“Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene”. Dirá otro salmo: "A la sombra de tus alas canto con júbilo" (Sal 62,8). El miedo desaparece, el abrazo no encuentra el vacío sino a Dios mismo; nuestra mano se estrecha con la fuerza de su diestra (cf. Sal 62,9).
Llucià Pou Sabaté