martes, 5 de febrero de 2013


Tiempo ordinario IV, martes (impar): Jesús hace milagros, continúa haciéndolos con la Eucaristía. Corremos por la vida, con la mirada puesta en él

“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer” (Marcos 5,21-43).

3. Hoy te vemos, Jesús, ayudando a los necesitados con dos milagros: cuando vas camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- curas a la mujer que padece flujos de sangre. Veo que ha llegado el Reino prometido. Estás ya actuando con la fuerza de Dios, que a la vez fomentas la fe que tienen estas personas en ti. El jefe de la sinagoga te pide que cures a su hija. Mientras vas, la mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y te toca el borde del manto. Tú notaste “que había salido fuerza” de ti y la atendiste luego con unas palabras: en los dos casos apelas a la fe: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».
Me gusta, Señor, ver cómo te enfrentas a la enfermedad y la muerte. Sobre todo cómo tienes compasión por nosotros. Te veo en la Iglesia y tus sacramentos, «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante», presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).
Todo dependerá de si tenemos fe. Tu acción salvadora, Señor, está siempre en acto. Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dices: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a ti, Jesús, y pedirte humilde y confiadamente que nos cures de la enfermedad que es nuestra experiencia de debilidad, y del miedo de la muerte, gran interrogante que en ti cobra sentido profundo, al hacernos ver cómo Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».
La buena mujer que se acerca a Jesús nos hace ver que los sacramentos actúan por su propia fuerza divina, de modo infinito, pero se reciben según la capacidad del recipiente, de nuestra fe. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar tu manto, Jesús.
En Cafarnaún, donde llegaste con el bote, esta mujer oye quizá la curación del leproso, y ve llegar al jefe de la sinagoga, que angustiado dice al Maestro: "maestro, mi hija se está muriendo, ven a imponerle las manos para que se ponga bien y no se muera", y se pusieron en camino. Entonces hace su plan: "si pudiera tocarle la ropa que trae, me pondré buena", y tan buen punto lo tocó, se le paró la hemorragia, y así el mal había desaparecido, sintió el cuerpo lleno de vida. Entonces fue cuando el Señor dice: "¿quien me ha tocado?" y ella, llena de vergüenza pero contenta y feliz, responde: “he sido yo, Señor”, y dice Jesús: "tu fe te ha salvado, vete en paz".
Cuenta un misionero en la India que estaba en adoración eucarística cuando uno de los asistentes, hindú, se acercó y tocó el copón, mientras él miraba asombrado pero optó –viendo el respeto con que lo hacía- por dejarle hacer. Luego volvió a donde estaban los otros y al cabo de un rato dijo que quería ver la Eucaristía que se escondía dentro del copón, y explicó que cuando se acercó al altar le pidió a Jesús que le curara de un tumor, en la cabeza, un bulto grande como una fruta, y que al tocarlo se había curado. Efectivamente, se fijó el sacerdote que ya no tenía el bulto. Luego pensó en la fe que teníamos los católicos en la Eucaristía, y en la que tenía aquel hindú... Nosotros podemos tocar Jesús, con los sacramentos, el manto de Cristo son los sacramentos, tocar quiere decir creer. La tímida audacia de la hemorroísa debe servirnos para tocar a Jesús, que está esperándonos en la Misa, y espera que nos acerquemos confiadamente.
A veces la cosa está fatal, como cuando los criados de Jairo le dicen “no molestes al maestro, tu hija ha muerto”. Pero Jesús le dice: «No temas, solamente ten fe». Jesús, contra toda esperanza: “no tengas miedo, basta que creas y ella vivirá”, y luego ante ella manda: “talita cumi”, levántate y anda, y cuando se alzó ante la sorpresa de todos, añade: “dadle de comer, que tiene hambre”. Jesús nos dirá muchas veces: “si tuvierais un poco de fe…”, haríais maravillas. La fe no va sola, va de la mano de la humildad. La Iglesia “es” en la Eucaristía, en Jesús. Ahí nos desligamos de las ataduras de espacio y tiempo y nos trasladamos a la cúspide del calvario.... donde ese amor que juega al escondite, que late bajo estas especies, nos da vida pues sin Él no tiene sentido la vida, sería anodina, sin trascendencia. Se descubre la presencia del Amado, que ya vino por el bautismo pero ahora se fusiona con nosotros. Ahí Jesús nos recibe, nos dice: “mira que estoy a la puerta y llamo”... “el que me coma vivirá por mí”. El Apóstol lo expresa así: “No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”.
“Una sola gota de la Preciosa Sangre contenida en el cáliz podría bastar para obtenernos gracias cuya eficacia ni siquiera podemos sospechar; bastaría para salvar millones de mundos más culpables que el nuestro, y para hacer más santos que cuantos pueda poseer el paraíso” (Vandeur). “Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (Cura de Ars). La Eucaristía tiene un valor infinito, pero nuestra participación es según las posibilidades, las disposiciones: si vamos con un gran recipiente acogeremos más gracia de Dios, según la capacidad de nuestro corazón; como decía Santo Tomás: “pues en la satisfacción se mira más el afecto del que ofrece que el valor de la oblación -fue el Señor quien dijo de la viuda que echó dos céntimos que ‘había echado más que ninguno-, aunque esta oblación sea suficiente de suyo para satisfacer por toda la pena, se satisface sólo por quienes se ofrece o por quienes la ofrecen en la medida de la devoción que tienen, y no por toda la pena”.
 “Cuando participamos de la Eucaristía -dice San Cirilo de Jerusalén- experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo nos conforma con Cristo, como sucede en el bautismo, sin que nos cristifica por entero, asociándonos a la plenitud de Cristo Jesús”.
Así como la hemorroísa percibió instantáneamente su curación con ocasión de tocar el borde del manto de Jesús, “gracias a la fuerza que había salido de Él”; y “se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él, especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre y cuando, en nombre de Dios, en la Confesión sacramental auricular y secreta, perdona los pecados”, decía san Josemaría, y añadía: “Cuando yo era niño, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente. Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor”. El deseo de comulgar –comunión espiritual- también fomenta la recepción de esas gracias.
2. La vida es una carrera de fondo y también lucha, leemos hoy en Hebreos. El corredor se viste con ropas ligeras. «Sacudámonos todo el lastre y el pecado que se nos pega; corramos con constancia»: ¡Fuera todo lastre (pecado)! Concentrados en el jefe, Jesús, objeto de contemplación: "Puestos los ojos en Jesús... meditad, pues, en el que soportó tanta oposición", hacemos la carrera a ejemplo de la suya, correr hasta la meta que es la casa del Padre.
3. “Los desvalidos comerán hasta saciarse, / alabarán al Señor los que lo buscan: / viva su corazón por siempre”. Quiero correr, Señor, con la esperanza puesta en ti: “Lo recordarán y volverán al Señor / hasta de los confines del orbe; / en su presencia se postrarán / las familias de los pueblos. / Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, / ante él se inclinarán los que bajan al polvo.” La Vida está en ti, en acoger tu vida en mí: “Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, / hablarán del Señor a la generación futura, / contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: / todo lo que hizo el Señor”.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 4 de febrero de 2013


Tiempo ordinario, IV semana, lunes (impar): Jesús es rechazado por los que no saben agradecer. Los santos han  correspondido misteriosamente a la fe

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados” (Marcos 5,1-20).

1. Un hombre "andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras". Es un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Pienso en algunas personas que se hacen daño, con ese afán masoquista aparentemente… La sociedad no le ayuda: ha marginado al endemoniado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para que no moleste. Pero tu vocación, Jesús, es la de acercarte a los que ha apartado la sociedad. Son éstos precisamente los que te están esperando, abiertos a la curación y al perdón. Quizás sea éste el mal que has venido a combatir, Señor, ese mal misterioso que hoy llamamos "alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo empuja contra sí mismo. Esa alienación que nos aparta de su amor y de nosotros mismos.
Los porqueros hacen una actividad pecaminosa: los rituales judíos prohíben comer cerdo. Jesús libera al hombre de los demonios. "Nadie se atrevía a transitar por aquel camino". Las fuerzas del mal nos atacan y desvían de la ruta normal. Satán es "aquél que impide al hombre pasar". "Antes de tiempo" parece hacer alusión a la hora del juicio final, en la que todas las fuerzas del mal serán reducidas a la impotencia... ¡los demonios lo saben! Pero Jesús va a anticipar ese día para que todos tengamos confianza en esta victoria final y definitiva. Cuando Jesús anuncia su glorificación por la muerte en Jn 12. 31: "ahora es el juicio de este mudo, ahora el príncipe de este mundo será echado abajo" y es que Satán dominaba el mundo.
Los puercos caen al mar: no sabemos qué fue lo que pasó, pero se puede dar un sentido simbólico a los puercos, como con la parábola del hijo pródigo: el pecado abarca los dominios de la voluntad, la ofensa se ve por el abandono del Padre pero también en el agravio a su persona que es el dedicarse a guardar puercos. Lo acerca a ese estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra, haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de aquella herencia que reciben los hijos de Dios, reflejada en la parábola (S. Tomás, Enarr. in ps. 18,2,13).
Los porqueros ven su inversión perdida. Quizá hay un sentido escondido de que nos interesamos por lo nuestro sin ver el corazón de los demás. Jesús prioriza las personas, como nosotros hemos de ocuparnos del hambre en el tercer mundo y tantas guerras injustas. Helder Cámara decía: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».
Jesús, siento ver cómo te maltratan, cuando te piden que te vayas: "empezaron a suplicar a Jesús que se fuera de aquella región". El hombre oprimido y alienado no siempre quiere ser liberado de su alienación. Por eso, el Evangelio no puede ser impuesto a nadie, por muy liberador que se presente (edic. Marova). Jesús, tienes la cruz en tu camino, y seguirte es también acoger la cruz, y esas reacciones en contra. Pero sabemos que todo es para bien, por eso no queremos quejarnos ni siquiera con argumentos “piadosos” de “¡hay que ver cómo está el mundo!”, no quiero ser de la “Cofradía del Santo Reproche”, sino de los que se abandonan en lo que nos depare cada día: “Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios: éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella” (san Cipriano).
Además, “si no hay dificultades, las tareas no tienen gracia humana..., ni sobrenatural. —Si, al clavar un clavo en la pared, no encuentras oposición, ¿qué podrás colgar ahí?”, decía San Josemaría Escrivá; los obstáculos son providencia de Dios, para fortalecer a unos, y para santificar a todos: “Pero no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios” (hom. “Hacia la santidad”). Algunas veces se levantan voces en contra, a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Dios guarda silencio; y la presión del ambiente es fuerte… pero hay que ver el aspecto positivo de las cosas. Lo que parece más tremendo no es tan negro, no es tan oscuro. Si se puntualiza, si se concretan puntos para mejorar, no se llega a conclusiones pesimistas. Como un buen médico no dice, al ver a un paciente, que todo él está podrido, hay que tener confianza en las personas, y en la providencia divina, que de todo saca bien, que al final pone las cosas en su sitio, que al final la verdad se abre paso... Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente: “Nada te turbe / Nada te espante /Todo se pasa / Dios no se muda /La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta”.
La maledicencia de algunos, los chismes y diretes, son parte de esa cruz que es la señal del cristiano: “Así esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente serenidad y gozo, porque entienden muy bien que -con cien mentiras juntas- los demonios no son capaces de hacer una verdad: y graba en sus vidas el convencimiento de que sólo se encontrarán cómodos, cuando se decidan a no serlo” (san Josemaría).
“La hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo” (S. Gregorio). El desarrollo de la Iglesia se ha fundamentado en tantas contrariedades: “la sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Como en el trigo, los golpes que lo esparcen a los cuatro vientos no suponen una pérdida, sino llegar a sitios más lejanos.
Dentro del ambiente de desagradecimiento, vemos la alegría del hombre que había sido curado por Jesús, muestra gratitud hacia el Señor. Quiere seguir a Jesús, quien le indica lo que hace unos días vimos que le decía también al que curó de la parálisis: “vete a tu casa”. A unos el Señor le pide un seguimiento que implica dejarlo todo, pero en muchos casos el consejo es: “Vete a casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.”
2. Se elogia a los antiguos, de modo semejante a los "Elogios de los Padres", de la Sabiduría (Sab 10-16) y del Eclesiástico (Eclo 40-49): los héroes Gedeón, Barak y Sansón, que someten los reinos y ejercen la justicia; David, que consigue el cumplimiento de las profecías; los profetas, como Daniel, que cierra la boca de los leones, los tres muchachos que dominan la violencia del fuego; Elías o Eliseo, entregan a su madre los hijos resucitados; Eleazar y los siete hermanos Macabeos se han dejado torturar sin ceder, encadenar, serrar (¿Isaías?), o asesinar, o exiliar al desierto como Elías, sin perder jamás la fe en su futuro. Y han soportado todo esto cuando todavía no podían esperar la realización de la promesa, aunque intuían: -“Porque querían obtener algo mejor: la resurrección”. Y nosotros que podemos esperar en esa promesa, ¿seremos menos fieles que ellos?
La fe, que es algo sobrenatural, se vive dentro de la experiencia humana y se caracteriza por el don que uno hace de sí mismo para el futuro, el riesgo que uno corre de abandonar su seguridad y darse de lleno a la novedad. Los hebreos han carecido de fe mientras echaban de menos los alimentos de Egipto, en vez de confiar en el futuro en momentos en que, a decir verdad, solo podían esperar la muerte. Abraham, por el contrario, ha tenido fe, pues ha abandonado su patria convencido de que al final de su recorrido le aguardaba un reino mejor que el que había dejado. Los primeros cristianos han podido carecer de fe mientras recordaban con nostalgia Jerusalén y trataban de volver al judaísmo en lugar de confiar plenamente en el nuevo movimiento iniciado por Jesucristo. Cristo, sin embargo, había elevado la fe a la perfección con su muerte, convencido de que merecía la pena correr este riesgo para dar comienzo a una vida nueva.
En una época de constantes cambios, como la que vivimos actualmente, la fe no puede quedarse estancada en una simple adhesión a cierto número de verdades; debe consistir, más bien, en la entrega de sí mismo ante el futuro y tener la plena convicción de que la muerte de algunos conceptos y el fracaso de ciertas estructuras no pueden tener la última palabra (Maertens-Frisque).
3. Se fiaron de Dios aquellos hombres santos. Por eso pedimos: «sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor», y Dios no nos faltará: «amad al Señor, fieles suyos, el Señor guarda a sus leales».
Llucià Pou Sabaté

Tiempo ordinario, IV semana, lunes (impar): Jesús es rechazado por los que no saben agradecer. Los santos han  correspondido misteriosamente a la fe

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados” (Marcos 5,1-20).

1. Un hombre "andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras". Es un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Pienso en algunas personas que se hacen daño, con ese afán masoquista aparentemente… La sociedad no le ayuda: ha marginado al endemoniado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para que no moleste. Pero tu vocación, Jesús, es la de acercarte a los que ha apartado la sociedad. Son éstos precisamente los que te están esperando, abiertos a la curación y al perdón. Quizás sea éste el mal que has venido a combatir, Señor, ese mal misterioso que hoy llamamos "alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo empuja contra sí mismo. Esa alienación que nos aparta de su amor y de nosotros mismos.
Los porqueros hacen una actividad pecaminosa: los rituales judíos prohíben comer cerdo. Jesús libera al hombre de los demonios. "Nadie se atrevía a transitar por aquel camino". Las fuerzas del mal nos atacan y desvían de la ruta normal. Satán es "aquél que impide al hombre pasar". "Antes de tiempo" parece hacer alusión a la hora del juicio final, en la que todas las fuerzas del mal serán reducidas a la impotencia... ¡los demonios lo saben! Pero Jesús va a anticipar ese día para que todos tengamos confianza en esta victoria final y definitiva. Cuando Jesús anuncia su glorificación por la muerte en Jn 12. 31: "ahora es el juicio de este mudo, ahora el príncipe de este mundo será echado abajo" y es que Satán dominaba el mundo.
Los puercos caen al mar: no sabemos qué fue lo que pasó, pero se puede dar un sentido simbólico a los puercos, como con la parábola del hijo pródigo: el pecado abarca los dominios de la voluntad, la ofensa se ve por el abandono del Padre pero también en el agravio a su persona que es el dedicarse a guardar puercos. Lo acerca a ese estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra, haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de aquella herencia que reciben los hijos de Dios, reflejada en la parábola (S. Tomás, Enarr. in ps. 18,2,13).
Los porqueros ven su inversión perdida. Quizá hay un sentido escondido de que nos interesamos por lo nuestro sin ver el corazón de los demás. Jesús prioriza las personas, como nosotros hemos de ocuparnos del hambre en el tercer mundo y tantas guerras injustas. Helder Cámara decía: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».
Jesús, siento ver cómo te maltratan, cuando te piden que te vayas: "empezaron a suplicar a Jesús que se fuera de aquella región". El hombre oprimido y alienado no siempre quiere ser liberado de su alienación. Por eso, el Evangelio no puede ser impuesto a nadie, por muy liberador que se presente (edic. Marova). Jesús, tienes la cruz en tu camino, y seguirte es también acoger la cruz, y esas reacciones en contra. Pero sabemos que todo es para bien, por eso no queremos quejarnos ni siquiera con argumentos “piadosos” de “¡hay que ver cómo está el mundo!”, no quiero ser de la “Cofradía del Santo Reproche”, sino de los que se abandonan en lo que nos depare cada día: “Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios: éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella” (san Cipriano).
Además, “si no hay dificultades, las tareas no tienen gracia humana..., ni sobrenatural. —Si, al clavar un clavo en la pared, no encuentras oposición, ¿qué podrás colgar ahí?”, decía San Josemaría Escrivá; los obstáculos son providencia de Dios, para fortalecer a unos, y para santificar a todos: “Pero no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios” (hom. “Hacia la santidad”). Algunas veces se levantan voces en contra, a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Dios guarda silencio; y la presión del ambiente es fuerte… pero hay que ver el aspecto positivo de las cosas. Lo que parece más tremendo no es tan negro, no es tan oscuro. Si se puntualiza, si se concretan puntos para mejorar, no se llega a conclusiones pesimistas. Como un buen médico no dice, al ver a un paciente, que todo él está podrido, hay que tener confianza en las personas, y en la providencia divina, que de todo saca bien, que al final pone las cosas en su sitio, que al final la verdad se abre paso... Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente: “Nada te turbe / Nada te espante /Todo se pasa / Dios no se muda /La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta”.
La maledicencia de algunos, los chismes y diretes, son parte de esa cruz que es la señal del cristiano: “Así esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente serenidad y gozo, porque entienden muy bien que -con cien mentiras juntas- los demonios no son capaces de hacer una verdad: y graba en sus vidas el convencimiento de que sólo se encontrarán cómodos, cuando se decidan a no serlo” (san Josemaría).
“La hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo” (S. Gregorio). El desarrollo de la Iglesia se ha fundamentado en tantas contrariedades: “la sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Como en el trigo, los golpes que lo esparcen a los cuatro vientos no suponen una pérdida, sino llegar a sitios más lejanos.
Dentro del ambiente de desagradecimiento, vemos la alegría del hombre que había sido curado por Jesús, muestra gratitud hacia el Señor. Quiere seguir a Jesús, quien le indica lo que hace unos días vimos que le decía también al que curó de la parálisis: “vete a tu casa”. A unos el Señor le pide un seguimiento que implica dejarlo todo, pero en muchos casos el consejo es: “Vete a casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.”
2. Se elogia a los antiguos, de modo semejante a los "Elogios de los Padres", de la Sabiduría (Sab 10-16) y del Eclesiástico (Eclo 40-49): los héroes Gedeón, Barak y Sansón, que someten los reinos y ejercen la justicia; David, que consigue el cumplimiento de las profecías; los profetas, como Daniel, que cierra la boca de los leones, los tres muchachos que dominan la violencia del fuego; Elías o Eliseo, entregan a su madre los hijos resucitados; Eleazar y los siete hermanos Macabeos se han dejado torturar sin ceder, encadenar, serrar (¿Isaías?), o asesinar, o exiliar al desierto como Elías, sin perder jamás la fe en su futuro. Y han soportado todo esto cuando todavía no podían esperar la realización de la promesa, aunque intuían: -“Porque querían obtener algo mejor: la resurrección”. Y nosotros que podemos esperar en esa promesa, ¿seremos menos fieles que ellos?
La fe, que es algo sobrenatural, se vive dentro de la experiencia humana y se caracteriza por el don que uno hace de sí mismo para el futuro, el riesgo que uno corre de abandonar su seguridad y darse de lleno a la novedad. Los hebreos han carecido de fe mientras echaban de menos los alimentos de Egipto, en vez de confiar en el futuro en momentos en que, a decir verdad, solo podían esperar la muerte. Abraham, por el contrario, ha tenido fe, pues ha abandonado su patria convencido de que al final de su recorrido le aguardaba un reino mejor que el que había dejado. Los primeros cristianos han podido carecer de fe mientras recordaban con nostalgia Jerusalén y trataban de volver al judaísmo en lugar de confiar plenamente en el nuevo movimiento iniciado por Jesucristo. Cristo, sin embargo, había elevado la fe a la perfección con su muerte, convencido de que merecía la pena correr este riesgo para dar comienzo a una vida nueva.
En una época de constantes cambios, como la que vivimos actualmente, la fe no puede quedarse estancada en una simple adhesión a cierto número de verdades; debe consistir, más bien, en la entrega de sí mismo ante el futuro y tener la plena convicción de que la muerte de algunos conceptos y el fracaso de ciertas estructuras no pueden tener la última palabra (Maertens-Frisque).
3. Se fiaron de Dios aquellos hombres santos. Por eso pedimos: «sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor», y Dios no nos faltará: «amad al Señor, fieles suyos, el Señor guarda a sus leales».
Llucià Pou Sabaté

sábado, 2 de febrero de 2013


Domingo de la 4ª semana, C. En el centro de la llamada divina está el amor; la virtud más grande, la que nos trae Jesús, Amor de Dios encarnado.

“En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba” (Lucas 4,21-30).

1. Jesús, en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, te nos presentas como el verdadero y definitivo Profeta. Pero tus paisanos no supieron ver más allá de las apariencias, para ellos sólo era el carpintero del pueblo que, encima, se había mudado a Cafarnaum a hacer allí milagros y curaciones… ¿Y ellos qué? ¿No eran acaso los que te habían visto crecer entre José y María? Y ahora te atrevías a presentarte ante ellos para decirles que tenían poca fe. La verdad duele. No nos gusta oír nuestros defectos. Es incómodo vivir cerca de esa persona que siempre se porta bien. Esa persona que hace lo que debe hacer, que perdona a los compañeros con una sonrisa, que deja sus cosas sin que se las pidan, que está atento a quien pudiera necesitarlo, en el juego, en los deberes… Esa persona que vive como Jesús quiere que vivamos todos… a veces nos resulta incómodo porque es un espejo: nos enseña sin querer cómo deberíamos ser los que la miramos, y no somos. Es hora de dejarse de rabietas orgullosas y linchamientos (a Jesús quisieron tirarlo desde un monte a la salida de Nazaret) y hacer equipo con el bien. Para ganar al mal hemos de luchar todos juntos, cada uno vale para una cosa, y Dios lo ha pensado desde la eternidad para una misión, como a vemos hoy a Jeremías, y sobre todo Jesús. Hace un par de domingos, la Madre de Jesús nos daba la receta que no falla: “Haced lo que Jesús os diga”. Con la oración y el Espíritu de Jesús, con las enseñanzas de nuestros padres, abuelos, profesores, sacerdotes… podremos amarnos unos a otros como Jesús nos pidió.
2. Jeremías nos cuenta cómo al sentir la llamada de Dios para ser el profeta de las naciones (su vocación) se ve a sí mismo un hombre, débil, tímido. “En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.»”
Por un momento desea ser como uno de tantos, y no tener esta vocación de profeta. Sabe muy bien que su conciencia recta, al ver lo que está mal y desagrada a Dios, le hará hablar contra esas costumbres tan malas de los israelitas de su tiempo, y tiene miedo de su reacción. Jeremías no es precisamente un valiente, voluntario para servir al Señor en esta vocación, como lo fue Isaías.  Pero resulta que no está solo ante la llamada –como no lo estamos ninguno de nosotros-, el Señor te llama desde la eternidad, antes de que nacieras, y te dará las cualidades y fuerzas que necesites para responder a esa vocación, que será tu misión en la vida. El Señor nos dice, como a Jeremías en la intimidad de la oración: “lucharán contra ti, pero no te podrán, porque Yo estoy contigo para librarte”. La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano, estrecha intimidad con Dios (ed. Marova). Muchas veces ese proceso de conversión ha sido a partir de una dura crisis, fracasos, disgustos, desilusiones. Las pruebas de la vida son la pedagogía ordinaria de Dios con respecto de sus hijos. Cuando los ídolos caen y tambalean las columnas, sólo entonces Dios puede transformarse en mi Dios.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame”. En el Salmo 70 pedimos a Dios que nos acompañe toda la vida: “Sé tu mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa”.  Estamos necesitados de Dios cada momento hasta que seamos viejos, como lo hace el salmista: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza / y mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno, tú me sostenías;  /  siempre he confiado en ti. / No me rechaces ahora en la vejez; / me van faltando las fuerzas; no me abandones». Carlos G. Vallés comentaba: Ahora los años se me van quedando atrás, y me pongo a pensar, aun sin quererlo, en los años que me quedan. La vida camina inexorablemente hacia su término, y mi mirada se fija en las nubes de la última cumbre, que parecía tan lejana y ahora, de repente, se asoma cercana e inminente. La edad comienza a pesar, a hacerme sentirme incómodo, a dibujar el molesto pensamiento de que los años que me quedan de vida son ya, probablemente, menos de los que he vivido. Apenas había salido de la inseguridad de la juventud cuando me encuentro de bruces en la inseguridad de la vejez. Mis fuerzas ya no son lo que eran antes, la memoria me falla, los pasos se me acortan sin sentir, y mis sentidos van perdiendo la agudeza de que antes me gloriaba. Pronto necesitaré la ayuda de otros, y sólo el pensar eso me entristece.
Más aún que el debilitarse de los sentidos, siento el progresivo alargarse de la sombra de la soledad sobre mi alma. Amigos han muerto, presencias han cambiado, lazos se han roto, mentalidades han evolucionado, y me encuentro protestando a diario contra la nueva generación, sabiendo muy bien que al hacerlo me coloco a mí mismo en la vieja. Cada vez queda menos gente a mi lado con quien compartir ideas y expresar opiniones. Me estoy haciendo suspicaz, no entiendo lo que otros dicen, ni siquiera oigo bien, y me refugio en un rincón cuando los demás hablan, y en el silencio cuando dicen cosas que no quiero entender. La soledad se va apoderando de mí como el espectro de la muerte se apodera, una a una, de las losas de un cementerio. La enfermedad que no tiene remedio. La marea baja de la vida. El peso del largo pasado. La vecindad de la última hora. Tonos grises de paisaje final.
Me da miedo pensar que, de aquí en adelante, el camino no hará más que estrecharse y no volverá ya a ensancharse jamás. Tengo miedo a caer enfermo, de quedarme inválido, de enfrentarme a la soledad, de mirar cara a cara a la muerte. Y me vuelvo a ti, Señor, que eres el único que puede ayudarme en mis temores y fortalecerme en mis achaques. Tú has estado conmigo desde mi juventud; permanece conmigo ahora en mi vejez. Tú has presidido el primer acto de mi vida; preside también el último. Sostenme cuando otros me fallan. Acompáñame cuando otros me abandonan. Dame fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre descansa en tus manos.
¡Dios de mi juventud, sé también el Dios de mi ancianidad! «Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas; / ahora, en la vejez y las canas, / no me abandones, Dios mío». Qué bonito cuando los abuelos pueden vivir con nosotros, los nietos pueden cuidar de ellos, jugar una partida de parchís o ajedrez, acompañarlos en su paseo por el parque. Y recibir de ellos consejos, experiencias, historias interesantes…
Hoy, desafortunadamente, nuestro mundo piensa que aquella persona que no “sirve” para nada –minusválidos, los ancianos en sillas de ruedas, o que quizá empiezan a olvidar quiénes son- pues es mejor quitarla de en medio para que no “moleste”...  Mi boca contará tu auxilio,  / y todo el día tu salvación. / Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas. ¡Qué bonito es esto que dice el anciano del Salmo! Confía en el Señor, que le enseñó cuando era joven –como tú ahora… ¿te dejas enseñar por el Señor, a través de tus padres, tus abuelos, tus profesores, los sacerdotes?- y todo lo que el Señor le enseñó, sus maravillas, hasta el final de su vida sigue entusiasmado contándolas a los que le rodean.
3. San Pablo sigue hablando de los carismas, y añade: “Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional (…) si no tengo amor, no soy nada (…), de nada me sirve”. Lo que les está enseñando en realidad san Pablo es que los cristianos no deben distinguirse por los milagros, prodigios, discursos que puedan hacer, y que también pueden darse como fruto del Espíritu Santo.
Es el himno de la caridad: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad”. la "envidia" crea divisiones en la comunidad; el que "presume" no tiene sentido de la medida, y esto lo puede manifestar desde la frivolidad hasta la insolencia; el que "se engríe", "es mal educado": evitar lo que pueda herir o escandalizar; también es el reverso del amor, la irritabilidad, pues una cosa es la indignación contra el mal y otra la agresividad contra la persona; excluye la venganza, o sea, ignora el mal del prójimo; y finalmente se alegra de lo que hay de bien en los demás y participa de ello. El amor disimula el mal y los defectos del prójimo; confía; no pierde la ingenuidad; tiene esperanza en el triunfo del bien y no se descorazona soportando contra toda esperanza (J. Naspleda).
Lo que debe distinguir a un cristiano –entonces y hoy- es ver que es capaz de amar con sencillez y perseverar amando, porque el amor es lo único que nos llevará hasta las puertas del mismo cielo, hasta nuestro Padre Dios. “Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor”. Cuando la  fe y la esperanza ya no sean necesarias, por la sencilla razón de que ya estaremos gozando de lo que ahora creemos que existe y que no vemos, y tendremos lo que era el objeto de nuestra esperanza, a Dios mismo, entonces el Amor seguirá existiendo, será lo único eterno, que une este mundo con la eternidad: Dios es Amor, como también nos enseña san Pablo, y sólo llenando nuestros corazones de ese Amor que el Espíritu Santo nos concede a toneladas si se lo pedimos, seremos capaces de amar en esta vida a aquel que vive a nuestro lado, que nos gusta menos, que nos fastidia, que incluso nos hace mal… No es ningún heroísmo amar así, es para lo que hemos nacido. Para un amor de entregarse, no un amor de esperar algo a cambio. Y lo bueno es que todos, absolutamente todos nosotros, niños y mayores, jóvenes y viejos, minusválidos y deportistas, listos y menos listos… todos podemos amar como Jesús. Si no fuera posible, no nos lo habría pedido Él mismo: “Amaos unos a otros, como Yo os he amado”.
         Llucià Pou Sabaté

viernes, 1 de febrero de 2013


2 de Febrero: La Presentación del Señor: Jesús es luz del mundo y el nuevo Templo, y proclama la nueva Ley
“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él” (Lucas 2,22-40).

1. La Presentación de Jesús al templo es una fiesta cristológica, con un sentido también mariológico pues se desarrolla el rito de la presentación del hijo una vez cumplido el tiempo de la purificación de la madre a través del recogimiento y la oración, a los cuarenta días que hubiese dado a luz. La luz de Navidad se vuelve a poner de relieve a los 40 días, con la profecía de Simeón, antes de iniciar  la cuaresma, otros 40 días antes de la Pascua de la Resurrección. Estamos en un entretiempo entre las dos pascuas: el fin popular de los días de Navidad –el final litúrgico se celebró con el Bautismo del Señor-, cuando en algunos sitios se recogen las imágenes del Nacimiento hasta el año siguiente, ya preparando con esta luz de la procesión de las candelas la otra luz, la de la resurrección, el cirio pascual.
La “Fiesta de las candelas” o el “Día de la Candelaria”, como se sabe, tiene el aspecto festivo de la procesión con las velas encendidas, que luego se guardan de recuerdo, como más tarde la de la Vigilia pascual, pues representan la luz de Cristo en los hogares.
Tiene la fiesta un rico simbolismo del encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Simeón y Ana representan a los profetas que habían vivido con la esperanza del Mesías, representan el pueblo de Israel que durante años habían estado esperando a un Mesías que vendría a salvarlos e iluminarles el camino. Simeón lo proclama como "luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel". Son fórmulas que se rezaban en misa, y se ponen ahora aquí para reflejar esos dos aspectos de Jesús, que es luz y gloria. Con María y José, nos llegas tú, Señor, la Buena Nueva, la luz para iluminar nuestras vidas desde la luz del bautismo, la gloria de todos los hombres, llamados por el bautismo a ser “portadores de la luz”. Nos llega por tus brazos, María, tú que eres "la luna que refleja perfectamente al sol", y te pedimos que nos ilumine esta luz y nos enseñe a ser buenos instrumentos del amor divino.
Se está renovando el Templo, con la presencia del Señor, como Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7), también está traducido por: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones».
Simeón, a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor», ha subido al Templo. Él no es de los privilegiados, su único título es ser hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel».
Y Simeón proclama su bendición, y añade a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Las cosas de Dios suceden con sufrimiento… Serían estos recuerdos guardados en su corazón, objeto de confidencias de la Virgen ya mayor, que haría a los discípulos y como madre les abriría los ojos al sentido de la cruz, de la contradicción, que es camino de la gloria.
En algunos pasajes sobre la disputa del sábado hemos visto cómo Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva Ley, ahora podemos ver que Él es el nuevo Templo. Se produce, como dijo Jesús a la samaritana, un cambio hacia un templo donde Dios es adorado no aquí o allá sino en espíritu y en verdad. Enseña Ratzinger: “La universalización de la fe y de la esperanza de Israel, la consiguiente liberación de la letra hacia la nueva comunión con Jesús, está vinculada a la autoridad de Jesús y a su reivindicación como Hijo”. No hace una interpretación liberal de la Torá –lo cual le daría un carácter relativo también a la Torá, a su procedencia de la voluntad de Dios-; sino una obediencia a la autoridad de esta nueva interpretación superior a la de Moisés, y al mandato original: ha de ser una autoridad divina. Esta superación no es trasgresión sino su cumplimiento.
Se juntan de la mano la justicia y la paz, como dice el salmo, la ley y la gracia, Simeón y José, Ana y María, el Antiguo y Nuevo Testamento, en Jesús: “La correcta conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento –sigue diciendo Ratzinger- ha sido y es un elemento constitutivo para la Iglesia: precisamente las palabras del Resucitado dan importancia al hecho de que Jesús sólo puede ser entendido en el contexto de «la Ley y los Profetas» y de que su comunidad sólo puede vivir en este contexto que ha de ser comprendido de modo adecuado”. Hay dos polos opuestos peligrosos: un falso legalismo hipócrita, y el rechazo del «Antiguo Testamento» suplantado a veces por la ley del amor entendida como cosa espiritual, sin relevancia social.
En ti, Señor, vemos realizada la promesa hecha por Moisés: «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo(Dt 18,15). Tú explicas la Ley con la proclamación de la fe en el único Dios y Padre y unida a esta, la preocupación por los débiles, los pobres, las viudas y los huérfanos. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, y el amor al prójimo es la prueba del primero. En el Sermón de la Montaña lo explicarás, Jesús. Ya desde tu presentación en el templo veo, Señor, que no suprimes, sino que le das cumplimiento a la Ley, que protege la dignidad de la persona.
2. Malaquías escribe años después del exilio, y una de sus preocupaciones es responder a los escandalizados ante el hecho de que los injustos, los ricos y opresores, los infieles, vivían mejor que los fieles. Por ello, anuncia vigorosamente el "Día de Yahvè", cuando Dios destruirá el mal para siempre y asegurará a los fieles una vida saludable. Este anuncio lo realiza vinculándolo muy especialmente al Templo de Jerusalén, y ve el cumplimiento de sus esperanzas cuando Yahvé estará gloriosamente presente en el Templo, y todos los hombres subirán a ofrecer en él un sacrificio aceptable (J. Lligadas). Se habla de "mi mensajero... el Señor... el mensajero de la alianza", prueba de que Dios va a venir (el mensajero podría ser Elías, o Juan Bautista). El pueblo acusa a Dios, y el profeta dice que somos nosotros quienes tenemos que convertirnos, si queremos acudir a su misericordia.
El «día de Yahvé» ya llega, los buenos serán separados de los malos, y añade una nota apocalíptica: los justos tomarán parte en el castigo de los malvados.
Parece que Dios no tiene prisa por venir. Debemos creer y esperar, porque, a pesar de todo, el Señor vendrá y pondrá las cosas en su sitio (J. Aragonés).
3. Los salmos cantaban este momento: «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!», pero las cosas suceden con sencillez extrema, sin aparato. Proclamamos los títulos solemnes de Dios: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". Es una exaltación, pero "Señor de los ejércitos", no tiene un carácter marcial sino un valor cósmico:  el Señor es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). Dios infinito se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el Amor manifestado en Jesús.
3. Jesús vence al pecado con su muerte, le quita todo poder al diablo, que era dueño de la muerte. Ha sido fiel a su voluntad hasta el final. Es modelo para todos, y camino para el cielo (J. Lligadas). Jesús, eres uno de los nuestros; has compartido nuestra sangre y nuestra carne y no te avergüenzas de llamarnos hermanos, has asumido todo lo humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Has asumido el dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún, nos aceptas como somos, limitados, pecadores, con odios pequeños e irracionales; no rehúsas tu vida humana y nos amas a todos, tal como somos, excepto el pecado. María Virgen ha sido la primera en seguirte, acogiéndote en una apertura de entrega, sencillez y generosidad de su vida (G. Mora).
Llucià Pou Sabaté

2 de Febrero: La Presentación del Señor: Jesús es luz del mundo y el nuevo Templo, y proclama la nueva Ley
“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él” (Lucas 2,22-40).

1. La Presentación de Jesús al templo es una fiesta cristológica, con un sentido también mariológico pues se desarrolla el rito de la presentación del hijo una vez cumplido el tiempo de la purificación de la madre a través del recogimiento y la oración, a los cuarenta días que hubiese dado a luz. La luz de Navidad se vuelve a poner de relieve a los 40 días, con la profecía de Simeón, antes de iniciar  la cuaresma, otros 40 días antes de la Pascua de la Resurrección. Estamos en un entretiempo entre las dos pascuas: el fin popular de los días de Navidad –el final litúrgico se celebró con el Bautismo del Señor-, cuando en algunos sitios se recogen las imágenes del Nacimiento hasta el año siguiente, ya preparando con esta luz de la procesión de las candelas la otra luz, la de la resurrección, el cirio pascual.
La “Fiesta de las candelas” o el “Día de la Candelaria”, como se sabe, tiene el aspecto festivo de la procesión con las velas encendidas, que luego se guardan de recuerdo, como más tarde la de la Vigilia pascual, pues representan la luz de Cristo en los hogares.
Tiene la fiesta un rico simbolismo del encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Simeón y Ana representan a los profetas que habían vivido con la esperanza del Mesías, representan el pueblo de Israel que durante años habían estado esperando a un Mesías que vendría a salvarlos e iluminarles el camino. Simeón lo proclama como "luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel". Son fórmulas que se rezaban en misa, y se ponen ahora aquí para reflejar esos dos aspectos de Jesús, que es luz y gloria. Con María y José, nos llegas tú, Señor, la Buena Nueva, la luz para iluminar nuestras vidas desde la luz del bautismo, la gloria de todos los hombres, llamados por el bautismo a ser “portadores de la luz”. Nos llega por tus brazos, María, tú que eres "la luna que refleja perfectamente al sol", y te pedimos que nos ilumine esta luz y nos enseñe a ser buenos instrumentos del amor divino.
Se está renovando el Templo, con la presencia del Señor, como Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7), también está traducido por: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones».
Simeón, a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor», ha subido al Templo. Él no es de los privilegiados, su único título es ser hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel».
Y Simeón proclama su bendición, y añade a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Las cosas de Dios suceden con sufrimiento… Serían estos recuerdos guardados en su corazón, objeto de confidencias de la Virgen ya mayor, que haría a los discípulos y como madre les abriría los ojos al sentido de la cruz, de la contradicción, que es camino de la gloria.
En algunos pasajes sobre la disputa del sábado hemos visto cómo Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva Ley, ahora podemos ver que Él es el nuevo Templo. Se produce, como dijo Jesús a la samaritana, un cambio hacia un templo donde Dios es adorado no aquí o allá sino en espíritu y en verdad. Enseña Ratzinger: “La universalización de la fe y de la esperanza de Israel, la consiguiente liberación de la letra hacia la nueva comunión con Jesús, está vinculada a la autoridad de Jesús y a su reivindicación como Hijo”. No hace una interpretación liberal de la Torá –lo cual le daría un carácter relativo también a la Torá, a su procedencia de la voluntad de Dios-; sino una obediencia a la autoridad de esta nueva interpretación superior a la de Moisés, y al mandato original: ha de ser una autoridad divina. Esta superación no es trasgresión sino su cumplimiento.
Se juntan de la mano la justicia y la paz, como dice el salmo, la ley y la gracia, Simeón y José, Ana y María, el Antiguo y Nuevo Testamento, en Jesús: “La correcta conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento –sigue diciendo Ratzinger- ha sido y es un elemento constitutivo para la Iglesia: precisamente las palabras del Resucitado dan importancia al hecho de que Jesús sólo puede ser entendido en el contexto de «la Ley y los Profetas» y de que su comunidad sólo puede vivir en este contexto que ha de ser comprendido de modo adecuado”. Hay dos polos opuestos peligrosos: un falso legalismo hipócrita, y el rechazo del «Antiguo Testamento» suplantado a veces por la ley del amor entendida como cosa espiritual, sin relevancia social.
En ti, Señor, vemos realizada la promesa hecha por Moisés: «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo(Dt 18,15). Tú explicas la Ley con la proclamación de la fe en el único Dios y Padre y unida a esta, la preocupación por los débiles, los pobres, las viudas y los huérfanos. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, y el amor al prójimo es la prueba del primero. En el Sermón de la Montaña lo explicarás, Jesús. Ya desde tu presentación en el templo veo, Señor, que no suprimes, sino que le das cumplimiento a la Ley, que protege la dignidad de la persona.
2. Malaquías escribe años después del exilio, y una de sus preocupaciones es responder a los escandalizados ante el hecho de que los injustos, los ricos y opresores, los infieles, vivían mejor que los fieles. Por ello, anuncia vigorosamente el "Día de Yahvè", cuando Dios destruirá el mal para siempre y asegurará a los fieles una vida saludable. Este anuncio lo realiza vinculándolo muy especialmente al Templo de Jerusalén, y ve el cumplimiento de sus esperanzas cuando Yahvé estará gloriosamente presente en el Templo, y todos los hombres subirán a ofrecer en él un sacrificio aceptable (J. Lligadas). Se habla de "mi mensajero... el Señor... el mensajero de la alianza", prueba de que Dios va a venir (el mensajero podría ser Elías, o Juan Bautista). El pueblo acusa a Dios, y el profeta dice que somos nosotros quienes tenemos que convertirnos, si queremos acudir a su misericordia.
El «día de Yahvé» ya llega, los buenos serán separados de los malos, y añade una nota apocalíptica: los justos tomarán parte en el castigo de los malvados.
Parece que Dios no tiene prisa por venir. Debemos creer y esperar, porque, a pesar de todo, el Señor vendrá y pondrá las cosas en su sitio (J. Aragonés).
3. Los salmos cantaban este momento: «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!», pero las cosas suceden con sencillez extrema, sin aparato. Proclamamos los títulos solemnes de Dios: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". Es una exaltación, pero "Señor de los ejércitos", no tiene un carácter marcial sino un valor cósmico:  el Señor es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). Dios infinito se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el Amor manifestado en Jesús.
3. Jesús vence al pecado con su muerte, le quita todo poder al diablo, que era dueño de la muerte. Ha sido fiel a su voluntad hasta el final. Es modelo para todos, y camino para el cielo (J. Lligadas). Jesús, eres uno de los nuestros; has compartido nuestra sangre y nuestra carne y no te avergüenzas de llamarnos hermanos, has asumido todo lo humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Has asumido el dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún, nos aceptas como somos, limitados, pecadores, con odios pequeños e irracionales; no rehúsas tu vida humana y nos amas a todos, tal como somos, excepto el pecado. María Virgen ha sido la primera en seguirte, acogiéndote en una apertura de entrega, sencillez y generosidad de su vida (G. Mora).
Llucià Pou Sabaté

En medio de las dificultades el Señor se hace presente y nos ayuda. Pide de nosotros la fe, que nos da un sentido a todo
“Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?"(Marcos 4,35-41).
1. Después de la serie de parábolas, Marcos aborda una serie de milagros. Los cuatro milagros citados aquí por san Marcos no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los discípulos... para ellos, para su educación. Es algo así como con las parábolas, de las que Marcos cuida varias veces de advertirnos de "que Jesús lo explicaba todo, en particular, a sus discípulos" (Mc 4,10; 4,34).
-Jesús había hablado a la muchedumbre. Llegada ya la tarde dijo a sus discípulos: "Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre, le llevaron según estaba en la barca”... Instantes de intimidad más tranquilos, en los que Jesús está solo con sus amigos. Deja la Galilea, va a la región pagana de los Gerasenos, país nuevo donde la Palabra de Dios no ha sonado todavía, país de misión... donde viven nuevos creyentes en potencia y donde hay nuevas conversiones posibles. Va allá "con sus discípulos". Tendrán algo más de tiempo para hablar, con la mente reposada, tranquilamente, lejos de la gente. Señor, si lo quieres, sube a menudo a mi barca, salgamos juntos.
-“Se levantó un fuerte vendaval. Las olas se echaban sobre la barca, de suerte que se llenaba de agua”. ¡Sorpresa! La ráfaga que empuja la vela y, de repente, sin esperarlo, tumba la barca. El lago Tiberíades parece estar habituado a estos bruscos asaltos inesperados. Desconcertante. ¿Acepto yo dejarme conducir por Dios, hasta no saber adónde me va a llevar?
-“Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal”. Para esto, se necesita: -Sea un equilibrio natural excepcional... -Sea una fatiga inmensa... Te contemplo, Jesús, durmiendo, tu cabeza sobre el cabezal, en la popa del barco.
-Sus discípulos le despiertan y le gritan: "Maestro, ¿no te importa? Estamos perdidos”. ¡Cuántas veces tenemos también nosotros esta impresión! Señor, ¿Tú duermes? ¡Despiértate, no me dejes solo con este problema! (Noel Quesson).
Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme.
-“Y despertando, mandó al viento y dijo al mar: "Calla, sosiégate". Y se aquietó el viento y se hizo completa calma”. Sueño, Señor, con esa completa calma que siguió... recuerdo cuanto has dicho, de que estarás con nosotros cada día, hasta el final de los tiempos. Contigo, ¿cómo temeré?
-“Jesús les dijo: "¿Por que teméis? ¿Aún no tenéis fe?" Y sobrecogidos de gran temor se decían unos a otros: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia. A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades. Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de persecuciones y de fatigas. A veces son dudas, otras miedo, o dificultades de fuera, crisis y tempestades que nos zarandean. Pero a ese Jesús que parece dormir, sí le importa la suerte de la barca, sí le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. No tendríamos que ceder a la tentación del miedo o del pesimismo. Cristo aparece como el vencedor del mal. Con él nos ha llegado la salvación de Dios. El pánico o el miedo no deberían tener cabida en nuestra vida. Como Pedro, en una situación similar, tendríamos que alargar nuestra mano asustada pero confiada hacia Cristo y decirle: «Sálvame, que me hundo» (J. Aldazábal).
2. El Antiguo Testamento nos da ejemplos de «hombres de Fe»: “-La fe es anticipo de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. La fe es una paradoja: nos hace «poseer» ya lo que no tenemos y además nos hace «conocer» lo que cae fuera de la capacidad de nuestros sentidos.
La fe es Dios en el hombre, es un inicio del cielo, es la alegría eterna, presente ya en el seno de la monotonía cotidiana.
La fe es un dinamismo vital extraordinario, una aventura en compañía de lo invisible.
La fe es la familiaridad con un inmenso entorno de realidades invisibles a los demás.
La fe es un nuevo modo de conocimiento, unos «ojos nuevos» para verlo todo.
Tantos han encontrado una vida con sentido, por la fe. Ayúdanos, Señor, a ser hombres de fe, hombres que esperan o ¡poseen ya lo que esperan!
-“Gracias a la fe, Abraham obedeció a la llamada de Dios...” Partió sin saber adonde iba... La fe es confiar en la palabra de alguien... es ponerse en camino... es avanzar en la noche hacia la luz... es esperar una ciudad perfecta donde ¡todo será «edificado» sobre el amor! La fe es también trabajar en ese «sentido» sin ver aún los resultados... pero con la seguridad que está el taller preparado y que ya se construye, porque Dios actúa: Él es a la vez el arquitecto, que hace el plano, el constructor, el que realiza la obra día a día.
-“Gracias a la fe, Sara también, aun fuera de la edad, recibió vigor para ser madre porque creyó que Dios sería fiel a su promesa”. Creer en la fecundidad de mi vida, a pesar de las apariencias contrarias. Trabajar según mis medios y confiar en las promesas de Dios: cuando se ha hecho todo como si no se esperase nada de Dios, aún es preciso esperarlo todo de El como si uno mismo no hubiera hecho nada...
-“En la fe murieron todos ellos sin haber conseguido la realización de la promesas, pero la habían visto y saludado desde lejos. De hecho aspiraban a una patria mejor, la de los cielos”. El «hermoso riesgo de la fe» llega hasta aceptar morir pensando que la muerte no es caer en la nada, sino en las manos del Padre. Se deja una patria por otra mejor (Noel Quesson).
3. ¿Creemos también en tiempos de crisis y de «noche oscura del alma»?, ¿o sólo cuando Dios nos regala la sensación de su cercanía? Abrahán, patriarca de los creyentes, es modelo de fe para animarnos en tiempos que a nosotros nos parecen difíciles. Su fe en la fidelidad de Dios la deberíamos tener también nosotros, los que en el Benedictus de Laudes (y hoy como salmo responsorial), decimos que nos alegramos de la fidelidad de Dios, porque actúa «recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán»; los que confiamos en que, como decimos en el Magníficat de Vísperas, Dios se acuerda «de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté



Viernes 3º del tiempo ordinario (impar): el Reino de Dios crece en el corazón, y hay que tener paciencia como en la espera de que la simiente fructifique

“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).

1. Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla, que es el Reino de Dios. -“El "Reino de Dios" es como un hombre que arroja la semilla en la tierra”. ¿Germinará la semilla? Hay que sembrar y arriesgarse. El "Reino de Dios" comienza; como un gran tiempo de siembra. Con la fragilidad del amor, que puede ser rechazado. Con su grandeza, que es lo más fuerte.
-“De noche y de día, duerma o vele, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo”. Marcos es el único que nos relata esta maravillosa, corta y optimista parábola del "grano-que-crece-solo" Su alegre movimiento muestra que todo reside en la vitalidad de la semilla: el germen es una potencia concentrada, formidable, invencible... pero menuda, escondida y aparentemente frágil. Desde que la semilla ha sido arrojada a la tierra, comienzan en lo secreto, una serie de maravillas. La cosa no depende ya de si el campesino se preocupa o no. De esa manera, dijo Jesús, el Reino de Dios es como una semilla viva. Sembrada en un alma, sembrada en el mundo, crece con un lento, imperceptible, pero continuo crecimiento. Incluso inapercibida, y no verificable aún, la vida progresa y no abdica jamás. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, el Reino germina y crece poderosamente. El protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu. No es que seamos invitados a no hacer nada, pues parte de la providencia divina es que ha puesto en nosotros la capacidad de previsión. Y provisión. Hemos de ocuparnos, pero sin preocuparnos, trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal (J. Aldazábal).
El Reino de Dios no es un programa político o de acción social, consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno). La fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo. La idea de paciente espera ante la falta de fruto está muy presente en este Evangelio.
-“¿A qué podemos comparar el "Reino de Dios"? A un "grano de mostaza ... que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas del mundo. Pero sembrado, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden abrigarse a su sombra”. Jesús, te veo solo, a orillas del lago, con doce hombres y algunos oyentes galileos... y la "pequeña semilla" de ese día ha llegado a ser un árbol grande, ha llegado hasta los extremos de la tierra. Pienso en la Iglesia, en su pequeñez y fragilidad. Pienso en mi propia vida espiritual, tan débil y "pequeña". Tu parábola de esperanza me llena. ¡Gracias, Señor! Gracias Marcos, por habérnosla relatado (Noel Quesson). La aplico a mi vida, que como los cultivos requiere una primera labor del campesino de quitar (arar, limpiar de malas hierbas), y luego otra de plantar y regar. La mostaza, la más pequeña de las simientes, oscura y tan pequeña que solo es visible sobre un fondo claro, si germina llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.
Así también veo el apostolado: “la doctrina, el mensaje que hemos de propagar, tiene una fecundidad propia e infinita, que no es nuestra, sino de Cristo” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa). El Señor nos ofrece constantemente su gracia para ayudarnos a ser fieles, cumpliendo el pequeño deber de cada momento, en que se nos manifiesta su voluntad y en el que está nuestra santificación. De nuestra parte está aceptar Su ayuda y cooperar con generosidad y docilidad, no dejar perder las oportunidades que se pasan, aunque vengan otras luego.
La vida interior necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. “Hay que tener paciencia con todo el mundo –señala San Francisco de Sales-, pero en primer lugar con uno mismo” (Cartas) Nada está perdido si nos dejamos guiar por esa espera en el Señor; nada está perdido porque está la posibilidad de perdón, la vida continúa, es un volver a empezar, un amor correspondiendo al Señor.

2. "Recordad aquellos días primeros, cuando estabais recién iluminados" con la luz de Cristo... El autor de la epístola a los Hebreos invita a los fieles, en peligro de flaquear ante las excesivas adversidades y afectados por la prueba del tiempo y de las contradicciones, a volver al punto inicial de su fe. "¡Recordad!". Re-cordar es “revivir” en el “corazón”: en la memoria está nuestra experiencia, nuestra autoconciencia, nuestra identidad: "¡Recordad que sois creyentes!". Me contaron de un pueblo de África, en el que cantan una canción al niño que nace, es “su canción”, asociada a su nombre. Cuando va creciendo, se la cantan. Y si un día hace algo mal, se reúne el pueblo y le cantan la canción, para recordarle quien es, y que no reniegue de su esencia… también con la fe se nos recuerda (Credo, Padrenuestro…) que somos hijos de Dios, y creer es vivir y actuar entrando en la vida y en la acción que la palabra de Dios me propone, para alcanzar su presencia y unirme a su vida. Creer es vivir "a pesar de todo", esperar a pesar de todo, amar a pesar de todo (“Dios cada día”, de Sal Terrae).
-"Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los buenos, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes". Opción cristiana difícil pero que da paz, alegría. En los momentos de flaqueza, ¡Señor, dame tu luz y hazme ver la Verdad!
-"No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa". -Hay que tener paciencia y perseverar. En un tiempo en que no hay fidelidad para nada, debemos permanecer fieles a Dios contra viento y marea. También se puede traducir: -“No perdáis ahora vuestra confianza que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido”. Confianza, paciencia. Concédenos Señor, paciencia y tenacidad... apoyadas no en nuestras propias fuerzas, sino en tus promesas.
-“Pues todavía un poco, muy poco tiempo, y el que ha de venir vendrá sin tardanza. ¡Un poco... muy poco... tiempo!” Cuando el caballo atisba la cuadra, regresa corriendo después de un largo paseo. Estamos seguros de que la espera será corta, esperamos más pacientemente. Cuando sabemos que la prueba será breve la soportamos más valientemente. ¡Danos la convicción, Señor, de que todo lo perecedero es corto! Y de que estamos en vísperas de encontrarte al fin cara a cara. Que esta certeza no sea una evasión, sino un estimulante para afrontar con mayor valentía y con más alegría todas las obligaciones que pesan sobre nuestras vidas.
-"Mi justo vive de su fidelidad; pero, el cobarde dejará de agradarme". Y nosotros no somos de los que se acobardan y perecen sino «creyentes» para la salvación del alma. Sí, lo sabemos, a nuestro alrededor hay hombres que desertan. También los había que flaqueaban alrededor de san Pablo. Este, se endereza dignamente: A Dios no le agradan los que «abandonan». Y es precisamente la prueba lo que permite distinguir a los verdaderos fieles: los hay que aguantan y lo hay que escapan. Señor, te lo pedimos, que sepamos ser fieles... ser «hombres de fe» (Noel Quesson).

3. La Salvación es la obra de Dios en nosotros: “Confía en el Señor y haz el bien, / habita tu tierra y practica la lealtad; / sea el Señor tu delicia, / y él te dará lo que pide tu corazón”.
En el Libro de Daniel —siglo II a. C.— se habla del ser soberano de Dios en el presente, pero sobre todo nos anuncia una esperanza para el futuro, con la figura del «hijo del hombre», que es quien debe establecer la soberanía. Y el judío devoto con sus oraciones acepta el señorío de Dios sobre el mundo y la historia, que sobrepasa el momento, va más allá de la historia entera y al mismo tiempo es algo absolutamente presente, presente en la liturgia, en el templo y en la sinagoga como anticipación del mundo venidero; presente como fuerza que da forma a la vida mediante la oración y la existencia del creyente, que carga con el yugo de Dios y así participa anticipadamente en el mundo futuro.
Jesús, fuiste un «israelita de verdad» (cf. Jn 1,47) y, al mismo tiempo, fuiste más allá del judaísmo, tus promesas van más allá. Nada se ha perdido pero algo nuevo nace contigo: «está cerca el Reino de Dios» (Mc 1,15), «ha llegado a vosotros» (Mt 12,28), está «dentro de vosotros» (Lc 17,21). La imagen de la semilla pequeña rompe las interpretaciones mesiánicas equivocadas de poder humano. Nos abre a este salmo: “Encomienda tu camino al Señor, / confía en él, y él actuará: / hará tu justicia como el amanecer, / tu derecho como el mediodía.
El Señor asegura los pasos del hombre, / se complace en sus caminos; / si tropieza, no caerá, / porque el Señor lo tiene de la mano.
El Señor es quien salva a los justos, / él es su alcázar en el peligro; / el Señor los protege y los libra, / los libra de los malvados y los salva / porque se acogen a él.”
Llucià Pou Sabaté