miércoles, 23 de noviembre de 2011

Jueves de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones para proteger sus hombres fieles. En cambio, la des

Jueves de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones para proteger sus hombres fieles. En cambio, la destrucción de Jerusalén es signo de la infidelidad y llamada a ser miembros de una Jerusalén celestial, verdadera

Profecía de Daniel 6,12-28. En aquellos días, unos hombres espiaron a Daniel y lo sorprendieron orando y suplicando a su Dios. Entonces fueron a decirle al rey: -«Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración, durante treinta días, a cualquier dios o cualquier hombre fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?» El rey contestó: -«El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.» Ellos le replicaron: -«Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios. » Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de salvar a Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo. Pero aquellos hombres le urgían, diciéndole: -«Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas, un decreto o edicto real es válido e irrevocable.» Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leones. El rey dijo a Daniel: -«¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!» Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese modificar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a palacio, pasó la noche en ayunas, sin mujeres y sin poder dormir. Madrugó y fue corriendo al foso de los leones. Se acercó al foso y gritó afligido: -« ¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras tan fielmente?» Daniel le contestó: -« ¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.» El rey se alegró mucho y mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los que hablan calumniado a Daniel y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y esposas. No hablan llegado al suelo, y ya los leones los habían atrapado y despedazado. Entonces el rey Darlo escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: -« ¡ Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. Él salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. Él salvó a Daniel de los leones.»

Salmo responsorial Dan 3,68.69.70.71.72.73.74. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor.
Témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor.
Noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor.
Rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor.

Evangelio según san Lucas 21,20-28. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. _ Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.»

Comentario: 1.- Dn 6,12-28. a) Otra famosa página: Daniel en el foso de los leones. Con una clara intención edificante: los que permanecen fieles a la ley de Dios, a pesar de las persecuciones y tentaciones del mundo, nunca quedan abandonados. Esta vez la piedra de toque no es comer o no ciertos alimentos, sino la prohibición de arar al Dios de los judíos: "Daniel no te obedece a ti, majestad, sino que tres veces al día hace oración a su Dios". El episodio, escrito para animar a los judíos de la época de Antíoco Epífanes, se ve en seguida que es una especie de apólogo o parábola, porque es impensable que, precisamente de boca del rey pagano puedan salir estas palabras: "que en mi imperio, todos respeten y teman al Dios de Daniel, el Dios vivo... él salva y libra y hace prodigios y signos en cielo y tierra".
b) Lo que interesa es que los lectores del libro se sientan animados a perseverar en su identidad de creyentes en medio de las circunstancias más adversas. Aunque no seamos arrojados al foso de unos leones, también nosotros muchas veces nos encontramos rodeados de fuerzas opuestas al evangelio de Cristo. Con nuestras propias fuerzas no podríamos vencer, pero la lección del libro de Daniel es que Dios protege a sus fieles, que les da fuerza para resistir y que vale la pena mantener la fe, porque es el único camino para la felicidad verdadera. "No nos dejes caer en tentación. Líbranos del mal". Es una lección para tiempos difíciles. ¿Y cuáles no lo son? Si Antíoco, en tiempos de los Macabeos, obligaba a los judíos a sacrificar en honor del dios Zeus, hoy el mundo nos invita a levantar altares y a ofrecer nuestras libaciones a mil dioses falsos, que nos prometen felicidad y salvación: egoísmo, placer, violencia, dinero, éxito social, poder... Ojalá hagamos como Daniel, que "tres veces al día hacía oración a su Dios". Rezar en medio de un mundo pagano es la clave para que podamos mantener nuestra identidad (J. Aldazábal).
El libro de Daniel hace de Darío un rey meda, siendo así que la historia no conoce más que a Darío el persa, sucesor de Ciro y de Cambises. Poco importa esta cuestión, ya que, una vez más, no se trata de un relato histórico, sino de una historia edificante. Los cortesanos, envidiosos de la ascensión de Daniel, que recuerda la de José en Egipto, le tienden una trampa y obtienen del inconsciente Darío un decreto por el que prohíbe a todo el mundo orar, durante un mes, a otro dios que no sea el rey divinizado. Esta divinización es anacrónica en tiempos de Darío, pero muy de actualidad en la época de Antíoco. En efecto, éste había obligado a todos sus súbditos, incluidos los judíos, a rendir culto a Baal, identificado con Zeus. El soberano seléucida, se consideraba, por otra parte, como la epifanía del dios griego; de ahí la expresión "dios manifestado" que acompañaba a su nombre en las monedas. Estas pretensiones suscitaron la resistencia de ciertos ambientes judíos que Antíoco se esforzó en eliminar mediante la persecución. Dn 6 constituye a la vez un panfleto político y una exhortación a preferir el martirio a la apostasía (com. de Sal Terrae).
-Daniel en el "foso de los leones". Aquí también tenemos que aceptar el género «parábola». Esta escena ha sido repetida a menudo en los «espiritual-negros». Daniel aparece como el símbolo de la «fidelidad a Dios, que triunfa de todos aquellos que conspiran contra él» .
-Daniel, ese deportado de Judá, no hace caso de ti, oh Rey: tres veces al día hace su oración. Esta es la denuncia. Un hombre que se atreve a hacer su oración. La plegaria que Daniel recitaba tres veces al día era sin duda el «Shema Israel». Es el signo de su Fe, el signo de su pertenencia al pueblo elegido. Jesús propondrá también una oración oficial, el «Padre-nuestro», que los primeros cristianos recitaban también tres veces al día. ¡Ayúdanos, Señor, a orar! ¿Cuál es mi fidelidad a la oración? ¿Oro con regularidad? Se critican a veces los hábitos de plegaria regular «oración de la mañana», «oración de la noche», «bendición de la mesa». Es verdad que las mejores cosas pueden pasar a ser rutinarias. Pero esto no quita el valor de las cosas. Se trata de conservar o de volver a dar su valor a todas las cosas.
-Daniel, servidor de Dios, ese Dios que adoras con tanta fidelidad. ¡La «fidelidad» no es un valor en boga HOY! Todo cambia, todo evoluciona. Y sin embargo ¿por qué no ser «fieles» a la verdad, al amor? ¿Qué pensamos personalmente de aquellos que son «infieles» a su compromiso, de aquellos que son «infieles» con nosotros? Haznos fieles, Señor. Concédenos perseverar y crecer en todos nuestros amores.
-El Dios de Daniel es el Dios vivo, permanece siempre. Una fidelidad alegre es contagiosa y misionera: revela a Dios. Por su actitud de oración, Daniel abrió una brecha en el corazón de los que lo veían vivir y orar. La oración: signo de Dios. La oración: signo existencial, experimental de Dios. La oración: acto de evangelización, que revela la buena nueva. No con palabras o con discusiones, sino con un acto, decimos «Dios». Decimos que Dios es importante para nosotros. Pero a condición de que la oración sea sincera, verdadera. A condición de que no sea tan sólo una «oleada de palabras, una charla formalista». A condición de que sea «encuentro con Dios», «diálogo con El», ¡«diálogo contigo»!
-Su reino no será destruido y su imperio permanecerá hasta el fin. El salva y libera; obra señales y milagros en los cielos y en la tierra. Toda una teología de la historia está también aquí. Una «historia sagrada» se desarrolla en el seno de la «historia profana». Dios actúa. Salva -en el presente-. Libera -en este mismo momento. Todo el esfuerzo de la revisión de vida radica en tratar de descubrir humildemente «la obra que Dios está realizando actualmente» en un «hecho de vida», en un «acontecimiento». Ayúdanos, Señor, a leer y a interpretar los acontecimientos. Ayúdame, Señor, a vivir contigo... a cooperar en tu trabajo... La oración así concebida no es una huida de la acción. Es el momento de una acción concentrada, más consciente, que gravita también sobre el mundo y sobre la historia. La oración nos remite a nuestras tareas para que «trabajemos contigo, Señor» (Noel Quesson).
Aquí hemos visto la idolatría de fabricarse imágenes falsas de Dios; pero también lo es el construirse falsos conceptos de Dios. No hay mayor idolatría que la pretensión de conceptualizar a Dios, o sea, de reducirlo a la estrechez y cicatería de nuestra mente. El dios que nace de nuestra mente, como el que surge de nuestras manos, no es Dios, es sólo una idea, un ídolo. Si la idea nos remite al Dios verdadero, cumple su función representativa; pero a veces cumple una función sustitutoria, y entonces no representa a Dios, sino al nuestro, a nuestra idea, frecuentemente a nuestro prejuicio y a nuestros intereses. Es un ídolo, una imagen mental falsa. Y es que, cuando hablamos de Dios, no deberíamos olvidar nunca lo que nos advertía Bultman, que es un hombre -no Dios- el que habla. Y la palabra humana adolece de la ambigüedad de nuestra condición y corre el riesgo de nuestra ecuación personal y social. Es lo que ha ocurrido a veces con la fiesta de Cristo Rey. El epíteto de rey, aplicado a Dios o a Jesucristo, se tinta frecuentemente, más que de colores evangélicos, de tonos indefinidos del entorno social y político. El Cristo Rey de tantas imágenes y pinturas, tan distinto del Cristo de la pasión, puede ser un recurso artístico, pero fácilmente puede ser un ídolo al que luego se sacrifican demasiadas cosas y demasiadas personas. Jesucristo es Rey y Dios, es el Señor. Pero la realeza de Cristo como el señorío de Dios nada tienen que ver con esa variopinta fauna de reyes y monarquías, señores y señoríos de nuestras historias y del presente. Nuestra experiencia del poder-poseído o padecido- de autoridad, de dominio, de sometimiento, etc., entorpecen enormemente la interpretación religiosa de expresiones como realeza de Cristo o señorío de Dios (“Eucaristía 1985”).
El autor del libro de Daniel conocía, sin duda, el salmo 22, ya que en el texto que hoy leemos amplía el tema de la salvación de la boca de los leones, apuntado en el v 22 del salmo, así como en 8,9 desarrolla el tema de la salvación del unicornio, esbozado en el mismo versículo del salmo. Con ello se quiere demostrar que los fieles a Dios serán salvados de todas las calumnias que puedan caer sobre ellos. A modo de una larga paráfrasis sobre Job 5,19-20, el libro de Daniel representa plásticamente el auxilio de Dios en los momentos difíciles: Daniel y sus compañeros han sido salvados del hambre y del fuego; ahora Daniel es salvado de la boca de los leones; más adelante lo será del unicornio; no les queda ya otra prueba. Si el autor de Daniel hubiese inventado nuevamente todo el libro, si en él no hubiese nada histórico, sería aún digno de alabanza por habernos dado estas narraciones maravillosas en las que uno no sabe qué admirar más, si el arte consumado con el que han sido escritas o bien la confianza en Dios que rezuman. Que el autor es genial, bien se adivina en otros aspectos. Conoce sobradamente el corazón del hombre y sabe cómo actúan los llamados pecados capitales. En este caso se trata de la envidia y de la manera como se buscan pretextos a fin de perder a quien, por su sola íntegra conducta, molesta a los demás. «No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar un delito de carácter religioso» (6). La perfidia, aunque sea astuta, no logra otra cosa que poner de relieve la virtud de Daniel, ya que él no irá contra Dios. Tenemos, pues, ya la falta. Hay que acabar con Daniel. Reacción rara, si bien humana, de aquellos a quienes molesta la mera existencia del hombre piadoso, cuya sola conducta es una acusación contra ellos. Pero lo que los envidiosos ignoran es que Dios es sobradamente poderoso para salvar de todo. Quizá la doctrina de la resurrección fue un logro motivado por la lucha contra Antíoco; ¡bendita tensión que nos proporciona tamaña esperanza! Daniel será salvado de todo, ya que Dios salva a sus fieles... y les da la vida eterna (J. Mas Bayés).
Quien confía en el Señor jamás será defraudado por Él. Y todo lo que el Señor realice a favor nuestro no es sólo para que nosotros sintamos su cercanía y su amor de Padre, sino que es para que todos conozcan el amor que Dios tiene a quienes han puesto en Él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios y Padre y experimenten su amor. La Iglesia de Cristo no sólo es depositaria del amor y de la salvación de Dios; sino que, además, debe convertirse en el instrumento a través del cual todos lleguen al conocimiento de Dios; y esto, no sólo porque lo anuncie denodadamente a través de la proclamación constante del Evangelio, sino porque, a pesar de verse perseguida y condenada a muerte, jamás dé marcha atrás en su amor y confianza que ha depositado en Dios. Muchos hermanos nuestros, por esa confianza en Dios, fueron perseguidos y entregados a la muerte, y ahora viven para siempre como un ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Viendo cómo Jesús, después de padecer ahora reina para siempre; y viendo que es el mismo camino de testimonio que han experimentado muchos hermanos nuestros, con la mirada fija en Dios, luchemos constantemente por dar testimonio de nuestra fe sin jamás avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla, de persecución y de muerte, pues desde la Resurrección de Cristo, sabemos que, no la muerte, sino la vida, tiene la última palabra.
Jesús es "el Señor". La historia que vemos aquí se repetirá más tarde: dado que Jesús era comandante en jefe de los cristianos, éstos se vieron envueltos en muy serias dificultades al negarse a poner incienso sobre el altar del César. Porque también el César reivindicaba el título de comandante, de kyrios. Esta simultánea pretensión por parte de Jesús y del César a un mismo titulo resultaba, políticamente, muy peligrosa. Las personas que proclamaban que semejante título pertenecía con todo derecho a Jesús se convertían automáticamente en insurreccionarios políticos. Hoy, en cambio, nadie es arrestado por negarse a poner incienso sobre un altar; eso ya no molesta a las autoridades. ¿Cómo sería, pues, posible ahora el hacer una confesión de fe que comprometa y desafíe a las autoridades políticas de nuestra sociedad actual, de la misma manera que aquella confesión de los cristianos primitivos desafiaba a los gobernantes de su tiempo? (“Eucaristía 1983”).
Dostoievski se enfrentaba a Jesús Rey para decirle: "Si hubieras cogido la espada y la corona, todos se hubieran sometido a ti de buen grado. En una sola mano hubieras reunido el dominio completo sobre las almas y los cuerpos, y hubiera comenzado el imperio de la eterna paz. Pero has prescindido de esto...
No bajaste de la cruz cuando te gritaron con burla y desprecio: ¡Baja de la cruz y creeremos que eres el Hijo de Dios! No bajaste, porque no quisiste hacer esclavos a los hombres por medio de un milagro, porque deseabas un amor libre y no el que brota del milagro. Tenías sed de amor voluntario, no de encanto servil ante el poder, que de una vez para siempre inspira temor a los esclavos. Pero aún aquí los has valorado demasiado, puesto que son esclavos -te lo digo-, habiéndolos creado como rebeldes...
Si hubieras tomado la espada y la púrpura del emperador, hubieses establecido el dominio universal y dado al mundo la paz. Pues, verdaderamente: quién puede dominar a los hombres, sino aquellos que tienen en su mano sus conciencias y su pan" ("Los hermanos Karamazoff").
La perspectiva bíblica -y quizá el actual camino pedagógico- parte del Reino para descubrir después al Rey, y unir finalmente Reino y Rey. Es decir, primero es preciso que exista un anhelo por el Reino, una esperanza, quizá una lucha, aunque inevitablemente parciales por humanos. Sólo quien anhela este Reino (de verdad, vida, etc.) puede descubrir en Jesús al Rey. Una vez se ha descubierto en JC al Rey del Reino, uno y otro adquieren su solidez en la fe del creyente. Y éste puede llegar a descubrir la identificación que existe -en un universo personalizado como contemporáneamente intuyó Theihard de Chardin y bíblicamente había intuido ya Pablo de Tarso- entre el Reino y el Rey (Joaquín Gomis).

2. Dan. 3, 68-74. Hay momentos en que el amor a Dios se inflama en el corazón del hombre. Para entonces todo sonríe y uno se siente amado por el Amado. Parece uno caminar entre algodones, y por muy fuertes que sean las persecuciones, uno está dispuesto a darlo todo por el Señor. Pero de repente todo ese sentimiento se derrumba y la imaginación misma deja de funcionar; pareciera que el rocío, la nieve, el hielo, el frío, la noche y las tinieblas se han apoderado de nuestro ser. Pareciera que todo ha perdido sentido y deja uno de caminar en el goce de Dios y de su cielo, y vuelve uno a la tierra en medio de angustias y de momentos difíciles y amargos que meten, incluso, dudas en la cabeza acerca de que si el Señor le sigue a uno amando, o si se alejó y nos dejó en la más terrible de las soledades. ¡Alerta! El Señor siempre está a nuestro lado. En esos momentos no podemos caer en la rutina, pues estaríamos al borde del abandono de nuestra fidelidad a Él. Hay que orar, aun cuando la oración sepa a pasto seco y no satisfaga el corazón. Rocíos y nevadas, bendigan al Señor; hielo y frío, bendigan al Señor; heladas y nieves, bendigan al Señor; noches y días, bendigan al Señor; luz y tinieblas, bendigan al Señor; rayos y nubes, bendigan al Señor; tierra, bendice al Señor. Que esta sea nuestra confesión de fe en el Señor en esos momentos en que lo sentimos lejos y en que todo pareciera haber perdido sentido.

3.- Lc 21,20-28. a) Es la tercera vez que Jesús anuncia, con pena, la destrucción de Jerusalén: "serán días de venganza... habrá angustia tremenda, caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones: Jerusalén será pisoteada por los gentiles". También aquí Lucas mezcla dos planos: éste de la caída de Jerusalén -que probablemente ya había sucedido cuando él escribe- y la del final del mundo, la segunda venida de Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas y el estruendo del mar y el miedo y la ansiedad "ante lo que se le viene encima al mundo". Pero la perspectiva es optimista: "entonces verán al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar: "cuando suceda todo esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación".
b) Las imágenes se suceden una tras otra para describirnos la seriedad de los tiempos futuros: la mujer encinta, la angustia ante los fenómenos cósmicos, la muerte a manos de los invasores, la ciudad pisoteada. Esta clase de lenguaje apocalíptico no nos da muchas claves para saber adivinar la correspondencia de cada detalle. Pero por encima de todo, está claro que también nosotros somos invitados a tener confianza en la victoria de Cristo Jesús: el Hijo del Hombre viene con poder y gloria. Viene a salvar. Debemos "alzar la cabeza y levantarnos", porque "se acerca nuestra liberación". Sea en el momento de nuestra muerte, que no es final, sino comienzo de una nueva manera de existir, mucho más plena. Sea en el momento del final de la historia, venga cuando venga (mil años son como un día a los ojos de Dios). Entonces la venida de Cristo no será en humildad y pobreza, como en Belén, sino en gloria y majestad. Levantaos, alzad la cabeza. Nuestra espera es dinámica, activa, comprometida. Tenemos mucho que trabajar para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que iniciara Cristo y que luego nos encomendó a nosotros. Pero nos viene bien pensar que la meta es la vida, la victoria final, junto al Hijo del Hombre: él ya atravesó en su Pascua la frontera de la muerte e inauguró para sí y para nosotros la nueva existencia, los cielos nuevos y la tierra nueva (J. Aldazábal).
Jerusalén sucumbe como consecuencia de su pecado. Esta destrucción, como todas las catástrofes históricas, además de ser un suceso social y político, es un acontecimiento religioso. La ciudad santa sucumbe víctima de su pecado, de haber rechazado la salvación que se le ofrecía en Jesús. Jesús expresa su compasión por las víctimas. Y pone en guardia a los discípulos para que no perezcan. Ellos no han comulgado con este pecado de Jerusalén. No deben perecer en ella. Pero la ciudad y el pueblo judío no son rechazados definitivamente. Su rechazo es una especie de tregua para dar paso a los gentiles (cf Rm 11) Ante la venida del Hijo del Hombre, que se hará patente, clara como la luz del mediodía, el pánico será la actitud del incrédulo, el gozo será la herencia del creyente. Para éste se acerca la salvación. Se toca ya la esperanza. El creyente irá con la cabeza erguida, rebosante de gozo el corazón, al encuentro de su Señor, a quien ha amado, por quien ha vivido, en quien ha creído, al que anhelante ha estado toda la vida esperando.
"¡Ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días!" (Mt 24,19), clama el Señor al contemplar en espíritu el cuadro del fin del mundo actual. Bien colocada está esta expresión al comienzo del discurso referente al terror de la destrucción de Jerusalén. Mas en el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu del Verbo Eterno, confluye y se identifica con la visión del fin del mundo. Y en esa identificación la exclamación significa mucho más que una simple compasión humana por aquellas desvalidas mujeres menos expeditas que las otras para poder huir o resistir a las más duras penalidades. Para el Señor que contempla y advierte, ellas, en la profecía de la destrucción del mundo, se tornan imagen y tipo de aquellos a quienes el fin del mundo va a sorprender en el preciso instante en que -aún demasiado ligados al mundo presente- no se sentirán libres para poder seguir sin trabas la voz de la trompeta y salir al encuentro de la nueva aurora. Sus pies no se habrán fortalecido en el camino de la cruz de Cristo, no habrán llegado a ser ágiles en los caminos de sus mandamientos, se hallarán entorpecidos por los lazos del enemigo. Pesa sobre sus hombros la carga del falso reino de este mundo. Sus brazos abrazan las alegrías caducas de una tierra condenada a perecer. El "dios de este siglo" (2 Co 4,4) ha cegado sus ojos. No conocen el lenguaje de los signos celestiales, no pueden contemplar el brillo de la aurora. En balde se publica el mensaje y se encienden las antorchas eternas.
Los esclavos "de este siglo" y de su "dios" no pueden ver, y huyen. A ciegas van dando traspiés hacia la condena del tribunal y el fuego de su castigo, que tendrá la virtud de abrir sus horrorizados ojos (Emiliana Löhr).
La mayoría de los exégetas piensan que Lucas escribió su evangelio en los años después del 70. Los acontecimientos históricos acaban pues de demostrar que Jesús había dicho verdad al anunciar la destrucción de Jerusalén.
-Cuando veréis Jerusalén sitiada por los ejércitos... Aquí, Marcos y Mateo decían: «Cuando veréis la abominación de la desolación» (Mc 13,14; Mt 24,25). Era sin duda lo que, de hecho, había dicho Jesús, repitiendo una profecía de Daniel 11,31. Lucas «traduce» con mayor concreción.
-Sabed que está cerca su devastación. Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad. Después de un siglo de ocupación romana la revuelta que se estaba incubando terminó por explosionar, en los alrededores del año 60. Los Zelotes, que habían tratado de arrastrar a Jesús a la insurrección, multiplicaron los atentados contra el ejército de ocupación. El día de Pascua del 66, los Zelotes ocupan el palacio de Agripa y atacan al Legado de Siria. Todo el país se subleva. Vespasiano es el encargado de sofocar la revolución. Durante tres años va recuperando metódicamente el país, y aísla Jerusalén. Reúne fuerzas enormes: la Vª, la Xª; y la XVª legión. Luego el emperador deja a su hijo. el joven Titus, el cuidado de terminar la guerra. El sitio de Jerusalén, fortaleza considerada inexpugnable, dura un año, con setenta mil soldados de infantería y diez mil a caballo. El 17 de julio del 70, por primera vez después del exilio, cesa el sacrificio en el Templo. Desde entonces no lo ha habido nunca más.
El historiador judío, Flavio José, habla de un millón cien mil muertos durante esta guerra, y noventa y siete mil prisioneros cautivos.
-¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! porque habrá una gran calamidad en el país y un castigo para ese pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos... Al predecir la espantosa desgracia nacional de su pueblo, Jesús no tiene nada de un fanático que clama venganza. Sus palabras son de dolor. Es emocionante verle llorar por las pobres madres de ese pueblo que es el suyo.
-Jerusalén será pisoteada por los paganos... hasta que la época de los paganos llegue a su término. Jesús parece anunciar un tiempo para la evangelización de los paganos. A su término, Israel podrá volver a Cristo a quien rechazó entonces. Esta es la plegaria y la esperanza de san Pablo (Rm 11,25-27) compartida con san Lucas (Lc 13,35) ¿Comparto yo esa esperanza?
-Aparecerán señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán las naciones por el estruendo del mar y de la tempestad. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, pensando en lo que se le viene encima al mundo, porque hasta los astros se tambalearán. Es el lenguaje corriente del género apocalíptico. Según la concepción de la época, los tres grandes espacios: cielo, tierra y mar... serán trastornados. El caos se abate sobre el universo. (Comparar con Is 13,9-10; 34,3-4 donde esas mismas expresiones en imágenes son empleadas en la caída de Babilonia).
-Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y majestad. ¿Sin que nos demos cuenta, se ha pasado a otra profecía, esta vez la del "fin del mundo"? Algunos exégetas lo creen. Otros piensan que Jesús continuaba hablando de la destrucción de Jerusalén: el Hijo del hombre "viene", a través de muchos sucesos históricos, en particular de éste que vio el aniquilamiento del culto del Templo... el culto verdadero proseguía en torno al Cuerpo de Cristo, en la Iglesia, nuevo Templo de Dios (Noel Quesson).
Rasgo característico de una visión profética sobre la historia es saber descubrir el sentido de los acontecimientos. La caída de Jerusalén encuentra en la reflexión de Lucas el marco para proponer la aceptación del mensaje de Jesús. Jerusalén, ciudad infiel que ha rechazado la propuesta de la paz, deberá sufrir las consecuencias de ese rechazo. Lo visto y experimentado en la caída de la ciudad se convierte en urgente invitación a aceptar aquella propuesta. Por otro lado, el tiempo que se inaugura a partir de ese acontecimiento, deberá también ser leído en clave positiva. La visión profética trata de descubrir también en el desarrollo de la historia las oportunidades de salvación que se presentan a lo largo del tiempo. La caída de Jerusalén y el dominio opresor de los paganos es también ocasión de la proclamación a éstos del anuncio de salvación. Este largo tiempo de anuncio salvífico tendrá también un límite. Este será marcado por señales que afectan a toda la realidad cósmica y que resonarán en el interior de cada hombre y de cada sociedad humana. Pero más que las señales, la importancia de este momento final de la historia está dado por el regreso de Jesús con la plenitud de su poder y de su gloria. Más allá de los alarmismos que acompañan generalmente a las representaciones sobre el fin del mundo, se nos invita a anhelarlo y a descubrir en él las consecuencias positivas que producirá en nosotros. Debemos ver en todos esos acontecimientos que nuestra liberación está próxima (Josep Rius-Camps).
El texto que hoy leemos en el evangelio tiene dos partes. Una primera habla de la destrucción del templo. Ese acontecimiento marca el final de la historia del pueblo de la antigua Alianza. De ahí en adelante ya no tiene sentido aquella distinción fundamental israelita entre los judíos y los paganos. En adelante, el nuevo pueblo de Dios, o el pueblo de Dios de la nueva alianza estará formado por personas venidas de todos los pueblos de la tierra; ya no serán "judíos o gentiles", sino que se hablará de un tertium genus, un tercer grupo o pueblo que ya superó el "muro de la separación".
En la segunda parte del Evangelio, y con un lenguaje tomado del libro de Daniel, se nos habla de ese personaje misterioso que aparece por el horizonte apocalíptico: el "Hijo del Hombre". La caída de Jerusalén manifiesta y anticipa el juicio con que Dios acompaña toda la historia y que se consumará al final de los tiempos. El Hijo del Hombre es Jesús, que, por su muerte y resurrección, testimoniadas por los discípulos, reunirá a todo el pueblo de Dios… (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Cristo Rey, última semana del año litúrgico. Rey del universo, en un Reino eterno y universal, Reino de la verdad y la vida, Reino de santidad y gracia, Reino de justicia, de amor y de paz, como lo señala la liturgia de la Misa de este domingo. ¡Qué contraste tan grande entre la actitud de los judíos manifestada a lo largo de la vida pública de Cristo y que culmina el Viernes Santo con aquel: [15] No tenemos más rey que el César, con aquella otra de San Pablo que escribe a los de Corinto: [25] es necesario que él reine, hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies (1 Cor 15, 25)! El rechazo de Cristo por parte de los judíos es la misma actitud que encontramos a lo largo de la historia en todos aquellos que no quieren recibir a Cristo, que no admiten sujetarse a la Ley de Dios y quieren organizar sus vidas al margen de Dios. Ponen antes sus intereses y sus pasiones y dejan a Dios en un segundo plano, o prescinden de Él en la práctica. Quieren repetir la actitud de nuestros primeros padres que quisieron ser como dioses, pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo) y siguen repitiendo aquella frase del Evangelio: No queremos que éste reine sobre nosotros (Lc 19,14). No logran entender la profundidad divina del reinado de Cristo. Pero no pensemos que ese rechazo se da solo en los que públicamente reniegan de Cristo o hacen profesión de agnósticos; debemos analizar hasta qué punto nosotros también nos oponemos al reinado de Cristo en el mundo y en nosotros mismos. Para eso, debemos entender de qué reino de trata. Jesús recibe la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías y le anuncia de inmediato la próxima pasión del Hijo del Hombre. [18] Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. [19] Te daré las llaves del Reino de los Cielos; pero ya que sus discípulos saben que es el Mesías, comienza a hablarles de la Pasión: [21] Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Revela su realeza mesiánica a la vez que su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". El verdadero sentido de la realeza de Cristo se manifiesta desde la Cruz . Cristo ha venido para establecer el Reino de Dios que es la derrota del reino de Satanás."si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12,28). Los exorcismos que Jesús realiza repetidas veces en su vida pública, liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Desde la Cruz Cristo establece definitivamente el Reino de Dios: "Dios reinó desde el madero de la Cruz", (himno "Vexilla Regis).
¿Qué Reino es el que vino Cristo a predicar? Es un Reino que hay que preparar con penitencia: [1] En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea [2] y diciendo: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos (Mt 3). Y Jesús mismo comienza así su predicación: [17]... comenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos. (Mt. 4). Y para entrar en él, hay que cumplir con la Voluntad de Dios: [21] No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos (Mt 7).
La humildad es la puerta de entrada y condición indispensable para pertenecer a este Reino. En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. [4] Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos (Mt 18).
No caben, por tanto los que no sigan la ley de Dios, y en especial, los soberbios, pues la soberbia está en la raíz de todo pecado. [9] ¿Acaso no sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, [10] ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios (1 Cor 6).
Y habrá pecadores arrepentidos, que han creído en el Hijo de Dios y han actuado en consecuencia con su fe. Díceles Jesús: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios. [32] Porque vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él, mientras que los publicanos y las meretrices creyeron en él. Pero vosotros, aun viendo esto, no os habéis al fin arrepentido, creyendo en él.
Pero nos debemos preguntar: ¿dónde debe reinar Cristo Jesús? Debe reinar, primero en nuestras almas. Debe reinar en nuestra vida, porque toda tiene que ser testimonio de amor. ¡Con errores! No os preocupe tener errores.... ¡Con flaquezas! Siempre que luchemos, no importan. ¿Acaso no han tenido errores los santos que hay en los altares? (san Josemaría). Pero es necesario esforzarse para poder entrar. [12] Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan (Mt 11).
Jerusalén, ciudad de paz; ese es su nombre; esa es su vocación. De ahí brotará la salvación como un río en crecida que fecundará toda la tierra y le hará producir frutos agradables a Dios; y llegará incluso hasta el mar de aguas saladas y lo saneará, pues nada hay imposible para Dios. Pero Jerusalén se ha corrompido y, llegado Aquel que ha cumplido las promesas y el anuncio de la Ley y los Profetas, ha sido rechazado. Por eso Jerusalén ha sido destruida y no ha quedado en ella piedra sobre piedra, y sus hijos han sido dispersados por todas las naciones. Quienes formamos la Iglesia del Cordero, ¿realmente creemos en Él? No podemos responder con sólo nuestras palabras; nuestra respuesta ha de darse de un modo vital, pues son nuestras obras, son nuestras actitudes hacia nuestro prójimo, es nuestra vida misma la que manifiesta hasta qué punto vivimos fieles al Señor. El momento en que se acabe este mundo no debe confundirnos ni angustiarnos. El Señor nos pide una vigilancia activamente amorosa para que cuando Él venga levantemos la cabeza, sabiéndonos hijos amados de Dios. No descuidemos nuestra fe constante en el Señor a pesar de lo que tengamos que padecer, pues si nos alejamos del Señor y comenzamos a destruirnos unos y otros, por más que proclamemos el Nombre del Señor, nuestro mal comportamiento echaría por tierra toda la obra de salvación. Entonces, en lugar de ser parte de la construcción del Reino de Dios seríamos destruidos irremediablemente. Trabajemos por el Señor; y no lo hagamos por temor, ni por interés, sino por amor, un amor que nos lleve a permitirle al Señor hacer su obra de salvación en nosotros, y en el mundo por medio nuestro, aun cuando para ello tengamos también que entregar nuestra vida, pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Dios, nuestro Dios misericordioso y Padre, nos ha convocado en este día en torno a Jesús, su Hijo, Señor nuestro. No se dirige a nosotros por medio de señales que nos llenen de terror y angustia, sino en la sencillez de los signos frágiles mediante los cuales se manifiesta a nosotros. Ahí esta su Palabra, dirigida a nosotros con toda sencillez, pero con toda su fuerza salvadora. Ahí está Él convertido en alimento nuestro en la sencillez de los signos sacramentales del pan y del vino; pero con todo su poder que nos fortalece para seguirle siendo fieles trabajando para que su Evangelio llegue a todos. Ahí está su Iglesia, representada mediante los miembros de la misma que nos hemos reunido para celebrar al Señor; somos frágiles e inclinados a la maldad, pero el Señor nos llena de su Espíritu para que seamos un signo de alegría, de paz, de misericordia y de luz para los demás. Dios no nos llamó a unirnos a Él para que nos convirtamos en perseguidores de nuestros semejantes. Hemos de desterrar de nosotros todo sentimiento de envidia y persecución. Hemos de ser un signo de Cristo que salva, y no dar una imagen que el Señor no tiene: condenar a quienes van de camino por este mundo, pues Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Sólo al final, confrontada nuestra vida con la Palabra, se hará el juicio de nuestras obras para que reconozcamos si somos o no dignos de estar para siempre con el Señor. Por eso debemos vivir con la cabeza levantada, no por orgullo, sino para contemplar a Aquel que nos ha precedido con su cruz, y poder seguir sus huellas amando y sirviendo a nuestro prójimo, pues no hay otro camino, sino el mismo Cristo, que nos lleve al Padre. Que no sólo acudamos al Señor para darle culto, sino que vayamos a Él para ser fortalecidos con su Espíritu y poder, así, vivir nuestro compromiso de fe en medio de los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida. No vivamos en el temor, pensando que el mundo se nos acabará de un momento a otro, vivamos más bien amando al Señor y a nuestro prójimo para que, cuando Él vuelva, nos encuentre dispuestos a ir con Él a gozar de la Gloria del Padre. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de pasar haciendo siempre el bien a todos; que esto lo hagamos no por simple filantropía, sino porque amamos a nuestro prójimo como el Señor nos ha amado a nosotros, y porque seamos conscientes de que lo que hagamos a los demás se lo estaremos haciendo al mismo Cristo, pudiendo así Él reconocernos como suyos al final del tiempo. Amén (www.homiliacatolica.com).

martes, 22 de noviembre de 2011

Miércoles de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. “Aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo” que aquel reino estaba fundado sobre algo endeble,

Miércoles de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. “Aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo” que aquel reino estaba fundado sobre algo endeble, pero el Reino de Dios no es de este mundo… “Todos os odiarán por causa mía, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”.

Profecía de Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28. En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas. Cuando trajeron los vasos de oro que habían cogido en el templo de Jerusalén, brindaron con ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y concubinas. Apurando el vino, alababan a los dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera. De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban. Trajeron a Daniel ante el rey, y éste le preguntó: -«¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino.» Entonces Daniel habló así al rey: -«Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido. Te has rebelado contra el Señor del cielo, has hecho traer los vasos de su templo, para brindar con ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y concubinas. Habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera, que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida y vuestras empresas no lo has honrado. Por eso Dios ha enviado esa mano para escribir ese texto. Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido." La interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido": tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas. »

Salmo responsorial Dn 3,62.63.64.65.66.67. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.
Sol y luna, bendecid al Señor.
Astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor.
Vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor.
Fríos y heladas, bendecid al Señor.

Evangelio según san Lucas 21,12-19. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

Comentario: 1.- Dn 5,1-6.13-14.16-17.23-28: a) El episodio del banquete del rey Baltasar -que tampoco hay que considerar necesariamente como histórico- le sirve al autor del libro de Daniel, a modo de parábola, para seguir reflexionando sobre el sentido de la historia humana. Ante Dios, el orgullo no vale nada. La orgía de la corte real, y además con los vasos sagrados fruto del pillaje en el templo de Jerusalén, no puede acabar bien. Daniel, en su papel de intérprete de las visiones, es valiente en anunciar lo que significan las letras que aparecen en la pared: "Dios ha contado tus días", "no has dado el peso en su balanza" y "tu reino se ha dividido".
b) Los excesos se pagan, pronto o tarde. "Te has rebelado contra el Señor... has adorado a dioses de oro y plata". Ahora ha llegado el juicio de Dios. Es un mensaje que tienen que saber leer los poderosos de la tierra: en concreto, Antíoco Epífanes, que en el tiempo en que se escribe este libro de Daniel está haciendo lo mismo que el libro atribuye -con una proyección hacia siglos pasados- al rey Baltasar. Pero también va para cada uno de nosotros, que también deberíamos escarmentar, en cabeza ajena y propia, de las consecuencias que traen nuestros fallos y desviaciones. Cuando nos olvidamos de Dios, no nos pueden ir bien las cosas en nuestra vida. ¿Podemos sentirnos seguros de que no va para nosotros la tremenda acusación: "has adorado a dioses falsos", "te falta peso en la balanza de Dios"? ¿nos extrañará luego que "nuestro reino se divida", que la comunidad también se deteriore?
Este capítulo empieza dando una nueva idea de la esclavitud de Daniel. Mientras que, con gran pavor del rey Baltasar (se trata de Bel-shar-usur, hijo, no de Nabucodonosor, sino del último rey babilonio Nabónides), los adivinos oficiales se han mostrado incapaces de leer y descifrar la inscripción misteriosa escrita en las paredes del salón de banquetes de palacio, Daniel lo logra sin ninguna dificultad. Como ha profanado los vasos sagrados del templo de Jerusalén, Baltasar será asesinado y su reino repartido entre los medos y los persas. Pero Baltasar no es, evidentemente, más que un hombre ficticio. No es a él a quien se refiere Daniel sino a Antíoco Epífanes, el Seléucida impío que el 169 a. C. había saqueado el templo de Jerusalén, antes de profanarlo, en el 167, con la erección de un altar idólatra. Se observará, por otra parte, que el banquete ofrecido por Baltasar termina en una borrachera general, lo cual podría hacer alusión a las orgías de las Bacanales introducidas en Jerusalén por Antíoco. Por tanto, Dn 5 es un buen ejemplo de ficción histórica que permite atacar a Antíoco veladamente (com. de Sal Terrae).
-El festín de Baltasar. En un texto tan «coloreado» de detalles concretos y que ha inspirado a tantos pintores célebres, es evidente que hay que retener lo esencial. Este festín es como el símbolo del «paganismo» de todos los tiempos.
-"La seducción del orgullo": un gran festín... de mil invitados... comiendo en vajilla de oro y plata. El rey hace alarde de su lujo. ¿Quién paga el costo de todo esto? Los pobres de su reino, sin duda. Pero no piensa en ello. Deslumbra y aplasta a los humildes con su orgullo.
-«La seducción de la carne»... nos imaginamos la orgía sensual que los artistas han hecho resaltar... la abundancia de vinos... las «mujeres y las cantoras». Cuando la humanidad se abandona a sus instintos, excitada por el alcohol y el sexo ya no se detiene en el camino de la degradación y del envilecimiento. El otro día me mandaron un power point sobre una ejecución fanática musulmana. Se veía a los pobres quemándose. Me parecía de los más “gore” ver sufrimientos humanos en directo, quizás gratuitos. Pensé en una analogía con la pornografía, que repugna también a la nuestra sensibilidad, pero como aquí se nos recuerda un abismo llama a otro abismo, y el hombre puede ir descendiendo hacia lo más profundo, y reclamar sensaciones más fuertes, tanto a nivel de la violencia como en lo sexual, desde la sugestión erótica hasta unirse a lo violento u osceno, sadomasoquismo, etc. Quizá el punto clave está en la unión con Dios, que se obnuvila también cuando falta la unión con los otros aspectos metafísicos de la verdad, la libertad, el bien. Por último, esta semana que me da por reflexionar sobre el acto moral o mejor dicho sobre los elementos morales de la tentación, estoy como descubriendo que aunque si bien es conocido que nuetra vulnerabilidad está unida a que somos fuertes en el Señor, también es cierto que cuando no vemos –cuando la gente no ve- al Señor, puede abandonarse si no descubre otro aspecto de la verdad: que nuestra lucha es un laboratorio de solidaridad, que estamos concatenados con los demás, que la comunión de los santos no es algo teórico, espiritualista o misticista, sino algo real, que es algo “sensible” aunque no fisicista pero que los demás notan si luchamos, si yo venzo los demás van adelante. Esto tiene también aplicaciones menos espirituales, más de ilusión humana: si me ilusiono por algo, por ideales nobles de ayuda a los demás, tengo un motivo para luchar. Y el que tiene un motivo, se levanta de la cama por la mañana, y así en las demás tentaciones. Y poco a poco se vuelve a tener esa experiencia de Dios, que quizá se había perdido. Por eso, hay que aconsejar a la gente aguantar por lealtad en esos momentos, pues a veces no ven razones muy sobrenaturales, les entran ciertas dudas sobre la Iglesia o si es posible compatibilizar Jesús con otras cosas o religiones… cuando vuelve la luz, se da gracias a Dios por haber aguantado la tormenta y haber seguido en medio de la oscuridad. Quizá es también algo de eso la noche de la fe a la que se referían los místicos, cuando no queda más que cierto recuerdo de aquella luz, y sólo se va adelante por la intuición del amor…
-«El insulto a Dios»: en este estado es frecuente que el hombre se las haya con Dios. Baltasar, para mostrarse completamente «libre de todos los tabúes religiosos», imaginó «beber en los vasos sagrados, robados antaño al templo». Hay muchas otras maneras de burlarse de Dios.
-«El miedo y la angustia del más allá»: Se habla hoy mucho de la angustia metafísica del ateo. Se constata la proliferación de prácticas supersticiosas y mágicas, en las personas que no creen en el verdadero Dios. «El rey empalideció, su pensamiento se turbó, sus piernas temblaron». Tiene miedo ante el misterio.
-Tú no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu propio aliento y de quien dependen todos tus caminos... Frente a ese materialismo pagano, Daniel recuerda «al verdadero Dios». Al hombre que pretende pasarse de Dios, el profeta, con una sola palabra le recuerda su dependencia radical: «¡Dios es el que tiene en sus manos tu propio aliento!» Repito para mí esta palabra divina. En una imagen sorprendente, expresa lo muy pobre, efímero y limitado que soy. Sé que un día mi aliento se detendrá. Sé que soy «mortal». ¿Qué conclusiones debería yo sacar de esto? ¿Qué actitud debería ser la mía ante esta verdad? ¿Qué oración me sugiere esto?
-Dios ha «medido» tu reino. A la muerte de Nabucodonosor, lo sabemos, el Imperio de Babilonia se escindió en dos imperios rivales, los Medas y los Persas. Acontecimiento histórico. Acontecimiento político, humano. Todo esto no está allende de Dios, esto está «en sus manos».
-Has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso. Ese gran rey se creía muy importante y ¡Dios lo encuentra falto de peso! Considerados desde el punto de vista de Dios, los hombres no tienen las mismas proporciones que les asignamos aquí abajo. Aquel que está al frente de una gran empresa, aquel que es adulado, respetado y envidiado... es quizá considerado por Dios como «falto de peso». Aquel que es despreciado, aquél a quien no se da importancia... ¡es quizá considerado por Dios como importante y grande! Ayúdanos, Señor, a apreciar toda cosa y todo hombre al peso real, a la densidad divina. ¿Qué es lo que puede dar peso a mi jornada de HOY? ¿Qué amor he de poner en todas mis acciones? ¿Qué oración dará densidad a mi vida? (Noel Quesson, excepto mis comentarios sobre la tentación, que siguen los de ayer tb. en el p. 1).
Es frecuente que los hombres no logremos alcanzar el equilibrio entre los extremos. Hoy se habla de desacralización, a causa sin duda, de un exceso de sacralizaciones exageradas. Lo que no podemos hacer, con todo, es perder el sentido de lo sagrado. Mejor dicho: hay que tratar con respeto las cosas de Dios. Ya el libro del Génesis nos enseña a sobrepasar los mitos, porque Dios domina también el mundo profano. Pero esto no significa que sea menester detenernos en dicho mundo y desentendernos de toda trascendencia. Hubo épocas en las que la mentalidad de los hombres no estaba tan sensibilizada para comprender estas cosas como ahora, pero el sentido tiene que ser siempre el mismo. Antíoco profanó el templo en tiempos del libro de Daniel. Esto era un sacrilegio que forzosamente sería castigado. Por eso el autor vuelve la vista atrás y mira el castigo de la profanación que Baltasar había llevado a cabo con los vasos sagrados, para enseñar cuál era la voluntad de Dios. La historia nos habla de la caída de Babilonia. El autor interpreta la historia y le da su significado, que, en rigor, hemos de considerar correcto. Seguramente Baltasar no creía en un peligro del reino. Incluso hay circunstancias muy especiales que motivan la presencia del rey en un banquete en el momento preciso en que los enemigos se apoderaban de la capital de dicho reino. El hecho es insólito, pero, a través de lo que sabemos verdadero. La aplicación, por tanto, es buena. No sólo tenemos esta aplicación de que Dios domina la historia y un día u otro llama a los sacrílegos para que le rindan cuentas, sino que existe otra, o sea, que lo que la sabiduría de los hombres es incapaz de interpretar bajo los signos maravillosos está al alcance del creyente en el Dios que mueve los pueblos. Si el libro de Daniel fuese una pura historia no poseería la trascendencia profética de una interpretación teológica. Tal vez Antíoco se rió de la profecía: hoy a Antíoco se le recuerda más por causa de la Biblia que por otras cosas (J. Mas Bayés).
Somos templo del Espíritu de Dios y vaso de elección en el que reposa el Señor. No podemos convertirnos en asiento de maldad y corrupción, ni podemos utilizar a los demás para saciar en ellos nuestras inclinaciones pecaminosas. Nadie está autorizado para pisotear la dignidad de su prójimo. Dios nos ha consagrado para que seamos suyos, por lo que debemos vivir siendo santos como Dios es Santo. No podemos robar la inocencia ni ser motivo de escándalo para los pequeños, pues de ellos es el Reino de los cielos. No podemos echar las cosas santas a los perros ni a los cerdos, pues Dios saldrá en su defensa y entonces ¿quien podrá soportar la llegada del Señor? Entonces temblaremos en su presencia y querremos taparnos el rostro, pero sabremos que su sentencia está pronunciada contra aquellos a quienes hubiese sido mejor colgarles al cuello una de esas enormes piedras de molino, y arrojarlos al fondo del mar. Pero, mientras Dios nos concede un tiempo de gracia, no despreciemos la oportunidad que el Señor no da y volvamos a Él con el corazón arrepentido, dejándonos perdonar y salvar por Él. Así, llenos de su amor, volveremos a pertenecerle con un corazón indivisible y nos esforzaremos para que, quienes se alejaron de Él o fueron vejados en su dignidad, encuentren en Cristo el camino que los lleve a la unión con el Padre amoroso y misericordioso, y se libren de la destrucción y de la muerte, que caerá sobre quienes miraron al que traspasaron, pero no quisieron abandonar sus propios caminos equivocados.
2. Dan. 3, 62-67. Que toda la naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su Rostro sobre todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en destructores de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros, participa de la dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del Creador de todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no podemos utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos esclavizando al mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de todos, pues todos tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la tierra para vivir con dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la función que el Señor le ha asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor, pues estará, finalmente, al servicio de la vida y no de la muerte.
3.- Lc 21,12-19 (ver domingo 33C). a) Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él. Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.
b) Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro. A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte. ¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven según sus criterios con admirable energía y constancia. Jesús nos lo ha anunciado, en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de cada día: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". El amor, la amistad y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino cuando se ponen a prueba. Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Jn 16,33) (J. Aldazábal).
Os echarán mano y os perseguirán; os llevarán a las sinagogas y os meterán en la cárcel. Jesús anuncia que sus discípulos serán perseguidos, antes de la destrucción de Jerusalén y del Templo. Cuando Lucas escribía su evangelio, ¡eso ya había sucedido ! «Pedro y Juan hablaban al pueblo... El jefe del Templo y los saduceos fueron hacia ellos. Les echaron mano y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente», cuenta el mismo san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (4,1-3; 5,18; 8,3; 24). «Los magistrados de la ciudad de Filipos dieron orden de que quitaran la ropa de Pablo y de Silas y los apalearan. Después de molerlos a palos los metieron en la cárcel» (Hch 16,22). Los apóstoles habían pedido señales. Una es ésta: la persecución. La espera del final de los tiempos es una prueba. Esto es lo que predijo Jesús... y no la fecha del fin del mundo.
-Os harán comparecer ante Reyes y Gobernadores a causa de mi Nombre. El Nombre. Jesús, que es: Signo de contradicción. Nombre que se escarnece. Nombre que se rechaza. El «nombre» es símbolo de la persona. Los mismos apóstoles, que sabían todas esas cosas, porque ya Jesús les había anunciado que sucederían, algunos años más tarde «saldrán del Gran Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa del nombre de Jesús (Hch 5,41). Sin embargo, a ellos igual que a nosotros no les gustaban los ultrajes ni tampoco el sufrimiento. Entonces, ¿por qué estaban tan contentos?
-Así tendréis ocasión de dar Testimonio. La persecución es una suerte, un gozo, porque es una ocasión de anunciar la «buena nueva» de Jesús, es una evangelización. San Pablo repetirá a menudo cuán útiles fueron para él sus encarcelamientos para evangelizar: era un medio paradójico de dirigirse a las más altas autoridades de la época. Paganos influyentes oían así hablar de Cristo: Agripa II (Hch 26,1). Los procuradores Galión en Corinto (Hch 18,12), y Felix, y Festo en Cesarea (Hch 24,1; 25, 1)... y los jueces y los guardias de la cárcel. «Se ha hecho público en todo el Pretorio que me hallo en cadenas a causa de Cristo» (Fil 1,12). ¿Tengo yo ese mismo optimismo? ¿Sé yo aprovechar algunas situaciones, aparentemente desfavorables, como una ocasión propicia para anunciar la buena nueva? Testimoniar. Ser testigo. ¡Presentarme como testigo de la defensa en el proceso que el mundo de hoy, y de todas las épocas, hace a Jesús!
-Por tanto, meteos en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa: yo mismo os inspiraré palabras tan acertadas que ningún adversario os podrá oponer resistencia ni contradeciros. ¡Pues sí! En ninguno de los tribunales de Imperio, ¡nadie entendía nada! Quedaban muy asombrados, «porque se trataba de hombres sin instrucción» (Hch 4,13) Los primeros cristianos no eran, en absoluto, sabios teólogos. Y los judíos cultivados en el helenismo se preguntaban de dónde venía a Esteban su sabiduría (Hch 6,10). Lucas, que escribe esas frases en plena persecución, nos hace partícipes de ese optimismo sensacional de los primeros testigos de la Iglesia primitiva.
-Todos seréis detestados por causa de mi Nombre. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá. ¡Con vuestro aguante y perseverancia conseguiréis la Vida! Perseverancia. Paciencia. Gozo, a pesar de todo. ¿Estoy yo convencido que yendo hacia mi "fin" voy hacia la "Vida"? (Noel Quesson).
Los primeros cristianos se caracterizaron por poner en duda todo el sistema de valores que tenía vigencia en el mundo antiguo. Los cristianos se caracterizaron por no divinizar el estado o el sistema económico. Valoraron al ser humano por encima de las diferencias étnicas, religiosas y sociales. Constituyeron la comunidad en el centro de interés dejando a un lado el culto por el cuerpo y el placer. Este modo de ver y sentir la vida los llevó a inevitables enfrentamientos con los defensores del sistema vigente. Para los romanos, el estado era divino y el sistema administrativo y financiero participaba de ese carácter sagrado. La vida estaba centrada en torno al culto al cuerpo y al placer. El centro de la vida humana era la solidez del imperio. A la vez, los judíos de la época consideraban que su sistema legal era la máxima expresión de la divinidad. Acreditaban el descanso sabatino como la máxima expresión de la piedad religiosa. De esta manera, romanos y judíos consideraban que el Estado o el sistema religioso se imponían sobre el valor de las personas y comunidades. El texto que hoy reflexionamos nos muestra las condiciones en las que vivió la comunidad de Lucas luego de la destrucción de Jerusalén. La mayoría de comunidades de Asia menor, Grecia y Roma padecieron con mayor intensidad la oposición de las sinagogas y la campaña de desprestigio que iniciaron sus detractores. A pesar de la adversidad, ellos vieron la situación como una ocasión especial para dar testimonio de Jesús y para anunciar la Buena Nueva en los lugares más conflictivos de la sociedad (servicio bíblico latinoamericano).
Discurso apocalíptico de Jesús: a los seguidores se les promete la persecución. Ningún político de la actualidad se podría animar a proponer la persecución como el resultado de su triunfo electoral. Tampoco ningún líder prometería la muerte y la separación familiar a sus seguidores. Sin embargo, éste es el discurso de Jesús. Prevé la cárcel, la persecución, la excomunión, a quienes lleven su nombre. Y estos males no provendrán de desconocidos. Serán los mismos familiares, los vecinos, los amigos, quienes los entregarán al poder op resor. No, decididamente Jesús no sería hoy un buen político. No podría hacer buena campaña en los medios de comunicación; ni siquiera podría dirigir una comunidad religiosa. Pero lo bueno de esta promesa es que Jesús no ha mentido. Quienes han optado por el mensaje de liberación han sufrido todas esas cosas. En definitiva sabían lo que vendría como consecuencia de sus opciones. No los sorprendió la traición, y hasta podría mos decir que la esperaban. No quedaron desahuciados por la expulsión de sus grupos religiosos, porque sabían que en el seno de ellos estaba acechando el mal y la envidia. Incluso hay que afirmar que cuando la predicación del Evangelio no molesta a nadie del poder de turno es porque se ha hecho parte del poder y ha perdido su fuerza. Quienes siguen a Cristo decididamente han debido optar por el “no-poder” y eso molesta al poder. Por eso el mensaje de vida del evangelio, paradójicamente, genera muerte. Los testigos son traicionados, encarcelados, difamados, expulsados de sus grupos religiosos, torturados, asesinados. ¿Vale la pena este futuro? Pero como la Palabra de Dios hay que asumirla en su totalidad, es necesario completar este análisis con la lectura del Apocalipsis. En el texto de este día se afirma que los vencidos vencerán a la Bestia. Es decir, el poder que amenaza no es eterno, y su derrota está en lo que aparenta ser su victoria: nuevamente la paradoja. La muerte, para el evangelio, es Vida y triunfo. Porque la Bestia es derrotada en cada mártir que genera. Porque la luz de estos testigos de la vida sigue tanto o más fuerte en su pueblo que cuando ellos vivían. Porque su mensaje, luego de su muerte, se hace creíble y esperanzador. La Bestia, la muerte, es vencida aunque cree que ha vencido. Porque la Bestia no puede cortar toda la vida que está en los testigos, ni puede cortar la vida de todo un pueblo. Por eso sigue siendo válido seguir a Cristo. Porque la vida triunfa sobre la muerte que la Bestia vomita, porque esta Bestia podrá matar a algunos testigos, pero su mismo acto de matar está demostrando que fue vencida. Y aunque quiera hacer callar a al gunos, otros miles se levantan con las mismas palabras del caído, en miles de voces nuevas. Y ese canto, el canto de los vencedores, será el Canto al Cordero, porque ellos saben que no hay nada por encima del poder de Dios (servicio bíblico latinoamericano).
El anuncio del mensaje cristiano siempre suscita fuerte animosidad en una sociedad construída sobre valores directamente en oposición a los anunciados por Jesús. Componente fundamental de la vida del Mesías ha sido el "es necesario que el Mesías padezca"; esa situación es fruto de una agresividad de los que que ven amenazada la estructura injusta construída a partir de sus egoísmos.
La magnitud de esta resistencia que puede llegar hasta poner en riesgo la propia vida, proviene desde lo externo y aun desde las personas más cercanas. Todo se combina para conducir a situaciones amenazantes: cárcel, juicios, traición de los familiares, un odio general hacia el mensaje, trasladado a la persona de los mensajeros.
En esa situación no es inexplicable la tentación de desaliento. Jesús advierte sobre ella, pero junto a esa advertencia pronuncia una palabra de promesa que renueva la confianza necesaria para continuar en la tarea.
En cada juicio, motivado por la animosidad, el cristiano sabe que puede contar con la presencia de Jesús que concede un lenguaje y una sabiduría a la que no pueden oponerse los adversarios.
Y aunque la muerte pueda acabar con algunos mensajeros, otros seguirán proclamando la Buena Noticia de la fraternidad universal entre los hombres. El poder de los enemigos no puede superar la bondad de Dios, incapaz de soportar la mínima pérdida de sus enviados.
Para ello se requieren una firmeza y un coraje a toda prueba, capaces de asegurar la ganancia de la propia vida (Josep Rius-Camps).
Tras hablar de los signos engañosos que acompañarán el final, el evangelio de hoy se refiere a los verdaderos signos. El principal es la persecución "por causa del nombre de Jesús". También en este caso, Lucas tiene un mensaje claro. Frente a la persecución no es necesario preparar la defensa. Jesús mismo protegerá a su comunidad si se mantiene firme. De esta manera tendrá ocasión de "dar testimonio". Esta expresión favorita de Lucas equivale a "predicar el evangelio", usada por Marcos en el lugar paralelo.
La persecución "por causa de Jesús" es un signo evangélico que anticipa la llegada del Señor. Lo leímos en el evangelio del día de Todos los Santos: "Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando os insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo".
Jesús completa el texto que leíamos ayer: no sólo se va a destruir el templo; la destrucción va a pasar llevándose consigo a los propios discípulos, que van a ser atacados, perseguidos, entregados a los tribunales... Se dice que en América Latina no estamos ya ahora en época de mártires... Supuestamente estaríamos en paz y en calma, y en total libertad. Ciertamente que hay horas y horas, horas distintas, en la historia. Importa discernir cómo se cumplen, y en qué sentido, las palabras de Jesús en nuestros días. Porque los tiempos cambian, pero su palabra permanece (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
En los textos de la Misa de hoy, el Señor nos anuncia: en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al Mundo. En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en la cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana... Pueden venir dificultades económicas, familiares... Pueden llegar la enfermedad, el desaliento, el cansancio... La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.
La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Entonces identificamos nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos. Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios porque ahí nos espera el Señor.
Para el apostolado, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. La paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo (1 Cor 13,7). Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Martes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios suscitará un reino que nunca será destruido, sino que acabará con todos los demás reinos. No quedará

Martes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios suscitará un reino que nunca será destruido, sino que acabará con todos los demás reinos. No quedará piedra sobre piedra de lo viejo.

Lectura de la profecía de Daniel 2, 31-45. En aquellos días, dijo Daniel a Nabucodonosor: -«Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra. Éste era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos. Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro. Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida del monte sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro. Éste es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta.»

Salmo responsorial Dan 3,57.58.59.60.61. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor.
Cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor.
Ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Evangelio según san Lucas 21,5-11. En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -«Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron: -«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: -«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "el momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: -«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. »

Comentario: 1.- Dn 2,31-45. a) Dios premió la fidelidad de Daniel y sus compañeros con el don de la sabiduría. Daniel supo interpretar para el rey la visión de aquella gigantesca estatua que contenía en sí cuatro etapas de la historia. Una visión que ninguno de los adivinos del rey había logrado descifrar.
b) Es la clave de la historia, con su sucesión de imperios y reinos, todos caducos, a pesar del orgullo de sus reyes. La misma historia humana se encarga de que los varios imperios sean derribados por el siguiente. Las causas pueden ser políticas o económicas o militares, además de los aciertos y los defectos humanos. Pero aquí la historia de los cuatro imperios -que, escrita unos siglos más tarde, ya se ve en perspectiva cumplida- se interpreta desde la visión de la fe, y se anuncia, además, la llegada de un reino procedente del cielo, el del Mesías. La lectura de hoy nos da ánimos para que confiemos en ese Reino universal de Cristo, que celebramos el domingo pasado y que da color a estos últimos días del Año Litúrgico y al próximo Adviento. Todo lo demás es caduco. Cristo, ayer, hoy, y siempre, el mismo.
La interpretación del sueño de Nabucodonosor alude -con los diversos metales- a los diversos reinos que se han ido sucediendo, para el tiempo en que se escribe este libro. Después del babilonio de Nabucodonosor (oro) el medo (v 39), el persa (v 39b) y el griego (vv 40ss), que se explicita más por ser el contemporáneo del autor: hasta la herencia de Alejandro (hierro), dividida entre los Láguidas (hierro) y Seléucidas (barro cocido). Al final de la visión apocalíptica se espera la aparición del reino de Dios (v 44: "el Dios de los cielos"; v 45: la piedra se desprende "sin ayuda de mano") que "permanecerá para siempre" (v 44). En la frase final ("el sueño es verdadero y cierta su interpretación": v 45) no es tanto a Nabucodonosor cuanto a los lectores a los que el autor tiene presentes. Es una esperanza de que el reino de Dios está cerca, como anunciará Jesús, y cuya pronta venida nos exhorta a pedir en el Padre Nuestro.
El cap. 2 de Daniel es considerado frecuentemente por los exégetas como anterior a la redacción del libro en sí. Se le suele situar en la primera mitad del siglo III. La idea principal de este capítulo es revelar el sentido de la historia dirigida por Dios y su fin último: la constitución de su reino sobre la tierra. Nabucodonosor tuvo un sueño que solo Daniel, entre todos los sabios, conoce porque Dios se lo ha revelado, cumpliendo de antemano la palabra de Cristo: "Tú se lo has revelado a los pequeñitos y ocultado a los sabios" (Lc 10,21-24: vv 14-19). Los cuatro reinos, cifra simbólica que la Biblia utiliza frecuentemente para designar las fuerzas terrestres (Ez 1,5-18; 7,2; 10,9-21; 14,21; 37,9; Zac 2,1-2,11; 6,1-5; Am 1,3-4; Is 11;12; Jer 15,2-3). Esta lucha por el poder entre las potencias terrestres es causa de una incesante decadencia. Este proceso regresivo es igualmente una idea muy del agrado de la Biblia: una historia dirigida en exclusiva por el hombre le conduce inevitablemente a la decadencia (cf. Gen 3,1-6,12).
a) El pasaje leído en la liturgia se centra sobre todo en la descripción de esa piedra destructora (vv 34-35; 44-45). Arrojada contra la estatua de los imperios humanos sin la intervención de mano alguna, la piedra, es, pues, dirigida por el mismo Dios (v. 34). El v. 45 precisa, por otro lado, que se ha desprendido de una montaña, lo que puede ser también una manera de decir que proviene de Dios, ya que la montaña es con frecuencia un símbolo divino (Sal 35-36,7; 67-68,1; Is 14,13; Ex 3,1). La piedra se convierte, a su vez, en una gran montaña que "llena toda la tierra", a la manera de la gloria de Dios (núm 14,21; Is 6,3; Hab 2,14; Sal 71-72,19; Is 11,9; Sab 1,7). ¿Cuál es el significado de esa piedra? ¿Designa a un Mesías personal o a todo el pueblo mesiánico?
Por otra parte, aquí tenemos puntos de reflexión para una filosofía de la historia, para una teología de la historia, como hacía S. Agustín en La ciudad de Dios y Juan Pablo II en Memoria e identidad. Ahí se nos habla de que Dios actúa diciendo “¡basta!” a los 9 años de nazismo o 70 de comunismo, y por una piedra pequeña caen los muros de Berlín y el gran gigante, el imperio ruso… aquí no hay lugar a ahondar en ello, pero siendo importante lo que hacemos, la historia está movida por los pequeños (los pastores de Fátima, la oración de los sencillos y sobre todo esa acción de Dios…)
b) El Antiguo Testamento ha hablado en repetidas ocasiones de una piedra en la economía de la salvación: Is 8, 11-15 hace de Yahvé una piedra de choque para las tribus de Israel: Yahvé es, en efecto, una roca de salvación (Sal 17-18,2-3); a falta de un apoyo sobre ella se corre hacia la ruina (Dt 32,15). Este texto es el más aproximado a Dan 2, en donde la piedra designaría a Yahvé, o más exactamente al monoteísmo yahvista opuesto a la idolatría (la estatua) de los grandes imperios y llamado a una rápida extensión sobre toda la tierra. La perspectiva del autor no es, pues, directamente mesiánica, sino apologética (cf. las profesiones de fe en Yahvé hacia las que apuntan los relatos de Daniel: Dan 2,46-49; 3,24-30; 4,31-32; 6,26-29; 14,40-42).
c) Sin embargo, la tradición ha dado poco a poco al tema de la piedra una interpretación mesiánica, probablemente por influjo de otros textos del Antiguo Testamento como Is 28,16-17; Zac 3,9; Sal 117-118,22, textos en los que la piedra designa claramente al Mesías personal. La autentificación de esa manera de interpretarlo mesiánicamente la ha realizado Lc 20,18 (en ósmosis con Is 8,14, y Sal 117-118,22). Es imposible saber si este pasaje de Lucas hay que ponerlo en labios de Cristo o si es más bien un proverbio forjado por la comunidad primitiva para centrar en torno a la piedra los principales testimonios escriturísticos (Maertens-Frisque y algún comentario mío).
Esta composición mixta de los pies del coloso indica la rivalidad que separaba a los Láguidas y a los Seléucidas, al mismo tiempo que subraya la fragilidad del reino seléucida, que pretendía imponer su ley a Israel. Bastará con una piedrecita para derribarlo. De esta piedra se dice que se desprenderá de una montaña, "sin intervención de mano alguna". Este detalle indica que, sin que intervengan los hombres, el derrumbamiento de los imperios terrenos será obra de Dios, que "hará surgir un reino que jamás será destruido". De esta manera, el libro de Daniel demuestra ser una crítica radical de todos los regímenes totalitarios: sólo el reino de Dios, un reino de justicia y de paz, conseguirá la eternidad (com., Sal Terrae). "Y la roca era Cristo" (1Co 10,4), dice el Apóstol. Él es la roca, la piedra que otrora contemplara el Rey en sueños, según leemos en Daniel: "Una piedra desprendida, no lanzada por mano alguna, hirió a la estatua en sus pies de hierro y barro y la destrozó...; la piedra que había herido a la estatua se hizo una gran montaña, que llenó toda la tierra". En esta piedra reconocía ya anticipadamente el Profeta al Mesías y su reino. Pero los Padres de la Iglesia, a quienes fue dado contemplar el cumplimiento de la visión, sabían que la piedra es Cristo, "una gran montaña" si miramos su divinidad; pero el "pequeño monte" de que habla el salmista (Sal 41,7) y la piedra a que alude el Profeta, si miramos su humanidad, pues "sin ser lanzada por mano alguna", es decir, sin "germen humano, del seno virginal" (san Jerónimo, a Dn. 2, 40), se hizo hombre. Y la piedra se convirtió en una gran montaña, que llenó la tierra entera; en efecto, en toda la tierra resuena el anuncio de la resurrección de Cristo y de todos los pueblos de la tierra se ha edificado el Resucitado su cuerpo místico, la Iglesia. (...) Así es como entienden los Santos Padres el sueño de Nabucodonosor. "Cristo lo es todo por amor a ti", dice san Ambrosio. "Es piedra por amor a ti: has de ser edificado. Es monte por amor a ti: has de subir. ¡Sube, pues, al monte, tú que suspiras por lo celestial! Por eso ha inclinado los cielos, para que estés más cerca de ellos; por eso está en la cima del monte, para elevarte". El Verbo hecho hombre, forma primitiva, invisible y eterna de todas las cosas y autor de su forma visible, se mostró bajo "la deformidad" de la "carne del pecado" (Rm 8,3), restaurando así la belleza del hombre dentro de la Iglesia, al penetrar en ella e iluminarla. Así convirtió la casa sobre el monte en obra suya, tan parecida a Él como la imagen de un espejo, esta casa que es "templo santo del Señor" (Ef 2,21) y que hace resaltar la belleza del monte, deformado tan sólo en apariencia. Ex Sion species decoris ejus (Emiliana Löhr).
Más allá de los trastornos políticos... en el corazón de los trastornos políticos, Dios interviene en la historia. El profeta, como en los demás libros de ese género -llamados «apocalípticos»-, no establece una clara distinción entre los diversos planos: para él todo está ligado y mezclado... la caída política de Antíoco, la independencia de su país, la liberación definitiva del fin de los tiempos. Para nosotros, HOY, lo esencial es abrir nuestros corazones a la esperanza: venga lo que venga, Dios conduce la historia y su plan avanza y tendrá éxito. Evoco el contexto histórico de HOY.
-A ti, ¡oh rey de reyes!, el Señor del Cielo ha dado reino, poder y gloria. ¡Es Nabucodonosor quien oye esas palabras! El, un rey pagano, él que ha destruido y deportado a Israel... oye decir que es «conducido por Dios». Incluso cuando hace cosas aparentemente contrarias a Dios, continúa estando bajo su control y realiza sin saberlo los proyectos de Dios. Creo, Señor, que los acontecimientos de HOY están bajo tu control. Hago oración para descubrir mejor su sentido... Te pido, Señor, que me otorgues participar en tu plan del mundo. A través de mi vida, de mis responsabilidades ¿qué puedo hacer para que la historia avance hacia su término? ¿Hacia el Reino, hacia el éxito en Dios?
-El Dios del cielo hará surgir un "reino" que jamás será destruido. La sucesión de los «reinos» terrestres prepara un «Reino» definitivo. Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros tu Reino, ¡hágase tu voluntad! Tú decías: «El Reino de Dios está cerca, está entre vosotros». Y nos encontramos en él. Estamos en los «últimos tiempos». Puedo, desde HOY, hacer que reine Dios sobre mi voluntad, sobre el rinconcito del universo, sobre el huequecito de la historia que depende de mí: familia, profesión, vida personal, vida colectiva...
-La piedrecita que viste desprenderse del monte, sin intervención de mano alguna y que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro... Jesús conocía esta profecía y la vuelve a tratar en relación a Él. «La piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular... Todo el que caiga sobre esta piedra se destrozará y a aquel sobre quien ella caiga, lo aplastará» (Lc 20,18).
-El Dios grande ha dado a conocer al rey lo que ha de suceder. Qué fuerza debieron de encontrar en tales palabras los perseguidos, los resistentes en la fe, en tiempo de Antíoco. Certeza de una victoria final de Dios. ¿Es también mi fe HOY una fuerza para mí? ¿Tengo el sentido del «porvenir»? ¿Estoy vuelto hacia el porvenir que Dios prepara? ¿Espero pasivamente «lo que ha de suceder»? o bien, ¿trabajo humildemente en la parte que puedo? (Noel Quesson).
Daniel es el héroe poseedor de la sabiduría que Dios le comunica. Es un mensajero de Dios y a través de él explica Dios la historia. Las circunstancias que acompañan a los judíos en los tiempos del libro de Daniel no son gratas: están dominados y, además, por una potencia enemiga de Dios. Por eso el autor tiene que alentarles con la esperanza.
El sueño resulta ser lo más patético y trascendente que jamás se haya escrito. La estatua de pies de arcilla es una imagen hoy proverbial y de clara significación. Podríamos fijar la atención en los Imperios que representan las diferentes partes de la estatua y hacer su historia. Pero será mejor que nos detengamos en la teología del sueño. O sea, que, a pesar de toda su fuerza, los Imperios se desploman uno después de otro y, al final, una piedrezuela, un suceso que a los ojos de los hombres parecía carecer de importancia, derriba todos los fundamentos humanos. A los judíos les era imprescindible que alguien les confortase con la esperanza de que su situación en modo alguno podía ser duradera. Debido a ello se recurre a este sueño de significado histórico. ¡Qué importa que Nabucodonosor hubiese sido un gran rey! Pasó, igual que pasaron los Imperios posteriores a él. Si esto se relata en forma de profecía, rasgo característico en la apocalíptica, la argumentación parece ser que todavía adquiere más vigor. Todo era claro para los que lo leían: pasó Nabucodonosor, pasaron los medos y los persas, pasó Alejandro Magno y pasaron igualmente los seléucidas. O sea, que todo Imperio terrenal es como un gigante de pies de arcilla que puede derrumbarse en cualquier momento. Pero el pueblo fiel a Dios no pasará jamás. Esto puede parecer una tesis exagerada para quien no tiene puesta su confianza en Dios, pero en lo que se refiere al fiel, la cuestión es muy clara. Antíoco, nuevo gigante de pies de arcilla, también caerá. Daniel era un ejemplo de piedad. El que triunfa es él. La piedad es, pues, maestra de la vida y de la historia (J. Mas Bayés).
Hay también interpretaciones que podemos acomodar y que, no siendo exegéticas, pueden en un valor simbólico servirnos como ha hecho la tradición: se decía que los hombres, como la estatua que soñó el rey Nabucodonosor, tenemos una inteligencia de oro, que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con una inmensa capacidad de amar; yo prefiero pensar que esto ha hecho daño, separar el amor del entendimiento: tenemos un corazón de oro que es el núcleo de la persona y que es inteligente y libre; y tenemos la capacidad de razonar que es la plata, y luego las pasiones con la fortaleza que dan las virtudes que es el hierro... pero los pies los tendremos siempre de barro, con la posibilidad de caer al suelo si olvidamos esta debilidad del fundamento humano, de la que, por otra parte, tenemos sobrada experiencia. Este conocimiento del frágil material que nos sostiene nos debe volver prudentes y humildes. Sólo quien es consciente de esta debilidad no se fiará de sí mismo y buscará la fortaleza en el Señor, en la oración diaria, en el espíritu de mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual. Aquí también me permito corregir tantas formas clásicas de conductismo como marionetas: el catecismo nos habla de que tenemos confianza en quienes queremos, y les hacemos partícipes de nuestra intimidad, de modo que es así, ese acompañamiento espiritual, una ayuda a nuestra oración para conocer la voluntad de Dios… De esta forma, las propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina. Nos enseña la iglesia que, a pesar de haber recibido el Bautismo, permanece en el alma la concupiscencia, el fomes peccati, "que procede del pecado y al pecado inclina" (Concilio de Trento, Sesión 5). Tenemos los pies de barro, como esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y, además, la experiencia del pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está patente en la historia del mundo y en la vida personal de todos los hombres. Cada cristiano es como una vasija de barro (2 Cor 4,7), que contiene tesoros de valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con facilidad. La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado. En nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio insustituible, para unirnos más al Señor, y para mirar con comprensión a nuestros hermanos, pues -como enseña San Agustín- no hay falta o pecado que nosotros no podamos cometer.
Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros como a San Pablo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza (2 Cor 12,9-10). El Señor nos ha dado muchos medios para vencer: se ha quedado en el Sagrario, nos dio la Confesión para recuperar la gracia: ha dispuesto que un Ángel nos guarde en todos los caminos; contamos con la Comunión de los Santos, con el ejemplo de tantas personas buenas, con la corrección fraterna... Tenemos, sobre todo, la protección de Nuestra Madre, Refugio de los pecadores... Acudamos a Ella (Francisco Fernández Carvajal, con algunos comentarios míos cambiándole el sentido). Querría ampliar esta última nota: al notar la tentación, sentimos la sugestión de la apetencia: “me apetece la manzana”, por decirlo en términos de comida, “me gusta”; ahí lo más importante es la gracia, pues, si no, caemos en lo estoico-pelagiano-voluntarista. Ya se ha dicho más arriba. Pero junto a la acción de Dios que previene y coadyuva nuestro operar, de modo que se entremezcla con él para que vaya a buen fin (es ese dejarse llevar en lo que consiste la vida cristiana: Rom 8,14) hay una tradición de ascética en el ejercicio de las virtudes que mejoran ese vivir en Cristo. Ya decía Santiago en su carta apostólica que con el despertar de la concupiscencia va germinando el pecado y si se le deja progresar, con él puede llegar la muerte, es decir que el fuego de la pasión puede anidar en el corazón del hombre, etc., pero estábamos viendo el momento de ese despertar. Decíamos que al ver la sugestión, si no hay libertad y domina algo compulsivo, nos encontramos fuera de la esfera de lo racional, como quien está bajo los efectos del alcohol, o durmiendo o fuera de control. Pero si hay advertencia, entonces el entendimiento –pienso yo- aporta los datos de la memoria, y antes de despertar la pasión correspondiente –irascible o concupiscible- piensa en las consecuencias, desde la presencia de Dios en la que nos encontramos y la bondad o maldad de a dónde nos han llevado esos actuares en otras ocasiones, a nosotros o a otras personas de las que tenemos alguna referencia. Esa memoria nos ayuda como experiencia viva y rechazamos la tentación, con la ayuda de Dios. Si tenemos esa experiencia propia o ajena, pienso que resulta mucho más fácil rechazar la tentación, y la ausencia de esas experiencias –por el contrario- por el poder seductor de la sugestión, que despierta la concupiscencia, puede hacer nublar el entendimiento. Pero no se trata de “buscar” o “justificar” esas experiencias de caídas previas: se trata más bien de no quedarse en esas caídas, pedir perdón, y aprender de la experiencia de nuestro ser de barro. De ahí que piense que la educación represiva o que cultive demasiado una protección que evite todo contacto con el ambiente del mundo, como una campana de cristal, provoque luego un choque fuerte, algo así como un desmadre, al entrar esas personas en contacto con el mundo. Ese tipo de educación sería infantilizada, y es propio de la edad infantil, cuando aún no se puede educar en la responsabilidad, y entonces sí que hay que suplir, hasta la adolescencia y en adelante (12-30 años), cuando ya se debería ir educando en esos aspectos de autodomino ante el mundo. La mundología en un primer momento puede hacer sucumbir ante algunos señuelos pero protege a través de la memoria, y además salvando lo más grave (accidentes de moto y coche, y drogas, y enfermedades de transmisión sexual, sobre todo) que hay que avisar claramente, lo demás es de fácil arreglo. Es la máxima conocida de que Dios perdona siempre, las personas a veces, la naturaleza no perdona… La lucha, decía S. Josemaría, ha de ponerse en cosas pequeñas, lejos de los muros principales de la fortaleza, para entrenarse en esas escaramuzas y conseguir así que el enemigo llegue con pocas fuerzas a lo principal. Pero no basta la experiencia… luego está el juicio, llamado también la conciencia que depende de la piedad, formación religiosa… aunque también puede haber escrúpulos, condicionamientos culturales… este juicio sin embargo no es la parte final, sino que después de la apreciación y el juicio sigue una tercera cosa que es el llamado imperio de la voluntad, donde si la persona se ha entrenado en las virtudes puede tener flexibilidad para saltar los obstáculos, fortaleza para resistir...

2. ¡Cuántos imperios e ideologías han ido cayendo, y siguen cayendo en nuestros tiempos, porque tenían los pies de barro! Esto nos hace más humildes a todos, y nos advierte de la tentación de poner demasiado entusiasmo en ninguna institución ni en ningún ídolo. "No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar. Exhalan el espíritu y vuelven al polvo: ese día perecen sus planes", dice sabiamente el salmo 146. Y lo mismo habría que decir de nosotros mismos, que también tenemos pies de barro y somos frágiles: no podemos confiar demasiado en nuestras propias fuerzas.
En el capítulo 3 del libro de Daniel se encuentra engarzada una luminosa oración en forma de letanía, un auténtico cántico de las criaturas, enmarcado por dos antífonas que sirven de resumen: «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos... Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos» (vv 56, 57). Comentaba Juan Pablo II: “Entre estas dos aclamaciones, tiene lugar un solemne himno de alabanza que se expresa con la invitación repetida «Bendecid»: formalmente no es más que una invitación a bendecir a Dios dirigida a toda la creación; en realidad, se trata de un canto de acción de gracias que los fieles elevan al Señor por todas las maravillas del universo. El hombre se hace eco de toda la creación para alabar y dar gracias a Dios.
Este himno, cantado por tres jóvenes israelitas que invitan a todas las criaturas a alabar a Dios, surge en una situación dramática. Los tres jóvenes perseguidos por el rey de Babilonia se encuentran en el horno ardiente a causa de su fe. Y, sin embargo, a pesar de que están a punto de sufrir el martirio, no dudan en cantar, en alegrarse, en alabar. El dolor rudo y violento de la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita la intervención divina. De hecho, como testifica sugerentemente la narración de Daniel, «el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, empujó fuera del horno la llama de fuego, y les sopló, en medio del horno, como un frescor de brisa y de rocío, de suerte que el fuego nos los tocó siquiera ni les causó dolor ni molestia» (vv 49-50). Las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor.
El Cántico de los tres jóvenes presenta ante nuestros ojos una especie de procesión cósmica que parte del cielo poblado por ángeles, donde brillan también el sol, la luna y las estrellas. Allá, en lo alto, Dios infunde sobre la tierra el don de las aguas que se encuentran encima de los cielos (cf v 60), es decir, la lluvia y el rocío (cf v 64). Entonces soplan también los vientos, estallan los rayos e irrumpen las estaciones con el calor y el hielo, el ardor del verano, así como el granizo, el hielo, la nieve (cf vv 65-70.73). El poeta incluye en el canto de alabanza al Creador el ritmo del tiempo, el día y la noche, la luz y las tinieblas (cf vv 71-72). Al final la mirada se detiene también en la tierra, comenzando por las cumbres de los montes, realidades que parecen unir la tierra y el cielo (cf vv 74-75). Entonces se unen en la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan en la tierra (cf v 76), los manantiales que aportan vida y frescura, los mares y los ríos con sus abundantes y misteriosas aguas (cf vv 77-78). De hecho, el cantor evoca también los «monstruos marinos», junto a los peces (cf v 79), como signo del caos acuático primordial al que Dios ha impuesto límites que ha de observar (cf Sal 92,3-4; Job 38,8-11; 40,15-41,26). Después llega el turno del vasto y variado reino animal que vive y se mueve en las aguas, en la tierra y en los cielos (cf. vv 80-81).
El último actor de la creación que entra en la escena es el hombre. En un primer momento, la mirada se dirige a todos los «hijos del hombre» (v 82); después la atención se concentra en Israel, el pueblo de Dios (cf v 83); a continuación llega el turno de aquellos que son consagrados plenamente a Dios no sólo como sacerdotes (cf v 84), sino también como testigos de fe, de justicia y de verdad. Son los «siervos del Señor», los «espíritus y las almas de los justos», los «santos y humildes de corazón» y, entre éstos, emergen los tres jóvenes, Ananías, Azarías y Misael, que han dado voz a todas las criaturas en una alabanza universal y perenne (cf vv 85-88). Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificación divina, como en una letanía: «Bendecid, alabad, ensalzad» al Señor. Éste es el espíritu de la auténtica oración y del canto: celebrar al Señor sin cesar, con la alegría de formar parte de un coro que abarca a todas las criaturas.
Quisiéramos concluir nuestra meditación dejando la palabra a Padres de la Iglesia como Orígenes, Hipólito, Basilio de Cesarea, Ambrosio de Milán, que han comentado la narración de los seis días de la creación (cf Gen 1,1-2,4a), poniéndola en relación con el Cántico de los tres jóvenes. Nos limitamos a recoger el comentario de san Ambrosio, quien al referirse al cuarto día de la creación (cf Gen 1,14-19), imagina que la tierra habla y, al pensar en el sol, encuentra unidas a todas las criaturas en la alabanza a Dios: «El sol es verdaderamente bueno, pues sirve, ayuda mi fecundidad, alimenta mis frutos. Me ha sido dado para mi bien, se somete conmigo al cansancio. Clama conmigo para que tenga lugar la adopción de los hijos y la redención del género humano para que podamos ser también nosotros liberados de la esclavitud. Conmigo alaba al Creador, conmigo eleva un himno al Señor, Dios nuestro. Donde el sol bendice, allí la tierra bendice, bendicen los árboles frutales, bendicen los animales, bendicen conmigo los pájaros. Nadie queda excluido de la bendición del Señor, ni siquiera los monstruos marinos (cf v 79). De hecho, san Ambrosio sigue diciendo: «También las serpientes alaban al Señor, porque su naturaleza y su aspecto muestran a nuestros ojos un cierto tipo de belleza y demuestran tener su justificación». Con mayor razón, nosotros, seres humanos, tenemos que añadir a este concierto de alabanza nuestra voz alegre y confiada, acompañada por una vida coherente y fiel”.

3.- Lc 21,5-11 (ver domingo 33C). a) A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el "discurso escatológico" de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo. Escuchamos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Es difícil deslindar los dos. La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero "el final no vendrá en seguida", y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo "yo soy", o "el momento está cerca".
b) La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos -y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey Herodes. Pero estaba próximo su fin. El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? "Cuidado con que nadie os engañe: el final no vendrá en seguida". Esta semana, y durante el Adviento, escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas (J. Aldazábal).
Jesús emplea un estilo literario y una imágenes estereotipadas simbólicas: es una especie de código del lenguaje que todo el mundo comprendía entonces, porque era el tradicional en la Biblia. Jesús habla el lenguaje de su tiempo. Emplea aquí el estilo de los «apocalipsis» de su época... si bien de un modo mucho más discreto que la mayor parte de otros apocalipsis que se han conservado de aquel tiempo. Más aún que otros pasajes del evangelio esos discursos han de ser interpretados inteligentemente. No podemos dejar de hacer una lectura algo científica si no queremos correr el riesgo de pasar por alto su sentido profundo. Son ante todo unos pasajes extremadamente oscuros, en los que están mezcladas, por lo menos, dos perspectivas: el fin de Jerusalén... y el fin del mundo... La primera es simbólica respecto a la segunda. A través de ese detalle resulta evidente cuán importante es superar las imágenes, para captar su sentido universal, válido para todos los tiempos. El acontecimiento que Jesús tiene a la vista -la destrucción de Jerusalén- nos da una clave para interpretar muchos otros acontecimientos de la historia universal.
-Algunos discípulos de Jesús comentaban la belleza del Templo por la calidad de la piedra y de las donaciones de los fieles. En tiempos de Jesús, el Templo estaba recién edificado; incluso no terminado del todo. Se comenzó su construcción diecinueve años antes de Jesucristo: era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Sus mármoles, su oro, sus tapices, sus artesonados esculpidos, eran la admiración de los peregrinos. Se decía: "¡Quien no ha visto el santuario, ése no ha visto una ciudad verdaderamente hermosa!" Jesús les dijo: "Eso que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido". Símbolo de la fragilidad, de la caducidad de las más hermosas obras humanas. Los más bellos edificios del hombre se construyen sobre las ruinas de otros edificios destruidos. En ese mismo lugar ya había estado en otro tiempo otra maravilla: el Templo construido por Salomón, hacia el año 1.000 antes de Jesucristo, y destruido por Nabuconosor en 586... El Templo contemporáneo de Jesús, el Segundo Templo del que hablan aún los judíos, contraído por Herodes, será destruido unos años más tarde por Tito, en 70 d. de J.C..., para ser reemplazado en 687 por la Mezquita de Omar, que continúa en el mismo sitio. Existe en la actualidad, junto al Muro de las Lamentaciones (resto del Segundo Templo), una exposición de lo que los judíos quieren que sea el Tercer Templo, incluso exhiben ya las vestiduras de los sacerdotes. Pero para ello tendrían que echar a los musulmanes de la Explanada de las Mezquitas, y saben muy bien que ello desencadenaría la peor guerra de que podamos imaginar…
Lejos de mezclarse con las voces admirativas de sus discípulos, Jesús hace una predicción de desgracia, en el más tradicional estilo de los profetas (Miqueas 3,12; Jeremías, 7,1-15; 26,1-19; Ezequiel, 8-11). Medito sobre la gran fragilidad de todas las cosas... sobre «mi» fragilidad... sobre la brevedad de la belleza, de la vida... Hay que saber mirar de frente esa realidad, siguiendo la invitación de Jesús: «todo será destruido».
-Los discípulos le preguntaron: Maestro, ¿cuando va a ocurrir esto y cuál será la señal de que va a suceder? Los discípulos nos representan muy bien, junto a Jesús. Ellos le proponen la pregunta que nos hacemos hoy. Querríamos también saber el día y la señal... Creemos que sería más conveniente saber la «fecha»... Jesús respondió: "Cuidado con dejarse extraviar... porque muchos dirán-: «Ha llegado el momento» No los sigáis... No tengáis pánico..." Todas las doctrinas de tipo "adventistas" fundadas sobre una susodicha profecía precisa del retorno de Cristo, quedan destruidas por esa palabra de Jesús. Hay que vivir, día tras día, sin saber la fecha... sin dejarse seducir por los falsos mesías, sin dejarse amedrentar por los hechos aterradores de la historia (Noel Quesson).
Alguna gente dedica mucho tiempo y esfuerzo a descifrar cábalas acerca del fin del mundo. Una situación similar vivieron los contemporáneos de Jesús. Para él, lo importante no era la fecha en que el mundo habría de sucumbir. Para él lo importante era la finalidad de este mundo: ¿para qué estamos aquí? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el destino de la humanidad? Para Jesús el tiempo presente y el futuro se abrían como esperanza: era el tiempo definitivo de la salvación. Por esto, había que tomarse en serio el momento presente e interpretarlo como una señal de Dios que nos llamaba a hacer de este mundo de muerte un mundo de vida. Para Jesús, el cambio era posible aquí y ahora. Hoy vivimos una agitación parecida. Estamos inundados de visiones catastróficas que nos anuncian un futuro oscuro y terrible para todos los seres vivientes. Manejan nuestro miedo para gestionarlo políticamente, desde los distintos gobiernos. Pero lo importante no es la fecha en que el mundo sucumbirá; lo importante es preguntarnos cuál es la finalidad del mundo y de la humanidad, ¿cuál es la utopía?, ¿qué futuro podemos/debemos construir?, ¿qué quiere Dios de nosotros aquí y ahora? (servicio bíblico latinoamericano).
En la imitación de Cristo (1,15,2) se lee: "Mucho hace quien mucho ama". El amor es el mejor de los maestros. Tanto haremos cuanto en verdad amemos aquello-Aquel por quien nos afanamos. Los últimos días del año litúrgico ponen al descubierto la verdad de nuestro amor. Si es verdad que el amor es el mejor de los maestros, las palabras de Jesús del evangelio de hoy las podemos meditar en esta clave: Lo importante no es la decoración externa sino la calidez de nuestro amor, esa Verdad sostén de nuestra alma y de nuestras convicciones que sobrevive a los cambios de decorado. "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida… Mirad no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis… Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo". ¿Hay mejor señal en el cielo que las provocadas por el amor?.
Es posible que alguna vez hayan llegado a tu vida señales de éstas, de las que dan sed de cielo:
• Bienaventurados son los que dan, mas cien veces bienaventurados los que dan aquello que aun quieren.
• Bienaventurados los que predican Amor, mas cien veces bienaventurados los que lo llevan en su pecho y lo hacen con sus manos porque es Cristo quien lo hace a través de ellos.
• Bienaventurados los que alaban a Dios, mas cien veces bienaventurados son los que sabiendo su "Plan para el Mundo" trabajan en su realización.
• Bienaventurados los que abren los ojos y contemplan al mundo, mas cien veces bienaventurados los que abriendo más aún los ojos contemplan el Universo del cual el mundo apenas es una mota. Y viendo su pequeñez se hacen grandes.
• Bienaventurados los que se limpian los oídos de las voces vacías de este mundo, mas cien veces bienaventurados son los que oyendo se hacen sordos para estar con los sordos y entenderlos hasta limpiarlos. Hermoso camino (cormariam@planalfa.es).
Las palabras proféticas de condena del Templo, pronunciadas por Jesús, exigen la purificación profunda de toda religiosidad. El espacio sagrado no puede convertirse en un ámbito en que podamos asegurarnos de las consecuencias destructoras que acarrea en la vida propia y ajena la presencia de nuestros egoísmos. La presencia de Dios sólo puede ser ligada a una vida que está dispuesta a aceptar su Palabra y a obrar en consecuencia. La destrucción del Templo es un trágico ejemplo de las funestas consecuencias que acarrea el rechazo del mensaje divino. Pero la destrucción de las falsas seguridades no debe llevarnos a un alarmismo nacido de un miedo que ve en todos los acontecimientos que nos rodean la intervención de Dios al final de los tiempos. Es necesario que sepamos interpretar los acontecimientos de la historia en su justa dimensión y no tomar a cada uno de ellos como un anuncio infalible del fin del mundo. Por ello Jesús nos pone en guardia para que no confundamos dos tipos de hechos que no pertenecen al mismo orden. El no dejarse engañar, confundiendo dos tipos de realidades, cobra mayor importancia ante la presencia de innúmeras revelaciones y predicciones que pretenden usurpar el nombre y la autoridad de Cristo, falsos Mesías cuya predicación ve en cada momento la realización del fin del mundo. Ante esos falsos mesías es necesario recurrir a la advertencia de Jesús. Mantener la tensión hacia el final de los tiempos y, a la vez, la serenidad para vivir el presente en todo tiempo histórico (Josep Rius-Camps).
Las palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy introducen el discurso escatológico de Lucas, con el que -al igual que Mateo y Marcos- Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén. El comienzo alude a la destrucción del templo que, en la tradición profética, es siempre consecuencia de la ruptura de la alianza por parte del pueblo (cf Ez 10,18). Viene luego un mensaje de alerta sobre los signos que acompañarán el final. Hay algunos signos claramente engañosos: la aparición de falsos mesías, la indicación precisa del tiempo. Frente a estos signos, el mensaje de Lucas es neto: el fin no vendrá inmediatamente. De esta forma el evangelista pretendía corregir la fiebre mesiánica que dominaba en algunos sectores de las iglesias de su tiempo. Las palabras relativas al destino que aguarda al templo sintetizan el material procedente de Marcos. Por otra parte, el Jesús de Lucas no está sentado en el monte de los Olivos, frente al templo, sino que permanece dentro de él. La perícopa referida a los signos antes del fin establece un claro contraste entre lo que tiene que ocurrir "primero" y el "final". De esta manera, a diferencia de Mateo, Lucas no se refiere al final del mundo sino a la destrucción del templo de Jerusalén. Hoy podemos detenernos en la consideración de los "signos engañosos". Hay muchas personas angustiadas por causa de personas y grupos que se aprovechan de la religiosidad (y, con frecuencia, de la credulidad) de muchas gentes sencillas. No faltan en algunos medios de comunicación mensajes aterradores que interpretan algunos acontecimientos actuales como signos de la cólera divina y anticipo del final del mundo. Hace algunos años se hablaba del SIDA como castigo de Dios. Calificativos parecidos han recibido el fenómeno meteorológico del "Niño" y otros sucesos llamativos. La necesidad de verse libres de estas amenazas provoca una fiebre de fenómenos pseudomilagrosos: falsas apariciones marianas, proliferación de líderes carismáticos con propuestas estrafalarias, ritos de desagravio... Estos "terrores", inducidos a veces de manera diabólica, no responden a una lectura cristiana de la Palabra de Dios. El final es un acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la Vida sobre todas las fuerzas de muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a tomar conciencia de la gracia del Señor que ya está entre nosotros y a disponernos a acogerla con alegría y confianza (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).