Primera carta del apóstol san Juan 3,11-21. Queridos hermanos: Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas. No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.
Salmo 99,1-2.3.4.5. R. Aclama al Señor, tierra entera.
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.»
Texto del Evangelio (Jn 1,43-51): En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Comentario: 1. 1 Jn 3,11-21. «Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros». Después de haber insistido ayer en que nuestra condición de hijos de Dios nos debe hacer huir del pecado, hoy la carta de Juan se centra en la actitud del amor fraterno, y por el mismo motivo: porque todos somos nacidos de Dios y por tanto hermanos los unos de los otros. La iniciativa la ha tenido Dios. Hemos experimentado su amor a la humanidad enviándonos a su Hijo, y en la entrega del Hijo hasta la muerte en cruz por los demás. Ahora nos toca a nosotros orientar nuestra vida en una respuesta de amor. «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos». El que ama, vive. El que no ama, permanece en la muerte. «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos». Según el evangelio de Mateo, el juicio final para el cristiano versará sobre si ha amado o no a su prójimo, sobre todo a los que estaban necesitados, hambrientos. Aquí Juan plantea el mismo interrogante: «si uno tiene de qué vivir y viendo a su hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo a va estar en él el amor de Dios?» El argumento de Juan se hace todavía más dramático: «no seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su hermano». «El que odia a su hermano es un homicida».
Continuando con su análisis de la condición de hijo de Dios, Juan ha subrayado que esa filiación lleva consigo la separación de un mundo que se niega a tomar en consideración la iniciativa de Dios. La humanidad se divide, pues, entre hijos de Dios e hijos del diablo o del pecado (vv. 9-10). Pero esta separación se convierte muchas veces en oposición: los corresponsales de Juan lo saben seguramente, pues ya están sufriendo muchas persecuciones.
La caridad mutua es el criterio de los cristianos, es el mandamiento que conocen desde el comienzo de su conversión (v 11). En contraposición a la caridad: el odio (v 18). Esta oposición señala el ritmo de la vida del mundo desde los orígenes del hombre: ya Abel era el justo y Caín el impío y el segundo odiaba al primero (v 12). Cristo fue después el justo odiado por el mundo hasta la muerte. Nada extraña entonces que les suceda lo mismo a los cristianos. En la medida en que son signos del amor, son el blanco del odio del mundo (v 13).
El odio puede terminar ciertamente en la muerte del cristiano: lleva en germen la muerte física (v 15). Pero ¿cómo podría afectar a quienes han pasado ya de la muerte a la vida eterna (v 14) y que así lo prueban por medio del amor que irradian? Ya en el Evangelio había afirmado Juan que quien recibía la palabra de Jesús había pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24). Aquí precisa que esa palabra no es otra que el mandamiento del amor (v 11). Para conocer su estado espiritual y saber si posee la vida, el fiel no tiene más que preguntarse si posee la caridad. Entonces, incluso si se le arrebata la vida física, no se podrá nada para quitarle la vida eterna.
Juan ha visto el amor actualizado en Jesucristo (v 16a) que ha ofrecido su vida por los hombres. El amor no es, pues, una teoría, sino un ejemplo a imitar (v 16b). Encontramos aquí el alcance experimental que Juan atribuye siempre a la noción de conocimiento. El apóstol, por otra parte, pasa a una aplicación concreta: si nosotros debemos reproducir el amor de Cristo que da su vida por los demás, a fortiori debemos imitarle cuando se trata de dar nuestros bienes a los pobres (v 17) Y termina Juan: no hay conocimiento abstracto de Cristo, como tampoco existe el amor al prójimo de sólo palabras (v 18).
El sacrificio de la cruz ha sido la victoria del amor sobre el odio. El reparto del Pan y de la Palabra en la Eucaristía establece a cada participante en la obediencia al amor incondicional que constituye el misterio de la cruz. Pero el cristiano sabe que un testigo del amor universal encuentra oposiciones, sabe que el pecado constituye -en él y en los demás- un obstáculo a ese amor y contrarresta ese testimonio.
Cada Eucaristía permite, sin embargo, al cristiano salir victorioso del odio, no sólo por la gracia de valor y de paciencia que saca de ella, sino, sobre todo por los lazos de amor fraterno que en ella se tejen (Maertens-Frisque).
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Pero vosotros os preguntáis y os decís: ¿cuándo vamos a poder poseer semejante caridad? No desesperes enseguida de ti: quizás ha nacido ya. Pero no ha alcanzado aún su perfección; aliméntala, no sea que se ahogue.
Por aquí es por donde comienza el amor. Si todavía no te sientes en disposición de morir por tu hermano disponte al menos a darle algo de lo que tienes. Que la caridad comience ya a conmover tus entrañas, de modo que no lo hagas por jactancia, sino en nombre de la abundancia de tu misericordia, que esa sea la causa de fijarte en el pobre. Porque si no puedes dar a tu hermano algo de lo superfluo ¿cómo podrías entregar tu vida por él? (San Agustín; Tract 5,12-13).
-Queridos míos, es preciso que nos amemos unos a otros... Porque amamos a los hermanos, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida. No amar es quedarse en la muerte. Esas expresiones tienen una fuerza sorprendente. El amor es la vida. El que no ama es como si no existiera: está muerto. Un día sin amor es un día vacío, insustancial, inexistente, un día muerto. Una vida profesional sin amor, es viento, no es nada o mejor es la nada. Una familia, un matrimonio sin amor es triste, como la muerte. Señor, ¡concédenos el don de amar! No seamos como Caín: estaba de la parte del «Malo» y asesinó a su hermano.
-No os extrañéis hermanos si el mundo os odia... Todo el que odia a su hermano es un asesino... Aquéllos a los que Juan se dirigía, sus corresponsales sufrían entonces la persecución. ¡Odio!... ¡Amor!... Hay que desconfiar. Es menester buscar qué aspecto toma el odio en mi propio corazón. La palabra es dura y hay el riesgo de que nos engañe: ¡Vamos a ver! ¡Yo no odio a nadie, no soy un asesino! ¿Por quién me tomáis? Sin embargo, ¿no hay quizás en mi vida personas que quisiera ver a cien leguas de mí, a las que suprimiría de mi vida si fuera posible? «Pero, Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os persiguen.»
-Todo el que odia a su hermano es un asesino y sabéis que ningún asesino conserva dentro la vida eterna. Señor, haz que conserve yo en mí tu vida eterna. Señor, ayúdame a soportar a aquéllos hacia los que siento la tentación de no amar. Señor, ayúdame a amar a los que, con mis solas fuerzas, tengo dificultad de amar.
-Hemos comprendido lo que es el amor porque Jesús dio su vida por nosotros. Siempre la misma, la única referencia. Muy bien se acuerda Juan, de cuando estaba al pie de la cruz, donde Jesús daba su vida y amaba a todos los hombres con amor universal: «Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen».
-También nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos; debemos amar no de boquilla ni con discursos, sino con obras y en verdad. Nos preguntamos a veces «si amamos realmente». No debemos tener miedo de hacernos esa pregunta. Escuchemos lo que dice san Juan: El amor no es forzosamente algo sensible, sentimental, experimentado... ¡el amor consiste en «actos»! ¿Amo realmente a todos mis compañeros de trabajo, a todos mis familiares? ¡Mirad lo que hacéis! No solamente vuestras intenciones; no os contentéis con buenas palabras. Mirad los hechos, lo que hacéis.
-Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Podemos confiar... si en nuestras jornadas abundan los gestos concretos de «servicio» a los demás. Entonces, el amor de Dios habita en nosotros, aunque a menudo no lo experimentemos. Te ofrezco, Señor, mis actos del día de hoy (Noel Quesson).
El fragmento de hoy está enmarcado en el dualismo escatológico que preside este escrito de la escuela joánica. Por una parte, Dios, que nos ama en Jesús y que da la vida por los hermanos (vv 16-17). De aquí el amor del cristiano, que le hace vivir una vida nueva (14), le hace superar la muerte y vive en la comunión con Dios (17). Pero, por otra parte, el Maligno, que encuentra su inspiración en el odio: por eso, su manera sensible de manifestarse es el homicidio (15). Ahora bien: "el que no ama, permanece en la muerte" (14) y «no tiene en sí la vida eterna» (15). Son dos mundos contrapuestos, antagónicos e irreducibles. Y el autor, ante esta realidad, nos exhorta a amarnos, como signo de la presencia en nosotros de la caridad de Dios (11 y 17). No deja de ser muy interesante el enlace de todo esto con otros puntos de la escuela joánica. Nos dice el evangelio: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante» (Jn 12,24-25). La aplicación a Jesús es muy clara. Pero incluso aquí conviene señalar: el grano de trigo que pasa por la muerte, que quiere la muerte y la quiere por los amigos, es el que da fruto abundante, el que dura para siempre. La muerte consentida, la desaparición aceptada, el sufrimiento asumido son olvido de sí mismo: la caridad. En cambio, el grano de trigo que no muere queda infecundo: es la figura del odio hacia las demás, fruto del amor mal entendido por uno mismo. Por eso dice el cuarto Evangelio a continuación: «Quien ama su vida, la pierde; y quien no ama su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12,25).
Tal vez la afirmación «sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» diga mucho más de lo que parece. En realidad, el amor no nos ahorra la muerte, sino que pasa por la muerte: pasa por la desaparición de uno mismo, pasa por el olvido y por el aparente fracaso de la propia realización. Es entonces cuando surge la vida, cuando surge el fruto abundante. Pero en el proceso ha habido dolor, ha habido muerte. El amor de Dios no ha sido una donación ideal y romántica. La nuestra tampoco puede serlo (Oriol Tuñí).
2. El salmo 99, "Salmo para la todáh", es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, y dice Juan Pablo II: “En los pocos versículos de este himno gozoso pueden identificarse tres elementos tan significativos, que su uso por parte de la comunidad orante cristiana resulta espiritualmente provechoso.
Está, ante todo, la exhortación apremiante a la oración, descrita claramente en dimensión litúrgica. Basta enumerar los verbos en imperativo que marcan el ritmo del salmo y a los que se unen indicaciones de orden cultual: "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre" (vv 2-4). Se trata de una serie de invitaciones no sólo a entrar en el área sagrada del templo a través de puertas y atrios (cf. Sal 14,1; 23,3.7-10), sino también a aclamar a Dios con alegría. Es una especie de hilo constante de alabanza que no se rompe jamás, expresándose en una profesión continua de fe y amor. Es una alabanza que desde la tierra sube a Dios, pero que, al mismo tiempo, sostiene el ánimo del creyente.
Quisiera reservar una segunda y breve nota al comienzo mismo del canto, donde el salmista exhorta a toda la tierra a aclamar al Señor (cf v 1). Ciertamente, el salmo fijará luego su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte implicado en la alabanza es universal, como sucede a menudo en el Salterio, en particular en los así llamados "himnos al Señor, rey" (cf Sal 95-98). El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas: él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad" (Sal 95,10.13).
Por tanto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Con esta luz se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del salmo. En efecto, en el centro de la alabanza que el salmista pone en nuestros labios hay una especie de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones: el Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad no tiene fin (cf vv 3-5).
Tenemos, ante todo, una renovada confesión de fe en el único Dios, como exige el primer mandamiento del Decálogo: "Yo soy el Señor, tu Dios. (...) No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Ex 20,2.3). Y como se repite a menudo en la Biblia: "Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro" (Dt 4,39). Se proclama después la fe en el Dios creador, fuente del ser y de la vida. Sigue la afirmación, expresada a través de la así llamada "fórmula del pacto", de la certeza que Israel tiene de la elección divina: "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (v 3). Es una certeza que los fieles del nuevo pueblo de Dios hacen suya, con la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas conduce a las praderas eternas del cielo (cf 1 Pe 2,25).
Después de la proclamación de Dios uno, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor cantado por nuestro salmo prosigue con la meditación de tres cualidades divinas exaltadas con frecuencia en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un vínculo que no se romperá jamás, dentro del flujo de las generaciones y a pesar del río fangoso de los pecados, las rebeliones y las infidelidades humanas. Con serena confianza en el amor divino, que no faltará jamás, el pueblo de Dios se encamina a lo largo de la historia con sus tentaciones y debilidades diarias. Y esta confianza se transforma en canto, al que a veces las palabras ya no bastan, como observa san Agustín: "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el salmo: "Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor" (Exposiciones sobre los Salmos III, 1”.
Volvió sobre el tema, hablando de la Alegría de los que entran en el templo: “En el clima de alegría y de fiesta que se prolonga durante esta última semana del tiempo navideño, queremos reanudar nuestra meditación… sobre el salmo 99, que se acaba de proclamar y que constituye una jubilosa invitación a alabar al Señor, pastor de su pueblo. Siete imperativos marcan toda la composición e impulsan a la comunidad fiel a celebrar, en el culto, al Dios del amor y de la alianza: aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre. Se puede pensar en una procesión litúrgica, que está a punto de entrar en el templo de Sión para realizar un rito en honor del Señor (cf Sal 14; 23; 94). En el salmo se utilizan algunas palabras características para exaltar el vínculo de alianza que existe entre Dios e Israel. Destaca ante todo la afirmación de una plena pertenencia a Dios: "somos suyos, su pueblo" (Sal 99,3), una afirmación impregnada de orgullo y a la vez de humildad, ya que Israel se presenta como "ovejas de su rebaño" (ib.). En otros textos encontramos la expresión de la relación correspondiente: "El Señor es nuestro Dios" (cf Sal 94,7). Luego vienen las palabras que expresan la relación de amor, la "misericordia" y "fidelidad", unidas a la "bondad" (cf Sal 99,5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los términos típicos del pacto que une a Israel con su Dios.
Aparecen también las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto, por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes, alabando a Dios (cf v 2); luego, el horizonte se reduce al área sagrada del templo de Jerusalén con sus atrios y sus puertas (cf v 4), donde se congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo en sus tres dimensiones fundamentales: el pasado de la creación ("él nos hizo", v 3), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño", v 3) y, por último, el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna" (v 5).
Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la larga invitación a alabar al Señor y ocupan casi todo el Salmo (cf vv 2-4), antes de encontrar, en el último versículo, su motivación en la exaltación de Dios, contemplado en su identidad íntima y profunda. La primera invitación es a la aclamación jubilosa, que implica a la tierra entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos sentirnos en sintonía con todos los orantes que, en lenguas y formas diversas, ensalzan al único Señor. "Pues -como dice el profeta Malaquías- desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos" (Ml 1,11).
Luego vienen algunas invitaciones de índole litúrgica y ritual: "servir", "entrar en su presencia", "entrar por las puertas" del templo. Son verbos que, aludiendo también a las audiencias reales, describen los diversos gestos que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sión para participar en la oración comunitaria. Después del canto cósmico, el pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos" (Ex 19,5), celebra la liturgia.
La invitación a "entrar por sus puertas con acción de gracias", "por sus atrios con himnos", nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar: "El pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo: "Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Sal 42,4). En efecto, abandonando los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como águila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y, al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama: "El Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Sal 22,1-2)" (Opere dogmatiche III, Saemo 17).
Los otros imperativos contenidos en el salmo proponen actitudes religiosas fundamentales del orante: reconocer, dar gracias, bendecir. El verbo reconocer expresa el contenido de la profesión de fe en el único Dios. En efecto, debemos proclamar que sólo "el Señor es Dios" (Sal 99,3), luchando contra toda idolatría y contra toda soberbia y poder humanos opuestos a él. El término de los otros verbos, es decir, dar gracias y bendecir, es también "el nombre" del Señor (cf v 4), o sea, su persona, su presencia eficaz y salvadora. A esta luz, el salmo concluye con una solemne exaltación de Dios, que es una especie de profesión de fe: el Señor es bueno y su fidelidad no nos abandona nunca, porque él está siempre dispuesto a sostenernos con su amor misericordioso. Con esta confianza el orante se abandona al abrazo de su Dios: "Gustad y ved qué bueno es el Señor -dice en otro lugar el salmista-; dichoso el que se acoge a él" (Sal 33,9; cf. 1 P 2,3)”.
3. A. Comentario mío de 2007. «Ven y lo verás» es la frase que ahora pronuncia Felipe ante Natanael, eco de la que les dijo a Jesús a los primeros que le siguieron aquellos días: “venid y veréis”. Se ve que las palabras de Jesús calaban hondo, y las repetían en su apostolado.
Fueron los primeros en seguir a Cristo: Andrés y Juan, Pedro y Santiago, Felipe y Bartolomé. “He visto a aquellos cinco hombres que seguían a Jesús hacia Galilea.. Y me he quedado siguiéndoles con los ojos... y pensando en esa gesta trascendentalmente gloriosa que, aunque olvidada de los hombres, esos varones de Dios van a realizar. Y con qué sencillez... Yo estaba a un lado del camino, arreglando una de las ruedas de mi carro, cuando vi venir hacia mí a Jesús con Juan, con Andrés y con su hermano Pedro, y, sin querer, escuché la conversación...
Pedro y Andrés dijeron al Señor:
-Mira, Jesús, por ahí viene Felipe, que es, como nosotros, de Betsaida; le conocemos desde la infancia, juntos hemos jugado en la tierra de las calles de nuestro pueblo; es muy noble y generoso, y tiene un gran corazón. Creemos que podría ser uno de los primeros.
Yo miré hacia atrás y vi a un hombre joven que venía de camino, con una especie de saco medio lleno a la espalda. Frente despejada, ojos claros y vivos, alegre semblante, que se acerca sonriendo al grupo que, parado, le esperaba cerca de donde yo estaba distraído con una de las cosas de siempre. Ellos no se fijaron en mí. Cambiaron alegres saludos de amistad y muchas palabras en arameo salieron de sus labios, pero una se quedó grabada en mis oídos, cuyos ecos no se me olvidaron en la vida, y desde entonces todas las cosas me repiten sin cesar:
-Sígueme.
Fue Jesús de Nazaret quien la pronunció. Vi que Felipe arrojó lejos el saco que traía y en seguida, pidiendo permiso, se marchó presuroso, corriendo, por aquella senda que va a Caná.
Yo me quedé pensando, mientras aquellos hombres aguardaban, si Felipe habría ido a despedirse de su casa...; pero no, la senda que cogió no iba en la dirección que traía; además Felipe no tiene la familia en Caná, la tiene en Betsaida.
Yo seguía arreglando la rueda de mi carro mientras ellos esperaban conversando, y no sabía contestarme a mi curiosa pregunta:
-¿Adónde había ido Felipe?
Al mediodía vi que Felipe volvía corriendo al grupo que aguardaba; pero no venía solo. Un hombre, amigo suyo, corría con él, un poco atrás. Llegó Felipe y dijo al Mesías:
-¡Es mi amigo Bartolomé!
-He aquí un verdadero israelita -dijo Jesús cuando se acercaba Natanael- en él que no hay doblez ni engaño.
-¿De dónde me conoces? -preguntó el recién llegado.
-Antes que Felipe te llamara, yo te vi cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael se arroja al suelo, y con las rodillas clavadas en el polvo del camino, los ojos abiertos, muy abiertos, dice a Jesús:
-Tú eres el Hijo de Dios.
Entonces fue cuando yo vi claro: comprendí en un momento todo lo que aquel grupo de hombres, que se reunían junto a un camino de Galilea, podía significar para el mundo, para ese mundo distraído, ignorante de que, en aquellos momentos, en uno de los caminos de la tierra, se reunían unos hombres, a campo descubierto, para algo sencillamente trascendental.
Presté más mis oídos, pero no pude escuchar nada. Comenzaron en seguida a andar, y yo me quedé junto a mi carro, viendo alejarse a Jesús, el carpintero, con cinco hombres que se le han reunido... Van hacia Galilea. ¡Cinco hombres se le suman!
Felipe no fue a despedirse, no. Fue, y fue corriendo, a llamar a un amigo, a traerle a ese camino seguro, como son todos los caminos cuando por ellos se sigue muy de cerca al Señor. No fue a despedirse, empleó el tiempo de la despedida en avisar a un nuevo apóstol, en ganar a un hombre para la revolución sobrenatural, hacia la que se dirigen aquellos hombres por el camino de Galilea (cf. Camino, no. 806: J. A. González Lobato: "Caminando con Jesús").
Vemos a Natanael y nos sorprendemos, por el diálogo secreto que mantiene con Jesús. No sabemos a qué se refería Jesús cuando le dice que le vio debajo de la higuera, pero bien podría él estar desengañado de la vida, pensando en que si había un sentido, una vocación, un Dios que le llamara para algo, que le diera un signo, y Jesús al referirse a aquel “ya te vi…” le hace ver el signo que esperaba, por eso le llama “Maestro” y proclama su fe: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». También alaba Jesús la sencillez del nuevo apóstol. Son muchos los momentos de su predicación en los que el Señor se refiere a esta virtud; aquí admira la ausencia de doblez en Natanael.
Vemos también hoy la amistad firme de Felipe, sin la que su amigo no hubiera encontrado a Jesús. “Nadie como Él puede llenar el corazón del hombre de paz y felicidad. Si Jesús vive en tu corazón, el deseo de compartirlo se convertirá en una necesidad. De aquí nace el sentido del apostolado cristiano. Cuando Jesús, más tarde, nos invite a tirar las redes nos dirá a cada uno de nosotros que debemos ser pescadores de hombres, que son muchos los que necesitan a Dios, que el hambre de trascendencia, de verdad, de felicidad... hay Alguien que puede colmarla por completo: Jesucristo” (Rafael Felipe).
«Solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!» (San Ambrosio). Nadie puede dar lo que no tiene, por eso necesitamos tratar a Jesús para poder mostrarlo a otros, así han hecho los santos. El mejor modo de tratarlo es en el pan y la palabra, la Eucaristía y la oración.
B. Comentario de textos que tomo de mercaba.org en 2009. Jn 1, 43-51. Otros dos discípulos siguen a Jesús. Primero es Felipe, del mismo pueblo que Andrés y Pedro. Y Felipe se lo va a decir a su amigo Natanael. Se va extendiendo la buena noticia. Los familiares y los amigos se comunican la llamada. Natanael es el representante de tantas buenas personas que sin embargo son víctimas de algún prejuicio: «¿de Nazaret puede salir algo bueno?» Pero tiene buenas disposiciones. Hace caso a Felipe, «ven y lo verás», y pronto se deja ganar por Jesús, hasta llegar a la hermosa confesión de fe: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios». Del aprecio hacia una persona que habla bien y hace milagros, llega hasta la revelación de Jesús como el Hijo del Hombre, acompañado, como en la escala de Jacob, de ángeles que suben y bajan del cielo abierto.
El amor al prójimo es el resumen de todas las enseñanzas de Jesús en el Evangelio. Es también, siguiendo la carta de Juan, el fruto coherente de nuestra celebración de Navidad. Hubiera sido mucho más cómodo que la ley cristiana más característica fuera la oración, o la ofrenda de un sacrificio a Dios, en agradecimiento por el amor que nos ha mostrado. Pero el encargo de Jesús es el amor. Hubiera resultado mucho más tranquilizante que la Eucaristía terminara en el «podéis ir en paz». Pero tiene una continuidad, que abarca el resto del día o de la semana. Porque el mismo que nos ha dicho «este pan es mi Cuerpo, tomad y comed», nos ha dicho también: «lo que hiciereis a uno de esos lo hacéis a mí... estuve enfermo y me visitasteis».
Ya que al atardecer de la vida nos examinarán del amor, vale la pena que nos adelantemos a este examen nosotros mismos, por ejemplo sacando conclusiones de esta Navidad y en el comienzo de un nuevo año: ¿amamos a los hermanos, hasta las últimas consecuencias, como Cristo, que dio su vida por los demás? ¿o al contrario, los odiamos, y así puede aplicársenos a nosotros la acusación de homicidio, como a Caín? Hay maneras y maneras de asesinar al hermano: también con nuestros juicios y condenas, con nuestras palabras y actitudes, con nuestros silencios y rencores. Si no amamos, no sólo de palabra sino de obra, ha sido vana nuestra fe. Han sido falsas nuestras fiestas. No hemos acogido al Hijo enviado por Dios. No podemos decir que creemos en Jesús, ni que nos mantenemos en comunión de vida con Dios. Estamos en la oscuridad y en la muerte.
El episodio de Felipe y Natanael nos puede interpelar también a cada uno de nosotros. Felipe, como ayer Andrés a su hermano Simón, comunica a Natanael la noticia. No se desanima por la respuesta un tanto despectiva que recibe, y juntos van a donde está Jesús. Felipe ha sido el colaborador de una vocación apostólica. ¿Aprovechamos nosotros la ocasión oportuna para transmitir nuestra fe, nuestra convicción, con palabras o con hechos, a tantas personas de buena voluntad que tal vez lo único que necesitan es una palabra de orientación o de ánimo o superar algún prejuicio?
Un momento de la Eucaristía que cada vez nos recuerda el mandamiento del amor fraterno es el gesto de la paz. Antes de ir juntos a recibir a Cristo, cada uno en unión con él, se nos invita a que nos demos la paz unos a otros, o sea, que hagamos un gesto simbólico con los más cercanos de que queremos progresar en fraternidad, que acudimos a la mesa común con ánimo de reconciliación. Es una lección diaria, que intenta corregir nuestro egoísmo, y nos hace entender la Eucaristía en toda la profundidad de su lección: recibimos al Cristo «entregado por», y por tanto debemos ir aprendiendo de él a ser nosotros también «entregados por» nuestros hermanos a lo largo de nuestra jornada y semana (J. Aldazábal).
El relato de la vocación de los primeros discípulos, iniciado el 3 de enero, continúa hoy con el llamamiento de Felipe y el de Natanael (algunos no lo identifican con Bartolomé necesariamente). Pero esos llamamientos son superados por la promesa misteriosa que Cristo hace de una nueva escala de Jacob (v. 51).
a) Natanael estaba probablemente bastante versado en las Escrituras, hasta el punto de ser conocido como un doctor de la ley. Quizá por esa razón se dirigiera a él Felipe haciendo alusión "a aquel de quien se ha hablado en la ley y los profetas" (v. 45), estuviera sentado debajo de una higuera, costumbre peculiar de los sabios de la época (v. 49) y compartiera el desprecio de los sabios por todo lo que pudiera proceder de Nazareth (v 46; cf Jn 7,52; 7,41-42). Ya he dicho mi opinión, de su búsqueda personal… no comparto que fuera solo algo intelectual, como dice aquí este comentario. El origen humano del Mesías choca a sus conciudadanos. Pero a Natanael, demasiado implicado en su visión rabínica de las cosas, Felipe le propone una conversión: "ven y ve" (v. 46). Se trata, en efecto, realmente de un llamamiento a la conversión, puesto que se puede decir que el relato de Jn 1 está enteramente dominado por la idea de ver (cf Jn 1, 39). Esta palabra no designa para Juan tan solo una mirada simplemente material sobre la humanidad de Cristo, sino una contemplación de su gloria y de su divinidad. En ese sentido es como ha "visto" el Bautista al Espíritu descender sobre Cristo.
b) Ahora bien, Cristo llama precisamente a Natanael para realizar esa "conversión de la vista" y para pasar de la mirada sobre la humanidad de Jesús a la contemplación de su gloria. Para impulsarle a ese cambio, Cristo actúa con habilidad comenzando por hacer el elogio del discípulo: es "verdaderamente Israel", o "verdaderamente hijo de Israel" (v. 47); en otras palabra, va a poder realizar en plenitud lo que el patriarca Israel (o Jacob) no pudo más que entrever: ese es el sentido habitual de "verdadero" o "verdaderamente" en San Juan. En efecto, lo mismo que Jacob tuvo la clara visión de Yahvé en Betel (Gén 28, 10-17), Natanael verá así a Dios en la persona de Cristo (v 51). Pero la conversión de Natanael se realiza gradualmente. En la primera etapa ha visto a Jesús hijo de José (v 45), la segunda le lleva ya a profesar la mesianidad de ese Jesús (v 49); nos queda la tercera, en la que reconocerá a la vez su divinidad (cielo abierto, ángeles, etc....) y su humillación (Hijo del hombre: v 51; cf Jn 3,14; 8,28; 12,22-34; 13,31).
En cierto modo es un itinerario catecuménico lo que Juan propone al analizar la conversión progresiva de Natanael: de la humanidad de Cristo a su mesianidad; de la mesianidad al misterio pascual de la humillación y de la exaltación.
La mirada humana basta para ver la humanidad de Cristo y esa mirada originará muchas veces desprecio y falta de comprensión. Se necesita ya cierta fe para leer la mesianidad de Cristo en determinados signos como el que se describe en el versículo 48 y los que irán apareciendo a lo largo de la vida de Cristo (cf Jn 2,11; 2,23; 4,54). Pero sólo la verdadera fe puede leer el signo por excelencia, la humillación y la glorificación del Hijo del hombre en su misterio pascual (Jn 2,18-21; 8,28; 3,12-15).
Los ángeles suben y bajan sobre el Hijo del hombre (v.51), sin duda para indicar el doble movimiento del misterio pascual: en efecto, ¿quién puede subir a los cielos sino Aquel que ha bajado de allí? (Jn 3,13).
Un pasaje como el que leemos hoy impele al cristiano a verificar el grado de su fe. ¿Se trata tan sólo de una concepción del Cristo-hombre, como sería el caso si su piedad de Navidad se dejara impresionar tan sólo por la pobreza y la debilidad del Niño de Belén? La religión se vería expuesta entonces a perderse en el sentimentalismo. ¿Se trata ya de la inteligencia de los "signos" y de los "milagros" de Cristo, reconociendo en El un auténtico enviado de Dios? ¡Entonces la religión se expondría a perderse en la apologética! Ojalá pudiera consistir en "ver", en el sentido joánico de la palabra, la humillación-exaltación de Cristo en su Pascua y en aceptar modestamente seguirla para caminar con El y saber al fin dónde mora (Maertens-Frisque; en mi opinión, como he apuntado antes, si el texto no es solo un comentario teológico sino un apunte de un encuentro con Jesús, falla algo en este tipo de exégesis: el impacto de Jesús que cala hondo en la necesidad de Natanael: “te vi cuando estabas en la higuera” significa algo como “sé en lo que pensabas, y aquí estoy yo que te llamo”, pienso que hay algo de eso para entender el contexto de la respuesta de “tú eres el hijo de Dios”, es decir que hay dotes adivinatorias en Jesús, discernimiento del corazón, de los espíritus).
¡Natanael! Un hombre recto, un modelo en su género... Un escriba. Bajo su higuera, escudriña minuciosa y fielmente el bien y el mal. Ciertamente, no es un espíritu abierto a lo inesperado, sino que tiene muy claras sus propias ideas, aunque, eso sí, no sabe mentir. ¡Cuántos "profesionales! de la religión se le parecen... ¡Pero al menos Natanael se fía de Felipe. ¿Y otra vez la historia de la mirada...! "Te vi", dice Jesús... El escriba se siente subyugado. Un poco aprisa, la verdad, lo cual demuestra que Jesús es un consumado seductor. Pero hay que ir más allá de la primera manifestación: "¡Has de ver cosas aún mayores!". Natanael, vas a ver lo que sólo la fe puede contemplar... Donde escrutabas la palabra como una tupida red, descubrirás el cielo abierto y una palabra que no esperabas. Donde te apresurabas a exclamar: "Tú eres el Hijo de Dios", verás a un Hijo de hombre al que Dios resucitó a pesar de la muerte. Eras escriba: ¡en adelante serás testigo del amor! ¡Pues así son nuestras vidas! Escudriñamos el bien y el mal para saber hasta dónde llegará el amor, para definir sus límites y sus exigencias. Somos honrados y, sin embargo, nos sentimos incómodos en nuestro corazón, que tarde o temprano nos acusa. Por querer vivir el amor sin dejar que su fuente nos vivifique, ya no nos atrevemos a estar confiadamente delante de Dios. Y es preciso que un día alguien nos mire y nos diga: "¡Te conozco!". El nos conoce con su corazón y nos lleva más allá, hasta la visión de la fuente, donde todo se vuelve posible, porque todo está bañado en Dios (Sal terrae).
Es interesante destacar la exclusividad con que hay que afrontar el seguimiento de Jesús. Para Juan no es "el evangelio del reino de Dios" con sus exigencias de conversión y de fe en la buena nueva (Mc 1, 14) lo que ha de despertar a los hombres y moverlos a que se adhieran a Jesús, en Juan ni siquiera hay un mensaje que se pueda distinguir y separar de él; de lo que se trata es de la persona y figura de Jesús, a quien los hombres se adhieren y lo reconocen o cuya aceptación rechazan.
Jesús encuentra a Felipe y le invita a seguirle. Felipe encuentra por su parte a Natanael, al que se ha considerado como su amigo o conocido y le dice: "aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado", a Jesús, hijo de José, de Nazaret.
El evangelista se interesa por la "reaccción en cadena" por la cual debió formarse el círculo de los doce según sus ideas. De hombre a hombre. De amigo a amigo. Andrés da la noticia a su hermano Pedro. Felipe a Natanael. ¿Tú sabes hablar con naturalidad de Jesús a tus amigos y vecinos?
-"Natanael le replicó: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Contestación que indica que en tiempos de Jesús aquella gente no gozaba de buena reputación. Natanael se queda con su primera impresión, una impresión muy humana. A Natanael le costó mucho descubrir al Hijo de Dios en los signos pobres de Jesús de Nazaret. Pero dio el paso definitivo tomando una opción fundamental por Cristo. También nosotros, a menudo, colocamos una etiqueta sobre las personas a quienes creemos conocer bien. Quedamos con frecuencia prisioneros de juicios a priori, de prejuicios. Reflejamos incontroladamente opiniones que están en nuestro ambiente... Jesús por el momento es considerado solamente como "alguien de Nazaret" y se desprecia todo lo que viene de Nazaret. ¿De quién siento la tentación de decir: de esta persona. de este grupo, de este movimiento, de este ambiente, no puede salir nada bueno?
-"Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño". Una afirmación de Jesús que supone lógicamente que Natanael acaba superando el obstáculo que suponía el origen de Jesús de Nazaret. Es también una afirmación de Jesús que está por encima de los prejuicios que los demás puedan tener. Nosotros nos limitamos la mayoría de las veces a contradecir enseguida a los que no piensan como nosotros, en vez de ayudar a los demás a expresarse y a decir todo lo que tengan que decir, aunque sea en contra nuestra.
-"Natanael le contesta ¿De qué me conoces?" La llamada de Jesús es mirada hasta el fondo del corazón, como llamándonos por el nombre, que sólo Dios ha podido grabar en la profundidad de nuestro ser. La revelación que Jesús trae es algo que sorprende al hombre, porque de inmediato le descubre la verdad sobre sí mismo. Dice S. Agustín: "Lo que hoy es cada uno, apenas si uno mismo lo sabe".
-Déjarme mirar por Jesús
-Al día siguiente Jesús decidió salir hacia Galilea. Me alegro de descubrir hoy esta palabra: "Jesús decidió." La decisión, acto humano por excelencia. Entre todas las cosas posibles, después de haber sopesado el pro y el contra, se escoge una, se decide. Jesús ha tomado decisiones. Ayúdame, Señor, en las decisiones que tenga que tomar.
-Encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe era de Betsaida, como Andrés y Pedro. Encontramos de nuevo la doble constatación de ayer: 1º Iniciativa de Dios. Es Jesús quien toma la delantera. Misterio de la elección: ¿por qué él, Felipe, y no otro? ¿Por qué Tú me has escogido, Señor? Ayuda, Señor, a cada hombre a responder precisamente a lo que Tú esperas de el. 2º Respeto a los condicionamientos humanos. Importancia de las relaciones: eran conciudadanos, de la misma localidad, se conocían ya humanamente.
-Felipe inmediatamente, habla de Jesús a uno de sus amigos, Natanael. Reacción en cadena, de hombre a hombre, de amigo a amigo. Andrés da la noticia a su hermano Pedro. Felipe la da a Natanael. ¿Tengo la suficiente familiaridad contigo, Señor, para saber hablar de ti con naturalidad a mis amigos? como se habla de un amigo... y para compartir esta amistad.
-Díjole Natanael: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Por el momento Natanael se queda con su primera impresión, una impresión muy humana. También nosotros, a menudo, colocamos una etiqueta sobre las personas a quienes creemos conocer bien. Quedamos con frecuencia prisioneros de juicios a priori, de prejuicios. Reflejamos incontroladamente opiniones que están en nuestro ambiente... que llevamos al ambiente de los demás. Jesús por el momento es considerado solamente como "alguien de Nazaret" y se desprecia todo lo que viene de Nazaret. Trato de detenerme unos momentos para analizar mis propios desprecios. ¿De quién siento también la tentación de decir: de este grupo, de este movimiento, de este ambiente, no puede salir nada bueno?...
-He aquí un verdadero hijo de Israel, en quien no hay engaño. Lejos de incomodar a Jesús, esta franqueza le place. Cuando hay un conflicto escondido, una mentalidad inconsciente, una reacción afectiva interna, reprimida... conviene a veces airearla, que salga a pleno día. Señor, ayúdanos a escucharnos los unos a los otros. Ayúdanos a no contradecir enseguida a los que no piensan como nosotros. Haz de nosotros, Señor, personas que favorezcan el verdadero dialogo, que ayuden a los demás a expresarse y a decir todo lo que tengan que decir. Y sobre todo, Señor danos la gracias de la lealtad, de la verdad, del valor... para decir todo lo que en el fondo pensamos... en lugar de cerrarnos por miedo a lo que los demás piensen de nosotros.
-"Antes que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, te vi". Jesús lee el interior del corazón. Señor, dejo que Tú me mires. Tu mirada en este momento está vuelta hacia mí. ¿Qué observas en mí?
-Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".--"Sí, en verdad os digo que veréis abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre. En verdad aquí hay una conversión de la mirada. Es una revisión, una nueva visión, una manera más profunda de mirar. Natanael ha pasado de un mirar simplemente humano cargado de prejuicios y centrado en la humanidad de Jesús... a un mirar de fe que va más allá de las apariencias y que se sumerge en las realidades profundas de la persona de Jesús... el cielo se ha abierto sobre El (Noel Quesson).
Una estampa muy cotidiana: amigos que se marchan para un lugar conocido. Felipe es invitado y a su vez invita a Natanael, a quien le hace saber que se han encontrado con alguien conocido de quien habla la tradición. Cuando llega a sabe que aquel de quien le hablan es de Nazaret, se burla, como acostumbraban los judíos que se creían auténticos, frente a los del norte. No creen que de un lugar marginal, e impuro según ellos, venga alguien con valores que puedan decir algo a la humanidad. Como se puede apreciar, Natanael, hombre del pueblo, predispuesto para el cambio, se deja invadir por los prejuicios aprendidos en la sociedad que le ha tocado vivir. Como él son muchos los judíos dispuestos a dar el paso, pero se detienen como si les faltara algo: una fe renovada y de mayores compromisos. Jesús entiende todos los inconvenientes que tienen que afrontar sus seguidores, y en ningún momento les censura. El hecho de recordarle a Natanael cuál es su origen lo coloca en frente de la verdad judía según la cual el advenimiento del Mesías debería estar rodeado de acciones extraordinarias jamás conocidas por los seres humanos. En la mentalidad judía era "lógico" que el Mesías debía tener un poder parecido al de un Dios o al de un rey; no les cabía en la mente que una persona nacida en una humilde y marginada aldea pudiera ser "el Ungido", el Cristo.
Aunque Natanael reconoce emocionadamente en Jesús al "Hijo de Dios" y rey de Israel, Jesús sabe que esa emoción, con la que se es capaz de hacer las más fervientes demostraciones de fe, puede ser pasajera, y por eso le advierte sobre "lo poco que ha visto" todavía (servicio bíblico latinoamericano).
San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia, en su Himno I sobre la Resurrección problama “El pueblo que habita en las tinieblas ha visto una gran luz”: Jesús, Señor nuestro, Cristo / Se nos ha manifestado desde el seno del Padre / Ha venido a sacarnos de las tinieblas / Y nos ha iluminado con su luz admirable / Ha amanecido el gran día para la humanidad / El poder de las tinieblas ha sido vencido / De su luz nos ha nacido una luz / Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos // Ha hecho brillar la gloria en el mundo / Ha iluminado los abismos oscuros / La muerte ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen / Las puertas del infierno han sido abatidas // El ha iluminado a toda criatura / Tinieblas desde los tiempos antiguos / Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida; / Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan // Nuestro Rey viene en su esplendor / Salgamos a su encuentro con las lámparas encendidas / Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros / Y nos alegra con su gloriosa luz // Hermanos míos, levantaos, preparaos / A dar gracias a nuestro Rey y Salvador / Que vendrá en su gloria y nos alegrará / Con su gozosa luz en el Reino”. Llucià Pou Sabaté
jueves, 5 de enero de 2012
miércoles, 4 de enero de 2012
Navidad: 4 de Enero: llamada a seguir a Jesús, el Cordero de Dios, para participar de su obra
Primera carta del apóstol san Juan 3,7-10. Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo pe desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.
Salmo 97,1-2ab.7-8a.8b-9. R. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, por e ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes.
Al Señor, que llega para regir la tierra. Regirá e orbe con Justicia y los pueblos con rectitud.
Texto del Evangelio (Jn 1,35-42): En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» —que quiere decir, “Piedra”.
Comentario: 1.- 1 Jn 3,7-10. -«Hijos de Dios»... «Hijos del diablo»... Juan acaba de descubrir a los hijos de Dios. Ahora los contrapone a los "hijos del diablo". Esa expresión hace estremecerse. Del mismo modo que se puede vivir «en comunión con Dios», se puede también «vivir con el diablo». Podemos estar unidos a Dios y podemos encadenarnos al mal. Pero no olvidemos que esto no determina ante todo dos categorías de hombres -resultaría demasiado fácil clasificarse en la primera-; en realidad la frontera que separa a los hijos de Dios de los hijos del diablo, pasa por nuestro propio corazón. Por algunos aspectos de mi vida, soy «de Dios» ¡Gracias, Señor!... Por otros, soy «del diablo»... Perdón, Señor! -Mirad como se distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo: 1. El que no practica la justicia, no pertenece a Dios... 2. Tampoco el que no ama a su hermano es de Dios... Dos signos sencillos. Dos criterios. Es nuestro género de vida cotidiano el que nos hace pertenecer a Dios o al Diablo. La justicia. El Amor. Yo me dejo investir por esas dos palabras. Yo miro mi vida bajo esas dos luces: Ser justo... amar... Sin embargo, confío que son muchos los que «pertenecen a Dios». Pienso en todos los gestos de justicia y de amor verdadero, en todos los deseos de justicia y de fraternidad que surgen en el mundo por doquier. Evidentemente, ¡Ahí está Dios!
-Hijitos míos, que nadie os extravíe. Juan se preocupa mucho de preservar a sus cristianos de posibles desviaciones. El mal, el error pueden infiltrarse. Muy pronto empezaron las herejías. Los falsos doctores, los falsos conductores, los falsos profetas existen hoy como siempre existieron. «¡Que nadie os extravíe!»
-Quien vive según la justicia es justo, como El, Jesús, es justo. El punto de referencia es siempre la persona de Jesús. ¿En qué se basa mi juicio?... ¿En un código, en principios, en una moral, en una ideología, en una mentalidad inconsciente, en unos hábitos? «¡Jesús es justo!» Esta debería ser mi referencia constante. Exigencia infinita.
-Quien comete el pecado es del diablo, que ha sido pecador desde el Principio. Precisamente para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo. El mundo es el teatro donde se libra ese gran combate. Jesucristo está en el corazón del mundo, como en la arena, en un cuerpo a cuerpo, luchando contra el pecado. Señor, hazme participar en tu combate. Señor, concédeme lucidez suficiente para descubrir a mi alrededor el pecado del mundo y mi propia participación en él.
-Quien ha nacido de Dios no comete pecado, porque permanece en él la semilla sembrada por Dios: por lo tanto no puede pecar. Hay que entender eso bien. En otros pasajes (1 Juan 1, 8-1O) Juan nos dice que tenemos pecados. ¡Eso es evidente! Aquí Juan afirma que «el hombre nacido de Dios» está colocado en una especie de estado fundamental que no es ya el mal; se trata de esa orientación global que marca la dirección principal de una vida. Gracias, Señor, por esa explicación. A pesar de los desvíos y los resbalones pasajeros, a pesar de las caídas ocasionales, es también mucha verdad, Señor, que te pertenezco y que voy a Ti. «Tu divina simiente permanece en mí» ¡Gracias. Quédate conmigo! (Noel Quesson).
«El que ha nacido de Dios no comete pecado». Si ayer nos alegrábamos de la gran afirmación de que somos hijos, hoy la carta de Juan insiste en las consecuencias de esta filiación: el que se sabe hijo de Dios no debe pecar. Se contraponen los hijos de Dios y los hijos del diablo. Los que nacen de Dios y los que nacen del maligno. El criterio para distinguirlos está en su estilo de vida, en sus obras.
«Quien comete el pecado es del diablo», porque el pecado es la marca del maligno, ya desde el principio. Mientras que «el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él: no puede pecar porque ha nacido de Dios». Es totalmente incompatible el pecado con la fe y la comunión con Jesús. ¿Cómo puede reinar en nosotros el pecado si hemos nacido de Dios y su semilla permanece en nosotros? Los nacidos de Dios han de obrar justamente, como él es justo, y como Jesús es el Justo, mientras que «el que no obra la justicia no es de Dios». Añade también el amor al hermano, que será lo que desarrollará en las páginas siguientes de su carta.
2. El salmo 97 habla del triunfo del Señor en su venida final, dice Juan Pablo II: “se trata de un himno al Señor rey del universo y de la historia (cf v 6). Se define como "cántico nuevo" (v 1), que en el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan "el son melodioso" de la cítara (cf. v 5), los clarines y las trompetas (cf v 6), pero también una especie de aplauso cósmico (cf v 8). Luego, resuena repetidamente el nombre del "Señor" (seis veces), invocado como "nuestro Dios" (v 3). Por tanto, Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para "juzgar" al mundo y a los pueblos (cf v 9). El verbo hebreo que indica el "juicio" significa también "regir": por eso, se espera la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.
El salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf vv 1-3). Las imágenes de la "diestra" y del "santo brazo" remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf v 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: "misericordia" y "fidelidad" (cf v 3). Estos signos de salvación se revelan "a las naciones", hasta "los confines de la tierra" (vv 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica…
Son cuatro los cantores de este inmenso coro de alabanza. El primero es el mar, con su fragor, que parece actuar de contrabajo continuo en ese himno grandioso (cf v 7). Lo siguen la tierra y el mundo entero (cf vv 4 y 7), con todos sus habitantes, unidos en una armonía solemne. La tercera personificación es la de los ríos, que, al ser considerados como brazos del mar, parecen aplaudir con su flujo rítmico (cf v 8). Por último, vienen las montañas, que parecen danzar de alegría ante el Señor, aun siendo las criaturas más sólidas e imponentes (cf v 8; Sal 28,6; 113,6). Así pues, se trata de un coro colosal, que tiene como única finalidad exaltar al Señor, rey y juez justo. En su parte final, el salmo, como decíamos, presenta a Dios "que llega para regir (juzgar) la tierra (...) con justicia y (...) con rectitud" (Sal 97,9). Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: "¡Venga tu reino!", un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.
En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio "se ha revelado la justicia de Dios" (cf Rm 1,17), "se ha manifestado" (cf Rm 3,21). La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio "es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego", es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora "todos los confines de la tierra" no sólo "han contemplado la salvación de nuestro Dios" (Sal 97,3), sino que la han recibido.
Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el "cántico nuevo" del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: "Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios". Prosigue Orígenes: Cristo "hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo"”.
3. A. Comentario mío de 2008. “¿Es éste el cordero de Dios?”, quizá sería la pregunta que dirigieron a Juan Bautista los discípulos que él previamente había preparado para seguir a Jesús: Andrés y Juan, Pedro y Santiago. Son de Galilea, y están aprendiendo al lado del maestro Juan, en Judea, como de campamento, lejos de su tierra. Jesús llama por entero su atención, nos lo imaginamos –como lo pinta la NASA, en sus estudios sobre la sábana santa- alto, de 1.75-1.80 m.; unos 80 kg. de peso, largo cabello, espalda ancha, andar firme y seguro. "Maestro, ¿dónde vives?" Le preguntan. "Venid conmigo y así vosotros mismos lo veréis", y van con el galileo, hechizados por su presencia, están a gusto, con sus corazones que arden en ideales, en encontrar la verdad, un amor para dar la vida. Se acuerdan de la hora: “hacia las cuatro de la tarde”… Comenzarían un diálogo maravilloso, como indicaba Juan Pablo II para todo diálogo: "descubro también que mi persona se enriquece por medio de la conversación. Porque poseer sólidas convicciones es hermoso; pero más hermoso todavía es poderlas comunicar y verlas compartidas y apreciadas por otros"; cuando este diálogo afecta a las cosas nucleares, es más rico aún, como dirá más tarde Jesús (Mt 12, 35): "el hombre de bien, de su buen fondo saca cosas buenas; y el hombre malo, de su mal fondo saca cosas malas". Vemos en este Evangelio la formación del primer núcleo de discípulos, del que el Señor dará una llamada como apóstoles para confiarles la Iglesia más tarde.
Hoy también hay muchos que van sin rumbo, buscando la verdad, lo indicaba Benedicto XVI: «hay personas que se comprometen con la paz y con el bien de la comunidad, a pesar de que no comparten la fe bíblica, a pesar de que no conocen la esperanza de la Ciudad eterna a la que nosotros aspiramos. Tienen una chispa de deseo de lo desconocido, de lo más grande, del trascendente, de una auténtica redención». Siguiendo a San Agustín, ante el cual aparece un mundo también pagano, añade: “Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, al estar predestinados para ser ciudadanos de Jerusalén… Si se dedican con conciencia pura a estas tareas». Para esto ha venido Dios a la tierra como Cordero: “quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad”, como dice Pablo. Queda mucho trabajo, y para ello el Señor sigue llamando: “venid y veréis”… A los que tenemos fe, ser fieles va unido a la llamada al apostolado. La Iglesia es misionera, como se ha recordado estos días. Y la eficacia llega a todos, en una solidaridad nueva traída por Cristo.
Pío IX en 1854 dijo que los que ignoran la verdadera religión, cuando su ignorancia es invencible, no son culpables de este hecho ante los ojos de Dios; y añadió en 1863: «Es sabido que los que observan con celo la ley natural y sus preceptos esculpidos por Dios en el corazón de todo hombre, pueden alcanzar la vida eterna si están dispuestos a obedecer a Dios y si conducen una vida recta». Quizá hoy muchos están apartados de la fe por una cierta desilusión, resentimientos, condicionamientos culturales y sociales… Jesús ha venido a quitar el pecado, a ofrecer la salvación a todos. A los que no conocen, para que conozcan. La doctora Morali, citando «Lumen Gentium» 16 (los que «buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna») subraya en el texto que esa búsqueda del bien, el empeño y la voluntad de llevarlo son efectos de la acción de la gracia. Jesús está implicado en cada persona, unido a ella; de manera que «la divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta». Y ser apóstol es ayudar como instrumentos divinos a que este camino sea más fácil, como dice «Ad Gentes» (n. 7) sobre la necesidad de la fe: «Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que Él sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar».
Tertuliano afirmaba: «alma naturaliter christiana» [el alma es naturalmente cristiana]. Este anhelo está inscrito en el corazón de la persona, somos imagen de Dios en Jesucristo, que es la Imagen de Dios. Con la Encarnación, Jesús se ha unido en cierto modo a cada persona, nos decía Juan Pablo II, está a nuestro lado en el camino de la vida, como en el camino de Emaus, y para ello nos pide colaboración, pues él actúa de una manera especial con el bautismo y los otros medios que perfeccionan a lo largo de su vida al cristiano.
* Para ello Jesús entra en esta historia, la expresión de cordero indica también que entra en las tentaciones de Moisés, como dice Ratzinger: “como Moisés, ofreció el sagrado canje: ser borrado del libro de la vida para salvar a su pueblo. De este modo, Jesús será el Cordero de Dios que carga sobre sí los pecados del mundo, el nuevo Moisés que está verdaderamente «en el seno del Padre» y, cara a cara con El, nos lo revela. El es verdadera fuente de agua viva en los desiertos del mundo; El, que no sólo habla, sino que es la palabra de la vida: camino, verdad y vida. Desde lo alto de la cruz, nos da la nueva alianza. Con la resurrección, el verdadero Moisés entra en la Tierra Prometida, cerrada para Moisés, y con la llave de la cruz nos abre las puertas del Paraíso.
Jesús, por tanto, asume y concentra en sí toda la historia de Israel. Esta historia es su historia: Moisés y Elías no sólo hablaron con El, sino de El. Convertirse al Señor es entrar en la historia de la salvación, volver con Jesús a los orígenes, a la cumbre del Sinaí, rehacer el camino de Moisés y de Elías, que es la vía que conduce hacia Jesús y hacia el Padre, tal como nos la describe Gregorio de Nisa en su Ascensus Moysis”.
Esto se ve en las tentaciones de Jesús; ser Cordero quiere decir también participar “en las tentaciones de su pueblo y del mundo, sobrellevar nuestra miseria, vencer al enemigo y abrirnos así el camino que lleva a la Tierra Prometida”. De una manera especial es modelo del sacerdote: “mantenerse en primera línea, expuesto a las tentaciones y a las necesidades de una época concreta, soportar el sufrimiento de la fe en un determinado tiempo, con los demás y para los demás”. En las épocas de crisis en el campo de las ideas o de la vida social o política, “es normal que los sacerdotes y los religiosos sientan su impacto antes incluso que los laicos; arraigados en la firmeza y en el sufrimiento de su fe y de su oración, deben ellos construir el camino del Señor en los nuevos desiertos de la historia. El camino de Moisés y de Elías se repite siempre, y así la vida humana entra en todo tiempo en la única senda y en la única historia del Señor Jesús”.
** Todo ello está presente en ese primer encuentro de Jesús con los que serán “suyos”. Fray Josep Mª Massana, al contemplar esta escena, señala aquella pregunta de los jóvenes: «‘Maestro, ¿dónde vives?’. Les respondió: ‘Venid y lo veréis’» . “Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente, cuando el sol se alza por encima del mundo.
Encendidos con la llama de aquel «Sol que viene del cielo, para iluminar a los que yacen en las tinieblas» (cf. Lc 1,78-79), marchan a irradiarlo. Enardecidos, sienten la necesidad de comunicar lo que han contemplado y vivido a los primeros que encuentran a su paso: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Los santos también lo han hecho así. San Francisco, herido de amor, iba por las calles y plazas, por las villas y bosques gritando: «El Amor no está siendo amado».
Lo esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino”.
B. Comentario que tomo de textos de mercaba.org en 2010. Jn 1,35-42 (ver domingo 2B). -Juan Bautista, fijando su vista sobre Jesús que pasaba... dijo: He aquí el Cordero de Dios. Fijar los ojos en Jesús. Impregnarme de esta contemplación.
-Los dos discípulos que oyeron esta Palabra, siguieron a Jesús. Me imagino esta escena. Jesús va por un sendero. Dos hombres se deciden a seguirle, tímidamente, con el corazón saltante... Es el primer encuentro. ¿Qué va a hacer Jesús? ¿Qué pensará? Por el momento basta "seguirle".
-Volvióse Jesús a ellos, viendo que le seguían y les dijo: "¿Qué buscáis?" Primera palabra de Jesús. Se da cuenta de que le buscan... El les hace una pregunta. "Maestro (Rabí) ¿dónde moras?" Buscar. Seguir. Quedarse con. Tres actitudes esenciales. ¿Busco yo a Dios? ¿Le sigo? ¿Me quedo con El?
-"Venid y ved" Es una respuesta a su deseo. Respetuosa con su libertad. "Venid a ver".
-Y permanecieron con El aquel día. Era como las cuatro de la tarde. Juan lo recuerda con precisión. Anota la hora. Esto es normal, pues era su primera conversación con Jesús ¿Qué se dijeron? Ambos debieron de contarle su vida, sus deseos, sus asuntos. El, debió de decirles sus proyectos, sus propios deseos.
-Era Andrés uno de los dos... Encontró luego a su hermano Simón y le dijo: "Hemos hallado al Mesías". Andrés condujo a su hermano a Jesús. La aventura divina, se realiza en las relaciones humanas: Juan y Andrés eran amigos, pertenecían al mismo equipo de pesca sobre el lago (Lucas, 5, 10)... Además estaban unidos por el mismo ideal, en torno a Juan Bautista que habían seguido primero. Y he aquí que ahora también los lazos de la sangre entran en juego: Andrés conduce a su hermano Simón. Es pues un grupo natural el que se halla "embarcado" en la aventura apostólica: cuatro hombres que se conocían, Andrés, Simón, Juan, Santiago. Una vocación no nace en las nubes: todo un contexto humano la favorece o la estorba. Trataré de estar más atento a los fenómenos de grupos, a las comunidades naturales, a la solidaridad que enlaza a las gentes. La buena nueva del evangelio no atañe a individuos aislados, sino a personas, en relación con otras... y es por medio de esas relaciones que se propaga un cierto encuentro con Jesús. Crear lazos. ¿Cuál es mi ambiente, mi comunidad real? Vivir en primer lugar, en mí, los lazos naturales. ¿Qué personas se relacionan conmigo? No vivir solo. Participar. Estar con. Desarrollar las amistades.
-Jesús, fijando la vista en Simón, dijo: "Tú eres Simón el hijo de Juan; tú serás llamado "Cefas", que quiere decir Pedro. Importancia del "nombre" entre los semitas... Jesús cambia el nombre de uno de los que formaban ese grupo de amigos. Es un tomar, un contar con él, un confiarle un papel a desempeñar: piedra, roca. Si toda vocación divina arraiga en lo humano, como acabamos de constatar, continúa siendo, no obstante, una llamada de Dios, una iniciativa divina. A través de nuestras relaciones humanas, si sabemos mirarlas en profundidad, con fe, veremos que se juega allí un designio de Dios: no es por azar que he encontrado a tal persona, que trabajo o habito cerca de "tal"; Dios cuenta con ello, y El tiene algo que ver en este encuentro o en estas relaciones (Noel Quesson).
El testimonio que Juan el Bautista ha dado de Jesús hace que algunos de sus discípulos pasen a seguir al Mesías. Que era lo que quería Juan: «que yo mengüe y que él crezca». Seguimos leyendo la primera página del ministerio mesiánico de Jesús. Andrés y el otro discípulo le siguen, le preguntan dónde vive, conviven con él ese día, y así serán luego testigos suyos y la Buena Noticia se irá difundiendo. Andrés corre a decírselo a su hermano Simón: «hemos encontrado al Mesías», y propicia de este modo el primer encuentro de Simón con Jesús, que le mira fijamente y le anuncia ya que su verdadero nombre va a ser Cefas, Piedra. Pedro.
La Navidad -el Dios hecho hombre- nos ha traído la gran noticia de que somos hijos en el Hijo, y hermanos los unos de los otros. Pero también nos recuerda que los hijos deben abandonar el estilo del mundo o del diablo, renunciar al pecado y vivir como vivió Jesús. Si en días anteriores las lecturas nos invitaban con una metáfora a vivir en la luz, ahora más directamente nos dicen que desterremos el pecado de nuestra vida. El pecado no hace falta que sean fallos enormes y escandalosos. También son pecado las pequeñas infidelidades en nuestra vida de cada día, nuestra pobre generosidad, la poca claridad en nuestro estilo de vida. Navidad nos invita a un mayor amor en nuestro seguimiento de Jesús. Empezamos el año con un programa ambicioso. No quiere decir que nunca más pecaremos, sino que nuestra actitud no puede ser de conformidad con el pecado. Que debemos rechazarlo y desear vivir como Cristo, en la luz y en la santidad de Dios. Por desgracia todos tenemos la experiencia del pecado en nosotros mismos, que siempre de alguna manera es negación de Dios, ruptura con el hermano y daño contra nuestra propia persona, porque nos debilita y oscurece. Cuando en nuestras opciones prevalece el pecado, por dejadez propia o por tentación del ambiente que nos rodea, no estamos siendo hijos de Dios.
Fallamos a su amor. La Plegaria Eucarística IV del Misal describe el pecado de nuestros primeros padres así: «cuando por desobediencia perdió tu amistad...». Y al contrario: cuando renunciamos a nuestros intereses e instintos para seguir a Cristo, entonces sí estamos actuando como hijos, y estamos celebrando bien la Navidad. En la bendición solemne de la Navidad el presidente nos desea esta gracia: «el Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo... aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia».
Como los discípulos del Bautista en el evangelio, los cristianos somos llamados, a seguir a Cristo Jesús. Seguir es ver, experimentar, estar con, convivir con Jesús, conocer su voz, imitar su género de vida, y dar así testimonio de él ante todos. Ese «venid y veréis» ha debido ser para nosotros la experiencia de la Navidad, si la estamos celebrando bien. ¿Salimos de ella más convencidos de que vale la pena ser seguidores y apóstoles de Jesús?, ¿tenemos dentro una buena noticia para comunicar?, ¿la transmitiremos a otros, como Andrés a su hermano Pedro?
La Eucaristía la celebramos con una humilde conciencia de que somos pecadores. Al inicio de la misa decimos a veces la hermosa oración penitencial: «yo confieso... por mi culpa, por mi culpa». Reconocemos que somos débiles pero le pedimos a Dios su ayuda y su perdón. En el Padrenuestro pedimos cada día: «mas líbranos del mal», que también puede significar «mas líbranos del maligno». Y somos invitados a la comunión asegurándonos que el Señor que se ha querido hacer nuestro alimento es ese Jesús que vino para «quitar el pecado del mundo» (J. Aldazábal).
San Agustín, que fue un discípulo y un maestro en el arte de la búsqueda, nos enseñó que sólo buscamos aquello que previamente nos ha atraído. Toda búsqueda nace de una seducción inicial. Busca quien se siente interiormente llamado. Si hoy nos cuesta buscar con ahínco, tal vez sea porque hemos cerrado las fuentes de la seducción. ¿Dónde experimentamos la seducción de Jesús?
A menudo, en el seno de la iglesia, se oyen voces que hablan de la pérdida de atracción. Se dice que las misas no son "atractivas" para los jóvenes. Muchos piensan que ser religioso o sacerdote ha dejado de atraer. Y así otras muchas cosas. ¿Qué es lo que hace que una realidad sea atractiva o atrayente? ¡Su magnetismo, su fuerza de gravedad! Una realidad es atractiva cuando nos arrastra hacia el fondo de nosotros mismos, no cuando nos aleja de él. Jesús debió de resultar extraordinariamente atractivo porque su sola mirada era una invitación a vivir en verdad. Y, claro, cuando uno se sitúa en ese nivel, inmediatamente comienza a hacer preguntas y a buscar. Creo que sólo así podemos comprender bien por qué las primeras palabras de Jesús son una pregunta (gonzalo@claret.org).
En la lectura evangélica Juan Bautista vuelve a llamar a Jesús "cordero de Dios", y los dos discípulos que lo acompañan comprenden el mensaje: se van si guiendo a Jesús. Es un hermoso relato de vocación, Jesús se da cuenta de que lo siguen y les pregunta "¿qué buscan?". Todos buscamos algo, máxime si vamos tras Je sús, y hemos de responderle como los discípulos de Juan, que ahora comienzan a ser sus discípulos: "¿Maestro, dónde vives?". Porque se trata de vivir con Jesús, de estar con Él, de llegar a conocerle íntimamente, hasta descubrir quién es, qué quiere de noso tros, cuál es la enseñanza que nos trae.
El evangelista nos dice que los discípulos vieron dónde vivía Jesús y que se quedaron con Él ese día. En el evangelio de Juan las palabras tienen siempre un significado secreto, misterioso, una especie de do ble sentido. "Ver" dónde vive Jesús significa mucho más que conocer su dirección; "quedarse" con El, es mucho más que pasar un rato conversando de cualquier cosa. Ver dónde vive Jesús y quedarse con Él es hacer una profunda experiencia de discipulado, es estar sentado a sus pies bebiendo sus palabras, aco giendo su enseñanza, dejándose iluminar por su luz. Hasta el punto de quedar transformado en verdadero discípulo suyo, no ya de Juan Bautista. La prueba de esta transformación es que el discípulo llama a otros discípulos; quien ya sabe don de vive Jesús y se ha quedado con El, quiere llamar a otros a seguirle también. Como lo hace Andrés, lleno de júbilo, con su hermano Simón: "¡hemos encontra do al Mesías!" (Juan Mateos).
Hoy, el Evangelio nos recuerda las circunstancias de la vocación de los primeros discípulos de Jesús. Para prepararse ante la venida del Mesías, Juan y su compañero Andrés habían escuchado y seguido durante un tiempo al Bautista. Un buen día, éste señala a Jesús con el dedo, llamándolo Cordero de Dios. Inmediatamente, Juan y Andrés lo entienden: ¡el Mesías esperado es Él! Y, dejando al Bautista, empiezan a seguir a Jesús. Jesús oye los pasos tras Él. Se gira y fija la mirada en los que le seguían. Las miradas se cruzan entre Jesús y aquellos hombres sencillos. Éstos quedan prendados. Esta mirada remueve sus corazones y sienten el deseo de estar con Él: «Dónde vives?» (Jn 1,38), le preguntan. «Venid y lo veréis» (Jn 1,39), les responde Jesús. Los invita a ir con Él y a mirar, contemplar. Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente, cuando el sol se alza por encima del mundo. Encendidos con la llama de aquel «Sol que viene del cielo, para iluminar a los que yacen en las tinieblas» (cf. Lc 1,78-79), marchan a irradiarlo. Enardecidos, sienten la necesidad de comunicar lo que han contemplado y vivido a los primeros que encuentran a su paso: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Los santos también lo han hecho así. San Francisco, herido de amor, iba por las calles y plazas, por las villas y bosques gritando: «El Amor no está siendo amado». Lo esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino (Josep Mª Massana).
“Es tan manso como un cordero”, solemos decir con cierta frecuencia. Y, en efecto, el cordero es como el símbolo de la mansedumbre, de la bondad y de la paz. Es un animalito inocuo y totalmente indefenso; más aún, cuando es todavía pequeño, nos despierta sentimientos de viva simpatía por su candor e inocencia. Pues Jesucristo nuestro Señor no rehusó adjudicarse a sí mismo el título de “Cordero de Dios”. Es verdad que fue Juan Bautista el que se lo aplicó, pero Jesús no lo rechaza. Es más, lo acepta de buen grado.
Fue el Papa san Sergio I quien introdujo el “Agnus Dei” en el rito de la Misa, justo antes de la Comunión. Y, desde entonces, todos los fieles cristianos recordamos diariamente aquellas palabras del Bautista: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Desde los primerísimos siglos de la Iglesia, la imagen del cordero ha sido un símbolo tradicional en la iconografía y en la liturgia católica. Con frecuencia lo vemos grabado o pintado en los lugares y objetos de culto, bordado en los ornamentos sagrados o esculpido en el arte sacro. Pronto esta figura, junto con la del pez, fue un signo común entre los cristianos. Y, para comprenderlo mejor, tratemos de ver brevemente la rica simbología bíblica que está detrás.
El profeta Jeremías, perseguido por sus enemigos por predicar en el nombre de Dios, se compara a sí mismo como “a un cordero llevado al matadero” (Jer 11,19). Poco más tarde, el profeta Isaías retoma esta misma imagen en el famoso cuarto canto del Siervo de Yahvé, que debe morir por los pecados del mundo y que no abre la boca para protestar, a pesar de todas las injurias e injusticias que se cometen contra él, manso e indefenso como un “cordero llevado al matadero” (Is 53,7). En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que el eunuco de Etiopía iba leyendo este texto en su carroza y que el apóstol Felipe le explicó quién era ese Siervo doliente de Yahvé descrito por el profeta: Jesús, nuestro Mesías, que nos redimió con los dolores y quebrantos de su pasión.
Pero, además, el tema del cordero se remonta hasta la época de Moisés y a la liberación de Israel de manos del faraón. El libro del Éxodo nos narra que, cuando Dios decidió liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, ordenó que cada familia sacrificase un cordero sin defecto, macho, de un año, que lo comiesen por la noche y que con su sangre untaran las jambas de las puertas en donde se encontraban. Con este gesto fueron salvados todos los israelitas de la plaga exterminadora que asoló aquella noche al país de Egipto, matando a todos sus primogénitos (Ex 12,1-14). Unos días más tarde, en el monte Sinaí, Dios consumía su alianza con Israel sellando su pacto con la sangre del cordero pascual (Ex 24,1-11). Es entonces cuando Israel queda convertido en el pueblo de la alianza, de la propiedad de Dios, en pueblo sacerdotal, elegido y consagrado a Dios con un vínculo del todo singular (Ex 19,5-6).
En el Nuevo Testamento, la tradición cristiana ha visto en el cordero, con toda razón, la imagen de Cristo mismo. San Pablo, escribiendo a los fieles de Corinto, les dice que les transmite una tradición que él, a su vez, ha recibido y procede de manos del Señor: “Que el Señor Jesús, en la noche que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Y lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (I Cor 11,23-26).
Cristo, “nuestro Cordero pascual, ha sido inmolado”, decía Pablo a la comunidad de Corinto (I Cor 5,7). Y Pedro, en su primera epístola, invitaba a los fieles a recordar que “habían sido rescatados de su vano vivir no con oro o plata, que son bienes corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha” (I Pe 1,18-19).
Y también en el libro del Apocalipsis encontraremos esta imagen en diversos momentos. Aparece con tonos solemnes y dramáticos un cordero, como degollado, rodeado de los cuatro vivientes y de los veinticuatro ancianos, y es el único capaz de presentarse ante el trono de la Majestad de Dios y abrir los sellos del libro sagrado. Entonces todos los ancianos y miles y miles de la corte celestial se postran delante del cordero para tributarle honor, gloria y adoración por los siglos (Ap 5,2-9.13).
Y al final del Apocalipsis –que es también la conclusión de toda la Biblia— se nos presentan, en todo su espendor y belleza, las bodas místicas del Cordero con su Iglesia, que aparece toda hermosa y ricamente ataviada, como una novia que se engalana para su esposo (Ap 19, 6-9;21, 9).
A esta luz, el símbolo del cordero se nos ha llenado de sentido y de una riqueza teológica y espiritual fuera de serie. Ese cordero pascual es Jesucristo mismo. Es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo, el Cordero pascual de nuestra redención, que se inmoló como sacrificio perfecto en su Sangre e instituyó como sacramento la noche del Jueves Santo. Así, su Iglesia puede celebrar todos los días, en la Santa Misa y en los demás sacramentos, el memorial de la pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor, para prolongar su presencia entre nosotros y su acción salvadora hasta el final de los tiempos.
Gracias a esto, hoy todos los católicos del mundo repetimos diariamente en el santo sacrificio eucarístico esas mismas palabras, por labios del sacerdote: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¡Dichosos los invitados al banquete del Señor!”.
Ojalá que, a partir de hoy, cada vez que digamos estas palabras, lo hagamos con todo el fervor de nuestra fe, de nuestro amor y adoración, pidiendo a Dios por la salvación de toda la humanidad. ¡Éstos son los deseos de Jesucristo, el gran Cordero y Pastor de nuestras almas! (Sergio Córdova). Llucià Pou Sabaté
Salmo 97,1-2ab.7-8a.8b-9. R. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, por e ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes.
Al Señor, que llega para regir la tierra. Regirá e orbe con Justicia y los pueblos con rectitud.
Texto del Evangelio (Jn 1,35-42): En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» —que quiere decir, “Piedra”.
Comentario: 1.- 1 Jn 3,7-10. -«Hijos de Dios»... «Hijos del diablo»... Juan acaba de descubrir a los hijos de Dios. Ahora los contrapone a los "hijos del diablo". Esa expresión hace estremecerse. Del mismo modo que se puede vivir «en comunión con Dios», se puede también «vivir con el diablo». Podemos estar unidos a Dios y podemos encadenarnos al mal. Pero no olvidemos que esto no determina ante todo dos categorías de hombres -resultaría demasiado fácil clasificarse en la primera-; en realidad la frontera que separa a los hijos de Dios de los hijos del diablo, pasa por nuestro propio corazón. Por algunos aspectos de mi vida, soy «de Dios» ¡Gracias, Señor!... Por otros, soy «del diablo»... Perdón, Señor! -Mirad como se distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo: 1. El que no practica la justicia, no pertenece a Dios... 2. Tampoco el que no ama a su hermano es de Dios... Dos signos sencillos. Dos criterios. Es nuestro género de vida cotidiano el que nos hace pertenecer a Dios o al Diablo. La justicia. El Amor. Yo me dejo investir por esas dos palabras. Yo miro mi vida bajo esas dos luces: Ser justo... amar... Sin embargo, confío que son muchos los que «pertenecen a Dios». Pienso en todos los gestos de justicia y de amor verdadero, en todos los deseos de justicia y de fraternidad que surgen en el mundo por doquier. Evidentemente, ¡Ahí está Dios!
-Hijitos míos, que nadie os extravíe. Juan se preocupa mucho de preservar a sus cristianos de posibles desviaciones. El mal, el error pueden infiltrarse. Muy pronto empezaron las herejías. Los falsos doctores, los falsos conductores, los falsos profetas existen hoy como siempre existieron. «¡Que nadie os extravíe!»
-Quien vive según la justicia es justo, como El, Jesús, es justo. El punto de referencia es siempre la persona de Jesús. ¿En qué se basa mi juicio?... ¿En un código, en principios, en una moral, en una ideología, en una mentalidad inconsciente, en unos hábitos? «¡Jesús es justo!» Esta debería ser mi referencia constante. Exigencia infinita.
-Quien comete el pecado es del diablo, que ha sido pecador desde el Principio. Precisamente para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo. El mundo es el teatro donde se libra ese gran combate. Jesucristo está en el corazón del mundo, como en la arena, en un cuerpo a cuerpo, luchando contra el pecado. Señor, hazme participar en tu combate. Señor, concédeme lucidez suficiente para descubrir a mi alrededor el pecado del mundo y mi propia participación en él.
-Quien ha nacido de Dios no comete pecado, porque permanece en él la semilla sembrada por Dios: por lo tanto no puede pecar. Hay que entender eso bien. En otros pasajes (1 Juan 1, 8-1O) Juan nos dice que tenemos pecados. ¡Eso es evidente! Aquí Juan afirma que «el hombre nacido de Dios» está colocado en una especie de estado fundamental que no es ya el mal; se trata de esa orientación global que marca la dirección principal de una vida. Gracias, Señor, por esa explicación. A pesar de los desvíos y los resbalones pasajeros, a pesar de las caídas ocasionales, es también mucha verdad, Señor, que te pertenezco y que voy a Ti. «Tu divina simiente permanece en mí» ¡Gracias. Quédate conmigo! (Noel Quesson).
«El que ha nacido de Dios no comete pecado». Si ayer nos alegrábamos de la gran afirmación de que somos hijos, hoy la carta de Juan insiste en las consecuencias de esta filiación: el que se sabe hijo de Dios no debe pecar. Se contraponen los hijos de Dios y los hijos del diablo. Los que nacen de Dios y los que nacen del maligno. El criterio para distinguirlos está en su estilo de vida, en sus obras.
«Quien comete el pecado es del diablo», porque el pecado es la marca del maligno, ya desde el principio. Mientras que «el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él: no puede pecar porque ha nacido de Dios». Es totalmente incompatible el pecado con la fe y la comunión con Jesús. ¿Cómo puede reinar en nosotros el pecado si hemos nacido de Dios y su semilla permanece en nosotros? Los nacidos de Dios han de obrar justamente, como él es justo, y como Jesús es el Justo, mientras que «el que no obra la justicia no es de Dios». Añade también el amor al hermano, que será lo que desarrollará en las páginas siguientes de su carta.
2. El salmo 97 habla del triunfo del Señor en su venida final, dice Juan Pablo II: “se trata de un himno al Señor rey del universo y de la historia (cf v 6). Se define como "cántico nuevo" (v 1), que en el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan "el son melodioso" de la cítara (cf. v 5), los clarines y las trompetas (cf v 6), pero también una especie de aplauso cósmico (cf v 8). Luego, resuena repetidamente el nombre del "Señor" (seis veces), invocado como "nuestro Dios" (v 3). Por tanto, Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para "juzgar" al mundo y a los pueblos (cf v 9). El verbo hebreo que indica el "juicio" significa también "regir": por eso, se espera la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.
El salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf vv 1-3). Las imágenes de la "diestra" y del "santo brazo" remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf v 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: "misericordia" y "fidelidad" (cf v 3). Estos signos de salvación se revelan "a las naciones", hasta "los confines de la tierra" (vv 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica…
Son cuatro los cantores de este inmenso coro de alabanza. El primero es el mar, con su fragor, que parece actuar de contrabajo continuo en ese himno grandioso (cf v 7). Lo siguen la tierra y el mundo entero (cf vv 4 y 7), con todos sus habitantes, unidos en una armonía solemne. La tercera personificación es la de los ríos, que, al ser considerados como brazos del mar, parecen aplaudir con su flujo rítmico (cf v 8). Por último, vienen las montañas, que parecen danzar de alegría ante el Señor, aun siendo las criaturas más sólidas e imponentes (cf v 8; Sal 28,6; 113,6). Así pues, se trata de un coro colosal, que tiene como única finalidad exaltar al Señor, rey y juez justo. En su parte final, el salmo, como decíamos, presenta a Dios "que llega para regir (juzgar) la tierra (...) con justicia y (...) con rectitud" (Sal 97,9). Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: "¡Venga tu reino!", un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.
En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio "se ha revelado la justicia de Dios" (cf Rm 1,17), "se ha manifestado" (cf Rm 3,21). La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio "es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego", es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora "todos los confines de la tierra" no sólo "han contemplado la salvación de nuestro Dios" (Sal 97,3), sino que la han recibido.
Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el "cántico nuevo" del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: "Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios". Prosigue Orígenes: Cristo "hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo"”.
3. A. Comentario mío de 2008. “¿Es éste el cordero de Dios?”, quizá sería la pregunta que dirigieron a Juan Bautista los discípulos que él previamente había preparado para seguir a Jesús: Andrés y Juan, Pedro y Santiago. Son de Galilea, y están aprendiendo al lado del maestro Juan, en Judea, como de campamento, lejos de su tierra. Jesús llama por entero su atención, nos lo imaginamos –como lo pinta la NASA, en sus estudios sobre la sábana santa- alto, de 1.75-1.80 m.; unos 80 kg. de peso, largo cabello, espalda ancha, andar firme y seguro. "Maestro, ¿dónde vives?" Le preguntan. "Venid conmigo y así vosotros mismos lo veréis", y van con el galileo, hechizados por su presencia, están a gusto, con sus corazones que arden en ideales, en encontrar la verdad, un amor para dar la vida. Se acuerdan de la hora: “hacia las cuatro de la tarde”… Comenzarían un diálogo maravilloso, como indicaba Juan Pablo II para todo diálogo: "descubro también que mi persona se enriquece por medio de la conversación. Porque poseer sólidas convicciones es hermoso; pero más hermoso todavía es poderlas comunicar y verlas compartidas y apreciadas por otros"; cuando este diálogo afecta a las cosas nucleares, es más rico aún, como dirá más tarde Jesús (Mt 12, 35): "el hombre de bien, de su buen fondo saca cosas buenas; y el hombre malo, de su mal fondo saca cosas malas". Vemos en este Evangelio la formación del primer núcleo de discípulos, del que el Señor dará una llamada como apóstoles para confiarles la Iglesia más tarde.
Hoy también hay muchos que van sin rumbo, buscando la verdad, lo indicaba Benedicto XVI: «hay personas que se comprometen con la paz y con el bien de la comunidad, a pesar de que no comparten la fe bíblica, a pesar de que no conocen la esperanza de la Ciudad eterna a la que nosotros aspiramos. Tienen una chispa de deseo de lo desconocido, de lo más grande, del trascendente, de una auténtica redención». Siguiendo a San Agustín, ante el cual aparece un mundo también pagano, añade: “Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, al estar predestinados para ser ciudadanos de Jerusalén… Si se dedican con conciencia pura a estas tareas». Para esto ha venido Dios a la tierra como Cordero: “quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad”, como dice Pablo. Queda mucho trabajo, y para ello el Señor sigue llamando: “venid y veréis”… A los que tenemos fe, ser fieles va unido a la llamada al apostolado. La Iglesia es misionera, como se ha recordado estos días. Y la eficacia llega a todos, en una solidaridad nueva traída por Cristo.
Pío IX en 1854 dijo que los que ignoran la verdadera religión, cuando su ignorancia es invencible, no son culpables de este hecho ante los ojos de Dios; y añadió en 1863: «Es sabido que los que observan con celo la ley natural y sus preceptos esculpidos por Dios en el corazón de todo hombre, pueden alcanzar la vida eterna si están dispuestos a obedecer a Dios y si conducen una vida recta». Quizá hoy muchos están apartados de la fe por una cierta desilusión, resentimientos, condicionamientos culturales y sociales… Jesús ha venido a quitar el pecado, a ofrecer la salvación a todos. A los que no conocen, para que conozcan. La doctora Morali, citando «Lumen Gentium» 16 (los que «buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna») subraya en el texto que esa búsqueda del bien, el empeño y la voluntad de llevarlo son efectos de la acción de la gracia. Jesús está implicado en cada persona, unido a ella; de manera que «la divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta». Y ser apóstol es ayudar como instrumentos divinos a que este camino sea más fácil, como dice «Ad Gentes» (n. 7) sobre la necesidad de la fe: «Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que Él sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar».
Tertuliano afirmaba: «alma naturaliter christiana» [el alma es naturalmente cristiana]. Este anhelo está inscrito en el corazón de la persona, somos imagen de Dios en Jesucristo, que es la Imagen de Dios. Con la Encarnación, Jesús se ha unido en cierto modo a cada persona, nos decía Juan Pablo II, está a nuestro lado en el camino de la vida, como en el camino de Emaus, y para ello nos pide colaboración, pues él actúa de una manera especial con el bautismo y los otros medios que perfeccionan a lo largo de su vida al cristiano.
* Para ello Jesús entra en esta historia, la expresión de cordero indica también que entra en las tentaciones de Moisés, como dice Ratzinger: “como Moisés, ofreció el sagrado canje: ser borrado del libro de la vida para salvar a su pueblo. De este modo, Jesús será el Cordero de Dios que carga sobre sí los pecados del mundo, el nuevo Moisés que está verdaderamente «en el seno del Padre» y, cara a cara con El, nos lo revela. El es verdadera fuente de agua viva en los desiertos del mundo; El, que no sólo habla, sino que es la palabra de la vida: camino, verdad y vida. Desde lo alto de la cruz, nos da la nueva alianza. Con la resurrección, el verdadero Moisés entra en la Tierra Prometida, cerrada para Moisés, y con la llave de la cruz nos abre las puertas del Paraíso.
Jesús, por tanto, asume y concentra en sí toda la historia de Israel. Esta historia es su historia: Moisés y Elías no sólo hablaron con El, sino de El. Convertirse al Señor es entrar en la historia de la salvación, volver con Jesús a los orígenes, a la cumbre del Sinaí, rehacer el camino de Moisés y de Elías, que es la vía que conduce hacia Jesús y hacia el Padre, tal como nos la describe Gregorio de Nisa en su Ascensus Moysis”.
Esto se ve en las tentaciones de Jesús; ser Cordero quiere decir también participar “en las tentaciones de su pueblo y del mundo, sobrellevar nuestra miseria, vencer al enemigo y abrirnos así el camino que lleva a la Tierra Prometida”. De una manera especial es modelo del sacerdote: “mantenerse en primera línea, expuesto a las tentaciones y a las necesidades de una época concreta, soportar el sufrimiento de la fe en un determinado tiempo, con los demás y para los demás”. En las épocas de crisis en el campo de las ideas o de la vida social o política, “es normal que los sacerdotes y los religiosos sientan su impacto antes incluso que los laicos; arraigados en la firmeza y en el sufrimiento de su fe y de su oración, deben ellos construir el camino del Señor en los nuevos desiertos de la historia. El camino de Moisés y de Elías se repite siempre, y así la vida humana entra en todo tiempo en la única senda y en la única historia del Señor Jesús”.
** Todo ello está presente en ese primer encuentro de Jesús con los que serán “suyos”. Fray Josep Mª Massana, al contemplar esta escena, señala aquella pregunta de los jóvenes: «‘Maestro, ¿dónde vives?’. Les respondió: ‘Venid y lo veréis’» . “Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente, cuando el sol se alza por encima del mundo.
Encendidos con la llama de aquel «Sol que viene del cielo, para iluminar a los que yacen en las tinieblas» (cf. Lc 1,78-79), marchan a irradiarlo. Enardecidos, sienten la necesidad de comunicar lo que han contemplado y vivido a los primeros que encuentran a su paso: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Los santos también lo han hecho así. San Francisco, herido de amor, iba por las calles y plazas, por las villas y bosques gritando: «El Amor no está siendo amado».
Lo esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino”.
B. Comentario que tomo de textos de mercaba.org en 2010. Jn 1,35-42 (ver domingo 2B). -Juan Bautista, fijando su vista sobre Jesús que pasaba... dijo: He aquí el Cordero de Dios. Fijar los ojos en Jesús. Impregnarme de esta contemplación.
-Los dos discípulos que oyeron esta Palabra, siguieron a Jesús. Me imagino esta escena. Jesús va por un sendero. Dos hombres se deciden a seguirle, tímidamente, con el corazón saltante... Es el primer encuentro. ¿Qué va a hacer Jesús? ¿Qué pensará? Por el momento basta "seguirle".
-Volvióse Jesús a ellos, viendo que le seguían y les dijo: "¿Qué buscáis?" Primera palabra de Jesús. Se da cuenta de que le buscan... El les hace una pregunta. "Maestro (Rabí) ¿dónde moras?" Buscar. Seguir. Quedarse con. Tres actitudes esenciales. ¿Busco yo a Dios? ¿Le sigo? ¿Me quedo con El?
-"Venid y ved" Es una respuesta a su deseo. Respetuosa con su libertad. "Venid a ver".
-Y permanecieron con El aquel día. Era como las cuatro de la tarde. Juan lo recuerda con precisión. Anota la hora. Esto es normal, pues era su primera conversación con Jesús ¿Qué se dijeron? Ambos debieron de contarle su vida, sus deseos, sus asuntos. El, debió de decirles sus proyectos, sus propios deseos.
-Era Andrés uno de los dos... Encontró luego a su hermano Simón y le dijo: "Hemos hallado al Mesías". Andrés condujo a su hermano a Jesús. La aventura divina, se realiza en las relaciones humanas: Juan y Andrés eran amigos, pertenecían al mismo equipo de pesca sobre el lago (Lucas, 5, 10)... Además estaban unidos por el mismo ideal, en torno a Juan Bautista que habían seguido primero. Y he aquí que ahora también los lazos de la sangre entran en juego: Andrés conduce a su hermano Simón. Es pues un grupo natural el que se halla "embarcado" en la aventura apostólica: cuatro hombres que se conocían, Andrés, Simón, Juan, Santiago. Una vocación no nace en las nubes: todo un contexto humano la favorece o la estorba. Trataré de estar más atento a los fenómenos de grupos, a las comunidades naturales, a la solidaridad que enlaza a las gentes. La buena nueva del evangelio no atañe a individuos aislados, sino a personas, en relación con otras... y es por medio de esas relaciones que se propaga un cierto encuentro con Jesús. Crear lazos. ¿Cuál es mi ambiente, mi comunidad real? Vivir en primer lugar, en mí, los lazos naturales. ¿Qué personas se relacionan conmigo? No vivir solo. Participar. Estar con. Desarrollar las amistades.
-Jesús, fijando la vista en Simón, dijo: "Tú eres Simón el hijo de Juan; tú serás llamado "Cefas", que quiere decir Pedro. Importancia del "nombre" entre los semitas... Jesús cambia el nombre de uno de los que formaban ese grupo de amigos. Es un tomar, un contar con él, un confiarle un papel a desempeñar: piedra, roca. Si toda vocación divina arraiga en lo humano, como acabamos de constatar, continúa siendo, no obstante, una llamada de Dios, una iniciativa divina. A través de nuestras relaciones humanas, si sabemos mirarlas en profundidad, con fe, veremos que se juega allí un designio de Dios: no es por azar que he encontrado a tal persona, que trabajo o habito cerca de "tal"; Dios cuenta con ello, y El tiene algo que ver en este encuentro o en estas relaciones (Noel Quesson).
El testimonio que Juan el Bautista ha dado de Jesús hace que algunos de sus discípulos pasen a seguir al Mesías. Que era lo que quería Juan: «que yo mengüe y que él crezca». Seguimos leyendo la primera página del ministerio mesiánico de Jesús. Andrés y el otro discípulo le siguen, le preguntan dónde vive, conviven con él ese día, y así serán luego testigos suyos y la Buena Noticia se irá difundiendo. Andrés corre a decírselo a su hermano Simón: «hemos encontrado al Mesías», y propicia de este modo el primer encuentro de Simón con Jesús, que le mira fijamente y le anuncia ya que su verdadero nombre va a ser Cefas, Piedra. Pedro.
La Navidad -el Dios hecho hombre- nos ha traído la gran noticia de que somos hijos en el Hijo, y hermanos los unos de los otros. Pero también nos recuerda que los hijos deben abandonar el estilo del mundo o del diablo, renunciar al pecado y vivir como vivió Jesús. Si en días anteriores las lecturas nos invitaban con una metáfora a vivir en la luz, ahora más directamente nos dicen que desterremos el pecado de nuestra vida. El pecado no hace falta que sean fallos enormes y escandalosos. También son pecado las pequeñas infidelidades en nuestra vida de cada día, nuestra pobre generosidad, la poca claridad en nuestro estilo de vida. Navidad nos invita a un mayor amor en nuestro seguimiento de Jesús. Empezamos el año con un programa ambicioso. No quiere decir que nunca más pecaremos, sino que nuestra actitud no puede ser de conformidad con el pecado. Que debemos rechazarlo y desear vivir como Cristo, en la luz y en la santidad de Dios. Por desgracia todos tenemos la experiencia del pecado en nosotros mismos, que siempre de alguna manera es negación de Dios, ruptura con el hermano y daño contra nuestra propia persona, porque nos debilita y oscurece. Cuando en nuestras opciones prevalece el pecado, por dejadez propia o por tentación del ambiente que nos rodea, no estamos siendo hijos de Dios.
Fallamos a su amor. La Plegaria Eucarística IV del Misal describe el pecado de nuestros primeros padres así: «cuando por desobediencia perdió tu amistad...». Y al contrario: cuando renunciamos a nuestros intereses e instintos para seguir a Cristo, entonces sí estamos actuando como hijos, y estamos celebrando bien la Navidad. En la bendición solemne de la Navidad el presidente nos desea esta gracia: «el Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo... aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia».
Como los discípulos del Bautista en el evangelio, los cristianos somos llamados, a seguir a Cristo Jesús. Seguir es ver, experimentar, estar con, convivir con Jesús, conocer su voz, imitar su género de vida, y dar así testimonio de él ante todos. Ese «venid y veréis» ha debido ser para nosotros la experiencia de la Navidad, si la estamos celebrando bien. ¿Salimos de ella más convencidos de que vale la pena ser seguidores y apóstoles de Jesús?, ¿tenemos dentro una buena noticia para comunicar?, ¿la transmitiremos a otros, como Andrés a su hermano Pedro?
La Eucaristía la celebramos con una humilde conciencia de que somos pecadores. Al inicio de la misa decimos a veces la hermosa oración penitencial: «yo confieso... por mi culpa, por mi culpa». Reconocemos que somos débiles pero le pedimos a Dios su ayuda y su perdón. En el Padrenuestro pedimos cada día: «mas líbranos del mal», que también puede significar «mas líbranos del maligno». Y somos invitados a la comunión asegurándonos que el Señor que se ha querido hacer nuestro alimento es ese Jesús que vino para «quitar el pecado del mundo» (J. Aldazábal).
San Agustín, que fue un discípulo y un maestro en el arte de la búsqueda, nos enseñó que sólo buscamos aquello que previamente nos ha atraído. Toda búsqueda nace de una seducción inicial. Busca quien se siente interiormente llamado. Si hoy nos cuesta buscar con ahínco, tal vez sea porque hemos cerrado las fuentes de la seducción. ¿Dónde experimentamos la seducción de Jesús?
A menudo, en el seno de la iglesia, se oyen voces que hablan de la pérdida de atracción. Se dice que las misas no son "atractivas" para los jóvenes. Muchos piensan que ser religioso o sacerdote ha dejado de atraer. Y así otras muchas cosas. ¿Qué es lo que hace que una realidad sea atractiva o atrayente? ¡Su magnetismo, su fuerza de gravedad! Una realidad es atractiva cuando nos arrastra hacia el fondo de nosotros mismos, no cuando nos aleja de él. Jesús debió de resultar extraordinariamente atractivo porque su sola mirada era una invitación a vivir en verdad. Y, claro, cuando uno se sitúa en ese nivel, inmediatamente comienza a hacer preguntas y a buscar. Creo que sólo así podemos comprender bien por qué las primeras palabras de Jesús son una pregunta (gonzalo@claret.org).
En la lectura evangélica Juan Bautista vuelve a llamar a Jesús "cordero de Dios", y los dos discípulos que lo acompañan comprenden el mensaje: se van si guiendo a Jesús. Es un hermoso relato de vocación, Jesús se da cuenta de que lo siguen y les pregunta "¿qué buscan?". Todos buscamos algo, máxime si vamos tras Je sús, y hemos de responderle como los discípulos de Juan, que ahora comienzan a ser sus discípulos: "¿Maestro, dónde vives?". Porque se trata de vivir con Jesús, de estar con Él, de llegar a conocerle íntimamente, hasta descubrir quién es, qué quiere de noso tros, cuál es la enseñanza que nos trae.
El evangelista nos dice que los discípulos vieron dónde vivía Jesús y que se quedaron con Él ese día. En el evangelio de Juan las palabras tienen siempre un significado secreto, misterioso, una especie de do ble sentido. "Ver" dónde vive Jesús significa mucho más que conocer su dirección; "quedarse" con El, es mucho más que pasar un rato conversando de cualquier cosa. Ver dónde vive Jesús y quedarse con Él es hacer una profunda experiencia de discipulado, es estar sentado a sus pies bebiendo sus palabras, aco giendo su enseñanza, dejándose iluminar por su luz. Hasta el punto de quedar transformado en verdadero discípulo suyo, no ya de Juan Bautista. La prueba de esta transformación es que el discípulo llama a otros discípulos; quien ya sabe don de vive Jesús y se ha quedado con El, quiere llamar a otros a seguirle también. Como lo hace Andrés, lleno de júbilo, con su hermano Simón: "¡hemos encontra do al Mesías!" (Juan Mateos).
Hoy, el Evangelio nos recuerda las circunstancias de la vocación de los primeros discípulos de Jesús. Para prepararse ante la venida del Mesías, Juan y su compañero Andrés habían escuchado y seguido durante un tiempo al Bautista. Un buen día, éste señala a Jesús con el dedo, llamándolo Cordero de Dios. Inmediatamente, Juan y Andrés lo entienden: ¡el Mesías esperado es Él! Y, dejando al Bautista, empiezan a seguir a Jesús. Jesús oye los pasos tras Él. Se gira y fija la mirada en los que le seguían. Las miradas se cruzan entre Jesús y aquellos hombres sencillos. Éstos quedan prendados. Esta mirada remueve sus corazones y sienten el deseo de estar con Él: «Dónde vives?» (Jn 1,38), le preguntan. «Venid y lo veréis» (Jn 1,39), les responde Jesús. Los invita a ir con Él y a mirar, contemplar. Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente, cuando el sol se alza por encima del mundo. Encendidos con la llama de aquel «Sol que viene del cielo, para iluminar a los que yacen en las tinieblas» (cf. Lc 1,78-79), marchan a irradiarlo. Enardecidos, sienten la necesidad de comunicar lo que han contemplado y vivido a los primeros que encuentran a su paso: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Los santos también lo han hecho así. San Francisco, herido de amor, iba por las calles y plazas, por las villas y bosques gritando: «El Amor no está siendo amado». Lo esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino (Josep Mª Massana).
“Es tan manso como un cordero”, solemos decir con cierta frecuencia. Y, en efecto, el cordero es como el símbolo de la mansedumbre, de la bondad y de la paz. Es un animalito inocuo y totalmente indefenso; más aún, cuando es todavía pequeño, nos despierta sentimientos de viva simpatía por su candor e inocencia. Pues Jesucristo nuestro Señor no rehusó adjudicarse a sí mismo el título de “Cordero de Dios”. Es verdad que fue Juan Bautista el que se lo aplicó, pero Jesús no lo rechaza. Es más, lo acepta de buen grado.
Fue el Papa san Sergio I quien introdujo el “Agnus Dei” en el rito de la Misa, justo antes de la Comunión. Y, desde entonces, todos los fieles cristianos recordamos diariamente aquellas palabras del Bautista: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Desde los primerísimos siglos de la Iglesia, la imagen del cordero ha sido un símbolo tradicional en la iconografía y en la liturgia católica. Con frecuencia lo vemos grabado o pintado en los lugares y objetos de culto, bordado en los ornamentos sagrados o esculpido en el arte sacro. Pronto esta figura, junto con la del pez, fue un signo común entre los cristianos. Y, para comprenderlo mejor, tratemos de ver brevemente la rica simbología bíblica que está detrás.
El profeta Jeremías, perseguido por sus enemigos por predicar en el nombre de Dios, se compara a sí mismo como “a un cordero llevado al matadero” (Jer 11,19). Poco más tarde, el profeta Isaías retoma esta misma imagen en el famoso cuarto canto del Siervo de Yahvé, que debe morir por los pecados del mundo y que no abre la boca para protestar, a pesar de todas las injurias e injusticias que se cometen contra él, manso e indefenso como un “cordero llevado al matadero” (Is 53,7). En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que el eunuco de Etiopía iba leyendo este texto en su carroza y que el apóstol Felipe le explicó quién era ese Siervo doliente de Yahvé descrito por el profeta: Jesús, nuestro Mesías, que nos redimió con los dolores y quebrantos de su pasión.
Pero, además, el tema del cordero se remonta hasta la época de Moisés y a la liberación de Israel de manos del faraón. El libro del Éxodo nos narra que, cuando Dios decidió liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, ordenó que cada familia sacrificase un cordero sin defecto, macho, de un año, que lo comiesen por la noche y que con su sangre untaran las jambas de las puertas en donde se encontraban. Con este gesto fueron salvados todos los israelitas de la plaga exterminadora que asoló aquella noche al país de Egipto, matando a todos sus primogénitos (Ex 12,1-14). Unos días más tarde, en el monte Sinaí, Dios consumía su alianza con Israel sellando su pacto con la sangre del cordero pascual (Ex 24,1-11). Es entonces cuando Israel queda convertido en el pueblo de la alianza, de la propiedad de Dios, en pueblo sacerdotal, elegido y consagrado a Dios con un vínculo del todo singular (Ex 19,5-6).
En el Nuevo Testamento, la tradición cristiana ha visto en el cordero, con toda razón, la imagen de Cristo mismo. San Pablo, escribiendo a los fieles de Corinto, les dice que les transmite una tradición que él, a su vez, ha recibido y procede de manos del Señor: “Que el Señor Jesús, en la noche que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Y lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (I Cor 11,23-26).
Cristo, “nuestro Cordero pascual, ha sido inmolado”, decía Pablo a la comunidad de Corinto (I Cor 5,7). Y Pedro, en su primera epístola, invitaba a los fieles a recordar que “habían sido rescatados de su vano vivir no con oro o plata, que son bienes corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha” (I Pe 1,18-19).
Y también en el libro del Apocalipsis encontraremos esta imagen en diversos momentos. Aparece con tonos solemnes y dramáticos un cordero, como degollado, rodeado de los cuatro vivientes y de los veinticuatro ancianos, y es el único capaz de presentarse ante el trono de la Majestad de Dios y abrir los sellos del libro sagrado. Entonces todos los ancianos y miles y miles de la corte celestial se postran delante del cordero para tributarle honor, gloria y adoración por los siglos (Ap 5,2-9.13).
Y al final del Apocalipsis –que es también la conclusión de toda la Biblia— se nos presentan, en todo su espendor y belleza, las bodas místicas del Cordero con su Iglesia, que aparece toda hermosa y ricamente ataviada, como una novia que se engalana para su esposo (Ap 19, 6-9;21, 9).
A esta luz, el símbolo del cordero se nos ha llenado de sentido y de una riqueza teológica y espiritual fuera de serie. Ese cordero pascual es Jesucristo mismo. Es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo, el Cordero pascual de nuestra redención, que se inmoló como sacrificio perfecto en su Sangre e instituyó como sacramento la noche del Jueves Santo. Así, su Iglesia puede celebrar todos los días, en la Santa Misa y en los demás sacramentos, el memorial de la pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor, para prolongar su presencia entre nosotros y su acción salvadora hasta el final de los tiempos.
Gracias a esto, hoy todos los católicos del mundo repetimos diariamente en el santo sacrificio eucarístico esas mismas palabras, por labios del sacerdote: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¡Dichosos los invitados al banquete del Señor!”.
Ojalá que, a partir de hoy, cada vez que digamos estas palabras, lo hagamos con todo el fervor de nuestra fe, de nuestro amor y adoración, pidiendo a Dios por la salvación de toda la humanidad. ¡Éstos son los deseos de Jesucristo, el gran Cordero y Pastor de nuestras almas! (Sergio Córdova). Llucià Pou Sabaté
martes, 3 de enero de 2012
Navidad: 3 de Enero. Jesús, el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo
Texto del Evangelio (Jn 1,29-34): Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
Comentario: Celebramos hoy la fiesta del "Santísimo Nombre de Jesús" –que significa Salvador– e indica su misión, según había el ángel anunciado a la Virgen: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. También el ángel lo anunciará a su tiempo a su esposo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Jesu-Cristo tiene ahí asociada la misión (Jesús=Salvador) a su persona (Cristo=Mesías, el ungido, el hijo de Dios). También es inseparable del verdadero cristiano la actitud apostólica, al participar de la filiación divina en Cristo participamos también de su misión redentora.
Juan el Bautista, al ver a Jesús, pronunció estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (1, 29). Es la primera vez que sale esta expresión en el Nuevo Testamento, la primera vez que se aplica a Jesús. Benedicto XVI se plantea qué significan estas palabras, que en la liturgia romana se pronuncian antes de comulgar. ¿En qué sentido Jesús es «cordero» y cómo quita los pecados del mundo, los vence hasta dejarlos sin sustancia ni realidad? Cita a Joachim Jeremías, un protestante que ha profundizado mucho en la Escritura, por ejemplo sus ideas sobre el Padrenuestro coinciden mucho con lo que ha recogido el Catecismo; también aquí ha aportado elementos decisivos para entender esta palabra y poder considerarla como verdadera palabra del Bautista. En primer lugar, hay alusiones al Antiguo Testamento: Así proclama el canto del siervo de Dios (Isaías 53,7): «Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». La segunda alusión es aún más importante: la Pascua y el sacrificio del cordero pascual (memoria de la salida de Egipto, de la libertad de la tierra prometida). Jesús es el Cordero Pascual, según explica san Pablo (cf. 1 Co 5, 7), san Juan (cf. 19, 36), la Primera Carta de Pedro (cf. 1,19) y el Apocalipsis (cf. por ejemplo, 5,6).
La palabra hebrea significa tanto «cordero» como «mozo», «siervo» de Dios que «carga» con los pecados; puede verse el verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo: «Paciente como un cordero ofrecido en sacrificio, el Salvador se ha encaminado hacia la muerte por nosotros en la cruz; con la fuerza expiatoria de su muerte inocente ha borrado la culpa de toda la humanidad» (ThWNT 1343s). En las penas de la opresión egipcia el cordero pascual era el signo de la salvación por su sangre, ahora Jesús es el pastor que se ha convertido en cordero que quita los pecados del «mundo», ya no es sólo Israel sino la humanidad. Insiste el Papa: “Con ello se introduce el gran tema de la universalidad de la misión de Jesús. Israel no existe sólo para sí mismo: su elección es el camino por el que Dios quiere llegar a todos. Encontraremos repetidamente el tema de la universalidad como verdadero centro de la misión de Jesús. Aparece ya al comienzo del camino de Jesús, en el cuarto Evangelio, con la frase del cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
La expresión «cordero de Dios» interpreta, si podemos decirlo así, la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las profundidades de la muerte”. Por eso recitamos esta oración antes de comulgar, en el contexto de la renovación del sacrificio de la Cruz, cuando Jesús se nos da como alimento.
Llucià Pou Sabaté
Comentario: Celebramos hoy la fiesta del "Santísimo Nombre de Jesús" –que significa Salvador– e indica su misión, según había el ángel anunciado a la Virgen: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. También el ángel lo anunciará a su tiempo a su esposo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Jesu-Cristo tiene ahí asociada la misión (Jesús=Salvador) a su persona (Cristo=Mesías, el ungido, el hijo de Dios). También es inseparable del verdadero cristiano la actitud apostólica, al participar de la filiación divina en Cristo participamos también de su misión redentora.
Juan el Bautista, al ver a Jesús, pronunció estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (1, 29). Es la primera vez que sale esta expresión en el Nuevo Testamento, la primera vez que se aplica a Jesús. Benedicto XVI se plantea qué significan estas palabras, que en la liturgia romana se pronuncian antes de comulgar. ¿En qué sentido Jesús es «cordero» y cómo quita los pecados del mundo, los vence hasta dejarlos sin sustancia ni realidad? Cita a Joachim Jeremías, un protestante que ha profundizado mucho en la Escritura, por ejemplo sus ideas sobre el Padrenuestro coinciden mucho con lo que ha recogido el Catecismo; también aquí ha aportado elementos decisivos para entender esta palabra y poder considerarla como verdadera palabra del Bautista. En primer lugar, hay alusiones al Antiguo Testamento: Así proclama el canto del siervo de Dios (Isaías 53,7): «Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». La segunda alusión es aún más importante: la Pascua y el sacrificio del cordero pascual (memoria de la salida de Egipto, de la libertad de la tierra prometida). Jesús es el Cordero Pascual, según explica san Pablo (cf. 1 Co 5, 7), san Juan (cf. 19, 36), la Primera Carta de Pedro (cf. 1,19) y el Apocalipsis (cf. por ejemplo, 5,6).
La palabra hebrea significa tanto «cordero» como «mozo», «siervo» de Dios que «carga» con los pecados; puede verse el verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo: «Paciente como un cordero ofrecido en sacrificio, el Salvador se ha encaminado hacia la muerte por nosotros en la cruz; con la fuerza expiatoria de su muerte inocente ha borrado la culpa de toda la humanidad» (ThWNT 1343s). En las penas de la opresión egipcia el cordero pascual era el signo de la salvación por su sangre, ahora Jesús es el pastor que se ha convertido en cordero que quita los pecados del «mundo», ya no es sólo Israel sino la humanidad. Insiste el Papa: “Con ello se introduce el gran tema de la universalidad de la misión de Jesús. Israel no existe sólo para sí mismo: su elección es el camino por el que Dios quiere llegar a todos. Encontraremos repetidamente el tema de la universalidad como verdadero centro de la misión de Jesús. Aparece ya al comienzo del camino de Jesús, en el cuarto Evangelio, con la frase del cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
La expresión «cordero de Dios» interpreta, si podemos decirlo así, la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las profundidades de la muerte”. Por eso recitamos esta oración antes de comulgar, en el contexto de la renovación del sacrificio de la Cruz, cuando Jesús se nos da como alimento.
Llucià Pou Sabaté
lunes, 2 de enero de 2012
Navidad, 2 de Enero: Juan Bautista prepara con su bautismo la venida del Señor
Navidad, 2 de Enero: Juan Bautista prepara con su bautismo la venida del Señor
(Santoral: Santos Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia)
Primera carta del apóstol san Juan 2,22-28. Queridos hermanos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna. Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas y es verdadera y no rnentirosa según os enseñó, permanecéis en él. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.
Salmo 97,1.2ab.2cd.3ab.3cd.4. R. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
Texto del Evangelio (Jn 1,19-28): Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Comentario: 1.- 1 Jn 2,22-28. Nos habla el Apóstol de no hacer un Cristo a nuestra imagen, sino de hacernos a Él, a su imagen, de reconocerlo, de confesarlo… "Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre". Como cristianos somos esencialmente oyentes de la palabra de salvación, aceptadores del Hijo y escuchándole nos realizamos como hijos del Padre. No se nos va a pedir cuenta de nuestros conocimientos, sino de nuestra fidelidad. Seremos cristianos y seremos salvos en tanto sepamos aceptar al Hijo, enviado del Padre, y nos identifiquemos con El. Contemplar a Jesús para contemplar a Dios. La única y verdadera revelación de Dios es Jesús. Contemplación de Jesús. Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga.
-Hijos míos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es precisamente el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre y quien confiesa al Hijo, posee también al Padre. Negar la divinidad de Jesús, es, para Juan, condenarse a no conocer nada de Dios. Todos los sentimientos religiosos del mundo... todas sus especulaciones filosóficas no son sino imperfectas aproximaciones al descubrimiento de Dios. La única y verdadera revelación de Dios es Jesús. Tenemos ahí ciertas afirmaciones típicas del evangelio de Juan:
-"Nadie va al Padre sino por el Hijo..." (Jn 14,6) -"El que conoce al Hijo, conoce también al Padre..." (8,19) -"EI Hijo es el único capaz de revelar al Padre..." (14,7). En mi búsqueda de Dios me esforzaré más en la meditación evangélica. Contemplar a Jesús para contemplar a Dios. Gracias, Jesús, por habernos dado acceso al «secreto» de Dios... Por habernos introducido en lo «incognoscible»... por habernos hecho ver al Dios «escondido»... Me coloco humildemente ante un «pesebre», y contemplo: Dios se revela de ese modo. El verdadero rostro de Dios está ahí. El semblante del Hijo nos aporta el verdadero rostro del Padre. -Por vuestra parte, guardad en vosotros lo que aprendisteis desde el principio. Fidelidad: Guardar lo que se ha oído. Esto es más necesario todavía en las horas de crisis de fe, cuando surgen nuevas preguntas en nuestros corazones, cuando viene la «noche». Es preciso entonces agarrarse a las certezas elementales, y a los puntos de referencia que han marcado nuestro anterior itinerario. No sé a donde voy, pero sé de donde vengo... y continúo caminando en el mismo sentido que ha iluminado mi camino anteriormente.
-La unción con que él os ungió sigue con vosotros... Es el símbolo del Espíritu que penetra todo el ser desde el interior, como el aceite impregna un tejido. Dios-Espíritu está ahí, impregnando mi ser, y a la vez distinto de mí, si bien inmanente en mi vida. ¡Estoy «consagrado», impregnado por Dios... en comunión contigo, Señor! -Permaneced en él. Permanecer en Dios. ¡Y esto basta! Alegría y paz.
-Para que cuando se manifieste, nos sintamos seguros y no quedemos avergonzados delante de él el día de su venida. Esa es la esperanza: verle cara a cara, en la luz eterna. Camino hacia ese descubrimiento final. Y Jesús es el «camino» que nos conduce hacia ese dulce encuentro en la luz del último día (Noel Quesson).
El verbo que más veces se repite es «permanecer». Un verbo que habla de fidelidad, de perseverancia, de mantenimiento de la verdadera fe, sin dejarse engañar. Permanecer en la doctrina es permanecer en comunión con Cristo y con Dios Padre, ungidos y movidos por su Espíritu, y ésta es la clave fundamental para que nuestra vida sea un éxito y no tengamos que avergonzarnos en su venida.
2. Sal. 97. Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Él es el Salvador y protector de su pueblo. Así se ha manifestado ante todas las naciones como el Dios que ama y es leal a los suyos. Si nosotros vivimos también de un modo fiel y leal en el amor al Señor, seremos una manifestación de nuestro Dios y Padre para todas las naciones. Efectivamente la Iglesia tiene como misión dar a conocer el poder salvador de Dios a todos como la mejor Buena Nueva que hemos recibido. No podemos, por tanto, vivir destruyéndonos como si no conociéramos a Dios.
3. A. Comentario mío de 2007: Jesús antes de curar dirá a las personas a las que atienden: "tus pecados te son perdonados”. Para preparar este camino ha venido Juan Bautista, que llama a la conversión: “San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf.Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29)” (Catecismo, 523).
Después de la Segunda Guerra Mundial, el hallazgo de Qumrán ha sacado a la luz textos esenios, poco conocidos hasta entonces. Como dice el Card. Ratzinger, “era un grupo que se había alejado del templo herodiano y de su culto, fundando en el desierto de Judea comunidades monásticas, pero estableciendo también una convivencia de familias basada en la religión, y que había logrado un rico patrimonio de escritos y de rituales propios, particularmente con abluciones litúrgicas y rezos en común. La seria piedad reflejada en estos escritos nos conmueve: parece que Juan el Bautista, y quizás también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente. En cualquier caso, en los escritos de Qumrán hay numerosos puntos de contacto con el mensaje cristiano. No es de excluir que Juan el Bautista hubiera vivido algún tiempo en esta comunidad y recibido de ella parte de su formación religiosa.
Con todo, la aparición del Bautista llevaba consigo algo totalmente nuevo. El bautismo al que invita se distingue de las acostumbradas abluciones religiosas. No es repetible y debe ser la consumación concreta de un cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir después de Juan. El cuarto Evangelio nos dice que el Bautista «no conocía» a ese más Grande a quien quería preparar el camino (cf. Jn 1, 30-33). Pero sabe que ha sido enviado para preparar el camino a ese misterioso Otro, sabe que toda su misión está orientada a Él”. De todas formas, ese conocimiento es relativo a la misión: no conocían a Jesús en el sentido del alcance de su ser el Hijo de Dios.
“En los cuatro Evangelios se describe esa misión con un pasaje de Isaías: «Una voz clama en el desierto: " ¡Preparad el camino al Señor! ¡Allanadle los caminos!"» (Is 40, 3). Marcos añade una frase compuesta de Malaquías 3, 1 y Éxodo 23, 20 que, en otro contexto, encontramos también en Mateo (11, 10) y en Lucas (1, 76; 7, 27): «Yo envío a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino» (Mc 1,2). Todos estos textos del Antiguo Testamento hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar; a Él hay que abrirle la puerta, prepararle el camino. Con la predicación del Bautista se hicieron realidad todas estas antiguas palabras de esperanza: se anunciaba algo realmente grande”.
El Bautista tiene una misión preciosa, e impacta, más “en la efervescente atmósfera de aquel momento de la historia de Jerusalén. Por fin había de nuevo un profeta cuya vida también le acreditaba como tal. Por fin se anunciaba de nuevo la acción de Dios en la historia. Juan bautiza con agua, pero el más Grande, Aquel que bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego, está al llegar. Por eso, no hay que ver las palabras de san Marcos como una exageración: «Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán» (1,5)”.
“Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30)” (Catecismo, 524).
El bautismo de Juan es preludio del de Jesús, indica Benedicto XVI que “incluye la confesión: el reconocimiento de los pecados. El judaísmo de aquellos tiempos conocía confesiones genéricas y formales, pero también el reconocimiento personal de los pecados, en el que se debían enumerar las diversas acciones pecaminosas (Gnilka I, p. 68). Se trata realmente de superar la existencia pecaminosa llevada hasta entonces, de empezar una vida nueva, diferente. Esto se simboliza en las diversas fases del bautismo. Por un lado, en la inmersión se simboliza la muerte y hace pensar en el diluvio que destruye y aniquila. En el pensamiento antiguo el océano se veía como la amenaza continua del cosmos, de la tierra; las aguas primordiales que podían sumergir toda vida. En la inmersión, también el río podía representar este simbolismo. Pero, al ser agua que fluye, es sobre todo símbolo de vida: los grandes ríos —Nilo, Eufrates, Tigris— son los grandes dispensadores de vida. También el Jordán es fuente de vida para su tierra, hasta hoy. Se trata de una purificación, de una liberación de la suciedad del pasado que pesa sobre la vida y la adultera, y de un nuevo comienzo, es decir, de muerte y resurrección, de reiniciar la vida desde el principio y de un modo nuevo. Se podría decir que se trata de un renacer. Todo esto se desarrollará expresamente sólo en la teología bautismal cristiana, pero está ya incoado en la inmersión en el Jordán y en el salir después de las aguas”.
Toda Judea y Jerusalén acudía para bautizarse, y la calidad de los enviados indica que era un impacto social muy potente: quieren ver al testimonio de la verdad. Todo cristiano ha de ser testimonio, como decía Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, es porque dan testimonio». Y el Concilio insistía: “todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar, con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra, el hombre nuevo de que se revistieron por el Bautismo” (Ad gentes, 11).
*El Evangelio de hoy es como un pórtico, acaba donde aparece Cristo, donde será anunciado por primera vez como el Cordero de Dios. Jesús nos pone imágenes que vamos entendiendo poco a poco, más y más. Él es el Buen Pastor que se da cuenta de que una de las ovejas se ha perdido. Es preciso encontrarla porque puede sufrir algún percance. Hay lobos que la pueden matar. Puede caer por algún barranco o, como es pequeña, quizá no sabrá encontrar alimento. “Entonces Tú –rezaba J. Torras- recorres caminos, valles y montañas hasta que la encuentras. La coges y la cargas sobre tus hombros contento de haberla rescatado con vida. Cuando veas que no voy a tu lado, o me aparto, poco a poco de Ti y me meto en la oscuridad de mi egoísmo, de mis cosas, y pierdo la gracia de Dios; o voy de un lugar a otro, tonteando con el pecado, búscame, no me abandones a mi suerte. Me doy cuenta de que tarde o temprano me convertiría en un desgraciado porque sólo a tu lado, en tu redil, puedo hallar la felicidad. Necesito que cures mi corazón y lo limpies de todo lo que me aparte de Ti”.
"Otra caída_ y ¡Qué caída! ¿Desesperarte? No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. / —Un 'miserere' y ¡arriba ese corazón!— A comenzar de nuevo." (Camino, 711). ¡Qué bien sabía expresarlo, san Agustín convertido!: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti" (Confesiones).
**La imagen de buen pastor que espera el rebaño que le está preparando Juan Bautista en el pequeño núcleo inicial, es de gran belleza. Isaías ya anunció así al Mesías: "Como un pastor apacentará su rebaño, recogerá con su brazo los corderillos, los tomará en su seno, y conducirá él mismo las ovejas recién nacidas" (Is 40, 41). Al contemplar esta imagen, hemos de preparar también nosotros estas ovejas para el redil: "Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo —díselo a cada uno— con una vida espiritual que después de llenarle, no rebose hacia afuera con celo apostólico." (san Josemaría Escrivá, Surco 223).
B. Textos que tomo de mercaba.org en 2010.
Comentario:
3. - Jn 1,19-28 (ver Adviento 3B). La Palabra es Jesús: Juan sólo es la voz. La luz es Cristo: Juan sólo es el reflejo de esa luz. Y anuncia a Cristo: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que existía antes que yo».
En los primeros días de este nuevo año, los que estamos celebrando en cristiano la Encarnación de Dios en nuestra historia, tenemos motivos para llenarnos de alegría y empezar el año en la confianza. El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fiesta, y permanecerle fieles la mejor consigna para el nuevo año. Hemos aceptado a Cristo Jesús en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria. No por eso sucederán milagros en nuestra vida, pero si Navidad continúa dentro de nosotros, y no sólo en los días del calendario, cambiará el color de todo el año. El Señor saldrá a nuestro encuentro cada día, en la vida ordinaria, en los días felices y en los de tormenta, para darnos ánimos y sentido de vivir.
También nosotros experimentamos la presencia, en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea, del mal y de lo que podemos llamar «anticristos», 0 sea, lo que no es Cristo, lo que no es su Evangelio, sino el antievangelio. Las bienaventuranzas de Jesús no coinciden para nada con las que nos ofrece el mundo. Haremos bien en mantener abiertos los ojos y saber discernir lo que es verdad y lo que es mentira. Después de una semana de la Navidad, ¿«permanecemos» en la misma clave de fe y alegría, unidos al Padre y a Cristo, movidos por su Espíritu? ¿o ha sido una celebración fugaz y superficial? Ojalá no nos dejemos engañar y Jesús sea el criterio de vida para todo el año que empieza.
Cara a los demás, podemos preguntarnos, siguiendo el ejemplo de Juan Bautista, si somos buenos testigos de Jesús. ¿Somos su voz, su luz reflejada? ¿o nos predicamos a nosotros mismos? ¿sabemos decir, humildemente, «yo no soy»? Nuestra misión como cristianos -y más si somos religiosos o sacerdotes- es decir a este mundo: «en medio de vosotros está...». Y ayudarles a que lo conozcan. Ojalá, además, nosotros mismos no seamos anticristos: que no enseñemos lo contrario de lo que nos enseña Cristo Jesús (J. Aldazábal).
-Sacerdotes y levitas vinieron de Jerusalén para preguntar a Juan: -Tú ¿quien eres?" Estos sacerdotes y levitas, encargados del culto en el Templo de Jerusalén, estaban, como todo el mundo, a la espera... Deseaban la venida del Mesías prometido por las Escrituras. Y, habiendo oído hablar de lo que Juan Bautista hacía, se toman el trabajo de desplazarse hasta el campo, hasta el Jordán. ¿Me dejo yo cuestionar por los acontecimientos? ¿Por las movilizaciones de las gentes? ¿Por los anhelos y deseos que percibo a mi alrededor? Juan Bautista intrigaba a los demás por su comportamiento, por su palabra, por las muchedumbres que atraía a orillas del río. Mi manera de vivir, ¿plantea, quizá, alguna cuestión?
-Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Gran Profeta. Humildad. Veracidad. Se ha reprochado a la Iglesia el haberse colocado en el lugar debido a Cristo. Se reprocha a menudo a los cristianos sus aires de suficiencia, la impresión que dan de estar seguros de sí mismos, como si ellos fuesen el Cristo en persona. Ayúdanos, Señor, a hacer las distinciones necesarias: Sí, Cristo es Dios... y yo, no soy mas que un pobre ser limitado. Sí, Cristo es Santo... y yo, un pobre y débil pecador. Si, Cristo es Señor... y yo, hago lo que puedo para seguirle. La Iglesia está ligada a Cristo, pero tiene también un lado humano y pecador.
-Yo no soy ni aun digno de desatar la correa de su sandalia. Ayúdanos, Señor, a reconocer tu grandeza, y nuestra pequeñez, como Juan Bautista. Lo que hacían los antiguos esclavos a su amo, cuando se arrodillaban a sus pies para desatarles las sandalias... Juan, ni de esto se encuentra digno... Juan Bautista tenía una idea muy alta del misterio de la persona de Jesús. Se insiste a menudo, en una cierta familiaridad con Dios que puede ser expresión de ternura y de intimidad con El... pero que podría también llevar a una cierta desenvoltura, a cierto descuido, a una falta de respeto. Señor, quiero respetarte, con amor, incluso y sobre todo cuando "Tú mismo te arrodillas a nuestros pies para desatar la correa de nuestro calzado", como hiciste la tarde del jueves santo, antes de lavar los pies a tus amigos.
-¿Por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Estos especialistas del culto están ante todo según parece, preocupados, celosos por el exacto cumplimiento de las reglas rituales: ¿por qué introduces nuevas ceremonias, nuevas soluciones? ¡Eran ya tantas, según la religión de Moisés!
-Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis, que viene en pos de mí... En vez de meterse en estas cuestiones rituales, Juan dirige la atención de sus interlocutores hacia lo esencial: la personalidad de Jesús. Es a El a quien hay que procurar conocer mejor, mi yo no tiene importancia. Es su bautismo el que cuenta, no el mío. Es siempre cierto, y hoy también lo es que no sabemos identificar a "Aquel que está en medio de nosotros". Le creemos ausente, y El está presente. Señor, ayúdanos a reconocer tu presencia misteriosa, secreta. Pareces lejano, y estás cerca... Pareces ausente, y estás aquí. Eres el eterno desconocido. Se requiere silencio y un oído atento como a una brisa ligera para percibir tu presencia discreta (Noel Quesson).
Hoy, el Evangelio nos propone contemplar la figura de Juan Bautista. «Quién eres?» —le preguntan los sacerdotes y levitas. La respuesta de Juan manifiesta claramente la conciencia de cumplir una misión: preparar la venida del Mesías. Juan contesta a los emisarios: «Soy una voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor» (Jn 1,23). Ser la voz de Cristo, su altavoz, quien anuncia el Salvador del mundo y quien prepara su venida: ésta es la misión de Juan y, como él, la de todas las persones que se saben y sienten depositarias del tesoro de la fe. Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa —decía san Pablo a los cristianos de Filipos—: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» —comenta el Concilio Vaticano II. La grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos. Así lo expresa Juan Bautista: «No soy digno ni de desatarle la correa del calzado» (Jn 1,27). ¡Cuánto confía Dios en las personas! Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles (Joan Costa Bou).
Homilía atribuida a San Hipólito de Roma (hacia 235) presbítero y mártir (PG 10,852-861): “No soy el Mesías”: “Juan, el precursor del Maestro... llamaba a los que venían a bautizarse: “Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente? “ (Mt 3,6) Yo no soy el Mesías. Soy un servidor y no el Maestro. Soy un súbdito, no soy el rey. Soy una oveja y no el pastor. Soy un hombre y no soy Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, pero no ha permanecido virgen. He surgido de la tierra no del cielo. He hecho enmudecer a mi padre, no he derramado la gracia divina. Mi madre me ha reconocido, no ha sido una estrella que me ha mostrado. Soy miserable y pequeño, pero después de mí viene el que es antes que yo.
Viene después, en el tiempo; antes, estaba en la luz inaccesible e inefable de la divinidad. “El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y con fuego.” (Mt 3,11) Yo me someto a él, él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él destruye el pecado. Yo inculco la ley, él nos trae la luz de la gracia. Yo predico siendo esclavo, él promulga la ley como maestro. Yo vengo de la tierra, él viene de arriba. Yo predico un bautizo de conversión, él concede la gracia de la adopción filial: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. ¿Por qué me reverenciáis? Yo no soy el Mesías.”” Llucià Pou Sabaté
(Santoral: Santos Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia)
Primera carta del apóstol san Juan 2,22-28. Queridos hermanos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna. Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas y es verdadera y no rnentirosa según os enseñó, permanecéis en él. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.
Salmo 97,1.2ab.2cd.3ab.3cd.4. R. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
Texto del Evangelio (Jn 1,19-28): Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Comentario: 1.- 1 Jn 2,22-28. Nos habla el Apóstol de no hacer un Cristo a nuestra imagen, sino de hacernos a Él, a su imagen, de reconocerlo, de confesarlo… "Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre". Como cristianos somos esencialmente oyentes de la palabra de salvación, aceptadores del Hijo y escuchándole nos realizamos como hijos del Padre. No se nos va a pedir cuenta de nuestros conocimientos, sino de nuestra fidelidad. Seremos cristianos y seremos salvos en tanto sepamos aceptar al Hijo, enviado del Padre, y nos identifiquemos con El. Contemplar a Jesús para contemplar a Dios. La única y verdadera revelación de Dios es Jesús. Contemplación de Jesús. Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga.
-Hijos míos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es precisamente el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre y quien confiesa al Hijo, posee también al Padre. Negar la divinidad de Jesús, es, para Juan, condenarse a no conocer nada de Dios. Todos los sentimientos religiosos del mundo... todas sus especulaciones filosóficas no son sino imperfectas aproximaciones al descubrimiento de Dios. La única y verdadera revelación de Dios es Jesús. Tenemos ahí ciertas afirmaciones típicas del evangelio de Juan:
-"Nadie va al Padre sino por el Hijo..." (Jn 14,6) -"El que conoce al Hijo, conoce también al Padre..." (8,19) -"EI Hijo es el único capaz de revelar al Padre..." (14,7). En mi búsqueda de Dios me esforzaré más en la meditación evangélica. Contemplar a Jesús para contemplar a Dios. Gracias, Jesús, por habernos dado acceso al «secreto» de Dios... Por habernos introducido en lo «incognoscible»... por habernos hecho ver al Dios «escondido»... Me coloco humildemente ante un «pesebre», y contemplo: Dios se revela de ese modo. El verdadero rostro de Dios está ahí. El semblante del Hijo nos aporta el verdadero rostro del Padre. -Por vuestra parte, guardad en vosotros lo que aprendisteis desde el principio. Fidelidad: Guardar lo que se ha oído. Esto es más necesario todavía en las horas de crisis de fe, cuando surgen nuevas preguntas en nuestros corazones, cuando viene la «noche». Es preciso entonces agarrarse a las certezas elementales, y a los puntos de referencia que han marcado nuestro anterior itinerario. No sé a donde voy, pero sé de donde vengo... y continúo caminando en el mismo sentido que ha iluminado mi camino anteriormente.
-La unción con que él os ungió sigue con vosotros... Es el símbolo del Espíritu que penetra todo el ser desde el interior, como el aceite impregna un tejido. Dios-Espíritu está ahí, impregnando mi ser, y a la vez distinto de mí, si bien inmanente en mi vida. ¡Estoy «consagrado», impregnado por Dios... en comunión contigo, Señor! -Permaneced en él. Permanecer en Dios. ¡Y esto basta! Alegría y paz.
-Para que cuando se manifieste, nos sintamos seguros y no quedemos avergonzados delante de él el día de su venida. Esa es la esperanza: verle cara a cara, en la luz eterna. Camino hacia ese descubrimiento final. Y Jesús es el «camino» que nos conduce hacia ese dulce encuentro en la luz del último día (Noel Quesson).
El verbo que más veces se repite es «permanecer». Un verbo que habla de fidelidad, de perseverancia, de mantenimiento de la verdadera fe, sin dejarse engañar. Permanecer en la doctrina es permanecer en comunión con Cristo y con Dios Padre, ungidos y movidos por su Espíritu, y ésta es la clave fundamental para que nuestra vida sea un éxito y no tengamos que avergonzarnos en su venida.
2. Sal. 97. Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Él es el Salvador y protector de su pueblo. Así se ha manifestado ante todas las naciones como el Dios que ama y es leal a los suyos. Si nosotros vivimos también de un modo fiel y leal en el amor al Señor, seremos una manifestación de nuestro Dios y Padre para todas las naciones. Efectivamente la Iglesia tiene como misión dar a conocer el poder salvador de Dios a todos como la mejor Buena Nueva que hemos recibido. No podemos, por tanto, vivir destruyéndonos como si no conociéramos a Dios.
3. A. Comentario mío de 2007: Jesús antes de curar dirá a las personas a las que atienden: "tus pecados te son perdonados”. Para preparar este camino ha venido Juan Bautista, que llama a la conversión: “San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf.Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29)” (Catecismo, 523).
Después de la Segunda Guerra Mundial, el hallazgo de Qumrán ha sacado a la luz textos esenios, poco conocidos hasta entonces. Como dice el Card. Ratzinger, “era un grupo que se había alejado del templo herodiano y de su culto, fundando en el desierto de Judea comunidades monásticas, pero estableciendo también una convivencia de familias basada en la religión, y que había logrado un rico patrimonio de escritos y de rituales propios, particularmente con abluciones litúrgicas y rezos en común. La seria piedad reflejada en estos escritos nos conmueve: parece que Juan el Bautista, y quizás también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente. En cualquier caso, en los escritos de Qumrán hay numerosos puntos de contacto con el mensaje cristiano. No es de excluir que Juan el Bautista hubiera vivido algún tiempo en esta comunidad y recibido de ella parte de su formación religiosa.
Con todo, la aparición del Bautista llevaba consigo algo totalmente nuevo. El bautismo al que invita se distingue de las acostumbradas abluciones religiosas. No es repetible y debe ser la consumación concreta de un cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir después de Juan. El cuarto Evangelio nos dice que el Bautista «no conocía» a ese más Grande a quien quería preparar el camino (cf. Jn 1, 30-33). Pero sabe que ha sido enviado para preparar el camino a ese misterioso Otro, sabe que toda su misión está orientada a Él”. De todas formas, ese conocimiento es relativo a la misión: no conocían a Jesús en el sentido del alcance de su ser el Hijo de Dios.
“En los cuatro Evangelios se describe esa misión con un pasaje de Isaías: «Una voz clama en el desierto: " ¡Preparad el camino al Señor! ¡Allanadle los caminos!"» (Is 40, 3). Marcos añade una frase compuesta de Malaquías 3, 1 y Éxodo 23, 20 que, en otro contexto, encontramos también en Mateo (11, 10) y en Lucas (1, 76; 7, 27): «Yo envío a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino» (Mc 1,2). Todos estos textos del Antiguo Testamento hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar; a Él hay que abrirle la puerta, prepararle el camino. Con la predicación del Bautista se hicieron realidad todas estas antiguas palabras de esperanza: se anunciaba algo realmente grande”.
El Bautista tiene una misión preciosa, e impacta, más “en la efervescente atmósfera de aquel momento de la historia de Jerusalén. Por fin había de nuevo un profeta cuya vida también le acreditaba como tal. Por fin se anunciaba de nuevo la acción de Dios en la historia. Juan bautiza con agua, pero el más Grande, Aquel que bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego, está al llegar. Por eso, no hay que ver las palabras de san Marcos como una exageración: «Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán» (1,5)”.
“Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30)” (Catecismo, 524).
El bautismo de Juan es preludio del de Jesús, indica Benedicto XVI que “incluye la confesión: el reconocimiento de los pecados. El judaísmo de aquellos tiempos conocía confesiones genéricas y formales, pero también el reconocimiento personal de los pecados, en el que se debían enumerar las diversas acciones pecaminosas (Gnilka I, p. 68). Se trata realmente de superar la existencia pecaminosa llevada hasta entonces, de empezar una vida nueva, diferente. Esto se simboliza en las diversas fases del bautismo. Por un lado, en la inmersión se simboliza la muerte y hace pensar en el diluvio que destruye y aniquila. En el pensamiento antiguo el océano se veía como la amenaza continua del cosmos, de la tierra; las aguas primordiales que podían sumergir toda vida. En la inmersión, también el río podía representar este simbolismo. Pero, al ser agua que fluye, es sobre todo símbolo de vida: los grandes ríos —Nilo, Eufrates, Tigris— son los grandes dispensadores de vida. También el Jordán es fuente de vida para su tierra, hasta hoy. Se trata de una purificación, de una liberación de la suciedad del pasado que pesa sobre la vida y la adultera, y de un nuevo comienzo, es decir, de muerte y resurrección, de reiniciar la vida desde el principio y de un modo nuevo. Se podría decir que se trata de un renacer. Todo esto se desarrollará expresamente sólo en la teología bautismal cristiana, pero está ya incoado en la inmersión en el Jordán y en el salir después de las aguas”.
Toda Judea y Jerusalén acudía para bautizarse, y la calidad de los enviados indica que era un impacto social muy potente: quieren ver al testimonio de la verdad. Todo cristiano ha de ser testimonio, como decía Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, es porque dan testimonio». Y el Concilio insistía: “todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar, con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra, el hombre nuevo de que se revistieron por el Bautismo” (Ad gentes, 11).
*El Evangelio de hoy es como un pórtico, acaba donde aparece Cristo, donde será anunciado por primera vez como el Cordero de Dios. Jesús nos pone imágenes que vamos entendiendo poco a poco, más y más. Él es el Buen Pastor que se da cuenta de que una de las ovejas se ha perdido. Es preciso encontrarla porque puede sufrir algún percance. Hay lobos que la pueden matar. Puede caer por algún barranco o, como es pequeña, quizá no sabrá encontrar alimento. “Entonces Tú –rezaba J. Torras- recorres caminos, valles y montañas hasta que la encuentras. La coges y la cargas sobre tus hombros contento de haberla rescatado con vida. Cuando veas que no voy a tu lado, o me aparto, poco a poco de Ti y me meto en la oscuridad de mi egoísmo, de mis cosas, y pierdo la gracia de Dios; o voy de un lugar a otro, tonteando con el pecado, búscame, no me abandones a mi suerte. Me doy cuenta de que tarde o temprano me convertiría en un desgraciado porque sólo a tu lado, en tu redil, puedo hallar la felicidad. Necesito que cures mi corazón y lo limpies de todo lo que me aparte de Ti”.
"Otra caída_ y ¡Qué caída! ¿Desesperarte? No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. / —Un 'miserere' y ¡arriba ese corazón!— A comenzar de nuevo." (Camino, 711). ¡Qué bien sabía expresarlo, san Agustín convertido!: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti" (Confesiones).
**La imagen de buen pastor que espera el rebaño que le está preparando Juan Bautista en el pequeño núcleo inicial, es de gran belleza. Isaías ya anunció así al Mesías: "Como un pastor apacentará su rebaño, recogerá con su brazo los corderillos, los tomará en su seno, y conducirá él mismo las ovejas recién nacidas" (Is 40, 41). Al contemplar esta imagen, hemos de preparar también nosotros estas ovejas para el redil: "Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo —díselo a cada uno— con una vida espiritual que después de llenarle, no rebose hacia afuera con celo apostólico." (san Josemaría Escrivá, Surco 223).
B. Textos que tomo de mercaba.org en 2010.
Comentario:
3. - Jn 1,19-28 (ver Adviento 3B). La Palabra es Jesús: Juan sólo es la voz. La luz es Cristo: Juan sólo es el reflejo de esa luz. Y anuncia a Cristo: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que existía antes que yo».
En los primeros días de este nuevo año, los que estamos celebrando en cristiano la Encarnación de Dios en nuestra historia, tenemos motivos para llenarnos de alegría y empezar el año en la confianza. El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fiesta, y permanecerle fieles la mejor consigna para el nuevo año. Hemos aceptado a Cristo Jesús en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria. No por eso sucederán milagros en nuestra vida, pero si Navidad continúa dentro de nosotros, y no sólo en los días del calendario, cambiará el color de todo el año. El Señor saldrá a nuestro encuentro cada día, en la vida ordinaria, en los días felices y en los de tormenta, para darnos ánimos y sentido de vivir.
También nosotros experimentamos la presencia, en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea, del mal y de lo que podemos llamar «anticristos», 0 sea, lo que no es Cristo, lo que no es su Evangelio, sino el antievangelio. Las bienaventuranzas de Jesús no coinciden para nada con las que nos ofrece el mundo. Haremos bien en mantener abiertos los ojos y saber discernir lo que es verdad y lo que es mentira. Después de una semana de la Navidad, ¿«permanecemos» en la misma clave de fe y alegría, unidos al Padre y a Cristo, movidos por su Espíritu? ¿o ha sido una celebración fugaz y superficial? Ojalá no nos dejemos engañar y Jesús sea el criterio de vida para todo el año que empieza.
Cara a los demás, podemos preguntarnos, siguiendo el ejemplo de Juan Bautista, si somos buenos testigos de Jesús. ¿Somos su voz, su luz reflejada? ¿o nos predicamos a nosotros mismos? ¿sabemos decir, humildemente, «yo no soy»? Nuestra misión como cristianos -y más si somos religiosos o sacerdotes- es decir a este mundo: «en medio de vosotros está...». Y ayudarles a que lo conozcan. Ojalá, además, nosotros mismos no seamos anticristos: que no enseñemos lo contrario de lo que nos enseña Cristo Jesús (J. Aldazábal).
-Sacerdotes y levitas vinieron de Jerusalén para preguntar a Juan: -Tú ¿quien eres?" Estos sacerdotes y levitas, encargados del culto en el Templo de Jerusalén, estaban, como todo el mundo, a la espera... Deseaban la venida del Mesías prometido por las Escrituras. Y, habiendo oído hablar de lo que Juan Bautista hacía, se toman el trabajo de desplazarse hasta el campo, hasta el Jordán. ¿Me dejo yo cuestionar por los acontecimientos? ¿Por las movilizaciones de las gentes? ¿Por los anhelos y deseos que percibo a mi alrededor? Juan Bautista intrigaba a los demás por su comportamiento, por su palabra, por las muchedumbres que atraía a orillas del río. Mi manera de vivir, ¿plantea, quizá, alguna cuestión?
-Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Gran Profeta. Humildad. Veracidad. Se ha reprochado a la Iglesia el haberse colocado en el lugar debido a Cristo. Se reprocha a menudo a los cristianos sus aires de suficiencia, la impresión que dan de estar seguros de sí mismos, como si ellos fuesen el Cristo en persona. Ayúdanos, Señor, a hacer las distinciones necesarias: Sí, Cristo es Dios... y yo, no soy mas que un pobre ser limitado. Sí, Cristo es Santo... y yo, un pobre y débil pecador. Si, Cristo es Señor... y yo, hago lo que puedo para seguirle. La Iglesia está ligada a Cristo, pero tiene también un lado humano y pecador.
-Yo no soy ni aun digno de desatar la correa de su sandalia. Ayúdanos, Señor, a reconocer tu grandeza, y nuestra pequeñez, como Juan Bautista. Lo que hacían los antiguos esclavos a su amo, cuando se arrodillaban a sus pies para desatarles las sandalias... Juan, ni de esto se encuentra digno... Juan Bautista tenía una idea muy alta del misterio de la persona de Jesús. Se insiste a menudo, en una cierta familiaridad con Dios que puede ser expresión de ternura y de intimidad con El... pero que podría también llevar a una cierta desenvoltura, a cierto descuido, a una falta de respeto. Señor, quiero respetarte, con amor, incluso y sobre todo cuando "Tú mismo te arrodillas a nuestros pies para desatar la correa de nuestro calzado", como hiciste la tarde del jueves santo, antes de lavar los pies a tus amigos.
-¿Por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Estos especialistas del culto están ante todo según parece, preocupados, celosos por el exacto cumplimiento de las reglas rituales: ¿por qué introduces nuevas ceremonias, nuevas soluciones? ¡Eran ya tantas, según la religión de Moisés!
-Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis, que viene en pos de mí... En vez de meterse en estas cuestiones rituales, Juan dirige la atención de sus interlocutores hacia lo esencial: la personalidad de Jesús. Es a El a quien hay que procurar conocer mejor, mi yo no tiene importancia. Es su bautismo el que cuenta, no el mío. Es siempre cierto, y hoy también lo es que no sabemos identificar a "Aquel que está en medio de nosotros". Le creemos ausente, y El está presente. Señor, ayúdanos a reconocer tu presencia misteriosa, secreta. Pareces lejano, y estás cerca... Pareces ausente, y estás aquí. Eres el eterno desconocido. Se requiere silencio y un oído atento como a una brisa ligera para percibir tu presencia discreta (Noel Quesson).
Hoy, el Evangelio nos propone contemplar la figura de Juan Bautista. «Quién eres?» —le preguntan los sacerdotes y levitas. La respuesta de Juan manifiesta claramente la conciencia de cumplir una misión: preparar la venida del Mesías. Juan contesta a los emisarios: «Soy una voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor» (Jn 1,23). Ser la voz de Cristo, su altavoz, quien anuncia el Salvador del mundo y quien prepara su venida: ésta es la misión de Juan y, como él, la de todas las persones que se saben y sienten depositarias del tesoro de la fe. Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa —decía san Pablo a los cristianos de Filipos—: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» —comenta el Concilio Vaticano II. La grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos. Así lo expresa Juan Bautista: «No soy digno ni de desatarle la correa del calzado» (Jn 1,27). ¡Cuánto confía Dios en las personas! Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles (Joan Costa Bou).
Homilía atribuida a San Hipólito de Roma (hacia 235) presbítero y mártir (PG 10,852-861): “No soy el Mesías”: “Juan, el precursor del Maestro... llamaba a los que venían a bautizarse: “Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente? “ (Mt 3,6) Yo no soy el Mesías. Soy un servidor y no el Maestro. Soy un súbdito, no soy el rey. Soy una oveja y no el pastor. Soy un hombre y no soy Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, pero no ha permanecido virgen. He surgido de la tierra no del cielo. He hecho enmudecer a mi padre, no he derramado la gracia divina. Mi madre me ha reconocido, no ha sido una estrella que me ha mostrado. Soy miserable y pequeño, pero después de mí viene el que es antes que yo.
Viene después, en el tiempo; antes, estaba en la luz inaccesible e inefable de la divinidad. “El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y con fuego.” (Mt 3,11) Yo me someto a él, él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él destruye el pecado. Yo inculco la ley, él nos trae la luz de la gracia. Yo predico siendo esclavo, él promulga la ley como maestro. Yo vengo de la tierra, él viene de arriba. Yo predico un bautizo de conversión, él concede la gracia de la adopción filial: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. ¿Por qué me reverenciáis? Yo no soy el Mesías.”” Llucià Pou Sabaté
domingo, 1 de enero de 2012
Navidad, 1 de Enero: Santa María, Madre de Dios (Fin de la octava), la mujer del sí, estrella del año nuevo
Navidad, 1 de Enero: Santa María, Madre de Dios (Fin de la octava), la mujer del sí, estrella del año nuevo
Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.
Comentario: 1. Dios escogió para Jesús una Madre, inmaculada, la más perfecta: pues Jesús como todos los hombres necesita una Madre, desde el nacimiento hasta la muerte ella le acompaña, a los pies de la Cruz nos la dará a nosotros aunque ya en Nazaret intuyó esta misión, ahí ya estábamos en su corazón. Por eso, es hoy la fiesta de la Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, de un modo solemne en la cruz, unió su sacrificio al de su hijo y engendró con dolor, junto a la muerte de su hijo, la vida de la Iglesia. Hace un acto inmenso de generosidad, y abrió sus entrañas a los hijos en el Hijo, para que seamos hijos suyos. Jesús, al acabar su obra nos dejó su testamento, junto al memorial de la Eucaristía que ahí se hacía sacrificio, le dice a Joan, un adolescente de pocos años: “aquí te dejo mi madre, que en adelante es tuya”, de algún modo le está diciendo “porque tú has de ser yo, otro Cristo a la tierra, ahora muero pero resucito y quiero vivir contigo”. Juan la acogió como Madre, y nosotros también queremos acogerla, y vivir también con Cristo, en Cristo, por Cristo… La Virgen María nos enseñará cómo ser buenos hijos de Dios, de la Iglesia, siendo hijos suyos. La dedicación materna de Jesús, sus ternuras y delicadezas, ahora irán dedicadas a Juan, a los apóstoles y los primeros cristianos, y a todos nosotros, es una madre que nos quiere como a su único hijo, pues esto tiene el amor de madre, que no disminuye con el número de los hijos. En nosotros ve a Jesús, este es el gran misterio: que ahora era madre de todos los creyentes, de todos los hombres, madre espiritual, nos engendra a la vida de fe y nos lleva a hacer la voluntad de Dios, y al cielo.
Jesús dijo que quien hace la voluntad de Dios, éste está salvado. María, modelo de fidelidad al cumplimiento de la voluntad divina, que está siempre contenta de estar dónde le toca, a sabiendas de que es allá donde la quiere el Señor, nos enseña a nosotros a no angustiarnos por nada, a hacerlo todo por amor. Ella, la obediente, la que dice "hágase en mí según tu palabra" nos enseña con sus mociones a responder también en los momentos de la vida a lo que el Espíritu Santo nos comunica, atentos a sus mociones. Ella, la que está a la escucha de las mociones divinas, nos ayuda a vaciarnos también del yo para llenarnos de Dios, olvidándonos de nosotros mismos y estando contentos con el que el Señor quiere. Ella, la esclava del Señor, nos dice con los hechos que vive para amar, para cumplir la voluntad de Dios, como rezamos en el padrenuestro. Para conocer lo que Dios nos pide, es necesario escuchar como ella, podemos decir que la persona humana es una criatura que está a la escucha: necesitamos rezar, conocer el Evangelio, dedicar cada día unos minutos a las practicas de piedad que nos hacen llegar hasta Dios, escuchar esta voz del Espíritu Santo que podemos oír si tenemos un corazón bien dispuesto. Debemos dedicar también un tiempo a la formación, a conocer a Dios y lo que nos ha dicho, y así podremos también nosotros decir "Señor, ¿qué quieres que haga?" María en Belén, a los pies de la Cruz, siempre junto a su Hijo, nos muestra la fortaleza fruto de renunciar al egoísmo de pensar en uno mismo y así poder dedicarse a hacer felices a los otras, esta disposición de decidirse a ser san santos.
2. María es la mujer del “sí”. Con ella la Iglesia –que nació en su regazo- aprende a decir “sí”. Jesús en la Cruz llama varias veces “Mujer” a su madre, cuando da inicio a este linaje nuevo, de los servidores de Dios, y es modelo de humildad para nosotros, de no inquietarnos por buscar el éxito o padecer un fracaso: hemos de aprender de ella a hacer todo con calma, por amor: "hágase en mí según tu palabra" es su perenne respuesta a Dios, en cada momento de la vida, a cumplir lo que el Espíritu Santo le comunica, siempre atenta a sus mociones. En eso está la santidad, dejarse llevar por ese Espíritu presente en nosotros: la Virgen María nos enseña a escucharle, en las incidencias de cada día. Por ejemplo, olvidándonos de competir y pensar en compartir, no pensar en nosotros mismos sino en los demás; no inquietarnos con lo que no tenemos sino estar contentos con el que el Señor nos manda o al menos permite. Es modelo de la oración perfecta: “hágase tu voluntad…”
¿Y cómo saber cuál es para nosotros la voluntad de Dios? Es necesario hacer lo que la Virgen: escuchar. Podemos definir la persona como la criatura que está a la escucha: de los demás, de lo alto. Para tener un corazón bien dispuesto es necesario rezar, conocer el Evangelio, dedicar un tiempo a la formación, preguntar también nosotros: "Señor, ¿que quieres que haga?" También el apóstol adolescente es ejemplo de la fortaleza que es fruto de renunciar al egoísmo y darse a los demás.
La historia de María es una vida del “sí” al amor y sacrificio, sin hundirse ante la falta de medios (económicos, tener que ir de un lugar a otro, conocer el frío y las amenazas de muerte desde el nacimiento de Jesús; falta de estabilidad y seguridad…), su existencia tenía más problemas que la nuestra, y a pesar de todo es inmensamente feliz, sabe que está con Jesús, que es lo importante: es modelo para que sepamos acompañar a Jesús en nuestra vida, estar contentos donde nos toca, sufriendo a veces pero sin desfallecer, sin resentimientos que son ausencia de amor, con mucha confianza en Dios. El trato con María nos dará su compañía y parecernos a ella, para llevar con alegría una situación que se hace dura, una enfermedad, dificultad familiar, una pena de alguien que se ama, y que no tiene una solución fácil: ella nos hace ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien.
3. María, la estrella del año nuevo. Empieza el año con la solemnidad de la Maternidad de la Virgen María. "Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan Maragall). “Maria” significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.
María es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; Maria nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).
“El pesebre” es un canto a al esperanza: hay también ahí una velada alusión a la Eucaristía, María lo ha puesto, de algún modo hay –cuenta Manel Valls- un “encuentro”, de los pastores con Jesús, como lo tenemos nosotros en la fe. “Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17). Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor. María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!”.
Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.
Comentario: 1. Dios escogió para Jesús una Madre, inmaculada, la más perfecta: pues Jesús como todos los hombres necesita una Madre, desde el nacimiento hasta la muerte ella le acompaña, a los pies de la Cruz nos la dará a nosotros aunque ya en Nazaret intuyó esta misión, ahí ya estábamos en su corazón. Por eso, es hoy la fiesta de la Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, de un modo solemne en la cruz, unió su sacrificio al de su hijo y engendró con dolor, junto a la muerte de su hijo, la vida de la Iglesia. Hace un acto inmenso de generosidad, y abrió sus entrañas a los hijos en el Hijo, para que seamos hijos suyos. Jesús, al acabar su obra nos dejó su testamento, junto al memorial de la Eucaristía que ahí se hacía sacrificio, le dice a Joan, un adolescente de pocos años: “aquí te dejo mi madre, que en adelante es tuya”, de algún modo le está diciendo “porque tú has de ser yo, otro Cristo a la tierra, ahora muero pero resucito y quiero vivir contigo”. Juan la acogió como Madre, y nosotros también queremos acogerla, y vivir también con Cristo, en Cristo, por Cristo… La Virgen María nos enseñará cómo ser buenos hijos de Dios, de la Iglesia, siendo hijos suyos. La dedicación materna de Jesús, sus ternuras y delicadezas, ahora irán dedicadas a Juan, a los apóstoles y los primeros cristianos, y a todos nosotros, es una madre que nos quiere como a su único hijo, pues esto tiene el amor de madre, que no disminuye con el número de los hijos. En nosotros ve a Jesús, este es el gran misterio: que ahora era madre de todos los creyentes, de todos los hombres, madre espiritual, nos engendra a la vida de fe y nos lleva a hacer la voluntad de Dios, y al cielo.
Jesús dijo que quien hace la voluntad de Dios, éste está salvado. María, modelo de fidelidad al cumplimiento de la voluntad divina, que está siempre contenta de estar dónde le toca, a sabiendas de que es allá donde la quiere el Señor, nos enseña a nosotros a no angustiarnos por nada, a hacerlo todo por amor. Ella, la obediente, la que dice "hágase en mí según tu palabra" nos enseña con sus mociones a responder también en los momentos de la vida a lo que el Espíritu Santo nos comunica, atentos a sus mociones. Ella, la que está a la escucha de las mociones divinas, nos ayuda a vaciarnos también del yo para llenarnos de Dios, olvidándonos de nosotros mismos y estando contentos con el que el Señor quiere. Ella, la esclava del Señor, nos dice con los hechos que vive para amar, para cumplir la voluntad de Dios, como rezamos en el padrenuestro. Para conocer lo que Dios nos pide, es necesario escuchar como ella, podemos decir que la persona humana es una criatura que está a la escucha: necesitamos rezar, conocer el Evangelio, dedicar cada día unos minutos a las practicas de piedad que nos hacen llegar hasta Dios, escuchar esta voz del Espíritu Santo que podemos oír si tenemos un corazón bien dispuesto. Debemos dedicar también un tiempo a la formación, a conocer a Dios y lo que nos ha dicho, y así podremos también nosotros decir "Señor, ¿qué quieres que haga?" María en Belén, a los pies de la Cruz, siempre junto a su Hijo, nos muestra la fortaleza fruto de renunciar al egoísmo de pensar en uno mismo y así poder dedicarse a hacer felices a los otras, esta disposición de decidirse a ser san santos.
2. María es la mujer del “sí”. Con ella la Iglesia –que nació en su regazo- aprende a decir “sí”. Jesús en la Cruz llama varias veces “Mujer” a su madre, cuando da inicio a este linaje nuevo, de los servidores de Dios, y es modelo de humildad para nosotros, de no inquietarnos por buscar el éxito o padecer un fracaso: hemos de aprender de ella a hacer todo con calma, por amor: "hágase en mí según tu palabra" es su perenne respuesta a Dios, en cada momento de la vida, a cumplir lo que el Espíritu Santo le comunica, siempre atenta a sus mociones. En eso está la santidad, dejarse llevar por ese Espíritu presente en nosotros: la Virgen María nos enseña a escucharle, en las incidencias de cada día. Por ejemplo, olvidándonos de competir y pensar en compartir, no pensar en nosotros mismos sino en los demás; no inquietarnos con lo que no tenemos sino estar contentos con el que el Señor nos manda o al menos permite. Es modelo de la oración perfecta: “hágase tu voluntad…”
¿Y cómo saber cuál es para nosotros la voluntad de Dios? Es necesario hacer lo que la Virgen: escuchar. Podemos definir la persona como la criatura que está a la escucha: de los demás, de lo alto. Para tener un corazón bien dispuesto es necesario rezar, conocer el Evangelio, dedicar un tiempo a la formación, preguntar también nosotros: "Señor, ¿que quieres que haga?" También el apóstol adolescente es ejemplo de la fortaleza que es fruto de renunciar al egoísmo y darse a los demás.
La historia de María es una vida del “sí” al amor y sacrificio, sin hundirse ante la falta de medios (económicos, tener que ir de un lugar a otro, conocer el frío y las amenazas de muerte desde el nacimiento de Jesús; falta de estabilidad y seguridad…), su existencia tenía más problemas que la nuestra, y a pesar de todo es inmensamente feliz, sabe que está con Jesús, que es lo importante: es modelo para que sepamos acompañar a Jesús en nuestra vida, estar contentos donde nos toca, sufriendo a veces pero sin desfallecer, sin resentimientos que son ausencia de amor, con mucha confianza en Dios. El trato con María nos dará su compañía y parecernos a ella, para llevar con alegría una situación que se hace dura, una enfermedad, dificultad familiar, una pena de alguien que se ama, y que no tiene una solución fácil: ella nos hace ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien.
3. María, la estrella del año nuevo. Empieza el año con la solemnidad de la Maternidad de la Virgen María. "Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan Maragall). “Maria” significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.
María es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; Maria nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).
“El pesebre” es un canto a al esperanza: hay también ahí una velada alusión a la Eucaristía, María lo ha puesto, de algún modo hay –cuenta Manel Valls- un “encuentro”, de los pastores con Jesús, como lo tenemos nosotros en la fe. “Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17). Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor. María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!”.
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