lunes, 12 de mayo de 2014

Martes de la semana 4 de Pascua

Meditaciones de la semana
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Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege
«Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Les respondió Jesús: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» (Juan 10, 22-30)
1. El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo, honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa “pastor” en la Biblia? El guía, el que cuida, y gobierna, el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -“El verdadero pastor da su vida por sus ovejas...”, "pone su alma" = "deja su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección. Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros. Así nos dice hoy el Evangelio: “Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente»”. Soy conocido en el amor que Dios me tiene. Y todos están llamados a ese amor, en el corazón universal de Jesús. De ahí que nosotros, Iglesia en Cristo, tengamos una dimensión misionera, apostólica. “Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…” Quiero ser de tus ovejas, Señor, meterme en tu redil, dejarme guiar por ti, mi Maestro interior: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”: Todo viene de esa misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno», progresiva manifestación del misterio de su propia persona: el «Yo soy». Le pedimos a la Virgen, Divina Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, el Buen Pastor.
2. Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa; fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos: “Los que se habían dispersado a causa de la persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía, se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor”. Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos… “anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús...”: es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo, sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia el bien. “Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía”. No se contentan con "crear" nuevas Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles. Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero. Hoy también se necesitan personas conciliadoras, dialogantes, que sepan mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Que valoran las personas y sus capacidades y virtudes, en vez de constituirse en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
 “Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas” (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se extienden los granos y el viento los lleva lejos (san Josemaría Escrivá). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gueto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”. «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).
3. El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. “Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí…” con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo santo, familia de Dios, Iglesia: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras danzan: “Todas mis fuentes están en ti”». Es la hermandad de todos los pueblos, llamados a la Jerusalén Celestial (dirá el Apocalipsis). Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central, también es hija de Sión.
            Llucià Pou Sabaté



Nuestra Señora de Fátima

«Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.» (Juan 2, 1-11)

1º. Jesús, habías ido a Caná a acompañar a tu madre en la celebración de las bodas de algún amigo de la familia.
No tenías intención de hacer nada extraordinario todavía.
Acababas de escoger a tus discípulos y les estabas empezando a enseñar las verdades del Reino de los Cielos.
No era prudente, tal vez, empezar a hacer milagros sin antes preparar a los apóstoles para que pudieran entender tu divinidad.
Por eso le dices a María: «Todavía no ha llegado mi hora.»
Sin embargo, tu madre te conoce bien y no quiere que sus amigos se queden sin vino pues, en esas fiestas, hubiera significado un trastorno muy grande para los esposos.
María se da cuenta de la necesidad incluso antes que los propios interesados, y se apresura a pedir la intercesión de su Hijo.
Madre, si así te comportas con los amigos, ¿qué no harás por mí, que soy tu hijo?
A pesar de la resistencia inicial de Jesús, le dices a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
¡Qué gran consejo para todos los hombres de todos los tiempos!
Ayúdame, madre mía, para que sepa hacer cada día lo que tu Hijo me diga.
Jesús, aquellos sirvientes te obedecieron con fe: llenaron las tinajas «hasta arriba».
No pusieron un poco para «hacer la prueba», sino que se fiaron de Ti.
También yo debo fiarme de Ti, y darme del todo en lo que me pidas.
2º. «María, Maestra de oración. -Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. -Y cómo logra.
-Aprende» (Camino.-502).
Madre, enséñame a rezar con esa fe, con esa perseverancia, con esa confianza.
A veces pido cosas a Jesús, y parece como si Él me respondiera: «Todavía no ha llegado mi hora».
Y me canso de pedir.
En esos casos, madre, ayúdame tú: intercede por mí.
«María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud (de la humildad) que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo». (León XIII).
Sé que una oración que te gusta mucho es el rosario, y que en varias apariciones has dicho que te pidamos cosas rezándolo cada día.
Por eso, un propósito muy concreto es rezar cada día el rosario, o -al menos- algún misterio del rosario, pidiéndote las cosas que me interesan o me preocupan.
Si rezo con fe y con perseverancia, estoy seguro que tú conseguirás de tu Hijo Jesús lo que mejor me convenga.
Y también es seguro que estarás atenta a que no me aleje del camino cristiano, recordándome una y otra vez -y ayudándome a ponerlo en práctica- lo que le dijiste a los siervos de Caná: «Haced lo que él os diga».

domingo, 11 de mayo de 2014

Lunes de la semana 4 de Pascua

Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.
“«Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera. Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta semejanza, pero ellos no entendieron qué quería decir. Por eso Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,1-10).
1. Los pastores judíos, de noche, juntaban los rebaños de varios y dejaban a uno de ellos que hacía guardia en el aprisco. Por la mañana, volvían a recoger cada uno su rebaño. «Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera”. Jesús nos “hace salir”: conduce hacia la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos alimentos. Va “delante” de nosotros, que somos sus ovejas, que “lo siguen porque conocen su voz”. Porque hacemos oración, y sus palabras llenan nuestra vida de sentido. Hacer silencio en lo íntimo del alma... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte. Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino escribe: «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre» (Josep Vall).
Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Fuera de Él, la humanidad está encerrada en sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros, por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel Quesson).
2. Las distintas culturas pueden crear divisiones y problemas entre las personas. En la Iglesia primitiva, algunos de mentalidad limitada, querían imponer a los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su patria por el hecho de ir donde los romanos. Los Hechos nos dicen que “los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en cara: «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?»”. El asunto es grave.
Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: «Estaba yo en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. Yo lo miré fijamente, lo examiné y vi cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. Oí también una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Pero yo dije: De ninguna manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi boca. Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió por tres veces, y todo fue arrebatado de nuevo al cielo”. Hoy, todavía, los judíos tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu. Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo. Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo secundario (Noel Quesson). Nos cuesta romper con ciertas cosas de la educación recibida, cuando vemos que no son buenas. Porque forman como una segunda naturaleza. Pero vemos que es posible.
 “Entonces mismo –sigue Pedro- se presentaron en la casa donde yo estaba tres hombres que me habían enviado desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, quien nos contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a Jafa a llamar a Simón Pedro, el cual, con sus palabras, te traerá la salvación a ti y a tu familia. Y al comenzar yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. Recordé estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo. Pues si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Al oír esto callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el arrepentimiento para alcanzar la vida»” (11,1-18)La intervención milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a los gentiles! Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés de los gentiles». El resultado, muy positivo, fue que todos se sosegaron y glorificaron a Dios. Juan XXIII, que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue también una opción profética en estos tiempos modernos (F. Casal). Nos preguntamos: ¿somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su Espíritu?, ¿sabemos dialogar?
3. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 41,2-3;42,3-4): Jesús, buen pastor, nos lleva a aguas deliciosas, sigue guiándonos desde su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (ant. de entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la felicidad eterna». Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío». Son los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín: «Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí».
Llucià Pou Sabaté

sábado, 10 de mayo de 2014

Domingo de la semana 4 de Pascua; ciclo A

Abrir nuestra puerta a Jesús, buen pastor, que nos da la felicidad, vivir la sublime alegría de sentirnos hijos de Dios, amar a los demás en la esperanza del cielo
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: -“Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.Jesús, les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: -“Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Juan 10,1-10).
1. El domingo 4º de Pascua es del Buen Pastor, se lee Juan 10 dividido, según los ciclos. Este año, la primera parte: la referida a Cristo como puerta: "Tenemos entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús; contamos con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea de su carne" (Hb 10.19). Es, pues, la misma humanidad pascual de Cristo la que se ha convertido en puerta de acceso al "santuario", a los bienes de la salvación, a "los pastos", a "la vida abundante". La salvación, ofrecida para todos, viene por esta Humanidad de Jesús y sus frutos de la aplicación de la redención, que se vive en estos sacramentos. Jesús camina delante y conoce a sus ovejas: -“Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas”. El aprisco guardaba de noche el rebaño de varios pastores, y uno de ellos hacía de guardia; cuando el buen pastor se acercaba, lo reconocía el pastor que guardaba los rebaños, y las ovejas. Jesús se hace Cordero de Dios entregado para la salvación de todos, es el hilo de la liturgia de hoy, concentrada en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo; concédenos también la alegría eterna del Reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor»… Acudimos para ello a lo alto, pues «la misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6; ant. entrada).
Jesús nos invita a ser buenos pastores de los demás. S. Agustín hablaba de cómo hay que tener un amor que lleve a buscar incluso al que no quiere ser buscado: “Tú quieres errar, tú quieres perderte; pero no quiero yo. En última instancia no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No recondujisteis a la que estaba descarriada ni buscasteis a la que se había perdido”, no es fácil “conquistar” un alma que no quiere y que da miedo de que no nos escuche, en un análisis psicológico entra al fondo del alma como el buen pastor: “Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida. Quieras o no, lo haré. Y aunque al buscarla me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que me dé fuerzas el Señor que me atemoriza, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la perdida. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas”. Recuerdo una película-serie, “La mejor juventud” en la que cae por el suelo el concepto de libertad de “dejar hacer” sin más, de la revolución cultural de 1968. La libertad es espléndida, pero si lleva a un dejar a los demás que se hagan daño grave, se ve cómo esconde falta de amor, cuando con un poco más de cuidado se evitan las cosas malas. Además se nota cuando nos preocupamos de los demás, cuando ofrecemos nuestro mejor yo: “A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Caminar con Jesús… no hay otro camino que Cristo para llegar a Dios. Su humanidad es la puerta del templo. Cristo-Puerta. La puerta es una imagen entrañable y familiar; es una invitación a la relación y al encuentro; es signo de apertura. Cristo es, en primer lugar, puerta de Dios, porque nos facilita el acceso al Padre. «Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor» (Santa Teresa).
“La Eucaristía de hoy está empapada de la presencia de Jesús bajo la imagen del Buen Pastor. En otras páginas del cuarto evangelio, san Juan nos presenta a Jesús -generalmente utilizando sus mismas palabras- bajo imágenes muy ricas y sugerentes: cordero inmolado que quita el pecado del mundo; camino, verdad y vida; luz que ilumina a los que están en las tinieblas; fuente de agua viva para todos los que tienen sed; pan bajado del cielo para dar vida a la humanidad... Hoy nos lo presenta bajo la figura del buen Pastor y de puerta del aprisco. Todas estas imágenes tienen su razón de ser y su explicación en esas últimas palabras del evangelio de hoy: "yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante".
El Pastor es Cristo y trasmite su encargo a la Iglesia su Cuerpo por el que vive su misma vida sobrenatural (la gracia) y nos alimenta en los mismos pastos (palabra de Dios y sacramentos). Estas figuras del evangelio de hoy (puerta y pastor) expresan la función salvadora y mediadora de Jesús y también su estilo de servidor sacrificado que da la vida por sus ovejas. Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tm 2. 5); sólo a través de él la vida y la luz llegan a los hombres, y los hombres llegan a la salvación y al Padre. Jesús no admite ninguna concurrencia en esta función; todas las demás mediaciones -incluso la singular de María- son derivadas y analógicas” (Josep Maria Guix).
San Gregorio de Nisa dice al Buen Pastor: «¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna».
La Iglesia ora este domingo por las vocaciones a los distintos ministerios y servicios, dentro del Pueblo de Dios. Necesitamos imperante- mente pastores al estilo del Buen Pastor. Hacen falta personas generosas, dispuestas a ofrecerse a Dios y a la Iglesia, para ser signo de la presencia y el amor del Buen Pastor, mensajeros de su Palabra, testigos de su amor, encarnación de su acogida y entrega (Jn 4,35). La figura del Buen Pastor es una imagen que penetró hondamente en los corazones de los cristianos de Roma. En las catacumbas de Domitila, que se remontan al siglo I, aparecen pinturas del Buen Pastor. Es una significación clásica. Homero llamó a uno de sus héroes Agamenón, "Pastor de pueblos". Y su casi contemporáneo Isaías escribe en el Libro de la Consolación: "Ahí está vuestro Dios. Como Pastor pastorea su rebaño, recoge en sus brazos a los corderillos, en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas". Y Luis de Góngora escribe: “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu Pastor soy / sino tu pasto también. // Por descubrirte mejor / cuando balabas perdida, / dejé en un árbol la vida, / donde me subió tu amor; / si prenda quieres mayor, / mis obras hoy te la den. // Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu Pastor soy / sino tu pasto también. // Pasto al fin yo tuyo hecho, / ¿cuál dará mayor asombro, / el traerte yo en el hombro / o traerme tú en el pecho? / Prendas son de amor estrecho / que aun los más ciegos las ven. // Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu Pastor soy / sino tu pasto también” (Luís de Góngora). Jesús nos explica bien que él es pastor y pasto, camino y meta, y alimento para que caminemos: -“Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.
2. Pedro proclama la verdad de Jesús abiertamente: -“Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos”. El bautismo supone una vida nueva, espiritual, como señala san San Basilio: «De la misma manera que los cuerpos transparentes y nítidos, al recibir los rayos de luz se vuelven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo se vuelven también espirituales y llevan a los demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las cosas futuras, el entendimiento de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De Él la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios».
Con el Salmo vemos la esperanza cristiana, siglos antes de ser anunciada por Jesús, aquí ya proclamada en profecía. La primera estrofa nos lleva de buena mano a un lugar delicioso: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo; por el honor de su nombre”. Cuando las cosas están fáciles, nos sentimos en esas praderas con el Señor.
Cuando viene el dolor, aparece en la segunda estrofa la confianza: “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo tu vara y tu cayado me sosiegan”. Jesús –recordaba Benedicto XVI- es el filósofo: “Él nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida. Lo mismo puede verse en la imagen del pastor... el pastor expresaba generalmente el sueño de una vida serena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad. Pero ahora la imagen era contemplada en un nuevo escenario que le daba un contenido más profundo: «El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo...» El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la muerte y que con su «vara y su cayado me sosiega», de modo que «nada temo», era la nueva «esperanza» que brotaba en la vida de los creyentes”.
3. Jesús acepta la cruz pacientemente, su dolor estará fortalecido con la esperanza que no defrauda; fue llevado a la muerte como oveja al matadero; por cuyas heridas hemos sido curados, vive, y ahora es el pastor y guardián de nuestras vidas. El sufrimiento del cristiano, asociado al sufrimiento de Cristo, tiene un sentido redentor. La paciencia cristiana es la única manera de resistir a la injusticia sin desesperaciones. Pedro da hoy consejos a los esclavos de su tiempo: "Respetad al rey, pero temiendo a Dios". Jesús es la puerta, pero tenemos libertad, no estamos en una “religión de esclavos” sino de libertad.
Llucià Pou Sabaté
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viernes, 9 de mayo de 2014

Sábado de la semana 3 de Pascua

El Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de la fe de la Iglesia.
«Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da la vida, la carne de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entrega. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.» (Juan 6, 61-69)
1. El Evangelio de hoy muestra el escándalo y rechazo de la gran mayoría ante las palabras de Jesús: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado: -Muchos de sus discípulos gritaron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas? ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?": Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará: -"¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?...  El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen”. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar, y decía: -Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre.
Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también?” "Yo no os retengo..." parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio. Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso (Kempis). Y Juan Pablo II decía: “Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Y optaron por permanecer con Él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.
”Hay momentos y circunstancias en que es preciso hacer opciones decisivas para toda la existencia. Como sabéis muy bien, vivimos momentos difíciles, en los que con frecuencia no logramos distinguir el bien del mal, los verdaderos maestros de los falsos. Jesús nos ha advertido: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis». Orad y escuchad su palabra; dejaos guiar por verdaderos pastores; no cedáis jamás a los halagos y a los fáciles espejismos del mundo que luego, con demasiada frecuencia, se transforman en trágicos desengaños… No olvidéis que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes).
”Purificados por la reconciliación, fruto del amor divino y de vuestro arrepentimiento sincero, practicando la justicia, viviendo en acción de gracias a Dios, podréis ser en el mundo, a menudo sombrío y triste, profetas de alegría creíbles y eficaces. Seréis heraldos de la plenitud de los tiempos.
”El camino que Jesús os señala no es cómodo; se asemeja más bien a un sendero escarpado de montaña. No os desalentéis. Cuanto más escarpado sea el sendero, tanto más rápidamente sube hacia horizontes cada vez más amplios. Os guíe María, estrella de la evangelización. Dóciles, al igual que ella, a la voluntad del Padre, recorred las etapas de la historia como testigos maduros y convincentes. / Con ella y con los Apóstoles sabed repetir en cada instante la profesión de fe en la presencia vivificante de Jesucristo:Tú tienes palabras de vida eterna”.
Y también nos decía en una fiesta del Corpus: “Jesús se define "el Pan de vida", y añade: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo". / ¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
”Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaum, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender. A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él".
”Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo”.
2. En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Vemos -Hechos (9,31-42)- la acción del Espíritu Santo: “Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba”.
Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe: “Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida”.
Su presencia va acompañada por hechos milagrosos. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús: “Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. Pedro le dijo: "Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama." De inmediato se levantó, y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor”.
Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía”. Se enfermó y murió, y como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: "No tardes en venir hasta nosotros." Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Pedro, como Jesús, mandó sacar fuera a todos, “se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: "¡Tabita, levántate!" Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó. Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva”. Antes de resucitar a la muchacha, se arrodilla y reza. Todo lo hace «en el nombre de Jesús». El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga (Noel Quesson). Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado.
3. Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (116/115,12-17), alusión a la libación ritual, quizá, de vino y aceite, copa derramada en acción de gracias por haber sido librado de la muerte: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que, tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyo? Quien sino Aquel que dice: ‘¿podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor” (S. Agustín).
Sigue el Salmo: “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor». El sacrificio de acción de gracias tenía lugar en el Templo (donde habitaba el Señor): esas palabras eran citadas en la antigua liturgia romana antes de la comunión (la mejor manera de pagar la deuda es unirse al sacrificio de Jesús), y es un salmo que se usa con frecuencia para preparar el sacrificio de la Misa y lo proclama la liturgia en la fiesta del Corpus y el Jueves santo (Archidiócesis de Madrid).
Llucià Pou Sabaté


San Juan de Ávila, presbítero

San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana. Sus padres, Alfonso de Ávila (de ascendencia israelita) y Catalina Jijón, poseían unas minas de plata en Sierra Morena, y supieron dar al niño una formación cristiana de sacrificio y amor al prójimo. Son conocidas las escenas de entregar su sayo nuevo a un niño pobre, sus prolongados ratos de oración, sus sacrificios, su devoción eucarística y mariana.
Probablemente en 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar. A pesar de llamarlas ‘leyes negras’ los estudios de Salamanca dejaron huella en su formación eclesiástica, como puede constatarse en sus escritos de reforma. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una vida de oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un religioso franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares (1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en contacto con las grandes corrientes de reforma del momento. Conoció el erasmismo, las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la preocupación por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. También trabó amistad con quienes habían de ser grandes reformadores de la vida cristiana, como don Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, y posiblemente también con el venerable Fernando de Contreras. Incluso pudo haber conocido allí al P. Francisco de Osuna y a San Ignacio de Loyola.
Primeros años de sacerdocio
Durante sus estudios en Alcalá, murieron sus padres. Juan fue ordenado sacerdote en 1526, y quiso venerar la memoria de sus padres celebrando su Primera Misa en Almodóvar del Campo. La ceremonia estuvo adornada por la presencia de doce pobres que comieron luego a su mesa. Después vendió todos los bienes que le habían dejado sus padres, los repartió a los pobres, y se dedicó enteramente a la evangelización, empezando por su mismo pueblo.
Un año después, se ofreció como misionero al nuevo obispo de Tlascala (Nueva España), Fr. Julián Garcés, que habría de marchar para América en 1527 desde el puerto de Sevilla. Con este firme propósito de ser evangelizador del Nuevo Mundo, se trasladó san Juan de Ávila a Sevilla, donde mientras tanto se entregó de lleno al ministerio, en compañía de su compañero de estudios en Alcalá el venerable Fernando de Contreras. Ambos vivían pobremente, entregados a una vida de oración y sacrificio,  de asistencia a los pobres, de enseñanza del catecismo.
Esta amistad y convivencia con Fernando de Contreras, fueron posiblemente las que motivaron el cambio de las ansias misioneras de Juan de Ávila. El P. Contreras habló con el arzobispo de Sevilla, D. Alonso Manrique, y éste le ordenó a Juan que se quedara en las ‘Indias’ del mediodía español. El mismo arzobispo quiso conocer personalmente la valía del nuevo sacerdote y le mandó predicar en su presencia. Juan de Ávila contaría después la vergüenza que tuvo que pasar; orando la noche anterior ante el crucifijo, pidió al Señor que, por la vergüenza que él pasó desnudo en la cruz, le ayudara a pasar aquel rato amargo. Y cuando, al terminar el sermón, le colmaron de alabanzas, respondió: <<Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito.
Durante algún tiempo continuó el ministerio juntamente con Fernando de Contreras. Pronto se dirigió a predicar y ejercer el ministerio en Écija (Sevilla). Uno de sus primeros discípulos y compañero fue Pedro Fernández de Córdoba, cuya hermana de catorce años, D.ª Sancha Carrillo (ambos hijos de los señores de Guadalcázar, Córdoba), comenzó una vida de perfección bajo la guía del Maestro Ávila. La que habría sido dama de la emperatriz Isabel, pasó a ser (después de confesarse con san Juan de Ávila) una de las almas más delicadas de la época y destinataria de las enseñanzas del Maestro en el Audi, Filia, preciosa pieza espiritual del siglo XVI y único libro escrito por Juan de Ávila. Su predicación se extendía también a Jerez de la Frontera, Palma del Río, Alcalá de Guadaira, Utrera..., juntamente con la labor de confesionario, dirección de almas, arreglo de enemistades.
Pero su presencia en Écija pronto le va a acarrear las enemistades y la persecución. El primer incidente ocurrió cuando un comisario de bulas impidió la predicación de Juan para poder predicar él la bula de que era comisario. El auditorio, sin embargo, dejó al bulero solo en la iglesia principal y fue a escuchar a Juan de Ávila en otra iglesia. Después del suceso, el comisario de bulas, en plena calle, propinó una bofetada a Juan. Éste se arrodilló y dijo humildemente: <<emparéjeme esta otra mejilla, que más merezco por mis pecados>>. Este hecho y las envidias de algunos eclesiásticos, llevaron precisamente a los clérigos a denunciar a San Juan de Ávila ante la Inquisición sevillana en 1531.
Procesado por la Inquisición
Desde 1531 hasta 1533 Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición. Las acusaciones eran muy graves en aquellos tiempos: llamaba mártires a los quemados por herejes, cerraba el cielo a los ricos, no explicaba correctamente el misterio de la Eucaristía, la Virgen había tenido pecado venial, tergiversaba en sentido de la Escritura, era mejor dar limosna que fundar capellanías, la oración mental era mejor que la oración vocal... Todo menos la verdadera acusación: aquel clérigo no les dejaba vivir tranquilos en su cristianismo o en su vida ‘clerical’. Y Juan fue a la cárcel donde pasó un año entero.
Juan de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la imposibilidad de salvación; a lo que respondió: <<No puede estar en mejores manos>>. San Juan fue respondiendo uno a uno todos los cargos, con la mayor sinceridad, claridad y humildad, y un profundo amor a la Iglesia y a su verdad. Y aquél que no quiso tachar a los cinco testigos acusadores, se encontró con que la Providencia le proporción 55 que declararon a su favor.
Este tiempo en la cárcel produjo sus frutos interiores, al igual que lo hiciera con san Juan de la Cruz. En ella escribió un proyecto del Audi, Filia, pero sobre todo, como él nos cuenta, allí aprendió, más que en sus estudios teológicos y vida anterior, el misterio de Cristo. Juan fue absuelto. Pero lo que más humillante fue la sentencia de absolución: “Haber proferido en sus sermones y fuera de ellos algunas proposiciones que no parecieron bien sonantes”, y le mandan, bajo excomunión, que las declare convenientemente, donde las haya predicado.
Viajes y ministerio desde 1535 a 1554
En 1535 marcha Juan de Ávila a Córdoba, llamado por el obispo Fr. Álvarez de Toledo. Allí conoce a Fr. Luis de Granada, con quien entabla relaciones espirituales profundas. Organiza predicaciones por los pueblos (sobre todo por la Sierra de Córdoba), consigue grandes conversiones de personas muy elevadas, entabla buenas relaciones con el nuevo obispo de Córdoba, D. Cristobal de Rojas, que quien dirigirá las Advertencias al Concilio de Toledo.
La labor realizada en Córdoba fue muy intensa. Prestó mucha atención al clero, creando centros de estudios, como el Colegio de San Pelagio (en la actualidad el Seminario Diocesano), el Colegio de la Asunción (donde no se podía dar título de maestro sin haberse ejercitado antes en la predicación y el catecismo por los pueblos). Explica las cartas de san Pablo a clero y fieles. Un padre dominico, que primero se había opuesto a la predicación de san Juan, después de escuchar sus lecciones, dijo: <<vengo de oír al propio san Pablo comentándose a sí mismo.
Córdoba es la diócesis de san Juan de Ávila, tal vez ya desde 1535, pero con toda seguridad desde 1550. Allí le vemos cuando murió D.ª Sancha Carrillo, en 1537, de quien escribió una biografía que se ha perdido. Predica frecuentemente en Montilla, por ejemplo la cuaresma de 1541. Y las célebres misiones de Andalucía (y parte de Extremadura y Castilla la Mancha) las organiza desde Córdoba (hacia 1550-1554). Juan recibiría en Córdoba el modesto beneficio de Santaella, que le vinculó a la diócesis cordobesa para lo restante de su vida. En el Alcázar Viejo de Córdoba reuniría a veinticinco compañeros y discípulos con los que trabajaba en la evangelización de las comarcas vecinas.
A Granada acudió san Juan de Ávila, llamado por el arzobispo D. Gaspar de Avalos, el año 1536. Es en Granada donde tiene lugar el cambio de vida de san Juan de Dios; en la ermita de san Sebastián, oyendo a san Juan de Ávila, Juan Cidad, antiguo soldado y ahora librero ambulante, se convirtió en san Juan de Dios. En numerosas ocasiones san Juan de Dios a Montilla para dirigirse espiritualmente con el Maestro Ávila, convirtiéndose en su más fiel discípulo.
El duque de Gandía, Francisco de Borja, fue otra alma predilecta influida por la predicación de san Juan de Ávila; las honras fúnebres predicadas por éste en las exequias de la emperatriz Isabel (1539) fueron la ocasión providencial que hicieron cambiar de rumbo la vida del futuro general de la Compañía.
En Granada lo vemos formando el primer grupo de sus discípulos más distinguidos. En Granada también, en 1538 están fechadas las primeras cartas de san Juan de Ávila que conocemos. En los años sucesivos vemos a san Juan de Ávila en Córdoba, Baeza, Sevilla, Montilla, Zafra, Fregenal de la Sierra, Priego de Córdoba. La predicación, el consejo, la fundación de colegios, le llevan a todas partes.
La cuaresma de 1545 la predicó en Montilla. Su predicación iba siempre seguida de largas horas de confesionario y de largas explicaciones del catecismo a los niños; éste era un punto fundamental de su programa de predicación.
Los colegios de san Juan de Ávila.
En todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la fundación de algún colegio o centro de formación y estudio. Sin duda, la fundación más celebre fue la Universidad de Baeza (Jaén). La línea de actuación que allí impuso era común a todos sus colegios, como puede verse plasmada en los Memoriales al Concilio de Trento, donde pide la creación de seminarios, para una verdadera reforma de la Iglesia y del clero.
Predicando el Evangelio.
Es la definición que mejor cuadra a Juan de Ávila: predicador. Éste es precisamente el epitafio que aparece en su sepulcro: “mesor eram”. El centro de su mensaje era Cristo crucificado, siendo fiel discípulo de san Pablo. Predicaba tanto en las iglesias como incluso en las calles. Sus palabras iban directamente a provocar la conversión, la limpieza de corazón. El contenido de su predicación era siempre profundo, con una teología muy escriturística. Pero ésta estaba sobre todo precedida de una intensa oración. Cuando le preguntaban qué había que hacer para predicar bien, respondía: ‘amar mucho a Dios’.
Los textos de los sermones de san Juan de Ávila están acomodados al tiempo litúrgico. Los temas principales son la Eucaristía, el Espíritu Santo, la pasión, el tiempo litúrgico; siendo el tema predilecto para los clérigos el del sacerdocio. La fuerza de su predicación se basaba en la oración, sacrificio, estudio y ejemplo. Podía hablar claro quien había renunciado a varios obispados y al cardenalato, y quien no aceptaba limosnas ni estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los palacios episcopales. El desprecio y conocimiento de sí mismo era el secreto para guardar el equilibrio al reprender a los demás, considerándose siempre inferior a los demás.
Su modelo de predicador era san Pablo, al que procuraba imitar sobre todo en el conocimiento del misterio de Cristo. Afirma su biógrafo el Lic. Muñoz que “no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese”, ya que “su principal librería” era el crucifijo y el Santísimo Sacramento.
La misión apostólica de la predicación era precisamente uno de los objetivos de la fundación de sus colegios de clérigos. Ésta era también una de las finalidades de los Memoriales dirigidos al Concilio de Trento.
Retiro en Montilla
Desde 1511 Juan de Ávila se sintió enfermo. Gastado en un ministerio duro, sintió fuertes molestias que le obligaron a residir definitivamente en Montilla desde 1554 hasta su muerte. Rehusó la habitación ofrecida en el palacio de la marquesa de Priego, y se retiró en una modesta casa propiedad de la marquesa. Su vida iba transcurriendo en la oración, la penitencia, la predicación (aunque no tan frecuente), las pláticas a los sacerdotes o novicios jesuitas, la confesión y dirección espiritual, el apostolado de la pluma.
Su enfermedad la ofreció para inmolarse por la Iglesia, a la que siempre había servido con desinterés. Cuando arreciaba más la enfermedad, oraba así: “Señor, habeos conmigo como el herrero: con una mano me tened, y con otra dadme con el martillo”.
Pero a Juan todavía le quedaban quince años de vida fructífera, que empleó avaramente en la extensión del Reino de Dios. El retiro de Montilla le dio la posibilidad de escribir con calma sus cartas, la edición definitiva del Audi, Filia, sus sermones y tratados, los Memoriales al Concilio de Trento, las Advertencias al Concilio de Toledo y otros escritos menores. Se puede decir que Juan de Ávila inicia con sus escritos la mística española del Siglo de oro. Si en otros períodos de su vida se podía calificar de predicador, misionero, fundador de colegios, ahora, en Montilla, se puede resumir su vida diciendo que era escritor.
El Audi, Filia, a pesar de todas las vicisitudes por las que pasó, y tras retocarlo de nuevo en Montilla, queriéndolo confrontar con las enseñanzas de Trento, fue publicado después de su muerte. El rey Felipe II lo apreció tanto que pidió no faltara nunca en El Escorial. El Card. Astorga, arzobispo de Toledo, diría que, con él, “había convertido más almas que letras tiene”. Prácticamente es el primer libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde. El sentido de perfección cristiana es el sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con Cristo. Éste y otros libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.
Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todos los rincones de España e incluso a Roma. De todas partes se le pedía consejo. Obispos, santos, personas de gobierno, sacerdotes, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas, eran los destinatarios más frecuentes. Las escribía de un tirón, sin tener tiempo para corregirlas. Llenas de doctrina sólida, pensadas intensamente, con un estilo vibrante.
No hay en todo el siglo XVI ningún autor de vida espiritual tan consultado como Juan de Ávila. Examinó la Vida de santa Teresa, se relacionó frecuentemente con san Ignacio de Loyola o con sus representantes, con san Francisco de Borja, san Juan de Dios, san Pedro de Alcántara, San Juan de Ribera, fray Luis de Granada.
A Juan de Ávila se le llama <<reformador>>, si bien sus escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de Trento, escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las Advertencias al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D. Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para aplicar los decretos tridentinos.
La doctrina de san Juan de Ávila sobre le sacerdocio quedó esquematizada en un Tratado sobre el sacerdocio, del que conocemos sólo una parte, pero una belleza y contenido extraordinarios, y que sirvió de pauta para sus pláticas y retiros a clérigos, y para que sus discípulos hicieran otro tanto donde no podía llegar ya el Maestro.
Escuela Sacerdotal
Este término aparece con frecuencia en las primeras biografías de nuestro santo, para referirse a sus discípulos. Todos ellos tienen un denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de encontrarse en lugares muy distantes: predicar el misterio de Cristo, enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos conciliares, no buscar dignidades ni puestos elevados, vida intensa de oración y penitencia, paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de Iglesia, enseñar la doctrina cristiana, dirección espiritual, etc. Los encontramos en los pueblecitos más alejados de pastores y agricultores como en las aldeas de Fuenteovejuna, como entre los consejeros de los grandes; en los colegios y universidades o en las costas de Andalucía; en las prelaturas o en las minas de Almadén.
El grupo sacerdotal de Juan de Ávila parece que se estructura en Granada hacia el año 1537, aunque ya antes se habían hecho discípulos suyos algunos sacerdotes de Sevilla, Écija y Córdoba. En Córdoba reunió a más de veinte en el Alcázar Viejo. Y fue allí donde dirigió un centro misional durante ocho o nueve años. La gran misión del mediodía español es una de las manifestaciones típicas de la escuela sacerdotal de Juan de Ávila.
La escuela sacerdotal de Juan de Ávila no se puede estudiar sino teniendo a la vista la relación con la Compañía de Jesús. Juan encaminó a muchos de sus discípulos a la Compañía, y hubo intentos de fusión, cesión de colegios, estudio conjunto, ayuda a los jesuitas, que en Salamanca encontraron muchas dificultades. Pero Juan de Ávila no entró en la Compañía. Éste era el gran deseo de san Ignacio, hasta el punto de afirmar que “o nosotros nos unamos a él o él a nosotros”. Pero la voluntad del Señor no era ésta, la enfermedad de Juan y los caminos del Señor lo impidieron. A pesar de ello, él fue enviando a sus mejores discípulos a la Compañía.
La escuela sacerdotal avilista ser refleja principalmente en su Maestro. El testimonio y la doctrina de Juan dejaron huella imborrable, como le iba dejando su sello personal que tenía dibujado el Santísimo Sacramento. En sus discípulos dejó impresa la ilusión por la vocación sacerdotal, el amor al sacerdocio, con los matices de la vida eucarística, vida litúrgica y de oración personal profunda, devoción al Espíritu Santo, a la Pasión del Señor, a la Virgen María, entrega total al servicio desinteresado de la Iglesia en la expansión del Reino y la predicación de la Palabra de Dios. Pero lo que consideraba esencial en todo aquel que quería ser buen sacerdote era la vida de oración, ya que en la caridad y en la oración era en los que según él habrían de consistir los exámenes de Órdenes.
En la Santa Misa centraba toda la evangelización y vida sacerdotal. La celebraba empleando largo tiempo, con lágrimas por sus pecados. Sobre la Eucaristía jamás le faltó materia para predicar, especialmente en la fiesta y octava del Corpus. “Trátalo bien, que es hijo de buen Padre”, dijo a un sacerdote de Montilla que celebraba con poca reverencia; la corrección tuvo como efecto conquistar un nuevo discípulo. Ya enfermo en Montilla, quiso ir a celebrar misa a una ermita; por el camino se sintió imposibilitado; el Señor, en figura de peregrino, se le apareció y le animó a llegar hasta la meta. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente, a pesar de las contradicciones que se le siguieron. Prefería la presencia eucarística a la visita de los Santos Lugares.
Su virtud principal fue la caridad. Tenía un amor entrañable a la humanidad de Cristo: “el Verbo encarnado fue el libro y juntamente maestro”. Su Tratado del amor de Dios es una joya de la literatura teológica en lengua castellana. Su amor al prójimo fue la expresión del ministerio sacerdotal. Toda la obra de Juan de Ávila mira hacia la caridad cristiana. De ahí la preocupación por la educación cristiana y humana integral, la preocupación por los problemas sociales, por la reforma del estado seglar (como él decía), por la reforma del clero.
Una cruz grande de palo en su habitación de Montilla, la renuncia a las prebendas y obispados (el de Segovia y Granada), así como el capelo cardenalicio (ofrecido por Paulo III), son índice de la pobreza y humildad de quien “fue obrero sin estipendio..., y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real” (Lic. Muñoz). No renunció al episcopado por desprecio, sino por imitar al Señor y por sentirse indigno. Su amor a la pobreza no tiene otra motivación sino un amor profundo a Jesucristo. Asistía a los pobres. Vivía limpia y pobremente y no consiguieron cambiarle el manteo o la sotana ni aun con engaño.
Su humildad le llevó a ser un verdadero reformador. No pudieron sacarle ningún retrato. Su predicación iba siempre acompañada del catecismo a los niños; su método catequético tiene sumo valor en la historia de la pedagogía.
El celo por la extensión del Reino aparece en sus obras y palabras. Las cartas a los predicadores son pura llama de apóstol. No admitía que murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación al sacerdocio, principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a María la expresa continuamente y la aconseja a todo el mundo.
De todas sus virtudes, de su prudencia, consejo, discreción, etc., hablan sus biógrafos. Pero él conocía bien sus propios defectos y, por eso, pidió en las últimas horas de su vida que no le hablaran de cosas elevadas, sino que le dijeran lo que se dice a los que van a morir por sus delitos. A Juan de Ávila no le atraían propiamente las virtudes en sí mismas, sino el misterio de Cristo vivido y predicado.
Entregado al estudio continuo de las Escrituras y de otras materias eclesiásticas, gastando su vida en la oración, predicación y fundación de obras apostólicas y sociales, en la dirección de las almas y en la enseñanza del catecismo, en la formación de sacerdotes y futuros sacerdotes, Juan de Ávila es un maestro de apóstoles.
La figura personal y pastoral de Juan de Ávila encontró pronto eco en Italia con san Carlos Borromeo, y en Francia en la escuela sacerdotal francesa del siglo XVII. Pero su obra quedó, en parte, en la tiniebla en su aportación más profunda a la vida evangélica precisamente para el clero diocesano y la vida de perfección cristiana en las estructuras de todo el pueblo de Dios.
Muerte de Juan de Ávila.
La estancia definitiva en Montilla fue especialmente fructífera. Dejó una huella imborrable en los sacerdotes de la ciudad. En una de sus últimas celebraciones de la misa le hablo un hermoso crucifijo que él veneraba: “perdonados te son tus pecados”.
Pero la enfermedad iba pudiendo más que su voluntad. A principio de mayo de 1569 empeoró gravemente. En medio de fuertes dolores se le oía rezar: “Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos”. Pero en otras ocasiones podía la debilidad: “¡Ah, Señor, que no puedo!”. Una noche, cuando no podía resistir más, pidió al Señor le alejara el dolor, como así se hizo en efecto; por la mañana, confundido, dijo a los suyos: “¡Qué bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!”.
Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos. Quiso que se celebrara la misa de resurrección en aquellos momentos en que se encontraba tan mal. Manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas, pues a los que tanto había querido en vida, quiso dejarles su cuerpo en muerte. Quiso recibir la Unción con plena conciencia. Invocó a la Virgen con el Recordare, Virgo Mater... Y una de sus últimas palabras mirando el crucifijo, fue “ya no tengo pena de este negocio”. Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de Ávila, se puso a llorar y, preguntándole la causa, dijo: “Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna”.
La persona, los escritos, la obra y los discípulos de Juan de Ávila influirán en los siglos posteriores. Hemos visto los santos y autores que estuvieron relacionados más o menos con san Juan de Ávila; casi todos ellos influenciados por sus escritos, por su persona o por su obra. Se suelen encontrar, además, vestigios de influencia místico-poética en san Juan de la Cruz y en Lope de Vega. San Francisco de Sales y san Alfonso Mª de Ligorio citan frecuentemente a san Juan de Ávila. Y san Antonio Mª Claret reconocía el bien que le hicieron los escritos de san Juan de Ávila como predicador. Su influencia es notoria en la escuela francesa de espiritualidad sacerdotal, en cuyos escritos y doctrina se inspiraron.
En 1588, Fr. Luis de Granada, recogiendo algunos escritos enviados por los discípulos y recordando su propia convivencia con san Juan de Ávila, escribió la primera biografía. En 1623, la Congregación de san Pedro Apóstol, de sacerdotes naturales de Madrid, inicia la causa de beatificación. En 1635, el Licdo. Luis Muñoz escribe la segunda biografía de Juan de Ávila, basándose en la de Fr. Luis, en los documentos del proceso de beatificación y en algunos documentos que se han perdido. El día 4 de abril de 1894, León XIII beatifica al Maestro Ávila. Pío XII, el 2 de julio de 1946 lo declara Patrono del clero secular español. Pero el maestro de santos tendrá que esperar hasta el año 1970 para ser canonizado por el Papa Pablo VI.
La iglesia de la Compañía de Montilla, donde descansan sus restos, y la pequeña casa donde vivió sus últimos años san Juan de Ávila, son centros de continuo peregrinar de obispos, sacerdotes y fieles de toda España.
La Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa Sede, con motivo del centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal. Esperamos que aquél que ha sido conocido a lo largo de los últimos cinco siglos como el Maestro, pronto le sea reconocido por la Iglesia oficial el título de Doctor y Maestro del pueblo cristiano.

jueves, 8 de mayo de 2014

Viernes de la semana 3 de Pascua

Meditaciones de la semana
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La vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y nos da una experiencia de Vida que podemos comunicar a otros.
«Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún. Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?» (Juan 6, 52-60).
1. El Evangelio (Jn 6,52-59) llega al centro del discurso eucarístico, que ilumina el misterio, cuando llegue la Última Cena, cuando los cristianos celebren la Misa; ya les había explicado muchas cosas: “Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros”. Juan Pablo II escribió: «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». El Señor insiste: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”. Jesús, ayúdame a entenderte cuando no nos dices que el que come tu carne “tendrá” la vida eterna en el cielo, sino “tiene ya” la vida eterna. Ayúdame a entenderte para ver que la Eucaristía es tomar la fuerza de Dios, comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; si no se comulga no se puede tener vida; y esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección.
“El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente»”. Jesús dirá más tarde: «Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer», y es que llevaba mucho tiempo con ese deseo. De amor serán también la “ternura” que tengamos hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura (Juan Pablo II).
2. La conversión de Pablo se cuenta 4 veces en el Nuevo Testamento, impresiona que el perseguidor pase a ser el apóstol más audaz: “Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. Yendo de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de una luz venida del cielo” (Hechos 9,1-20). La capital de Siria estaba a 230-250 km de distancia. Hay una persecución, como hoy, quizá por ideas equivocadas, por miserias y resentimientos… En nuestro camino, podemos ir contra Jesús, sin verle: “son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (S. Josemaría Escrivá).
 ¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor, cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones aparentemente opuestas al evangelio.
Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie… Saulo está a punto de sufrir una transformación, y tendrá que pasar por la soledad que pasó Jesús en la Pasión. Todos buscan a Jesús, se preguntan: ¿Qué hago con la vida?; ¿de dónde vengo…? ¿A dónde voy? ¿Me salvaré? “Ecce homo”, hemos leído en la Pasión: “¡he aquí al hombre!” Jesús es el modelo de persona: Cristo revela el hombre al hombre y le manifiesta la grandeza de su vocación (Gaudium et spes), en su caminar terreno decían de él: “porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos”; y resucitado también. La humanidad de Cristo sigue viva, en la Iglesia, por eso entiende Pablo que perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús, que Jesús está presente en los cristianos, en la Iglesia: estar en ella es estar con Jesús, en ella encontramos a Jesús. Quienes desprecian la Iglesia como Saulo reciben estas palabras: “yo soy Jesús, a quien tú persigues”. “No dice –S. Beda- ¿por qué persigues a mis miembros? Sino: ¿por qué me persigues? Porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la iglesia”, perseguir a la Iglesia es perseguir a Jesús. Tener atenciones con una persona, como darle un vaso de agua, es ayudar a Jesús. Y así cuando llevamos a una persona a una charla de formación, a visitar el Sagrario, a rezar el Rosario o asistir a un retiro, cuando rezamos juntos: por la piedad, Dios dice de cada uno (imagen de su Hijo): “este es mi hijo amado, escuchadle”. Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a «Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me» persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5): «Vosotros sois el Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...». Al comer el «Cuerpo de Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las consecuencias concretas de este descubrimiento.
Sigue Jesús diciendo a Pablo: -“Levántate y entra en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». Los que lo acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; lo llevaron de la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber”. Bernardino Herrando dice: “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma”. A San Pablo un día Dios le tiró (los pintores lo ponen cayendo del caballo) y le explicó que la violencia que tenía era agua desbocada. Pero no hizo de él alguien sin carácter. Siguió como era, pero había encontrado la Verdad. Se ató porque quiso al amor de Jesús. “¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente se dejó Él poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de muerte se humille... Porque -no hay término medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios que esclavo de mi carne” (san Josemaría).
Muchas veces nos ayuda una persona en el momento oportuno, y aquí Dios le manda un encargo a un hombre fiel: “Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión: «¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí estoy, Señor». El Señor le dijo: «Vete rápidamente a la casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí en oración y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». Ananías respondió: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Y está aquí con plenos poderes de los sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». El Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí». Ananías partió inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». En el acto se le cayeron de los ojos como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Comió y recobró fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en Damasco. Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando que Jesús es el Hijo de Dios”.
3. El Salmo (117,1-2) canta con alegría: ¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos, aclamadlo, todas las naciones, pues su amor por nosotros es muy grande y su lealtad dura por siempre”. Alegría porque Dios quiere que todos los hombres se salven.
Llucià Pou Sabaté