Adviento, 2ª semana, martes. Dios nos ayuda siempre a la conversión: «No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»
Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».
Comentario: Es preciosa la imagen del buen pastor que va a por la oveja perdida dejando las 99. «Jesús no sabe matemáticas –decía Van Thuân en el retiro que dio ante Juan Pablo II, al hablar de los «defectos» de Jesús-. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».
Jesús con las parábolas nos prepara para la aventura de la vida, para no caer en los lazos de la visión exclusivamente racional, “las matemáticas”; y proclama esa llamada universal para todos: la meta es ser santos. Para ello nos llama el Señor: “Yo te he escogido! Tu eres mío!” Nos ha llamado por amor, no por nuestros méritos, y nos busca siempre para recordarnos nuestra condición (estar en el redil: tener una vida llena, de amor). Dios se nos da, y nos recuerda que sin donación no hay vida, ésta se quema sin sentido. “Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
”Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón” (J. Escrivá, Camino 1). Es Dios quien nos pone esos ideales grandes, quien con su Resurrección nos invita a ir “¡mar adentro!” Mar adentro significa hacerlo todo por amor (estudio o trabajo, deporte o un paseo…). También significa que Dios me espera con los brazos abiertos siempre, como vemos en la parábola del hijo pródigo o la que comentamos hoy, de la oveja perdida. Hay una significación profunda en todo ello, y es que Dios nos trata a cada uno como a su hijo. Lo ponía de relieve de manera muy bonita san Josemaría Escrivá: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
”Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
”Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más!
”-Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... -Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
”Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos» (Camino.- 267).
La santidad consiste en amar a Dios con todas tus fuerzas, hacerlo todo por Él, y para ello apartar lo que nos aparta de Él, quitarlo, tirarlo. Pero si sólo fuera esto, podríamos desanimarnos, perdernos. En cambio, el Evangelio de hoy nos recuerda que todo tiene remedio, que nunca hay motivos para la desesperación, que por más defectos no hemos de descorazonarnos, que este sentirnos amados por Dios siempre nos anima luchar mucho más que el miedo al castigo. Recuerdo lo que le pasó en la guerra de la antigua Yugoeslavia a un Capitán llamado O’Grady, que cayó en terreno enemigo y se escondió muy bien en la selva, estuvo una semana hasta que lo rescataron –de modo espectacular, en helicóptero-, aprendiendo a sobrevivir en condiciones penosas. Aludiendo a la suerte que tuvo, luego diría: “ha sido el entrenamiento y Dios”. La certeza de que Dios nos ama es un acicate para recomenzar cada día, cada momento. Son ejemplo de no cumplir con las normas, pero no por ello desesperar, muchos personajes de la Escritura Sagrada, comenzando por el rey David, continuando con san Pedro, y tantos santos nos lo recuerdan con sus vidas. Precisamente un signo grandioso que demuestra la autenticidad de la Historia Sagrada es que no se han mitificado las cosas malas del pueblo, sino que aparecen con toda su crudeza. Todo ello nos habla de que lo importante no es la perfección en todos los actos sino el amor que siempre resulta, al final de recomenzar (cf. también 2 Sam 11-27). La Magdalena llora su pecado y es santa. El pecado nos da la sensación subjetiva de que aquello ya no tiene arreglo: dicen que es la gran tentación del demonio, que aprovecha estos momentos, y nos hace pensar que “de perdidos al río” con una tristeza que lleva a pecar ya sin medida. Pero es una concepción individualista del pecado, de trauma encubierto o de un resentimiento mal curado. Sería como haberse manchado, una falta de ortografía, un jarrón precioso que se ha roto. Pero la relación personal nunca es así, si el pecado es ofensa a Dios, es a una Persona a la que hemos de pedir perdón cuanto antes, sin caer en razonamientos que sería como decir “pues le he dado una bofetada a esta persona, pues ya le doy cien”.
Lo mejor para huir del pecado es pensar en cuestión de amor: “¿Qué cuál es el secreto de la perseverancia? El amor. Enamórate, y no le dejarás” (Camino 999), y saber recomenzar. Para ello, hay que evitar las ocasiones, aquellos lugares o ciertas actividades en momentos de ocio, la valentía de huir de las ocasiones, de las tentaciones, no enfrentarse a ellas sino huir… la mejor muestra de arrepentimiento es levantarse enseguida, ir a curarse, no morir desangrado, dejar el alma sensible sin caer en la dureza del alma (cf. Mt 13, 14: “este pueblo ha endurecido su corazón…”).
Nunca es tan grande el hombre como cuando arrodillado pide perdón. Reconocer que somos pecadores para poder acoger el perdón, como el publicano y no como el fariseo, es algo muy bonito, que lleva a una sana comprensión o aceptación de uno mismo que lleva a no escandalizarse (cf. Mt 18, 6) y por eso también ser más comprensivos con los demás. Cuentan que Aníbal en sus barcos de guerra llevaba vasos con víboras que había mandado prender a sus soldados, que cuando llegaron a luchar contra el enemigo, las lanzaron y picaron a muerte a los que se reían de aquella extravagancia del general, sin pensar en sus mortíferas mordeduras. Cuando fueron cayendo por ellas, esto causó el pánico y consiguió Aníbal la victoria. Esto lleva a pensar en una cierta “estrategia” del demonio, que es reírse del peligro y luego en cambio caer en el pánico. No hay que caer en la soberbia, que hace despreciar el peligro y por imprudencia caer en el él, para luego justificarnos, no reconocer nuestros fallos, y acabar con el desánimo. Por tanto, vasos sí somos, y portadores de Dios, pero vasos deleznables. Fallamos, pues tenemos pasiones, errores, flaquezas, y el buen pastor siempre nos va a ayudar, a decirnos aquel “¡levantaos, vamos!” que proclamó Jesús en aquella oración del huerto. (Son muchas las ocasiones que la liturgia comenta esta imagen del buen pastor, que aquí hemos visto en la perspectiva de ir a buscar la perdida, sobre todo cuando Jesús asume esta imagen, pues él es el buen pastor que da la vida por las ovejas, es decir por nosotros. Habrá ocasión de volver sobre el tema).
*ADVIENTO
MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA
1.- Is 40, 1-11
1-1.
VER ADVIENTO 02B LECTURA 1
1-2.
-Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios.
Hablad al corazón de Jerusalén.
Palabras de Dios, tan humanas, todas llenas de emoción.
Se está preparando la Encarnación de Dios: «Navidad» se acerca... un Dios que viene a consolar, un Dios que «habla al corazón».
Pero, ¿qué quiere decirnos Dios? ¿Qué tiene que decirnos tan importante y tan dulce?
-Proclamad que ya ha cumplido su servicio, que su culpa ya está perdonada, que Jerusalén, de la mano del Señor, ha recibido doble castigo por todas sus faltas...
Sí, quiere hablarnos de la misericordia de su Corazón. Los deportados a Babilonia han terminado ahora su duro exilio, han pagado bastante caro su redención. Pronto serán liberados y volverán a su país.
Dios está conmovido. Su corazón no quiere el castigo del pecador, sino sólo su arrepentimiento. Es como si hubiera castigado algo forzado. Los profetas siempre interpretaron el destierro a Babilonia como un castigo por los pecados del pueblo de Israel.
Pero ahora todo está perdonado, nos encontramos ante la experiencia muy humana de un padre o de una madre que sufre por tener que hacer o permitir un daño a su hijo por su propio bien.
Contemplo en silencio los sentimientos de Dios...
Contemplo la misericordia de Dios hacia mi...
Dios ama a los pecadores. De tal modo amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que el mundo se salve.
Dios detesta el pecado. Es preciso que el pecado sea destruido, expiado. Pero, una vez hecho esto, que enseguida el pecador recobre su alegría, su vida abierta y plena.
-Una voz clama: «Preparad en el desierto el camino del Señor... Trazad en la estepa una calzada recta para nuestro Dios. Que todo valle sea elevado y todo monte y cerro, rebajado».
Los deportados a Babilonia habían sido obligados a duros trabajos de remoción de tierras -desmonte y terraplenado- para nivelar el terreno y construir la «vía sagrada» de Marduk, dios de Babilonia. Durante sus trabajos forzados, la voz del profeta les invita a esperar. Se está abriendo un «camino para Dios».
¡Dios viene! Juan Bautista repitió exactamente esta palabra.
¡Dios viene! HOY se me invita a "preparar" a «abrir» un camino para El... en las «tierras áridas» de la estepa... con grandes esfuerzos, ¡«desplazando los montes» si es preciso!
Todas esas imágenes son evocadoras.
¿Cuáles son mis «montañas», las mías?
-Súbete a un alto monte, portador de la buena nueva para Sión.
Clama con voz poderosa, mensajero de la buena nueva para Jerusalén.
Di a las ciudades de Judá: «Ahí está nuestro Dios...
¡Ahí viene el Señor!».
Evangelizar, dar la buena nueva, es decir: «Ahí está vuestro Dios, el Señor viene». Ahora bien, es preciso que ésta sea la fe del mensajero para poder proclamarla a los demás.
Ejercitarme en ver "la venida" de Dios a través de los signos imperceptibles. Porque, no hay que hacerse ilusiones; no se verá esta «venida» de modo visible; no será esplendorosa -excepto al final de los tiempos-; y sin embargo, se desliza ya debajo de las apariencias.
Dios «está viniendo». El verbo es usado en presente: viene... y no en futuro: vendrá.
-Como un pastor pastorea su rebaño, recoge en brazos sus corderos, los lleva junto a su pecho, y trata con cuidado a las que amamantan sus crías.
Así hablas de mí... y de todos los hombres... Señor.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 22 s.
2.- Mt 18, 12-14
2-1.
VER TIEMPO ORDINARIO SEMANA 19 MARTES
2-2.
-¿Qué pensáis de esto? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se descarría, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte, e irá en busca de la descarriada?
Es una pregunta. ¿Qué os parece? también hoy, nos dice Jesús.
He aquí una imagen sacada de la vida cotidiana de sus oyentes.
Jesús se mantenía cercano a la vida de las gentes de su pueblo, de su tiempo. Sabía observar sus reacciones espontáneas.
Había visto a los pastores abandonar la guarda del conjunto del rebaño para ir por los riscos a buscar la oveja perdida.
Dios es así, dice Jesús. Por su parte no hay nunca ruptura.
Cuando una sola alma se aleja de El, esto no le deja indiferente.
Procuro contemplar, en el mundo de hoy y para con los hombres y mujeres que conozco, este anhelo del corazón de Dios.
Un Dios a la búsqueda... del hombre. Un Dios que mantiene el contacto.
-Y si por dicha la encuentra -en verdad os digo- que más se alegra por causa de ésta, que por las noventa y nueve que no se le han perdido.
El centro de esta parábola es: ¡la alegría de Dios! Su alegría es encontrar de nuevo, es perdonar, es salvar, es devolver la felicidad.
La "misericordia" de Dios. Palabra que ciertos hombres modernos no pueden ya soportar, porque les suena a algo así como a hueco, a paternalismo, como ellos llaman... Y sin embargo es una de las maravillas de Dios: la misericordia es la actitud de Dios ante el pecado del hombre.
Un Dios que no condena. Un Dios que no riñe al descarriado.
Un Dios que va en su búsqueda, y que es feliz al encontrarle.
Quiere a todas las otras ovejas; pero ésta le ha dado una particular alegría; y desde ahora se sentirá más vinculado a ella: porque le ha salvado la vida. Habría muerto desgraciada, Iejos del rebaño. Y he ahí que trota alegremente entre sus compañeras.
Detienen sobre ella su mirada: "es por la que ha tenido tanto temor" ¿Por qué tendrían envidia las otras ovejas? Pero, se comprende la pregunta de Jesús: "a vosotros, ¿qué os parece?
-Así que no es la voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, el que perezca uno solo de estos pequeñuelos.
Es esta una frase absolutamente capital.
Es la culminación del evangelio, o un corazón, un centro, del evangelio.
Es lo que explica el resto: la encarnación, la pasión de Jesús.
"Dios quiere" la salvación de todos! La fórmula, aunque esté expresada de otro modo, no es menos fuerte.
¡Dios "no quiere" que uno solo se pierda! Debo meditar sosegadamente sobre esta frase de Jesús.
¡Aquí está la "voluntad de Dios! ¡Aquí está su querer! He ahí por lo que se afana cada día: salvar... salvar... salvar...
-Uno solo de estos "pequeños"
El más "pequeño", el más insignificante en apariencia... ¡es importante a los ojos de Dios!
Dios no se resigna a que ningún hombre ni ninguna mujer se pierdan.
Y ¿nosotros? ¿nos contentamos con la presencia segura y tranquilizante de las noventa y nueve?
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 22 s.
2-3.
1. Se nota que el pasaje pertenece al «libro de la consolación» del profeta Isaías: sea de él en persona o de un discípulo suyo posterior, llamado «el segundo Isaías», que profetizó en tiempos del destierro.
En medio de una historia bien triste para el pueblo de Israel, tanto política como religiosa, resuena un pregón de esperanza, describiendo con fuerza literaria y plástica los caminos que a través del desierto van a conducir al pueblo de vuelta a Jerusalén, como sucedería en efecto, en el siglo VI antes de Cristo, por decisión del rey Ciro.
Se dibuja aquí como una repetición del éxodo desde Egipto, camino de la tierra prometida. Ahora es la vuelta del destierro de Babilonia. En ambas ocasiones es Dios quien conduce y protege a su pueblo. Pero exigirá esfuerzo por parte de todos: han de ir construyendo el camino, allanando, rellenando, enderezando, como recordará más tarde el Bautista. Un buen símbolo de la colaboración del hombre en la salvación que le ofrece Dios.
El anuncio más consolador es que Dios llega, que llega con poder, que perdona a su pueblo sus pecados anteriores, que quiere reunir a todos los dispersos, como el pastor a sus ovejas. Es un retrato poético y amable de Dios como Pastor: «lleva en brazos los corderos, cuida de las madres». Tiene entrañas de misericordia para con su pueblo. No quiere que permanezcan más tiempo en la aflicción.
No es extraño que el salmo nos haga cantar sentimientos de alegría por la cercanía mostrada en todo tiempo por Dios a su pueblo: «cantad al Señor, bendecid su nombre, delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra».
2. Es un mensaje que nosotros acogemos con más motivos todavía al escuchar el evangelio. También Jesús hace un retrato del «Padre del cielo», y lo describe como Pastor con un corazón bueno, comprensivo, que va en busca de la oveja descarriada y se llena de alegría cuando la encuentra. «No quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».
Es un retrato que más que con palabras ha manifestado Jesús con su propia vida. A imitación de su Padre, él se preocupa de todas las ovejas, de modo especial por las más débiles, las que se escapan del redil y corren peligros.
No las abandona, las busca, las acoge, las perdona, las devuelve a la seguridad. Es en verdad el Buen Pastor.
Si el Padre es rico en misericordia, Cristo aparece también en las páginas del evangelio como comprensivo, misericordioso, benigno con los pecadores, dispuesto siempre a perdonar. A los dos discípulos «extraviados» que abandonan la comunidad de Jerusalén y, desanimados, se quieren refugiar en su casa de Emaús, el Resucitado les sale al encuentro, los recupera pacientemente y les envía de nuevo a la comunidad. Siempre Buen Pastor.
No ha venido a condenar. sino a salvar.
3. a) A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas muy descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.
Cristo Jesús nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismos los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento -espera, búsqueda- es Dios para con nosotros.
Y se alegrará inmensamente si volvemos a él.
b) Pero también nos enseñan estas lecturas a mejorar nuestra actitud para con los demás. ¿Ayudamos a otros a volver del destierro o del alejamiento a la cercanía de Dios? ¿estamos siendo en este Adviento, ya en su segunda semana, mensajeros de la Buena Nueva para con otros y pastores ayudantes del Buen Pastor? ¿sabemos respetar a los demás, esperarles, buscarles, ser comprensivos para con ellos, y ayudarles a encontrar el sentido de su vida? ¿tenemos corazón acogedor para con todos, aunque nos parezcan poco preparados, incluso alejados, como lo tiene Dios para con nosotros, que tampoco somos un prodigio de santidad?
Tal vez depende de nuestra actitud el que para algunas personas esta Navidad sea un reencuentro con Dios. Y no por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y acogida.
El profeta puede dirigirse a nosotros y decirnos: «Consolad, consolad a mi pueblo.
¡Grita! ¿Qué debo gritar? ¡Aquí está vuestro Dios!». Hoy las lecturas nos lo han gritado a nosotros. Ahora nosotros podemos ser heraldos de esperanza en medio de un mundo que no abunda precisamente en noticias buenas. Empezando por nuestra propia familia o comunidad.
c) En cada Eucaristía viene Cristo Jesús a nosotros. En la comunidad: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio»; en la Palabra que nos dirige: él mismo es la Palabra viviente de Dios que se nos da; en la Eucaristía de su Cuerpo y su Sangre, que son alimento de vida eterna. Ahí está condensada la razón de ser de nuestra confianza y de nuestra actuación misionera durante la jornada.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 37-39
2-4.
Is 40,1-11: El que viene, lleva en brazos a los corderos y cuida de las madres
Salmo 95, 1-3.10-1: Alegría y alabanza brota de la creación por el Señor que llega
Mt 18,12-14: El Padre del cielo se alegra más por la conversión de un pecador que por la perseverancia de novena y nueve.
La figura del buen pastor es preferida por los autores bíblicos para expresar el amor paternal-maternal de Dios. Quien conoce los afanes de los pastores por guiar su rebaño, sosteniendo en sus brazos el corderito enfermo. El profeta Isaías utiliza aquí esta imagen cuando anuncia la futura venida del Señor porque con ella se inaugura el tiempo de la nueva salvación. El Señor muestra esa predilección especial por el pobre, el desvalido, el humilde, que lo representa el profeta en la ovejita recién nacida y en su madre.
El ser humano es frágil como la hierba, pero la presencia del Señor en su Palabra que permanece y en su aliento que vivifica le da la fuerza necesaria para resistir los problemas que pueden venir. (Recordemos que el profeta en este texto está animando a los liberados que se disponen a salir del destierro hacia su patria).
Y esta bondad de Dios la expresa Jesús de Nazaret con unas palabras que nos sirven de consuelo. El padre misericordioso, el buen pastor, se alegra más por el regreso de una oveja extraviada que por las noventa y nueve que permanecen junto a él.
Quien ha vivido la experiencia de ese Dios Salvador y misericordioso puede cantar las maravillas que el Señor ha hecho y hasta la misma naturaleza experimenta alegría ante la cercanía de la llegada del Mesías y se unen todos en el cántico de alabanza que propone el salmista.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
2-5.
Is 40,1-11: Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor
Mt 18,12-14: La alegría del pastor que ha recuperado a su oveja perdida.
Día de los Derechos Humanos y Día internacional de los pueblos indígenas
La imagen del pastor que busca a su oveja siempre nos lleva a pensar en una actitud de ternura y de cariño. Y también nos hace pensar en una relación de posesión y dependencia. En cuanto a Dios no hay duda de que esto es así: somos de Dios, dependemos de El, y somos para El. Sentir esa dependencia, si podemos entenderlo bien, es saludable. Porque de esta manera ningún otro poder estará por encima del suyo, ningún otro "dios" sería adorado salvo El.
Sin embargo, esto ha llevado a muchos a relacionarse con Dios de un modo infantil. Dependencia de Dios no significa ausencia de libertad del creyente, no significa libre pensamiento, no significa no rebeldía. Dependencia de Dios significa, precisamente, la máxima libertad y disponibilidad.
La imagen del rebaño, tan tierna y tan representativa de la iglesia, ha sido utilizada por muchos para dominar y anular las libertades personales, para cortar los crecimientos de las comunidades, para someter las conciencias de los individuos y los grupos.
Hoy celebramos el Día internacional de los pueblos indígenas. Cuántas veces se intentó someterlos so pretexto de que debían ser del rebaño de Dios, y a cuántas atrocidades se llegó con ese mismo concepto. Y no sólo a los pueblos indígenas; también hacia las comunidades cristianas y hasta a la misma comunidad humana.
La cristiandad, de la que mucho resabio queda aún, deseaba ese proyecto: que toda la humanidad participara del rebaño de Dios, y ese rebaño se expresaba en la Iglesia Católica. Y quien no participaba de ese rebaño quedaba fuera de la salvación.
Demos un paso más. Hoy celebramos también el Día de los Derechos Humanos. Y seguimos levantando las banderas de la igualdad, de la libertad y la responsabilidad de todos los hombres y mujeres. Nadie puede ser obligado a vivir como no quiere o como no desea. Nadie puede ser excluido de los beneficios de la comunidad por no pensar como el grupo mayoritario.
Ser del rebaño de Dios no implica someterse a los hombres, sino solamente a Dios y a nuestra propia conciencia y libertad. Ese es el primer derecho.
Al final de este texto presentamos la versión popular escrita por Fray Betto de la declaración universal de los Derechos Humanos (de cuya proclamación se cumplen hoy 48 años) que trae la Agenda Latinoamericana'97 (que en estas fechas ya está disponible en todos los países del Continente).
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
2-6. CLARETIANOS 2002
El profeta Isaías hoy, como ayer, nos envía a preparar los caminos del Señor que se acerca. "Consolad a mi pueblo", es el grito de un Dios que es padre y madre. La Palabra de este martes de la segunda semana de Adviento pregona a voces su Ternura: "gritadle que está perdonado su pecado..." Nuestro Dios viene a salvarnos... ¿Puede haber cabida para el temor? Florece la hierba, se marchita la flor, pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Esta es nuestra esperanza y nuestra alegría.
Necesitamos recordarlo una y otra vez. Por si no nos bastase, el Evangelio nos habla hoy del empeño con que el Pastor sale al encuentro de la oveja perdida. No le echa en cara su despiste cuando la encuentra: se la carga sobre los hombros y la lleva consigo. No quiere el Padre que ninguno de nosotros se pierda. Todos somos importantes, hasta el que se crea más insignificante y pequeño tiene un valor único a sus Ojos. Si nos hemos "perdido" basta esperarle: Él nos encontrará.
Pero, como siempre, la actitud del corazón de Dios nos compromete a hacer nosotros lo mismo. Pedro, creyendo ser magnánimo, propone perdonar hasta siete veces a quien le ofende. La respuesta de Jesús no deja de ser un tanto desconcertante: "hasta setenta veces siete" ¿Quién sería capaz de llevar la cuenta? Simplemente: no existe el límite. ¡Cuánto nos cuesta a veces! Preferimos quedarnos en nuestras "razones" y acabamos en una "justicia" que devora a la Misericordia.
Aprender a perdonar es "preparar el camino". Olvidar cualquier ofensa, amar de veras, llevar sobre los propios hombros a quien vacila, a quien duda, a quien no se siente con fuerzas para andar... es el modo concreto de lograr "que los valles se eleven y la colinas se abajen, que los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos".
Podríamos hoy, secundando la invitación de Jesús, ponernos de acuerdo para pedir algo con la certeza de que nos será concedido. Una oración sencilla y breve, que podamos repetir una y otra vez a lo largo de la semana:
Concédenos, Señor, querernos mutuamente como Tú nos quieres, y vernos como Tú nos ves para que podamos preparar, delante de ti, sendas de justicia, de perdón y de paz.
Que María, la Virgen del Silencio y la Esperanza, acompañe nuestro personal Adviento en la gozosa espera del Señor que llega.
Vuestra hermana en la fe,
Olga Elisa Molina (olgamolicapo@yahoo.es)
2-7. 2001
COMENTARIO 1
«A ver»: giro idiomático castellano usado para proponer una pregunta que introduce un tema diferente o un nuevo desarrollo del mismo tema (inexistente en griego). Hasta ahora se había tra tado de no escandalizar a los pequeños mostrando superioridad y desprecio hacia ellos. Ahora, del cuidado que merecen.
La parábola está construida sobre el verbo «extraviarse» (12: «se le extravía»; «la extraviada»; 13: «no se han extraviado»). El peligro de uno hace aumentar el amor por él y su salvación causa mayor alegría. El lugar de salvación para el individuo es la comunidad; fuera de ella está en peligro de perderse.
COMENTARIO 2
El breve pasaje de Mateo que leemos hoy, le hace perfecto contrapunto a la lectura de Isaías. Es la parábola de la oveja perdida, de un pastor que arriesga dejar solas 99 ovejas de su rebaño por ir a buscar una pequeña descarriada, y que se alegra mucho más por ella que por las que dejó solas. Para decirnos que Dios no quiere que se pierda ni uno solo de los pequeños hijos suyos. Que se echará al hombro a los corderos mientras hace recostar a las madres. La imagen del pastor aparece muchas veces en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Tal vez pueda parecer extraña en algunos países sin cultura pastoril, pero los medios de comunicación nos hacen familiares hasta las imágenes más exóticas, y ésta no lo es; también el arte cristiano nos ha familiarizado a todos con la imagen de Jesús buen pastor, Jesús cuyo nacimiento estamos preparándonos a celebrar. En él se realizan las viejas profecías: el consuelo de Jerusalén, el regreso de los deportados por la vía recta en el desierto, el premio por la paciencia y la esperanza, en los brazos amorosos del buen pastor, de Dios, de Cristo.
¿Sólo palabras? ¿Quién consolará a los pobres de sus penas? ¿Quién buscará a las ovejas descarriadas? Se está apelando a nuestra condición de discípulos de Jesús, de hijos de Dios, llamados a realizar en nuestro mundo, en el comienzo de nuestro tercer milenio, las palabras proféticas de Isaías, las parábolas de Jesús.
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2-8. 2002
Lucas propone la misma parábola en orden a manifestar la voluntad de Dios respecto al pecador que se convierte. Las perspectivas de Mateo son diferentes. La parábola es manifestación de la voluntad del Padre que ha determinado "que no se pierda ni uno de esos pequeños" a los que simboliza la oveja extraviada.
Para comprender en profundidad la parábola es necesario aceptar la invitación al discernimiento de los discípulos que hace Jesús: El "¿qué les parece?" inicial a través de los discípulos llega a toda comunidad cristiana y pone en cuestión las formas de relación social que en ella se establecen.
Normalmente, en todo grupo humano existen personas más estimadas por la posesión de cualidades o bienes. Desde esta situación, a ellas se coloca en el centro de la escena en que un determinado grupo actúa. Por el contrario, los "pequeños", los desfavorecidos en el reparto de esas cualidades y bienes son marginados en la relación grupal.
La comunidad cristiana es llevada naturalmente por una especie de inercia social a reproducir en sí misma estas leyes de grupo. A ella se dirige la advertencia de Jesús por medio de una parábola que, frente a esta forma usual de actuación humana, coloca un parámetro diferente. En las cuentas de Dios, el número inferior ("uno") prevalece sobre el número mayor ("noventa y nueve"). Y la comparación de los números pone de manifiesto la preferencia de Jesús y de Dios por los más desprotegidos al interno de su comunidad.
La comunidad corre el riesgo de dejar marchar a aquellos de sus elementos que gozan de menos prestigio y poder. La parábola no se conforma con señalar la voluntad de Dios sobre ellos en general sino que singulariza aún más hablando de "uno de esos pequeños". Cada uno de ellos merece respeto absoluto ya que singularmente es objeto de la preocupación solícita del Padre que no quiere que ninguno de ellos se pierda.
Esta voluntad divina debe hacerse presente en la relación comunitaria. Cada uno de los integrantes es responsable de expresar adecuadamente el rostro de Dios respecto al hermano más desprotegido. El desprecio a éste, señalado precedentemente en Mt 18,10, puede significar el falseamiento de la imagen del Dios de la misericordia. Comportándose de esta forma, la comunidad se revela incapaz de expresar la solicitud amorosa de Dios, especialmente en favor los desvalidos.
El tiempo del Adviento invita a cada integrante de la comunidad cristiana a reflexionar sobre este punto. Desde su actuación histórica en la primera venida, Jesús ha mostrado sus preferencias manifiestas sobre los que no cuentan en la historia humana. La segunda venida pondrá de manifiesto que de ellos surgen los criterios para juzgar toda acción humana (cfr Mt 25,31-46). La Iglesia, si quiere asegurar la continuidad de ese designio salvífico, debe ser capaz de expresar al interno de su vida esa preferencia de Jesús por "cada uno de esos pequeños".
Frecuentes comportamientos en este punto que se dan al interno de la comunidad eclesial hacen pensar que el mensaje de Jesús es en ella traicionado. La predicación y la práctica de la Iglesia se ha convertido en una glorificación de la grandeza y la gloria humana. El Adviento nos exige una profunda revisión en nuestra forma de actuar no sólo individualmente sino como integrantes de la comunidad de discípulos de Jesús.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2-9. 2003
Is 40, 1-11: Consuelen, consuelen a mi pueblo.
Salmo responsorial: Cantad al Señor un cántico nuevo
Mt 18, 12-14: El Padre quiere que todos se salven
El profeta Isaías se dirige al pueblo de Israel con palabras de consuelo y esperanza. El pueblo está desterrado de su tierra, exiliado en tierra extranjera se halla sujeto a las calamidades y desdichas a las que fue sometido. Pero es necesario que el pueblo entre por caminos de conversión. Una buena nueva se anuncia: “He aquí al Señor que viene con poder” (v. 10). A él se deberá la salvación.
Estas palabras de Isaías tienen una clara referencia a la venida del Mesías. Sólo en él se alcanzará la plenitud anunciada por el profeta. Dicha plenitud consiste principalmente en la salvación de Cristo, Él la ofrece a todos los seres humanos: “No hay deseo de que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14).
Esta sencilla parábola que nos presenta hoy el Evangelio tiene una doble finalidad: de un lado, se quiere probar la misericordia de Dios para con los pecadores; por ello, está ubicada después de la curación del paralítico, a quien no sólo se le devuelve la salud sino que se le perdonan los pecados (cf Lc 15, 4-7); y de otro lado, la finalidad que tiene en Mt es para demostrar el amor que Dios tiene particularmente a los pequeños.
La afirmación que se hace aquí no es que el Buen Pastor ame a la oveja descarriada más que a las noventa y nueve que permanecieron junto a Él, sino que en el momento de recuperarla experimenta un particular gozo y alegría que no siente por las otras. El gozo que produce el tener a las noventa y nueve siempre consigo es habitual, mientras que el gozo que produce recuperar la oveja perdida es del momento en que la encuentra; por tanto, mucho mayor, cuanto más grande fue la tristeza al saber que se había descarriado.
Con la expresión “no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”, no se está refiriendo aquí a los niños sin más, sino más bien a los sencillos, los humildes, los de poca relevancia en el mundo. Jesucristo ha inaugurado el Reino de Dios abierto para todos, también para aquellos a quienes se les considera pecadores. Porque “Dios quiere que todos los seres humanos se salven, que lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim. 2,4); todos pueden salvarse con tal que no opongan resistencia al llamado de Dios. Es Él quien los busca, Él quien los ayuda con su gracia, Él quien los lleva en su corazón.
Por tanto, siempre es posible el recurso a la buena disposición paterna. Pero esta misericordia, continuamente ejercida sobre cada uno de nosotros, nos exige a la vez, el ejercicio de la misericordia para con las demás miserias humanas. Esto debe producir en nosotros sentimientos de profunda confianza en la bondad de Dios, que por todos los medios busca nuestra salvación.
La conclusión pedagógica de esta parábola de Mt se centra en que “lo mismo y en consecuencia, los discípulos de Cristo habrán de cuidar con diligencia y perseverancia a todos los miembros de la comunidad sobre todo a los más pequeños y a los débiles”.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
2-10.
El Buen Pastor siempre nos busca
Autor: P. Cipriano Sánchez
"Una voz dice: ’¡Grita!’ Y yo le respondo: ’¿Qué debo gritar?’. Todo hombre es como la hierba y su grandeza es como flor del campo. Se seca la hierba y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.
Durante el Adviento no debemos olvidar dos dimensiones básicas de lo que la esperanza —virtud con frecuencia muy olvidada— significa para el ser humano. Lo que cada una de nuestras vidas tiene que anunciar al mundo en el que vivimos no es otra cosa sino que la esperanza se basa en un Dios cuya palabra permanece para siempre.
La esperanza no se basa en el hombre, sino en un Dios fiel, que llega lleno de poder y al que acompaña el premio de su victoria. Éste es el Dios en el cual nosotros creemos, en el cual nosotros esperamos: Un Dios que no defrauda; un Dios que apoya y sostiene al hombre en todo momento; un Dios que acoge y recibe al ser humano necesitado, hoy más que nunca, de alguien que le diga en quién puede esperar.
No puedes poner tu esperanza ni cimentar tu vida en nadie más, porque todo es como la flor y como la hierba: la flor se marchita y la hierba se seca. Si tú te afianzas en el Señor, jamás te marchitarás ni te secarás. Nunca serás una oveja perdida, jamás tu existencia estará alejada de Aquel que es tu gozo, tu alegría y tu certeza, porque estarás apoyado en Dios, cuya palabra permanece para siempre.
¡Qué hermosa imagen es la del pastor que lleva en sus brazos a los corderos recién nacidos que todavía no pueden caminar! ¡Qué bella figura es la del pastor que atiende a las ovejas que acaban de dar a luz a los corderitos, y que por estar más débiles, no pueden ir al ritmo del resto del rebaño en la peregrinación hacia los pastos verdes!
Pero, ¿quién es el Pastor? ¿Quién te carga? ¿Quién te espera? ¿Puedes decir con serenidad, con paz, que quien te carga y quien te espera es sólo Dios? ¡Cuántas veces eres cargado por la opinión de los demás, por las circunstancias, o por los bienes materiales! Y sin embargo, ninguno de ellos permanece para siempre.
Tenemos que tener en cuenta que es necesario afianzar nuestra esperanza en Alguien que nunca nos defraude, que nunca nos falle. Y que por mucho que nosotros esperemos en un hombre o en una mujer con muchas cualidades, que está muy cerca de nuestra vida, que nos apoya en todo momento, ese hombre o esa mujer son tan débiles como nosotros, y por lo tanto, no siempre nos van a poder sostener, ayudar o estar a nuestro lado.
En el Evangelio de San Mateo, Cristo nos habla de un Pastor que no sólo nos sostiene y nos carga, sino que nos habla de un Pastor que busca a la oveja que se perdió. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que este Pastor encuentre a la oveja? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la oveja se dé cuenta que está siendo buscada por su Pastor? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la oveja acepte al Pastor que la busca? ¿Qué pasaría si la oveja ve venir al Pastor, se mete por vericuetos muy complicados y huye más lejos, o si a la oveja le da vergüenza haber huido del rebaño, se esconde y no permite que el Pastor llegue a ella?
No importa cuánto tiempo tenga que pasar, ni dónde se haya metido la oveja, el Pastor la va a seguir buscando. Estemos donde estemos: en el rebaño o fuera de él; estemos como estemos: cansados o con temor, siempre tenemos que tener la certeza, la esperanza de que el Pastor jamás va a dejar de buscarnos, de que Él siempre estará dispuesto a cargarnos sobre sus hombros.
¡El Pastor siempre busca! A veces busca Él mismo en tu corazón, a veces te busca a través de otros seres humanos, a veces te busca a través de las circunstancias, porque lo último que quiere el Pastor es que pierdas la esperanza de que estás siendo buscado. Esa certeza es lo que aviva el alma de todo hombre y de toda mujer de la peor de las desesperaciones, de la peor de las angustias, que es la desesperación y la angustia de la propia soledad, del saberse solo frente a la propia miseria, del saberse abandonado frente a la propia pequeñez.
Cuando la esperanza se apoya en el Señor, cuando Dios sabe que tu alma está esperando en Él, el primero que se alegra es Él. ¿Cuánto vale una oveja entre noventa y nueve? Muy poco, casi nada. Y sin embargo, ese muy poco y casi nada se multiplica por el amor infinito de Jesucristo, por el amor infinito de un Señor y de un Redentor que te busca en sus inspiraciones, en las circunstancias, a través de los hombres, a través de caminos de santificación cristiana.
Adviento es el tiempo de la esperanza en el que caminamos al encuentro del Pastor que ha venido a Belén para poder amarnos con un corazón como el nuestro, para poder mirarnos con unos ojos como los nuestros, para poder entregarse en la Cruz con un cuerpo como el nuestro. Hay que saber esperar con la seguridad de que siempre estamos siendo buscados por un Pastor que se va a alegrar cuando nos encuentre.
Que el Adviento sea un motivo de esperanza, porque tenemos la certeza de que ese dolor, ese miedo, esa tristeza, esa desesperación o esa debilidad de nuestra existencia está siendo buscada por un Pastor que no te busca sólo a ti, sino que a través de ti quiere ser luz y esperanza para poder encontrar a otros muchos.
¿Quién te buscó a ti? ¿Quién te encontró? ¿Llegaste solo? ¿Quién te trajo? Quien te trajo fue un pastor, y ese pastor, a su vez, fue traído por otro Pastor. Convierte tu corazón en fuente de esperanza para tantos hombres y mujeres que no la tienen. Transforma tu vida en un camino del Pastor que busca sin cesar a todo hombre y a toda mujer que, por la razón que sea, no está en su rebaño.
2-11.
Reflexión
Si volteamos a nuestro alrededor nos encontraremos con muchos de estos “pequeños” que se han extraviado. Hombres y mujeres que por diferentes razones se encuentran lejos del Evangelio. Hombres y mujeres, jóvenes y adultos que se han dejado engañar por el “oropel” del mundo y que se encuentran perdidos en el hedonismo, el consumismo, o en la más miserable pobreza; algunos incluso en los vicios y las drogas. Son personas a las que les ha faltado un pastor que evitara que por las presiones del mundo, económicas, sociales o culturales estos se perdieran. Tú y yo debemos y podemos hacer algo. Cada uno según sus posibilidades y el llamado de Dios en su corazón podrá hacerlo materialmente, pero todos debemos orar e interesarnos por ellos. Hagamos lo que está en nuestras manos, Dios completará la Acción..
Pbro. Ernesto María Caro
2-12.
Jesús nos recuerda el día de hoy que nuestro Padre del cielo es el buen
pastor que no deja perdida a ninguna de sus ovejas. Dios es el buen pastor, no nosotros. Me costó mucho entender esto, hasta que Jesús tuvo que decírmelo muy fuertemente en un momento de oración. En nuestro afán por traer al redil ovejas perdidas, se nos olvida que sólo somos instrumentos en esa búsqueda, pero que el verdadero Pastor es Dios. Por tanto, muchas veces, nuestra ayuda se vuelve sofocante para la oveja, la asfixiamos, atormentamos, la atosigamos, sin darnos cuenta que lo nuestro sólo es una ayuda para el Pastor. Muy a pesar de nuestro esfuerzo, esa es su oveja y él será quién la mime, la cuide y la lleve de nuevo al redil. No depende de nuestro esfuerzo, sino de su gracia. Y él, no dejará que ninguno de nosotros, sus pequeños, nos quedemos perdidos. Esa es su promesa.
Mi Señor, te pedimos por cada una de las ovejas que en este momento están perdidas. También te pedimos por la conversión de los lobos feroces que andan devorando a las ovejas. Y por nosotros, en nuestra misión de ayudar a construir en el reino de los cielos.
Miosotis
2-13.
San Siloán (l866-1938) monje del Monte Athos
Ternura de Dios (Tendresse de Dieu, ed. Présence, l973)
“Vuestro Padre no quiere que ninguno de estos pequeños se pierda."
El Señor nos llama constantemente y nos busca: “Venid a mí, ovejas de mi rebaño y os haré sestear.” El Señor nos ha dado a nosotros pecadores, su Espíritu sin pedirnos ninguna paga; pero a cada uno nos ha dicho, igual que a Pedro: “¿Me amas?” El Señor no espera otra cosa de nosotros que el amor; y se alegra cuando vamos a él.
Esta es la misericordia del Señor para con la humanidad: tan pronto como el hombre deja de pecar y se humilla ante Dios, el Señor le perdona todo. Le da la gracia del Espíritu Santo y la fuerza de vencer el pecado. Cosa admirable: el hombre desprecia a su hermano, hombre como él, cuando le ve pobre o sucio. Pero el Señor, a su vez, nos perdona todo, como una madre amorosa perdona a su hijo. No rechaza a ningún pecador, antes bien le da el Espíritu Santo...
Señor, concédeme poder llorar por mí mismo y por el mundo entero, para que los pueblos te conozcan y vivan para siempre en tu presencia. Señor, haznos dignos del don del Espíritu Santo para poder comprender tu gloria... Mi alma desea ardientemente que la misericordia del Señor esté con todos los hombres, para que el mundo entero, toda la humanidad sepa con qué ternura el Señor los ama, como a hijos bien amados.
El Señor ama al pecador que se arrepiente. Lo estrecha entre sus brazos y lo acoge sobre su corazón: “¿Dónde estabas, hijo mío? Te espero desde hace mucho tiempo.” Así llama el Señor a todos los hombres a través del evangelio. Su voz resuena en todo el mundo: “¡Venid a mí, ovejas de mi rebaño, enteraos cómo os amo!”
2-14. DOMINICOS 2003
Consolad a mi pueblo
El heraldo de Sión sube a lo alto del monte y nos grita: escuchad a Dios que viene trayendo mensajes de amor. Sembrad en la tierra semillas de justicia, amor y perdón. Él es nuestra paz.
Vedlo como pastor bueno que apacienta a su rebaño, lleva en brazos los corderos y cuida a los desvalidos. Perdonaos mutuamente los delitos, purificad el corazón, y gritad en el silencio interior: Venid, Señor. Visitadnos con la paz.
La primera lectura de hoy da un salto del capítulo 35 al 40 de Isaías, y nos sitúa en el siglo VI, por el año 587 antes de Cristo. Para esas fechas el pueblo de Israel había sufrido ya muchas amarguras y llorado sus pecados en el destierro, y en Jerusalén comenzaban a oírse voces de alegría, pues la liberación –obra de Dios- se anunciaba como retorno del destierro a la tierra prometida, pasando por los desiertos de Siria. Con razón el profeta Isaías canta, por una parte, la fidelidad de Dios, y, por otra, “consuela” a cuantos sufren todavía porque pronto el gozo de la libertad entrará en su casa y en su corazón.
La luz de la Palabra de Dios
Isaías, 40, 1-11:
“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén..., pues de la mano del Señor ha recibido ya doble paga/castigo por sus pecados. Haya alegría, pues una voz grita en el desierto: preparadle un camino al Señor. Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios. Que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale...
Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión. Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén. Álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el señor, llega con fuerza, su brazo domina...”
Evangelio según san Mateo 18, 12-14:
“Un día dijo Jesús a sus discípulos: ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida? Sí, naturalmente. Y si la encuentra, ¿no os parece que se alegra por ella más que por las noventa y nueve que no se habían extraviado?
Pues así se comporta vuestro Padre del cielo : Él no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”
Reflexión para este día
El Señor quiere venir con fuerza al mundo.
Recapacitemos un momento releyendo el párrafo tomado de Isaías en el que se nos invita a reflexionar en el siglo XXI, como en siglos antes de Cristo:
-Los hijos de Israel ya han pagado doblemente por sus infidelidades, y sobreviene la paz. La actitud de Dios para con nosotros no es la de hacernos sufrir sino la de despertarnos de las injusticias y ayudarnos a superarlas.
-Los vigías pueden ya ver cómo viene del desierto un pregonero anunciando que el Señor se acerca. En cualquier momento nosotros podemos percibir en los hombres de bien, en los signos, en los acontecimientos, que Dios no murió ni se ausentó de nosotros, sino que está a la puerta de cada corazón, llamando.
-La preparación de los caminos para recibir al Señor son caminos de conversión. Si en nosotros no hay voluntad de verdad, de bien, de justicia, entonces somos infieles en la historia de salvación de los hombres.
El Señor quiere llegar con fuerza, y nos pide a todos audacia para emprender vida nueva. Los cobardes de espíritu y obras haremos escaso bien a la humanidad.
¡Ven, Señor, e infúndenos valor y espíritu nuevo para abrir contigo caminos de salvación para todos lo hombres en justicia, amor y paz!
2-15. CLARETIANOS 2003
Cuando se pierde un “pequeño” todo se moviliza en la familia. Suscita en nosotros una peculiarísima ternura. También Dios tiene sus pequeños. Cuando se le pierden, su corazón se enciende y pierde el equilibrio: todo lo abandona. ¿Será, de verdad, Dios así? Su palabra nos lo dice.
Esa comparación entre las noventa y nueve ovejas y la oveja que se pierde no se puede entender en clave numérica, sino cualitativa. Lo que conmociona al Pastor es “esa oveja particular” que ha perdido. Después Jesús, explica que se trata de “un pequeño”. La pérdida de esa oveja, le ha conmocionado al Pastor. Por ella, deja todo. En el Pastor hay una predilección especialísima por la oveja perdida.
El Pastor al que Jesús re refiere es el Padre del cielo. ¡No quiere que se pierda ni uno de estos pequeños! Se perdió el hijo pequeño del Padre, el hijo pródigo. La alegría del Padre al recuperarlo se manifestó en la organización de la fiesta. Esto suscitó la envidia del hermano que nunca había abandonado la casa. La cuestión está aquí en la imagen de Dios que desvelan estas parábolas. Dios siente debilidad por los pequeños, por los últimos y no quiere que “ni siquiera uno” se pierda.
Nunca debemos decir que estamos dejados de la mano de Dios. Al contrario: en el lugar de mayor lejanía vendrá nuestro Pastor a buscarnos. Estamos en buenas manos. No permitirá que nos perdamos.
El amor hacia lo pequeño, hacia los pequeños, es una característica de nuestro Dios. No siente agrado en la espectacularidad, en las demostraciones de poder. Se conmueve ante lo pequeño.
José Cristo Rey García Paredes
(jose_cristorey@yahoo.com)
2-16. LECTURAS: IS 40, 1-11; SAL 95; MT 18, 12-14
Is. 40, 1-11. Llega el Señor, como Rey victorioso sobre el pecado; el premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden: con Él vamos los que redimió con su Sangre. Él se manifiesta hacia nosotros lleno de compasión y de ternura, pues carga sobre sí las ovejas más débiles para llevarlas de vuelta a la casa paterna. Por eso, preparemos un camino al Señor. No importa que nuestra vida parezca un desierto sin esperanzas de vida. El Señor puede hacer que nuestros desiertos se conviertan en un vergel y que nuestra vida produzca abundantes frutos de salvación. Él sólo espera que reconozcamos nuestras maldades y, arrepentidos de ellas, escuchemos su voz que nos llama para que vayamos a Él y seamos perdonados y hechos hijos de Dios, para poder llegar a ser, junto con su Hijo, coherederos de su Gloria. El Señor se acerca; no dejemos que pase de largo junto a nosotros, sino que, en nosotros, haga su morada y, libres del pecado y de la muerte, nos haga dignos de participar de las moradas eternas.
Sal. 95 El Señor viene a gobernar el orbe. Dios ha salido a nuestro encuentro para establecer su Reino entre nosotros. Cuando Él sea aceptado en nuestro corazón habrá justicia y rectitud en todas las naciones. Cuando el hombre se cierra a la salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, continúa esclavo de la maldad y en lugar de hacer el bien hará el mal, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Si somos hombres de fe en Cristo, si su Palabra y su Espíritu han hecho su morada en nosotros, démosle un nuevo rumbo a nuestro mundo y su historia proclamando el amor de Dios día tras día.
Mt. 18, 12-14. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Los que hemos aceptado y hecho nuestra la salvación que Dios nos ofrece por medio de Jesús, su Hijo, continuamos siendo frágiles y expuestos a un sinnúmero de tentaciones, que muchas veces, por desgracia, nos desvían del camino de la salvación. Y Dios, por medio de su Hijo, ha salido a buscar a sus ovejas, que se descarriaron seducidas por el mal. Y al encontrarlas las ha cargado, jubiloso, sobre sus hombros. La cruz que lleva sobre sus hombros es el hombre pecador, que va a ser redimido para que vuelva, purificado de todo pecado, a la casa del Padre. El Señor, en el Evangelio de este día, invita a su Iglesia a salir al encuentro del hombre pecador, para convertirse para él en una manifestación del amor misericordioso y salvador de Dios.
En esta Eucaristía celebramos que Dios nos tiene. Cristo ha dado su vida por nosotros porque nos ama. Mediante su propia entrega han terminado los días de nuestra esclavitud al pecado y nuestro destino a la muerte. Dios nos ha mirado con misericordia y nos ha liberado para hacernos hijos suyos. Él, por medio de su Hijo Jesús, nos ha cargado sobre sus hombros y, lleno de alegría, nos ha llevado de vuelta a su Casa. Este retorno a Él, esta alegría, este encuentro con Él se realiza en este momento, el más importante en la vida del hombre de fe mientras camina por este mundo. Contemplemos a Cristo y seamos testigos de su entrega amorosa por nosotros. Dejémonos salvar por Él. Que esta Eucaristía no sea sólo un momento de oración en nuestra vida, sino que sea el compromiso de unirnos al Señor para vivir amando a nuestro prójimo, como Dios nos ha amado a nosotros.
La Iglesia de Cristo no puede dedicarse a perseguir a los pecadores. Y al acercarse a ellos no puede ir con el gesto amenazante de un juez implacable, sino con el amor misericordioso de Dios que les llama para conducirlos a la casa paterna, no a golpes, sino cargándoles sobre los propios hombros. Así, la Iglesia de Cristo, está llamada a convertirse en fuente de perdón, de paz y de amor al estilo de Jesús. El Señor quiere continuar haciéndose cercanía para el hombre pecador, para salvarlo. Y esa es la misión que le ha confiado a su Iglesia, la cual prolonga en la historia el amor salvífico que Dios nos manifestó en su Hijo Encarnado. Dios no quiere que nadie se pierda. No podemos, por tanto, pasarnos la vida estigmatizando o condenando a los pecadores, sino saliendo a su encuentro para salvarlos. Una Iglesia burócrata; una Iglesia que sólo se conforma con proclamar el Evangelio en los recintos sagrados; una Iglesia que espera que todos lleguen a ella, pero que es incapaz de empolvarse los pies y de meter el cuerpo entre los espinos para rescatar a los pecadores, no puede llamarse en verdad Iglesia de Cristo. El Señor dio su vida para salvar a los pecadores; ese es el amor con que nos amó. ¿Qué hacemos nosotros para continuar su obra de salvación en el mundo?
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir unidos a Cristo de tal forma que podamos ser un Evangelio viviente del amor salvador de Dios para nuestros hermanos. Amén.
www.homiliacatolica.com
2-17. P. José Rodrigo Escorza 2003
Hoy día, es difícil ver rebaños y pastores, pero ello no quita un ápice a la actualidad de la cuestión de fondo que aborda Jesús, aunque su ejemplo vaya dirigido especialmente a las gentes de entonces. Aunque no es fácil hacernos una idea de lo que supondría para un pastor perder a una de sus ovejas, podríamos hacer un esfuerzo y teniendo en cuenta, sobre todo, que hablamos del “buen” pastor. Y buen pastor es aquel que defiende a las suyas de los peligros, que las cuida y se sacrifica por ellas. Todos podemos ponernos en “la piel” de quien sale al encuentro de un necesitado, de quien no se queda indiferente ante la desgracia ajena...
“Que la vida no me sea indiferente”... es parte del estribillo de una canción. En el fondo se trata de la denuncia de una actitud común entre quienes hacemos de nuestro ambiente social algo así como un compartimento estanco, en donde el interés real y la solidaridad por los demás queda ahogado por el anonimato. Vivimos rodeados de gente y, al mismo tiempo, somos unos extraños para la inmensa mayoría. Jamás en la historia ha habido aglomeraciones humanas como hoy en día, y sin embargo, en ningún tiempo como hoy se sufre tanta soledad y abandono. Los que padecen más duramente son los más indefensos: los niños y los ancianos. Los cristianos, si lo somos de verdad, no podemos permanecer indiferentes ante estos problemas.
Jesús nos pide salir hoy al encuentro del que sufre, del que está solo o enfermo, de quien no encuentra a Dios o ha perdido la esperanza de vivir. Se requiere generosidad, sí. Se requiere sacrificio, pero más que todo ello, se requiere tener un corazón grande, de buen pastor. Todo cristiano vive unido a los demás. No se puede aislar del resto. Los males de uno, son también los míos. Somos un cuerpo vivo y por ello todo lo que ocurre me afecta a mí como una parte de él. ¡Qué difícil, pero qué hermoso sería dejar por un momento lo propio, los intereses personales, para ir al encuentro, en búsqueda del hermano, en nombre de Dios! ¿Aceptaremos el reto?
2-18. La auténtica renovación
Isaías: 40, 1-11
San Mateo: 18, 12-14
Autor: P. Cipriano Sánchez 2003
La lectura del Evangelio de San Mateo nos hace reflexionar en alguien que, después de mucho tiempo, vuelve a vivir según Dios Nuestro Señor. Sin embargo, nos podría suceder que al reflexionar sobre la oveja perdida, perdiéramos la verdadera esencia de este regreso. A todos nos puede llamar la atención cuando una persona que vivió durante mucho tiempo alejada de Dios, de pronto decide regresar debido a una enfermedad, un dolor, una pena, un consejo; y podríamos perder de vista que aunque es considerable el mérito de quien decide regresar, es mucho más el mérito de quien hace regresar. Quien hace regresar es Dios; Él es el único que lo puede lograr. Y es que la renovación de espíritu, la auténtica transformación del alma, no se produce por el hecho de que nuestra voluntad o nuestra libertad lo decida. Cuántas veces nuestra libertad es tan débil que no es capaz de decir «sí» a Dios, cuando nos damos cuenta de lo que Él nos está pidiendo.
El primer actor de todo regreso es Dios que, como dice un salmo: "viene a renovar el mundo". Y Nuestro Señor no lo hace dándonos cosas diferentes a las que hemos conocido, no lo hace permitiéndonos encontrarnos con situaciones distintas de las que hemos tenido. Dios viene a renovar el mundo con su persona. La auténtica renovación del mundo no es que cambien las situaciones, sino que Dios esté más presente. La auténtica renovación del mundo no es que las circunstancias sean diferentes, sino que Cristo esté dentro de los corazones de los hombres.
Es en esto en lo que todos tenemos que insistir si pretendemos cambiar, si queremos transformarnos, si deseamos ser diferentes, si anhelamos que nuestra familia, nuestra vida y nuestra sociedad sean distintas. Podremos hacer mil obras, mil apostolados, tener mil actividades y realizar mil cosas, pero de nada sirve si Dios no está presente en nuestros corazones, si no nos atrevemos a gritar como el Profeta Isaías: "Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo".
La auténtica renovación es introducir a Dios en los corazones. En este Adviento sepamos hacerlo en nuestra existencia, dejando que el Buen Pastor nos cargue, nos lleve en sus hombros por donde Él quiere. Permitámosle a Dios entrar en la ciudad de nuestra vida para encontrarse con nosotros, porque entonces, estaremos cambiando el mundo y lo estaremos regresado al redil de la renovación, al lugar donde se está con Dios, donde se vuelve a tener el alma cerca de Él. Hagamos esto de la única forma que se puede hacer: a través de la oración y del testimonio de vida cristiana. Si hay estas dos cosas, aunque haya dificultades y problemas tendremos la certeza de que el Señor va a estar siempre a nuestro lado acompañándonos.
Pidámosle a Jesucristo que nos conceda la gracia de renovarnos de la única manera que el tiempo no agota, que la edad no hace pasar, que las distancias no separan: con la presencia de Dios, el único que puede cargarnos en sus hombros y hacernos regresar con Él.
Que ésta sea una plegaria por nosotros, pero también por todas aquellas personas que, a lo mejor, cerca o lejos de nosotros, todavía no han sabido subirse a los hombros del Señor para que el Buen Pastor los lleve otra vez a su redil.
2-19. EL CORDERITO.
“Con este pelo tan duro, jamás se le caerá”- me decía hace unos pocos años el peluquero- y una sonrisa vanidosa afloraba a mis labios. Ahora el que se sonríe es mi peine, que trabaja menos que el sastre de Tarzán. Bendito peluquero. Me horroriza pensar que me hubiese dicho: “Huuu, usted calvo en tres años”. A lo mejor me hubiera preocupado y andaría echándome potingues en el cuero cabelludo y dudando si usar gomina o “Super-glu”. Quizá hubiera mirado con tristeza cada pelo que se quedaba en el cepillo y lo hubiera guardado como mi más precioso tesoro. Pero no, ahora estamos como estamos. Reconozco que, con los años, he acabado reparando poco en mí mismo, y que me da bastante igual lo que piensen los demás. Mucho o poco pelo, tanto da. Además así, tal y como luzco ahora, eres más fácil de identificar: -¿Has visto a ése?. – ¿Quién? –El Calvo. – Ah sí, estaba aquí hace un momento…
< “Grita”. Respondo: “¿Qué debo gritar?” “Toda carne es hierba y su belleza como flor silvestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sople sobre ellos; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.”>. Hoy ante esto muchos se escandalizarían. Parece que Dios estuviera a punto de hacer un casting para ver quién entra o no en el cielo. Están tan preocupados de mirarse a sí mismos que son incapaces de mirar a los demás y mucho menos a Dios. No escuchan el “Aquí está vuestro Dios”. No sólo me refiero a los que pasan horas en el gimnasio o ante el espejo, sino también a los que son incapaces de reconocer su pecado, los que niegan su alopecia espiritual y quieren parecer justos y buenos ante los demás. Lo peor de ellos es que además se lo acaban creyendo. Si no te sabes pequeño y pecador la Redención te sobra. No puede uno caer en la ingenuidad o la vileza de presumir del pecado cometido, pero tampoco ocultarlo, como hace el avestruz, o creyéndose impecable.
A veces me da por pensar que todo esto ocurre seguramente por salir poco al campo. Leemos en el Evangelio “Suponed que un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una”. Y en seguida uno piensa en el corderito de Norit. Tan blanquito, tan limpio, tan adorable. Es un corderito con cara de buena persona. Si me pidiese quinientos euros se los daría con toda paz; es un corderito del que te puedes fiar. Haz un ejercicio: Este fin de semana sal al campo, busca un rebaño de ovejas y acércate a verlo. De lejos es bonito. Si te aproximas más seguramente te salga un perro y te ladre ( a no ser que tengas la misma cara del corderito de Norit). Una vez que el pastor llame al perro y pierdas el miedo, lo primero que notarás será el olor. El dicho “hueles a oveja” no es creación de Chanel. Luego pisarás los excrementos. Sí, son redonditos, no es una plasta enorme, pero son excrementos, te gusten o no. ¿Y la ovejita? Un campo de parásitos, garrapatas, pulgas y mil bichitos más. La lana, unos pegotes desiguales que rodean calvas más grandes que la mía, llena de barro y suciedad. El corderito de Norit no tiene cabida en ese grupo.
Sin embargo el pastor está orgulloso de su rebaño. Conoce a cada oveja (no sé por qué extraño método) por su nombre, sabe que están sucias, pero las quiere y las cuida.
Así es tu Padre del cielo. No te va a querer por tu cuerpo o tu aspecto o porque seas un “cristiano de anuncio”. Te buscará siempre porque es tu Padre y te quiere. No te creas demasiado digno para codearte con pecadores y te alejes del buen pastor. María te enseñará a comprender que a todos se nos llama por nuestro nombre (aunque con todos los pecados del mundo) y a no separarte del buen pastor, que ha dejado todo por buscarte y encontrarte.
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2-20. La auténtica renovación
Autor: P. Cipriano Sánchez
La lectura del Evangelio de San Mateo nos hace reflexionar en alguien que, después de mucho tiempo, vuelve a vivir según Dios Nuestro Señor. Sin embargo, nos podría suceder que al reflexionar sobre la oveja perdida, perdiéramos la verdadera esencia de este regreso. A todos nos puede llamar la atención cuando una persona que vivió durante mucho tiempo alejada de Dios, de pronto decide regresar debido a una enfermedad, un dolor, una pena, un consejo; y podríamos perder de vista que aunque es considerable el mérito de quien decide regresar, es mucho más el mérito de quien hace regresar. Quien hace regresar es Dios; Él es el único que lo puede lograr. Y es que la renovación de espíritu, la auténtica transformación del alma, no se produce por el hecho de que nuestra voluntad o nuestra libertad lo decida. Cuántas veces nuestra libertad es tan débil que no es capaz de decir «sí» a Dios, cuando nos damos cuenta de lo que Él nos está pidiendo.
El primer actor de todo regreso es Dios que, como dice un salmo: "viene a renovar el mundo". Y Nuestro Señor no lo hace dándonos cosas diferentes a las que hemos conocido, no lo hace permitiéndonos encontrarnos con situaciones distintas de las que hemos tenido. Dios viene a renovar el mundo con su persona. La auténtica renovación del mundo no es que cambien las situaciones, sino que Dios esté más presente. La auténtica renovación del mundo no es que las circunstancias sean diferentes, sino que Cristo esté dentro de los corazones de los hombres.
Es en esto en lo que todos tenemos que insistir si pretendemos cambiar, si queremos transformarnos, si deseamos ser diferentes, si anhelamos que nuestra familia, nuestra vida y nuestra sociedad sean distintas. Podremos hacer mil obras, mil apostolados, tener mil actividades y realizar mil cosas, pero de nada sirve si Dios no está presente en nuestros corazones, si no nos atrevemos a gritar como el Profeta Isaías: "Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo".
La auténtica renovación es introducir a Dios en los corazones. En este Adviento sepamos hacerlo en nuestra existencia, dejando que el Buen Pastor nos cargue, nos lleve en sus hombros por donde Él quiere. Permitámosle a Dios entrar en la ciudad de nuestra vida para encontrarse con nosotros, porque entonces, estaremos cambiando el mundo y lo estaremos regresado al redil de la renovación, al lugar donde se está con Dios, donde se vuelve a tener el alma cerca de Él. Hagamos esto de la única forma que se puede hacer: a través de la oración y del testimonio de vida cristiana. Si hay estas dos cosas, aunque haya dificultades y problemas tendremos la certeza de que el Señor va a estar siempre a nuestro lado acompañándonos.
Pidámosle a Jesucristo que nos conceda la gracia de renovarnos de la única manera que el tiempo no agota, que la edad no hace pasar, que las distancias no separan: con la presencia de Dios, el único que puede cargarnos en sus hombros y hacernos regresar con Él.
Que ésta sea una plegaria por nosotros, pero también por todas aquellas personas que, a lo mejor, cerca o lejos de nosotros, todavía no han sabido subirse a los hombros del Señor para que el Buen Pastor los lleve otra vez a su redil.
2-21. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Is 40,1-11: ¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor!
Sal 97: Ya llega el Señor como pastor con su rebaño
Mt 18,12-14: “El deseo del Padre celestial es que no se pierda ninguno de sus hijos”
Continuamos la lectura de la selección de pasajes de Isaías que la liturgia nos presenta para este tiempo de adviento. La perícopa que escuchamos hoy en la primera lectura abre lo que los especialistas llaman “el libro de la consolación de Israel”, pues ese es el acento especial que presentan los capítulos 40 al 55, obra atribuida a un profeta anónimo del fin del destierro al que comúnmente se le llama “deuteroIsaías” o segundo Isaías. Podríamos datarlo, entonces, hacia mediado del siglo VI aC. La idea de la consolación que hoy contemplamos tiene cuatro motivos importantes: a) anuncio del fin del destierro (vv 1-2); b) llamado para “abrir el camino” en el desierto (vv 3-9); c) la fugacidad de las criaturas comparada con la perennidad de Dios y su proyecto (v 10); d) promesa de la venida de Dios a pastorear a su pueblo (v11).
Hacia el final del destierro se ha ido creando ya la conciencia de la “purificación” del pueblo. La amargura del exilio y su consiguiente humillación va haciendo que el pueblo purifique su fe, su esperanza y, sobre todo su imagen de Dios. Los grandes interrogantes que suscitó la caída de Jerusalén en el 587 aC., han ido aclarándose poco a poco durante casi cinco decenios, por eso ahora el mensaje es antes que nada consolador y esperanzador; Jerusalén ha purgado “dos” veces sus pecados y el regreso de los deportados es inminente. Hemos de recordar el edicto de Ciro que permite el regreso de los deportados.
El regreso del exilio ha sido muchas veces asimilado al Éxodo; esto es, un nuevo éxodo, donde el pueblo podrá volver a experimentar y vivir en carne propia los portentos realizados por el brazo poderoso de YHWH en la salida de Egipto y la travesía por el desierto. Los deportados recorrerán un camino, una senda especialmente allanada para ellos, pues van acompañados nada menos que con su Dios. En el cercano oriente era normal y corriente la construcción o adecuación de una vía para ser transitada por un personaje ilustre. Rastros de esa costumbre se vieron el siglo pasado cuando se construyó una vía nueva en Palestina, la cual sería recorría por el papa Pablo VI en su visita a tierra santa.
Pues bien, en ese contexto podemos entender el llamado que hace el profeta para allanar la senda por el desierto. Pero en el sentido religioso, se trata de reconstruir el camino de la justicia. Si los deportados han aprendido la lección que la historia les dio, ahora tendrán que caminar por un sendero nuevo, y en ese camino serán acompañados por su Dios. Israel, el ser humano, es “hierba que fenece”, pero Dios es eterno y sus mandatos estables por siempre.
Una de las figuras de la constante compañía de Dios es la del pastor. Él es el único pastor que desempeña su función con toda diligencia. Esta imagen es también presentada por Jeremías 23,1-6 y Ezequiel 34, y en el Nuevo Testamento, Mateo 18,2-14par.; Juan 10,11-18, es Jesús el que asume esa figura demostrando con su entrega que él es el Buen Pastor.
Dios será, pues, el verdadero pastor de Israel que lo guiará diligentemente, teniendo especial cuidado con los corderos y con las ovejas madres; es decir, su preocupación será la de siempre por los más débiles y vulnerables del pueblo.
En consonancia con la imagen del pastor de la primera lectura, nos narra el evangelio la parábola del pastor y sus cien ovejas, una de las cuales se extravía; el pastor bueno y eficiente no duda en dejar las noventa y nueve al seguro y ponerse en búsqueda de la que se ha perdido. La parábola muestra la alegría que siente el pastor cuando la encuentra. El evangelista Lucas (Cf. Lc 15,4-7) subraya mucho más aquel gozo describiendo cómo el pastor al encontrar la oveja “la coloca sobre sus hombros y luego reúne a sus amigos para compartir semejante alegría...” En ambos casos, queda claro la preocupación misericordiosa del Padre que vela con mayor solicitud y empeño por sus hijos descarriados que por los que ya están en sus sendas.
La parábola de la oveja perdida en este tiempo de adviento nos debería recordar esa solicitud de Dios para con sus hijos e hijas, y es para nosotros un claro llamado de atención para que confrontemos nuestra manera de realizar la acción pastoral que se nos ha encomendado. A veces nuestras comunidades son un reducto de gente muy buena porque las tenemos ahí en nuestros sitios apostólicos, vienen donde nosotros, están con nosotros y todo muy bien. Pero, ¿cuántos alejados no nos están reclamando implícitamente? Se ha dicho, y con mucha razón, que casi siempre nosotros nos contentamos con una oveja mientras hay noventa y nueve perdidas, sin que nosotros nos inmutemos. Tal vez el tiempo de Navidad es ocasión para replantearnos esta realidad que aparenta exagerada, pero que tiene mucho de verdad. Sería necesario poner en fuego toda nuestra creatividad evangélica e intentar salirnos un poco más de nuestras estructuras muchas veces cómodas para adentrarnos en el desierto contemporáneo en busca de tantas y tantas ovejas que siguen perdidas.
2-22.El Buen Pastor siempre nos busca
Autor: P. Cipriano Sánchez
"Una voz dice: ’¡Grita!’ Y yo le respondo: ’¿Qué debo gritar?’. Todo hombre es como la hierba y su grandeza es como flor del campo. Se seca la hierba y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.
Durante el Adviento no debemos olvidar dos dimensiones básicas de lo que la esperanza —virtud con frecuencia muy olvidada— significa para el ser humano. Lo que cada una de nuestras vidas tiene que anunciar al mundo en el que vivimos no es otra cosa sino que la esperanza se basa en un Dios cuya palabra permanece para siempre.
La esperanza no se basa en el hombre, sino en un Dios fiel, que llega lleno de poder y al que acompaña el premio de su victoria. Éste es el Dios en el cual nosotros creemos, en el cual nosotros esperamos: Un Dios que no defrauda; un Dios que apoya y sostiene al hombre en todo momento; un Dios que acoge y recibe al ser humano necesitado, hoy más que nunca, de alguien que le diga en quién puede esperar.
No puedes poner tu esperanza ni cimentar tu vida en nadie más, porque todo es como la flor y como la hierba: la flor se marchita y la hierba se seca. Si tú te afianzas en el Señor, jamás te marchitarás ni te secarás. Nunca serás una oveja perdida, jamás tu existencia estará alejada de Aquel que es tu gozo, tu alegría y tu certeza, porque estarás apoyado en Dios, cuya palabra permanece para siempre.
¡Qué hermosa imagen es la del pastor que lleva en sus brazos a los corderos recién nacidos que todavía no pueden caminar! ¡Qué bella figura es la del pastor que atiende a las ovejas que acaban de dar a luz a los corderitos, y que por estar más débiles, no pueden ir al ritmo del resto del rebaño en la peregrinación hacia los pastos verdes!
Pero, ¿quién es el Pastor? ¿Quién te carga? ¿Quién te espera? ¿Puedes decir con serenidad, con paz, que quien te carga y quien te espera es sólo Dios? ¡Cuántas veces eres cargado por la opinión de los demás, por las circunstancias, o por los bienes materiales! Y sin embargo, ninguno de ellos permanece para siempre.
Tenemos que tener en cuenta que es necesario afianzar nuestra esperanza en Alguien que nunca nos defraude, que nunca nos falle. Y que por mucho que nosotros esperemos en un hombre o en una mujer con muchas cualidades, que está muy cerca de nuestra vida, que nos apoya en todo momento, ese hombre o esa mujer son tan débiles como nosotros, y por lo tanto, no siempre nos van a poder sostener, ayudar o estar a nuestro lado.
En el Evangelio de San Mateo, Cristo nos habla de un Pastor que no sólo nos sostiene y nos carga, sino que nos habla de un Pastor que busca a la oveja que se perdió. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que este Pastor encuentre a la oveja? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la oveja se dé cuenta que está siendo buscada por su Pastor? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la oveja acepte al Pastor que la busca? ¿Qué pasaría si la oveja ve venir al Pastor, se mete por vericuetos muy complicados y huye más lejos, o si a la oveja le da vergüenza haber huido del rebaño, se esconde y no permite que el Pastor llegue a ella?
No importa cuánto tiempo tenga que pasar, ni dónde se haya metido la oveja, el Pastor la va a seguir buscando. Estemos donde estemos: en el rebaño o fuera de él; estemos como estemos: cansados o con temor, siempre tenemos que tener la certeza, la esperanza de que el Pastor jamás va a dejar de buscarnos, de que Él siempre estará dispuesto a cargarnos sobre sus hombros.
¡El Pastor siempre busca! A veces busca Él mismo en tu corazón, a veces te busca a través de otros seres humanos, a veces te busca a través de las circunstancias, porque lo último que quiere el Pastor es que pierdas la esperanza de que estás siendo buscado. Esa certeza es lo que aviva el alma de todo hombre y de toda mujer de la peor de las desesperaciones, de la peor de las angustias, que es la desesperación y la angustia de la propia soledad, del saberse solo frente a la propia miseria, del saberse abandonado frente a la propia pequeñez.
Cuando la esperanza se apoya en el Señor, cuando Dios sabe que tu alma está esperando en Él, el primero que se alegra es Él. ¿Cuánto vale una oveja entre noventa y nueve? Muy poco, casi nada. Y sin embargo, ese muy poco y casi nada se multiplica por el amor infinito de Jesucristo, por el amor infinito de un Señor y de un Redentor que te busca en sus inspiraciones, en las circunstancias, a través de los hombres, a través de caminos de santificación cristiana.
Adviento es el tiempo de la esperanza en el que caminamos al encuentro del Pastor que ha venido a Belén para poder amarnos con un corazón como el nuestro, para poder mirarnos con unos ojos como los nuestros, para poder entregarse en la Cruz con un cuerpo como el nuestro. Hay que saber esperar con la seguridad de que siempre estamos siendo buscados por un Pastor que se va a alegrar cuando nos encuentre.
Que el Adviento sea un motivo de esperanza, porque tenemos la certeza de que ese dolor, ese miedo, esa tristeza, esa desesperación o esa debilidad de nuestra existencia está siendo buscada por un Pastor que no te busca sólo a ti, sino que a través de ti quiere ser luz y esperanza para poder encontrar a otros muchos.
¿Quién te buscó a ti? ¿Quién te encontró? ¿Llegaste solo? ¿Quién te trajo? Quien te trajo fue un pastor, y ese pastor, a su vez, fue traído por otro Pastor. Convierte tu corazón en fuente de esperanza para tantos hombres y mujeres que no la tienen. Transforma tu vida en un camino del Pastor que busca sin cesar a todo hombre y a toda mujer que, por la razón que sea, no está en su rebaño.
2-23. Fray Nelson Martes 7 de Diciembre de 2004
Temas de las lecturas: Dios consuela a su pueblo * Dios no quiere que se pierda uno solo de los pequeños.
1. ¡Consuelen a mi pueblo!
1.1 La primera lectura nos ofrece una de las páginas más emotivas de la profecía de Isaías. El grito de amor y compasión nos traspasa: "¡consuelen a mi pueblo!". No estamos ante un juez implacable, ni frente a una norma anónima; no nos gobierna una ley inexorable, ni un destino ciego. Por grande y santo que sea el cielo, por puro y bello que sea Dios, sabe de tierras y miserias; entiende de dolores y pecados. En lo más alto hay un corazón. La suprema palabra no es una idea seca y fría, sino un corazón que palpita, que ama y que a su hora sabe gritar: "¡consuelen a mi pueblo!".
1.2 Ahora bien, el consuelo sólo es comprensible después del tiempo duro. Y el tiempo duro en el contexto de esta profecía tiene nombre propio: el destierro. Sólo que hay dos durezas en el destierro, como en todos los dolores que se enmarcan en la providencia de Dios: la dureza del castigo y la dureza de la medicina. Uno puede mirar los tiempos duros sólo como tiempos amargos, o puede mirarlos como purificación y preparación para una realidad nueva. El consuelo existe para quien espera un tiempo nuevo.
1.3 El pueblo ha pecado; el pueblo ha sido humillado; el pueblo ha aprendido una lección. ¿Cuál? Sólo Dios es grande. El camino que pasa por el pecado y la humillación no es una especie de "empate". Hay una ganancia neta y es la derrota de la soberbia y el rebrotar de la gratitud y la admiración por la grandeza y la piedad de Dios.
2. ¿Qué vale más?
2.1 Dios es poderoso y es también piadoso. Isaías saca la lección a su modo y Jesús la expone a su modo. Este pastor del evangelio de hoy no es un empresario de las ovejas, guiado por los números y las ganancias. La oveja perdida vale tanto o más que las noventa y nueve que no se han perdido. No es lógico en los números pero funciona; da vida. Un día yo he sido, un día yo seré esa oveja. Y entonces me convendrá que la lógica estricta se quede callada, para oír la canción de mi pastor.
2.2 Es mayor la alegría que nace del proceso perder-recuperar, que la alegría de nunca-perder. Es lo que decíamos con respecto a la lección que aprende el pueblo en su proceso pecado-humillación-lección. Al final de ese rodeo el pueblo es cualitativamente distinto. O como el hijo pródigo: vuelve a la misma casa, pero no vuelve el mismo. El rodeo por el pecado no es tiempo perdido. Puede ser el tiempo más importante de la vida de aquella oveja o de aquel pecador.
2-24.
Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona, España)
«No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»
Hoy, Jesús nos hace saber que Dios quiere que todos los hombres se salven y que no es su voluntad «que se pierda [ni] uno solo» (Mt 18,4). Con la parábola del pastor que busca la oveja que se ha perdido, nos presenta una figura que conmovió a los primeros cristianos. En la portada del Catecismo de la Iglesia Católica está grabada esta figura de Jesús Buen Pastor, que ya en las catacumbas de Roma está presente entre las primeras imágenes del Señor.
Es tan fuerte el querer de Dios de salvarnos que, desde estas palabras hasta la donación incondicional en la Cruz, es Cristo quien nos busca a cada uno para que —libremente— volvamos a la amistad con Él.
De la misma manera que Jesús, los cristianos hemos de tener este mismo sentimiento: ¡que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad! Tal como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, «todos somos oveja y pastor». Hay personas —el propio esposo o la esposa, los hijos, los parientes, los amigos, etc.— para los cuales nosotros, quizá, seamos la única oportunidad que les pueda facilitar la recuperación de la alegría de la fe y de la vida de la gracia.
Siempre podemos dejar el noventa y nueve por ciento de las cosas que nos llevamos entre manos, para rezar y ayudar a aquella persona que tenemos cerca, que amamos y que sabemos que padece alguna necesidad en su alma.
Con nuestra oración y mortificación, y con nuestra fe amorosa, les podemos alcanzar la gracia de la conversión, como santa Mónica consiguió que su hijo Agustín se convirtiera en el “primer hombre moderno” que sabe explicar en Las confesiones cómo la gracia actuó en él hasta llegar a la santidad.
Pidamos a la Madre del Buen Pastor muchas alegrías de conversiones.
2-25. 2ª semana de Adviento. Martes
¿Qué os parece? Si a un hombre que tiene cien ovejas se le pierde una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte e irá a buscar la que se ha perdido? Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se habían perdido. Del mismo modo, no es voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños. (Mt 18, 12-14)
I. Jesús, vas a nacer en Belén como un hombre más. ¿Por qué? Porque te quieres acercar más a los hombres, que te habíamos abandonado por el pecado original y nuestros pecados personales. Has venido a salvamos, a damos los medios necesarios -los sacramentos- para que ya nunca más nos perdamos. Sin embargo, te vuelvo a perder algunas veces. Y entonces Tú vuelves a buscarme, sin cansarte nunca de mí. Señor, que yo tampoco me canse nunca de volver a Ti. Sé que te doy una gran alegría cuando me confieso, cuando te pido perdón.
También sé que Tú prefieres que no me pierda, que me mantenga a tu lado, en gracia, en tu rebaño. La alegría de volver es grande porque grande había sido el disgusto al separarme. Jesús, no quiero darte más disgustos. Ayúdame a poner los medios que sean necesarios para no decirte más que no. Enséñame a poner la lucha lejos de las grandes tentaciones: en pequeños vencimientos, en la sobriedad en las comidas, en la guarda de la vista, en el aprovechamiento del tiempo sin ceder terreno a la comodidad.
El hombre, mientras permanece en la carne no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión... [24].
Jesús, quiero tener cada vez «la piel más fina»: una mayor sensibilidad ante el pecado, hasta el punto de que reaccione ante cualquier pequeña falta consentida, pidiéndote rápidamente perdón. Que aprenda a descubrir aquellas cosas que debería haber hecho mejor, o que Tú esperabas que hiciera y no he hecho. Que me duela no haber cumplido un pequeño propósito, o haber estado despistado en Misa, o no haberme adelantado a tener un detalle de servicio, o haber puesto mala cara cuando me han encargado algo.
II. «Usted me dijo que se puede llegar a ser "otro" San Agustín, después de mi pasado. No lo dudo, y hoy más que ayer quiero tratar de comprobarlo».
Pero has de cortar valientemente y de raíz, como el santo obispo de Hipona [25].
San Agustín había tenido una juventud alejada del verdadero Dios, y buscaba la felicidad en los placeres de la tierra. Pero, gracias a las oraciones de su madre y a su decisión firme y resuelta por buscar a Dios, abandonó su vida anterior y llegó a ser obispo, Doctor de la Iglesia y santo.
Sí, Jesús, yo también puedo ser otro San Agustín, y es lo que me estás pidiendo hoy. Que me decida a cortar con todo aquello que me aleja de Ti: esos lugares, esos programas, esa gente. Señor, ayúdame a ser valiente, a decir que no a todo lo que me hunde en el pecado, dejándome el regusto de la infelicidad. Que sepa darle la vuelta a esas situaciones con visión positiva arrastrando a mis amigos a ambientes más sanos, más limpios.
No es voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños. Jesús, ¿qué puedo hacer yo si el ambiente está como está, si la gente no tiene formación, si ...? No tengo excusa, al menos, para dar un tono cristiano al ambiente que me rodea: mi familia, mis amigos, mis compañeros de estudio o trabajo. Tengo que imitarte también en el papel del Buen Pastor: ir a buscar a la oveja perdida; encomendar a aquel amigo que no va bien; buscar el momento oportuno para hablar con él o para presentarle a alguien que le pueda dar un buen consejo. Jesús, tu voluntad es que no se pierda nadie, porque te preocupan las almas. Que también a mí me preocupen las almas: todas las almas pero, más en concreto, las almas de los que viven a mi lado.
[24] S. Agustín, ep. Jo. 1, 6.
[25] Surco, 838.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA
2-26.
Reflexión:
Is. 40, 1-11. El Señor no se complace en la muerte de los suyos. Él es Dios de vivos y no de muertos. Muchas veces se cierne sobre nosotros el mal, no como una destrucción, sino como un fuerte llamado a la conversión. El Señor quiere habitar en nosotros como en un templo; pero es necesario prepararle el camino, quitando todo obstáculo de maldad, de injusticia y de pecado, que podría impedirle llegar a nosotros. Sólo cuando nos dejemos purificar por Él y estemos bien dispuestos a recibirlo se nos revelará la Gloria del Señor. Por eso confiemos en Él. Sólo Él nos dará la paz y la alegría perpetuas. El que ponga su confianza en los hombres estará poniendo en riesgo su propio bien y salvación ya que todos pasamos, hoy somos y mañana dejamos de existir. Sólo la Palabra de Dios permanece para siempre. Poner nuestra vida en el Señor hará que nuestra vida se levante sobre roca firme; y así, aunque tengamos que padecer mucho, si permanecemos fieles al Señor alcanzaremos la Vida eterna.
Sal. 96 (95). Dios nos ama día tras día. Él se ha hecho cercano a nosotros para salvarnos, perdonando nuestros pecados y haciéndonos hijos suyos. En esto consiste el amor de Dios, en que siendo pecadores, nos envió a su propio Hijo para liberarnos de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte, y llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial. Por eso nosotros, que hemos sido beneficiados con el amor de Dios y su obra salvadora, entonémosle un cántico nuevo, no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida, convertida en una continua alabanza a su Santo Nombre. Dando así un testimonio alegre de nuestra fe estaremos contribuyendo para que todos se regocijen en tener por Padre al mismo Dios, como Salvador a su propio Hijo, y como Aquel que desde nosotros da testimonio del amor de Dios al Espíritu Santo. Esto nos debe llevar a ser constructores de un mundo más justo, más fraterno y más en paz, pues la rectitud y la justicia, con las que el Señor rige a las naciones, han de ser el esfuerzo de la actividad evangelizadora y pastoral de todos los que nos gloriamos en formar la Iglesia de Cristo.
Mt. 18, 12-14. Estamos acostumbrados a masificarnos. Esto nos desliga de muchas responsabilidades, pues en lugar de tomar nuestras propias decisiones nos vamos tras las de la mayoría. Esto nos convierte en egoístas; difícilmente personalizamos a nuestro prójimo, el cual es considerado más como un número que como una persona. La misma Iglesia puede hacer planes de atención pastoral a grupos, al público en general, y olvidarse de la atención personalizada de aquellos que padecen algún mal de cualquier naturaleza. Se trata de buscar a los pecadores mediante cultos masificados, atractivos e impactantes. Se quiere evangelizar mediante discursos hechos a multitudes; pues entre más acudan a ese tipo de reuniones se piensa que el éxito ha sido rotundo; de lo contrario los organizadores se hunden en el fracaso, en el desánimo y en la depresión preguntándose qué les habrá fallado. Se elude el trato personal, la atención concreta del hombre pecador, del hombre que sufre, del enfermo, del desprotegido, del que ha perdido la fe, del que vive sin esperanza. Las masas no vuelven a Dios; hoy escuchan al predicador y mañana viven sin un compromiso concreto, vagando nuevamente lejos del Señor como ovejas sin pastor, pues las personas no se sienten amadas ni comprometidas con quien se ha dirigido a ellas. El Señor nos invita a ir en busca de la oveja que se ha descarriado en un día de tinieblas y oscuridad para atenderle de un modo concreto, y ayudarle a volver al redil, a la comunión con los demás hermanos. ¿Vivimos tras las huellas de Cristo Salvador, o vivimos tras las huellas del éxito pasajero y hueco de salvación?
El Señor nos reúne en este día, llamándonos desde una diversidad de ambientes y trabajos en los que se desarrolla nuestra vida cotidiana. Él nos ha encontrado y nos ha invitado para estar con Él. Su Palabra no se convierte para nosotros en un diálogo intrascendente sino comprometedor para que tomemos en serio nuestra unión a Él. A partir de haber escuchado al Señor Él nos quiere convertidos en un signo de su amor en el mundo, saliendo al encuentro de nuestro prójimo para remediar sus males. Y el Señor, porque nos ama, entrega su Vida por y para nosotros en el Memorial de su Misterio Pascual. Así nos hace comprender hasta dónde ha de llegar el amor que le tengamos a nuestro prójimo para que tenga vida, y Vida eterna. El Señor mismo se convierte en alimento, en Pan de Vida eterna para nosotros. Mientras no compartamos nuestra vida con los demás, para que los fortalezcamos y les ayudemos a ir por el camino del bien, no podremos decir que la Eucaristía haya dado fruto en nosotros.
El Señor envía a su Iglesia a prepararle el camino al Señor trabajando por la paz, por el amor fraterno, por la justicia social y por la Justificación que nos viene de Dios. El Señor no sólo nos ha confiado el anuncio del Evangelio, sino el Evangelio mismo, que es Cristo, para hacerlo llegar a los demás. Siendo los primeros comprometidos en vivir conforme a las enseñanzas del Señor; llevándolo como huésped y santificador de nuestra vida, desde nosotros han de experimentar los demás el amor de Dios. Por eso una Iglesia auténticamente profética no sólo ha de hablar del Señor, sino que debe poder decir: Aquí está tu Dios, el que llega para salvarte de tus esclavitudes; y esto no tanto porque vayamos a suplantar a Dios, sino porque desde nosotros Él ha querido continuar su obra salvadora en el mundo. Si queremos ser leales a nuestra fe en Cristo seamos un signo creíble de Jesucristo, Buen Pastor que, tanto vela por sus ovejas, como entrega su Vida para que, junto con Él, alcancemos todos la salvación eterna. Ese es el mismo camino que ha de seguir la Iglesia, Esposa del Cordero Inmaculado.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber salir al encuentro de nuestros hermanos, especialmente de los pecadores, para ayudarles a volver al amor a Dios y al amor al prójimo; así como ir al encuentro de los que padecen a causa de la pobreza, para remediar sus males y ayudarlos a que, llevando una vida más digna, estén dispuestos a ir al encuentro de Dios, en cuyo Nombre realizamos nuestras diversas actividades en este mundo. Amén.
Homiliacatolica.com
2-27. La oveja perdida
Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez
Reflexión
Hoy día, es difícil ver rebaños y pastores, pero ello no quita un ápice a la actualidad de la cuestión de fondo que aborda Jesús, aunque su ejemplo vaya dirigido especialmente a las gentes de entonces. Aunque no es fácil hacernos una idea de lo que supondría para un pastor perder a una de sus ovejas, podríamos hacer un esfuerzo y teniendo en cuenta, sobre todo, que hablamos del “buen” pastor. Y buen pastor es aquel que defiende a las suyas de los peligros, que las cuida y se sacrifica por ellas. Todos podemos ponernos en “la piel” de quien sale al encuentro de un necesitado, de quien no se queda indiferente ante la desgracia ajena...
“Que la vida no me sea indiferente”... es parte del estribillo de una canción. En el fondo se trata de la denuncia de una actitud común entre quienes hacemos de nuestro ambiente social algo así como un compartimento estanco, en donde el interés real y la solidaridad por los demás queda ahogado por el anonimato. Vivimos rodeados de gente y, al mismo tiempo, somos unos extraños para la inmensa mayoría. Jamás en la historia ha habido aglomeraciones humanas como hoy en día, y sin embargo, en ningún tiempo como hoy se sufre tanta soledad y abandono. Los que padecen más duramente son los más indefensos: los niños y los ancianos. Los cristianos, si lo somos de verdad, no podemos permanecer indiferentes ante estos problemas.
Jesús nos pide salir hoy al encuentro del que sufre, del que está solo o enfermo, de quien no encuentra a Dios o ha perdido la esperanza de vivir. Se requiere generosidad, sí. Se requiere sacrificio, pero más que todo ello, se requiere tener un corazón grande, de buen pastor. Todo cristiano vive unido a los demás. No se puede aislar del resto. Los males de uno, son también los míos. Somos un cuerpo vivo y por ello todo lo que ocurre me afecta a mí como una parte de él. ¡Qué difícil, pero qué hermoso sería dejar por un momento lo propio, los intereses personales, para ir al encuentro, en búsqueda del hermano, en nombre de Dios! ¿Aceptaremos el reto?
2-28.
Reflexión
Si volteamos a nuestro alrededor nos encontraremos con muchos de estos “pequeños” que se han extraviado. Hombres y mujeres que por diferentes razones se encuentran lejos del Evangelio. Hombres y mujeres, jóvenes y adultos que se han dejado engañar por el “oropel” del mundo y que se encuentran perdidos en el hedonismo, el consumismo, o en la más miserable pobreza; algunos incluso en los vicios y las drogas. Son personas a las que les ha faltado un pastor que evitara que por las presiones del mundo, económicas, sociales o culturales estos se perdieran. Tú y yo debemos y podemos hacer algo. Cada uno según sus posibilidades y el llamado de Dios en su corazón podrá hacerlo materialmente, pero todos debemos orar e interesarnos por ellos. Hagamos lo que está en nuestras manos, Dios completará la Acción.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
2-29. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
1. Ven, Espíritu del Señor, despierta mis sentidos para acoger la Palabra; que ella ilumine mi camino y sea el motor de mis pasos en este día.
2. Isaías 40,1-11: Consolad, a mi pueblo, dice vuestro Dios; habladle al corazón. Pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. En el desierto preparad un camino al Señor: que los valles se levanten y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece. Se revelará la gloria del Señor. La palabra de nuestro Dios permanece para siempre. Aquí está vuestro Dios. Dios, el Señor, llega con fuerza, como un pastor apacienta a su rebaño.
Mateo 18,12-14: ¿Qué os parece? ¿Si un pastor tiene cien ovejas, si se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la encuentra se alegra más por ella que por las noventa y nueve. Lo mismo vuestro Padre: no quiere que se pierda nadie.
3. Señor, esta mañana, mi ánimo está agitado porque mis dueños controlan mi trabajo y recuerdan que todavía quedan más por hacer. De nuevo el resentimiento que me come el corazón y que aprovecha el espíritu malo para no dejarme orar y desatar palabras y actitudes de rabia que a mí mismo me sobresaltan. Por ello, me pregunto: ¿A qué pueblo quieres que consuele y le hable al corazón? ¿Cómo voy a consolar cuando el desconsuelo anima en mí? Consuélame Tú, Padre, y podré consolar en otro tiempo y en otro lugar.
Pero antes necesito que Tú me ayudes a superar mis muchos pecados. En el desierto árido preparo tu camino. Ayúdame para que los valles de la baja estima se levanten y las colinas del orgullo se abajen, que lo torcido por tantos errores no meditados se enderece. Y tu gloria pueda surgir de una vida reconciliada por dentro y por fuera. Que Tu palabra permanezca para siempre iluminando mis pisadas. Hazme sentir tu presencia, tu fortaleza y tus caricias de pastor paciente con su rebaño. Tú no quieres que nadie se pierda. Yo no quiero perderme. Cuando me pierda, sal por mí, desenrédame de las marañas en las que me meto para que no vuelva a buscar otros caminos. Dame paciencia, tolerancia, amor y sella mi lengua a palabras sin sentido.
Vuestro hermano en la fe:
Miguel A. Niño de la Fuente, cmf.
cmfmiguel@yahoo.es
30.
Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.
El Señor no solo desea que creamos en su venida: «El Señor vendrá y con Él todos sus santos; aquel día brillará una gran luz» (Za 15,5.7), sino también que la deseemos con ardor: «El juez justo premiará con la corona merecida a todos los que tienen amor a su venida» (1 Tim 4, 8). La oración colecta (Rótulus de Rávena) pide al Señor, que ha manifestado su salvación hasta los confines de la tierra, que nos conceda esperar con alegría la gloria del nacimiento de su Hijo.
–Isaías 40,1-11: El Señor consolará a su pueblo. Dios vendrá en persona a tomar posesión de su trono y a otorgar el perdón a su pueblo. El destierro ha sido solo como un servicio purificador, exigido por el pecado. Pero no se ha roto el pacto. Cumplida su misión, el servicio termina. La vuelta es un prodigio continuado del Señor, como en el primer Éxodo. Un heraldo anuncia la buena noticia.
La religión de la Biblia no puede ser reducida a la melancolía porque afirma la condición pasajera de todo. Hay en ella la certeza de una realidad que jamás vendrá a menos en la Palabra de Dios. Su presencia salvífica en la historia humana le coloca junto al hombre, para que éste comparta con Él la vida entera, sea liberado así de la esclavitud de Babilonia, y guiado hacia la salvación de Jerusalén. Dios es siempre fiel a sus promesas y nunca nos dejará solos. Comenta San Agustín:
«Te vence, oh hombre, tu concupiscencia; te vence porque te halló en mal estado; te halló en la carne y por eso te venció. Emigra de ella… Aun viviendo en la carne, no estés en la carne: “Toda carne es heno; en cambio la palabra de Dios permanece eternamente” ( Is 40, 6-8). Sea el Señor tu refugio. Si te acosa la concupiscencia, si te apura, si junta todas sus fuerzas contra ti, habiéndose engrandecido por la prohibición de la ley, teniendo que sufrir a un enemigo más poderoso, sea el Señor tu refugio, tu torre fortificada frente al enemigo. No vivas en la carne, sino en el espíritu. ¿Qué es vivir en el espíritu? Poner la esperanza en Dios… No te quedes en ti; trasciéndete a ti mismo; coloca tu asiento en quien te hizo. La Santa Iglesia es precursora. Ella nos conduce de la mano hasta Cristo, hasta el Salvador, por medio de su fe, de su dogma, de su moral, de sus sacramentos, de su liturgia y de su espíritu» (Sermones 288-289).
Penetrémonos todos del espíritu de la Iglesia, de sus sentimientos, de su liturgia de Adviento. ¡Caminemos guiados por su mano hacia Jesucristo!
–Salmo 95. Los desterrados que vuelven de Babilonia a la libertad de su patria cantaron: «Nuestro Dios llega con poder». Cantemos también nosotros con ellos, pues se acerca nuestra liberación, que nos hará pasar de una vida miserable a una vida más perfecta. Cantemos al Señor un cántico nuevo, que con nosotros cante toda la tierra. Bendigamos el Nombre del Señor, proclamemos día tras día su victoria. Contemos a todos los pueblo su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Digamos a todos los pueblos: el Señor es Rey, un Rey que gobierna a los pueblos rectamente. Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto contiene, vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. ¡Que todos nos sometamos a su imperio!
–Mateo 18,12-14: El Señor no quiere que se pierda nadie. Dios se ha revelado en el Antiguo Testamento como Padre de misericordia, lleno de bondad y tardo a la cólera, que nos ama entrañablemente, que nos escucha y perdona. Este Padre se nos ha revelado plenamente en su Hijo Jesucristo como Amor que se alegra siempre que un pecador vuelve a Él, que busca la oveja perdida. Comenta San Agustín:
«No juzguemos el pensamiento de los otros, al contrario, presentemos a Dios nuestras preces, incluso por aquellos sobre los que tenemos alguna duda. Quizá la novedad que supone comporte en Él alguna duda; amad más intensamente al que duda, alejad con vuestro amor la duda del corazón débil… Confiad a Dios su corazón por el que debéis orar. Sabed que es abandonado por los malos y ha de ser recibido por los buenos. Vuestro amor al hombre sea mayor que vuestro antiguo odio al error… Cristo vino a llamar a los enfermos…, buscó la oveja perdida… He aquí cómo Cristo vino a sanar a los enfermos: así supo vengarse de sus enemigos… Lo encomendamos a vuestras oraciones, a vuestro amor, a vuestra amistad fiel. Acoged su debilidad. Según como vayáis vosotros delante, así irá él detrás. Enseñadle el buen camino» (Sermón 279,11).
Hemos de imitar a Cristo en la solicitud por la oveja descarriada. Despreciar a uno que yerra, que va equivocado, es la antítesis del cristianismo. Dar a todos y a cada uno la certeza de ser buscado, es decir, amado, comprendido, defendido, es la esencia del cristianismo. El Señor vino a salvar a los que estaban perdidos; sigamos también nosotros su ejemplo.
martes, 6 de diciembre de 2011
lunes, 5 de diciembre de 2011
Lunes de la 2ª semana de Adviento: la conversión hacia Dios y la amistad con Él viene de iniciativa suya: “viene en persona y os salvará”… “Hoy hemos
Lunes de la 2ª semana de Adviento: la conversión hacia Dios y la amistad con Él viene de iniciativa suya: “viene en persona y os salvará”… “Hoy hemos visto cosas admirables”
Isaías 35,1-10. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. En el cubil donde se tumbaban los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Nuestro Dios viene y nos salvará.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».
Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, dijo al paralítico: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».
Comentario:
1. Is 35,1-10 (ver 3º domingo de Adviento A, y domingo 23 B). Durante esta segunda semana de Adviento, leeremos unos pasajes de la segunda parte del libro de Isaías. Su autor es otro escritor sagrado, profeta también, denominado «el segundo Isaías», y que sin duda fue discípulo del primero. Su época no es menos dramática de la que vivió su predecesor: efectivamente nos encontramos en pleno exilio... Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... y todos los judíos aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Esta segunda parte de Isaías se llamó a menudo «el libro de la consolación». Dirigiéndose a cautivos y a desgraciados es una vigorosa predicación de esperanza: ¡vendrá un tiempo de felicidad total, cuando Dios salvará a su pueblo! El autor es también poeta, sus versos están llenos de imágenes.
-¡Que el desierto y el sequedal se alegren, que la estepa exulte y florezca, que la cubran las flores de los campos! Acumulación de imágenes de alegría: el desierto florecerá. Dios lo promete a unos exilados. En mi estado de pecador se me repite una promesa parecida... Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, espero, Señor, ese día en que el desierto florecerá.
-Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!» Cumple tu promesa, Señor. ¡Danos firmeza, fortaleza, valentía! Te ruego, Señor, por todos los que están «desanimados» y te nombro a los que conozco en ese estado.
-Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará. ¡Ven, Señor! En esta vida, donde esperamos tu advenimiento... «Esperamos tu venida...» Las nuevas plegarias eucarísticas nos han restituido ese aspecto importante de nuestra Fe, que fue tan viva en la Iglesia primitiva pero demasiado olvidado durante siglos.
-Dios es el que viene: -a) Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada sacramento: *reconciliación como encuentro con Jesús... *matrimonio, como encuentro con Jesús... *bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de Jesús. -b) Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.
-Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos... Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de alegría... Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros... Alegría y gozo les acompañarán, dolor y tristeza huirán para siempre... El evangelio nos repite que esas cosas se produjeron por la bendición de Jesús. Pero, Señor, realízalas más todavía. En este tiempo de Adviento y con todo el poder de mi deseo, te digo: «haz que salten los cojos... danos tu salvación... suprime el mal... como Tú has prometido» (Noel Quesson).
Bienaventurado Guerric d’Igny (hacia 1080-1157): “Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá” (Is 35,1): “Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor” (Is 40,3) Hermanos, nos conviene, ante todo, meditar sobre la gracia de la soledad, sobre el bienaventurado desierto que, desde los inicios de la salvación ha sido consagrado como remanso de paz para los santos. Realmente, el desierto ha sido santificado para nosotros por la voz del profeta, por la voz de aquel que gritaba en el desierto, que allí predicaba y bautizaba con un bautismo de penitencia. Antes que él, ya los grandes profetas habían tomada la soledad por su amiga que consideraban como colaboradora del Espíritu Santo. Con todo, el desierto contiene una gracia incomparablemente mayor desde el momento en que Jesús se dirigió hacia él y sucedió a Juan en este lugar (cf Mt 4,1).
A su vez, Jesús, antes de predicar a los pecadores quiso prepararles un lugar en dónde recibirlos. Se fue al desierto para consagrar una vida nueva en este lugar, renovado por su presencia... no tanto para él mismo como para aquellos que, después de él, habitarían en el desierto. Entonces, si tú te has establecido en el desierto, quédate allí, espera allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad..... El Señor que sació a aquel gentío que le seguía al desierto, te salvará a ti que le has seguido, con mayores prodigios aún (Mc 6,34ss)...
Y cuando te parecerá que él te ha abandonado para siempre, vendrá a consolarte diciendo: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto...”(Jr 2,2) El Señor hará de tu desierto un paraíso de deleites y tú proclamarás, con el profeta, que “le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón” (Is 35,2)... Entonces, de tu alma, colmada de felicidad, brotará un himno de alabanza: “Que den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres! Porque sació a los sedientos, y colmó de bienes a los hambrientos” (Sl 107,8-9).
Sigue el profeta con su mensaje de alegría y sus imágenes poéticas, para describir lo que Dios quiere hacer en el futuro mesiánico.
Las imágenes las toma a veces de la vida campestre: el yermo se convierte en vergel, brotan aguas en el desierto, hay caminos seguros sin miedo a los animales salvajes. Y otras, de la vida humana: manos débiles que reciben vigor, rodillas vacilantes que se afianzan, cobardes que recobran el valor, el pueblo que encuentra el camino de retorno desde el destierro y lo sigue con alegría, cantando alabanzas festivas. Es un nuevo éxodo de liberación, como cuando salieron de Egipto.
Todo son planes de salvación: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos» (salmo). Ya no caben penas ni aflicción. Curará a los ciegos y a los sordos, a los mudos y a los cojos. Y a todos les enseñará el camino de la verdadera felicidad. La caravana del pueblo liberado la guiará el mismo Dios en persona.
De nuevo nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio de la historia.
Llega el momento en que los desterrados ha de retornar a la Tierra que Dios había prometido a sus antiguos padres, y de la que habían sido expulsados a causa de sus culpas. Todos han de regocijarse en el Señor, pues Él jamás ha dejado de amarlos. Deben cobrar ánimo pues hay que reconstruir no sólo la ciudad, sino el Templo de Dios. Pero antes que nada es necesario reconstruir el corazón y llenarlo de esperanza para ponerse en camino y poner manos a la obra. Los que creemos en Cristo, a pesar de que muchas veces hayamos sido dominados por el pecado y la muerte; a pesar de que nuestra concupiscencia pudiera habernos arrastrado por caminos de maldad; y aun cuando hayamos estado lejos del amor a Dios y al prójimo, no hemos de perder de vista que el Señor sale a nuestro encuentro, buscándonos amorosamente como el Pastor busca a la oveja descarriada, para ofrecernos el perdón y la oportunidad de una vida renovada en Él. A nosotros corresponde abrir nuestro corazón para aceptar esta oportunidad de gracia que Él nos ofrece. Vivamos con una nueva esperanza, revestidos de Cristo, para que en adelante no sólo busquemos nuestro bien, nuestra justificación y nuestra santificación, sino el bien y la salvación de toda la humanidad. A la Iglesia de Cristo corresponde continuar con la obra de salvación levantado los ánimos caídos, reconstruyendo el corazón de toda la humanidad para que, juntos, hagamos realidad, ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros.
2. Sal. 85 (84). Nos acercamos al Señor para escuchar su Palabra. Pero no podemos estar ante Él como discípulos distraídos, sino atentos a sus enseñanzas para ponerlas en práctica. El Señor quiere justificarnos. A nosotros corresponde seguir sus caminos amorosa y fielmente. Día a día nos vamos acercando a nuestra salvación eterna. Pero no podemos esperar que esa salvación suceda de un modo mágico en nosotros; es necesario ponernos en camino para que constantemente se vaya haciendo realidad en nosotros, de tal forma que podamos presentarnos ante los demás como personas más llenas de amor, más justas y más solidarias con los que sufren. Sólo así, transformados a imagen y semejanza de Cristo, podremos ser un signo de su amor salvador en medio de nuestros hermanos. Jesús es el Camino que se ha abierto para conducirnos a la plena unión con Dios, nuestro Padre. Sigamos sus pisadas, tomando nuestra cruz de cada día.
3. Lc 5,17-26 (ver paralelo em domingo 7 B). «Le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro» (Mc 2,3). Todos necesitamos la compañía, sentirnos queridos por los amigos, «es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados» (Santo Tomás de Aquino). En primer lugar, es bonito contemplar a Jesús, que parece perdonar al paralítico por la fe de sus amigos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados”. Ser amigo es algo muy grande: el amigo no juzga la causa de las desgracias, está al lado para acompañar. Jesús tiene corazón, y le gusta ver el amor expresado en los signos de amistad: no quiere convencer ni vencer, sino ofrecer la experiencia de lo que va bien, quiere lo mejor para el amigo y está dispuesto a sacrificarse por él, hacer algo poco habitual como es subir al tejado y levantar el techo para descolgar, con unas cuerdas u otro sistema, la litera con el amigo (con cuidado para que no caiga) y ponerlo ante Jesús. Hay que reconocer la audacia de esos amigos, y como todos estamos enfermos, la amistad auténtica es ayudarnos, y poner al amigo ante Jesús para que se conozca, se encuentre de un modo más pleno a sí mismo. Es una llamada a la reflexión sobre este valor de la amistad, y de cómo lo vivimos, y con qué profundidad. También esa amistad se extiende a muchos, por eso dice el Introito: “Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas: llega nuestro Salvador, no temáis” (cf. Jr 31, 10; Is 35, 4).
Un segundo aspecto es la conversión, tónica que domina este tiempo litúrgico y concretamente esta segunda semana de Adviento. Jesús conoce lo que estos hombres quieren: la curación de su amigo, en el cuerpo y en el alma «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Y también: “Yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. La respuesta también abarca las dos cosas, la salud física y la alegría espiritual: “Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando a Dios”. Veremos comenzar el ministerio del Señor con esta llamada de anuncio de la llegada del Reino de Dios y llamada a la conversión (cfr. Mc 1, 15), y aquí lo vemos perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe y además la curación; este paralítico llevado en camilla representa a cada uno de nosotros en el camino hacia Jesús y el misterio de misericordia que es la Navidad. Este ministerio del perdón lo continua ejerciendo en su nombre la Iglesia, hasta el final del mundo, sobre todo “a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta ap. Rosarium Virginis Mariae, 21). “Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino” (Compendio del Catecismo, 107).
La fuente más profunda de nuestros males son los pecados, por eso, aunque pidamos ciertos bienes Dios sabe lo que nos conviene, va más allá: necesitamos el encuentro con la misericordia divina.
Podemos acabar nuestra reflexión sobre algunas virtudes de la amistad, aquí reflejadas, y que nos pueden servir de pautas de examen. La prudencia de los “portadores”, en primer lugar: saben adecuar los medios para el fin previsto, del mejor modo, superando la “prudencia de la carne” (Romanos 8, 6-8), que es cobardía, y equivale al disimulo, la hipocresía, “escurrir el bulto”, astucia, cálculo interesado, y en resumen egoísmo. Se ve la fortaleza manifestada en su forma más alta en resistir las adversidades, y afrontar los obstáculos con constancia y paciencia. La justicia es dar a cada uno lo suyo, y cuando se ve que para el amigo hay que darle lo mejor, se ponen los medios. Templanza en la discreción y modestia de estar en segundo plano, con una sobriedad exquisita, una sencillez encantadora. Es preciso cultivar esas virtudes, para ser buenos amigos y útiles para que “el Espíritu Santo se sirva del hombre como de un instrumento” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica).
El sentido que tiene la primera lectura, al ser proclamada hoy entre nosotros, nos lo aclara el pasaje evangélico que escuchamos: en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán.
Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados.
Jesús, el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes.
Le dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona.
Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
a) Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Tal vez las nuestras. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas. Tal vez nosotros mismos.
El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el mismo: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa.
Aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.
b) El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo. Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos hayan llevado nuestras propias debilidades.
c) Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados.
¿Somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo, el Médico.
Si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
d) Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna (J. Aldazábal).
El paralítico estaba totalmente postrado. Su limitación no le permitía desempeñarse como cualquier otro ser humano. Esta limitación que de por sí era oprobiosa, aumentaba más con la marginalidad a que era sometido por la mentalidad vigente en aquella cultura. Como enfermo estaba totalmente desplazado de la comunidad humana. Se consideraba, en general, que la enfermedad provenía del pecado. Si un ser humano enfermaba, se pensaba que, necesariamente, era un pecador. Cuanto más grave su enfermedad, tanto mayor era el pecado que se suponía habría cometido. Si no hubiera sido él, la familia o algún antepasado.
Los sacerdotes, escribas y los fanáticos religiosos guardaban celosamente los prejuicios de la cultura como normas absolutas e inalterables. Sometían a la población a un régimen de ideas que los ataba a la estructura ideológica del sacralismo y el perfeccionismo legal. En ese esquema, el enfermo no tenía alternativa. Era expulsado de la comunidad y ya no era reconocido prácticamente como ser humano.
Jesús rompe ese esquema y propone una visión amplia, generosa, tierna. El ser humano, cualquiera que sea, tiene un valor tan grande que las normas y los prejuicios tienen que modificarse para que la persona sea el centro de la vida. La fe de un pueblo, tiene que partir de que el Dios de la Vida está en medio de ellos para hacerlos crecer en dignidad, justicia y solidaridad. La fe en Dios, por tanto, no se puede utilizar para marginar y recriminar a nadie.
Este orden de convicciones, este credo vital y liberador, es el que Jesús aplica en la discusión con los fanáticos religiosos. El ser humano, no importa qué dignidad y cargo ocupe, no está en el mundo para reprimir a sus hermanos y someterlos a la servidumbre de las costumbres. "¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?" La función del ser humano, del Hijo del Hombre, es liberar a la humanidad atormentada y darle posibilidades de comenzar aquí y ahora el camino de redención. "Te lo ordeno, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa". Por eso la persona postrada por la enfermedad y oprimida por los prejuicios religiosos y legales es liberada definitivamente. El paralítico se pone en pie y recupera su dignidad humana. Ahora, es capaz de seguir por sus propios medios el camino que elige y no está sometido ya a lo que los demás decidan por él (servicio bíblico latinoamericano).
La lectura del evangelio de Lucas nos presenta una escena digna de Isaías: a Jesús enseñando en medio de fariseos y severos doctores de la ley venidos de todas partes del país. Dice el evangelista que una fuerza divina impulsaba a Jesús a realizar curaciones. Luego nos narra la conocida curación del paralítico traído en su camilla, que no puede ser llevado ante Jesús por la multitud que llena la casa y que entonces es descolgado a través del techo en donde se practica un agujero. La enfermedad, la muerte, cualquier clase de mal que sobrevenga al ser humano son considerados en la Biblia como consecuencia del pecado. Por eso Jesús, para escándalo de los especialistas en la ley, presentes en el lugar, perdona al paralítico sus pecados, antes de curarlo. Porque son peores las parálisis del corazón y del espíritu que las de los miembros corporales. Peor no ser capaz de amar y de servir que no poder caminar, y porque a veces no nos podemos mover por falta de generosidad, por orgullo y egoísmo. Es cierto que sólo Dios puede perdonar los pecados, pero Jesús afirma que el misterioso Hijo del Hombre que él representa, que es él mismo, tiene también ese poder, y para confirmarlo y comprobarlo ordena al paralítico levantarse, echarse al hombro la camilla de sus dolores y pecados y volver por su propio pie a su casa. ¡Oh maravilla! El paralítico se va glorificando a Dios, los presentes también glorifican a Dios llenos de asombro. ¿Tal vez también los fariseos y los doctores de la ley?
Así se cumplen en Jesús las profecías de Isaías: los cojos brincan, los ciegos ven, los sordos oyen. La tierra se renueva en su presencia, el desierto se convierte en vergel, regresan los deportados por las potencias opresoras. Todo esto sucede, y sucederá plenamente, cuando vivimos su evangelio, seguimos su enseñanza, cumplimos sus mandatos que son mandatos de amar y de servir, de perdonar y compartir. ¿Cómo no prepararnos cuidadosamente para celebrar su nacimiento ya próximo en esta Navidad? ¿Cómo no reconocer nuestros pecados y pedir perdón por ellos, sabiendo que perdonados seremos capaces de obrar maravillas, de caminar gozosos al encuentro de los hermanos para construir junto con ellos una sociedad más justa, pacífica y fraterna? (Josep Rius-Camps).
Jesús, perdonas al paralítico por la fe de sus amigos: Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. ¡Qué gran lección! Muchas veces tengo la tentación de decir: yo ya lo hago bien; los demás que hagan lo que quieran. Pero no es así como se comportaron los amigos del paralítico.
El paralítico no abre la boca hasta que lo curas. No parecía muy convencido. No debió ser fácil para sus amigos conseguir que viniera. Y, una vez allí, era imposible meterlo dentro, donde estabas Tú; pero tampoco se rinden ante este obstáculo. Si hay que romper el techo, se rompe.
Jesús, no es difícil hacer la comparación con algunos amigos míos que no se mueven nada, sobrenaturalmente hablando, como si estuvieran paralíticos de espíritu. ¿Qué puedo hacer? Hay muchos obstáculos que dificultan el ponértelos delante de Ti para que les puedas perdonar y curar. Hay que romper muchos techos, esquemas, excusas.
El secreto está en ser, primero yo, mejor cristiano. Ni siquiera seria necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos.
Es preciso que seas «hombre de Dios», hombre de vida interior, hombre de oración y de sacrificio. Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida «para adentro».
Jesús, hacer apostolado no es convencer. Tú haces el milagro al ver la fe de los amigos que traían al enfermo. Igualmente moverás a mis amigos a llevar una vida más cristiana, a confesarse, si ves mi fe, mi oración y mortificación por aquel amigo y por aquel otro.
Y la fuerza del Señor le impulsaba a curar. Jesús, estás deseoso de curar a mucha gente. Pero sólo curaste a aquél que tenía unos amigos con mucha fe, con mucha vida interior. Ayúdame a ser serio en mi vida interior, en mi oración y mortificación, en mi estudio o trabajo, pues de mi santidad depende también la santidad de otros.
Hoy hemos visto cosas maravillosas. Jesús, ¡cuántas cosas maravillosas dependen de que yo sea un hombre de Dios! Dame fortaleza, dame fe; no me dejes que me conforme con ser simplemente bueno. He de ser santo, con una santidad «apostólica». De esta manera no me detendré ante las dificultades que encuentre en mi camino de apóstol, y te pondré a mucha gente frente a Ti, aunque haya que romper techos, aunque haya que cambiar el mundo.
Apostolado de la confesión. El Mesías está muy cerca de nosotros, y en estos días de Adviento nos preparamos para recibirle de una manera nueva cuando llegue la Navidad. Todos los días nos encontramos amigos, colegas y parientes, desorientados en lo más esencial de su existencia. Se sienten incapacitados para ir hasta el Señor, y andan como paralíticos por la vida porque han perdido la esperanza. Nosotros hemos de guiarlos hasta la cueva de Belén; allí encontrarán el sentido de sus vidas. En muchos casos, acercar a nuestros amigos a Cristo es llevarles a que reciban el sacramento de la Penitencia, uno de los mayores bienes que Cristo ha dejado a su Iglesia. Pocas ayudas tan grandes, quizá ninguna, podemos prestarles como la de facilitarles que se acerquen a la Confesión. ¡Que alegría cada vez que acercamos a un amigo al sacramento de la misericordia divina! Esta misma alegría es compartida en el Cielo (Lucas 15, 7)
El apostolado, y de modo singular el de la Confesión, es algo parecido a lo que narra hoy el Evangelio: poner a las personas delante de Jesús; a pesar de las dificultades que esto pueda llevar consigo. Dejaron al amigo delante de Jesús. Después el Señor hizo el resto; Él es quien hace realmente lo importante. Lo principal era el encuentro entre Jesús y el amigo. ¡Qué gran lección para el apostolado!
La mirada purísima de Jesús le penetraba hasta el fondo de su alma con honda misericordia: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Experimentó una gran alegría. Ya poco le importaba su parálisis. Su alma estaba limpia y había encontrado a Jesús. El Señor quiere dejar bien sentado que Él es el Único que puede perdonar los pecados, porque es Dios. Y lo demuestra con la curación completa de este hombre. Este poder lo transmite a su Iglesia en la persona de los Apóstoles. Los sacerdotes ejercitan el poder del perdón de los pecados no en virtud propia, sino en nombre de Cristo, como instrumentos en manos del Señor. Él espera a nuestros amigos. Nuestra Madre Refugio de los Pecadores, tendrá compasión de ellos y de nosotros (Francisco Fernández Carvajal).
Hoy hemos visto maravillas: el Señor se ha convertido en nuestro Salvador y nos ha redimido del pecado y de la muerte. Él nos ha abierto las puertas de la salvación. El Señor no sólo ha venido a socorrernos en nuestras pobrezas, no sólo ha venido a curarnos de nuestras enfermedades. Él ha venido para liberarnos de la esclavitud al pecado y a la muerte, y a conducirnos, como Hijos, a la Casa Paterna. Y no sólo hemos de conocer nosotros a Dios y disfrutar de la salvación que Él nos ofrece en Cristo Jesús. Los que hemos sido beneficiados de los dones de Dios hemos de ser los primeros en preocuparnos del bien y de la salvación de los demás, trabajando intensamente y utilizando todos los medios a nuestro alcance para conducirlos a la presencia del Señor, de tal forma que también ellos encuentren en Él el perdón de sus pecados y la vida eterna. El Señor quiere que su Iglesia se convierta en un signo de salvación para el mundo entero. Vivamos conforme a la confianza que el Señor ha depositado en nosotros.
El Señor nos invita en este día a participar del Sacramento de Salvación, mediante el cual Él nos comunica su Vida. Él ha entregado su vida por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Mediante este Memorial de su muerte y resurrección nosotros somos hechos partícipes de la Redención que Él ofrece a toda la humanidad. Hoy nos reunimos en su presencia no sólo para contemplar sus maravillas, sino para ser los primeros en ser beneficiados por ellas, de tal manera que quede atrás todo aquello que nos impida caminar como testigos de su amor. Unidos a Cristo hemos de cobrar ánimo para que no sólo nuestra vida, sino la humanidad entera sea hecha una criatura nueva en Cristo Jesús. Dios ha tenido misericordia de nosotros. Dejemos que realmente su perdón y su salvación se hagan realidad en nosotros para que, convertidos en testigos suyos, vayamos a trabajar, fortalecidos por su Gracia y por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, para que a todos llegue la salvación, la justicia y la paz.
Nuestra fe en Cristo nos ha de hacer volver la mirada hacia todos aquellos que viven deteriorados por las injusticias, por la enfermedad, por el pecado. No podemos decirnos a nosotros mismos: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? El Señor nos quiere fraternalmente unidos por el amor. Y ese amor nos ha de llevar a preocuparnos del bien de nuestro prójimo, de tal forma que jamás pasemos de largo ante Él cuando le veamos esclavizado por algún pecado, o tratado injustamente, o dominado por la enfermedad. La Iglesia no puede conformarse con darle culto al Señor, ni con sólo anunciar su Santo Nombre a los demás. La Iglesia debe convertirse en la cercanía amorosa de Dios para todos aquellos que necesitan de una mano que se les tienda para ayudarles a superar sus diversos males. Al final el Señor sólo reconocerá en nosotros el amor que le hayamos tenido a Él a través de nuestro prójimo. Vivamos, pues, nuestra fe en obras de amor, que nos hagan no sólo llamarnos, sino manifestarnos como hijos de Dios.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente para que la salvación llegue a todos, aún a aquellos que, alejados de Dios, parecieran como un desierto sin aliento ni esperanza, pero que, puesto que para Dios nada hay imposible, Él quiere que también ellos lleguen a ser sus hijos. Amén (homiliacatolica.com).
Isaías 35,1-10. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. En el cubil donde se tumbaban los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Nuestro Dios viene y nos salvará.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».
Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, dijo al paralítico: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».
Comentario:
1. Is 35,1-10 (ver 3º domingo de Adviento A, y domingo 23 B). Durante esta segunda semana de Adviento, leeremos unos pasajes de la segunda parte del libro de Isaías. Su autor es otro escritor sagrado, profeta también, denominado «el segundo Isaías», y que sin duda fue discípulo del primero. Su época no es menos dramática de la que vivió su predecesor: efectivamente nos encontramos en pleno exilio... Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... y todos los judíos aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Esta segunda parte de Isaías se llamó a menudo «el libro de la consolación». Dirigiéndose a cautivos y a desgraciados es una vigorosa predicación de esperanza: ¡vendrá un tiempo de felicidad total, cuando Dios salvará a su pueblo! El autor es también poeta, sus versos están llenos de imágenes.
-¡Que el desierto y el sequedal se alegren, que la estepa exulte y florezca, que la cubran las flores de los campos! Acumulación de imágenes de alegría: el desierto florecerá. Dios lo promete a unos exilados. En mi estado de pecador se me repite una promesa parecida... Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, espero, Señor, ese día en que el desierto florecerá.
-Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!» Cumple tu promesa, Señor. ¡Danos firmeza, fortaleza, valentía! Te ruego, Señor, por todos los que están «desanimados» y te nombro a los que conozco en ese estado.
-Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará. ¡Ven, Señor! En esta vida, donde esperamos tu advenimiento... «Esperamos tu venida...» Las nuevas plegarias eucarísticas nos han restituido ese aspecto importante de nuestra Fe, que fue tan viva en la Iglesia primitiva pero demasiado olvidado durante siglos.
-Dios es el que viene: -a) Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada sacramento: *reconciliación como encuentro con Jesús... *matrimonio, como encuentro con Jesús... *bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de Jesús. -b) Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.
-Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos... Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de alegría... Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros... Alegría y gozo les acompañarán, dolor y tristeza huirán para siempre... El evangelio nos repite que esas cosas se produjeron por la bendición de Jesús. Pero, Señor, realízalas más todavía. En este tiempo de Adviento y con todo el poder de mi deseo, te digo: «haz que salten los cojos... danos tu salvación... suprime el mal... como Tú has prometido» (Noel Quesson).
Bienaventurado Guerric d’Igny (hacia 1080-1157): “Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá” (Is 35,1): “Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor” (Is 40,3) Hermanos, nos conviene, ante todo, meditar sobre la gracia de la soledad, sobre el bienaventurado desierto que, desde los inicios de la salvación ha sido consagrado como remanso de paz para los santos. Realmente, el desierto ha sido santificado para nosotros por la voz del profeta, por la voz de aquel que gritaba en el desierto, que allí predicaba y bautizaba con un bautismo de penitencia. Antes que él, ya los grandes profetas habían tomada la soledad por su amiga que consideraban como colaboradora del Espíritu Santo. Con todo, el desierto contiene una gracia incomparablemente mayor desde el momento en que Jesús se dirigió hacia él y sucedió a Juan en este lugar (cf Mt 4,1).
A su vez, Jesús, antes de predicar a los pecadores quiso prepararles un lugar en dónde recibirlos. Se fue al desierto para consagrar una vida nueva en este lugar, renovado por su presencia... no tanto para él mismo como para aquellos que, después de él, habitarían en el desierto. Entonces, si tú te has establecido en el desierto, quédate allí, espera allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad..... El Señor que sació a aquel gentío que le seguía al desierto, te salvará a ti que le has seguido, con mayores prodigios aún (Mc 6,34ss)...
Y cuando te parecerá que él te ha abandonado para siempre, vendrá a consolarte diciendo: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto...”(Jr 2,2) El Señor hará de tu desierto un paraíso de deleites y tú proclamarás, con el profeta, que “le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón” (Is 35,2)... Entonces, de tu alma, colmada de felicidad, brotará un himno de alabanza: “Que den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres! Porque sació a los sedientos, y colmó de bienes a los hambrientos” (Sl 107,8-9).
Sigue el profeta con su mensaje de alegría y sus imágenes poéticas, para describir lo que Dios quiere hacer en el futuro mesiánico.
Las imágenes las toma a veces de la vida campestre: el yermo se convierte en vergel, brotan aguas en el desierto, hay caminos seguros sin miedo a los animales salvajes. Y otras, de la vida humana: manos débiles que reciben vigor, rodillas vacilantes que se afianzan, cobardes que recobran el valor, el pueblo que encuentra el camino de retorno desde el destierro y lo sigue con alegría, cantando alabanzas festivas. Es un nuevo éxodo de liberación, como cuando salieron de Egipto.
Todo son planes de salvación: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos» (salmo). Ya no caben penas ni aflicción. Curará a los ciegos y a los sordos, a los mudos y a los cojos. Y a todos les enseñará el camino de la verdadera felicidad. La caravana del pueblo liberado la guiará el mismo Dios en persona.
De nuevo nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio de la historia.
Llega el momento en que los desterrados ha de retornar a la Tierra que Dios había prometido a sus antiguos padres, y de la que habían sido expulsados a causa de sus culpas. Todos han de regocijarse en el Señor, pues Él jamás ha dejado de amarlos. Deben cobrar ánimo pues hay que reconstruir no sólo la ciudad, sino el Templo de Dios. Pero antes que nada es necesario reconstruir el corazón y llenarlo de esperanza para ponerse en camino y poner manos a la obra. Los que creemos en Cristo, a pesar de que muchas veces hayamos sido dominados por el pecado y la muerte; a pesar de que nuestra concupiscencia pudiera habernos arrastrado por caminos de maldad; y aun cuando hayamos estado lejos del amor a Dios y al prójimo, no hemos de perder de vista que el Señor sale a nuestro encuentro, buscándonos amorosamente como el Pastor busca a la oveja descarriada, para ofrecernos el perdón y la oportunidad de una vida renovada en Él. A nosotros corresponde abrir nuestro corazón para aceptar esta oportunidad de gracia que Él nos ofrece. Vivamos con una nueva esperanza, revestidos de Cristo, para que en adelante no sólo busquemos nuestro bien, nuestra justificación y nuestra santificación, sino el bien y la salvación de toda la humanidad. A la Iglesia de Cristo corresponde continuar con la obra de salvación levantado los ánimos caídos, reconstruyendo el corazón de toda la humanidad para que, juntos, hagamos realidad, ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros.
2. Sal. 85 (84). Nos acercamos al Señor para escuchar su Palabra. Pero no podemos estar ante Él como discípulos distraídos, sino atentos a sus enseñanzas para ponerlas en práctica. El Señor quiere justificarnos. A nosotros corresponde seguir sus caminos amorosa y fielmente. Día a día nos vamos acercando a nuestra salvación eterna. Pero no podemos esperar que esa salvación suceda de un modo mágico en nosotros; es necesario ponernos en camino para que constantemente se vaya haciendo realidad en nosotros, de tal forma que podamos presentarnos ante los demás como personas más llenas de amor, más justas y más solidarias con los que sufren. Sólo así, transformados a imagen y semejanza de Cristo, podremos ser un signo de su amor salvador en medio de nuestros hermanos. Jesús es el Camino que se ha abierto para conducirnos a la plena unión con Dios, nuestro Padre. Sigamos sus pisadas, tomando nuestra cruz de cada día.
3. Lc 5,17-26 (ver paralelo em domingo 7 B). «Le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro» (Mc 2,3). Todos necesitamos la compañía, sentirnos queridos por los amigos, «es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados» (Santo Tomás de Aquino). En primer lugar, es bonito contemplar a Jesús, que parece perdonar al paralítico por la fe de sus amigos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados”. Ser amigo es algo muy grande: el amigo no juzga la causa de las desgracias, está al lado para acompañar. Jesús tiene corazón, y le gusta ver el amor expresado en los signos de amistad: no quiere convencer ni vencer, sino ofrecer la experiencia de lo que va bien, quiere lo mejor para el amigo y está dispuesto a sacrificarse por él, hacer algo poco habitual como es subir al tejado y levantar el techo para descolgar, con unas cuerdas u otro sistema, la litera con el amigo (con cuidado para que no caiga) y ponerlo ante Jesús. Hay que reconocer la audacia de esos amigos, y como todos estamos enfermos, la amistad auténtica es ayudarnos, y poner al amigo ante Jesús para que se conozca, se encuentre de un modo más pleno a sí mismo. Es una llamada a la reflexión sobre este valor de la amistad, y de cómo lo vivimos, y con qué profundidad. También esa amistad se extiende a muchos, por eso dice el Introito: “Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas: llega nuestro Salvador, no temáis” (cf. Jr 31, 10; Is 35, 4).
Un segundo aspecto es la conversión, tónica que domina este tiempo litúrgico y concretamente esta segunda semana de Adviento. Jesús conoce lo que estos hombres quieren: la curación de su amigo, en el cuerpo y en el alma «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Y también: “Yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. La respuesta también abarca las dos cosas, la salud física y la alegría espiritual: “Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando a Dios”. Veremos comenzar el ministerio del Señor con esta llamada de anuncio de la llegada del Reino de Dios y llamada a la conversión (cfr. Mc 1, 15), y aquí lo vemos perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe y además la curación; este paralítico llevado en camilla representa a cada uno de nosotros en el camino hacia Jesús y el misterio de misericordia que es la Navidad. Este ministerio del perdón lo continua ejerciendo en su nombre la Iglesia, hasta el final del mundo, sobre todo “a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta ap. Rosarium Virginis Mariae, 21). “Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino” (Compendio del Catecismo, 107).
La fuente más profunda de nuestros males son los pecados, por eso, aunque pidamos ciertos bienes Dios sabe lo que nos conviene, va más allá: necesitamos el encuentro con la misericordia divina.
Podemos acabar nuestra reflexión sobre algunas virtudes de la amistad, aquí reflejadas, y que nos pueden servir de pautas de examen. La prudencia de los “portadores”, en primer lugar: saben adecuar los medios para el fin previsto, del mejor modo, superando la “prudencia de la carne” (Romanos 8, 6-8), que es cobardía, y equivale al disimulo, la hipocresía, “escurrir el bulto”, astucia, cálculo interesado, y en resumen egoísmo. Se ve la fortaleza manifestada en su forma más alta en resistir las adversidades, y afrontar los obstáculos con constancia y paciencia. La justicia es dar a cada uno lo suyo, y cuando se ve que para el amigo hay que darle lo mejor, se ponen los medios. Templanza en la discreción y modestia de estar en segundo plano, con una sobriedad exquisita, una sencillez encantadora. Es preciso cultivar esas virtudes, para ser buenos amigos y útiles para que “el Espíritu Santo se sirva del hombre como de un instrumento” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica).
El sentido que tiene la primera lectura, al ser proclamada hoy entre nosotros, nos lo aclara el pasaje evangélico que escuchamos: en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán.
Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados.
Jesús, el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes.
Le dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona.
Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
a) Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Tal vez las nuestras. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas. Tal vez nosotros mismos.
El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el mismo: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa.
Aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.
b) El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo. Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos hayan llevado nuestras propias debilidades.
c) Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados.
¿Somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo, el Médico.
Si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
d) Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna (J. Aldazábal).
El paralítico estaba totalmente postrado. Su limitación no le permitía desempeñarse como cualquier otro ser humano. Esta limitación que de por sí era oprobiosa, aumentaba más con la marginalidad a que era sometido por la mentalidad vigente en aquella cultura. Como enfermo estaba totalmente desplazado de la comunidad humana. Se consideraba, en general, que la enfermedad provenía del pecado. Si un ser humano enfermaba, se pensaba que, necesariamente, era un pecador. Cuanto más grave su enfermedad, tanto mayor era el pecado que se suponía habría cometido. Si no hubiera sido él, la familia o algún antepasado.
Los sacerdotes, escribas y los fanáticos religiosos guardaban celosamente los prejuicios de la cultura como normas absolutas e inalterables. Sometían a la población a un régimen de ideas que los ataba a la estructura ideológica del sacralismo y el perfeccionismo legal. En ese esquema, el enfermo no tenía alternativa. Era expulsado de la comunidad y ya no era reconocido prácticamente como ser humano.
Jesús rompe ese esquema y propone una visión amplia, generosa, tierna. El ser humano, cualquiera que sea, tiene un valor tan grande que las normas y los prejuicios tienen que modificarse para que la persona sea el centro de la vida. La fe de un pueblo, tiene que partir de que el Dios de la Vida está en medio de ellos para hacerlos crecer en dignidad, justicia y solidaridad. La fe en Dios, por tanto, no se puede utilizar para marginar y recriminar a nadie.
Este orden de convicciones, este credo vital y liberador, es el que Jesús aplica en la discusión con los fanáticos religiosos. El ser humano, no importa qué dignidad y cargo ocupe, no está en el mundo para reprimir a sus hermanos y someterlos a la servidumbre de las costumbres. "¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?" La función del ser humano, del Hijo del Hombre, es liberar a la humanidad atormentada y darle posibilidades de comenzar aquí y ahora el camino de redención. "Te lo ordeno, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa". Por eso la persona postrada por la enfermedad y oprimida por los prejuicios religiosos y legales es liberada definitivamente. El paralítico se pone en pie y recupera su dignidad humana. Ahora, es capaz de seguir por sus propios medios el camino que elige y no está sometido ya a lo que los demás decidan por él (servicio bíblico latinoamericano).
La lectura del evangelio de Lucas nos presenta una escena digna de Isaías: a Jesús enseñando en medio de fariseos y severos doctores de la ley venidos de todas partes del país. Dice el evangelista que una fuerza divina impulsaba a Jesús a realizar curaciones. Luego nos narra la conocida curación del paralítico traído en su camilla, que no puede ser llevado ante Jesús por la multitud que llena la casa y que entonces es descolgado a través del techo en donde se practica un agujero. La enfermedad, la muerte, cualquier clase de mal que sobrevenga al ser humano son considerados en la Biblia como consecuencia del pecado. Por eso Jesús, para escándalo de los especialistas en la ley, presentes en el lugar, perdona al paralítico sus pecados, antes de curarlo. Porque son peores las parálisis del corazón y del espíritu que las de los miembros corporales. Peor no ser capaz de amar y de servir que no poder caminar, y porque a veces no nos podemos mover por falta de generosidad, por orgullo y egoísmo. Es cierto que sólo Dios puede perdonar los pecados, pero Jesús afirma que el misterioso Hijo del Hombre que él representa, que es él mismo, tiene también ese poder, y para confirmarlo y comprobarlo ordena al paralítico levantarse, echarse al hombro la camilla de sus dolores y pecados y volver por su propio pie a su casa. ¡Oh maravilla! El paralítico se va glorificando a Dios, los presentes también glorifican a Dios llenos de asombro. ¿Tal vez también los fariseos y los doctores de la ley?
Así se cumplen en Jesús las profecías de Isaías: los cojos brincan, los ciegos ven, los sordos oyen. La tierra se renueva en su presencia, el desierto se convierte en vergel, regresan los deportados por las potencias opresoras. Todo esto sucede, y sucederá plenamente, cuando vivimos su evangelio, seguimos su enseñanza, cumplimos sus mandatos que son mandatos de amar y de servir, de perdonar y compartir. ¿Cómo no prepararnos cuidadosamente para celebrar su nacimiento ya próximo en esta Navidad? ¿Cómo no reconocer nuestros pecados y pedir perdón por ellos, sabiendo que perdonados seremos capaces de obrar maravillas, de caminar gozosos al encuentro de los hermanos para construir junto con ellos una sociedad más justa, pacífica y fraterna? (Josep Rius-Camps).
Jesús, perdonas al paralítico por la fe de sus amigos: Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. ¡Qué gran lección! Muchas veces tengo la tentación de decir: yo ya lo hago bien; los demás que hagan lo que quieran. Pero no es así como se comportaron los amigos del paralítico.
El paralítico no abre la boca hasta que lo curas. No parecía muy convencido. No debió ser fácil para sus amigos conseguir que viniera. Y, una vez allí, era imposible meterlo dentro, donde estabas Tú; pero tampoco se rinden ante este obstáculo. Si hay que romper el techo, se rompe.
Jesús, no es difícil hacer la comparación con algunos amigos míos que no se mueven nada, sobrenaturalmente hablando, como si estuvieran paralíticos de espíritu. ¿Qué puedo hacer? Hay muchos obstáculos que dificultan el ponértelos delante de Ti para que les puedas perdonar y curar. Hay que romper muchos techos, esquemas, excusas.
El secreto está en ser, primero yo, mejor cristiano. Ni siquiera seria necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos.
Es preciso que seas «hombre de Dios», hombre de vida interior, hombre de oración y de sacrificio. Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida «para adentro».
Jesús, hacer apostolado no es convencer. Tú haces el milagro al ver la fe de los amigos que traían al enfermo. Igualmente moverás a mis amigos a llevar una vida más cristiana, a confesarse, si ves mi fe, mi oración y mortificación por aquel amigo y por aquel otro.
Y la fuerza del Señor le impulsaba a curar. Jesús, estás deseoso de curar a mucha gente. Pero sólo curaste a aquél que tenía unos amigos con mucha fe, con mucha vida interior. Ayúdame a ser serio en mi vida interior, en mi oración y mortificación, en mi estudio o trabajo, pues de mi santidad depende también la santidad de otros.
Hoy hemos visto cosas maravillosas. Jesús, ¡cuántas cosas maravillosas dependen de que yo sea un hombre de Dios! Dame fortaleza, dame fe; no me dejes que me conforme con ser simplemente bueno. He de ser santo, con una santidad «apostólica». De esta manera no me detendré ante las dificultades que encuentre en mi camino de apóstol, y te pondré a mucha gente frente a Ti, aunque haya que romper techos, aunque haya que cambiar el mundo.
Apostolado de la confesión. El Mesías está muy cerca de nosotros, y en estos días de Adviento nos preparamos para recibirle de una manera nueva cuando llegue la Navidad. Todos los días nos encontramos amigos, colegas y parientes, desorientados en lo más esencial de su existencia. Se sienten incapacitados para ir hasta el Señor, y andan como paralíticos por la vida porque han perdido la esperanza. Nosotros hemos de guiarlos hasta la cueva de Belén; allí encontrarán el sentido de sus vidas. En muchos casos, acercar a nuestros amigos a Cristo es llevarles a que reciban el sacramento de la Penitencia, uno de los mayores bienes que Cristo ha dejado a su Iglesia. Pocas ayudas tan grandes, quizá ninguna, podemos prestarles como la de facilitarles que se acerquen a la Confesión. ¡Que alegría cada vez que acercamos a un amigo al sacramento de la misericordia divina! Esta misma alegría es compartida en el Cielo (Lucas 15, 7)
El apostolado, y de modo singular el de la Confesión, es algo parecido a lo que narra hoy el Evangelio: poner a las personas delante de Jesús; a pesar de las dificultades que esto pueda llevar consigo. Dejaron al amigo delante de Jesús. Después el Señor hizo el resto; Él es quien hace realmente lo importante. Lo principal era el encuentro entre Jesús y el amigo. ¡Qué gran lección para el apostolado!
La mirada purísima de Jesús le penetraba hasta el fondo de su alma con honda misericordia: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Experimentó una gran alegría. Ya poco le importaba su parálisis. Su alma estaba limpia y había encontrado a Jesús. El Señor quiere dejar bien sentado que Él es el Único que puede perdonar los pecados, porque es Dios. Y lo demuestra con la curación completa de este hombre. Este poder lo transmite a su Iglesia en la persona de los Apóstoles. Los sacerdotes ejercitan el poder del perdón de los pecados no en virtud propia, sino en nombre de Cristo, como instrumentos en manos del Señor. Él espera a nuestros amigos. Nuestra Madre Refugio de los Pecadores, tendrá compasión de ellos y de nosotros (Francisco Fernández Carvajal).
Hoy hemos visto maravillas: el Señor se ha convertido en nuestro Salvador y nos ha redimido del pecado y de la muerte. Él nos ha abierto las puertas de la salvación. El Señor no sólo ha venido a socorrernos en nuestras pobrezas, no sólo ha venido a curarnos de nuestras enfermedades. Él ha venido para liberarnos de la esclavitud al pecado y a la muerte, y a conducirnos, como Hijos, a la Casa Paterna. Y no sólo hemos de conocer nosotros a Dios y disfrutar de la salvación que Él nos ofrece en Cristo Jesús. Los que hemos sido beneficiados de los dones de Dios hemos de ser los primeros en preocuparnos del bien y de la salvación de los demás, trabajando intensamente y utilizando todos los medios a nuestro alcance para conducirlos a la presencia del Señor, de tal forma que también ellos encuentren en Él el perdón de sus pecados y la vida eterna. El Señor quiere que su Iglesia se convierta en un signo de salvación para el mundo entero. Vivamos conforme a la confianza que el Señor ha depositado en nosotros.
El Señor nos invita en este día a participar del Sacramento de Salvación, mediante el cual Él nos comunica su Vida. Él ha entregado su vida por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Mediante este Memorial de su muerte y resurrección nosotros somos hechos partícipes de la Redención que Él ofrece a toda la humanidad. Hoy nos reunimos en su presencia no sólo para contemplar sus maravillas, sino para ser los primeros en ser beneficiados por ellas, de tal manera que quede atrás todo aquello que nos impida caminar como testigos de su amor. Unidos a Cristo hemos de cobrar ánimo para que no sólo nuestra vida, sino la humanidad entera sea hecha una criatura nueva en Cristo Jesús. Dios ha tenido misericordia de nosotros. Dejemos que realmente su perdón y su salvación se hagan realidad en nosotros para que, convertidos en testigos suyos, vayamos a trabajar, fortalecidos por su Gracia y por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, para que a todos llegue la salvación, la justicia y la paz.
Nuestra fe en Cristo nos ha de hacer volver la mirada hacia todos aquellos que viven deteriorados por las injusticias, por la enfermedad, por el pecado. No podemos decirnos a nosotros mismos: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? El Señor nos quiere fraternalmente unidos por el amor. Y ese amor nos ha de llevar a preocuparnos del bien de nuestro prójimo, de tal forma que jamás pasemos de largo ante Él cuando le veamos esclavizado por algún pecado, o tratado injustamente, o dominado por la enfermedad. La Iglesia no puede conformarse con darle culto al Señor, ni con sólo anunciar su Santo Nombre a los demás. La Iglesia debe convertirse en la cercanía amorosa de Dios para todos aquellos que necesitan de una mano que se les tienda para ayudarles a superar sus diversos males. Al final el Señor sólo reconocerá en nosotros el amor que le hayamos tenido a Él a través de nuestro prójimo. Vivamos, pues, nuestra fe en obras de amor, que nos hagan no sólo llamarnos, sino manifestarnos como hijos de Dios.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente para que la salvación llegue a todos, aún a aquellos que, alejados de Dios, parecieran como un desierto sin aliento ni esperanza, pero que, puesto que para Dios nada hay imposible, Él quiere que también ellos lleguen a ser sus hijos. Amén (homiliacatolica.com).
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