domingo, 24 de marzo de 2013


Domingo de Ramos, procesión de las Palmas: queremos acompañar a Jesús en estos días de Semana Santa, agradecer su amor por nosotros y unirnos a ese burrito para atrevernos a ser portadores de Dios.

En aquel tiempo, Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo necesita.» Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: -¿Por qué desatáis el borrico?
Ellos contestaron: -El Señor lo necesita.
Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo:
-¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: -Maestro, reprende a tus discípulos.
Él replicó: -Os digo, que si éstos callan, gritarán las piedras” (Lucas 19,28-40).

Hoy es una celebración especial, una procesión de entrada ahora, y en la misa la proclamación de la Pasión. La procesión con sus cantos es ya la entrada de la misa. El sacerdote representa a Cristo que entra en Jerusalén, dispuesto a dar cumplimiento pleno a su misión, como el Siervo que se entrega. Después de la preparación de la cuaresma, acompañamos con ramos de victoria y de paz al que camina hacia la muerte: “¡Es el Señor! ¡Hosanna!”
Aceptación y rechazo, luz y sombra, vida y muerte unen esta liturgia con la misa. San Andrés de Creta dice en el oficio de hoy: "...Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para postrarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.
…Y si antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria".
Los ramos bendecidos que se llevan a las casas nos recuerdan la procesión el resto del año. San Agustín comenta que aquel asno que lleva a Jesús somos nosotros: “No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos a él por él; no perecemos” (Sermón 189,4).
Algunos se imaginan que aclaman a un reino temporal como por ejemplo por una guerra santa acabar con el sometimiento de Israel a los romanos y hacer de ella una nación poderosa, pero en realidad Jesús es un Rey interior de paz y de reconciliación. Los guerreros montan a caballo. La mula servía allí de montura a reyes y nobles. El asno era cabalgadura de pobres y gentes de paz. Asno "que nadie ha montado todavía" nos recuerda que todo cuanto  se utilice en el servicio de Dios no ha debido usarse antes… Llama también la atención el que Jesús se designe a sí mismo como "el Señor", y que  pretenda disponer libremente del asno de un aldeano desconocido. Basta decir: "El Señor  lo necesita".
Las aclamaciones son mesiánicas. "¡Bendito  el que viene en el nombre del Señor!" (salmo 118,25-26). La exclamación "Viva el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan de  Jesús: que restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el reino que  llega, el de nuestro padre David".
La respuesta de Jesús a los fariseos intrigantes les debió desconcertar. Si callaran gritarían las piedras. ¿Se repite la historia? 
Jesús estará en la Ciudad durante el día. Las noches las pasará en  Betania. La única noche que quedará en Jerusalén será la de la pasión. Allá consumará su misión, que nos muestra que lo más importante de la vida es ponerla al servicio de la verdad, el amor, la esperanza. Si nos hemos  esforzado por cambiar actitudes y afinar nuestros sentimientos durante las semanas de  cuaresma es sencillamente para identificarnos mejor con este Jesús que hoy entra  triunfante en Jerusalén, y comprender que la alegría y la felicidad forman parte de nuestro  ser cristiano.
Benedicto XVI recuerda un relato: Un rey quiso saber cómo es Dios y pidió a los sabios y a los sacerdotes de su reino que se lo mostraran. Sólo un pobre pastor le dijo que aunque no podía mostrarle a Dios, sí se ofreció a mostrarle lo que hacía Dios; y le propuso intercambiar los vestidos. Se cambiaron las ropas, el rey con ropa campestre, y el pastor de rey, y le dijo: «Esto es lo que hace Dios», fue la respuesta del pastor. «En efecto, el Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, renunció a su esplendor divino: Se despojó de su rango y tomo la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte. Como dicen los santos Padres, Dios realizó el sacrum commercium, el sagrado intercambio: asumió lo que era nuestro, para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo, ser semejantes a Dios.
Gran maravilla ha de producir en el alma del cristiano esta participación en el diálogo con el mismo Dios, que no es un Ser lejano. Su infinitud no le impide su próxima y generosa cercanía al alma; una amistad con la que, como afirmaba San Agustín, no le transformaremos en nuestro pobre yo, sino que nos identificará con Él.
Aquel grito santo —consummatum est (Jn 19,30)— que nos abrió las puertas del Cielo, se hace presente en cada Santa Misa, con tal eficacia que la última palabra en la vida del cristiano no la dice ni la muerte física, ni la muerte espiritual del pecado, sino la misericordia de Dios. En el Calvario, las tres Personas divinas actuaron en su perfecta unión de amor para el bien de toda la humanidad. Y en cada celebración de la Eucaristía —actualización plena del Sacrificio de la Cruz en el espacio y en el tiempo— se da —para nuestro beneficio— esa misma intervención de la Santísima Trinidad.
Un intercambio admirable. Este admirable intercambio comenzó, para cada cristiano, en el Bautismo, donde —como explica San Pablo— todos los bautizados nos hemos revestido de Cristo. «El nos da sus vestidos, que no son algo externo. Significa que entramos en una comunión existencial con El, que su ser y el nuestro confluyen, se compenetran mutuamente. Ya no soy yo quien vivo, sino que es Crísto quien vive en mí: así describe San Pablo en la carta a los Gálatas el acontecimiento de su Bautismo».
Esta configuración con Cristo, iniciada en el Bautismo, se hace más y más perfecta mediante la recepción de los demás sacramentos, especialmente la Eucaristía, que exige, para su participación completa, la ausencia de pecado grave en el alma. Al unirnos a su sacrificio pascual, que se actualiza en el altar, y al recibir la Comunión, ese parecido con Jesús se torna más intenso y nos permite llamar cada día con mayor verdad «Padre nuestro» a Dios Padre.
Insiste Benedicto XVI, al explicar estos misterios, que «Cristo se ha puesto nuestros vestidos: el dolor y la alegría de ser hombre, el hambre, la sed, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones, el miedo a la muerte, todas nuestras angustias hasta la muerte. Y nos ha dado sus "vestidos". Lo que expone en la carta a los Gálatas como simple "hecho" del Bautismo —el don del nuevo ser—, San Pablo nos lo presenta en la carta a los Efesios como un compromiso permanente: Debéis despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo (…), y revestiros del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada uno con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. Si os airáis, no pequéis (Ef 4,22-26)»” (Javier Echevarría).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 22 de marzo de 2013



Sábado de la 5ª semana de Cuaresma: Jesús nos trae la nueva Alianza en su Sangre redentora, la liberación que nos hace hijos de Dios

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación". Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?". No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso Él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos. Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?". Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde Él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo” (Juan 11,45-57).
1. «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Hoy, de camino hacia Jerusalén, Jesús se sabe perseguido, vigilado, sentenciado, porque se ha revelado como Hijo de Dios y ha dado “el anuncio del Reino” pero no han creído y Caifás ha dicho «os conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación». Se prepara para «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Nguyen van Thuan decía: “Mira la cruz y encontrarás la solución a todos los problemas que te preocupan”.
Nos encontramos a las puertas de la Semana Santa. Como se suele decir, el tiempo ha pasado “volando”. Hemos hecho el camino de 40 días: “Caminarán según mis mandatos y cumplirán mis preceptos, poniéndolos por obra”. Sin embargo, si hemos de ser sinceros, y a la vista de las antífonas de las misas de todos estos días de Cuaresma, en donde se nos ha invitado a la conversión, a la penitencia, a la penitencia… y a más penitencia, nos hemos de preguntar: ¿en qué ha consistido esa reparación, sacrificio o desagravio diario? Yo siempre tengo la impresión que tenía que haber hecho más. Menos mal que hay una cosa llamada “tiempo” que con la experiencia de lo vivido puedo seguir mejorando: mientras hay vida hay esperanza… siempre suelo decir: “esto no ha salido… todavía”.
Jesús “se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos”. Se reúne con sus íntimos en vísperas de lo que ha de acontecer. La oración, es la antesala de la penitencia, y ésta la mesa del sacrificio. Pero Jesús, además de acompañarse de sus discípulos, cuenta contigo y conmigo, y en ese altar de la Eucaristía se encuentra toda la humanidad, esperando, una vez más, la pequeña penitencia que hoy hayamos podido realizar. Sólo así, ganaremos almas para Dios (Archidiócesis Madrid).
 “El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”, “tiene ya la vida eterna”: Señor, no quiero más egoísmo, reticencias, cálculo; hazme como tú, entregado a mi vocación a la que Dios me llama, a la Verdad, quiero oír que me dices: “Yo soy el Hijo de Dios”, y que me devuelves la pregunta: ¿Y tú quién pretendes ser? ¿Quién pretendes ser, que no aceptas plenamente mi amor en tu corazón? ¿Quién pretendes ser, que calculas una y otra vez la entrega de tu corazón a tu vocación cristiana en tu familia, en la sociedad?
2. Ezequiel anuncia la vuelta de Israel del exilio, a los momentos de gloria con el Mesías. Es Alianza divina con los patriarcas, Moisés, David... que veremos en el evangelio de hoy, con Jesús que da su vida «para reunir en la unidad a los hijos de Dios dispersos». Amar y ser amados. Nos gusta más la paz que la discordia. Dios se presenta como «el que procura la unión». «Voy a congregarlos...» Él mismo es, en sí mismo, un misterio de unidad: Tres constituidos en uno. Dios hizo la humanidad, cada hombre, a su imagen. Necesitamos sentirnos solidarios unos con otros, ayudarnos mutuamente, dialogar: sin racismos, separatismos, conflictos, silencios que hacen daño… Perdón, Señor.
-“No volverán a formar dos naciones, ni volverán a estar divididos en dos reinos”. Estaban reñidos el Reino de Judá al sur y el Reino de Israel, al norte. Pero tal situación es símbolo de todas las rupturas entre hermanos, entre esposos, entre naciones, entre grupos sociales, entre Iglesias. Hijos del mismo Padre, amados del mismo Dios. Toda ruptura entre hermanos comienza por desgarrar el corazón de Dios. Toda división entre hombres, hechos para entenderse, comienza por ser contraria al proyecto de Dios. Y, para la Iglesia, es un escándalo: "¡que todos sean uno para que el mundo crea!", «os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros.» «Felices los constructores de paz, serán llamados hijos de Dios.» ¿Qué llamada es oída más intensamente por mí a través de esas Palabras de Dios? ¿En qué punto de la humanidad he de ser «constructor de unidad», lazo de unión, elemento de diálogo?
-“Yo seré su Dios... y ellos serán mi pueblo... Y las naciones sabrán que yo soy el Señor, el que santifica a Israel”. La reputación de Dios está comprometida con el testimonio de unidad que da, o que no da, una «comunidad cristiana». La desunión de los cristianos, el rechazo del diálogo y de la búsqueda en común... impiden reconocer a Dios. Las «naciones no sabrán que Él es el Señor» si no se hace ese esfuerzo de unidad (Noel Quesson).
Como la Pascua, son palabras que pasan por la muerte, para dar vida. Dios nos tiene destinados a la vida y a la fiesta. Los que no sólo oímos a Ezequiel o Jeremías, sino que conocemos ya a Cristo Jesús, tenemos todavía más razones para mirar con optimismo esta primavera de la Pascua que Dios nos concede. Porque es más importante lo que Él quiere hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la Cuaresma. La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también este año, restañar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y depresiones, perdonar nuestras faltas, corregir nuestras divisiones. ¿Estamos dispuestos a una Pascua así? En nuestra vida personal y en la comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar» una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere resucitar a nosotros? ¿Se notará que le hemos dejado restañar heridas y unificar a los separados y perdonar a los arrepentidos y llenar de vida lo que estaba árido y raquítico? (J. Aldazábal).
Pedimos al Señor su gracia especialmente estos días: «Tú concedes a tu pueblo, en los días de Cuaresma, gracias más abundantes» (oración): “Estoy decidido a que no pase este tiempo de Cuaresma como pasa el agua sobre las piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como Él desea ser querido […]. El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años” (San Josemaría). «Humildemente te pedimos, Señor, que así como nos alimentas con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, nos destambién parte en su naturaleza divina»… (Postcomunión).
Cuaresma que ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión? Procuremos aguzar el ingenio –el amor es agudo- para descubrir que nuestro Padre del Cielo –que tiene como propio perdonar y tener misericordia- está siempre esperándonos pues desea perdonar cualquier ofensa para ofrecernos su casa, está feliz cuando el hijo vuelve de nuevo a Él, se siente realizado cuando el hijo se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia. San León Magno nos anima a descubrir nuestro mejor yo en ese amor que Dios nos ha puesto, esas semillas divinas, así decía: “Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos”.
Y de ahí saldrán propósitos de más sacrificio pues el amor se muestra ahí, en cosas pequeñas, y ahí también se estropea, con la rutina y dejadez… “Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es desperdiciar la pelea en esas escaramuzas sobrenaturales, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios” (san Josemaría).
Llucià Pou Sabaté

Cuaresma 5, viernes: Jesús, hijo de Dios, es el inocente que por el sufrimiento nos abre las puertas para entrar a la familia de Dios

 

En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él” (Juan 10,31-42).

1. Como nos dice Javier Echevarría en el libro “Getsemaní”, hemos de mirar a Cristo para aprender de Él a tratar al Padre, meternos entre los apóstoles en esas escenas: “Los llevó con Él, para que participaran en su oración...  Durante los tres años de caminar con Él por Tierra Santa, sería constante la invitación del Maestro a los discípulos para que rezaran. Ahora les pidió que se sumasen a su recogimiento, a su preparación para el Sacrificio redentor de la humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas horas y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe discurrir por el cauce de una oración con Él y como la de Él”, y “orar con Cristo lleva necesariamente a asumir como propia la Voluntad del Padre... los planes divinos”. Meternos en Jesús significa que le “dejaremos habitar en la inteligencia y en el corazón, confiriendo a nuestras potencias la hondura del diálogo del Hijo de Dios con su Padre”.
“Contemplar” así es desligarnos de nuestra miseria y volar alto, en esas alturas del amor de Dios. La oración es necesaria para no caer en la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas duras: “abandonándole huyeron todos” (Mc 14, 50), en una desbandada que dura siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle, para que Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar con Él cada día, incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos con quien sabemos nos quiere tanto: la lectura del Evangelio, la oración para meter la cabeza y el corazón en cada una de las escenas de la Pasión del Señor, si puede ser meditación, que lleve a la contemplación que es cerrar los ojos y representar a Cristo en el momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada uno de estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por el camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... “Contemplar” ha de ser dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de perdón... esta actitud ha hecho muchos santos y es el mejor sistema para crecer en amor a Cristo, a través de su Humanidad Santísima. Va muy bien beber en la sabiduría de las imágenes del crucificado, como el pequeño crucifijo que podemos llevar encima, y al que acudir a escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de Jesús cuando vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos; ver su humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando nos vence el egoísmo,  ver su entrega cuando luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los protagonistas de la Pasión, por ejemplo Verónica, esa mujer atrevida, que se abre paso para dar la cara por Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz en el velo, como queda impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de ahí nacen deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias y petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas y falta de sensibilidad. Son también nuestras contrariedades, enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y las correcciones que nos hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de su mano, a donde Ella nos lleve.
 “Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle”. Así nos muestras, Jesús, que tu pasión comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida. Pero no estás solo: “El Padre está en mí y Yo en el Padre”... Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado (Noel Quesson).
"El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda. Los Padres de la Iglesia se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". Colocándonos espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda intimidad: Pastor, que con tus silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño; / tú que hiciste cayado de ese leño / en que tiendes los brazos poderosos, / vuelve tus ojos a mi fe piadosos, / pues te confieso por mi amor y dueño, / y la palabra de seguir empeño / tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos eres. / Espera, pues, y escucha mis cuidados. / Pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás, para esperar, los pies clavados?” (“Gratis datae”).
Jesús sufrió viendo que se acercaba el momento de su ofrecimiento… Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, negándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados. Si unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría (J. Escrivá, Forja 785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño grano de arena a la Redención.  Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz (Pablo Cardona).

2. Al profeta Jeremías lo llevaban por el camino de la amargura: “Yo oía a mis adversarios que decían contra mí: «¿Cuándo, por fin, lo denunciarán?» Ahora me observan los que antes me saludaban, esperando que yo tropiece para desquitarse de mí”.  Jeremías sufre por la verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", se ve reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro sufrimiento para que podamos llevarlo con provecho para nuestra salvación.
Pero Yahvé está conmigo, Él, mi poderoso defensor; los que me persiguen no me vencerán. Caerán ellos y tendrán la vergüenza de su fracaso, y su humillación no se olvidará jamás. Yahvé, Señor, tus ojos están pendientes del hombre justo”. Nos dice Jesús que “con la paciencia poseeréis vuestras almas”. Muchas cosas malas nos vienen por la precipitación. Todo lo malo se pasa. “La paciencia todo lo alcanza”… Mañana ya comienza la Semana Santa, con el Domingo de Ramos. Está acabando la Cuaresma. Todo llega. Desanimarse es una tontería. Escucha el consejo que da el barrendero a Momo: "Cuando barro, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabar. Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante... Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente.... entonces es divertido... de repente uno se da cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle." Ser santo, amar mucho a Dios... cualquier meta se alcanza siempre. Consiste en dar un paso cada día; por eso, no te desanimes nunca: haz bien hoy las pequeñas cosas de¡ día. ¡Qué no me desanime, Señor, que es una tontería! Poco a poco, con pequeños pocos, conseguiré hacer realidad las cosas grandes que quiero - y Tú también quieres - en mi vida (José Pedro Manglano).
 “Tú conoces las conciencias y los corazones, haz que vea cuando te desquites de ellos, porque a Ti he confiado mi defensa. ¡Canten y alaben a Yahvé, que salvó al desamparado de las manos de los malvados!  El cuchicheo de la gente que decía: ... delatadlo, vamos a delatarlo”. El profeta es atacado, y su fortaleza está en ti, Señor. Ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8). Y todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de "terror" del profeta.
3. El hombre acorralado: “A ti he confiado mi causa”, se abandona en Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado». A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Pecados personales y de los otros (es la libertad…), límites humanos o leyes de la naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos viene como castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a decir claramente que no. Jeremías es modelo de una vida marcada por la incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su ministerio profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz sigue proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
 “En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte… En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos”: En el salmo meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores, y también en la pena de la esclavitud del pecado.
Este viernes hay un recuerdo especial para la Virgen de los Dolores, que acompañó a Jesús en la Pasión. De su mano queremos entrar en estos días de preparación última a la Semana Santa.  El Viernes de pasión, antiguamente memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico para comenzar a meternos en las escenas del Evangelio que narran la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y preguntarnos cómo vamos a vivir estos próximos días de una manera especial. Será ésta una Semana Santa eucarística, de acción de gracias por la Redención, especialmente el Triduo pascual, con jueves santo, el día que Jesús se nos da todo Él en este Sacramento, el viernes cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el Domingo de Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y como siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle y demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la Virgen de los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se requiere un encuadre adecuado, enfocar bien el campo visual, un punto de vista adecuado. Pues para vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el corazón de la Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a Jesús. 
Ella nos dice que hagamos lo que su Hijo nos diga. Es bueno que pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su Pasión, y al contemplar lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado por nuestra salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría Escrivá: Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de Jesús son mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al sacramento de la confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor manera: que Él esté conmigo, y huyendo de las ocasiones de pecado, acudiendo a la Virgen en las tentaciones, reaccionando con prontitud como han hecho los santos: “¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti!”
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 20 de marzo de 2013


Cuaresma 5, jueves: Dios establece una alianza con Abraham, y por la fe genera una familia de los hijos de Dios que se lleva a cumplimiento en Jesús, Dios y hermano nuestro

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: “Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás”. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: “Él es nuestro Dios”, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo” (Juan 8,51-59).

1. “Jesús decía a los judíos: "En verdad os digo: si alguno guardare mi palabra, jamás verá la muerte."” Si no queremos morir, hemos de ir a la Vida, la Palabra, Jesús. “Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: “Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás”. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?»”. Es el anunciado por los profetas, pero no es aceptado en su tiempo. Rezamos hoy por todos: «Mira con amor, Señor, a los que han puesto su esperanza en tu misericordia» (oración), para vivir tus mandatos… Esta alianza sellada dentro de pocos días con la sangre de Cristo nos da fuerzas para vivir la fidelidad, en un mundo de cambios y de ir a la moda. La Eucaristía es el memorial de esta alianza. Con el Rosario, Via crucis, y principalmente la liturgia de estos días, nos acercamos al misterio de la Resurrección del Señor; pero no podremos participar de Ella, si no nos unimos a su Pasión y Muerte. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Al preguntarle a San Buenaventura de donde sacaba tan buena doctrina para sus obras, le contestó presentándole un Crucifijo, ennegrecido por los muchos besos que le había dado: “Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido”. Mirar el crucifijo… ahí está nuestro libro… Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo... nos imaginamos presentes como espectadores, testigos, contemplar desde el corazón de la Virgen que antes se celebraba mañana en la advocación de la Virgen de los Dolores, porque el mejor ángulo de visión, la mejor perspectiva, el mejor encuadre para la semana santa, para contemplar a Cristo en la Cruz, es desde el corazón de su Madre, a su lado, al pie de la cruz, que lo tiene en brazos, que lo espera en su corazón, donde se le aparece en primer lugar resucitado. San León Magno añade: “el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús”.
Continúa Jesús poniendo en relación la alianza del patriarca con su cumplimiento en su persona: “Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy»”. La incredulidad les lleva a atacar al Señor: "Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo". Jesús sale huyendo del templo. Y dice un comentarista: la shekina de Yavhé, la gloria de Dios, la presencia de Dios, se retiró para siempre del templo judío. Conducta lógica, cuando falta la fe. Hostilidad. Ambiente de homicidio. No se trata solamente de propósitos violentos: se busca camorra... llegarán a las manos... se pelearán. ¿Qué es lo que habías dicho, Señor, para suscitar un odio tal? ¿Qué papel pinta el demonio en la Historia? No sabemos, pero sí conocemos lo que Jesús confiere la vida eterna, sólo a Dios compete eso, y le llaman endemoniado. Sin fe, Jesús y los que lo siguen son vistos como “fanáticos”, piensan demasiado en Dios. Se dice que hay que ser “normal”, y se puede abusar del nombre de Dios y, con ello, manchar a Dios mismo, blasfemar, enfangarlo, por eso en las Bendiciones al Santísimo hacemos unas jaculatorias para bendecir el nombre del Señor e intentar decirle cosas bonitas, adorarlo: “¿cómo trato yo el santo nombre de Dios? ¿Me sitúo con respeto ante el misterio de la zarza que arde, ante lo inexplicable de su cercanía y ante su presencia en la Eucaristía, en la que se entrega totalmente en nuestras manos? ¿Me preocupo de que la santa cohabitación de Dios con nosotros no lo arrastre a la inmundicia, sino que nos eleve a su pureza y santidad?” (Ratzinger).
2. Abrám rostro en tierra habla con Dios (le llama “El-Saday”, que puede significar “Dios omnipotente”, “Dios de las montañas”, “Dios de la abundancia”). Fue de los primeros en hacer un pacto de fidelidad  con Dios, y Dios le dijo: "Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones”. Es “una alianza perpetua...” Una alianza eterna entre Dios y el hombre. El hombre que no quiere morir, el hombre que se agarra excesivamente a la vida... es ridículo y loco. Hay quien lo tiene todo atado, y una enfermedad… y se descontrola todo, basta tener un accidente y todo se derrumba, si no se ve la mano de Dios. Abram cree:
“Y ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que Yo te he constituido padre de una multitud de naciones”. Dios por primera vez cambia un nombre, y le promete ser padre de un gran pueblo. Él, el «padre de los creyentes»: el primero en haber creído... “Yo seré tu Dios... y tú, guardarás mi alianza...” Dios, por su parte, es fiel. Pero nosotros, ¿somos fieles a la alianza? ¿De veras hemos apostado todo a Dios? ¿Confiamos, realmente, en su Palabra? Nuestra vida diaria, nuestros gustos y decisiones cotidianas no ponen de manifiesto, a menudo, que sólo nos fiamos de nosotros mismos? Señor, creo, pero haz que crezca mi Fe (Noel Quesson).
Dios le da como hijo a Isaac, que significa: “Dios, sonríe”. Y la sonrisa de Dios llena de alegría el corazón del viejo patriarca. Jesús se declara el verdadero objeto de la promesa hecha a Abraham, la verdadera causa de su alegría, el Isaac espiritual, el hijo de Dios.
Nosotros también podemos hablar con Dios como Abraham. En Singapur una chica seguramente budista, que como todos los orientales tiene mucho respeto a lo sagrado, fue a un santuario de la Virgen, y se encontró un cura católico y le preguntó: -“¿usted habla con Dios?”
-“Sí” –le contestó el sacerdote.
-“¿Y… hoy tiene que hablar con Él? ¿Le podría decir una cosa de mi parte?” Se ve que tenía un problema y quería “un intermediario seguro”. El cura ya le explicó que ella también podía hablar con Dios.
El Señor le dice al Patriarca: “Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes. Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios". Después, Dios dijo a Abraham: "Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las generaciones”. Es así nuestro padre en la fe, de una multitud inmensa… es imagen también de San José, y anuncia a Jesús, que nos dice hoy: «Abraham exultó esperando ver mi día. Lo vio y se alegró... Antes que naciera Abraham, “¡Yo soy!”». Es siempre ese “yo soy con vosotros”, que esta semana Jesús repite, para que sepamos que Él está conmigo, hay una presencia divina en nuestra vida, por la Encarnación. Dirá Clemente de Alejandría: “ésta es la única manera de mantenerse sin tropiezo: tener presente que Dios está siempre a nuestro lado”.
La alianza con Abraham tiene tres puntos: una descendencia, una tierra y sobre todo, una relación: "yo seré el Dios de tus descendientes". La tierra y la descendencia de Abraham es sobre todo Jesús, la Iglesia. Todo miraba desde el principio a Jesús, aunque el mismo Abraham no lo tuviese del todo claro. Pienso que hay como tres coordenadas en los textos de hoy:
a) la tierra es la formada por la nueva alianza: “yo soy con vosotros”, la presencia de Dios, se realiza plenamente en Cristo, ya no hacen falta signos, está Él, y por la Pascua se nos da como regalo en la Eucaristía: “estaré siempre con vosotros, cada día, hasta la consumación de los siglos”; funda nuestra esperanza.
b) la descendencia: la alianza fiel forma en la fecundidad de Jesús, por su amor, una nueva familia que estaba en Abraham anunciada;
c) la relación: el núcleo de esta pertenencia a la familia con la fe, la perfección mejor dicho en su “vivencia”, es la fe que viene del amor que Jesús instaura con su entrega y de modo especial su pasión.
3. “¡Recurrid al Señor y a su poder, buscad constantemente su rostro; recordad las maravillas que Él obró, sus portentos y los juicios de su boca!... Él se acuerda eternamente de su alianza”, está siempre pendiente de nosotros, siempre fiel a pesar de nuestras tonterías, dispuesto a perdonar nuestras culpas.
Llucià Pou Sabaté

martes, 19 de marzo de 2013


Cuaresma 5, miércoles: Jesús y la auténtica liberación; la libertad interior del amor

 “En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado»” (Juan 8,31-42).

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1. Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre». La palabra de Jesús es como la señal de tráfico para la vida del creyente. La señal única y definitiva. La que nos lleva al cielo: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres". Esta maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya parte del mejor patrimonio de la humanidad.
¡Estar en casa! Estar siempre en la casa del Padre, siempre con Dios, como recordábamos ayer, ese Dios que “soy el que soy con vosotros”, Dios aquí presente, en mi vida y nuestra historia: “Si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres”. Sucedía alguna vez que "un hijo de la casa", tramaba amistad con uno de sus esclavos, y sentía el deseo de "liberarle"... para que no continuara en situación de dependencia humillante. Es lo que ha hecho Jesús con nosotros. Nos ha introducido en "su casa", en "su familia". Como en la historia de “Príncipe y mendigo”, por amistad se cambian y el mendigo vive en la casa del Rey. Él nos ha liberado, redimido. En aquel momento, los criados podían ser despedidos en cualquier momento, mientras que los miembros de la familia estaban firmemente vinculados a la casa. El Hijo nos saca de servidumbres, y trae la verdadera libertad y la regala; pero esto no significa que podemos abusar, pues sentirse libres requiere vivir la vida de Jesús, darse: "A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad, pero que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás" (Gal 5,13-14). La libertad característica del cristiano es la libertad de amar. "Soy libre, cierto, nadie es mi amo; sin embargo, me ha puesto al servicio de todos" (1Co 9,19). Dice san Agustín: "La libertad es un placer. Mientras que tú haces el bien por miedo, no gozas de Dios. Mientras que estés obrando como un esclavo no puedes disfrutar. Que Dios te fascine y entonces serás libre", y aquí acabamos este itinerario de libertad, que se activa en el amor.
 “Yo hablo lo que he visto en el Padre”. Jesús es perfectamente libre, porque es perfectamente Hijo. Ama, y es libre porque ama: no está apegado a sí mismo. Nada le detiene. Ningún egoísmo. Ningún obstáculo al amor.
Yo no he venido de mí mismo”. El amor hace salir de uno, ¡libera! Amar al solo Dios verdadero. Someterse al solo Dios verdadero. Es el único medio de no estar sometido a nadie, sino a Dios, y de liberarse de cualquier ídolo. Líbrame, Señor, de mis ídolos, de todo lo que no tiene valor verdadero alguno, de todo lo que obstaculiza mi libertad (Noel Quesson). El padrenuestro es la oración de los hijos, de los libres: «El sacramento que acabamos de recibir sea medicina para nuestra debilidad» (comunión).
2. Los judíos fueron obligados a venerar otros dioses, pero hubo quienes no quisieron acatar el mandamiento del rey, y algunos fueron torturados. Nabucodonosor al ver que Sadrac, Mesac y Abed-Negó no adoraban a sus dioses y la estatua de oro los echó dentro de un horno de fuego ardiente, porque ellos respondieron: “Nuestro Dios, a quien servimos, puede salvarnos del horno de fuego ardiente y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, ten por sabido, rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que tú has erigido". Nabucodonosor se llenó de furor y la expresión de su rostro se alteró frente a Sadrac, Mesac y Abed-Negó. El rey tomó la palabra y ordenó activar el horno siete veces más de lo habitual. Ataron a los tres, para arrojarlos en el horno de fuego ardiente. Entonces el rey Nabucodonosor, estupefacto, se levantó a toda prisa y preguntó a sus consejeros: «¿No hemos echado nosotros al fuego a estos tres hombres atados?» Respondieron ellos: «Indudablemente, oh rey.» Dijo el rey: «Pero yo estoy viendo cuatro hombres que se pasean libremente por el fuego sin sufrir daño alguno, y el cuarto tiene el aspecto de un hijo de los dioses» Y vio el rey que un ángel los salvó, y exclamó: “Bendito sea el Dios de Sadrak, Mesak y Abed-Negó, que ha enviado a su ángel a librar a sus siervos que, confiando en Él, quebrantaron la orden del rey y entregaron su cuerpo antes que servir y adorar a ningún otro fuera de su Dios”.
Es un canto de libertad en medio de la esclavitud (el Evangelio de hoy profundiza más en lo que es la libertad verdadera). Es precioso el ejemplo de fortaleza que nos dan esos tres jóvenes del horno de Babilonia, que en un ambiente hostil, pagano, saben pensar por libre, por encima de las órdenes y amenazas de la corte real en la que sirven. Las personas coherentes son admiradas y por eso su cántico es propuesto como modelo de hombres libres, mártires (J. Aldazábal). En “El señor de los anillos” se ve cómo la Comunidad lucha contra los malvados para cumplir una misión y es un ejemplo de cómo unos débiles hobbits unidos a otros más poderosos, formando una comunidad, pueden afrontar esos poderes del mal y liberar a tantos ignorantes. Han hallado un Sentido, una razón de vivir que es más importante que su propia vida, un ideal. La muerte misma no les condiciona, no les da miedo, no empaña su libertad, ni es capaz de doblegarles. La historia está hecha por la gente sencilla, y algunos son escogidos para grandes cosas (como muestran los niños de las apariciones de Lourdes y Fátima), es el mundo de los sencillos, que creen, que son fieles a esa misión divina (también Juan Diego, ante la Virgen de Guadalupe). Y ante los ataques y calumnias, «atados»... cantan como los 3 jóvenes: «Bendito eres, Señor Dios de nuestros padres, a Ti el honor y la gloria para siempre». No se encadena al espíritu. Podemos preguntarnos en nuestro examen: ¿Tengo yo ese sentimiento de que es Dios quien me libera? Jesús en la cruz, sujetado también, clavado en la madera... era total e íntimamente libre. Señor, concédenos seguirte libremente, incluso si es preciso ir contra la corriente.
Las ocasiones de heroísmo son excepcionales. El martirio en su forma violenta se presenta raras veces, pero el martirio del día a día es más importante: permanecer fiel en cumplir los compromisos aceptados... levantarse por la mañana, estudiar cuando toca… no comerse las uñas, no pelearse, hacer las paces enseguida, bajar la basura, obedecer a la primera, dar un beso a mamá cuando la hemos hecho enfadar, combatir contra un defecto que nos hace sufrir... reemprender la resolución mil veces hecha. Señor, no confío en mí... creo y confío en Ti... (Noel Quesson). Con la ayuda de la gracia, como decimos en la Entrada: «Dios me libró de mis enemigos, me levantó sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel». Y es lo que pedimos, acabando este tiempo de preparación, en la Colecta: «Ilumina, Señor, el corazón de tus fieles, purificado por las penitencias de Cuaresma; y Tú que nos infundes el piadoso deseo de servirte, escucha paternalmente nuestras súplicas». Pedimos obrar como justos, que obran libremente, por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de los que creen».
Estos tres son mártires en vistas de Jesús. Orígenes dirá: «El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando valientemente las circunstancias». Todo es figura de Cristo en su Pasión. El fuego no toca a sus siervos. El condenado, el vencido, se levanta glorioso al tercer día de entre los muertos.
3. La Iglesia desde sus primeras persecuciones vio en los tres jóvenes arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: los jóvenes perseguidos, castigados, condenados a muerte, perseveran en la alabanza divina y son protegidos por una brisa suave que los inmuniza del fuego mortal. También la Iglesia, en medio de sus persecuciones continúa alabando al Señor con el Cántico de Daniel: «A Ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria. Bendito sobre el trono de tu reino. Bendito eres Tú, que sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito eres en la bóveda del cielo. A Ti gloria y alabanza por los siglos».
Las dificultades abren paso a la fe, la virtud mejora en la dificultad, a veces necesitamos que se arruinen nuestros planes para que admiremos la sabiduría, bondad y poder de Sus planes. A veces, ser vencidos es la única forma de salir ganando. La fidelidad, dirá Jesús, es lo que define al creyente: "Si permanecéis fieles a mi palabra..." San Alfonso María de Ligorio dice de los mandamientos: "¿pesan al cristiano los divinos mandamientos? Sí, como al ave sus alas". Las alas pesan, pero las alas son vuelo, vida. Unirse a la palabra de Dios, Jesús, “es vuelo, es vida, y es libertad” (Fray Nelson).
"Bendito eres en la bóveda del cielo: a Ti honor y alabanza por los siglos": se siente el alma agradecida “no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.
Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza, en su Cántico al hermano sol. Engarzada esta luminosa oración en forma de letanía, el cántico de las criaturas es de acción de gracias, por todas las maravillas del universo.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 18 de marzo de 2013


Marzo, 19, Solemnidad de San José: Patriarca de la Iglesia, el pueblo de la Alianza que Dios prometió desde el principio

 “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mateo 1,16.18-21.24ª).

1. “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. Es el final de la genealogía de Jesús, con José, nuevo Patriarca de la Iglesia, de la nueva descendencia, del pueblo que comienza en su núcleo vital de la Sagrada Familia, que como el antiguo de Egipto, “proveerá”, cuidará de la casa.
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”. Dice san Bernardo: “¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto, no mi propio pensamiento, sino el de lo Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?" La cita es larga, pero me gusta más esa explicación que otras muchas que nos cuentan.
Otra explicación, esta vez de San Jerónimo: "José, conociendo la castidad de María y extrañado por lo acaecido, oculta con su silencio aquello cuyo misterio ignora". Por tanto, José se habría encontrado ante un dilema: por un lado, la indiscutible inocencia de María, y, por otro, un hecho que parecía desmentirla; José busca entonces un comportamiento que deje a salvo ambas exigencias.                                                                      
“Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Aquí se llama Jesús, “Salvador”, y en el anuncio de María Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. Así acaba el Evangelio: "Yo-estaré-con-vosotros"... en la Iglesia, por la fuerza del Espíritu.    
“Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. José, hombre cabal, es obediente a Dios sin rechistar. Toda la vida. Hasta en sueños estaba pendiente de la palabra de Dios. Por voluntad de Dios, que él interpretó en la orden del emperador, se desplazó con su esposa a Belén. Por obediencia a Dios, y para evitar la persecución de Herodes, llevó a María y a Jesús hasta las tierras de Egipto. Por obediencia a Dios, muerto el perseguidor, regresó del exilio con Jesús y María. Por obediencia a Dios, para evitar los antojos del tirano Arquelao, regresó con su familia a Nazaret. Siempre obediente, siempre pendiente de la palabra de Dios, siempre en silencio, como cuando Jesús se quedó en el templo. Y en silencio se fue, sin que nos quede constancia en los evangelios del día y de la fecha. Pero este silencio de José resuena hoy por toda la tierra y se escucha en todo el mundo. En san José, la palabra de Dios, obedecida y realizada, resuena con su original pureza, sin el más leve añadido, en el silencio profundo de la más plena responsabilidad. Porque creyó contra toda esperanza, contra todo lo humanamente razonable, creyó y confió en Dios, como Abrahán#. Podemos rezarle: “Oh custodio y padre de vírgenes San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes, María; por estas dos queridísimas prendas, Jesús y María, te ruego y suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre castísimamente con corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén”.
Decía S. Josemaría: “Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. / José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó reflexionar sobre los acontecimientos, y así pudo alcanzar del Señor ese grado de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría”. De este modo, aprendió poco a poco que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción con los planes humanos. José es un ejemplo de cómo hemos de santificar el trabajo, y de un aspecto importante: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. El Patriarca trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret. Para San José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación. José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos… como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos…, en lo humano, ha enseñado muchas cosas al Hijo de Dios… Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José… José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús (San Josemaría).
2. Jesús tiene unos antepasados, para cumplir aquello: el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Dios prometió a Abraham una tierra, una descendencia y un vínculo. Como tierra, el mundo. «Recibir el mundo en herencia», dirá el salmo. La fe da la posesión del mundo. La descendencia, no es por la circuncisión, sino por la fe, por la que se pasa a ser heredero. Por esto es un don gratuito. Y la promesa permanece válida. “Te hice padre de muchos pueblos”. Abraham es nuestro padre ante Dios «en quien creyó»; "padre" de todos los hombres. Por su fe, verdaderamente, "dio la vida". Hoy leemos la profecía sobre David, que se cumple en Jesús: “consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
El salmo de hoy es un poema-himno real, que canta a Yahveh, Rey auténtico: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque dijo: «Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» El amor y la fidelidad son tus cualidades divinas, Señor de la historia, dueño del corazón humano.
“Sellé una alianza con mi elegido,  / jurando a David mi siervo: / «Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades.» Tú eres nuestro Dios, y nosotros somos tu pueblo. Te agradezco que me levantes de mi nada para hacerme hijo tuyo: “Él me invocará: «Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora.» / Le mantendré eternamente mi favor / y mi alianza con él será estable”.
3. Es con José con quien se hacen realidad las profecías de Abraham y los antiguos. El nuevo pacto que establece Dios con él abarca tres aspectos en su alianza: una tierra, una descendencia, un vínculo.
Ya no es por la “observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abraham y su descendencia la promesa de heredar el mundo”: por tanto, será José quien da origen como nuevo Abraham a esta tierra nueva que es sentirse en casa pues Dios ha venido.
“Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abraham, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos»”. La descendencia –espiritual, por la fe- es la nueva familia de Jesús que la Sagrada Familia inaugura, ahí comienza la familia de Jesús, que no es por la sangre como dice hoy s. Pablo sino por la fe, la Iglesia.
 “Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» Por lo cual le fue computado como justicia”. El vínculo que une esta familia, es ser hijos de Dios y la ley del amor que une –como participación del amor divino- a todos los miembros de ella. Es el vínculo de la fe, que en el Patriarca fue grande, en la escucha a la palabra divina, lleno de esperanza por encima de toda experiencia humana. Por eso dio ese crecimiento interior, esa santidad que le hace grande, anuncio de José, hombre de fe, padre de Jesús.
Llucià Pou Sabaté







# Vidriera representando la muerte de san José. Cripta Iglesia San José, Nazaret, Galilea, Israel

Cuaresma 5, lunes: encuentro de la miseria humana con la misericordia divina

“Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió. En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre". El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora” (Juan 8,12-20).

1. Jesús hace referencia a la fiesta de las luces, cuando dice: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Señor, eres el Mesías y tomas el puesto de la Ley, siendo, al mismo tiempo, el resplandor de la vida. Si antes te mostraste como agua viva, ahora lo haces como guía de nuestra vida, para orientarnos.
Los fariseos quieren descalificarte: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Pero tú les dices: "Aunque yo sea testigo en causa propia, mi testimonio es válido porque sé de dónde he venido y adónde me marcho, mientras vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy". No excluyes a nadie de tu invitación, pero no te sometes a la mentira sino que das a conocer la verdad de tu origen con autoridad, con valentía.
Los fariseos, como prueba de su escepticismo total, te preguntan con ironía: "¿Dónde está tu Padre?"; no hay diálogo, sino hostilidad. Tienes que responderles: "vosotros no me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre". Jesús, ayúdame a conocerte mejor cada día. Y para conocerte, he de mantener estos minutos de oración. Dame luces, dame tu luz, para entender lo que no entiendo, para querer más lo que ya quiero pero, a veces, sólo con la boca pequeña, porque cuesta. Dame el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe (Pablo Cardona).
"Estas palabras las dijo enseñando en el Tesoro, en el templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora". El dios del templo ya no es el Padre, sino que en el tesoro guardan lo que ganan en el mercado que han montado en el templo. En todas las culturas, en todos los tiempos, en todas las personas, se da ese tiempo propicio para elegir entre la luz y la oscuridad, entre Dios y los poderes mundanos… Cuando tú, Señor Jesús, me conduces a la luz… recibo al Padre, soy coheredero contigo. Quiero seguir la verdad, vencer toda ignorancia. Disipar las tinieblas que me envuelven como una nube, y contemplar al Dios verdadero y proclamar: “Bendita sea la luz verdadera.” Es “la creación nueva”, contigo, Señor, sol de justicia que ilumina toda cosa resplandece sobre toda la humanidad, a ejemplo de tu Padre que hace salir el sol sobre todos los seres humanos y deja caer sobre ellos el rocío de la verdad (Clemente de Alejandría).
Jesús es el inocente que es juzgado con iniquidad, por los malvados. La figura de Susana nos recuerda que “Dios conoce la verdad o falsedad del corazón”. Ella era veraz, sincera y fiel al querer de su Dios. Por eso, el Señor defendió su inocencia y condenó a los falsos creyentes, que aparentaban ser justos, pero su interioridad estaba corrompida por la hipocresía. Tú, Jesús, “luz del mundo”, eres guía para nuestro caminar por la vida, nos invitas a invitar a seguirle y caminar en esa claridad. La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para el hombre interior, el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es comparada al oro y a la piedra preciosa (S. Lorenzo de Brindisi, Sermón cuaresmal).
Las tinieblas quedan disipadas con tu luz, Señor: el sentido del dolor, de la muerte y de la vida; el valor de la renuncia, de la entrega y del amor verdadero; el por qué es mejor perdonar, pensar en los demás, o servir sin esperar nada a cambio. Esto no lo entienden los que no te siguen, los que no tienen la Cruz por señal, ni el nombre de cristianos.
2. Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con una mujer llamada Susana, muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, donde le gustaba pasear Susana, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos corruptos que acusaron injustamente a Susana para hacerla morir. “Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios”. Y la condenaron a muerte. Entonces Susana gritó fuertemente: "Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, Tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí." El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: "¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!" Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: "¿Qué significa eso que has dicho?" Él, de pie en medio de ellos, respondió: "¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!" Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad." Daniel les interrogó separados y al preguntarles por ejemplo por un árbol se contradecían, uno decía “una acacia" y el otro “una encina", pues antes se pilla al mentiroso que al cojo. “Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente. Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en ella”. Te ruego, Señor, por todos aquellos que HOY todavía ven afectada su reputación por calumnias o por maledicencias. Ayúdame, Señor, a conocerme, a vigilar mi conducta para que no caiga en acusaciones, críticas o juicios maliciosos... ni siquiera sin quererlo, por descuido... Susana acude a Dios, en el peligro. ¿Tengo yo también ese reflejo? En vez de dejarme abrumar por mis preocupaciones, debo aceptarlas a manos llenas, ofrecerlas transformándolas en oración. «Tú que penetras los secretos...» Señor, Tú sabes mis preocupaciones (Noel Quesson).
Susana refleja la naturaleza de la Iglesia: su hermosura, su inocencia, y en el jardín: la desposada, esposa feliz y honrada por su esposo, rico y poderoso, paseándose gozosa por el parque de su marido: es Susana en el paraíso. "La Iglesia comenzó a vivir en el jardín al punto que Jesús hubo padecido en el huerto" (san Ambrosio). ¡Cristo en Cruz y la Iglesia en el jardín! Jesús rezó en un huerto y cerca de un huerto murió y lo prometió al ladrón: "Hoy vas a estar conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43). Ese huerto primero de gozo (Gn 2,8) quedó cerrado por la espada de fuego (Gn 3,23-24). El hombre tuvo entonces que cultivar el desierto de este mundo, con el sudor de su frente; pero la tierra maldita es el campo en el que Caín dio muerte a su hermano Abel, campo que luego se compró con el precio de la sangre que cobró Judas. Pero el grano de trigo que cae en la tierra y muere da mucho fruto. Hay un tesoro escondido, Cristo muere y resucita, y con Él el desierto se ha tornado jardín. Susana se pasea en pleno mediodía de la redención, Cristo es la luz esplendorosa y sol verdadero. En el jardín fluye el agua del manantial abierto por la cruz. Dos doncellas, la Fe y la Caridad (Cassel), preparan el baño de la salud, el "aceite de la alegría" celeste, la vida divina que se derramó en el jardín al romperse el frasco con la muerte de Jesús.
“Es, en verdad, un jardín cerrado, un bosque sagrado que oculta los misterios de Cristo. La Iglesia dice, como la esposa del Cantar de los Cantares: "Voy a bajar al jardín" (Ct 6,10). Y viene, y baja a "la fuente del huerto, fuente de agua viva" (Ct 4,15), al agua de la pasión de Cristo, al manantial de su sangre. Allí se lava en la corriente de su amor, se sumerge en su muerte y vuelve a salir limpia y resplandeciente de inmaculada belleza: Susana, el lirio que brilla con la pureza de Cristo. Entonces, habiendo subido del baño de la muerte de Cristo, se unge con el "aceite esparcido" (Ct 1,02), la "fuerza del cielo" (Lc 24, 40), la vida divina del Amado. Y exclama: "Venga mi amado al jardín" (Ct 5,1)”.
El buen olor del Amado perfuma el jardín: "Estoy en mi jardín, hermana mía, esposa mía" (Ct 5, 1). La Iglesia está ardiente de amor, y le pide: "Grábame como un sello en tu corazón" (Ct 8, 6).
El maligno puede penetrar en el jardín (en el paraíso, la serpiente; en Susana, los libertinos; en el huerto de los olivos, al traidor). La Iglesia también ha de sufrir tentaciones, como Jesús. La Iglesia es siempre joven, el pecado bajo la capa de engaño está próximo a la muerte y envejecido. Busca ávidamente apoderarse de la vida, pero su poder no puede nada contra la oración confiada de la Iglesia (Emiliana Löhr).
3. Podemos decir con Susana, con Jesús, con todos los que son acusados injustamente, con todos los que sufren, con los que se fían de Dios, el salmo de hoy que es un canto a la esperanza, describe la fe y presencia de Dios en nuestro camino de la vida, en las cuatro estrofas que señalan cuando todo va bien la primera, cuando la cosa va mal la segunda, luego cuando reposamos en la Eucaristía y finalmente la eternidad de amor del cielo: “El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre”. La vida es como una excursión, en la que Jesús nos acompaña, aunque no lo vemos de compañero de viaje, es el amigo invisible.
Aunque camine por cañadas oscuras,  nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. La oscuridad del jardín o tentaciones no le quita la paz, ni el futuro pues Jesús, auténtico filósofo, nos lleva más allá de la muerte, es el buen pastor que nos guía hasta el paraíso, el jardín de la nueva aurora donde no hay ya noche (Emiliana Löhr).
 “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”. Es la Misa: allí estamos todos unidos, con nuestro Amigo Jesús.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”: nos prepara un cielo muy grande.
Llucià Pou Sabaté