lunes, 18 de marzo de 2013


Marzo, 19, Solemnidad de San José: Patriarca de la Iglesia, el pueblo de la Alianza que Dios prometió desde el principio

 “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mateo 1,16.18-21.24ª).

1. “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. Es el final de la genealogía de Jesús, con José, nuevo Patriarca de la Iglesia, de la nueva descendencia, del pueblo que comienza en su núcleo vital de la Sagrada Familia, que como el antiguo de Egipto, “proveerá”, cuidará de la casa.
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”. Dice san Bernardo: “¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto, no mi propio pensamiento, sino el de lo Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?" La cita es larga, pero me gusta más esa explicación que otras muchas que nos cuentan.
Otra explicación, esta vez de San Jerónimo: "José, conociendo la castidad de María y extrañado por lo acaecido, oculta con su silencio aquello cuyo misterio ignora". Por tanto, José se habría encontrado ante un dilema: por un lado, la indiscutible inocencia de María, y, por otro, un hecho que parecía desmentirla; José busca entonces un comportamiento que deje a salvo ambas exigencias.                                                                      
“Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Aquí se llama Jesús, “Salvador”, y en el anuncio de María Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. Así acaba el Evangelio: "Yo-estaré-con-vosotros"... en la Iglesia, por la fuerza del Espíritu.    
“Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. José, hombre cabal, es obediente a Dios sin rechistar. Toda la vida. Hasta en sueños estaba pendiente de la palabra de Dios. Por voluntad de Dios, que él interpretó en la orden del emperador, se desplazó con su esposa a Belén. Por obediencia a Dios, y para evitar la persecución de Herodes, llevó a María y a Jesús hasta las tierras de Egipto. Por obediencia a Dios, muerto el perseguidor, regresó del exilio con Jesús y María. Por obediencia a Dios, para evitar los antojos del tirano Arquelao, regresó con su familia a Nazaret. Siempre obediente, siempre pendiente de la palabra de Dios, siempre en silencio, como cuando Jesús se quedó en el templo. Y en silencio se fue, sin que nos quede constancia en los evangelios del día y de la fecha. Pero este silencio de José resuena hoy por toda la tierra y se escucha en todo el mundo. En san José, la palabra de Dios, obedecida y realizada, resuena con su original pureza, sin el más leve añadido, en el silencio profundo de la más plena responsabilidad. Porque creyó contra toda esperanza, contra todo lo humanamente razonable, creyó y confió en Dios, como Abrahán#. Podemos rezarle: “Oh custodio y padre de vírgenes San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes, María; por estas dos queridísimas prendas, Jesús y María, te ruego y suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre castísimamente con corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén”.
Decía S. Josemaría: “Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. / José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó reflexionar sobre los acontecimientos, y así pudo alcanzar del Señor ese grado de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría”. De este modo, aprendió poco a poco que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción con los planes humanos. José es un ejemplo de cómo hemos de santificar el trabajo, y de un aspecto importante: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. El Patriarca trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret. Para San José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación. José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos… como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos…, en lo humano, ha enseñado muchas cosas al Hijo de Dios… Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José… José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús (San Josemaría).
2. Jesús tiene unos antepasados, para cumplir aquello: el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Dios prometió a Abraham una tierra, una descendencia y un vínculo. Como tierra, el mundo. «Recibir el mundo en herencia», dirá el salmo. La fe da la posesión del mundo. La descendencia, no es por la circuncisión, sino por la fe, por la que se pasa a ser heredero. Por esto es un don gratuito. Y la promesa permanece válida. “Te hice padre de muchos pueblos”. Abraham es nuestro padre ante Dios «en quien creyó»; "padre" de todos los hombres. Por su fe, verdaderamente, "dio la vida". Hoy leemos la profecía sobre David, que se cumple en Jesús: “consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
El salmo de hoy es un poema-himno real, que canta a Yahveh, Rey auténtico: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque dijo: «Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» El amor y la fidelidad son tus cualidades divinas, Señor de la historia, dueño del corazón humano.
“Sellé una alianza con mi elegido,  / jurando a David mi siervo: / «Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades.» Tú eres nuestro Dios, y nosotros somos tu pueblo. Te agradezco que me levantes de mi nada para hacerme hijo tuyo: “Él me invocará: «Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora.» / Le mantendré eternamente mi favor / y mi alianza con él será estable”.
3. Es con José con quien se hacen realidad las profecías de Abraham y los antiguos. El nuevo pacto que establece Dios con él abarca tres aspectos en su alianza: una tierra, una descendencia, un vínculo.
Ya no es por la “observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abraham y su descendencia la promesa de heredar el mundo”: por tanto, será José quien da origen como nuevo Abraham a esta tierra nueva que es sentirse en casa pues Dios ha venido.
“Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abraham, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos»”. La descendencia –espiritual, por la fe- es la nueva familia de Jesús que la Sagrada Familia inaugura, ahí comienza la familia de Jesús, que no es por la sangre como dice hoy s. Pablo sino por la fe, la Iglesia.
 “Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» Por lo cual le fue computado como justicia”. El vínculo que une esta familia, es ser hijos de Dios y la ley del amor que une –como participación del amor divino- a todos los miembros de ella. Es el vínculo de la fe, que en el Patriarca fue grande, en la escucha a la palabra divina, lleno de esperanza por encima de toda experiencia humana. Por eso dio ese crecimiento interior, esa santidad que le hace grande, anuncio de José, hombre de fe, padre de Jesús.
Llucià Pou Sabaté







# Vidriera representando la muerte de san José. Cripta Iglesia San José, Nazaret, Galilea, Israel

Cuaresma 5, lunes: encuentro de la miseria humana con la misericordia divina

“Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió. En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre". El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora” (Juan 8,12-20).

1. Jesús hace referencia a la fiesta de las luces, cuando dice: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Señor, eres el Mesías y tomas el puesto de la Ley, siendo, al mismo tiempo, el resplandor de la vida. Si antes te mostraste como agua viva, ahora lo haces como guía de nuestra vida, para orientarnos.
Los fariseos quieren descalificarte: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Pero tú les dices: "Aunque yo sea testigo en causa propia, mi testimonio es válido porque sé de dónde he venido y adónde me marcho, mientras vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy". No excluyes a nadie de tu invitación, pero no te sometes a la mentira sino que das a conocer la verdad de tu origen con autoridad, con valentía.
Los fariseos, como prueba de su escepticismo total, te preguntan con ironía: "¿Dónde está tu Padre?"; no hay diálogo, sino hostilidad. Tienes que responderles: "vosotros no me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre". Jesús, ayúdame a conocerte mejor cada día. Y para conocerte, he de mantener estos minutos de oración. Dame luces, dame tu luz, para entender lo que no entiendo, para querer más lo que ya quiero pero, a veces, sólo con la boca pequeña, porque cuesta. Dame el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe (Pablo Cardona).
"Estas palabras las dijo enseñando en el Tesoro, en el templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora". El dios del templo ya no es el Padre, sino que en el tesoro guardan lo que ganan en el mercado que han montado en el templo. En todas las culturas, en todos los tiempos, en todas las personas, se da ese tiempo propicio para elegir entre la luz y la oscuridad, entre Dios y los poderes mundanos… Cuando tú, Señor Jesús, me conduces a la luz… recibo al Padre, soy coheredero contigo. Quiero seguir la verdad, vencer toda ignorancia. Disipar las tinieblas que me envuelven como una nube, y contemplar al Dios verdadero y proclamar: “Bendita sea la luz verdadera.” Es “la creación nueva”, contigo, Señor, sol de justicia que ilumina toda cosa resplandece sobre toda la humanidad, a ejemplo de tu Padre que hace salir el sol sobre todos los seres humanos y deja caer sobre ellos el rocío de la verdad (Clemente de Alejandría).
Jesús es el inocente que es juzgado con iniquidad, por los malvados. La figura de Susana nos recuerda que “Dios conoce la verdad o falsedad del corazón”. Ella era veraz, sincera y fiel al querer de su Dios. Por eso, el Señor defendió su inocencia y condenó a los falsos creyentes, que aparentaban ser justos, pero su interioridad estaba corrompida por la hipocresía. Tú, Jesús, “luz del mundo”, eres guía para nuestro caminar por la vida, nos invitas a invitar a seguirle y caminar en esa claridad. La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para el hombre interior, el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es comparada al oro y a la piedra preciosa (S. Lorenzo de Brindisi, Sermón cuaresmal).
Las tinieblas quedan disipadas con tu luz, Señor: el sentido del dolor, de la muerte y de la vida; el valor de la renuncia, de la entrega y del amor verdadero; el por qué es mejor perdonar, pensar en los demás, o servir sin esperar nada a cambio. Esto no lo entienden los que no te siguen, los que no tienen la Cruz por señal, ni el nombre de cristianos.
2. Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con una mujer llamada Susana, muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, donde le gustaba pasear Susana, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos corruptos que acusaron injustamente a Susana para hacerla morir. “Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios”. Y la condenaron a muerte. Entonces Susana gritó fuertemente: "Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, Tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí." El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: "¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!" Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: "¿Qué significa eso que has dicho?" Él, de pie en medio de ellos, respondió: "¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!" Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad." Daniel les interrogó separados y al preguntarles por ejemplo por un árbol se contradecían, uno decía “una acacia" y el otro “una encina", pues antes se pilla al mentiroso que al cojo. “Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente. Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en ella”. Te ruego, Señor, por todos aquellos que HOY todavía ven afectada su reputación por calumnias o por maledicencias. Ayúdame, Señor, a conocerme, a vigilar mi conducta para que no caiga en acusaciones, críticas o juicios maliciosos... ni siquiera sin quererlo, por descuido... Susana acude a Dios, en el peligro. ¿Tengo yo también ese reflejo? En vez de dejarme abrumar por mis preocupaciones, debo aceptarlas a manos llenas, ofrecerlas transformándolas en oración. «Tú que penetras los secretos...» Señor, Tú sabes mis preocupaciones (Noel Quesson).
Susana refleja la naturaleza de la Iglesia: su hermosura, su inocencia, y en el jardín: la desposada, esposa feliz y honrada por su esposo, rico y poderoso, paseándose gozosa por el parque de su marido: es Susana en el paraíso. "La Iglesia comenzó a vivir en el jardín al punto que Jesús hubo padecido en el huerto" (san Ambrosio). ¡Cristo en Cruz y la Iglesia en el jardín! Jesús rezó en un huerto y cerca de un huerto murió y lo prometió al ladrón: "Hoy vas a estar conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43). Ese huerto primero de gozo (Gn 2,8) quedó cerrado por la espada de fuego (Gn 3,23-24). El hombre tuvo entonces que cultivar el desierto de este mundo, con el sudor de su frente; pero la tierra maldita es el campo en el que Caín dio muerte a su hermano Abel, campo que luego se compró con el precio de la sangre que cobró Judas. Pero el grano de trigo que cae en la tierra y muere da mucho fruto. Hay un tesoro escondido, Cristo muere y resucita, y con Él el desierto se ha tornado jardín. Susana se pasea en pleno mediodía de la redención, Cristo es la luz esplendorosa y sol verdadero. En el jardín fluye el agua del manantial abierto por la cruz. Dos doncellas, la Fe y la Caridad (Cassel), preparan el baño de la salud, el "aceite de la alegría" celeste, la vida divina que se derramó en el jardín al romperse el frasco con la muerte de Jesús.
“Es, en verdad, un jardín cerrado, un bosque sagrado que oculta los misterios de Cristo. La Iglesia dice, como la esposa del Cantar de los Cantares: "Voy a bajar al jardín" (Ct 6,10). Y viene, y baja a "la fuente del huerto, fuente de agua viva" (Ct 4,15), al agua de la pasión de Cristo, al manantial de su sangre. Allí se lava en la corriente de su amor, se sumerge en su muerte y vuelve a salir limpia y resplandeciente de inmaculada belleza: Susana, el lirio que brilla con la pureza de Cristo. Entonces, habiendo subido del baño de la muerte de Cristo, se unge con el "aceite esparcido" (Ct 1,02), la "fuerza del cielo" (Lc 24, 40), la vida divina del Amado. Y exclama: "Venga mi amado al jardín" (Ct 5,1)”.
El buen olor del Amado perfuma el jardín: "Estoy en mi jardín, hermana mía, esposa mía" (Ct 5, 1). La Iglesia está ardiente de amor, y le pide: "Grábame como un sello en tu corazón" (Ct 8, 6).
El maligno puede penetrar en el jardín (en el paraíso, la serpiente; en Susana, los libertinos; en el huerto de los olivos, al traidor). La Iglesia también ha de sufrir tentaciones, como Jesús. La Iglesia es siempre joven, el pecado bajo la capa de engaño está próximo a la muerte y envejecido. Busca ávidamente apoderarse de la vida, pero su poder no puede nada contra la oración confiada de la Iglesia (Emiliana Löhr).
3. Podemos decir con Susana, con Jesús, con todos los que son acusados injustamente, con todos los que sufren, con los que se fían de Dios, el salmo de hoy que es un canto a la esperanza, describe la fe y presencia de Dios en nuestro camino de la vida, en las cuatro estrofas que señalan cuando todo va bien la primera, cuando la cosa va mal la segunda, luego cuando reposamos en la Eucaristía y finalmente la eternidad de amor del cielo: “El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre”. La vida es como una excursión, en la que Jesús nos acompaña, aunque no lo vemos de compañero de viaje, es el amigo invisible.
Aunque camine por cañadas oscuras,  nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. La oscuridad del jardín o tentaciones no le quita la paz, ni el futuro pues Jesús, auténtico filósofo, nos lleva más allá de la muerte, es el buen pastor que nos guía hasta el paraíso, el jardín de la nueva aurora donde no hay ya noche (Emiliana Löhr).
 “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”. Es la Misa: allí estamos todos unidos, con nuestro Amigo Jesús.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”: nos prepara un cielo muy grande.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 16 de marzo de 2013


Domingo V de Cuaresma: la misericordia divina hace nuevas todas las cosas, nos hace comprender a los demás como Jesús a la pecadora: “vete en paz, y no peques más”.

1. El evangelio nos muestra a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer pecadora, y le dicen: “Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Como insistieron, Jesús contestó: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. “Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio”.
Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir a acusadores y acusada en la comunidad de la culpa; y la segunda para pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia de todos» (Rm 11,32). Nadie se atreve a tirar la primera piedra; Jesús ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos nosotros, ya nadie puede condenar a otro ante Dios: “Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Y quedan solos, la mujer, que estaba en el centro y Jesús: "sólo dos han quedado -dice S. Agustín- la miseria y la misericordia". Ahora es cuando Jesús se encuentra realmente con la mujer, a la que mira cara a cara al templo que le pregunta "¿Nadie te ha condenado?" La mujer se encuentra frente a Jesús con su pobre humanidad, con su culpa y su vergüenza. "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más". Significa que nosotros, a ejemplo de Jesús, no debemos condenar nunca a nadie, y hemos de ayudar a todos a combatir el pecado. Equilibrio de Cristo, entre la comprensión para con el pecador y severidad para con el mal, difícil de imitar (Joan Llopis).
 “Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»” Me gustaría ver la mirada de Jesús sobre la pecadora, sentir tu mirada, Señor… "Una de las verdades fundamentales del cristianismo, verdad con demasiada frecuencia desconocida, es ésta: lo que salva es la mirada" (Simone Weil). La adúltera, como también Zaqueo, debe la propia salvación a la mirada. La mirada de Cristo es, en cierto sentido, creadora. Llama a una persona a la existencia. Despierta su ser auténtico, real. Denuncia al hombre deshonesto, al canalla, y llama al santo. La mirada de Cristo no se resigna al "poco de bueno". Saca a la luz lo mucho bueno, lo mejor que hay en cada persona. Es, pues, una mirada reveladora. Porque muestra al hombre mismo sus posibilidades, su verdadera dimensión. Jesús, eres una persona junto a la que no sólo cada uno se sentía él mismo, sino lo más, lo mejor de sí mismo: te diriges a aquel que está ante ti como si no existiese en el mundo nada más que el bien de aquella persona. Ayúdame, Señor, a que mi mirada sea, ante todo, libre. Solamente una mirada libre representa una llamada a la libertad. Libre porque ha echado abajo la cárcel del propio egoísmo, de la propia comodidad, de la propia indiferencia, de los propios intereses, para abrirse al otro en actitud de acogida, de simpatía, de discreción, de cordialidad, de delicadeza y benevolencia. Libre de las lentes deformantes de los prejuicios, de las prevenciones, de las sospechas, de la desconfianza.
Tus palabras, Maestro, nos infunden confianza, cuando creíamos estar en un callejón sin salida, cuando me imagino que mi caso no tiene solución, cuando he perdido toda esperanza: «Tampoco yo te condeno», y podría hacerlo porque es Dios, pero parece que le oímos añadir: porque te amo y quiero que vivas; por eso, «en adelante no peques más». "Te pido, Señor, que no me midas con la vara de tu justicia sino que sea medido con la de tu misericordia infinita" (Laureano López). ¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres!
El nuevo éxodo de la primera lectura nos lleva hacia la mirada de Cristo, que nos da vida: "Mírame... para que yo sepa que existo" (A. Baggio). La mirada es muy importante, y las personas rechazadas por nuestra mirada serán condenadas, quizás, a llevar durante toda su vida una marca de soledad, de rechazo, de insignificancia. También una mirada indiferente puede ser "homicida". Su mensaje, en efecto, se puede traducir así: "Para mí tú no existes. Negándote importancia, te niego el derecho a la existencia". Una mirada de indiferencia tiene la capacidad de borrar a una persona. Una mirada libre es una mirada que no se limita a tocar de soslayo a las personas que encuentra. No es una mirada rápida. No es huidiza. Sabe pararse y acoger. Acoger, pero no forzar. Es necesario que, cada mañana, purifiquemos nuestra mirada. Se trata, en efecto, de: -Desvincularla de todo instinto de posesión.
-Desarmarla de los varios elementos de hostilidad, agresividad, malignidad, dureza.
-Darle capacidad de sorpresa y de maravilla que hace nuevas las cosas y las devuelve el gusto del descubrimiento del otro.
-Hacerla atenta al otro. O sea capaz de ver al otro como yo quisiera ser visto. Así, la atención se hace expresión de respeto y vehículo de liberación. Solamente la atención que nace del amor declara al otro: "Te reconozco el derecho de ser lo que eres. Deseo que seas todo lo que puedes ser" (A. Baggio). Sí, solamente si conseguimos una mirada purificada, las piedras comenzarán a caer de nuestras manos (Alessandro Pronzato).
Jesús hace nuevas las cosas, y el orden nuevo está hecho de respeto, de delicadeza, de comprensión, de amor. Dirá: "Vuestros juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio" (Jn 8,15). El Señor no nos juzga, es cada uno que tiene la triste posibilidad de autoexcluirse del amor de Dios… Curiosamente todos los textos de la misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea algo nuevo y hacia la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción a la semana de pasión, nuestra redención. El hijo pequeño del domingo anterior, ahora es sustituido por la mujer pecadora. El hermano mayor cascarrabias de la parábola, es reemplazado por los que quieren matarla a pedradas. Y en la escena Cristo se pone en el lugar del Corazón del Padre, que reanima, cura y celebra la fiesta del perdón:
Entre el corazón destrozado de la mujer avergonzada y Jesús, manso y humilde de corazón, hay estrecha unión. Esta mujer ha estrenado el brote nuevo de la misericordia, que anunció Isaías. "Su suerte ha cambiado, como los torrentes del Negeb". El no peques más la está introduciendo en el mundo de gracia, que Jesús ha venido a instaurar.
Señor, que yo aprenda a perdonar siempre, a no tirar piedras a nadie, a no juzgar. Un día, la Madre Teresa de Calcuta, encontró sobre un montón de basura una mujer moribunda que le dijo que su propio hijo la había dejado abandonada allí. La Madre la recogió y la llevó al hogar de Kalighat. Aquella mujer no se quejaba de su estado sino de que hubiera sido su propio hijo quien la dejó allí. No podía perdonarle... La Madre Teresa, que quería que aquella mujer muriese en gracia de Dios, trataba de convencerla:
-“¿Debe perdonar a su hijo? -le decía. Es carne de su carne y sangre de su sangre... Sin duda hizo lo que hizo en un momento de locura y ya estará arrepentido... Pórtese como una verdadera madre y perdónelo... Si ha pedido a Dios que le perdone sus pecados debe perdonar el que su hijo cometió con usted. Si lo hace, Dios recompensará su generosidad con un lugar en el Cielo”. La mujer se resistía, pero la gracia terminó venciendo.
-“Le perdono, le perdono... dijo por fin llorando”. Poco después moría.

2. “Dice Yahveh, que trazó camino en el mar, y vereda en aguas impetuosas”. La lectura de Isaías nos recuerda el paso del mar Rojo y de cómo Dios protegió a su pueblo, y todo esto es figura de nuestro bautismo y nos anuncia "algo nuevo que ya está brotando": es un nuevo Éxodo, un retorno del exilio, que tendrá las maravillas del primero. Así como en el desierto surgió el agua para que beba el pueblo, ahora surgirán aguas vivas… "Mirad que realizo algo nuevo..." La Palabra de Dios lo proclamará definitivamente en la Pascua de Jesús: "Haré que todo sea nuevo" (Ap 21,5).
Yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?” Ayúdame, Señor, a reconocerte en mi día, no caer en el desánimo, en pensar que la vida es penosa y tener ganas de morir. Dame ojos para ver la auténtica realidad: Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el páramo”. "Mirad que realizo algo nuevo": «No recordéis lo viejo»… En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que este hacer memoria era recordar las raíces, la identidad del pueblo, que fortalecía la fe en el Dios que camina actualmente con el pueblo. Re-cordar es re-vivir en el corazón, pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de este recuerdo del pasado, sobre todo no ahora, pues eso significaría pensar en el tiempo del exilio: el Señor promete algo nuevo, y es ciertamente algo que «ya está brotando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la vida eterna. De este modo Dios traza un camino para Israel, a través del desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza un camino que conduce a la bienaventuranza eterna (Hans Urs von Balthasar).
Contigo, Señor, todo queda renovado, transformado: “Las bestias del campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues pondré agua en el desierto (y ríos en la soledad) para dar de beber a mi pueblo elegido”. Quiero rezarte, Señor, que me hace estar bien y dar cosas buenas a los demás: “El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas”.
"Los ojos de Dios están puestos en los justos", y el Señor ayuda a que todo lo malo sirva para un bien más grande, como dice este salmo, canción de las subidas”. Así, “cuando Yahveh hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos; entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría. Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho Yahveh con éstos! ¡Sí, grandes cosas hizo con nosotros Yahveh, el gozo nos colmaba!” Cuando uno clama a Dios, lo escucha y lo atiende, le libra de sus angustias, porque el Señor está cerca de los atribulados, de los abatidos y perseguidos, y él les devuelve la vida y la esperanza. El salmista insiste en la confianza, en la idea de la pronta intervención de Dios: “¡Haz volver, Yahveh, a nuestros cautivos como torrentes en el Négueb!. El justo está bajo las alas protectoras del Señor y nada le puede afectar. Es una aclamación a esas grandes cosas que Dios ha hecho con nosotros, y así la esperanza se va alimentando: “Los que siembran con lágrimas cosechan entre cánticos. Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas”.

3. Si Jesús nos perdona, dice S. Pablo, puedo estar «olvidándome de lo que queda atrás», nada tiene ya valor: todo es abandonado como «basura» para ganar lo que nos gana la pasión y resurrección de Cristo. Esto, lo que nos ha ganado, es nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos sólo en la «meta». Porque esta meta nos ha «alcanzado» por Cristo»-, y por eso sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido. Vuela más alto, “sobre las alas de la fe”, dice la canción: siempre hacia lo que está por delante. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta está ya perdonada. Pero no podemos pensar que estamos en un estado de perfección que ya todo lo hacemos bien… “No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús”.
Podemos pensar esto cuando veamos estos días cubrir retablos y cruces de color morado, en la semana de Pasión. Queremos "vivir siempre de aquel mismo amor que llevó a Cristo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo" (oración colecta). Queremos sentirnos Iglesia, miembros de Cristo, como diremos en la oración después de la comunión en continuidad con lo que nos anima Pablo hoy: la "transubstanciación" en la misa del pan y el vino, quiere comprender también a los participantes, a los que comulgan. Si la primera invocación al Padre para que venga el Espíritu (epíclesis) se refiere a las ofrendas, la segunda pide la transformación de los fieles: "Fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu". Es la petición que repite, sustancialmente, la poscomunión de este domingo. En la Eucaristía sí realmente Cristo se apodera de nosotros, como decía san Pablo, para hacernos una sola cosa con él: miembros de su Cuerpo. Es la pregustación del término último iniciado en la Pascua.
Llucià Pou Sabaté

Domingo V de Cuaresma: la misericordia divina hace nuevas todas las cosas, nos hace comprender a los demás como Jesús a la pecadora: “vete en paz, y no peques más”.

1. El evangelio nos muestra a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer pecadora, y le dicen: “Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Como insistieron, Jesús contestó: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. “Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio”.
Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir a acusadores y acusada en la comunidad de la culpa; y la segunda para pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia de todos» (Rm 11,32). Nadie se atreve a tirar la primera piedra; Jesús ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos nosotros, ya nadie puede condenar a otro ante Dios: “Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Y quedan solos, la mujer, que estaba en el centro y Jesús: "sólo dos han quedado -dice S. Agustín- la miseria y la misericordia". Ahora es cuando Jesús se encuentra realmente con la mujer, a la que mira cara a cara al templo que le pregunta "¿Nadie te ha condenado?" La mujer se encuentra frente a Jesús con su pobre humanidad, con su culpa y su vergüenza. "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más". Significa que nosotros, a ejemplo de Jesús, no debemos condenar nunca a nadie, y hemos de ayudar a todos a combatir el pecado. Equilibrio de Cristo, entre la comprensión para con el pecador y severidad para con el mal, difícil de imitar (Joan Llopis).
 “Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»” Me gustaría ver la mirada de Jesús sobre la pecadora, sentir tu mirada, Señor… "Una de las verdades fundamentales del cristianismo, verdad con demasiada frecuencia desconocida, es ésta: lo que salva es la mirada" (Simone Weil). La adúltera, como también Zaqueo, debe la propia salvación a la mirada. La mirada de Cristo es, en cierto sentido, creadora. Llama a una persona a la existencia. Despierta su ser auténtico, real. Denuncia al hombre deshonesto, al canalla, y llama al santo. La mirada de Cristo no se resigna al "poco de bueno". Saca a la luz lo mucho bueno, lo mejor que hay en cada persona. Es, pues, una mirada reveladora. Porque muestra al hombre mismo sus posibilidades, su verdadera dimensión. Jesús, eres una persona junto a la que no sólo cada uno se sentía él mismo, sino lo más, lo mejor de sí mismo: te diriges a aquel que está ante ti como si no existiese en el mundo nada más que el bien de aquella persona. Ayúdame, Señor, a que mi mirada sea, ante todo, libre. Solamente una mirada libre representa una llamada a la libertad. Libre porque ha echado abajo la cárcel del propio egoísmo, de la propia comodidad, de la propia indiferencia, de los propios intereses, para abrirse al otro en actitud de acogida, de simpatía, de discreción, de cordialidad, de delicadeza y benevolencia. Libre de las lentes deformantes de los prejuicios, de las prevenciones, de las sospechas, de la desconfianza.
Tus palabras, Maestro, nos infunden confianza, cuando creíamos estar en un callejón sin salida, cuando me imagino que mi caso no tiene solución, cuando he perdido toda esperanza: «Tampoco yo te condeno», y podría hacerlo porque es Dios, pero parece que le oímos añadir: porque te amo y quiero que vivas; por eso, «en adelante no peques más». "Te pido, Señor, que no me midas con la vara de tu justicia sino que sea medido con la de tu misericordia infinita" (Laureano López). ¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres!
El nuevo éxodo de la primera lectura nos lleva hacia la mirada de Cristo, que nos da vida: "Mírame... para que yo sepa que existo" (A. Baggio). La mirada es muy importante, y las personas rechazadas por nuestra mirada serán condenadas, quizás, a llevar durante toda su vida una marca de soledad, de rechazo, de insignificancia. También una mirada indiferente puede ser "homicida". Su mensaje, en efecto, se puede traducir así: "Para mí tú no existes. Negándote importancia, te niego el derecho a la existencia". Una mirada de indiferencia tiene la capacidad de borrar a una persona. Una mirada libre es una mirada que no se limita a tocar de soslayo a las personas que encuentra. No es una mirada rápida. No es huidiza. Sabe pararse y acoger. Acoger, pero no forzar. Es necesario que, cada mañana, purifiquemos nuestra mirada. Se trata, en efecto, de: -Desvincularla de todo instinto de posesión.
-Desarmarla de los varios elementos de hostilidad, agresividad, malignidad, dureza.
-Darle capacidad de sorpresa y de maravilla que hace nuevas las cosas y las devuelve el gusto del descubrimiento del otro.
-Hacerla atenta al otro. O sea capaz de ver al otro como yo quisiera ser visto. Así, la atención se hace expresión de respeto y vehículo de liberación. Solamente la atención que nace del amor declara al otro: "Te reconozco el derecho de ser lo que eres. Deseo que seas todo lo que puedes ser" (A. Baggio). Sí, solamente si conseguimos una mirada purificada, las piedras comenzarán a caer de nuestras manos (Alessandro Pronzato).
Jesús hace nuevas las cosas, y el orden nuevo está hecho de respeto, de delicadeza, de comprensión, de amor. Dirá: "Vuestros juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio" (Jn 8,15). El Señor no nos juzga, es cada uno que tiene la triste posibilidad de autoexcluirse del amor de Dios… Curiosamente todos los textos de la misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea algo nuevo y hacia la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción a la semana de pasión, nuestra redención. El hijo pequeño del domingo anterior, ahora es sustituido por la mujer pecadora. El hermano mayor cascarrabias de la parábola, es reemplazado por los que quieren matarla a pedradas. Y en la escena Cristo se pone en el lugar del Corazón del Padre, que reanima, cura y celebra la fiesta del perdón:
Entre el corazón destrozado de la mujer avergonzada y Jesús, manso y humilde de corazón, hay estrecha unión. Esta mujer ha estrenado el brote nuevo de la misericordia, que anunció Isaías. "Su suerte ha cambiado, como los torrentes del Negeb". El no peques más la está introduciendo en el mundo de gracia, que Jesús ha venido a instaurar.
Señor, que yo aprenda a perdonar siempre, a no tirar piedras a nadie, a no juzgar. Un día, la Madre Teresa de Calcuta, encontró sobre un montón de basura una mujer moribunda que le dijo que su propio hijo la había dejado abandonada allí. La Madre la recogió y la llevó al hogar de Kalighat. Aquella mujer no se quejaba de su estado sino de que hubiera sido su propio hijo quien la dejó allí. No podía perdonarle... La Madre Teresa, que quería que aquella mujer muriese en gracia de Dios, trataba de convencerla:
-“¿Debe perdonar a su hijo? -le decía. Es carne de su carne y sangre de su sangre... Sin duda hizo lo que hizo en un momento de locura y ya estará arrepentido... Pórtese como una verdadera madre y perdónelo... Si ha pedido a Dios que le perdone sus pecados debe perdonar el que su hijo cometió con usted. Si lo hace, Dios recompensará su generosidad con un lugar en el Cielo”. La mujer se resistía, pero la gracia terminó venciendo.
-“Le perdono, le perdono... dijo por fin llorando”. Poco después moría.

2. “Dice Yahveh, que trazó camino en el mar, y vereda en aguas impetuosas”. La lectura de Isaías nos recuerda el paso del mar Rojo y de cómo Dios protegió a su pueblo, y todo esto es figura de nuestro bautismo y nos anuncia "algo nuevo que ya está brotando": es un nuevo Éxodo, un retorno del exilio, que tendrá las maravillas del primero. Así como en el desierto surgió el agua para que beba el pueblo, ahora surgirán aguas vivas… "Mirad que realizo algo nuevo..." La Palabra de Dios lo proclamará definitivamente en la Pascua de Jesús: "Haré que todo sea nuevo" (Ap 21,5).
Yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?” Ayúdame, Señor, a reconocerte en mi día, no caer en el desánimo, en pensar que la vida es penosa y tener ganas de morir. Dame ojos para ver la auténtica realidad: Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el páramo”. "Mirad que realizo algo nuevo": «No recordéis lo viejo»… En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que este hacer memoria era recordar las raíces, la identidad del pueblo, que fortalecía la fe en el Dios que camina actualmente con el pueblo. Re-cordar es re-vivir en el corazón, pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de este recuerdo del pasado, sobre todo no ahora, pues eso significaría pensar en el tiempo del exilio: el Señor promete algo nuevo, y es ciertamente algo que «ya está brotando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la vida eterna. De este modo Dios traza un camino para Israel, a través del desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza un camino que conduce a la bienaventuranza eterna (Hans Urs von Balthasar).
Contigo, Señor, todo queda renovado, transformado: “Las bestias del campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues pondré agua en el desierto (y ríos en la soledad) para dar de beber a mi pueblo elegido”. Quiero rezarte, Señor, que me hace estar bien y dar cosas buenas a los demás: “El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas”.
"Los ojos de Dios están puestos en los justos", y el Señor ayuda a que todo lo malo sirva para un bien más grande, como dice este salmo, canción de las subidas”. Así, “cuando Yahveh hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos; entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría. Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho Yahveh con éstos! ¡Sí, grandes cosas hizo con nosotros Yahveh, el gozo nos colmaba!” Cuando uno clama a Dios, lo escucha y lo atiende, le libra de sus angustias, porque el Señor está cerca de los atribulados, de los abatidos y perseguidos, y él les devuelve la vida y la esperanza. El salmista insiste en la confianza, en la idea de la pronta intervención de Dios: “¡Haz volver, Yahveh, a nuestros cautivos como torrentes en el Négueb!. El justo está bajo las alas protectoras del Señor y nada le puede afectar. Es una aclamación a esas grandes cosas que Dios ha hecho con nosotros, y así la esperanza se va alimentando: “Los que siembran con lágrimas cosechan entre cánticos. Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas”.

3. Si Jesús nos perdona, dice S. Pablo, puedo estar «olvidándome de lo que queda atrás», nada tiene ya valor: todo es abandonado como «basura» para ganar lo que nos gana la pasión y resurrección de Cristo. Esto, lo que nos ha ganado, es nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos sólo en la «meta». Porque esta meta nos ha «alcanzado» por Cristo»-, y por eso sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido. Vuela más alto, “sobre las alas de la fe”, dice la canción: siempre hacia lo que está por delante. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta está ya perdonada. Pero no podemos pensar que estamos en un estado de perfección que ya todo lo hacemos bien… “No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús”.
Podemos pensar esto cuando veamos estos días cubrir retablos y cruces de color morado, en la semana de Pasión. Queremos "vivir siempre de aquel mismo amor que llevó a Cristo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo" (oración colecta). Queremos sentirnos Iglesia, miembros de Cristo, como diremos en la oración después de la comunión en continuidad con lo que nos anima Pablo hoy: la "transubstanciación" en la misa del pan y el vino, quiere comprender también a los participantes, a los que comulgan. Si la primera invocación al Padre para que venga el Espíritu (epíclesis) se refiere a las ofrendas, la segunda pide la transformación de los fieles: "Fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu". Es la petición que repite, sustancialmente, la poscomunión de este domingo. En la Eucaristía sí realmente Cristo se apodera de nosotros, como decía san Pablo, para hacernos una sola cosa con él: miembros de su Cuerpo. Es la pregustación del término último iniciado en la Pascua.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 15 de marzo de 2013


Cuaresma 4, sábado: Jesús, el justo que sufre injustamente, y así nos salva

Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta". Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?". Y por causa de Él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?". Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre". Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en Él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita". Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: "¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?". Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta". Y cada uno regresó a su casa” (Juan 7,40-53).

1. Jesús, ahora en cuanto a su origen, provoca discusiones y postura diversas. Se ignora lo más profundo de su personalidad: su origen divino. Jesús es presentado hoy como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también «como cordero manso llevado al matadero». Confía en Dios: si Jeremías pide «Señor, a ti me acojo», Jesús en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Pero Jesús muestra una entereza y un estilo diferente. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos (J. Aldazábal). «Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor» (oración).
También el cristiano está llamado a encarnar esos sentimientos redentores de Jesús: “Se necesitan –dice Juan Pablo II- heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad de la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy.”
Ayer vimos alguna característica del cuerpo de Cristo. Pero ¿cómo es su alma? Conoció en su espíritu los pensamientos secretos de los hombres, gimió en su espíritu. La sensibilidad de su alma es de gran riqueza: momentos alegres o tristes, dulces o amargos, pero sucediese lo que sucediese, en el fondo de su alma reinaban siempre serenidad y alegría. Siempre en paz que se comunicaba a los demás. Nunca manifiesta duda. Nunca pierde la calma, ni cuando los endemoniados interrumpían sus discursos, ni cuando sus adversarios lo insultaban ni cuando intentaban poner sobre Él sus manos.
Su mente es apabullante. Su lucidez, única. Su predicación, diáfana, directa: sus parábolas, perlas de la literatura. Sus imágenes, vivas: el soplo misterioso del viento, la fuente de agua viva, el labrador que guía el arado…
Su fisonomía moral está dicha en dos palabras: será santo (Lc 1,35). Brillan en Él todas las virtudes: la paciencia, la caridad, la obediencia, la humildad, la fortaleza, la templanza, la justicia. Su espíritu de abnegación y sacrificio da luz a todas las virtudes: castidad, pobreza, obediencia. Inocente sin pecado, con autoridad en su enseñanza: Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios en verdad sin hacer acepción de personas (Mt 22,16).
Tenía amistad, se volcaba con los niños. Amó a los suyos hasta el extremo de dar la vida por ellos (Jn 13,1ss), cumpliendo aquello de: Nadie tiene mayor amor que quien da su vida por sus amigos (Jn 15,13). Ningún hombre obró como Él, ningún hombre habló como Él, ningún hombre amó como Él, ningún hombre sufrió como Él (Miguel Ángel Fuentes). Es como si Jesús nos dijera: “en vosotros mismos es donde me veréis, como ve un hombre su propio rostro en un espejo” (San Cipriano). «Siempre despiertos —como afirmaba Pascal— apoyándole en su agonía, hasta el final de los tiempos».

2.Yo era como un manso cordero, llevado al matadero, sin saber que ellos urdían contra mí sus maquinaciones: "¡Destruyamos el árbol mientras tiene savia, arranquémoslo de la tierra de los vivientes, y que nadie se acuerde más de su nombre!"”. Jesús que, como un cordero, morirá para quitar el pecado del mundo. Es como un corderito inocente, pequeña víctima que no merece ser sacrificada. La liturgia del cordero pascual, que tomaban los israelitas en recuerdo de la salida de la esclavitud de Egipto, representa a Jesús, cuyo sacrificio es útil al pueblo entero.
“Señor de los ejércitos, que juzgas con justicia, que sondeas las entrañas y los corazones, ¡que yo vea tu venganza contra ellos, porque a ti he confiado mi causa!” Todo hombre que sufre es una imagen de Cristo sufriente. Todo sufrimiento, sobre todo si es llevado conscientemente y ofrecido, colabora en la redención y contribuye a salvar el mundo en unión con Jesús. “Te ofrezco, Señor, en este día, mis propios sufrimientos... Te ofrezco también todo el peso de todos los sufrimientos de todos los hombres en el mundo. Ayúdales a descubrir, en lo posible, que su sufrimiento no está "perdido", sino que puede adquirir una misteriosa significación. Y que todo «viernes santo» conduce a la aurora de Pascua” (Noel Quesson). Un sacrificio agradable a Dios es el de la pureza de corazón. "Por defender su pureza, San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal , San Bernardo se zambulló en un estanque helado... Tú, ¿Qué has hecho?", escribía san Josemaría. Así huyeron de las ocasiones, y cortaron las tentaciones los santos. Tú, como ellos, tienes tentaciones. Madre mía, que como ellos sea fuerte para no ponerme en ocasión de pecado (no ver la tele solo, por ejemplo) y para cortar desde el principio las tentaciones. Cuando las tenga, rezará un bendita sea tu pureza, y, así contigo, seré más fuerte (José Pedro Manglano).
Comenta Benedicto XVI, en su Misa de inauguración de pontificado, que “era costumbre en el antiguo Oriente que los reyes se llamaran a sí mismos pastores de su pueblo. Era una imagen de su poder, una imagen cínica: para ellos, los pueblos eran como ovejas de las que el pastor podía disponer a su agrado. Por el contrario, el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho Él mismo cordero, se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son pisoteados y sacrificados. Precisamente así se revela Él como el verdadero pastor: “Yo soy el buen pastor [...]. Yo doy mi vida por las ovejas”, dice Jesús de sí mismo (Jn 10,14s.). No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor”, como quieren hacer los abusones, los prepotentes. “Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres”, que además juzgan... ¡Qué error compararse con los demás!
Sigue el Papa: “Una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. “Apacienta mis ovejas”, dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la Palabra de Dios; el alimento de su presencia, que Él nos da en el Santísimo Sacramento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros”.
La confianza y la imagen emocionante del cordero manso, llevado al matadero que ha inspirado el canto del Siervo de Dios en Isaías (53,6-7) y le ha hecho símbolo de la Pasión del Cordero de Dios (Mt 26,63; Jn 1,29; Hch 8,32) es cantado por San Juan Crisóstomo: «La sangre derramada por Cristo reproduce en nosotros la imagen del rey: no permite que se malogre la nobleza del alma; riega el alma con profusión, y le inspira el amor a la virtud. Esta sangre hace huir a los demonios, atrae a los ángeles...; esta sangre ha lavado a todo el mundo y ha facilitado el camino del cielo». Y San León Magno: «Efectivamente, la encarnación del Verbo, lo mismo que la muerte y resurrección de Cristo, ha venido a ser la salvación de todos los fieles, y la sangre del único justo nos ha dado, a nosotros que la creemos derramada para la  reconciliación del mundo, lo que concedió a nuestros padres, que igualmente creyeron que sería derramada».
«Señor, Dios mío, A Ti me acojo, líbrame de mis enemigos y perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí...Tú que sondeas las mentes y los corazones, Tú que eres un Dios justo, apoya al inocente”.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 14 de marzo de 2013


Cuaresma 4, viernes: Jesús va a Jerusalén y le matarán, cuando llegue su hora; es signo de contradicción, y también los cristianos sufrirán por la verdad. Buscamos el rostro de Jesús.

Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es". Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de Él y es Él el que me envió". Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él, porque todavía no había llegado su hora(Juan 7,1-2.10.25-30).

1. En la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos, la fiesta del final de la cosecha, muy concurrida en Jerusalén, que duraba ocho días, vemos a Jesús que sufre. Se presenta como igual a Dios. A su alrededor, sólo se habla de matarle. Y Tú, Señor, sólo hablas de este amor que te colma. Francisco de Asís se paseaba por las calles quejumbroso: "el amor no es amado... el amor no es amado... el amor no es amado..." Ayúdanos, Señor, a vivir como Tú, en la intimidad del Padre. Da a todos los que sufren esa paz que era la tuya. Otorga a todos los que sienten la soledad, la gracia de ser reconfortados por la presencia del Padre.
-“Buscaban, pues, prenderle..., pero nadie le ponía las manos, porque aún no había llegado su hora”. El complot se va estrechando. La Pasión se acerca. ¡Es "tu hora"! Sin ningún miedo, ciertamente. Todo sucederá según los insondables designios del Padre, a la hora por Él fijada desde toda la eternidad. Tener plena y total confianza en Dios. Ponerse en sus manos, es el secreto de la paz (Noel Quesson).
¿Cómo era el rostro de Jesús? Fra Angélico decía: “quien quiera pintar a Cristo sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo”. Es lo que hizo S. Juan, de cuyo ambiente nacen estas palabras que leemos en su Evangelio. Hay muchas leyendas, desde san Lucas pintor, la Verónica, y otras por el estilo, que nos hablan de la santa Faz, cuya reliquia más importante es la de Turín. Pero también es cierto que “Cristo graba su rostro en el alma de aquellos que le buscan y le aman” (Fray Justo Pérez de Urbel). San Policarpo, uno de los primeros Padres, discípulo de san Juan, ya nos dice: “la imagen carnal de Jesús nos es desconocida”. Y san Agustín, en el siglo IV: “ignoramos por completo cómo era su rostro”. Se puede decir que los iconos bizantinos, de gran belleza en mostrar un hombre de armonía y equilibrio perfectos, de paz y bondad, es imagen que coincide con la sábana santa de Turín (una persona alta, de 1.75-1.80 metros, unos 75-80 kilos, etc.). La reciente película de "El hombre que hacía milagros", de plastilina, lograba caracterizar a Jesús muy bien, pues cuando le ponemos un rostro no nos resulta cómodo. Nos es velado el rostro de Jesús, y la búsqueda no puede cesar, pues no tenemos retrato de la figura más influyente es Jesús de Nazaret. Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada en el rostro de Cristo crucificado y hacer de su Evangelio la regla cotidiana de vida. Hay una cierta "experiencia de Dios", un "laboratorio" en el que descubrimos, aun dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro de Jesús. Sólo podemos saber cómo era Jesucristo por lo que nos dicen los Evangelios. Para muchos los libros santos son en esto muy parcos. Por el contrario, hay en ellos mucho más sobre la realidad humana de Nuestro Salvador de cuanto parece a primera vista. Y cuanto nos dicen los Sacros Biógrafos nos trazan una figura que para unos causa sorpresa, para otros fascinación y para todos admiración y, en cierto sentido, desconcierto.
Por los relatos evangélicos podemos vislumbrar que Jesús tenía una constitución física singularmente perfecta. La incesante actividad durante su vida pública, sus incontables privaciones, su predicación de todos los días, los períodos enteros que pasaba sin reposo, etc., exigían un gasto considerable de fuerzas físicas y, por lo tanto, un cuerpo sano y robusto. Nunca dan a entender, ni siquiera permiten sospechar, sus evangelistas que padeciera enfermedad alguna. Sin embargo, sí afirman que conoció el hambre, la sed, la necesidad del sueño, la fatiga tras el largo caminar, estuvo sujeto a la muerte y su vista anticipada le causó viva repugnancia.
En noticias incidentales, los evangelistas nos recuerdan algunas de sus actitudes y gestos. Nos dicen que a veces hablaba a las muchedumbres de pie, otras sentado y a veces –cuando comía– se reclinaba en un diván, según costumbre de entonces. Solía rezar de rodillas o postrado totalmente en tierra. Los gestos más frecuentemente descritos por los evangelistas son los de sus manos, que parten los panes para distribuirlos, que toman el cáliz consagrado y lo pasan a sus discípulos, que abrazan y bendicen a los pequeñuelos, que toca a los enfermos (incluso a los leprosos) para curarlos, que alza a los muertos, que azota a los vendedores del Templo y vuelca las mesas de los cambistas de monedas, que lava los pies de los apóstoles A veces nos hablan de los movimientos de todo su cuerpo, como cuando se inclina a levantar a Pedro que se hunde en las aguas, cuando se agacha a escribir con su dedo en el suelo frente a los acusadores de la mujer adúltera, cuando vuelve la espalda a alguno de sus interlocutores para demostrar su descontento. El más conmovedor de todos es el que hace en la cruz, cuando, inclinando su cabeza expiró.
Los evangelistas también nos han guardado algunos gestos de los ojos de Jesús que exteriorizaban sus sentimientos íntimos. A Pedro, cuando lo vio por vez primera, lo miró de hito en hito, es decir, fijó su vista en él como para leer hasta el fondo de su alma; más profundamente lo miró la noche de un jueves para mover su corazón después de sus negaciones. Con particular ternura miró al joven rico. A veces gustaba mirar a sus seguidores con la mirada que usan los grandes oradores al comenzar a predicar, como abarcando todo el auditorio. En sus ojos no sólo brillaba la dulzura, sino también en oportunidades podía verse el resplandor de una santa cólera. Con ellos lloró sobre Jerusalén y también miró con tristeza por última vez los atrios del Templo antes de partir para su muerte.
¿Cómo era su voz? Siervo de Dios, no grita, sino que era firme y severa su voz cuando tenía que dirigir un reproche o dar una orden cuyo cumplimiento exigía con especial empeño. Terrible para pronunciar un anatema; alegre o triste o tierna según las muchas circunstancias de su vida.
Su aspecto y apariencia externa no lo conocemos, pero podemos pensar acertadamente que tendría el “tipo” de su pueblo. Santo Tomás comentando el Salmo 44 dice simplemente: “tuvo en sumo grado aquella belleza que correspondía a su estado, la reverencia y la gracia del aspecto; de tal modo que lo divino irradiaba de su rostro”. Unamuno lo describe cifrándolo en dos versos: “Tu cuerpo de hombre con blancura de hostia / para los hombres es el evangelio” (Miguel Ángel Fuentes).
2. Los que quieren ser santos resultan incómodos en medio de una sociedad no creyente, y por tanto hay que eliminarlos. «Nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados... es un reproche para nuestras ideas... lleva una vida distinta de los demás». La decisión es: «lo condenaremos a muerte ignominiosa». Las fuerzas del mal, encarnadas en los impíos, quieren ahogar la fuerza de Dios que se manifiesta en la vida de los justos; es lo que les pasaba cuando se escribió ese libro, que los judíos fieles de Alejandría son perseguidos y despreciados por los judíos renegados y por los paganos, pero tiene un sentido profético y es que todo esto habla de Cristo: se anuncia su pasión (Misa dominical). El Mesías rodeado de odio..., acorralado. Dirán: "Si eres hijo de Dios... baja de la cruz". «¡Deja! Veamos si Elías viene a salvarle.» No puedo meditar sobre esto quedándome «ajeno» (Noel Quesson). Hemos de implicarnos en hacer ese camino de cuaresma, como recordaba san Agustín: "Si dices "ya basta", estás perdido. Aumenta siempre, progresa siempre, avanza siempre, no te pares en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes..." aunque nos digan lo que van contra el justo: “porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Él se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes. Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias. Él proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de tener por padre a Dios”.
3. Dios, como repite el salmo, «está cerca de los atribulados... el Señor se enfrenta con los malhechores... aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor». Nos mueve a confiar en Dios. Confiar en Él aun en los momentos más difíciles: “Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. El justo padece muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. Él cuida todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo”. Cuando Jesús sufra la Cruz, se cumplirá este salmo: no se romperán sus huesos como a los ladrones, sino que una lanza traspasará su pecho, cuando su alma ya estaba salvando los que le esperaban en el limbo de los justos.
Llucià Pou Sabaté