jueves, 25 de julio de 2013

Jueves de la 16ª semana de Tiempo Ordinario (impar): para ver a Dios hay que preparar el corazón, acoger la palabra del divino sembrador

«Los discípulos se acercaron a decirle: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les respondió: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado. Porque al que tiene se le dará y abundará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane. Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron» (Mateo 13,10-17).

1. La parábolas del Reino más larga, la más completa, es la del sembrador, pues Jesús irá explicando su sentido con detalle. Algunos no entienden, pues no están preparados, su corazón no puede pasar de la oscuridad a la luz… es el misterio de la libertad… así las autoridades religiosas entienden, pero rechazan la doctrina y se sulfuran aún más en su interior. La palabra es aceptada por algunos, pero luego abandonada en las dificultades… expresa esta parábola las diversas situaciones de las almas a lo largo de la historia: “cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz” (Balduino de Cantorbery).
-¿Por qué razón les hablas en parábolas, como dejando algo velado y misterioso? Y nos dice Jesús: -"Vosotros podéis ya comprender los secretos del reinado de Dios: ellos, en cambio, no pueden".     Quisiera penetrar en tus palabras, Señor, en esos secretos del Reino…
-“Miran sin ver... y escuchan sin oír ni entender... Son duros de oído y han cerrado los ojos”. La segunda razón que das, Jesús, entra dentro del misterio que sólo tú conoces el corazón del hombre: muchos hombres son culpables de ni siquiera buscar la verdad, al mismo tiempo que hay libertad en materia religiosa, no se puede obligar a nadie a creer. Nos hablas de “comprender con el corazón”.
-“¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” Danos, Señor, unos ojos nuevos, unos oídos finos... La oración y el examen-revisión de vida consiste en "mirar de nuevo" con los ojos de la fe, los acontecimientos que la primera vez se vieron con una mirada simplemente humana. Las parábolas requieren esa mirada de la fe. Toda nuestra vida es una parábola en la que Dios está escondido y desde donde nos habla. Uno puede quedarse en el exterior de las cosas y de los acontecimientos, o bien, "ver" y "oír" a Dios en el hondón de las situaciones humanas.
-“Muchos profetas y justos desearon ver lo que véis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros y no lo oyeron. Sí, Jesús se atreve a decir que El es "aquel que el pueblo de Dios esperaba"”: es el tiempo en que todo se cumple, en que todo es gracia, el momento maravilloso del encuentro de Dios con los hombres. ¿Sabremos estar atentos a esta hora de Dios y no dejar pasar la ocasión de verle y de escucharle? (Noel Quesson).

2. El puñado de fugitivos de Egipto aparece ahora como una comunidad bien organizada, de la que ha tomado posesión Yahvé, tras de haberse manifestado a ellos en el Sinaí. El milagro de esta transformación es obra exclusiva de Yahvé. Él es quien ha escogido este pueblo para que sea sacramento de su presencia salvadora. Por eso lo ha llamado de la nada, lo ha sacado de la opresión, lo ha puesto en el camino de la libertad y le ha dado un sentido de marcha. Dios se revela en los acontecimientos de la historia. Por ello, la morada de Dios, su habitación, es esencialmente el pueblo, la comunidad humana. De hecho, Dios había ordenado a Moisés: «Hazme un santuario, y moraré entre ellos» (25,8). Nuestro texto nos dice que el pueblo de Israel cumplió la orden de Yahvé.
–“Moisés obedeció todas las prescripciones del Señor. Erigió la morada de la «Tienda de Reunión»”. Diversos textos bíblicos describen en detalle los objetos del culto y las ceremonias litúrgicas, hay parecidos con el Templo de Jerusalén (quizá añadidos más tarde al texto). Es central en el culto judío. El aniversario de la destrucción del primer templo es uno de los días de ayuno más señalados, junto con Yom Kipur… la tienda de la Alianza nos habla del Templo, y a su vez es imagen de Jesús que planta la tienda entre nosotros, y se queda en el Tabernáculo que es el Sagrario, y con la fuerza de la Eucaristía y su Espíritu Santo (la nueva presencia) establece el Reino de Dios entre nosotros, de lo que habla el Evangelio…
-“Moisés asentó las basas, colocó los tableros y los travesaños y erigió sus postes; desplegó la Tienda encima, tomó las «tablas de la Ley» y las colocó dentro del arca, puso el propiciatorio encima del arca”... Fijémonos en que se trata de una «tienda» un abrigo frágil y transportable, que se desmonta a cada partida y se remonta a cada nueva etapa. El Dios de Israel es un Dios que «hace camino» con su pueblo. Es invisible... habla con «signos» y acepta que los hombres materialicen un lugar que simbolice su Presencia. «El Verbo se hizo carne, y erigió su tienda entre nosotros.» En el sagrario está nuestra tienda, para que vayamos con Él…
-“La nube cubrió la Tienda de Reunión y la gloria de Dios llenó la morada”. La «nube» es también un signo de la presencia de Quien no se ve (en la Transfiguración de Jesús fueron también envueltos por una nube luminosa).
-“Por la noche, un fuego brillaba en la nube”. El «fuego» también es símbolo de Dios. Sabemos que desde la Encarnación ese «fuego» ha venido al corazón de los hombres: el día de Pentecostés, llenó la Iglesia. Por el Espíritu, los bautizados han venido a ser los lugares de la Presencia de Dios. «¡Que vuestra luz brille!» decía Jesús. Un fuego brillaba en la nube sobre la Tienda de Dios. ¿Qué oración me sugiere este pasaje de la Escritura?
-“Así sucedía en todas sus etapas”. El cuerpo de Cristo es la verdadera presencia de Dios entre nosotros, en todas las etapas de la vida, en todos los lugares de la tierra (Noel Quesson). Un pueblo libre, que marcha, protegido y guiado por Yahvé, hacia la tierra prometida. La nube y la gloria de Dios acompañará al pueblo en la travesía del desierto, imagen de la fe, que ilumina la peregrinación del cristiano de día y noche hasta llegar a la tierra prometida, al cielo (Biblia de Navarra). Los santos Padres han considerado también esta nube como figura de Cristo: “él es la columna que manteniéndose recta y firme, cura nuestra enfermedad. Por la noche ilumina, por el día se hace opaca, para que los que no vean y los que ven se vuelvan ciegos” (S. Isidoro de Sevilla).
Se ha hecho realidad la promesa de Dios: "Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios. Ellos reconocerán que yo soy Yahvé, su Dios que los sacó de Egipto para habitar entre ellos. Yo soy Yahvé su Dios" (29,45) A pesar de ese cumplimiento histórico, nuestro relato no deja de ser una imagen de la plena realización de la presencia de Dios en Jesucristo, la misma palabra de Dios, que se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros y nos permitió ver su gloria (J. M. Aragonés).
3. «Qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa... dichosos los que encuentran en ti su fuerza: caminan de baluarte en baluarte». Es la Iglesia-comunidad «la casa de Dios» (l Tm 3,15); es la Eucaristía la que atrae ese anhelo místico hacia el Señor de la vida: "Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo".
"Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación". Decía Juan Pablo II que la subida al templo es imagen de la ida de los justos hacia las eternas moradas, donde Dios acoge a sus amigos en la alegría plena (cf Lc 16,9). Esa subida mística, de la que la peregrinación terrena es imagen y signo, para san Juan Clímaco (en La escala del Paraíso) es un progreso espiritual: "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro corazón el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83,6). Escuchad la Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Señor y a la casa de nuestro Dios" (Is 2,3), que ha hecho nuestros pies ágiles como los del ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus caminos, venciéramos (cf. Sal 17,33). Así pues, apresurémonos, como está escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios y, reconociéndolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13)."
En nuestra vida hay también "áridos valles", y se nos invita a “subir” por amor a ver en lo de cada día al Señor que nos espera: manteniendo la mirada fija en esa meta luminosa de paz y comunión. También nosotros repetimos en nuestro corazón la bienaventuranza final, semejante a una antífona que concluye el Salmo: "¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!"


Llucià  Pou Sabaté

martes, 23 de julio de 2013

Miércoles de la semana 16 de tiempo ordinario (año impar): la Palabra de Dios sigue fecundando el mundo, en una siembra que continúa con nuestra colaboración
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga» (Mateo 13,1-9).
1. Empezamos hoy (hasta el viernes de la semana que viene) el capítulo de las parábolas de Jesús: el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla escondidos, la red que recoge peces buenos y malos. Las parábolas son relatos que en labios de Jesús contienen una lección para enseñar las líneas-fuerza del Reino, con comparaciones llenas de expresividad.
Jesús, no es la primera vez que enseñas desde la barca, para que puedan oírte bien desde la orilla, de manera que puedan también verte, comienzas hoy diciendo: “-He aquí que salió el sembrador a sembrar”...
La siembra divina continúa hoy, como también en época de san Pablo incluso cuando estaba desanimado, porque los habitantes de Corinto, la ciudad pagana, no le hacían mucho caso, y escucha la voz de Cristo que le dice: «No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo... yo tengo un pueblo numeroso en esta ciudad» (Hch l 8,9- l 0). Y, en efecto, Pablo se quedó en Corinto año y medio, «enseñando entre ellos la Palabra de Dios» o sea, sembrando en abundancia.
La comunidad cristiana -los pastores y todos los demás fieles- hemos recibido el encargo de que el mensaje de Cristo llegue a todos, «siembra» divina en el lenguaje de hoy, como recientemente se ha preparado el Catecismo para jóvenes, así lo importante es sembrar, porque la Palabra de Dios tiene una fuerza interior que germina y da fruto también en terrenos hostiles.
Con esperanza y confianza en Dios, somos instrumentos de la iniciativa de Dios, que es  quien hace fructificar nuestros esfuerzos. Nosotros tenemos que sembrar sin tacañería y sin desanimarnos fácilmente por la aparente falta de frutos (J. Aldazábal).
El pobre "sembrador" de la parábola de hoy no tiene buena suerte, en apariencia: los pájaros comen las semillas, antes de que germinen..., luego la plantita es quemada por el sol, antes que pudiera crecer..., por fin la planta que había logrado desarrollarse es sofocada por las malas hierbas... ¿Por qué nos cuentas, Jesús, esta serie de fracasos? Podría pensarse, cuando se llega a este punto de la parábola, que el trabajo del sembrador ha sido completamente inútil. Pues bien, todo ello es imagen del "Reino de Dios"...
A menudo tenemos nosotros la impresión de estar perdiendo el tiempo al tratar de vivir y proclamar el evangelio, y no ver ningún resultado. ¡Señor, contéstanos! ¡Señor, ilumínanos!
-“Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto; unos ciento; otros, sesenta; otros treinta”. He aquí un éxito sorprendente. El fracaso anterior es muy ampliamente compensado. Sí, a pesar de las apariencias contrarias, la cosecha divina será un hecho. Al fin de cuentas el Sembrador no quedará decepcionado: el Reino de Dios tiene asegurado el éxito final... ¡la Palabra de Dios no puede fallar porque Dios es Dios!
«La tierra era buena, el sembrador el mismo, y las simientes las mismas; y sin embargo, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí la diferencia depende también del que recibe, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de una parcela a otra. Ya veis que no tiene la culpa el labrador ni la semilla, sino la tierra que la recibe; y no es por causa de la naturaleza, sino de la disposición de la voluntad» (San Juan Crisóstomo).
«La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 150).
-“¡Quien tenga oídos, que oiga!” A menudo, sí, somos sordos y nuestros corazones están cerrados; no sabemos percibir suficientemente los signos del Reino de Dios, los signos que Dios trabaja en su obra, que la "mies crece" y que "la cosecha 100 por 1" está preparándose... a pesar de las apariencias contrarias. Señor, danos tu modo de ver. Señor, llévanos contigo para sembrar el buen grano (Noel Quesson).
2. –“La asamblea de los hijos de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, el día quince del segundo mes después que salieron de Egipto”. Cuando se está en el desierto se alarga la sensación de tiempo. El desierto es el lugar de la «prueba»: en el vacío de todo en la pobreza, el peligro, el hambre... el hombre se enfrenta consigo mismo. No hay nada que lo distraiga de lo esencial: la vida, la muerte... sobrevivir... subsistir.
-“En el desierto, toda la comunidad de los hijos de Israel empezó a murmurar contra Moisés y su hermano Aarón”. Ese conjunto abigarrado de fugitivos no tiene nada de un pueblo excepcional. Son unos contestatarios de Moisés y de Dios: -«¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos! Nos habéis traído a este desierto para que muramos todos de hambre.» Nosotros también podemos ansiar cosas del pasado, pero hemos de confiar en que vale la pena, a pesar de que, en algún momento, no veamos nada claro. Jesús, enséñanos a ser fieles, día tras día.
-“El Señor dijo a Moisés: "Mira, Yo haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá a recoger cada día la ración cotidiana, así lo pondré a prueba: Veré si obedece o no a mi ley."” Es el «manná», un alimento inesperado que permite sobrevivir en el desierto. El desierto, la prueba, permite al hombre experimentar la providencia divina: no contar tan sólo consigo mismo... sino confiar en otro. En profundidad, es la experiencia de la pobreza. De ese modo su duda, su desánimo, su murmuración puede convertirse en ocasión de progresar en la fe. El manná es justo lo suficiente para cada uno -un «omer», un medio litro por persona-; así, para Dios, no hay ni ricos ni pobres... todos son hermanos, que reciben igual ración. Es todo un ideal. ¡Si, de hecho, fuera así, Señor! El manná –al parecer algunas plantas del desierto destilan algo así, que los beduinos usan para comer- es un alimento frágil, que hay que recoger cada día, que se echa a perder si se provisiona para el día siguiente. Jesús nos repetirá la lección, esta invitación a una confianza cotidiana: "el pan nuestro de cada día dánoslo hoy".
-“El día sexto, la ración será doble a la de los demás días”. El día de descanso el Señor nos quiere con paz: ¿sabemos vivir los domingos con gozo, expansión y apertura, tal como Dios quiere?
-“Cuando vieron esto, los hijos de Israel se decían los unos a los otros: ¿Qué es esto?, que en hebreo es ¿Mûn hû? Ese nombre interrogativo es también un símbolo: ante los dones de Dios, nos sentimos también, a menudo, desconcertados. Muchas cosas no son claras. «¿Qué es esto?» Si, por lo menos, nos formuláramos más a menudo esta pregunta, y a propósito de tantos «dones» como nos concede Dios sin que sepamos reconocerlos (Noel Quesson).
3. El salmo 77, que rezamos hoy, se hace eco del relato: «el Señor les dio pan del cielo... e hizo llover carne como una polvareda y volátiles como arena del mar». Dios siempre aparece dispuesto a ayudar a su pueblo. Se nos pide confianza, el Pan vivo nos da fuerza: «en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan del cielo: es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo... Yo soy el pan de la vida. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne por la vida del mundo».

Llucià Pou Sabaté

lunes, 22 de julio de 2013

Martes de la 16ª semana de Tiempo Ordinario (impar): la relación de Dios con su pueblo es de fe, y crea un vínculo, que irá haciéndose fuerte hasta formar una familia, la de los hijos de Dios, en la fidelidad

“En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él. Uno se lo avisó: -«Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. » Pero Él contestó al que le avisaba: -«¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?» Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: -«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre»” (Mateo 12, 46-50).

1. –“Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él”. Jesús, gracias por ser uno de los nuestros, con una madre, María; primos -llamados aquí "hermanos" según la costumbre de algunos pueblos-; con tu lengua aramea.
Cuando se lo dicen, Jesús responde: "¿Quién es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos?"” Jesús, quisiste revelarnos algo muy importante: -“Señalando con la mano a sus discípulos dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos". ¡Extraordinaria revelación! El discípulo es de la familia, pariente de Jesús. Genera un intercambio de corazón a corazón entre "hermanos y hermanas de Jesús". Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad. Me hace pensar:¿qué debo cambiar en mis relaciones con mis hermanos?
La madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir. Jesús, que luego les atendería con toda amabilidad, ahora aprovecha para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a Él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». No niegas, Señor, los valores de la familia humana, sino que fundas la Iglesia, por encima de razas y con vocación universal, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. No fundada en criterios de sangre o de raza, son los que creen en ti y cumplen la voluntad de su Padre, tu nueva familia que empezó con Santa María y San José, los primeros creyentes. No basta con estar bautizado, con “estar” en la Iglesia: hay que “ser”, pues la fe tiene consecuencias en la vida.
-“El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo. Ese es hermano mío y hermana y madre”. «Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (CEC 2233). La característica esencial del discípulo de Jesús: es "hacer la voluntad de Dios". El que actúa así es un verdadero pariente de Jesús. Entrar en comunión con Dios, haciendo su Voluntad... Es, al mismo tiempo, entrar en comunión con innumerables hermanos y hermanas que tratan, ellos también, de hacer esa misma voluntad (Noel Quesson).
Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús. Santa María sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mí según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes. Cuando acudimos a la Eucaristía, a veces no conocemos a las personas que tenemos al lado. Pero también ellas son creyentes y han venido, lo mismo que nosotros, a escuchar lo que Dios nos va a decir, a rezar y cantar, a celebrar el gesto sacramental de la comunión con el Resucitado. Ahí es donde podemos acordarnos de que la familia a la que pertenecemos como cristianos es la de los creyentes en Jesús, que intentan cumplir en sus vidas la voluntad de Dios. Por eso, todos con el mismo derecho podremos elevar a Dios la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro, que estás en el cielo...» (J. Aldazábal).
Esta filiación divina adoptiva tiene alguna semejanza con algunos ejemplos de la historia, como los emperadores romanos elegían hijos adoptivos para sus sucesores, prefiriéndolos a sus hijos naturales, para escogerlos bien en sus cualidades… Jesús edifica su religión no sobre las relaciones familiares de sangre, sino que forma una familia sobre una comunidad de fe y de amor. Libremente, quienes aceptan a Jesús y hacen la voluntad de Dios Padre son considerados por Él como de su propia familia. Así, “mi Padre que está en los cielos” se amplía al “Padre nuestro”, y “hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir” (Catecismo 2233).
Las palabras de Jesús son un elogio para su madre: “ella hizo la voluntad de mi Padre. Esto es lo que en ella ensalza el Señor: que hizo la voluntad de su Padre, no que su carne engendró la carne (…). Mi Madre a quien proclamáis dichosa, lo es precisamente por su observancia de la Palabra de Dios, no porque se haya hecho en Ella carne el Verbo de Dios y haya habitado entre nosotros, sino más bien porque fue fiel custodio del mismo Verbo de Dios, que la creó a Ella y en Ella se hizo carne” (S. Agustín).

2. El paso del Mar Rojo es como el artículo fundamental de su fe: Dios ha salvado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Es también imagen de la pascua y de nuestro bautismo, por eso lo recordamos en la Vigilia Pascual. Se han mitificado algunos pasajes históricos, sobre la gran victoria de Dios contra los enemigos de Israel. No sabemos qué pasó exactamente, pero sin duda hubo elementos de la naturaleza extraordinarios: aguas bajas, fuerte viento del este que secó las aguas más superficiales de aquel paso. Los egipcios obcecados por darles alcance, y las aguas que volvían a su cauce en terreno pantanoso, que fue la ruina de sus carros y de todos ellos… y «aquel día el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto: Israel vio la mano grande del Señor y temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo».
Cuentan los estudiosos que el texto contiene diferentes tradiciones: el prodigio de la separación de las aguas de la mano de Moisés (tradición sacerdotal), Dios y el viento (yavista), el ángel de Dios (elohista). La iniciativa es divina, en la salvación y constitución del pueblo. La tradición cristiana ha establecido siempre un paralelo entre ese paso por el agua y el bautismo del nuevo Pueblo de Dios.
-“Moisés extendió el brazo sobre el mar. El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar”. Dios no está menos presente en los fenómenos naturales. La salida del sol. La caída de la lluvia. El viento que deseca. Cosas corrientes en que por la fe podemos leer la obra de Dios. ¡Señor, te doy gracias por todo lo que haces por nosotros!
-“Los hijos de Israel entraron en medio del mar a pie enjuto... mientras que las aguas envolvieron a los egipcios y cubrieron el ejército de Faraón, sus carros y sus guerreros...” Maravillosa epopeya popular. Escena inolvidable. Todo un símbolo. Se hizo justicia: los débiles y los pobres ganaron a los poderosos, los opresores quedaron aniquilados. Es evidente que las cosas no suelen resolverse tan fácilmente. Pero ¿por qué se impide a los débiles y a los pobres soñar en la liberación radical de sus desgracias? El bautismo, con su simbolismo, asume los dos aspectos de este acontecimiento: el mal se aniquila, se destruye el pecado original, el agua destruye... y surge la vida divina, la salvación se hace presente, el agua vivifica... El libro de la Sabiduría ve el relato como una alabanza a Dios que libra a Israel (19,6-9). Es Jesús quien nos hace pasar de la muerte a la vida en el mar rojo de su sangre, por su muerte, por la pasión, por su bautismo que es el nuestro, y así nuestro bautismo será el preludio de lo que pasará con nuestra muerte… paso previo a la resurrección, y necesario… San Pablo ve en las aguas del Mar Rojo la imagen de las aguas bautismales: “bajo el mando de Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Co 10,2). El mito de Caronte, el barquero de la muerte, queda así superado… es la fe la que nos lleva a confiar en este paso…
-“Aquel día, el Señor salvó a Israel”... He ahí la clave interpretativa de esta epopeya: su óptica es netamente religiosa. Se trata de una asistencia divina en una situación desesperada, humanamente hablando: ¡Dios salva! Dios mismo se hace más presente en el ángel del Señor, dirige las operaciones, interviene directamente; Moisés, por su parte, cumple las órdenes del Señor y actúa como su vicario; los hijos de Israel colaboran dócilmente como beneficiarios del prodigio. Pero también los elementos cósmicos intervienen: la columna de humo que era guía diurna oscurece ahora el camino a los egipcios; la noche, símbolo del mal, se convierte, como en la Pascua, en tiempo de la intervención divina; el viento cálido del este, siempre temido por sus efecto nocivos, resulta ser benéfico; y las aguas del mar, símbolo tantas veces del abismo y del mal, facilitan el paso glorioso de los hijos de Israel (Biblia de Navarra).
Dios protege a su pueblo, libra del peligro a sus elegidos: “tú también, si te apartas de los egipcios y huyes lejos del poder de los demonios –comenta Orígenes-, verás cuán grandes auxilios te estarán preparados cada día y cuánta protección tendrás en tu apoyo. Únicamente se te pide que permanezcas fuerte en la fe y que no te aterren ni la caballería egipcia ni el ruido de sus carros (…) comprende la bondad de Dios creador: si te sometes a su voluntad y sigues su Ley, Él hará que las criaturas cooperen contigo incluso en contra de su naturaleza si fuera preciso”.
«Jesús» significa precisamente «Dios salva» (Mt 1,21). Ahora bien, Dios es siempre el mismo. Todavía HOY Dios actúa para luchar contra todo mal y para salvar. Donde existe el pecado, existe también una acción salvadora de Dios. En nuestras revisiones de vida, tenemos que habituarnos a contemplar la Presencia de Dios en el seno mismo de las situaciones donde el mal parece que triunfa. Israel vio la mano fuerte que el Señor había desplegado... (Noel Quesson).
3. El pueblo temió al Señor... Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron ese cántico al Señor. Esta «acción de gracias» no es un canto de guerra, sino un canto de amor. Este es, junto con el de Débora, uno de los más antiguos himnos de Israel (probablemente ya existía en XIII a.C.): «cantemos al Señor, sublime es su victoria... al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas...». En el pregón pascual cantamos: «ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo»; era la primera pascua. Esa pascua es figura de la segunda, la de Cristo, que pasa a la Nueva Vida de Resucitado a través de la muerte: «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo»; esa pascua de Jesús nos ha salvado a todos, por las aguas del Bautismo experimentamos esa luz, esa libertad: «esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos».

Llucià Pou Sabaté 

Lunes de la semana 16 de tiempo ordinario (impar)


Dios protege a su pueblo y lo guía a través de la historia, y nos pide correspondencia a su amor.
“En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: -«Maestro, queremos ver un signo tuyo.» Él les contestó: -«Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón»” (Mateo 12,38-42).
1. Algunos escribas y fariseos interpelaron a Jesús: "Maestro, queremos ver un signo hecho por ti". Siempre estamos tentados de hacer a Dios esta pregunta: ¿por qué, no escribes claramente tu Nombre en el cielo?, ¿por qué no nos das una prueba manifiesta de tu existencia... de manera que la duda resulte imposible? ¡Los ateos y los paganos se verían entonces obligados a inclinarse! ¡Y los fieles se tranquilizarían! ¿Por qué Dios no hace este signo? Sencillamente, porque Dios no es lo que pensamos a veces, está muy allá de nuestra capacidad. Dios, sé que eres servidor de los hombres para merecer tu amor, y me fío de ti. Sé que no quieres obligar al hombre a fuerza de poder y de maravillas. Que respetas la libertad con sus riesgos y su grandeza. Que has elegido ganarte el amor del hombre, muriendo, en Cristo, por él.
Jesús responde: “-No se os dará otra señal que la de Jonás”. Jonás estuvo retenido tres días "en la muerte", luego fue salvado por Dios y enviado a Nínive para que predicase la conversión. He ahí la única "señal" que Dios quiere dar: -“Así también el Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra”. La "señal de Dios es: la muerte de Jesús... la resurrección de Jesús... la conversión y la salvación de los paganos. Es decir, el misterio pascual. (Jonás es un libro más bien sapiencial, con una narración más bien de enseñanza moral, y además es fundamento sólido para este significado cristológico).
-“En el Juicio se alzarán los habitantes de Nínive... Y la reina de Saba... al mismo tiempo que esta generación, y harán que la condenen, pues ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás, y hay algo más que Jonás aquí”. Nínive, capital de Asiria, era el símbolo de la ciudad pagana, llena de orgullo y corrupción. Jesús la pone como ejemplo a los fariseos que se tienen por justos y seguros de sí mismos: sí, algunos paganos están más cerca de Dios que ciertos fieles... Jesús, anuncias que los paganos, al convertirse, ocuparán el lugar de los hijos de Israel, e incluso participarán en la sentencia final del Juicio. Este signo de salvación que Dios ofrece a todos los hombres, a todas las razas, a todos aquellos que todavía no lo han oído... ¿somos capaces de reconocerlo a nuestro alrededor? Pedimos "signos" a Dios. Nos los da; pero no sabemos verlos. No sabemos interpretarlos. Quisiéramos nuestra clase de signos, que nosotros pudiéramos juzgar e interpretar, signos que correspondan a nuestras referencias y a nuestros deseos. Sin embargo el mundo y la historia están llenos de signos de Dios. Uno de los objetivos del examen de conciencia, de la oración, de la "revisión de vida", es el de aprender los unos de los otros a ver y "leer los signos de Dios en los acontecimientos": Dios trabaja en el mundo... en el que el misterio pascual continúa realizándose. Dios nos da signos; pero son signos discretos: se puede fácilmente pasar junto a ellos y no verlos. ¡Danos, Señor, ojos nuevos! (Noel Quesson).
Jesús, parece que no te gustaba que te pidieran milagros. Los hacías con frecuencia, por compasión con los que sufrían y para mostrar que eras el enviado de Dios y el vencedor de todo mal. Pero no querías que la fe de las personas se basara únicamente en las cosas maravillosas, sino, más bien, en tu Palabra y tu Persona: «si no véis signos, no creéis» (Jn 4,48), recriminas a los letrados y fariseos que te piden un milagro ya habían visto muchos y no estaban dispuestos a creer en Él, porque cuando uno no quiere oír el mensaje, no acepta al mensajero. Te interpretaban todo mal, incluso los milagros: los hacía «apoyado en el poder del demonio». No hay peor ciego que el que no quiere ver. Jesús apela, esta vez, al signo de Jonás, que se puede entender de dos maneras. Ante todo, por lo de los tres días: como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días, así estará Jesús en «el seno de la tierra» y luego resucitará. Ese va a ser el gran signo con que Dios revelará al mundo quién es Jesús. Pero la alusión a Jonás le sirve a Jesús para deducir otra consecuencia: al profeta le creyeron los habitantes de una ciudad pagana, Nínive, y se convirtieron, mientras que a Él no le acaban de creer, y eso que «aquí hay uno que es más que Jonás» y «uno que es más que Salomón», al que vino a visitar la reina de Sabá atraída por su fama.
Nosotros tenemos la suerte del don de la fe. Para creer en Cristo Jesús no necesitamos milagros nuevos. Los que nos cuenta el Evangelio, sobre todo el de la resurrección del Señor, justifican plenamente nuestra fe y nos hacen alegrarnos de que Dios haya querido intervenir en nuestra historia enviándonos a su Hijo. No somos, como los fariseos, racionalistas que exigen demostraciones y, cuando las reciben, tampoco creen, porque las pedían más por curiosidad que para creer. No somos como Tomás: «si no lo veo, no lo creo». La fe no es cosa de pruebas exactas, ni se apoya en nuevas apariciones ni en milagros espectaculares o en revelaciones personales. Jesús ya nos alabó hace tiempo: «dichosos los que crean sin haber visto». Nuestra fe es confianza en Dios, alimentada continuamente por esa comunidad eclesial a la que pertenecemos y que, desde hace dos mil años, nos transmite el testimonio del Señor Resucitado. La fe, como la describe el Catecismo, «es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a Él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida» (26). El gran signo que Dios ha hecho a la humanidad, de una vez por todas, se llama Cristo Jesús. Lo que ahora sucede es que cada día, en el ámbito de la Iglesia de Cristo, estamos recibiendo la gracia de su Palabra y de sus Sacramentos, y, sobre todo, estamos siendo invitados a la mesa eucarística, donde el mismo Señor Resucitado se nos da como alimento de vida verdadera y alegría para seguir su camino (J. Aldazábal).
2. Sigue la odisea de Moisés: -“Cuando anunciaron al rey de Egipto que el pueblo de Israel había huido, se mudó el corazón del Faraón...” Había dejado partir a los hebreos, pero ahora se lanza a perseguirlos.
-“Hizo enganchar su carro, tomó seiscientos carros, los mejores, y todos los demás carros de Egipto, cada uno con su dotación”. Los bajorrelieves nos dan imágenes de ese ejército temible y rápido. Normalmente los peatones, en este caso los hebreos, ¡estaban vencidos por adelantado!
-“Los alcanzaron mientras acampaban junto al mar”. Es el símbolo mismo de la «situación sin salida»: acorralados junto al mar, ante un ejército más poderoso que ellos. Tratemos primero de imaginar ese drama que se está preparando. Y luego pensemos que la Pascua definitiva, la de Jesucristo, nos librará de una situación todavía más radical: ¡la resurrección de Jesús le libera y nos libera de la misma muerte! Cada una de nuestras fiestas de Pascua y cada eucaristía nos permiten dar gracias por la intervención liberadora de Dios en nuestro favor.
-“El Señor endureció el corazón del Faraón”. Esta fórmula me parece que –como todo el capítulo- junta lo decisivo de la Pascua con una interpretación épica: poner un origen divino en todo lo que hacen los del pueblo judío. La épica acentúa el dramatismo, pero ni Dios manda matar a nadie, ni endurece el corazón de nadie… en otros lugares se dice de un modo más acorde con nuestra sensibilidad: -«el corazón del Faraón se mudó»- o bien -«el Faraón endureció su corazón» (Ex 8,11; 8,15; 9,7). Nosotros diremos que Dios no quiere nunca el mal, que los redactores ponen en boca de Dios los acontecimientos que pasan, que es una voluntad de Dios permisiva (Dios permite que pasen estas cosas, en cuanto que lo permite, lo quiere, y de esto sacará un bien) pero en realidad no lo quiere directamente… A los semitas no les preocupaba, como a nosotros, entender cómo se imbrican concretamente la libertad humana y el impulso divino... ¡Sería abusivo hacer responsable a Dios del mal que el hombre comete! Ayúdanos, Señor, a no endurecer nuestros corazones. Líbranos de toda pretensión de total autonomía.
-“Los hijos de Israel, llenos de miedo, dijeron a Moisés: «Déjanos tranquilos, queremos continuar sirviendo a los egipcios. ¡Vale más servir que morir en el desierto!»” Si del momento histórico no podemos juzgar mucho, sí podemos afirmar que aquí vemos Es la prueba de la Fe. Apenas salidos de la esclavitud, están dispuestos a volver a ella, a causa de las ventajas que, a pesar de todo, sacaban de ella. Sí, ésta es también nuestra prueba y nuestra pregunta: ¿Quién es pues este Dios, que se presenta como «salvador» y que aparentemente deja a los suyos en la miseria?
-"No temáis, aguantad y veréis lo que el Señor hará hoy para salvarnos... El Señor combatirá por vosotros..." Puesta a dura prueba, la fe ha de triunfar con una fe más pura, más despojados de toda confianza en sí mismos para confiar totalmente en el Otro. Esto es siempre actual. Creemos, Señor, pero acrecienta en nosotros la fe (Noel Quesson).
Un tema importantísimo para nosotros es la fe como respuesta al miedo producido por unos acontecimientos que aparecen como inevitablemente contrarios a nuestra seguridad. Se trata, pues, de aprender a «ver» a Dios en aquello que sucede: ver lo invisible que se manifiesta con fuerza en medio de las realidades visibles que pueden aplastarnos. Se parte de un hecho que ha quedado grabado en la memoria del pueblo como un hecho esencial, pero del que se han perdido los detalles y exactitud histórica que a nosotros tanto nos interesan. El hecho histórico es signo teológico: de un pueblo que duda, que tiene miedo, que no acaba de confiar en la palabra de Yahvé, y se destaca la figura de Moisés como un hombre de fe. Su fe es pura e inquebrantable. Por eso es confiada. Confianza que se entrega. Es una fe vivida con toda sinceridad y proyectada sobre los demás como un testimonio irrebatible de esperanza en Dios, que es quien actúa y base de la esperanza; todo esto es signo de Quien vendrá: “por consiguiente (…) continuemos corriendo con perseverancia la carrera emprendida: fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de la fe, el cual, despreciando la ignominia, soportó la cruz en lugar del gozo que se le ofrecía, y está sentado a la diestra del trono de Dios” (Hb 12,1-2), el liberador que nos cruza el mar de la vida con el rojo de su sangre redentora, su bautismo que es el nuestro…
3. El relato del paso del Mar Rojo, que continuará mañana, es el acontecimiento clave y el mejor símbolo de la liberación. Aunque el camino hacia la tierra prometida esté lleno de dificultades, la travesía del Mar Rojo es el hecho constituyente del pueblo de Israel. No es una historia científica, imparcial, sino un relato religioso, en el que continuamente aparece el hilo conductor: Dios es fiel a su promesa, salva a su pueblo y lo guía. Cuanto más se exageren las cifras de los adversarios y el carácter épico del paso del Mar, tanto más claramente se proclama la grandeza de Dios y su bondad para con el pueblo.
El salmo no podía ser otro que el cántico que entonó el pueblo al verse ya salvado a la otra orilla del Mar Rojo: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado al mar... El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor... Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible». Nosotros cantamos ese mismo cántico en la Vigilia Pascual, después de haber proclamado el relato del Éxodo. En nuestra noche pascual, vemos el sentido pleno de la primera Pascua judía: no sólo admiramos la cercanía que tuvo Dios para con su pueblo, sino, sobre todo, el poder que mostró al resucitar a Cristo de entre los muertos, haciéndole «pasar» (=Pascua) a través de la muerte hacia la nueva existencia, a la que también nos conduce a nosotros por medio de las aguas del Bautismo. En el Bautismo nos introdujo Dios en la nueva comunidad de los salvados. Y a lo largo de toda nuestra vida -camino de desierto, nos quiere liberar de todos los faraones y de todos los peligros que nos acechan. También a nosotros se nos tiene que repetir: «no tengáis miedo». La Pascua de Cristo es el inicio de nuestra victoria. Con nosotros no hará prodigios cósmicos ni podremos contar hazañas milagrosas. Pero sí somos conscientes de cómo Dios, por los sacramentos de su Iglesia, nos concede la fuerza para nuestro camino y nos quiere liberar de toda esclavitud. Ante las quejas del desierto, podemos hacer examen: ¿Queremos de verdad que Dios nos libere de nuestros males, de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, o nos sentimos a gusto en nuestro Egipto particular?, ¿o, tal vez, ni nos hemos enterado de que somos esclavos?
Dios “es un fuerte guerrero”, dice el poeta indicando la antigüedad del texto… “Él es el Señor del universo; (…) es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad” (Catecismo 269). “Su nombre es el Señor” (literalmente “Yah”, abreviatura de “Yahwéh”, y quizá esta forma más antigua haya quedado en la alabanza de los salmos, Aleluyah: J. Aldazábal).

Llucià Pou Sabaté

sábado, 20 de julio de 2013

Domingo de la semana 16 de tiempo ordinario; ciclo C. Marta y María, modelos de amor y servicio
«Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: «Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada». (Lucas 10, 38-42).
1. Marta y María acogen a Jesús. Marta se enfada pidiendo que María le ayude. Jesús le dice: “Marta, te preocupas de muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María eligió la mejor parte que no le será quitada. La clasificación entre vida activa y contemplativa, a partir de eso, hizo incomprensible este texto, mostrando una supuesta descalificación de la vida activa puesta en boca de Jesús. Incluso santa Teresa dice con su habitual gracejo, que, si todos hiciésemos como María, Jesús se quedaría sin comer. Es obvio que el sentido tiene que ser otro que tenga más coherencia con el resto del evangelio.
Además, ¿es que no fue activa la vida de Jesús? ¿No son palabras suyas que los zorros tienen madriguera fija y los pájaros nido, pero que él estaba siempre en marcha de un sitio para otro?
Ironizaba S. Agustín: “Si fuera así, cesen los hombres de socorrer a los necesitados, elijan para sí la mejor parte, que no les será quitada. Dedíquense a la palabra divina, anhelen ardientemente la dulzura de la doctrina, conságrense a la ciencia salvadora; despreocúpense de si hay un peregrino en la aldea, de si alguien necesita pan o vestido; desentiéndanse de visitar a los enfermos, de redimir al cautivo, de enterrar a los muertos; descansen de las obras de misericordia y aplíquense a la única ciencia. Si ésa es la mejor parte, ¿por qué no nos dedicamos a ella todos, dado que tenemos al Señor por defensor al respecto? Aquí no existe temor alguno de ofender su justicia, puesto que sus palabras nos apoyan”. Las cosas son buenas, pues “Dios hizo todas las cosas y eran muy buenas” (Gn 1,31). Presenta las dos maneras de afrontar la hospitalidad con Jesús haciendo referencia a la vida presente y la futura: “Estas dos mujeres, ambas amigas del Señor, ambas dignas de su amor, ambas discípulas suyas, son figura de dos vidas, la presente y la futura; una laboriosa y otra ociosa; una infeliz y otra dichosa; una temporal y otra eterna. Quienes lo habéis visto y comprendido habéis comprendido algo en verdad grande que deben ver y conocer quienes aún no lo han visto ni conocido. Esas dos vidas son las que os he descrito, en cuanto me ha sido posible. Vosotros reflexionad ahora, sin prisas sobre ellas...” María escoge lo mejor, según aquello: “Mi bien es estar unida a Dios (Sal 72,28).
Te vemos, Jesús, que tienes amigos, raíces… Marta se esfuerza en preparar una comida especial (algo más complicada de lo normal) porque hay huésped, lo que supone que no puede estar charlando con Jesús a pesar de lo mucho que le gustaría. Si María ayudase, acabarían antes y se podrían sentar todos para conversar. Jesús se da cuenta y le dice a Marta que no se líe, que haga cualquier cosa para comer, porque lo importante, lo mejor y lo más agradable es relacionarse en un ambiente de plena amistad. Él no ha ido allí para sofisticaciones, sino para estar con sus amigos.
Hogar no es donde vivo, sino donde me comprenden. No se descansa en una silla, sino en un amigo. El nombre de Betania tiene desde entonces para los cristianos el significado de lugar de amigos.
El ritmo vertiginoso de nuestra sociedad es el de quien bebe mucho, pero sin saborear. Vemos, hablamos y oímos tan de prisa que el gozo de vivir se nos escapa. Nos hemos convertido en turistas superficiales de nuestra propia existencia. No vivimos, nos viven.
No disfrutamos de la vida que Dios nos da. En los ambientes de Iglesia se muestran serias reticencias a la palabra placer. Se identifica el contenido del término con abuso o desviación. Sin embargo, el disfrutar sanamente de la vida ilumina los rostros, serena el mundo interior de las personas, da optimismo y ánimo, permite maravillarse y, casi siempre hace barruntar el misterio. Los místicos y contemplativos de todos los tiempos saben mucho de esto (Eucaristía 1989).
El sueco W. Stinissen ha hablado de «una neurosis fundamental» del hombre contemporáneo, que tiene su origen en la «represión de Dios». Según él, se trata de «una neurosis más profunda, que resulta de la pérdida de contacto, por parte del hombre, con el nivel trascendente de su ser, y que le precipita en un abismo de absurdo y soledad». Ninguna terapia psicológica puede curar esta «neurosis fundamental», pues está causada por el hecho de encontrarnos fuera de nuestro ser auténtico. Podremos lograr que nuestra vida sea más agradable en un aspecto u otro, pero el problema más profundo no habrá sido resuelto. San Agustín lo expresó hace mucho tiempo en frase bien conocida: «Nos has hecho para ti, y nuestro corazón no descansará hasta que descanse en ti.»
El hombre actual necesita aprender el arte de escuchar. Necesitamos hacer silencio, curarnos de tanta prisa, detenernos despacio en nuestro interior, sincerarnos con nosotros mismos, sentir la vida a nuestro alrededor, sintonizar con las personas, escuchar la llamada silenciosa de Dios. No se trata de buscar el silencio por el silencio, sino de reencontrarnos a nosotros mismos, enraizarnos más sinceramente en nuestro ser, y, sobre todo, escuchar al que es la fuente de la vida. Dedicar un tiempo de nuestras vacaciones a estar sencillamente en silencio, a la escucha de nuestra vida y a la escucha de la ternura de Dios, puede resultar insoportable al comienzo, pero puede ser una experiencia de renacimiento gozoso (J. Pagola).
Del amor -y del verdadero amor- E. Fromm señala: «Se considera "pasivo" a un hombre que está sentado, inmóvil y contemplativo, sin otra finalidad que experimentarse a sí mismo y su unicidad con el mundo porque no "hace" nada. En realidad, esa actitud de concentrada meditación es la actividad más elevada, una actividad del alma, y sólo es posible bajo la condición de libertad e independencia interiores (…) Sin duda, ser capaz de concentrarse significa poder estar solo con uno mismo -y esa habilidad es precisamente una condición para la capacidad de amar-. Paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar».
J. L. Martín Descalzo en el Testamento del pájaro solitario narra una experiencia de niño cuando su madre le llevó un día a una catedral: «Recuerdo que mi madre apretaba mi mano, como abrazando mi alma y me decía: "Mira, aquí está Dios", y que tenía temblor su voz cuando lo mencionaba. Y yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba el sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: "No le busques fuera, cierra los ojos, oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral"». ¿Tendremos tiempo, en estas semanas de descanso y en nuestra vida, para cerrar los ojos y oír el latido de un Dios, que llevamos dentro, como en una catedral o en una ermita, «más íntimo que mi mayor intimidad»? (Javier Gafo).
El hombre no puede actuar correctamente, si antes no ha escuchado la palabra de Dios; eso es precisamente lo que se puede reconocer incluso en el episodio de Abrahán en el encinar de Mambré, pues la historia había comenzado con la escucha obediente de la palabra de Dios. Ya en la Antigua Alianza todo comienza con el "Escucha, Israel". La acción debe después corresponder a esa escucha; a ninguna ortopraxis le está permitido imaginar que puede sustituir a la ortodoxia o producirla a partir de sí misma. La praxis de María se demostrará como la correcta en el último convite de Betania, cuando unge a Jesús para su sepultura; su acción será defendida por el Señor contra todos los ataques y propuesta como modelo para toda la historia de la Iglesia (H. von Balthasar).
2. «No pases de largo junto a tu siervo». La hospitalidad es una ley suprema en los pueblos sencillos, y Abrahán la practica de la manera más generosa y solemne con los tres caminantes extranjeros, como se narra en la primera lectura. Prepara un banquete para ellos, como si barruntara que en estos extranjeros le visitaba un poder supraterrenal. Aunque son tres, Abrahán les habla en singular. Dios se le aparece en una pluralidad para él incomprensible (posteriormente, cuando Dios va a Sodoma, se habla de dos ángeles: Gn 19,1). El comportamiento de Abrahán con respecto a Dios es aquí el preludio de la promesa divina de que Sara tendrá un hijo antes de un año (H. von Balthasar).
3. «Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria». También en la Iglesia la palabra de la predicación debe preceder a la praxis, como muestra la segunda lectura. «¿Cómo van a creer si no oyen hablar de él?, y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?» La obra suprema de Dios, la entrega de su Hijo por nosotros, es la quintaesencia de la palabra que nos dirige. Y percibir la palabra de este Hijo como acción de Dios significa entrar en esa acción. Por eso el apóstol puede atreverse a escribir estas palabras: «Así completo en mi carne [lo que falta a] los dolores de Cristo». En la medida en que Cristo como cabeza ha sufrido por todo su cuerpo, a este sufrimiento no le falta nada; pero en la medida en que Cristo es «cabeza y cuerpo», el cuerpo debe participar en la pasión de Cristo. La «comunión en Cristo», en la que el apóstol quiere introducir mediante su predicación a todos los hombres, incluidos los paganos, exige algo más que la distancia entre el que habla y el que escucha, exige la acción común (H. von Balthasar).
Aconsejaba S. Josemaría participar en las escenas del Evangelio “como un personaje más. Así (…) os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes hasta la más pequeñas” (Amigos de Dios 222).

Llucià Pou Sabaté
Sábado de la 15ª semana de Tiempo Ordinario (impar): el Señor de la historia nos conduce hacia la liberación por su Primogénito, Jesús, que nos salva en su Sangre redentora

“En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones»” (Mateo 12,14-21).  

1. He aquí un nuevo incidente de Jesús respecto al sábado: en ese día curó a un paralítico, y ¡en plena sinagoga esta vez!: -“Los fariseos salieron y tuvieron consejo para planear el modo de acabar con El”. La discusión que precede a este pasaje muestra la preocupación de Jesús por la evolución de los fariseos... Les habló de la oveja caída en un pozo y de cuán natural era salvarla aun en día del sabbat... con mayor razón, dijo Jesús, tenemos el derecho y el deber de "¡hacer bien a un ser humano incluso en sábado!" Pero son espíritus limitados, permanecen encerrados en sus reglas estrictas de lo "permitido y lo prohibido"... y se imaginan que el dejar hacer supondría la pérdida de la fe. Entonces deciden cortar de raíz esta nueva interpretación de la ley, y planean cómo dar muerte a Jesús.
-“Jesús se enteró y se marchó de allí. Le siguieron muchos y El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran”. Es el silencio mesiánico. Jesús mandaba callar: insistía en que no se hablase de sus milagros ni del misterio de su persona. La hostilidad llegó a ser tan fuerte a su alrededor que ¡Jesús se vio obligado a esconderse! ¿Sería esto un signo de fracaso, una confesión de impotencia o de resignación derrotista? Mateo contestará a esta cuestión con una larga cita del profeta Isaías -la más larga cita del Antiguo Testamento- que es una de las claves más importantes para comprender la personalidad del Mesías. -"He aquí a mi servidor, mi elegido... Mi Amado, en quien mi alma se complace..." Jesús es el verdadero "siervo" de Dios. ¿Soy yo también servidor o servidora de Dios? Jesús es el "Amado" del Padre. Esta certeza ¿es también mi alegría y mi apoyo?
-“Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones”. La obra de Jesús no va destinada solamente al "pueblo elegido" ni tampoco a los primeros pueblos que tuvieron la suerte de recibir el evangelio: Todas las naciones son amadas de Dios en Cristo, y Jesús ha sido enviado a todas ellas.
-“No disputará ni gritará; ni oirá nadie su voz en las plazas públicas”. Jesús no es un líder, en el sentido usual del término; no es un reformador, o un revolucionario que lo pone todo en completo desorden. Su acción es “interior”, es calma, es apacible, va de corazón a corazón. No mete ruido, no busca que hablen de El: pide silencio. Su papel es enderezar las conciencias, curar las llagas, dar de nuevo valor a los pecadores.
-“La caña cascada no la quebrará, el pábilo humeante no lo apagará... Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza”. ¡Maravillosa vocación la de Jesús: vocación de amar... de no quebrar lo cascado, no apagar los pequeños destellos de luz que aún subsisten, volver a dar esperanza! Gracias, Señor, de haber querido ser todo esto por nosotros, por mí. Ayúdanos, Señor, a parecernos a ti (Noel Quesson).
También es una llamada a la esperanza en la lucha ascética, pues el Señor no apaga la luz de nuestro corazón ni siquiera ante nuestros pecados: “¿Qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento? No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez. Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día, tú y yo -pobres criaturas- no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido: «venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré». Gracias, Señor porque has sido siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo.
Si de veras deseas progresar en la vida interior, sé humilde» (J. Escriv,a Amigos de Dios 131).

2. –“Los hijos de Israel partieron de Ramsés hacia Sukkot unos seiscientos mil hombres sin contar los niños”. Este es un relato «épico», en él se exageran algunos detalles. Los sacerdotes que pusieron por escrito el relato de ese acontecimiento, algunos siglos después, aumentaron el número de israelitas para que se levantara el ánimo de los judíos que entonces no eran más que un «pequeño resto». En los textos del Concilio también se define a la Iglesia como «un pueblo inmenso»... y, a la vez, como un «pequeño rebaño»... Porque el pueblo de Dios, a menudo minoritario de hecho está destinado de derecho a abrirse a la multitud. Ruego por la Iglesia y por la inmensa masa de hombres que espera la revelación de Jesucristo.
-“Salió también con ellos una abigarrada muchedumbre”. Muchos textos subrayan esa diversidad racial, esa especie de universalidad, en la partida del pueblo de Dios. Se trata de un conjunto heteróclito (Dt 29,10; Josué 8,35; Lv 24,10): extranjeros, egipcios, víctimas quizá también de la dictadura del Faraón, que aprovecharon la ocasión para evadirse de Egipto. Jesús dirá que el Reino de Dios es como una red que «recoge peces buenos y menos buenos» (Mt 13,47). ¿Admito la «diversidad en la Iglesia o prefiero encerrarme en la seguridad de pequeños grupos de gente que piensa como yo? ¿Qué pienso sobre el «pluralismo» político de los cristianos? ¿Soy capaz de dialogar con personas diversas de mí? Se forjará la unidad de Israel, pero será en el desierto y en la fe a partir de esa muchedumbre diversa y abigarrada que huye de la esclavitud.
-“De la masa que habían sacado de Egipto cocieron tortas sin levadura porque no pudieron entretenerse preparando provisiones”. Se vuelve a poner de relieve la prisa de la partida con ese tema del «pan sin levadura», porque no había tiempo para que fermentase. ¡Partir! Abandonar algún confort material para adquirir la libertad espiritual. «¡Deja tu país!», decía ya Dios a Abraham» (Gn 12,1). Caigamos en la cuenta de que, a pesar de las dificultades, los hebreos en Egipto disfrutaban de ciertas ventajas materiales -en el desierto echarán en falta las «carnes grasas y las ollas llenas» (Ex 16,3). Partir sin «provisiones», comer «pan sin levadura» es signo de desasimiento, de disponibilidad total a la llamada de Dios, de una voluntad de renunciación personal. «Abandonando allá sus redes, le siguieron» (Lc 5,l l; Mt 4,20; Mc 1,18). HOY todavía nuestras eucaristías son panes ácimos. ¿Es solamente un recuerdo formal, o es un signo? ¿Somos un pueblo siempre dispuesto a partir a la primera llamada?
-“Esta noche que fue de "guardia" para el Señor, para sacarlos de Egipto, ha de ser también una noche de "guardia" para todos los hijos de Israel”... Sí, la celebración de la Pascua era una fiesta nocturna, una «velada». HOY también, nuestra «vigilia pascual» es la cumbre litúrgica del año y el más hermoso oficio de Pascua. ¿Sabemos darle esta plenitud de sentido? Dios se preocupó de hacer «guardia", de estar en «vela» por nosotros, como una madre que pasa la noche junto a la cama del hijo enfermo, como un soldado que monta la guardia en las avanzadillas, frente al peligro. Jesús nos pedirá también "velar". Nos dará el ejemplo de sus noches en oración (Lc 6,12), y velará por nosotros, trágicamente, su última noche terrestre, la de Getsemaní. Dios no cesa de "velar" por mí. Y yo ¿qué tiempo de vigilia y de atención le dedico? (Noel Quesson).
3. Dios inició con brazo poderoso la historia de la liberación de su pueblo. Ellos nunca se cansarán de cantar: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia... sacó a Israel de aquel país... dividió en dos partes el mar Rojo...». Vale la pena que, con renovada motivación, continuemos cantando el estribillo del salmo de hoy: «porque es eterna su misericordia». En Cristo Jesús, sucedió la gran «noche de vela» de Dios, resucitándole de entre los muertos. Por eso, cada año, la comunidad cristiana, en la Vigilia Pascual, se reúne y vela en honor de Dios y de su Resucitado. «Porque es eterna su misericordia». Nos llenamos de alegría al cantar el pregón de aquella noche, hablando de la Pascua de Cristo: «Porque estas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles. Esta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo...
Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte. Cristo asciende victorioso del abismo... ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo...!»


Llucià Pou Sabaté

viernes, 19 de julio de 2013

Viernes de la 15ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Jesús, Señor del sábado, quiere nuestro bien

“Un sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: -«Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.» Les replicó: -«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa "quiero misericordia y no sacrificio", no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado»” (Mateo 12.1-8).

1. El diálogo entre Cristo y el fariseo, en torno a la observancia del sábado, es importante. A partir de pequeños acontecimientos de la vida corriente, vas formando a tus apóstoles, Jesús: -“Por aquel entonces, un sábado, iba Jesús por los sembrados; los discípulos sintieron hambre y empezaron a arrancar espigas y a comer”. Comer algo que se toma con la mano, está permitido entre los judíos.
Los apóstoles han violado una de las reglas de la Mischna sobre el Sabbath sobre las actividades prohibidas en ese día. Tú, Jesús, les haces ver que la ley que prohíbe arrancar las espigas en sábado no es más que un documento de comentaristas de la ley; por el contrario, la misma ley autoriza claramente a comer el pan sagrado cuando se tiene hambre (1 Sam 21,2-7).
-“Tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”. Lo primero que indicas, Señor, es que David viola un día una disposición litúrgica porque tenía hambre. Y lo apruebas, mostrando que conservar la vida tiene, para Dios, más importancia que las leyes cultuales.
También dices que los sacerdotes encargados del servicio del Templo, hacen toda clase de trabajos corporales el día del sábado, para preparar los sacrificios o limpiar los utensilios del culto.
Y con el Profeta Oseas, que hemos leído estos días, recuerdas que Dios nos dice: "Quiero amor y no sacrificios" (Os 9,13), mostrando la verdadera jerarquía de valores: ¡lo que Dios quiere es nuestro corazón! «Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yavé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.
-Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo» (J. Escrivá, Surco 992). Podemos concretar algunos sacrificios en el trabajo cuidando las cosas pequeñas, en la cordialidad en el trato o en la comida, etc.
Pero vas más lejos, afirmando que tú eres "Señor del sábado" y "más importante que el templo". Tienes plenos poderes. Eres "Hijo del hombre" y el "Señor del sábado", Dios legislador que nos muestra la auténtica Ley, el Mesías esperado que modificase la legislación (Maertens-Frisque).
-“Hay aquí alguien que es mayor que el templo”. En el Templo no habita Dios, pero en ti, Jesús, Dios se hace carne. No derogas la Ley del Sábado, sino que la interpretas desde el interior, y le insuflas un soplo nuevo (Noel Quesson). El día de la creación, con la nueva creación que es tu Resurrección, Jesús, pasará a ser el día del Señor –“diez dominus”, domingo- aunque en algunas lenguas sigue llamándose el “día del Sol”, pues tú eres la luz que nos iluminas. Así, el "primer día de la semana", el domingo, pasa a ser el día de la Eucaristía.
El sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. Lo mismo podría pasar con nuestra interpretación del descanso dominical, por ejemplo, que ahora el Código de Derecho Canónico interpreta bastante más ampliamente que antes: «se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso («relaxationem») de la mente y del cuerpo» (CIC 1247).
Jesús, nos enseñas a ser humanos y comprensivos, y nos das tu consigna: no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre. Pones ahí el acento de que el bien del hombre es el camino de la Ley, y en el fondo, “el pecado ofende a Dios lo que perjudica al hombre” (Santo Tomás de Aquino); si algo es bueno para el hombre, no es pecado pues la Ley va dirigida a nuestro bien. Esto significa que las leyes han de estar puestas para bien de las personas, y no poner en nombre de Dios cosas que perjudican la persona. Serán en todo caso apreciaciones humanas, que han de ir dirigidas a ese fin y si no se pueden cambiar.
Todo rito, como la asistencia a la santa Misa, debe ir acompañados por la unión interior contigo, Jesús: «El sacrificio exterior para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. “Mi sacrificio es un espíritu contrito...”. Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior o sin relación con el amor al prójimo. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: “Misericordia quiero, que no sacrificio”. El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación. Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios» (CEC 2100).
2. Vemos a Moisés, que con la ayuda de Dios, condujo en la salida de Egipto. Empieza el éxodo. No leemos todos los pasos de esta historia. Por ejemplo, las plagas con que Dios fue castigando a Egipto para que dejara salir a los judíos (plagas que, en principio, podían ser fenómenos naturales catastróficos, que los judíos interpretaron como castigo de Dios): sólo leemos la décima y última, la muerte de los primogénitos de las familias egipcias, o la muerte del primogénito del Faraón, que llenó de consternación a todo Egipto. La pascua probablemente era en su origen una fiesta de pastores que en primavera, cuando nacen los corderos y se inicia la trashumancia hacia los pastos de verano, ofrecían el sacrificio de una res recién nacida, y con su sangre realizaban un rito especial para impetrar la preservación y fecundidad de los rebaños, pero desde ahora quedará cargada de un significado y una fecundidad profundas, cada rito se carga de sentido: la cena de despedida está descrita con los ritos que luego se harían usuales: la reunión familiar, el sacrificio del cordero con cuya sangre marcan las puertas, la cena a toda prisa, con panes ácimos, sin acabar de fermentar...
Todo es imagen de Jesús, que atravesó las aguas de la muerte para entrar en la nueva existencia, a la que, como nuevo Moisés, nos conduce a todos sus seguidores. De esta Pascua -acontecimiento irrepetible, su muerte y resurrección-, se nos hizo partícipes ya el día de nuestro Bautismo (Rm 6,3-4). En la misa, celebramos al Cordero cuya Carne nos alimenta, cuya Sangre nos salva. He ahí la ceremonia ritual de la «cena pascual» por la cual, de generación en generación, los judíos conmemoraron su Liberación. Los simbolismos son muy expresivos. Al meditarlos HOY nosotros, los que creemos en Cristo, no olvidemos: - de una parte que Jesús, como fiel judío, vivió esos ritos cada año, al celebrar la Pascua... - de otra parte que Jesús transformó esos ritos introduciendo su propio sacrificio eucarístico. En efecto, toda liberación humana es el signo y el anuncio de la única liberación definitiva, la «resurrección» que nos libra de las opresiones más temibles: el pecado y la muerte.
-“El primero de los meses... el décimo cuarto día del mes”... Nuestra vida de Fe se inscribe en un calendario, en el tiempo, día tras día, año tras año. ¿Tengo el sentido de ese itinerario por el que Dios me conduce?
-“Un cordero por casa... y si la familia fuese demasiado reducida invitará al vecino más cercano”... Rito comunitario vivido «en familia» y «en vecindad»... La Fe no puede vivirse en solitario, sino con los hermanos.
-“Una vez degollado el cordero tomarán la sangre y untarán con ella las dos jambas y el dintel de la casa”... Signo de la sangre, símbolo de la vida, portador de la energía vital. «Esta es la copa de mi sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todo el mundo para la remisión de los pecados
-“La sangre será vuestra señal en las casas. Cuando yo la vea pasaré de largo y no habrá para vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto”. ¡La sangre que protege del mal! Jesús se presentó como el «Cordero verdadero» (Jn 13,1;18,28), que por su sacrificio sangriento aporta la liberación total y decisiva... que por el don de su vida nos libra de la influencia del pecado... que nos arrastra a seguirlo, peregrinos en camino, hacia la verdadera Tierra Prometida, cerca de Dios. ¿Soy consciente de ese carácter «pascual», liberador, de cada misa? ¿Aporto al Señor todos mis esfuerzos para liberarme y para liberar a mis hermanos? ¿Pienso que estoy en camino? ¿Cuál es la finalidad de mi vida?
-“Comerán la carne aquella misma noche”... No se trata de un rito exterior. Hay que asimilarlo, nutrirse verdaderamente de él. La liberación no es, en primer lugar, un «recuerdo» del pasado, es un acontecimiento actual que me concierne personalmente y en el que me he de comprometer. Hay que comer. No basta con «asistir» a la misa. Hay que comulgar en ella. Ritualmente comiendo el Cuerpo del Señor y realmente comprometiéndome en la liberación de todo mal.
-“Con panes sin levadura... De pie, ceñida la cintura, calzadas las sandalias, el bastón en la mano... comeréis de prisa”. Sí, es una comida antes de partir. No nos reunimos por reunirnos, sino para partir hacia... Cada misa me devuelve a mi vida cotidiana, a mis trabajos y compromisos. ¿Hay un enlace entre mi vida y los ritos? (Noel Quesson).
3. Esta celebración, repetida cada año, será para Israel un memorial, «un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor para siempre». Pascua significa “alegría”, “alegría festiva”, “salto ritual o festivo”, y su misma raíz equivale a “pasar por encima de” (1 R 18,21.26; Is 31,5), de ahí que sirva tanto como castigo-azote como salvación-protección, claramente aquí significa “el paso del Señor”: «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles», dice el salmo de hoy. Pero su amor y su poder divino hacen lo que parecía imposible. Y dice S. Agustín: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyó? Quién sino Aquel que dice: ¿Podéis beber el cáliz que yo te de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor”.
Llucià Pou Sabaté


miércoles, 17 de julio de 2013

Miércoles de la 15ª semana de Tiempo Ordinario (impar): el encuentro con el Señor se realiza en la sencillez, vuelca su misericordia y ternura en el alma que abre su miseria a la grandeza de Dios; en cambio caen los orgullosos

“En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,25-27).  

1. Te veo rezar, Jesús, y quiero aprender de ti: “-Padre, Señor del cielo y de la tierra...” Es el único pasaje del evangelio donde usas estas palabras solemnes, pues sueles hablar del Padre con términos de intimidad y familiaridad. Lo dices en continuidad con toda la Escritura: No hay otro Dios más que El. Y es quien dirige todo ese gran universo con sus millones de seres desde los átomos hasta las estrellas. Todo cuanto existe le está sometido. Es el "Señor del cielo y tierra". Te adoro, Padre, cada fiesta en la Misa: "Gloria a Dios en las alturas..."
–“Bendito seas”... Rezas, Señor, dirigiéndote al Padre en acción de gracias, alabanza, un "te lo agradezco". Veo tu corazón lleno de agradecimiento hacia el Padre. "¡Bendito seas, Padre!". Contigo, Jesús, yo repito esa sencilla y breve oración.
-“Porque lo que has escondido a los sabios y entendidos, lo has revelado a la gente sencilla”. ¡Este es el objeto de su agradecimiento! Porque Dios se "esconde" a los orgullosos... y se "revela" a los humildes. El gran Dios del Universo es desconocido de los que se creen ser más inteligentes y más sabios que los demás. Es a los pobres a quienes se da a conocer. Es entre los sencillos que naciste, Jesús; y los que escogiste como apóstoles eran también sencillos. ¿Tienes preferencia por los que no son nada en el mundo, los que son insignificantes a los ojos de los hombres?... los sencillos ¡éstos son valiosos a los ojos de Dios! Señor, ayúdame a ser "uno de esos pequeños a quien Tú te revelas.
Las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría. Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción. A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones. Entre «estas cosas» que no entienden los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.
Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no te recibieron, Señor, en su “ignorancia”. Los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer. La pregunta vale para nosotros: ¿somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios?, ¿o, más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, «sabios y entendidos», que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir, porque lo tenemos todo? Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los aceptan en su vida, mientras que nosotros podemos perdernos en teologías y razonamientos. La oración de los sencillos es más entrañable y, seguramente, llega más al corazón de Dios que nuestros discursos eruditos de especialistas. Nos convendría a todos tener unos ojos de niño, un corazón más humilde, unos caminos menos retorcidos, en nuestro trato con las personas y, sobre todo, con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y los demás, tantos dones como nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva (J. Aldazábal).
-“Sí, Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien”. Me gustaría oírte decir "¡Padre!", Jesús, para aprender de ti que Dios es ante todo "la bondad". Dios es bueno, ¿Dudo, quizá alguna vez, de la bondad de Dios? Ayúdame, Señor, a rezar, como tú, esta oración de alabanza: "Gracias, oh Padre, por esto... por aquello..."
-“Mi Padre me lo ha confiado todo. Al Hijo lo conoce sólo el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Sí, lo sabemos: Dios es difícil de alcanzar. Nadie lo ha visto nunca, excepto tú, Jesús: "conoces a Dios"... ¡y lo das a conocer a los que aceptan seguirte y ser de tu escuela! Jesús, ayúdame, todos y cada día de mi vida, a conocer mejor al Padre. ¡Que tu evangelio sea mi meditación cotidiana! Que trate de penetrar mejor en tu misterio... hasta el día que, por fin, te veré cara a cara (Noel Quesson).
Los pobres en el espíritu y humildes de corazón son los queridos por Dios: «De la misma manera que los padres y las madres ven con gran gusto a sus hijos, también el Padre del universo recibe gustosamente a los que se acogen a él. Cuando los ha regenerado por su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama, la ayuda, combate por ellos y por eso, los llama sus «hijos pequeños» (San Clemente de Alejandría).

2. La visión de la zarza ardiente representa un momento decisivo en la vida de Moisés y de su pueblo: Dios le llama para llevar a cabo la liberación de su pueblo. Han pasado varios años desde la huida de Moisés. Se ha instalado en tierras de Madián. Se ha casado allí con la hija del sacerdote pagano Jetró. Ha tenido familia. Ha madurado en su carácter. Es pastor de oficio y está cuidando los rebaños de su suegro. Y allí se le aparece Dios, en forma de fuego. (A Pedro le hará impresión el Jesús de la pesca milagrosa; a Pablo, el Jesús que se le aparece en el camino de Damasco. Cada uno tenemos algún momento en que Dios sale a nuestro paso). Quien se aparece a Moisés es el Dios de los patriarcas. El Dios de la promesa. El Dios que ve cómo sufre su pueblo y no lo puede soportar y decide intervenir, enviando a Moisés. La vocación no es nada fácil. De momento, su temperamento decidido responde: «aquí estoy». Pero, luego, se da cuenta de lo que le está pidiendo Dios y presenta sus objeciones: ¿precisamente él, huido de la justicia de Egipto, es el que va a volver allí, nada menos que a pedir al Faraón que deje salir a los suyos? La respuesta de Dios es una de las que más veces aparece en la Biblia: «yo estoy contigo».
Moisés creció pues en la corte del Faraón, la educación que allí recibió le permitirá, más tarde, ser un jefe. Así para trabajar en la liberación de los pobres es muy útil adquirir competencias humanas. Pero Moisés, a la vez que se promocionaba personalmente no renegaba de su ambiente ni de la gente de su pueblo. Un día se escapa del palacio del Faraón y va a las obras donde trabajan los esclavos, sus hermanos de raza. Es testigo de las «cargas» y de los «azotes». Se le revuelve la sangre y mata al egipcio que maltrata al hebreo. Luego, arriesgando la denuncia, huye al desierto... Será el segundo lugar de la formación de Moisés en que se capacitará para ser un jefe, ¡capaz de conducir a todo un pueblo a través del desierto! Así Dios prepara desde lejos lo que tiene intención de realizar un día. Ruego por las «preparaciones»... que puedo entrever. -Moisés era pastor del rebaño de Jetró, su suegro. Viviendo la vida de los nómadas, tiene experiencia de las tradiciones de sus antepasados, Abraham, Isaac, Jacob. Es un retorno a las fuentes. Esta experiencia le será muy útil cuando tendrá que volver a atravesar ese desierto del Sinaí, unos años después. -El ángel del Señor se le apareció en forma de llama de fuego que salía de una zarza. Dios le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés! ¡Moisés!, «Heme aquí." Esta es una escena de vocación. Dios lo llama por su nombre. Le va a revelar su proyecto de liberación y le confía la misión de realizarlo. Dios lleva siempre a cabo sus planes por medio de intermediarios humanos, hombres y mujeres. Dios necesita de los hombres. Llama a las personas a su servicio. A mí también me llama por mi nombre... Escucho, de Ti, Señor, ese nombre que es el mío... Oigo como una llamada que viene de Ti. «Heme aquí, Señor!» Reelijo HOY mi vocación de bautizado, de sacerdote, de religioso... la mía, en la que nadie puede reemplazarme...
¡Quítate las sandalias porque el lugar que pisas es tierra sagrada!» Moisés, notémoslo bien, se encuentra en el desierto guardando un rebaño. No está delante de un tabernáculo sagrado, sino delante de «una zarza». ¡Ningún lugar de la tierra está vacío! Dios está allí. ¡El lugar donde me encuentro en este momento, es un lugar sagrado, si sé encontrarme contigo, Señor!
-El Señor dijo: "La aflicción de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto la opresión que les infligen los egipcios... Ahora, pues, ve. Te envío al Faraón: tú harás salir de Egipto a mi pueblo." Nuestro Dios es un Dios que escucha y que mira. Los pobres son sus preferidos. ¡Es un Dios que se compadece de todo sufrimiento! Sufre con los que padecen. ¡Gracias, Señor! ¡Qué maravillosa revelación de Dios! Dios trata de que Moisés comparta su proyecto. Nuestro Dios es un Dios activo, que «toma partido», que se «compromete» y pide que nos comprometamos con El. -Moisés dijo: «¿Quién soy yo para esta hazaña?» Ningún hombre está a la altura para salir con éxito de las obras de Dios. Ante la magnitud de la tarea, nos sentimos siempre muy pequeños. Es un buen signo. -Dios le respondió: «Yo estaré contigo.... La fuerza de aquél que ha recibido misión no le viene de sí mismo, es una fuerza de Dios "Yo estaré contigo". Dios repetirá esas mismas palabras a sus amigos al enviarlos a una misión (Noel Quesson).
            3. El Dios del éxodo es también el Dios Padre de Jesús. Es el Dios de ahora, nuestro Padre, que sigue con su corazón apenado por tanto dolor e injusticia como hay en este mundo: «el clamor de los israelitas ha llegado a mí». El Dios que quedó retratado en las parábolas y en la actuación de Jesús de Nazaret: el que se apiadaba de la gente que tenía hambre, que perdonaba a los pecadores, que denunciaba las injusticias, que curaba de todo mal. Nosotros, con mayor razón que el mismo salmista, podemos decir sus palabras: «el Señor es compasivo y misericordioso... Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura... El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos: enseñó sus caminos a Moisés». Podemos rezarle al Señor, para ser también nosotros portadores de esa esperanza ante momentos difíciles que tienen las personas, transmitirles ese: «yo estoy contigo». Y también ese: “El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos”, salvación en tiempos de Moisés y en nuestros días, a lo largo de toda la historia sigue resplandeciendo la divina misericordia.


Llucià Pou Sabaté