Jueves de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Hubo quien permaeció fiel en la apostasía: “Viviremos según la alianza de nuestros padres”. Jesús siente la infidelidad de Jerusalén: “¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!”
Primer libro de los Macabeos 2,15-29. En aquellos días, los funcionarios reales encargados de hacer apostatar por la fuerza llegaron a Modin, para que la gente ofreciese sacrificios, y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías se reunió con sus hijos, y los funcionarios del rey le dijeron: -«Eres un personaje ilustre, un hombre importante en este pueblo, y estás respaldado por tus hijos y parientes. Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones, y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de grandes del reino, os premiarán con oro y plata y muchos regalos. » Pero Matatias respondió en voz alta: -«Aunque todos los súbditos en los dominios del rey le obedezcan, apostatando de la religión de sus padres, y aunque prefíeran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la alianza de nuestros padres. El cielo nos libre de abandonar la ley y nuestras costumbres. No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda.» Nada más decirlo, se adelantó un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modin, como lo mandaba el rey. Al verlo, Matatias se indignó, tembló de cólera y en un arrebato de ira santa corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. Y entonces mismo mató al funcionario real, que obligaba a sacrificar, y derribó el ara. Lleno de celo por la ley, hizo lo que Fineés a Zinirí, hijo de Salu. Luego empezó a gritar a voz en cuello por la ciudad: -«El que sienta celo por la ley y quiera mantener la alianza, i que me siga! » Después se echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenia. Por entonces, muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir según derecho y justicia.
Salmo 49, 1-2.5-6.14-15. R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece.
«Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio.» Proclame el cielo su justicia; Dios en persona va a juzgar.
«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria.»
Evangelio según san Lucas 19,41-44. En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: -« ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.»
Comentario: 1M 2,15-29. Puede despistar a más de uno este pasar del pimer a segundo libro de los Macabeos… ya hemos dicho que no son sucesivos, hablan de la misma época y mezclan hechos. La ruptura tenía que llegar y sobrevino con una explosión repentina, causada por la desfachatez de algunos apóstatas y el celo religioso del fiel Matatías y sus hijos. La escena es dura: - la tentadora oferta a Matatías, hombre de prestigio, - su firmeza admirable: "aunque todos obedezcan al rey, yo y mis hijos viviremos según la alianza de nuestros padres: ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres!"; - no es de extrañar que, animados por esta actitud tan decidida, se encendiera la indignación de aquel grupo de fieles al ver cómo un judío se adelantaba y ofrecía el sacrificio idolátrico delante de todos; - le matan, derriban el sacrílego altar y, a continuación, Matatías con sus hijos y otros seguidores "se echaron al monte"; uno de sus hijos, Judas Macabeo ("Macabeo" = "martillo"), capitaneará a partir de ahora la guerra contra los enemigos del pueblo y de su fe. Hay una interesante noticia adicional: "muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente según su ley". Seguramente a estos grupos pertenecen los restos de las cuevas de Qumrán descubiertos hace algunos decenios. Son los que quisieron seguir fieles a la Alianza, a pesar de que oficialmente se habían introducido normas más conformes al estilo helénico de vida, muchas de ellas contrarias a la ley de Moisés.
Nosotros no reaccionaremos con esa violencia, matando a los que nos amenazan o a los que se alejan de la fe. Hemos aprendido de Jesús la resistencia no violenta. Pero sí tendríamos que dejarnos interpelar por estos judíos que supieron resistir a la tentación y conservaron su identidad en un ambiente paganizado. En la página de hoy ya se ve que el problema no era el tema de la carne. Esta vez se trata de ofrecer sacrificios a los falsos dioses y de seguir las costumbres de los paganos, contrarias a las que Dios había ordenado en su Alianza: "aunque todos apostaten de la religión de sus padres, nosotros viviremos según la alianza de Dios y nuestras costumbres". Jesús nos dijo que estaremos en el mundo, pero sin ser del mundo. Vivimos en una sociedad que en algunos casos se muestra de nuevo claramente paganizada. Tenemos que defendernos y seguir fieles al evangelio de Jesús: "no obedeceremos las órdenes del rey desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda". No ofreceremos incienso ni libaremos sacrificios en honor de los falsos dioses que se nos ofrecen continuamente. Un joven que camina contra corriente, una familia que no quiere seguir tras los mismos falsos dioses que la mayoría, unos religiosos que dan ejemplo de un estilo evangélico de vida en medio de un mundo indiferente y hasta hostil, no lo tendrán fácil. Pero podrán confiar en la misma fidelidad divina que daba ánimos al salmista: "al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios... ofrece al Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré y tú me darás gloria".
"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas" Es extraño: el mundo en que habitamos está poblado de ídolos. Unos erigen en ídolos a los objetos de sus deseos; engañándose, se olvidan de que los objetos del deseo humano no tienen más que un vínculo simbólico con la felicidad, cuya búsqueda moviliza toda la existencia. El camino se convierte entonces en meta, y las etapas en fin. Otros, para promover un valor aislado de los demás y absolutizado -la verdad, el conocimiento, el arte...-, ejercen sobre ellos mismos y sobre los demás una tiranía que los transforma en propagandistas fanatizados, en inquisidores y hasta en terroristas. Y otros, con pretensiones más modestas, practican en la rutina diaria furtivas genuflexiones ante esos ídolos hechos a su medida que son el dinero, el prestigio, el placer, el poder.
"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas". ¡Cuántos dioses a imagen de nuestros temores, de nuestras aspiraciones, de nuestras infidelidades...! "¡El Cielo nos guarde de abandonar la Ley!" En adelante, esta súplica forma parte de nuestra vida, a la vez como una experiencia cuyos frutos podemos juzgar y como una exigencia nunca cumplida. En el seno de este mundo humano sembrado de fetiches, nuestra fe nos encarga una tarea, la de denunciar a cada uno de ellos, diciéndole: "Tú no eres Dios". Sí, tenemos vocación de ateos. De los primeros cristianos no se decía que fueran hombres edificantes y virtuosos: se les acusaba de ser inmorales, porque no sacrificaban a la religión del emperador... ¡porque eran ateos! Nuestra fe es iconoclasta, porque tiene la vocación de denunciar los falsos absolutos, de relativizar los fanatismos, de criticar las componendas alienantes de lo cotidiano.
"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas". Nuestra fe denuncia las ilusiones: la felicidad estará en las contemplación y en el silencio. Combate sin tregua por liberarnos. Es preciso que muera el ídolo que fascina y estrecha la mirada, para que viva el verdadero nombre de Dios. Cuando se disipa el ídolo, espejismo de un absoluto sustitutorio, entonces aparece el Verbo, imagen del Invisible, único acceso al Padre. Y nuestro deseo coincide con el de Dios: "¡Cuánto me gustaría reunir a todos mis hijos!" Dios único y verdadero, Tú nos llamas hijos tuyos; desenmascara nuestros apegos engañosos y denuncia nuestras ilusiones. Reúnenos mediante tu palabra: que nos sea dulce; adherirnos a Ti por los siglos de los siglos (com., de Sal Terrae).
El mártir no es un fanático. No es un exaltado. Nos sentiríamos inclinados a considerar esos relatos como unas páginas de fanatismo religioso. Tanto más porque los creyentes de esa época se expresan muy fácilmente en términos de «guerra santa»... la fe y la política están muy ligadas... se toman las armas para convertir a los demás o para defenderse... Pero no juzguemos demasiado de prisa. Su intransigencia es también una fidelidad a un mensaje recibido. No es una defensa de "sí", de "sus tradiciones", de «sus costumbres» -aun cuando, a menudo, lo parezca-: los resistentes al Helenismo de Antíoco no son dueños del mensaje que transmiten... no aseguran sólo su salvación personal... son «testigos» . Este es el sentido del término griego «mártir». Cuando nos toque defender la integridad de la fe, ayúdanos, Señor, a no defender sutilmente nuestras «posiciones personales», "nuestras maneras de ver", «nuestros hábitos de pensar»... ni, lo que aún es peor, las ventajas humanas que la Fe nos depara. Colócanos, Señor, en la humildad. Haznos receptores de tu mensaje.
-Harto ya de las artimañas del poder real que se esfuerza en apartar a los judíos de la Fe, Matatías, jefe de una importante familia sacerdotal convoca a los fieles a la "resistencia" y predica la «guerra santa». En efecto, el combate por la verdad y la justicia tomó en aquel tiempo esa forma «violenta»... Todavía HOY, algunos cristianos afirman que ellos también se ven acorralados a esta misma violencia para conseguir la justicia. La violencia, la guerra, no pueden ser un fin en sí mismas. Sería llegar a ser uno «verdugo» y «asesino»... después de haber censurado a los que lo son. Pero se comprende que ciertas situaciones puedan llegar hasta estas situaciones difíciles y ambiguas. Ayúdanos, Señor, a entendernos los unos con los otros. Ayúdanos, Señor, a descubrir el sentido de tu bienaventuranza: «felices los artífices de la paz». A los partidarios de la «violencia» dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio... A los partidarios de la «no-violencia» dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio. Danos a todos, a la vez el sentido de la Justicia y de la Verdad... y el sentido del Amor y de la Paz...
-Si cumples el decreto del rey, recibirás plata, oro y muchos regalos. El compromiso con las situaciones de injusticia conduce a esos chantajes, a esos despropósitos. ¡El dinero! Corruptor de las conciencias.
-Aunque todas las naciones que forman el imperio del rey le obedezcan hasta apartarse cada uno del culto de sus padres... Yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos en la alianza de nuestros padres. El cielo nos guarde de abandonar la Ley y los preceptos. Incluso si hay guerra santa, la motivación es «religiosa». Se trata de una fidelidad interior a Dios... «mantenerse en la Alianza». Permanecer aliado de Dios. Hacer su voluntad. Y esto a pesar de la presión general dominante: «Aunque todos abandonen a Dios...» ¿Cuál es la situación equivalente, en mi vida?
-Y dejando en la ciudad cuanto poseían, huyeron él y sus hijos a las montañas. Es la prueba decisiva de que ellos no defienden ventajas adquiridas. Huyen al monte. Abandona la vida cómoda. Por fidelidad a Dios (Noel Quesson).
El pasaje de hoy narra los comienzos de la revuelta macabea. Todo empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías. El pueblo, situado a unos 30 kilómetros de Jerusalén, ha escapado durante cierto tiempo al control policial; pero finalmente se presenta un emisario real y obliga a hacer un sacrificio, probablemente el conmemorativo del día natalicio del rey (2 Mac 6,7). Invita de manera especial a Matatías por su ascendiente sobre los demás; pero éste se niega rotundamente. Entonces un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey; Matatías lo mata y mata también al inspector real. El autor aprueba este acto comparándolo con el de Fineés, nieto de Aarón, quien mató a un israelita unido contra la ley con una madianita (Nm 25,7-8). Esta acción supone el paso de la resistencia pasiva a la lucha abierta. Matatías hace una llamada general para irse a la montaña, ya que la situación de Modín, en el terreno ondulado pero no montañoso del Sefelá, era favorable para el ejército real.
Al grupo de Matatías se suman, entre otros, los asideos que parecen formar ya en esta época un partido religioso más o menos estructurado. Son los "piadosos", los que han permanecido fieles a las tradiciones patrias, mientras muchos judíos se han relajado en lo que respecta a la observancia de la ley. Se cree que son los antepasados de los fariseos y los esenios. Entre todos forman un verdadero ejército, no suficiente para enfrentarse abiertamente con el real, pero sí para hacer una auténtica guerra de guerrilla. Pero Matatías, que ya es anciano al comienzo de la revuelta no puede resistir demasiado tiempo esa vida. En sus labios moribundos se pone una especie de testamento espiritual semejante al de Jacob (Gn 49,1-33). El anciano pasa revista a la historia de Israel resaltando la virtud característica de sus principales personajes para demostrar que Dios no abandona a los que luchan por él; acaba con una exhortación al coraje (pasaje que se ha omitido en nuestro texto). Por último designa a sus sucesores. Curiosamente, no nos habla del hijo mayor, Juan; designa a Simón como consejero y encomienda al tercero, Judas, la dirección militar (J. Aragonés Llebaria).
Hasta aquí la exégesis… no comparto lo que hicieron, pero me gustaría tener su fe. Veamos cómo aplicarlo… Leí la historia de una ranita, que relaciona lo leído y la alegoría de “La Caverna” de Platón con lo actual, hasta “Matrix”, pasando por las fábulas de La Fontaine… el lenguaje simbólico es un medio privilegiado para inducir a la reflexión y transmitir las ideas. Se trata de una metáfora usada por Olivier Clerc, que pone en evidencia las funestas consecuencias de la no conciencia del lento cambiar, que infecta nuestra salud, nuestras relaciones, la evolución social y el ambiente. Un condensado de vida y de sabiduría que cada uno podrá plantar en su propio jardín para gozar sus frutos. La ranita que no sabía que estaba cocinandose… Imagínate una cacerola llena de agua fría en la cual nada tranquilamente una pequeña ranita. Un pequeño fuego se enciende bajo la cacerola, y el agua se calienta lentamente. El agua despacio, despacio se va poniendo tibia, y la ranita encuentra esto más bien agradable, y continúa nadando.
La temperatura del agua sigue subiendo... Ahora el agua está caliente, más de lo que la ranita pueda gozar, se siente un poco cansada pero no obstante eso no se asusta. Ahora el agua está verdaderamente caliente y la ranita comienza a encontrar esto desagradable, pero esta muy debilitada, entonces soporta y no hace nada. La temperatura continúa subiendo, hasta cuando la ranita termina simplemente... cocinándose y muriendo.
Si la misma ranita hubiera estado metida directamente en el agua a 50 grados, con un golpe de sus patas inmediatamente habría saltado fuera de la cacerola. Esto demuestra que, cuando un cambio viene de un modo suficientemente lento escapa a la conciencia, y no provoca en la mayor parte de los casos ninguna reacción, ninguna oposición, ninguna revuelta…
Si miramos lo que sucede en nuestra sociedad desde hace algunas décadas, podemos ver que estamos sufriendo una lenta deriva a la cual nos estamos habituando. Una cantidad de cosas que nos habrían hecho horrorizar 20, 30 o 40 años atrás han sido poco a poco banalizadas, y hoy preocupan apenas, o dejan directa y completamente indiferente a la mayor parte de las personas. En nombre del progreso, de la ciencia, y del aprovechamiento, se efectúan continuos ataques a las libertades individuales, a la dignidad, a la integridad de la naturaleza, a la belleza y a la felicidad de vivir.
Lentamente, pero inexorablemente, con la constante complicidad de las víctimas, inconscientes, o quizás incapaces de defenderse. Las negras previsiones para nuestro futuro en vez de suscitar reacciones y medidas preventivas, no hacen más que preparar psicológicamente a la gente para aceptar las condiciones de vida decadentes, y también dramáticas. El martilleo continuo de informaciones por parte de los medios satura los cerebros, que no están ya en condiciones de distinguir las cosas. ¡Conciencia o cocciòn, debemos elegir! Entonces, si no estás como la ranita ya medio cocinad@, da un saludable golpe con tus patas ¡antes que sea demasiado tarde! estamos medio cocinados, ¿O NO? Transcribo aquí el capítulo dedicado a esos protagonistas que escribió el difunto Jesús Urteaga en su principal libro.
EL LIBRO I DE LOS MACABEOS
El cristiano que por ser fiel a Cristo vive la humildad y la mansedumbre, que vive el amor al enemigo, que no admiten rencor ni venganza en su conciencia, que es el más comprensivo de los hombres, debe vestirse con la armadura del guerrero cuando se ataca a la Iglesia de su Dios.
Debes contestar al enemigo en el mismo campo y con las mismas armas con que atacan a la Iglesia. Si lo hacen en el terreno intelectual, con tu prestigio profesional.
Pero si es a sangre y fuego como atacan a tu Madre, a sangre y fuego tienes que defenderla. De lo contrario, no me hables de tu humildad y de tu mansedumbre... Tus falsas virtudes no hacen más que ocultar una vergonzosa cobardía.
Te traigo aquí, lector amigo, el ejemplo de unos hombres -los Macabeos- para que sepas como tienes que comportarte cuando el infierno se levanta contra los hijos de Dios.
“Publicó por todo su reino el rey Antíoco un decreto para que todos formasen un solo pueblo, abandonando cada uno su ley. Todas las naciones se avinieron a la disposici6n del rey Antíoco, y muchos de Israel se sometieron a su servidumbre y sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. Envió el rey mensajeros a Jerusalén y a todas las ciudades de Judá con órdenes escritas de que siguieran aquellas leyes de pueblos extranjeros, que se suprimieran los holocaustos, los sacrificios y las libaciones en el templo de Dios y que no se celebrase el sábado, ni los días solemnes; y ordenó que se profanase el Santuario y el pueblo santo de Israel. Y mandó levantar altares, templos e ídolos, e inmolar puercos y carnes inmundas; y dejar incircuncisos a sus hijos y manchar las almas de los israelitas con todo genero de impureza y abominación, de suerte que diese al olvido la ley y cambiasen todos los mandamientos de Dios. Que todo el que se negara a cumplir el decreto del rey Antíoco fuera condenado a muerte” (1 M 1, 43-52).
La soberbia, la ambición de poderío hacen de tal rey un pobre diablo en manos del infierno, un pigmeo rebelado contra la ley divina.
Por orden del tirano, el Templo de Jerusalén queda consagrado a Júpiter, y en las más pequeñas aldeas del país se levantan ídolos que pretenden borrar el nombre de Yahvé.
También han llegado a Modín los enviados del rey Antíoco para exigir el cumplimiento del regio decreto. En el pueblo hay un hombre principal:
Matatías, y a él se dirigirán con premura para que su obediencia sirva de ejemplo ante sus hijos, hermanos y amigos. La astucia de la recompensa es tentadora: “Tú y tú casa os contareis entre los amigos del rey, y seréis enriquecidos con oro y plata y otras mercedes”.
Se hace urgente la contestación del hombre que orienta al pueblo con su conducta. Es preciso que haya un hombre que dé criterio ante la disyuntiva: la deserción a la ley de Dios, o la muerte.
Tal vez se entienda hoy también que en tales casos sólo cabe adoptar una de esas dos posiciones. ¡No! La injusticia no se limpia con un encogimiento de hombros, sino imponiendo la justicia. Hay -para estos casos tan claros- una valiente posición: la que adoptó Matatías.
“Aunque todas las naciones obedezcan al rey Antíoco y se aparten del servicio a la ley de sus padres. y se sometan a vuestros mandatos. yo y mis hijos y mis hermanos serviremos a la ley de nuestros padres. Que Dios está con nosotros; no abandonaremos la ley y los mandamientos de Dios. No prestaremos atención a las órdenes del rey Antíoco ni haremos sacrificios que quebranten los mandamientos de nuestra ley para caminar por otro camino”. (1M 2, 19-22).
No todos entre el pueblo son fuertes y valerosos.
Los hay pusilánimes, muy dados a estar a bien con su Dios cuando las obligaciones que impone a sus servidores resultan fáciles de cumplir, pero poco preparados a servirle cuando el servicio puede teñirse de sangre. Y así que Matatías terminó su pregón de combate, se adelantó un judío a la vista de todos para sacrificar a los ídolos en el altar que había en Modín, según el decreto del rey. Al verlo Matatías, se indignó, sus entrañas se estremecieron y, encendido en justa ira, corrió hacia él y le degolló sobre el altar. Al mismo tiempo mató al enviado del rey que obligaba a hacer los sacrificios, y derribó el altar. Así mostró su celo por la ley, como había hecho Fines con Zambra, hijo de Salóm» (1M 2, 23-26).
La rebelión de los que no tienen más que un Dios se ha iniciado. El pueblo elegido por Yahvé, a pesar de todos sus desvaríos a lo largo de la Historia, ha sabido mantenerse siempre en el monoteísmo, resistiendo todas las influencias politeístas de los pueblos vecinos. Ese ha sido el objeto de la elección, e Israel será fiel a su promesa. La voz potente de Matatías se deja escuchar en todos los rincones de aquella tierra de profetas y de reyes y se estremecen, por el grito las entrañas sin vida de los ídolos: “Todo el que sienta el celo de la ley y sostenga la alianza, que me siga” (1M 2, 27). Y abandonando cuanto tenía en la ciudad, se refugiaron en los montes con sus mujeres, sus hijos y sus ganados. Algunos bajaron al desierto para esconderse.
Las fuerzas del rey Antíoco inician su dura persecución. Conocen las costumbres de los rebeldes, y atacarán precisamente en sábado -el día que la ley inmoviliza a sus observadores por el descanso obligatorio-. Los refugiados en los escondrijos del desierto, por no profanar el reposo sabático, no lanzaran una piedra, ni siquiera obstaculizaría la entrada de sus enemigos en sus cuevas. “Acometidos en día de sábado, murieron ellos, sus mujeres, sus hijos y sus ganados, hasta mil hombres” (1M 2, 38).
El viejo Sacerdote y sus amigos, al enterarse del suceso, se dolieron grandemente por la actitud tomada: “Si todos hiciéramos como han hecho nuestros hermanos, no luchando contra los gentiles por nuestras vidas y nuestras leyes, pronto nos exterminaran de la tierra”. Aquel mismo día tomaron esta resolución: “Cualquier hombre que en día de sábado venga a pelear con nosotros será combatido. Y ninguno nos dejaremos matar como nuestros hermanos en sus escondrijos” (1M 2, 40-41).
La escritura va dejando caer entre líneas la alabanza a la rebelión de los fieles de Yahvé: “Matatías y los suyos fueron derribando altares a su paso” (1M 2, 45).
Pronto morirá el valeroso anciano, mientras les exhorta a continuar la lucha comenzada. “Dad a los gentiles su merecido y observad los preceptos de la ley” (1M 2, 68).
Le sucederá Judas Macabeo, el valiente que “en sus luchas se hizo semejante al león y fue como cachorro que ruge en busca de su presa”. (I M 2, 4).
Los primeros tiempos del mando los dedicara a la organización. Era preciso adiestrar a sus hombres para el combate, prescindiendo de cuanto supondría estorbo en un campo de batalla. Por lo cual: “a los que estaban construyendo sus casas, verificando sus bodas o plantando viñas, y a los tímidos, les dijo que volvieran cada uno a su propia casa, conforme ordenaba la ley”(1M 3, 56). Y a sus guerreros: “Preparaos y portaos como valientes, y estad dispuestos al amanecer para luchar contra los gentiles que se han reunido contra nosotros y quieren destruirnos a nosotros y a nuestro Templo. Mejor nos es morir en el combate que ver la ruina de nuestro Templo y de nuestro pueblo. Pero hágase lo que sea la voluntad del cielo” (1M 3, 58-60).
“Aquel día Israel alcanzó una gran victoria” (1M 4, 25).
Judas se hará con la espada de Apolónio. Judas destrozara al ejército de Serón.
Judas dará muerte a 3.000 hombres de las fuerzas de Gorgías.
Judas obligara a Lisias a interrumpir la campaña. Judas colgara la cabeza de Nicanor en las puertas de Jerusalén.
Judas será el hombre que salvará del oprobio al pueblo de Israel.
Y cuando llegue la hora de su muerte, morirá como un valiente.
El rey Demetrio envió un fuerte “ejercito frente a Jerusalén. Veinte mil hombres de infantería y dos mil caballos al mando de Baquides, se dirigen a Berea. Judas les aguarda en Elasa. No tiene más que tres mil hombres. Muchos se asustan al comprobar el enorme número de los atacantes; temen y huyen: Judas Macabeo se queda con ochocientos, y entre estos hay quienes le persuaden a la retirada. El valeroso jefe propone el ataque: “Dios me libre de huir de ellos. Si nuestra hora esta próxima, muramos con valor por nuestros hermanos y no manchemos nuestra honra” (1M 10, 16). Judas muri6 en el combate.
Jonatan y Simón tomaron a su hermano Judas y le enterraron en la sepultura de sus padres, en la ciudad de Modin.
“Todo el pueblo de Israel le lloró con gran duelo y durante muchos días se guardo luto. Todos decían: “Cómo cayó el valiente; era la salvación del pueblo de Israel”
“Por lo demás no pueden escribirse las guerras de Judas ni la magnitud de sus hazañas: su numero es demasiado grande para ello” (1M 9, 19-22).
Quien quiera ser fiel al Señor no puede quedar esclavo de lo pasajero; y por salvar su vida no puede vivir adulando a los poderosos. La Palabra de Dios ha de ser proclamada con toda valentía; y el anuncio de la misma no puede hacerse sólo con los labios, sino, de un modo especial, con una vida intachable. Cristo, mediante su muerte, dio muerte en nosotros al pecado y a la misma muerte. La vida de quienes creemos en Él debe ser una continua lucha contra el espíritu de maldad que se ha posesionado del mundo. No podemos satanizar nuestro mundo; pero no podemos cerrar los ojos ante tantas manifestaciones de maldad en el mismo, como son las guerras, la corrupción de inocentes, la distribución ilícita de enervantes, el crecimiento de vicios que embotan las mentes de las personas desde su más tierna edad. Si quienes creemos en Cristo no somos capaces de luchar para que el Evangelio de Dios llegue a todos y la fe en Cristo libere al hombre de sus males, ¿qué sentido tiene creer en el Señor? ¿A qué somos capaces de renunciar por el Reino de Dios entre nosotros? ¿Acaso queremos creer en Cristo de un modo hipócrita, arrodillándonos ante Él mientras continuamos esclavos de nuestra maldad? Seamos sinceros con la fe que profesamos. No queramos diluir la Palabra de Dios para ganar favores, oro, plata y muchos regalos de los poderosos. Seamos fieles al Señor, aun cuando por ello tengamos que caminar con las manos vacías de bienes pasajeros, pero con el corazón lleno de Aquel que, siendo nuestro Padre, nos dice como a san Ignacio de Antioquía: ¡Ven a Mi!
2. Sal 49. Este salmo, como el anterior, es un salmo de instrucción, no de oración ni de alabanza. Dios se dirige aquí, por medio del salmista, a los que tenían un falso concepto de la religión, para hacerles ver que no se complace en los sacrificios del culto ni en el cumplimiento externo de la ley, mientras no se cumple de corazón lo que El ha ordenado. Aquí tenemos: I. La gloriosa manifestación del Soberano que da leyes y convoca a juicio (vv. 1-6). II. La exhortación a los adoradores de Dios, para que conviertan sus sacrificios en oraciones (vv. 7-15). III. La reprensión a los que albergan la pretensión de que adoran a Dios, pero viven en desobediencia a sus mandatos (vv. 16-20); se les lee la sentencia (vv. 21, 22), y se amonesta a todos a que consideren su conducta tanto como sus devociones (v. 23). Es un salmo de Asaf.
Versículos 1-6. Es probable que Asaf, el principal director de música del santuario, no sólo pusiera música a este salmo, sino que lo compusiera él mismo, aun cuando no puede asegurarse, ya que el título no indica necesariamente autoría. En tiempo de Esquías, alababan a Yahweh «con las palabras de David y de Asaf vidente» (2 Cr. 29,30).
1. Convocación general, por orden del Rey de reyes (v. 1): «El Dios de los dioses, Yahweh (o Dios, el Dios Yahweh) ha hablado y ha convocado a la tierra. » El Soberano del Universo, Todopoderoso y fiel cumplidor de su promesas, convoca a todos con esta proclamación solemne que ya se sugiere en esa acumulación de nombres divinos.
2. Reunidos ya los convocados, el Juez toma asiento. Así como, cuando dio Dios la Ley a Israel en el Sinaí, leemos que «resplandeció desde el monte de Parón» (Dt. 33:2), así también cuando viene a reprender a Israel por su hipocresía, se dice aquí:
(A) Que ha resplandecido desde Sión (v. 2); como ahora estaba establecido el oráculo en Sión, desde allí eran pronunciados sus juicios sobre aquel pueblo provocador; y Dios, cuya morada está en Sión, puede ser considerado como resplandeciendo desde Sión. También desde Jerusalén había de comenzar a ser predicado el Evangelio (Lc 24,47; Hch 1; 8). Sión es llamada aquí (v. 2) dechado de hermosura (lit. perfección de hermosura), no sólo por ser el monte santo, donde estaba el santuario, sino incluso por su situación geográfica (comp. con 48,2).
(B) Que vendrá, y no callará, sino que mostrará su desagrado hacia ellos, hasta que, un día, sea derribado el muro de separación de la ley ceremonial. Esto lo va a declarar ahora. A los que no quieren dar oídos a su ley, les hará escuchar su juicio.
3. Convocación a los acusados (v. 5): Juntadme mis santos. El vocablo hebreo es jasiday, porque Dios había hecho su pacto con Israel como una señal de su especial amor misericordioso (hebreo, jesed) hacia ellos. Al disfrutar de tan singular privilegio, su responsabilidad era también singular; por eso, la cuenta que se les pide va acompañada de especial severidad a causa de la infidelidad de ellos. Por el pacto de la redención (v. 2 Co 5,19), Dios extiende su propósito de reconciliación a todo el mundo, no sólo al pueblo de Israel. Todos los creyentes son ahora linaje escogido, regio sacerdocio y nación santa (1 P 2,9, comp. con Ex 19,6).
4. Se predice el resultado de este solemne proceso (v 6): «Los cielos declararán su justicia»; los mismos cielos que han sido convocados a testificar en el proceso (v. 4), los mismos cielos que cuentan la gloria de Dios, es decir, el poder y la sabiduría del Creador (19,1), van a declarar ahora la justicia de Dios, porque Dios mismo es el juez (v. 6b). Y, como en 19:3, los cielos no necesitarán palabras para que en todas partes se oiga su voz.
Versículos 7-15. Dios se dirige aquí a los que, en su religión, ponían todo el énfasis en la observancia exterior de la ley ceremonial, pensando que eso bastaba. Les instruye explícitamente sobre la clase de sacrificios que, ante todo, requiere de ellos: Los sacrificios de oración y alabanza que, aun bajo la Ley, tenían la precedencia sobre los holocaustos y demás sacrificios legales y que, ahora, en la dispensación de la gracia, los han sustituido completamente. Aquí (vv. 14, 15) les muestra lo que es bueno y lo que Yahweh requiere de ellos y le es aceptable. También para nosotros tienen aplicación estas demandas, pues, (A) hemos de confesar nuestros pecados y arrepentimos de ellos (v. 1 Jn. 1:9), lo que el salmo (v. 23) llama «ordenar el camino», pues «Dios no desprecia el corazón contrito y humillado»; ese es el verdadero «sacrificio para Dios» (51:17). (B) Hemos de dar gracias a Dios por los beneficios que de El recibimos:
«Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias» (v. 14, mejor que «de alabanza»), y esto «agradará a Yahweh más que sacrificio de buey, o becerro con cuernos y pezuñas» (69,30,31). (C) Hemos de tomar conciencia de la obligación que tenemos de cumplir nuestros votos al Altísimo (v 14b), lo cual no se limita a lo que, a este respecto, mandaba la ley (v. Lv. 7,16), sino que se extiende a todas nuestras obligaciones del pacto que nos liga a Dios. (D) Hemos de orar a Dios constantemente, pero Dios se refiere a continuación (v. 15) a circunstancias especiales: «Invócame (cuando hayas cumplido las condiciones del versículo 14) en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.»
Dios pide (vv 14-15) ese amor, que suspiraba S. Teresita: “¡La ciencia del amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía... Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono.
Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».
Sí, madrina querida, ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento y de amor... Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo XLIX: «No aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo... Si tuviera hambre, no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias».
He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed... Pero al decir: «Dame de beber», lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor...”
El Señor nos llama a juicio. Él nos confió el anuncio de su Palabra y nosotros no podemos defraudarlo. Él ordena que congreguen ante Él a quienes sellaron sobre su altar su Alianza. No podemos proceder en la presencia de Dios como hojas que mueve el viento al retortero. Nuestros pasos van, con seguridad y firmeza, tras las huellas de Cristo. Por eso, a pesar de las críticas, persecuciones, burlas y amenazas de muerte, hemos de vivir fieles al Señor. Dios ha hecho con nosotros una Alianza: Hacernos hijos suyos por nuestra unión en la fe a su único Hijo, Jesús. Dios vela por nosotros como un Padre. Nosotros escuchamos su voz y, tanto la ponemos en práctica, como la anunciamos desde nuestra experiencia personal con el Señor. No sólo demos culto al Señor y pensemos que ya con eso hemos cumplido con nuestro compromiso de fe; cumplamos con amor sus enseñanzas y proclamémoslas tanto con las palabras, como con las obras, que nos hagan ser un signo del amor de Dios para los demás, especialmente para con los pecadores, los pobres y desvalidos. Entonces podremos decir que en verdad Dios nos librará cuando lo invoquemos; y nosotros, con una vida así, le daremos gloria agradecidos.
3. Lc 19, 41-44. a) Jesús lloró una vez por la muerte de su amigo Lázaro. Hoy nos lo describe Lucas llorando por Jerusalén, previendo su ruina. Después del largo camino desde Galilea a la capital, en vez de prorrumpir en cantos de gozo -"¡qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!"-, a Jesús se le saltan las lágrimas. Su ciudad preferida no ha sabido "comprender en este día lo que conduce a la paz", "no reconociste el momento de mi venida", y no sabe que se acerca la gran desgracia. La destrucción que, en efecto, le acarrearon las tropas de Vespasiano y Tito el año 70.
b) ¿Qué resumen podría hacer Jesús de nuestra historia? ¿tendría que lamentarse porque tampoco nosotros hemos "reconocido el momento de su venida"?, ¿o nos alabaría porque le hemos sido fieles? Todos podríamos aprovechar mejor las gracias que nos concede Dios. Ayer se nos decía lo de las monedas de oro que deben producir beneficios. Hoy se nos pone delante, para escarmiento, la imagen de un pueblo que no ha sabido abrir los ojos y comprender el momento de la gracia de Dios. Dentro de pocos días iniciaremos un nuevo año con el Adviento. Una y otra vez se nos dirá que hemos de estar vigilantes, porque Dios viene continuamente a nuestras vidas, y es una pena que nos encuentre dormidos, bloqueados por preocupaciones sin importancia, distraídos en valores que no son decisivos. ¿Dejaremos escapar tantas oportunidades como nos pone Dios en nuestro camino, oportunidades que nos traerían la verdadera felicidad? No pensemos tanto en si Jesús lloraría hoy por la situación de nuestro mundo. Pensemos más bien en si cada uno de nosotros le estamos correspondiendo como él quisiera, o le estamos defraudando (J. Aldazábal).
El evangelio de hoy ofrece una escena que sólo transmite el evangelio de Lucas. Esta escena se sitúa en la ladera del monte de los Olivos, junto a Jerusalén. La vista que se tiene de la ciudad es espléndida. Lo que aparece en primer plano es la silueta imponente del templo y la puerta dorada que da al este. En ese escenario magnífico, después de haber hecho un recorrido en borrico desde Betania, Jesús contempla la magnificencia de la ciudad y prorrumpe, llorando, en una lamentación. Aunque algunos han calificado esta lamentación como un vaticinio "post eventu", hay muchas probabilidades de que sea atribuible al Jesús histórico. Se ha querido ver en la referencia a la paz una alusión al nombre de la ciudad. Según algunas etimologías populares, Jerusalén significaría "ciudad de la paz". El vaticinio de Jesús resulta paradójico. La que estaba llamada a ser símbolo de paz será escenario de devastaciones y guerras. Se dice que la ciudad de Jerusalén ha sido "tomada" más de 20 veces en la historia, siempre debido a guerras religiosas…
En el marco teológico de Lucas, si Jesús llora sobre Jerusalén es porque para Lucas existe una continuidad entre el judaísmo y el cristianismo. Jesús no ha venido a destruir el viejo pueblo sino a reconstruirlo. En el tercer evangelio no hay propiamente una entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén. El contacto con ella se establece a través de esta contemplación desde el monte de los Olivos.
Jesús llora sobre Jerusalén... No es la única vez que Jesús llora. El Evangelio no parece ser de la teoría de los que dicen que "los hombres no lloran". O quizá es que Jesús no corresponde al cliché típico del varón de la cultura machista. Jesús tiene sentimientos y no los oculta, no se avergüenza de llorar.
La ciudad santa no logra "conocer el camino que conduce a la paz", está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Jerusalén ha conocido la visita salvífica de Dios en Jesús. Pero la ha rechazado. Ya no se le ofrece otra oportunidad. Yo sólo queda que se manifiesten las consecuencias de este rechazo, ya sólo queda la destrucción como herencia. Jesús llora por su ciudad. Son lágrimas de compasión. Y lágrimas de impotencia. Ha hecho todo lo posible por la paz de la ciudad (cf. 13.34-35). El poder de Dios se ha hecho amor y debilidad en Jesús. Pero ese poder ha chocado contra la dureza del corazón humano. Dios prefiere "llorar de impotencia en Jesús antes que privar al hombre de su libertad" (Stöger). Este llanto es todavía llamamiento, aunque inútil también, a la conversión. Aceptar a Jesús es el camino para la paz. Rechazarlo es la ruina. Sólo en él está la salvación (cf. Hch 4. 12).
Rechazando a Cristo, al ignorar el verdadero sentido de su paz mesiánica, Jerusalén se ha convertido en una simple ciudad de la tierra. Ha perdido el carácter de signo salvador y se define exclusivamente en función de un extremismo político, representado en su lucha contra Roma. Por eso ha sucumbido en la guerra del 70 d. de C.
Esta sentencia no se ha cumplido inmediatamente. El rechazo de Jerusalén ofrece una larga historia; ha recibido la palabra de Jesús, el testimonio de los primeros cristianos, el mensaje de S. Pablo (Hch 21ss). Todo ha sido en vano. Jerusalén termina estando sola abandonada de Dios y de la Iglesia. De esa forma, la vieja ciudad de la esperanza del A.T. y del camino de Jesús hacia su Padre, se ha venido a convertir en un montón de ruinas.
Desde ahora la salvación se desliga de sus viejas raíces palestinas y se encuentra en el camino de Jesús que desde el Padre envía sus discípulos al mundo. Estas palabras de Jesús contra Jerusalén, con su posible fondo histórico y su recuerdo de meditación eclesial, constituyen una de las metas de la obra de S. Lucas. Donde la salvación se ha preparado y ofrecido de un modo más intenso, la ruina y el rechazo vienen a ser más dolorosos. Subiendo hacia su Padre, en medio de la tierra, Jesús llora sobre el fondo de las ruinas de su pueblo muerto (19. 41). Son pocas las imágenes más evocadoras que ésta. Teniéndola en cuenta podemos fijar dos conclusiones generales: a) Como un hombre que ha surgido a la existencia desde el fondo de esperanza y crisis de Israel, Jesús ama a su pueblo. Le ama de una forma violenta y dolorosa, de tal modo que el rechazo de los suyos constituye una de las bases de su pasión sobre la tierra. Este dolor puede tomarse como fuente de consuelo para aquéllos que sufren de igual forma por la suerte de sus propios pueblos.
b) Una muerte o destrucción puede tener varios sentidos. Para la Iglesia, la muerte de Jesús, aceptada en un ámbito de obediencia, se ha convertido en fundamento de gloria y salvación. Por el contrario, la caída de Jerusalén, interpretada a la luz de su rechazo, se ha convertido en reflejo de una condena. Toda muerte puede recibir estos sentidos: lleva con Cristo a la Pascua o con Jerusalén hacia el fracaso (com., edic. Marova).
Un Evangelio como éste ha mantenido el antisemitismo de muchos cristianos y de la misma Iglesia a lo largo de los siglos. El horror que despertaron los campos nazis terminó, sin duda, con él; pero cabe preguntarse si la fe no tenía algo que hacer en este terreno. Conmovidos por la odiosa persecución de los judíos, los cristianos no razonan quizá suficientemente su emoción en nombre de su fe y del sentido que hay que dar a la permanencia del pueblo judío al lado del cristianismo. Si es verdad que la Iglesia de Jesucristo es "el Israel de los últimos tiempos", si es verdad que los apóstoles eran todos judíos así como la mayor parte de los miembros de las primeras comunidades cristianas, es igualmente cierto que el pueblo judío, tanto en sus representantes como en sus estructuras, rechazó la salvación mesiánica que le ofrecía Jesús de Nazaret. ¿Por qué? Porque Israel no entró en esa conversión suprema que Jesús exigía de él para convertirlo en instrumento de su misión universal; porque no renunció a sus "privilegios" de pueblo elegido o, más exactamente, a la idea falsa que él se hacía de dicha elección. Siendo así que su elección era tan solo una elección en Jesús de Nazaret, mediador de la salvación de la humanidad, el pueblo judío vio ahí una cualificación para reivindicar de Dios un puesto aparte en el Reino que iba a venir. Y la observancia de la ley le parecía que era un título para la salvación, siendo así que la ley, en cuanto tal, solo podía conducir a la muerte.... El pueblo judío rechazó a Jesús por no haber llevado la pobreza hasta esperar todo de Dios salvador, comprendida esta cualidad de ver que quien solo podía ofrecerle la salvación era el Verbo encarnado. Sin embargo, la permanencia del pueblo judío a través de los siglos va a plantear necesariamente un problema fundamental a la conciencia de la Iglesia. Ya San Pablo se pregunta por el destino de este pueblo que es el suyo; en la carta a los romanos manifiesta su convicción de que el pueblo judío se convertirá cuando todas las naciones hayan entrado en la Iglesia. En efecto: la entrada efectiva de todas las naciones en la Iglesia volverá el signo eclesial de salvación tan convincente que un pueblo tan fiero de su originalidad indestructible como es el pueblo judío cederá ante la magnitud de la bondad divina. Pero, como contrapartida, la Iglesia se encuentra constantemente ante la exigencia de ser plenamente fiel a su propio misterio que San Pablo definió como el misterio de la reconciliación de los judíos y de las naciones, alcanzada en la sangre de Cristo. La existencia del pueblo judío es para la iglesia una especie de invitación a esta fidelidad esencial a la ley de la caridad universal. En la medida en que muestra el verdadero aspecto de su catolicidad y su diversidad multiforme es reconocida como tal, ella está realmente disponible para dialogar con el pueblo judío. Por el contrario, en la medida en que la Iglesia se encierra en sí misma y limita sus horizontes ligándose demasiado exclusivamente a tal o cual universo cultural, ella se cierra a este diálogo y germina en ella el antisemitismo, porque la única manera de crearse una conciencia tranquila es entonces suprimir al testigo que molesta (Maertens-Frisque).
-Jesús se acercaba a Jerusalén, y al verla... El viaje hacia Jerusalén se está acabando. Desde Jericó Jesús ha hecho ya los veinte kilómetros de cuesta. Llegado a Betania, El mismo organizó el modesto triunfo de los ramos (Lucas, 19, 29-40). En el marco mismo de ese acontecimiento se sitúa la escena relatada por Lucas, Marcos y Mateo. Desde las alturas de Betania, se domina el espléndido paisaje de Jerusalén. La magnífica ciudad está allí extendida a nuestros pies... las casas apiñadas unas contra otras sobre el rocoso espolón que limitan el valle de Cedrón y la Geena... las sólidas murallas que protegen la ciudad, dicha «inexpugnable»... El Templo del Dios viviente, en el centro de Jerusalén, resplandeciente con sus columnas de mármol, y el techo de oro fino. Era en ese lugar de su camino donde los peregrinos llenos de entusiasmo entonaban el Salmo 121: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén: Jerusalén, ciudad bien construida, maravilla de unidad... Haya «paz» en tus muros y en tus palacios, días espléndidos. Por amor de mis hermanos y amigos, diré: «¡La paz contigo!». Por amor de la casa del Señor, nuestro Dios, yo os auguro la felicidad» . Esto es lo que Jesús oye cantar a su alrededor.
-Jesús lloró... Le contemplo. Contemplo las lágrimas en su rostro y su apretar los labios para retenerlas, sin lograrlo. Esas lágrimas manifiestan la impotencia de Jesús. Trató de «convertir» Jerusalén, pero esa ciudad, en conjunto, le resistió, y lo rechaza: dentro de unos días Jesús será juzgado, condenado, y ejecutado...
-¡Si también tú, en ese día, comprendieras lo que te traería la «paz»! Era el deseo del Salmo. Era el nombre mismo de Jerusalén: «Ciudad de la Paz». Jesús sabe que el aporta la expansión, la alegría, la paz a los hombres. Pero se toma en serio la libertad del hombre y respeta sus opciones: más que manifestar su poder, llora y se contenta con gemir... «Si comprendieras...»
-Pero, por desgracia, tus ojos no lo ven. La incredulidad de Jerusalén, es símbolo de todas las otras incredulidades... La incredulidad de aquel tiempo, símbolo de la incredulidad de todos los tiempos... Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo. Jerusalén crucificará, dentro de unos días, a aquél que le aportaba la paz. No reconociste el tiempo de la visita de Dios ¡Admirable fórmula de ternura! Era el tiempo de la «cita» de amor entre Dios y la humanidad. Esa visita única, memorable, se desarrollaba en esa ciudad única en toda la superficie de la tierra. «Y Jerusalén, ¡tú no compareciste a la cita!» Pero ¿estoy yo, a punto HOY para las «visitas» de Dios? De cuántas de ellas estoy ausente también por distracción, por culpa, por ceguera espiritual!... por estar muy ocupado en muchas otras cosas.
-Días vendrán sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Cuando Lucas escribía eso, ya había sucedido: en el 70, los ejércitos de Tito habían arrasado prácticamente la ciudad... esa hermosa ciudad que Jesús contemplaba aquel día con los ojos llenos de lágrimas... (Noel Quesson).
Jesús nos visita, en nuestro interior, en la Iglesia y en sus sacramentos, como animaba S. Ambrosio a las vírgenes: “La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser?
”Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angula, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella.
”La que así busque a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá abandonada por Él; más aún, será visitada por Él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo”.
Ojalá y hoy aprovechemos la oportunidad que hoy Dios nos da, y que nos puede conducir a la paz. Ojalá y escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos ante Él nuestro corazón. No cerremos nuestros ojos ante el gran amor misericordioso que el Señor nos ha manifestado. Pues Él, a pesar de que éramos pecadores, dio su vida por nosotros. Y con eso nos está manifestando cuánto nos ama. No podemos quedarnos con la mirada sólo puesta en las cosas pasajeras; no dejemos que ellas emboten nuestra mente ni nuestro corazón. Abramos los ojos ante la vocación a la que Dios nos llama; contemplemos a su Hijo que, después de padecer por su fidelidad amorosa al Padre Dios y a nosotros, ahora vive para siempre, reinando sentado a la diestra del mismo Padre Dios. Hacia allá se encaminan nuestros pasos. Si creemos en Cristo, nos hemos de hacer uno con Él; hemos de vivir conforme a su Vida en nosotros; y hemos de actuar dejándonos conducir por su Espíritu, que habita en nosotros como en un templo. Mientras aún es tiempo; mientras aún es de día, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a su plenitud entre nosotros, antes de que se apaguen nuestros ojos y que, ya no habiendo más oportunidad, en lugar de ser parte de la Construcción de la Jerusalén celeste, nos derrumbemos irremediablemente por no haber aprovechado el día y el año de Gracia del Señor en nosotros. En esta Eucaristía el Señor se nos convierte en una nueva oportunidad que nos da para unirnos a Él. Él no quiere que sólo nos quedemos contemplándolo; Él quiere hacer su morada en nosotros para que seamos convertidos en un instrumento de su amor para todos los hombres. Por eso hemos de escuchar su Palabra con actitud de discípulos fieles, que no sólo entienden el mensaje de Dios, sino que son los primeros en vivirlo. La Iglesia de Cristo, unida a su Señor, no sólo es consciente de su presencia entre nosotros; es consciente, también, de que el Señor la ha convertido en presencia suya en el mundo. Por eso la Comunión de Vida con el Señor, fortalecida día a día en la Celebración Eucarística, debe hacer resplandecer a la Iglesia con la misma luz de Cristo para todos los pueblos. No seamos de aquellos que, habiéndose acercado a la luz, continúan en sus maldades y pecados, convirtiéndose en ocasión de escándalo para los demás. Si vivimos nuestra unión con el Señor seamos luz para nuestros hermanos, como Él lo es para con nosotros. ¿Trabajamos constantemente por erradicar el mal en el mundo? Si hemos tomado ese compromiso de Cristo como nuestro, no podemos actuar con violencia tratando de hacer que los demás se unan a Cristo y le permanezcan fieles por la fuerza. Erradicar el mal que hay en el mundo significa que la Iglesia de Cristo vive, cada día de un modo más perfecto, el mensaje de salvación que su Señor le ha confiado. Y lo vive en los diversos ambientes en que se desarrolle la existencia de los diversos miembros que la conforman. Así va actuando con el silencio efectivo de quien se ha convertido, por la presencia del Espíritu Santo en su interior, en fermento de santidad en el mundo. Ojalá y nuestro compromiso con el Señor vaya un poco más allá, preparándonos adecuadamente para colaborar en las diversas acciones pastorales y de catequesis en sus diversos niveles, para que no sólo demos testimonio con nuestra vida, sino para que, con nuestras palabras, colaboremos para que el anuncio del Evangelio y la profundización en el mismo, haga que el Señor sea cada vez más conocido, para ser cada vez más amado. Así, realmente, todos podremos aprovechar la oportunidad que Dios nos da para alcanzar la perfección en Cristo. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivirle fieles y de proclamar su Nombre a todas las naciones mediante nuestras palabras y, sobre todo, mediante una vida y conducta intachables. Amén (www.homiliacatolica.com).
miércoles, 16 de noviembre de 2011
martes, 15 de noviembre de 2011
Miércoles de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. En el martirio se revela Dios creador, redentor, y la resurrección de la carne… “El creador del univer
Miércoles de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. En el martirio se revela Dios creador, redentor, y la resurrección de la carne… “El creador del universo os devolverá el aliento y la vida”. Jesús nos habla de hacer rendir la vida a través de imágenes: “¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?”
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1.20-31. En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua: -«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley.» Antioco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo, no sólo con palabras, sino que le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le darla algún cargo. Pero como el muchacho no hacia ningún caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma: «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.» Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: -«¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios.»
Salmo 16,1.5-6.8.15. R. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.
Evangelio según san Lucas 19,11-28. En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro. Dijo, pues: -«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo." Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: "No queremos que él sea nuestro rey." Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: "Señor, tu onza ha producido diez." Él le contestó: "Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades." El segundo llegó y dijo: "Tu onza, señor, ha producido cinco." A ése le dijo también: "Pues toma tú el mando de cinco ciudades." El otro llegó y dijo: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras." Él le contestó: "Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses." Entonces dijo a los presentes: "Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez." Le replicaron: "Señor, si ya tiene diez onzas." "Os digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.' Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia."» Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Comentario: 1.- 2M 7,1.20-31. Ayer era un anciano, Eleazar, el que nos daba sorprendente testimonio de entereza y de virtud. Hoy es una madre con sus siete hijos la que todavía nos asombra más con su lucidez y valentía. Seguimos en la persecución de Antíoco IV que, con una mezcla de halagos y amenazas, intenta seducir a los israelitas y conducirlos a la "religión oficial" pagana, olvidando la Alianza con Dios. Muchos se resistieron, pero "ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor". De nuevo, lo principal no es lo de comer o no la carne prohibida, sino mantenerse fieles al conjunto de la alianza de Dios. Es magnífica la catequesis que la valiente mujer dedica a sus hijos sobre el poder y la misericordia del Dios creador, y también sobre el más allá de la muerte, del que éste es uno de los pocos libros del AT que tienen idea clara. Así les anima al martirio con la esperanza de que Dios sabrá recompensarles: "él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida".
Tal vez a nosotros no se nos presenta la ocasión de dar testimonio con el admirable heroísmo que vemos en Eleazar y en la madre y sus siete hijos. Pero a veces lo que falta en intensidad con una muerte de mártires, puede tener equivalencia en una vida de mártires: una conducta perseverante, fiel a Dios, resistiendo a la presión del ambiente. También para ir contra corriente, un cristiano o una familia necesitan un cierto heroísmo. Lo mismo que una comunidad religiosa que hace votos de seguir a Cristo en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que son realmente contrarios a las tendencias que prevalecen en el mundo (tener, gozar, mandar). Ojalá podamos hoy, además de cantarlo después de la primera lectura, rezar luego por nuestra cuenta, más detenidamente, el salmo de confianza: "mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos... yo te invoco, inclina el oído y escucha mis palabras... guárdame como a las niñas de tus ojos, y al despertar me saciaré de tu semblante". Meditaremos, hoy, una segunda escena de martirio: siete hijos, siete hermanos, torturados bajo la mirada de la madre. Sabemos, por desgracia, que esto es posible, que esto se ha hecho también en nuestra época. Nos gustaría no leer tales páginas, cerrar los ojos ante las torturas. Sin embargo, es necesario. Te ruego, Señor, por todos los verdugos y por todos los torturados. Te ruego, Señor, por todos los perseguidores y los perseguidos. Y te ruego, Señor, por todos los que callan, los que permanecen indiferentes, tranquilos y a sus anchas mientras algunos hombres mueren en algún lugar en guerra, muy próxima quizá... ¿No seré yo uno de éstos, Señor? ¡Oh cuán difícil es ser cristiano hasta el final! ¿Cuál es la parte de participación con el sufrimiento del mundo que tú esperas de nosotros, Señor, a fin de no quedarnos al margen, y para que seamos solidarios?
-La madre vio morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día... Todo el dolor del mundo en esta sola imagen. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué suceden tales cosas? Con lágrimas y como un clamor, la humanidad te hace esta pregunta. Sí, conozco tu respuesta: no es una bella palabra tranquilizadora, no es una idea, no es una solución a un problema... es tu venida. Has venido en la carne. Has tomado sobre Ti lo necesario para "desangrarte", "ser flagelado", "morir" y resucitar. Pero, repitenoslo, Señor. Repítenos que no te quedas «fuera del dolor y la pena» de los hombres, que tú estás dentro, que la compartes... Que Tú la comprendes, que sabes lo que es ser anonadado, sufrir. agonizar. Repítenos que hemos de tomar nuestra parte en tu seguimiento. Repítenos que Tú quieres la vida y la resurrección. Repítenos que la muerte no es más que un momento, un pasaje.
-La madre decía: "No fui yo quien os dio el espíritu y la vida... Sino el Creador del mundo que modela al niño, que preside su origen y el de toda cosa... Yo te llevé nueve meses en mi seno, te amamanté, te alimenté, te crié... Mira el cielo y la tierra; y sepas que Dios hizo todo esto..." Ante el absurdo de la muerte y del mal, ésta era la pura reacción de los judíos más conscientes -fue también la de Job-: no comprendemos, Señor, pero confiamos en Ti. No podemos pedir cuentas a Dios. Es el más Fuerte, el más Inteligente, el más Sabio, es el Creador. Incluso, si no lo entiendo todo, ¡sin embargo es El quien debe tener razón de haber hecho el mundo tal como lo hizo! Finalmente, esta actitud no es una abdicación. Es la única actitud razonable. Si lo comprendiéramos todo, seríamos «Dios». ¡Y evidentemente sabemos que no lo somos! Y los misterios complejos de la fecundidad, de la biología, de la genética, son de los que nos ponen delante de esta humildad radical. Esa madre que dio al mundo siete hijos lo sabe bien: se sabe muy pequeña ante los misterios que se cumplieron en ella. Y esto la ayuda a comprender que hay otros muchos misterios, para los cuales, hay también que confiar plenamente en Dios.
-No temas a este verdugo, hijo mío. Acepta la muerte para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia... Fe en la resurrección. Respuesta final (Noel Quesson).
La narración llega a su punto culminante de emoción y de síntesis doctrinal. Las palabras de la madre, aunque formuladas en un lenguaje excesivamente filosófico, son maternales: cree que Dios puede resucitar a los hombres, aunque no sabe cómo lo hará, porque tampoco sabe cómo ha hecho en ella la maravilla de la generación. Se nota un crescendo en la obra creadora de Dios. La idea de un Dios creador y gobernador del mundo no podía expresarse con más fuerza ni más palpablemente que con el ejemplo de la transmisión de la vida y de la aparición constante de almas inmortales. Sólo faltaba la expresión técnica. Esta llega al final: creación de la nada. Es la primera vez que la Biblia la afirma explícitamente, si bien ya en Gn (1,1) está implícita. El discurso del hermano pequeño es un resumen de lo que han dicho los otros seis: al perseguidor le espera un castigo, mientras que los mártires tienen reservada una vida eterna.
El judaísmo posterior guardó el recuerdo del martirio de esta familia, juntamente con el de Eleazar. A comienzos del siglo I d. C., un judío helenista aprovechará la narración para ampliarla en el llamado libro IV de los Macabeos; hace de estos hermanos un símbolo de la capacidad de la razón para dominar los instintos, presentándolos como unos filósofos que demuestran con argumentos la superioridad de la razón sobre las pasiones, mientras que el elemento religioso pasa a segundo término y, en algunos momentos, desaparece por completo. La progresiva disminución de la importancia de este relato en el judaísmo no se debió a las dudas sobre su historicidad, sino al hecho de que en la teología judía siempre ha tenido una importancia relativa la salvación individual. Para los antiguos rabinos, el sacrificio de la vida sólo es admisible cuando hay motivos proporcionados, como el bien de la comunidad o la conservación de la ley. En el cristianismo, por el contrario, sobre todo durante el período de las persecuciones, estos mártires judíos fueron tenidos en gran veneración. La Iglesia ve en ellos un ejemplo sublime de profesión de fe. Es la visión del martirio como un medio heroico de santificación personal (J. Aragonés Llebaria).
La escena se desarrolla en una forma dramática y filosófica al modo de los diálogos de Platón diría yo, de manera que los hermanos van desglosando aspectos de la verdad, y aquí tomo nota de la Biblia de Navarra: “el primero afirma que los justos prefieren morir antes que pecar (v 2) porque Dios les premiará (v 6); el segundo, que Dios les resucitará a una vida nueva (v 9); el tercero, que resucitarán con sus cuerpos rehechos (v 11); el cuarto, que para los malvados no habrá “resurrección de la vida” (v 14); el quinto, que para los malvados habrá castigo (v 17); y el sexto, que cuando el justo sufre se debe a que es castigado por el pecado (v 18)”, doctrina como sabemos esta última corregida por Jesús, y en el último se afirma que “la muerte aceptada por los justos tiene un valor expiatorio a favor de todo el pueblo (v 37-38). La resurrección de los muertos que ‘fue revelada progresivamente por Dios a su pueblo’ (Catecismo 992) se apoya primero en las palabras de Moisés acerca de que Dios consolará a sus siervos (v 6; cf Dt 32,36), y si éstos mueren prematuramente recibirán el consuelo en la otra vida… en el razonamiento de la madre (vv 27-28) la fe en la resurrección se impone ‘como una consecuencia intrínseca de la fe un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo’ (id, 992). Nuestro Señor Jesucristo ratifica la resurrección de los muertos y la une a la fe en Él (cf Jn 5,24-25; 11,25); al mismo tiempo purifica la representación de la resurrección que tenían los fariseos, resultado de una interpretación meramente materialista (cf Mc 12,18-27; 1 Co 15,35-53).
En las palabras de aquella madre (v 28) aparece también la fe en la creación desde la nada ‘como una verdad llena de promesa y de esperanza’ (Catecismo 297)”.
Dios crea “de la nada”
296: “Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf Cc Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina (cf Cc Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente "de la nada" (DS 800; 3025): ‘¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere’ (S. Teófilo de Antioquía, Autol. 2,4).
297: La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: ‘Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia’ (2 M 7,22-23.28).
298: Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf 2 Co 4,6)”.
“La afirmación del valor expiatorio de la muerte de los mártires, expresada en las palabras del último de los hermanos (vv 37-38), nos prepara para comprender el valor redentor de la muerte de Jesucristo. Auqneu hemos de tener en cuenta que Cristo, con su muerte, no sólo detiene el castigo merecido por todos los hombres, sino que, por su gracia, hace justos ante Dios a los hombres pecadores (cf Rm 3,21-26). Muchos santos Padres elogiaron estos mártires y su madre, su moderación: “igualémosla nosotros con la paciencia y la templanza contra las concupiscencias irracionales, contra la ira, la avaricia de las riquezas, las pasiones del cuerpo, la vanagloria y todas las otras semejantes. Pues si dominamos su llama, como aquellos dominaron la del fuego, podremos estar cerca de ellos y ser participantes de su confianza y libertad” (S. Juan Crisóstomo).
El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea Dios!, pues si para el Señor vivimos, también para Él morimos, pues ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros. Él nos creó; y Él nos llama a la vida eterna. Seamos fieles al Señor; no juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios y al Demonio. Si somos del Señor, vivamos para Él. Reafirmemos nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; pues si Dios tiene el poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para resucitar, para la vida eterna junto a Él, a quienes le vivamos fieles. No causemos mal a nadie; no los persigamos, no les hagamos la guerra, no los asesinemos si no queremos, al final enfrentar el juicio de Dios, como hoy nos lo hace saber la Palabra de Dios por medio del hijo menor de aquella mujer que vio morir a sus siete hijos en un sólo día, por ser fieles a la Ley Santa de Dios.
2. Hallándose David en grave apuro y gran peligro, debido a la maldad de sus enemigos, se dirige en oración a Dios en este salmo, buscando refugio en Él. I. Apela a Dios con respecto a su propia inte-gridad (vv. 1-4). II. Ruega a Dios que le sostenga en ella y que le preserve de la malevolencia de sus enemigos (vv. 5-8, 13). III. Describe el carácter de sus enemigos, para, basándose en ello, rogar a Dios que le proteja (vv. 9-12, 14). IV. Se consuela con la esperanza de su futura dicha (v. 15).
Versículos 1-7. Este salmo es una oración; hay tiempo para alabar y tiempo para orar. David era ahora perseguido, probablemente por Saúl (comp. 1 de Samuel. 23,25 y ss.). Se dirige a Dios en estos versículos, tanto para apelar en favor de su propia causa (v. 1): «Oye, oh Yahweh, una causa justa», como para pedir que le escuche (v. 1): «Está atento a mi clamor»; y, de nuevo (v. 6):«Inclina a mí tu oído, escucha mi palabra». David hablaba sinceramente (v. 1): «Escucha mi oración hecha de labios sin engaño». Nos servirá de gran consuelo, cuando nos sobrevenga algún apuro, tener en movimiento las ruedas de la oración, pues así podremos acudir con mayor confianza al trono de la gracia. Su fe le animaba a esperar que Dios tomaría nota de sus oraciones (v. 6): «...por cuanto tú me oyes,...inclina a mí tu oído».
1). David dirige su apelación a la corte de los cielos: «Señor, presta atención a la justicia de mi causa, porque Saúl está tan dominado por la pasión y el prejuicio que no querrá escucharme.
2). Pide experimentar la buena obra de Dios en él, como evidencia de la buena voluntad de Dios hacia él y para continuar disfrutando de la benevolencia de Dios hacia él:
(A) Ora para que Dios efectúe en él su obra de gracia (v. 5): «Sustenta mis pasos en tus caminos. Señor, por tu gracia, me he guardado de las sendas de los violentos; con esa misma gracia, haz que sea guardado en tus caminos».
Versículos 8-15
1. Veamos lo que pide aquí David:
(A). Ser protegido él mismo (v. 8): «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas». Los hombres protegen como pueden (y para eso nos ha provisto Dios con la barrera de los párpados) las pupilas de sus ojos, pues si ellas se dañan sobreviene la ceguera. Si nosotros guardamos la ley de Dios como las niñas de nuestros ojos (Pr. 7,2), podemos esperar que Dios nos guarde como la niña de su ojo, pues, por Zac. 2,8, nos dice que «el que toca a los suyos, toca a la niña de su ojo». Ruega también David que Dios le guarde con la misma ternura con que la gallina protege bajo sus alas a los polluelos (v 8b, comp. con Mt 23,37, donde Cristo emplea esa comparación). El símil expresa una protección solicita y amorosa (Sal 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4. V también Dt 32,11. La imagen frecuente en el A.T. es la del águila, mientras que en el N.T. predominan la de la paloma y la de la gallina.) También podría entenderse, como hacen algunos, en alusión a las alas de los querubines de sobre el propiciatorio. M. Henry —nota del traductor— lo da como alternativa posible. Dice Arconada: «La tendencia cúltica pone esta frase en relación con las alas de los querubes del arca (Briggs, Weiser)».
2. Es una oración llena de confianza, a fin de animar su propia fe en esas peticiones, y se hace hincapíe a la dependencia que el salmista mantiene con respecto a Dios como a su porción y fuente de su felicidad. «Ellos tienen su porción en esta vida en las cosas del mundo —viene a decir David—, pero en cuanto a mí (v. 15), en justicia contemplaré tu rostro (lit.) —«en justicia»= haciendo lo que es justo, ya desde la mañana (v. Sal. 101,8)—; al despertar, me saciaré de tu semblante». Este v. puede entenderse de dos maneras: (a) Conforme al corriente uso bíblico, «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo «despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a la resurrección. Esta es la opinión del traductor. En cambio, Arconada y el propio M. Henry entienden la primera parte del v. como indicación de la visión de Dios en la gloria del cielo; y lo de «despertar», como referencia explícita a la resurrección, de acuerdo con lugares como Dan. 12,2.
Dice GS 19: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención. La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”.
Muchos males tiene que soportar el justo; pues el oro es acrisolado en el fuego, y el justo lo es en el sufrimiento. Así entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La Escritura nos dice: Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate para el sacrificio. Si hemos puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya formando hasta lograr la perfección, llegando a ser conforme a la imagen de su propio Hijo. Dejemos que vaya haciendo su voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma en que el alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el dolor, en la prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos firmes en los caminos de Dios para que contemplemos su Rostro; y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de la muerte, el Señor nos despierte para saciarnos eternamente de su vista.
3.- Lc 19,11-28. La parábola de las diez onzas de oro que hay que hacer fructificar tiene, según Lucas, una intención: "estaban cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". Lo del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que, mientras llegue ese momento -la vuelta del rey no parece inminente-, se trabaje: "negociad mientras vuelvo". Tampoco es decisivo si con las diez monedas uno ha conseguido otras diez, o sólo cinco. Lo que no hay que hacer es "guardarlas en un pañuelo", dejándolas improductivas. La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta. Cuenta Flavio Josefo que hacia el 4-3 a.C., tras la muerte de Herodes, su hijo Arquelao fue a Roma a recibir su confirmación e título real, y ante su crueldad algunos judíos fueron al César para que no se la concediese. Algunos hombres de Arquelao protegieron sus propiedades mientras estaba fuera (mina es una unidad contable = 570 gramos de plata = 100 dracmas). Esta parábola, enriquecida con otros motivos, aparece en Mt como la de los talentos. Jesús supera la visión mesiánica de reinados de este mundo, sitúa su reino a otro nivel, enseña que vendrá como Rey, que reinará y juzgará. Además, que sus servidores no han de preocuparse por los enemigos del Reino (v 14), sino hacer fructificar la herencia que les ha encomendado. Si sabemos apreciar los tesoros que nos ha encomendado (vida, fe, gracia…) pondremos empeño en hacerlos fructificar: “Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón” (S. Josemaría Escrivá).
Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido -vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte: todos tenemos algún don- los hemos de trabajar, porque somos administradores, no dueños. Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de "empleado holgazán" que ha ido a lo fácil y no ha hecho rendir lo que se le había encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad, no tanto si hemos conseguido diez o sólo cinco. Lo que no podemos hacer es aducir argumentos para tapar nuestra pereza (el siervo holgazán poco menos que echa la culpa al mismo rey de su inoperancia). ¿Qué estamos haciendo de la fe, del Bautismo, de la Palabra, de la Eucaristía? ¿qué fruto estamos sacando, en honor de Dios y bien de la comunidad, de esa moneda de oro que es nuestra vida, la humana y la cristiana? Ojalá al final todos oigamos las palabras de un Juez sonriente: "muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor" (J. Aldazábal).
A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le concederá el discernimiento de todos los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos existentes fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias, incluso con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todas las demás cosas. Al que tiene la alegría del Evangelio se le dará la intuición del sentido de la verdad que puede haber en otras religiones. Por el contrario, al que no tenga se le quitará aun lo poco que tenga. Al que posee poca alegría del Evangelio se le irá de las manos la capacidad de diálogo y se obstinará en la defensa a ultranza de lo poco que posee, se cerrará dentro de sí mismo, entrará en liza con los demás por temor a perder lo poco que tiene. Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La poca alegría del Evangelio es causa de mezquindad y de tristeza en todos los terrenos de la vida eclesiástica y social, produce corazones encogidos y es causa de absurdas discusiones sobre auténticas nimiedades (Carlo M. Martini).
-Cuando la gente escuchaba las palabras de Jesús -anunciando que la salvación había venido para Zaqueo-, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén, lo que hacía creer que el reino de Dios iba a apuntar de un momento a otro. Pascua está cerca. Multitud de peregrinos suben para celebrarla. Es el aniversario de la Liberación de Egipto. Todo el mundo se imagina que ha llegado para Jesús la hora del triunfo, y que el Reino de Dios «aparecerá de modo visible»... quizá dentro de pocas horas se aclamará al «Hijo de David» con ramos verdes en las manos. Los discípulos de Emaús, dentro de diez días, decepcionados dirán: «Nosotros esperábamos que era aquél que había de liberar Israel» (Lc 24,21)... y, cincuenta días más tarde, los Doce, le preguntarán aún: ¿Es ahora que vas a restablecer la realeza en Israel?» (Hch 1,6). En el tiempo en que Lucas escribía su evangelio, algunos burlones seguían dudando: «¿Qué hay de la promesa de su venida? Nuestros padres murieron y desde entonces todo sigue como desde que empezó el mundo (2 P 3,4) ¡Pues, sí! Dios parece hacerse esperar. No es muy visible el esplendor de su Reino. ¡Dios, muéstrate! ¡Muestra quién eres! ¿Cuándo vas, por fin, a reinar verdaderamente? Escuchemos la respuesta de Jesús a esa pregunta capital.
-Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, encargándoles: «Negociad, mientras vuelvo...» ¡Los contemporáneos de Jesús esperaban un Reino muy inmediato! Jesús les hace comprender que habrá antes un plazo, una demora, durante la cual nos confía unas responsabilidades.No hay que «soñar», hay que «negociar»... Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron detrás de él una delegación que dijese: «¡No queremos a éste por Rey!" Los contemporáneos de Jesús hubieran querido un Reino esplendoroso, vencedor. Jesús les da a entender que antes de su inauguración, habrá una revuelta contra ese «rey»: «¡Fuera ese! ¡suéltanos a Barrabás!» (Lc 23,18). La Pasión de Dios... El rechazo de Dios es un fenómeno histórico inquietante. Jesús lo anunció. Es un fenómeno actual, un hecho de todos los tiempos. Por otra parte, Jesús tenía en cuenta un acontecimiento histórico reciente: Arquelao, de quien precisamente dependía la ciudad de Jericó, había ido a Roma para pedir el título de Rey al Emperador Augusto... una delegación judía de cincuenta notables intrigó para que no le fuera concedido tal título...
-Cuando volvió mandó llamar a los empleados para enterarse de lo que había ganado cada uno con lo que había recibido... Además de los detalles propios de Lucas volvemos a encontrar, más o menos, la trama de la «parábola de los talentos» relatada por san Mateo en un contexto escatológico equivalente. El tiempo que precede al «Reino de Dios aparente» es un tiempo en el que Dios reina ya, pero no de modo visible. Es el tiempo de la persecución. Es el tiempo de la fidelidad en la prueba. El tiempo de la perseverancia. Es el tiempo del trabajo para Dios: de «negociar, de hacer fructificar lo que se nos ha confiado» Es el tiempo de ser fiel en «las cosas pequeñas» (Lc 16,10) en la espera de recibir mayores responsabilidades: los empleados, que negociaron bien una moneda de plata, obtuvieron el gobierno de una ciudad. Es el tiempo de la Iglesia. Es el DÍA de HOY (Noel Quesson).
Los que caminan con Jesús van haciendo cuentas de lo que ocurrirá en Jerusalén cuando el profeta llegue y derribe el poder establecido para imponer un nuevo gobierno. Pero, Jesús no tiene la misma idea, por eso les propone una comparación. La comparación de las diez monedas contradice las ideas que sus seguidores tenían respecto al Mesías. Ellos esperaban un gobernante poderoso e invencible que desafiara al sanedrín y expulsara a los romanos. La parábola, sin embargo, nos habla de un rey rechazado por su pueblo que se marcha a otro país. Al momento de irse, encarga su fortuna a diez empleados. Cuando regresa los llama para que le den cuentas. Se presentan tres empleados con actitudes diferentes: el primero ha sabido aprovechar los recursos y los ha multiplicado; el segundo con esfuerzo ha quintuplicado el valor original; pero el último, se presenta a desafiar la autoridad del rey con una actitud negligente y despectiva. Este empleado estima en poco la confianza que en él ha depositado el rey y fanfarronea con los defectos del gobernante. La respuesta del rey no se hace esperar: el negligente perderá todo, en cambio, el diligente incrementará el patrimonio.
Esta parábola se aplica a los seguidores de Jesús. El Maestro ha confiado a su Iglesia unos ministerios, unos dones. Algunos los hacen fructificar en servicios, solidaridad y fortalecimiento de las organizaciones eclesiales. Otros, sólo esperan que su ministerio les sirva como un simple título de prestigio. Al final, todos son llamados a rendir cuentas. Los que hicieron del ministerio un camino para hacer crecer el Reino y para producir frutos de solidaridad verán el fruto de sus buenas obras. Los que fueron negligentes con su ministerio y lo sepultaron bajo toneladas de pereza y apatía, verán cómo su nombre desaparece de entre la comunidad. La parábola nos dice que no podemos esperar únicamente un Mesías de gloria, que dé nombre y lustre a sus seguidores. Debemos esperar a un Maestro preocupado de que sus discípulos crezcan y produzcan los frutos del Reino: servicio, solidaridad y Justicia (servicio bíblico latinoamericano).
El evangelio que se lee hoy en la liturgia -y que cierra la sección del camino- consta de una parábola y de un dicho de Jesús añadido al final. La parábola tiene gran semejanza con la de los talentos (cf Mt 25,14-30) que hemos proclamado precisamente este domingo pasado. Es una llamada a trabajar en el tiempo que falta hasta la venida del Señor. Un hombre que emprende un viaje reparte entre sus empleados diez onzas de oro y les pide que negocien con ellas durante su ausencia. A su vuelta, investiga lo que han hecho tres de ellos. Los dos primeros han hecho que la onza produjese. En premio, reciben el mando sobre diez y cinco ciudades respectivamente. Al tercero se le quita libra y se le entrega al que tenía diez. El mensaje es claro. Se trata de una exhortación a los discípulos para que estén vigilantes ante la venida del Señor y, mientras, saquen partido de lo que se les ha concedido gratuitamente. La recompensa por esta creatividad irá siempre más allá de lo estrictamente merecido. Con esta parábola Lucas pretende, una vez más, corregir la expectativa popular de una aparición inminente del Reino.
Tenemos que ser creativos hasta que el Señor vuelva. Él nos concede sus dones para seguir construyendo su proyecto del Reino. Hace de nosotros pequeños creadores. Puede que la cultura actual sea una fábrica de pasividad, pero los hombres y las mujeres seguimos siendo genéticamente creativos. Si no lo fuéramos moriríamos. Forma parte del equipaje con que venimos al mundo para enfrentarnos a este mundo complejo.
¿Qué es lo que descubrimos al investigar en qué consiste la creatividad humana? Que las respuestas nuevas hunden sus raíces en las respuestas aprendidas. Un pensador europeo decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria. Gran parte de las operaciones que llamamos "creadoras" se fundan en una hábil explotación de la memoria. Si esto es así, la desvinculación de las raíces, la falta de profundidad… impide la creatividad. La reduce a mera ocurrencia superficial. Cuando se elimina la memoria se elimina la creatividad profunda, y ese hueco hay que rellenarlo, entonces, con el disfrute, con el consumo. Tal vez el hedonismo ambiental sea sólo la búsqueda desesperada de una "exaltación" (fácil pero efímera) que pugna por ocupar el lugar de la "exultación" (ardua pero duradera) que podríamos haber logrado por la vía de la creatividad. Pero, ¿cómo ser creativos cuando nos borran las huellas de la memoria, cuando nos quitan las herramientas del aprendizaje paciente?
Para consumir basta con introducir una moneda en una máquina y extraer una lata de bebida. O apretar un botón del telemando y sintonizar un canal de televisión. Para crear es preciso cargar la memoria, adiestrarla, trabajar sobre ella. Tocar un instrumento musical exige horas interminables de ensayo. Muchos de los que empiezan se quedan a medio camino. Practicar bien un deporte requiere días de entrenamiento. Pocos resisten. Lo importante no es sólo la ascética de la resistencia sino la constancia para realizar un buen equipamiento. Las muchas acciones de "usar y tirar" sobrecargan el psiquismo y no consiguen hacernos creativos.
Hacer producir nuestras onzas de oro exige un entrenamiento constante y el coraje de asumir riesgos. Jesús alaba más la capacidad de arriesgarse (aunque implique errores) que los "aciertos" de quien permanece cómodamente instalado (Josep Rius-Camps).
Jesús va al frente de sus discípulos. Se encamina hacia Jerusalén donde será nombrado Rey por su Padre Dios. No serán tanto las aclamaciones que recibirá en su entrada gloriosa a Jerusalén entre Vivas y Hosannas; no será tanto aquella burla inferida por los soldados cuando le hagan rey de burla; no será tanto aquel letrero que se mandará poner en lo alto de la cruz y en que estará escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. Será Aquella Glorificación que le dé el Padre Dios por su filial obediencia. Y esto mismo es lo que el Señor espera de quienes vamos tras sus huellas. Él nos confió el anuncio del Evangelio que, como una buena semilla que se siembra en el campo, ha de producir más y más fruto, hasta que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. No podemos haber recibido la salvación y querer disfrutarla de un modo particularista e intimista. No podemos envolverla en el pañuelo de nuestra propia piel; la luz que el Señor nos dio no puede esconderse cobardemente debajo de una olla de barro. El Señor nos quiere apóstoles que, con la valentía que nos viene de su Espíritu Santo en nosotros, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza. Quien no lo haga se estará comparando a aquellos hombres que rechazaron al Señor y no lo quisieron como Rey en su vida, y sufrirá la misma suerte de rechazo dada a ellos… El tesoro de la Palabra de Dios, de su Vida que nos salva y de la comunión fraterna que nos une como hijos de Dios, no puede quedarse encerrada en nosotros de un modo cobarde. Dios confió a su Iglesia la salvación para que la haga llegar a todos los hombres. A cada uno corresponde, en el ambiente en que se desarrolle su vida, dar testimonio del Señor para conducir a sus hermanos a un verdadero encuentro con Dios y lograr, así, un compromiso personal con Él. No podemos buscar al Señor para que nos ilumine con su presencia, y después dedicarnos a ser tinieblas para los demás con actitudes contrarias a nuestra fe y al amor, que ha de manifestarse con las buenas obras, dando razón de nuestra esperanza. Vivamos con autenticidad nuestro compromiso con el Señor, aun cuando por ello tengamos que sufrir burlas, persecución o muerte. Tengamos firme nuestra esperanza en que el Señor, por serle fieles y dar testimonio de Él proclamando su amor a todos, al final nos resucitará para que contemplemos su Rostro y seamos coherederos, junto con su Hijo, de la Gloria que ha reservado a los suyos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fidelidad a Cristo, trabajando constantemente para que su Reino esté en nosotros y, por medio de su Iglesia, lo haga llegar a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Amén (www.homiliacatolica.com; textos sacados de mercaba; Llucià Pou 2009).
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1.20-31. En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua: -«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley.» Antioco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo, no sólo con palabras, sino que le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le darla algún cargo. Pero como el muchacho no hacia ningún caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma: «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.» Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: -«¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios.»
Salmo 16,1.5-6.8.15. R. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.
Evangelio según san Lucas 19,11-28. En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro. Dijo, pues: -«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo." Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: "No queremos que él sea nuestro rey." Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: "Señor, tu onza ha producido diez." Él le contestó: "Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades." El segundo llegó y dijo: "Tu onza, señor, ha producido cinco." A ése le dijo también: "Pues toma tú el mando de cinco ciudades." El otro llegó y dijo: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras." Él le contestó: "Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses." Entonces dijo a los presentes: "Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez." Le replicaron: "Señor, si ya tiene diez onzas." "Os digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.' Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia."» Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Comentario: 1.- 2M 7,1.20-31. Ayer era un anciano, Eleazar, el que nos daba sorprendente testimonio de entereza y de virtud. Hoy es una madre con sus siete hijos la que todavía nos asombra más con su lucidez y valentía. Seguimos en la persecución de Antíoco IV que, con una mezcla de halagos y amenazas, intenta seducir a los israelitas y conducirlos a la "religión oficial" pagana, olvidando la Alianza con Dios. Muchos se resistieron, pero "ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor". De nuevo, lo principal no es lo de comer o no la carne prohibida, sino mantenerse fieles al conjunto de la alianza de Dios. Es magnífica la catequesis que la valiente mujer dedica a sus hijos sobre el poder y la misericordia del Dios creador, y también sobre el más allá de la muerte, del que éste es uno de los pocos libros del AT que tienen idea clara. Así les anima al martirio con la esperanza de que Dios sabrá recompensarles: "él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida".
Tal vez a nosotros no se nos presenta la ocasión de dar testimonio con el admirable heroísmo que vemos en Eleazar y en la madre y sus siete hijos. Pero a veces lo que falta en intensidad con una muerte de mártires, puede tener equivalencia en una vida de mártires: una conducta perseverante, fiel a Dios, resistiendo a la presión del ambiente. También para ir contra corriente, un cristiano o una familia necesitan un cierto heroísmo. Lo mismo que una comunidad religiosa que hace votos de seguir a Cristo en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que son realmente contrarios a las tendencias que prevalecen en el mundo (tener, gozar, mandar). Ojalá podamos hoy, además de cantarlo después de la primera lectura, rezar luego por nuestra cuenta, más detenidamente, el salmo de confianza: "mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos... yo te invoco, inclina el oído y escucha mis palabras... guárdame como a las niñas de tus ojos, y al despertar me saciaré de tu semblante". Meditaremos, hoy, una segunda escena de martirio: siete hijos, siete hermanos, torturados bajo la mirada de la madre. Sabemos, por desgracia, que esto es posible, que esto se ha hecho también en nuestra época. Nos gustaría no leer tales páginas, cerrar los ojos ante las torturas. Sin embargo, es necesario. Te ruego, Señor, por todos los verdugos y por todos los torturados. Te ruego, Señor, por todos los perseguidores y los perseguidos. Y te ruego, Señor, por todos los que callan, los que permanecen indiferentes, tranquilos y a sus anchas mientras algunos hombres mueren en algún lugar en guerra, muy próxima quizá... ¿No seré yo uno de éstos, Señor? ¡Oh cuán difícil es ser cristiano hasta el final! ¿Cuál es la parte de participación con el sufrimiento del mundo que tú esperas de nosotros, Señor, a fin de no quedarnos al margen, y para que seamos solidarios?
-La madre vio morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día... Todo el dolor del mundo en esta sola imagen. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué suceden tales cosas? Con lágrimas y como un clamor, la humanidad te hace esta pregunta. Sí, conozco tu respuesta: no es una bella palabra tranquilizadora, no es una idea, no es una solución a un problema... es tu venida. Has venido en la carne. Has tomado sobre Ti lo necesario para "desangrarte", "ser flagelado", "morir" y resucitar. Pero, repitenoslo, Señor. Repítenos que no te quedas «fuera del dolor y la pena» de los hombres, que tú estás dentro, que la compartes... Que Tú la comprendes, que sabes lo que es ser anonadado, sufrir. agonizar. Repítenos que hemos de tomar nuestra parte en tu seguimiento. Repítenos que Tú quieres la vida y la resurrección. Repítenos que la muerte no es más que un momento, un pasaje.
-La madre decía: "No fui yo quien os dio el espíritu y la vida... Sino el Creador del mundo que modela al niño, que preside su origen y el de toda cosa... Yo te llevé nueve meses en mi seno, te amamanté, te alimenté, te crié... Mira el cielo y la tierra; y sepas que Dios hizo todo esto..." Ante el absurdo de la muerte y del mal, ésta era la pura reacción de los judíos más conscientes -fue también la de Job-: no comprendemos, Señor, pero confiamos en Ti. No podemos pedir cuentas a Dios. Es el más Fuerte, el más Inteligente, el más Sabio, es el Creador. Incluso, si no lo entiendo todo, ¡sin embargo es El quien debe tener razón de haber hecho el mundo tal como lo hizo! Finalmente, esta actitud no es una abdicación. Es la única actitud razonable. Si lo comprendiéramos todo, seríamos «Dios». ¡Y evidentemente sabemos que no lo somos! Y los misterios complejos de la fecundidad, de la biología, de la genética, son de los que nos ponen delante de esta humildad radical. Esa madre que dio al mundo siete hijos lo sabe bien: se sabe muy pequeña ante los misterios que se cumplieron en ella. Y esto la ayuda a comprender que hay otros muchos misterios, para los cuales, hay también que confiar plenamente en Dios.
-No temas a este verdugo, hijo mío. Acepta la muerte para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia... Fe en la resurrección. Respuesta final (Noel Quesson).
La narración llega a su punto culminante de emoción y de síntesis doctrinal. Las palabras de la madre, aunque formuladas en un lenguaje excesivamente filosófico, son maternales: cree que Dios puede resucitar a los hombres, aunque no sabe cómo lo hará, porque tampoco sabe cómo ha hecho en ella la maravilla de la generación. Se nota un crescendo en la obra creadora de Dios. La idea de un Dios creador y gobernador del mundo no podía expresarse con más fuerza ni más palpablemente que con el ejemplo de la transmisión de la vida y de la aparición constante de almas inmortales. Sólo faltaba la expresión técnica. Esta llega al final: creación de la nada. Es la primera vez que la Biblia la afirma explícitamente, si bien ya en Gn (1,1) está implícita. El discurso del hermano pequeño es un resumen de lo que han dicho los otros seis: al perseguidor le espera un castigo, mientras que los mártires tienen reservada una vida eterna.
El judaísmo posterior guardó el recuerdo del martirio de esta familia, juntamente con el de Eleazar. A comienzos del siglo I d. C., un judío helenista aprovechará la narración para ampliarla en el llamado libro IV de los Macabeos; hace de estos hermanos un símbolo de la capacidad de la razón para dominar los instintos, presentándolos como unos filósofos que demuestran con argumentos la superioridad de la razón sobre las pasiones, mientras que el elemento religioso pasa a segundo término y, en algunos momentos, desaparece por completo. La progresiva disminución de la importancia de este relato en el judaísmo no se debió a las dudas sobre su historicidad, sino al hecho de que en la teología judía siempre ha tenido una importancia relativa la salvación individual. Para los antiguos rabinos, el sacrificio de la vida sólo es admisible cuando hay motivos proporcionados, como el bien de la comunidad o la conservación de la ley. En el cristianismo, por el contrario, sobre todo durante el período de las persecuciones, estos mártires judíos fueron tenidos en gran veneración. La Iglesia ve en ellos un ejemplo sublime de profesión de fe. Es la visión del martirio como un medio heroico de santificación personal (J. Aragonés Llebaria).
La escena se desarrolla en una forma dramática y filosófica al modo de los diálogos de Platón diría yo, de manera que los hermanos van desglosando aspectos de la verdad, y aquí tomo nota de la Biblia de Navarra: “el primero afirma que los justos prefieren morir antes que pecar (v 2) porque Dios les premiará (v 6); el segundo, que Dios les resucitará a una vida nueva (v 9); el tercero, que resucitarán con sus cuerpos rehechos (v 11); el cuarto, que para los malvados no habrá “resurrección de la vida” (v 14); el quinto, que para los malvados habrá castigo (v 17); y el sexto, que cuando el justo sufre se debe a que es castigado por el pecado (v 18)”, doctrina como sabemos esta última corregida por Jesús, y en el último se afirma que “la muerte aceptada por los justos tiene un valor expiatorio a favor de todo el pueblo (v 37-38). La resurrección de los muertos que ‘fue revelada progresivamente por Dios a su pueblo’ (Catecismo 992) se apoya primero en las palabras de Moisés acerca de que Dios consolará a sus siervos (v 6; cf Dt 32,36), y si éstos mueren prematuramente recibirán el consuelo en la otra vida… en el razonamiento de la madre (vv 27-28) la fe en la resurrección se impone ‘como una consecuencia intrínseca de la fe un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo’ (id, 992). Nuestro Señor Jesucristo ratifica la resurrección de los muertos y la une a la fe en Él (cf Jn 5,24-25; 11,25); al mismo tiempo purifica la representación de la resurrección que tenían los fariseos, resultado de una interpretación meramente materialista (cf Mc 12,18-27; 1 Co 15,35-53).
En las palabras de aquella madre (v 28) aparece también la fe en la creación desde la nada ‘como una verdad llena de promesa y de esperanza’ (Catecismo 297)”.
Dios crea “de la nada”
296: “Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf Cc Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina (cf Cc Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente "de la nada" (DS 800; 3025): ‘¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere’ (S. Teófilo de Antioquía, Autol. 2,4).
297: La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: ‘Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia’ (2 M 7,22-23.28).
298: Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf 2 Co 4,6)”.
“La afirmación del valor expiatorio de la muerte de los mártires, expresada en las palabras del último de los hermanos (vv 37-38), nos prepara para comprender el valor redentor de la muerte de Jesucristo. Auqneu hemos de tener en cuenta que Cristo, con su muerte, no sólo detiene el castigo merecido por todos los hombres, sino que, por su gracia, hace justos ante Dios a los hombres pecadores (cf Rm 3,21-26). Muchos santos Padres elogiaron estos mártires y su madre, su moderación: “igualémosla nosotros con la paciencia y la templanza contra las concupiscencias irracionales, contra la ira, la avaricia de las riquezas, las pasiones del cuerpo, la vanagloria y todas las otras semejantes. Pues si dominamos su llama, como aquellos dominaron la del fuego, podremos estar cerca de ellos y ser participantes de su confianza y libertad” (S. Juan Crisóstomo).
El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea Dios!, pues si para el Señor vivimos, también para Él morimos, pues ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros. Él nos creó; y Él nos llama a la vida eterna. Seamos fieles al Señor; no juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios y al Demonio. Si somos del Señor, vivamos para Él. Reafirmemos nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; pues si Dios tiene el poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para resucitar, para la vida eterna junto a Él, a quienes le vivamos fieles. No causemos mal a nadie; no los persigamos, no les hagamos la guerra, no los asesinemos si no queremos, al final enfrentar el juicio de Dios, como hoy nos lo hace saber la Palabra de Dios por medio del hijo menor de aquella mujer que vio morir a sus siete hijos en un sólo día, por ser fieles a la Ley Santa de Dios.
2. Hallándose David en grave apuro y gran peligro, debido a la maldad de sus enemigos, se dirige en oración a Dios en este salmo, buscando refugio en Él. I. Apela a Dios con respecto a su propia inte-gridad (vv. 1-4). II. Ruega a Dios que le sostenga en ella y que le preserve de la malevolencia de sus enemigos (vv. 5-8, 13). III. Describe el carácter de sus enemigos, para, basándose en ello, rogar a Dios que le proteja (vv. 9-12, 14). IV. Se consuela con la esperanza de su futura dicha (v. 15).
Versículos 1-7. Este salmo es una oración; hay tiempo para alabar y tiempo para orar. David era ahora perseguido, probablemente por Saúl (comp. 1 de Samuel. 23,25 y ss.). Se dirige a Dios en estos versículos, tanto para apelar en favor de su propia causa (v. 1): «Oye, oh Yahweh, una causa justa», como para pedir que le escuche (v. 1): «Está atento a mi clamor»; y, de nuevo (v. 6):«Inclina a mí tu oído, escucha mi palabra». David hablaba sinceramente (v. 1): «Escucha mi oración hecha de labios sin engaño». Nos servirá de gran consuelo, cuando nos sobrevenga algún apuro, tener en movimiento las ruedas de la oración, pues así podremos acudir con mayor confianza al trono de la gracia. Su fe le animaba a esperar que Dios tomaría nota de sus oraciones (v. 6): «...por cuanto tú me oyes,...inclina a mí tu oído».
1). David dirige su apelación a la corte de los cielos: «Señor, presta atención a la justicia de mi causa, porque Saúl está tan dominado por la pasión y el prejuicio que no querrá escucharme.
2). Pide experimentar la buena obra de Dios en él, como evidencia de la buena voluntad de Dios hacia él y para continuar disfrutando de la benevolencia de Dios hacia él:
(A) Ora para que Dios efectúe en él su obra de gracia (v. 5): «Sustenta mis pasos en tus caminos. Señor, por tu gracia, me he guardado de las sendas de los violentos; con esa misma gracia, haz que sea guardado en tus caminos».
Versículos 8-15
1. Veamos lo que pide aquí David:
(A). Ser protegido él mismo (v. 8): «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas». Los hombres protegen como pueden (y para eso nos ha provisto Dios con la barrera de los párpados) las pupilas de sus ojos, pues si ellas se dañan sobreviene la ceguera. Si nosotros guardamos la ley de Dios como las niñas de nuestros ojos (Pr. 7,2), podemos esperar que Dios nos guarde como la niña de su ojo, pues, por Zac. 2,8, nos dice que «el que toca a los suyos, toca a la niña de su ojo». Ruega también David que Dios le guarde con la misma ternura con que la gallina protege bajo sus alas a los polluelos (v 8b, comp. con Mt 23,37, donde Cristo emplea esa comparación). El símil expresa una protección solicita y amorosa (Sal 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4. V también Dt 32,11. La imagen frecuente en el A.T. es la del águila, mientras que en el N.T. predominan la de la paloma y la de la gallina.) También podría entenderse, como hacen algunos, en alusión a las alas de los querubines de sobre el propiciatorio. M. Henry —nota del traductor— lo da como alternativa posible. Dice Arconada: «La tendencia cúltica pone esta frase en relación con las alas de los querubes del arca (Briggs, Weiser)».
2. Es una oración llena de confianza, a fin de animar su propia fe en esas peticiones, y se hace hincapíe a la dependencia que el salmista mantiene con respecto a Dios como a su porción y fuente de su felicidad. «Ellos tienen su porción en esta vida en las cosas del mundo —viene a decir David—, pero en cuanto a mí (v. 15), en justicia contemplaré tu rostro (lit.) —«en justicia»= haciendo lo que es justo, ya desde la mañana (v. Sal. 101,8)—; al despertar, me saciaré de tu semblante». Este v. puede entenderse de dos maneras: (a) Conforme al corriente uso bíblico, «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo «despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a la resurrección. Esta es la opinión del traductor. En cambio, Arconada y el propio M. Henry entienden la primera parte del v. como indicación de la visión de Dios en la gloria del cielo; y lo de «despertar», como referencia explícita a la resurrección, de acuerdo con lugares como Dan. 12,2.
Dice GS 19: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención. La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”.
Muchos males tiene que soportar el justo; pues el oro es acrisolado en el fuego, y el justo lo es en el sufrimiento. Así entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La Escritura nos dice: Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate para el sacrificio. Si hemos puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya formando hasta lograr la perfección, llegando a ser conforme a la imagen de su propio Hijo. Dejemos que vaya haciendo su voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma en que el alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el dolor, en la prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos firmes en los caminos de Dios para que contemplemos su Rostro; y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de la muerte, el Señor nos despierte para saciarnos eternamente de su vista.
3.- Lc 19,11-28. La parábola de las diez onzas de oro que hay que hacer fructificar tiene, según Lucas, una intención: "estaban cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". Lo del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que, mientras llegue ese momento -la vuelta del rey no parece inminente-, se trabaje: "negociad mientras vuelvo". Tampoco es decisivo si con las diez monedas uno ha conseguido otras diez, o sólo cinco. Lo que no hay que hacer es "guardarlas en un pañuelo", dejándolas improductivas. La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta. Cuenta Flavio Josefo que hacia el 4-3 a.C., tras la muerte de Herodes, su hijo Arquelao fue a Roma a recibir su confirmación e título real, y ante su crueldad algunos judíos fueron al César para que no se la concediese. Algunos hombres de Arquelao protegieron sus propiedades mientras estaba fuera (mina es una unidad contable = 570 gramos de plata = 100 dracmas). Esta parábola, enriquecida con otros motivos, aparece en Mt como la de los talentos. Jesús supera la visión mesiánica de reinados de este mundo, sitúa su reino a otro nivel, enseña que vendrá como Rey, que reinará y juzgará. Además, que sus servidores no han de preocuparse por los enemigos del Reino (v 14), sino hacer fructificar la herencia que les ha encomendado. Si sabemos apreciar los tesoros que nos ha encomendado (vida, fe, gracia…) pondremos empeño en hacerlos fructificar: “Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón” (S. Josemaría Escrivá).
Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido -vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte: todos tenemos algún don- los hemos de trabajar, porque somos administradores, no dueños. Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de "empleado holgazán" que ha ido a lo fácil y no ha hecho rendir lo que se le había encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad, no tanto si hemos conseguido diez o sólo cinco. Lo que no podemos hacer es aducir argumentos para tapar nuestra pereza (el siervo holgazán poco menos que echa la culpa al mismo rey de su inoperancia). ¿Qué estamos haciendo de la fe, del Bautismo, de la Palabra, de la Eucaristía? ¿qué fruto estamos sacando, en honor de Dios y bien de la comunidad, de esa moneda de oro que es nuestra vida, la humana y la cristiana? Ojalá al final todos oigamos las palabras de un Juez sonriente: "muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor" (J. Aldazábal).
A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le concederá el discernimiento de todos los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos existentes fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias, incluso con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todas las demás cosas. Al que tiene la alegría del Evangelio se le dará la intuición del sentido de la verdad que puede haber en otras religiones. Por el contrario, al que no tenga se le quitará aun lo poco que tenga. Al que posee poca alegría del Evangelio se le irá de las manos la capacidad de diálogo y se obstinará en la defensa a ultranza de lo poco que posee, se cerrará dentro de sí mismo, entrará en liza con los demás por temor a perder lo poco que tiene. Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La poca alegría del Evangelio es causa de mezquindad y de tristeza en todos los terrenos de la vida eclesiástica y social, produce corazones encogidos y es causa de absurdas discusiones sobre auténticas nimiedades (Carlo M. Martini).
-Cuando la gente escuchaba las palabras de Jesús -anunciando que la salvación había venido para Zaqueo-, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén, lo que hacía creer que el reino de Dios iba a apuntar de un momento a otro. Pascua está cerca. Multitud de peregrinos suben para celebrarla. Es el aniversario de la Liberación de Egipto. Todo el mundo se imagina que ha llegado para Jesús la hora del triunfo, y que el Reino de Dios «aparecerá de modo visible»... quizá dentro de pocas horas se aclamará al «Hijo de David» con ramos verdes en las manos. Los discípulos de Emaús, dentro de diez días, decepcionados dirán: «Nosotros esperábamos que era aquél que había de liberar Israel» (Lc 24,21)... y, cincuenta días más tarde, los Doce, le preguntarán aún: ¿Es ahora que vas a restablecer la realeza en Israel?» (Hch 1,6). En el tiempo en que Lucas escribía su evangelio, algunos burlones seguían dudando: «¿Qué hay de la promesa de su venida? Nuestros padres murieron y desde entonces todo sigue como desde que empezó el mundo (2 P 3,4) ¡Pues, sí! Dios parece hacerse esperar. No es muy visible el esplendor de su Reino. ¡Dios, muéstrate! ¡Muestra quién eres! ¿Cuándo vas, por fin, a reinar verdaderamente? Escuchemos la respuesta de Jesús a esa pregunta capital.
-Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, encargándoles: «Negociad, mientras vuelvo...» ¡Los contemporáneos de Jesús esperaban un Reino muy inmediato! Jesús les hace comprender que habrá antes un plazo, una demora, durante la cual nos confía unas responsabilidades.No hay que «soñar», hay que «negociar»... Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron detrás de él una delegación que dijese: «¡No queremos a éste por Rey!" Los contemporáneos de Jesús hubieran querido un Reino esplendoroso, vencedor. Jesús les da a entender que antes de su inauguración, habrá una revuelta contra ese «rey»: «¡Fuera ese! ¡suéltanos a Barrabás!» (Lc 23,18). La Pasión de Dios... El rechazo de Dios es un fenómeno histórico inquietante. Jesús lo anunció. Es un fenómeno actual, un hecho de todos los tiempos. Por otra parte, Jesús tenía en cuenta un acontecimiento histórico reciente: Arquelao, de quien precisamente dependía la ciudad de Jericó, había ido a Roma para pedir el título de Rey al Emperador Augusto... una delegación judía de cincuenta notables intrigó para que no le fuera concedido tal título...
-Cuando volvió mandó llamar a los empleados para enterarse de lo que había ganado cada uno con lo que había recibido... Además de los detalles propios de Lucas volvemos a encontrar, más o menos, la trama de la «parábola de los talentos» relatada por san Mateo en un contexto escatológico equivalente. El tiempo que precede al «Reino de Dios aparente» es un tiempo en el que Dios reina ya, pero no de modo visible. Es el tiempo de la persecución. Es el tiempo de la fidelidad en la prueba. El tiempo de la perseverancia. Es el tiempo del trabajo para Dios: de «negociar, de hacer fructificar lo que se nos ha confiado» Es el tiempo de ser fiel en «las cosas pequeñas» (Lc 16,10) en la espera de recibir mayores responsabilidades: los empleados, que negociaron bien una moneda de plata, obtuvieron el gobierno de una ciudad. Es el tiempo de la Iglesia. Es el DÍA de HOY (Noel Quesson).
Los que caminan con Jesús van haciendo cuentas de lo que ocurrirá en Jerusalén cuando el profeta llegue y derribe el poder establecido para imponer un nuevo gobierno. Pero, Jesús no tiene la misma idea, por eso les propone una comparación. La comparación de las diez monedas contradice las ideas que sus seguidores tenían respecto al Mesías. Ellos esperaban un gobernante poderoso e invencible que desafiara al sanedrín y expulsara a los romanos. La parábola, sin embargo, nos habla de un rey rechazado por su pueblo que se marcha a otro país. Al momento de irse, encarga su fortuna a diez empleados. Cuando regresa los llama para que le den cuentas. Se presentan tres empleados con actitudes diferentes: el primero ha sabido aprovechar los recursos y los ha multiplicado; el segundo con esfuerzo ha quintuplicado el valor original; pero el último, se presenta a desafiar la autoridad del rey con una actitud negligente y despectiva. Este empleado estima en poco la confianza que en él ha depositado el rey y fanfarronea con los defectos del gobernante. La respuesta del rey no se hace esperar: el negligente perderá todo, en cambio, el diligente incrementará el patrimonio.
Esta parábola se aplica a los seguidores de Jesús. El Maestro ha confiado a su Iglesia unos ministerios, unos dones. Algunos los hacen fructificar en servicios, solidaridad y fortalecimiento de las organizaciones eclesiales. Otros, sólo esperan que su ministerio les sirva como un simple título de prestigio. Al final, todos son llamados a rendir cuentas. Los que hicieron del ministerio un camino para hacer crecer el Reino y para producir frutos de solidaridad verán el fruto de sus buenas obras. Los que fueron negligentes con su ministerio y lo sepultaron bajo toneladas de pereza y apatía, verán cómo su nombre desaparece de entre la comunidad. La parábola nos dice que no podemos esperar únicamente un Mesías de gloria, que dé nombre y lustre a sus seguidores. Debemos esperar a un Maestro preocupado de que sus discípulos crezcan y produzcan los frutos del Reino: servicio, solidaridad y Justicia (servicio bíblico latinoamericano).
El evangelio que se lee hoy en la liturgia -y que cierra la sección del camino- consta de una parábola y de un dicho de Jesús añadido al final. La parábola tiene gran semejanza con la de los talentos (cf Mt 25,14-30) que hemos proclamado precisamente este domingo pasado. Es una llamada a trabajar en el tiempo que falta hasta la venida del Señor. Un hombre que emprende un viaje reparte entre sus empleados diez onzas de oro y les pide que negocien con ellas durante su ausencia. A su vuelta, investiga lo que han hecho tres de ellos. Los dos primeros han hecho que la onza produjese. En premio, reciben el mando sobre diez y cinco ciudades respectivamente. Al tercero se le quita libra y se le entrega al que tenía diez. El mensaje es claro. Se trata de una exhortación a los discípulos para que estén vigilantes ante la venida del Señor y, mientras, saquen partido de lo que se les ha concedido gratuitamente. La recompensa por esta creatividad irá siempre más allá de lo estrictamente merecido. Con esta parábola Lucas pretende, una vez más, corregir la expectativa popular de una aparición inminente del Reino.
Tenemos que ser creativos hasta que el Señor vuelva. Él nos concede sus dones para seguir construyendo su proyecto del Reino. Hace de nosotros pequeños creadores. Puede que la cultura actual sea una fábrica de pasividad, pero los hombres y las mujeres seguimos siendo genéticamente creativos. Si no lo fuéramos moriríamos. Forma parte del equipaje con que venimos al mundo para enfrentarnos a este mundo complejo.
¿Qué es lo que descubrimos al investigar en qué consiste la creatividad humana? Que las respuestas nuevas hunden sus raíces en las respuestas aprendidas. Un pensador europeo decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria. Gran parte de las operaciones que llamamos "creadoras" se fundan en una hábil explotación de la memoria. Si esto es así, la desvinculación de las raíces, la falta de profundidad… impide la creatividad. La reduce a mera ocurrencia superficial. Cuando se elimina la memoria se elimina la creatividad profunda, y ese hueco hay que rellenarlo, entonces, con el disfrute, con el consumo. Tal vez el hedonismo ambiental sea sólo la búsqueda desesperada de una "exaltación" (fácil pero efímera) que pugna por ocupar el lugar de la "exultación" (ardua pero duradera) que podríamos haber logrado por la vía de la creatividad. Pero, ¿cómo ser creativos cuando nos borran las huellas de la memoria, cuando nos quitan las herramientas del aprendizaje paciente?
Para consumir basta con introducir una moneda en una máquina y extraer una lata de bebida. O apretar un botón del telemando y sintonizar un canal de televisión. Para crear es preciso cargar la memoria, adiestrarla, trabajar sobre ella. Tocar un instrumento musical exige horas interminables de ensayo. Muchos de los que empiezan se quedan a medio camino. Practicar bien un deporte requiere días de entrenamiento. Pocos resisten. Lo importante no es sólo la ascética de la resistencia sino la constancia para realizar un buen equipamiento. Las muchas acciones de "usar y tirar" sobrecargan el psiquismo y no consiguen hacernos creativos.
Hacer producir nuestras onzas de oro exige un entrenamiento constante y el coraje de asumir riesgos. Jesús alaba más la capacidad de arriesgarse (aunque implique errores) que los "aciertos" de quien permanece cómodamente instalado (Josep Rius-Camps).
Jesús va al frente de sus discípulos. Se encamina hacia Jerusalén donde será nombrado Rey por su Padre Dios. No serán tanto las aclamaciones que recibirá en su entrada gloriosa a Jerusalén entre Vivas y Hosannas; no será tanto aquella burla inferida por los soldados cuando le hagan rey de burla; no será tanto aquel letrero que se mandará poner en lo alto de la cruz y en que estará escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. Será Aquella Glorificación que le dé el Padre Dios por su filial obediencia. Y esto mismo es lo que el Señor espera de quienes vamos tras sus huellas. Él nos confió el anuncio del Evangelio que, como una buena semilla que se siembra en el campo, ha de producir más y más fruto, hasta que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. No podemos haber recibido la salvación y querer disfrutarla de un modo particularista e intimista. No podemos envolverla en el pañuelo de nuestra propia piel; la luz que el Señor nos dio no puede esconderse cobardemente debajo de una olla de barro. El Señor nos quiere apóstoles que, con la valentía que nos viene de su Espíritu Santo en nosotros, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza. Quien no lo haga se estará comparando a aquellos hombres que rechazaron al Señor y no lo quisieron como Rey en su vida, y sufrirá la misma suerte de rechazo dada a ellos… El tesoro de la Palabra de Dios, de su Vida que nos salva y de la comunión fraterna que nos une como hijos de Dios, no puede quedarse encerrada en nosotros de un modo cobarde. Dios confió a su Iglesia la salvación para que la haga llegar a todos los hombres. A cada uno corresponde, en el ambiente en que se desarrolle su vida, dar testimonio del Señor para conducir a sus hermanos a un verdadero encuentro con Dios y lograr, así, un compromiso personal con Él. No podemos buscar al Señor para que nos ilumine con su presencia, y después dedicarnos a ser tinieblas para los demás con actitudes contrarias a nuestra fe y al amor, que ha de manifestarse con las buenas obras, dando razón de nuestra esperanza. Vivamos con autenticidad nuestro compromiso con el Señor, aun cuando por ello tengamos que sufrir burlas, persecución o muerte. Tengamos firme nuestra esperanza en que el Señor, por serle fieles y dar testimonio de Él proclamando su amor a todos, al final nos resucitará para que contemplemos su Rostro y seamos coherederos, junto con su Hijo, de la Gloria que ha reservado a los suyos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fidelidad a Cristo, trabajando constantemente para que su Reino esté en nosotros y, por medio de su Iglesia, lo haga llegar a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Amén (www.homiliacatolica.com; textos sacados de mercaba; Llucià Pou 2009).
lunes, 14 de noviembre de 2011
Martes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Los mártires son semilla de salvación: “Legaré un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntaria
Martes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Los mártires son semilla de salvación: “Legaré un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente la muerte por amor a nuestra Ley”. Jesús salva a un pecador publicano: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”
Lectura del segundo libro de los Macabeos 6,18-31. En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: -« ¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley.» Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar. El, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: -«Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él.» Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.
Salmo 3,2-3.4-5.6-7. R. El Señor me sostiene.
Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mi; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.»
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,1-10. En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»
Comentario: 1.- 2M 6,18-31. a) El ejemplo del anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros. No sólo no quiere claudicar, comiendo carne prohibida, sino que rechaza también la propuesta que se le hacía de comer carne permitida, simulando que comía la del sacrificio de los dioses: "no es digno de mi edad ese engaño: van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado". El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". "De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud".
b) Eleazar es uno de los primeros en la larga dan testimonio de su fe en Dios incluso con su vida. Su actitud nos recuerda la entereza de Jesús ante su muerte: "mi alma está triste hasta el punto de morir... Abbá, Padre, aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,34-36). Y la de tantos cristianos que, imitando estos ejemplos, han sido y siguen siendo fieles a su conciencia, en medio de tentaciones, halagos y amenazas. Mártires de todos los tiempos, ejemplo y estímulo para nosotros, que a veces tan fácilmente nos asustamos del esfuerzo y aceptamos cambiar de camino. Comer o no una carne prohibida no tenía en sí demasiada importancia. Pero era un símbolo: si claudicaban ante esa norma, no fundamental pero sí visible y concreta, era señal de que también claudicaban en otras más graves, que llevaban a la idolatría y a un estilo pagano de vida. Lo mismo pasa con nuestras normas cristianas de ahora: cada una de ellas puede no tener importancia capital, pero sí ser símbolo de coherente fidelidad o de dejadez en las actitudes importantes. Eleazar también alienta a los ancianos, que tal vez no pueden ya realizar trabajos muy creativos, pero siguen teniendo una misión interesante: dar ejemplo a los más jóvenes, transmitir fidelidad, enriquecer con su sabiduría a los demás. ¡Lo que pueden hacer los abuelos en una familia, o los religiosos ancianos en su comunidad, aunque estén en silla de ruedas, dando a todos un testimonio creíble de fe, de amabilidad, de esperanza, de visión cristiana de las cosas!
El autor del segundo libro de los Macabeos se propone fortalecer la fe de sus hermanos presentándoles el ejemplo de quienes han resistido heroicamente la persecución. Y lo hace sirviéndose del estilo de la historia patética o retórica, es decir exagerando las cifras, inventando el diálogo e introduciendo milagros. En este género literario, el autor se interesa por la reacción emotiva del lector tanto o más que por la historicidad objetiva de los detalles del acontecimiento. El nombre de este libro puede inducir a pensar que se trata de una continuación del primero, de una segunda parte del mismo libro. En realidad es una obra independiente, una especie de meditación teológico-parenética sobre algunos acontecimientos narrados también en el primero. Tal como ha llegado a nosotros, es un compendio de la obra en cinco volúmenes de Jasón de Cirene (2,23).
El autor del resumen eligió entre los mártires judíos un caso típico de fidelidad a las leyes sobre alimentos impuros, concretamente el cerdo (Lv 11,7). Eleazar, venerable por su sabiduría y su ancianidad, lo será más aún por la valentía y la integridad de costumbres. Primero se afirma que el alimento prohibido es de carne de cerdo; después se dice que se trata de carnes sacrificadas a los dioses. Es posible que nos encontremos ante dos intentos distintos de vencer la constancia del anciano escriba; también es posible que la víctima fuera un cerdo, ya que los griegos lo ofrecían a Deméter y a Dióniso. Es curioso que, siendo el cerdo un animal impuro también para los sirios, los fenicios y los árabes, sólo los judíos fueron obligados a comerlo; al menos no tenemos noticia de ningún decreto real destinado a los otros pueblos. Tal diferencia puede obedecer a que la prohibición del cerdo era considerada como una característica de las costumbres judías y de su fanatismo religioso. Hay que resaltar la afirmación de la fe en la retribución después de la muerte. Se ha pasado de la responsabilidad colectiva a la personal. Al interés por la suerte de la nación se ha unido el interés por el individuo. La línea de pensamiento iniciada por Ezequiel ha llegado a término. Eleazar continúa siendo un ejemplo, pues todos los tiempos tienen ídolos a que no podemos sacrificar y cerdos a que debemos renunciar (J. Aragonés Llebaria).
Es un tema clásico, que se ofreció también a Sócrates: disimular y salvar la vida, o sacrificarse por el ejemplo a los demás. Un auténtico maestro de la Ley, si es sincero y congruente con lo que enseña, no puede actuar en contra de aquello que trata de infundir en quienes está formando; mucho menos puede simular hacer algo ni bueno ni malo, pues al ser descubierto será ocasión de descrédito y de burla de los demás. Eleazar, conducido al sacrificio por su fidelidad a Dios, se convierte en ejemplo para quienes aceptan seguir al Señor con todas las consecuencias que le vengan por ello. Jesucristo, nuestro Maestro, nos ha enseñado lo que es el compromiso de fidelidad a la Voluntad del Padre Dios; fidelidad que brota del amor, el cual lleva a su plenitud nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con el prójimo. Quienes creemos en Él no podemos torcer sus caminos, ni podemos enseñar cosas que nos beneficien a costa de mal utilizar nuestra fe y el anuncio del Evangelio. Jamás podemos hacer acomodos o relecturas de la Palabra de Dios que nos dejen bien parados con los hombres, pero traicionando la raíz del Evangelio que nos ha sido confiado. Si en verdad queremos ser testigos de Cristo debemos aceptar todo, incluso la muerte, que tengamos que arrostrar por ir tras las huellas del Señor hasta donde Él vive y Reina sentado a la derecha del Padre Dios.
“El recuerdo de Eleazar enseña que la fidelidad a la ley de Dios es el valor supremo para el hombre justo, y que el ejemplo dado por personas de relevancia social tiene consecuencias de enorme importancia. San Gregorio Nacianceno llama a Eleazar ‘primicia de aqeullos que sufrieron antes de Cristo; así como Esteban lo es de aquellos que sufrieron después de Cristo’. En la tradición ascética ha quedado como un modelo de fortaleza” (Biblia de Navarra). “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.
Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla. Recordad el ejemplo que nos narra el libro de los Macabeos: aquel anciano, Eleazar, que prefiere morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes.
El que sabe ser fuerte no se mueve por la prisa de cobrar el fruto de su virtud; es paciente. La fortaleza nos conduce a saborear esa virtud humana y divina de la paciencia. Mediante la paciencia vuestra, poseeréis vuestras almas (Lc XXI, 19). La posesión del alma es puesta en la paciencia que, en efecto, es raíz y custodia de todas las virtudes. Nosotros poseemos el alma con la paciencia porque, aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos, comenzamos a poseer aquello que somos (S. Gregorio Magno). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo” (S. Josemaría Escrivá).
2. Sal. 3. No caminamos hacia la muerte, sino hacia la vida, y Vida Eterna. Ese es nuestro destino, la vocación que de Dios hemos recibido. Dios, para quienes creemos en Él y le somos fieles y sinceros, se convierte en nuestro escudo, nuestra gloria y nuestra victoria. Él siempre está con nosotros; y con Él a nuestro lado ¿a quién tendremos miedo? Aun cuando al terminar nuestra peregrinación por este mundo tengamos que acostarnos, dormiremos en paz hasta que el Señor nos despierte para estar eternamente con Él. Por eso, no sólo oremos, sino que también trabajemos con amor fiel, construyendo su Reino entre nosotros. Y no sólo construyamos su Reino; también oremos para que el Señor sea quien guíe nuestros pensamientos, palabras y obras. Entonces podremos decir que en verdad somos esos siervos buenos y fieles, que no trabajan conforme a sus propios planes e imaginaciones, sino conforme a la voluntad que Dios tiene sobre la humanidad.
Nos muestra aquí el salmo la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David, quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalom. Aquí David: I. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1,2). II. No obstante,confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones, así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4, 5). IV. Triunfa sobre sus temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los hijos de Dios (v. 8).
Versículos 1-3. El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos la clave para mejor interpretarlo: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida, subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejamos de El. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12,11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalom y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién sino a Él deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios:
l. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1,2). Mira en torno de sí, como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios.» Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía, como lo habían hecho de la aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus servidores y súbditos, también Dios le había desamparado a él y había abandonado su causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de él. Al final de los vv. 2,4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa pausa. Esta señal - nota del traductor- servía, no sólo para hacer una pausa, sino especialmente como indicación litúrgica y musical.
II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanto mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Yahweh, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza.» Sí, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para regocijarse y corazón para regocijarse.
Versículos 4-8. David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, mirando en tomo suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.
1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todo-suficiente.
(A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Yahweh.»
(B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sión, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.
(C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Yahweh me sostenía.» (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Habiendo encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y estando seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
(D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, dejándolos confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), v. 7.
2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante:
(A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, acampando en derredor de mí.» Cuando David huía de Absalom, le pidió a Sadoc que volviese el arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S.15,26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado.
(B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Yahweh; sálvame, Dios mío.»
(C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6,16; 2 Cr. 32,7; Sal. 55,18; Ro. 8,31; 1 Jn. 4,4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Yahweh» (v. 37,39; Jon. 2,9; Ap. 7,10; 19,1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: "Sobre tu pueblo SEA tu bendición.» También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la Biblia Hebrea -y en otras versiones- de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en aquéllas forma el v. 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de ocho).
En los vv. 5-7: “el Señor escucha siempre la plegaria que se le dirige en el Templo de Jerusalén (cf 1 R 8,30). El sueño del que, gracias al Señor, se despierta el salmista simboliza el sueño de la muerte del que despertó Jesucristo por el poder de Dios que le resucitó de entre los muertos (cf Rm 1,4)” (Biblia de Navarra) y Jesús nos recordará que lo que pidamos en su nombre nos lo concederá Dios (Jesús es el Templo del que habla la Escritura en imagen profética del de Jerusalén, y se consuma en la Jerusalén celestial, y tenemos la Iglesia que es el Templo del Espíritu en la historia). Así habla S. Ambrosio de la Dulzura del libro de los salmos: “Aunque es verdad que toda la sagrada Escritura está impregnada de la gracia divina, el libro de los salmos posee, con todo, una especial dulzura; el mismo Moisés, que narra en un estilo llano las hazañas de los antepasados, después de haber hecho que el pueblo atravesara el mar Rojo de un modo admirable y glorioso, al contemplar cómo el Faraón y su ejército habían quedado sumergidos en él, superando sus propias cualidades (como había superado con aquel hecho sus propias fuerzas), cantó al Señor un cántico triunfal. También María, su hermana, tomando en su mano el pandero, invitaba a las otras mujeres, diciendo: Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar.
La historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja; pero el libro de los salmos es como un compendio de todo ello y una medicina espiritual para todos. El que lo lee halla en él un remedio específico para curar las heridas de sus propias pasiones. El que sepa leer en él encontrará allí como en un gimnasio público de las almas y como en un estadio de las virtudes, toda la variedad posible de competiciones, de manera que podrá elegir la que crea más adecuada para sí, con miras a alcanzar el premio final.
Aquel que desee recordar e imitar las hazañas de los antepasados hallará compendiada en un solo salmo toda la historia de los padres antiguos, y así, leyéndolo, podrá irla recorriendo de forma resumida. Aquel que investiga el contenido de la ley, que se reduce toda ella al mandamiento del amor (porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley), hallará en los salmos con cuánto amor uno solo se expuso a graves peligros para librar a todo el pueblo de su oprobio; con lo cual se dará cuenta de que la gloria de la caridad es superior al triunfo de la fuerza.
Y ¿qué decir de su contenido profético? Aquello que otros habían anunciado de manera enigmática se promete clara y abiertamente a un personaje determinado, a saber, que de su descendencia nacerá el Señor Jesús, como dice el Señor a aquél: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. De este modo, en los salmos hallamos profetizado no sólo el namiento de Jesús, sino también su pasión salvadora,su reposo en el sepulcro, su resurrección, su ascensión y su glorificación a la derecha del Padre. El salmista anuncia lo que nadie se hubiera atrevido a decir aquello mismo que luego, en el Evangelio, proclamó el Señor en persona”.
3. Lc 19,1-10 (ver domingo 31C). Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Es, en verdad, el evangelista de la misericordia y del perdón. Como publicano -recaudador de impuestos, y además para la potencia ocupante, los romanos-, Zaqueo era despreciado y sus negocios debieron ser un tanto dudosos ("si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más"). Pero Jesús, con elegancia, se hace invitar a su casa y consigue lo que quería, lo que había venido a hacer a este mundo: "hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Los demás excomulgan a Zaqueo. Jesús va a comer con él. La de cosas que sucedieron en aquella sobremesa. Si ayer Jesús devolvió la vista a un ciego, hoy devuelve la paz a una persona de vida complicada.
¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"? Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán". ¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados?, ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo?, ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie? "Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás (J. Aldazábal).
Jericó era el primer bastión de la tierra prometida. Era el símbolo de las luchas de Israel. Allí, se encuentra Jesús a Zaqueo. Este hombre estaba encogido por los prejuicios de la gente que lo marginaba y lo minusvaloraba. Dirigía el grupo de cobradores de impuestos de la comarca. Oficio que era sumamente despreciado en medio del pueblo, debido a los malos manejos y la corrupción de los cobradores de impuestos. Oficio que era criticado por los fariseos porque los publicanos estaban en permanente contacto con los extranjeros (impuros) y con monedas profanas.
La multitud que lo desprecia le impide a Zaqueo ver a Jesús. No tiene otra opción que treparse en una higuera, pero de todos modos queda alejado del Maestro. Ya sea por el menosprecio de la gente o por el lugar que ha escalado (riqueza), Zaqueo no puede romper el cerco que lo sujeta. Jesús se percata de la situación y lo llama para que lo hospede.
La decisión de quedarse en la casa del Jefe de los publicanos provocó las más agrias reacciones. Todos los que se creen Israelitas santos y puros no dieron crédito a su ojos: ¡un profeta y maestro duerme en la casa del mayor de los pecadores! Zaqueo toma nuevamente la iniciativa y ante las críticas de los demás no trata de justificarse, sino que se compromete a enmendar su praxis. Reconoce que se ha enriquecido con la pobreza ajena, por eso decide devolver lo que ha conseguido legal pero injustamente. Sus bienes irán a parar a las manos de los pobres, de donde originalmente salieron. El desapego que Jesús ha motivado en Zaqueo respecto a las riquezas no es un asunto puramente psicológico: Zaqueo ha decidido liberarse de sus riquezas entregándolas a quien no se las puede devolver. El publicano ha realizado por iniciativa propia aquello que no pudo realizar el joven piadoso: entregar todos sus bienes y seguir a Jesús con alegría (servicio bíblico latinoamericano).
Continuamos escuchando al Espíritu que habla a las Iglesias, a la Iglesia. Un Espíritu exigente. Un Espíritu que invita a andar en verdad. A vivir en vela. A vivir preparados. A vivir del lado de la victoria. Pero un Espíritu exigente que respeta y no impone su presencia: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré..." ¡Qué difícil es quedarse a la puerta llamando! ¿Verdad? ¡Cómo nos gusta entrar sin llamar, irrumpir con fuerza para que los otros descubran la verdad! ¿O "mi" verdad? ¡Qué difícil es oír al Espíritu que llama suavemente! ¡Ojalá gritara con más vehemencia...!
Sin embargo, el Espíritu es de otra naturaleza. Sabio, prudente, paciente, se queda a la puerta, llamando. Si alguien percibe su susurro, abrirá la puerta y el Espíritu entrará y comerán juntos.
Jesús llamó a la puerta de Zaqueo y él oyó-subió-abrió, con el esfuerzo que supone querer oír, alzarse y abrir. Jesús entró y comieron juntos. Y la salvación iluminó la casa de un pecador que deseaba oír-ver, quería levantarse y anhelaba abrir la puerta. La salvación entró en casa de alguien que, sabiéndose necesitado de ella, aguzó el oído.
La necesidad siempre espabila el sentido de aquello que más se necesita. Por eso creo que es bueno que nos reconozcamos necesitados, de cuando en cuando. Que repasemos nuestra lista de carencias. Que nos demos cuenta de ellas. Que las coloquemos por orden de importancia. Que descubramos si nos sentimos pecadores con oído fino, para abrir la puerta al Espíritu, dejar que Jesús coma con nosotros y recibir la salvación en nuestra casa.
Amigos, amigas, que no seamos consumidores inconscientes de salvación, como si fuera un bien perecedero de fácil almacenaje. Él sigue a la puerta llamando... ¿O ya está dentro? (Luis Ángel de las Heras).
El encuentro de Jesús y Zaqueo ponen de manifiesto dos comportamientos diversos, pero complementarios. En las acciones de Jesús se pone de manifiesto el carácter universal de la misericordia divina, en las acciones de Zaqueo se revela el camino de una sincera voluntad de conversión y sus consecuencias.
Las búsquedas de Zaqueo lo conducen a Jesús, superando todos los obstáculos que se le presentan en su camino. Soluciona su falta de estatura encaramándose a un sicomoro, y posteriormente lleno de alegría responde con prontitud al pedido de hospitalidad que le hace Jesús y, sobre todo, demuestra la sinceridad de aquellas búsquedas dando muestras de una generosidad que supera las formas corrientes.
Esta generosidad que le lleva a compartir sus bienes muestra hasta que punto está él decidido a participar en el misterio de comunión. Zaqueo ha comprendido que la integración a ese misterio debe transparentarse en todos los ordenes de la existencia, incluso en el económico. Su fe toma la forma concreta de acciones solidararias en este último campo.
Las acciones de Jesús se dirigen a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia. Superando los prejuicios de impureza, comparte la vida con un jefe de los recaudadores de impuestos. La crítica dirigida a su actitud se convierte en ocasión para subrayar el significado del "Hoy" salvífico de Dios.
Los que se creía que estaban en una situación al margen de la realidad salvífica encuentran en Jesús la posibilidad de la participación en la gracia divina y de ese modo pueden integrarse plenamente en las promesas hechas a Abraham, el padre de todos los creyentes (Josep Rius-Camps).
El caso de Zaqueo ofrece la belleza de una conversión radical, consecuente, llevada hasta sus consecuencias materiales y sociales. Con frecuencia se dice que el evangelio es "para todos", y se dice eso a veces para desvirtuar la opción por los pobres. El evangelio, efectivamente, es para todos, pero desde los pobres, y por ello, "no de igual forma para todos". La actitud de Jesús hacia Zaqueo muestra, efectivamente, que Jesús busca a todos y que a todos les predica una Noticia, pero que esa noticia resulta para unos es buena y para otros "mala" (en un primer sentido). La Noticia es la misma, y es para todos. La significación de la Noticia es distinta para unos y otros, dependiendo del "lugar social" en que esté el receptor.
La conversión de Zaqueo en el evangelio ejemplifica el camino de la conversión del rico: comienza con el deseo de conocer a Jesús de cerca; continúa cuando el rico se junta al pueblo que busca a Jesús y luego lo acoge en su casa. Y se completa cuando Zaqueo comparte sus bienes devolviendo con creces lo que robó: "doy la mitad de mis bienes a los pobres" y "restituiré cuatro veces más lo que he robado". Resultó una cena muy cara, pero realmente liberadora (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
En una humanidad deteriorada por el pecado, el hombre empequeñecido por su propia miseria, busca incluso superarse a sí mismo y llegar hasta donde Dios habita. Tal vez nos pase lo mismo que a aquellos hombres que trataron de construir una torre tan alta que tocara al mismo cielo para ver a Dios. Zaqueo, hombre de baja estatura, se sube a un árbol para ver a Jesús cuando pasara por ahí. Pero Dios sabe que le buscamos; y cuando está junto a nosotros nos mira siempre con gran amor, pues Él es nuestro Padre y no enemigo a la puerta. Y a Zaqueo se le concederá no sólo ver y conocer a Jesús, sino la salvación que nos viene del Enviado del Padre Misericordioso. Y la salvación es iniciativa de Dios hacia nosotros: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Sólo cuando Dios hace su morada en nosotros llegará su Luz, y a la luz de su encuentro con nosotros podremos reconocer que nuestros criterios de acción están muy lejos de Él. Entonces, si en verdad queremos que Él habite en nosotros y se quede para siempre, iniciaremos un proceso de amor servicial hacia nuestro prójimo, amándole como Cristo nos ha amado a nosotros (www.homiliacatolica.com).
Jesús, una muchedumbre te rodea al entrar en la ciudad de Jericó. No es para menos, pues acabas de curar a un ciego que muchos debían conocer, y ahora te sigue, alabando a Dios [Cfr. Lc 18, 43]. ¿Qué otros prodigios ibas a realizar? No se habían visto cosas tan espectaculares desde los tiempos de los grandes profetas, pensarían muchos de los que se agolpaban a tu alrededor. Tú, sin embargo, a ninguno de éstos diriges tu atención.
Mientras, ha llegado la noticia del milagro a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Zaqueo no se lanza a la calle a ver al profeta. Se queda unos momentos pensando y confuso: ¿quién soy yo para ver a Jesús? Mi corazón está manchado de injusticia y avaricia. Si sólo pudiera hablarle un instante y pedirle perdón... Y sale a la calle. Jesús, está a punto de pasar, pero es tal la muchedumbre que es imposible ver nada.
Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro para verle. Zaqueo no se queda parado ante las dificultades, ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posición social: correr y subirse a un árbol para ver al Maestro. Jesús, Tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y Tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo bajó rápido y lo recibió con gozo.
No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús (Josemaría Escrivá, Amigos de Dios).
Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión. Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar. Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz. A veces pienso que no puedo...
¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible [San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la penitencia].
Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación. La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús. Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a Ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Pablo Cardona).
Aquí el Señor nos ha ilustrado en la salvación de un hijo de Abrahán, que no vivía al parecer las condiciones de la Alianza. El episodio ilustra la misericordia divina ante la conversión del pecador, que tan bien describió Jesús en sus parábolas (Lc 15), y se aprovecha de su curiosidad y provoca el encuentro… el resultado es la alegría, la salvación. El Señor “elige a un jefe de publicanos, ¿quién deseperará de sí mismo cuando éste alcanza la gracia?” (S. Ambrosio). En Zaqueo vemos la búsqueda de Dios, sin miedo… “convéncete de que el ridículo no existe para quien hace lo mejor” (S. Josemaría Escrivá, Camino 392). Al final, su correspondencia a la gracia, propósitos de devolver… “Que aprendan los ricos que no consiste el mal en tener riquezas, sino en no usar bien de ellas; porque así como las riquezas son un impedimento para los malos, son también un medio de virtud para los buenos” (S. Ambrosio).
Lectura del segundo libro de los Macabeos 6,18-31. En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: -« ¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley.» Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar. El, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: -«Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él.» Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.
Salmo 3,2-3.4-5.6-7. R. El Señor me sostiene.
Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mi; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.»
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,1-10. En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»
Comentario: 1.- 2M 6,18-31. a) El ejemplo del anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros. No sólo no quiere claudicar, comiendo carne prohibida, sino que rechaza también la propuesta que se le hacía de comer carne permitida, simulando que comía la del sacrificio de los dioses: "no es digno de mi edad ese engaño: van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado". El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". "De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud".
b) Eleazar es uno de los primeros en la larga dan testimonio de su fe en Dios incluso con su vida. Su actitud nos recuerda la entereza de Jesús ante su muerte: "mi alma está triste hasta el punto de morir... Abbá, Padre, aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,34-36). Y la de tantos cristianos que, imitando estos ejemplos, han sido y siguen siendo fieles a su conciencia, en medio de tentaciones, halagos y amenazas. Mártires de todos los tiempos, ejemplo y estímulo para nosotros, que a veces tan fácilmente nos asustamos del esfuerzo y aceptamos cambiar de camino. Comer o no una carne prohibida no tenía en sí demasiada importancia. Pero era un símbolo: si claudicaban ante esa norma, no fundamental pero sí visible y concreta, era señal de que también claudicaban en otras más graves, que llevaban a la idolatría y a un estilo pagano de vida. Lo mismo pasa con nuestras normas cristianas de ahora: cada una de ellas puede no tener importancia capital, pero sí ser símbolo de coherente fidelidad o de dejadez en las actitudes importantes. Eleazar también alienta a los ancianos, que tal vez no pueden ya realizar trabajos muy creativos, pero siguen teniendo una misión interesante: dar ejemplo a los más jóvenes, transmitir fidelidad, enriquecer con su sabiduría a los demás. ¡Lo que pueden hacer los abuelos en una familia, o los religiosos ancianos en su comunidad, aunque estén en silla de ruedas, dando a todos un testimonio creíble de fe, de amabilidad, de esperanza, de visión cristiana de las cosas!
El autor del segundo libro de los Macabeos se propone fortalecer la fe de sus hermanos presentándoles el ejemplo de quienes han resistido heroicamente la persecución. Y lo hace sirviéndose del estilo de la historia patética o retórica, es decir exagerando las cifras, inventando el diálogo e introduciendo milagros. En este género literario, el autor se interesa por la reacción emotiva del lector tanto o más que por la historicidad objetiva de los detalles del acontecimiento. El nombre de este libro puede inducir a pensar que se trata de una continuación del primero, de una segunda parte del mismo libro. En realidad es una obra independiente, una especie de meditación teológico-parenética sobre algunos acontecimientos narrados también en el primero. Tal como ha llegado a nosotros, es un compendio de la obra en cinco volúmenes de Jasón de Cirene (2,23).
El autor del resumen eligió entre los mártires judíos un caso típico de fidelidad a las leyes sobre alimentos impuros, concretamente el cerdo (Lv 11,7). Eleazar, venerable por su sabiduría y su ancianidad, lo será más aún por la valentía y la integridad de costumbres. Primero se afirma que el alimento prohibido es de carne de cerdo; después se dice que se trata de carnes sacrificadas a los dioses. Es posible que nos encontremos ante dos intentos distintos de vencer la constancia del anciano escriba; también es posible que la víctima fuera un cerdo, ya que los griegos lo ofrecían a Deméter y a Dióniso. Es curioso que, siendo el cerdo un animal impuro también para los sirios, los fenicios y los árabes, sólo los judíos fueron obligados a comerlo; al menos no tenemos noticia de ningún decreto real destinado a los otros pueblos. Tal diferencia puede obedecer a que la prohibición del cerdo era considerada como una característica de las costumbres judías y de su fanatismo religioso. Hay que resaltar la afirmación de la fe en la retribución después de la muerte. Se ha pasado de la responsabilidad colectiva a la personal. Al interés por la suerte de la nación se ha unido el interés por el individuo. La línea de pensamiento iniciada por Ezequiel ha llegado a término. Eleazar continúa siendo un ejemplo, pues todos los tiempos tienen ídolos a que no podemos sacrificar y cerdos a que debemos renunciar (J. Aragonés Llebaria).
Es un tema clásico, que se ofreció también a Sócrates: disimular y salvar la vida, o sacrificarse por el ejemplo a los demás. Un auténtico maestro de la Ley, si es sincero y congruente con lo que enseña, no puede actuar en contra de aquello que trata de infundir en quienes está formando; mucho menos puede simular hacer algo ni bueno ni malo, pues al ser descubierto será ocasión de descrédito y de burla de los demás. Eleazar, conducido al sacrificio por su fidelidad a Dios, se convierte en ejemplo para quienes aceptan seguir al Señor con todas las consecuencias que le vengan por ello. Jesucristo, nuestro Maestro, nos ha enseñado lo que es el compromiso de fidelidad a la Voluntad del Padre Dios; fidelidad que brota del amor, el cual lleva a su plenitud nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con el prójimo. Quienes creemos en Él no podemos torcer sus caminos, ni podemos enseñar cosas que nos beneficien a costa de mal utilizar nuestra fe y el anuncio del Evangelio. Jamás podemos hacer acomodos o relecturas de la Palabra de Dios que nos dejen bien parados con los hombres, pero traicionando la raíz del Evangelio que nos ha sido confiado. Si en verdad queremos ser testigos de Cristo debemos aceptar todo, incluso la muerte, que tengamos que arrostrar por ir tras las huellas del Señor hasta donde Él vive y Reina sentado a la derecha del Padre Dios.
“El recuerdo de Eleazar enseña que la fidelidad a la ley de Dios es el valor supremo para el hombre justo, y que el ejemplo dado por personas de relevancia social tiene consecuencias de enorme importancia. San Gregorio Nacianceno llama a Eleazar ‘primicia de aqeullos que sufrieron antes de Cristo; así como Esteban lo es de aquellos que sufrieron después de Cristo’. En la tradición ascética ha quedado como un modelo de fortaleza” (Biblia de Navarra). “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.
Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla. Recordad el ejemplo que nos narra el libro de los Macabeos: aquel anciano, Eleazar, que prefiere morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes.
El que sabe ser fuerte no se mueve por la prisa de cobrar el fruto de su virtud; es paciente. La fortaleza nos conduce a saborear esa virtud humana y divina de la paciencia. Mediante la paciencia vuestra, poseeréis vuestras almas (Lc XXI, 19). La posesión del alma es puesta en la paciencia que, en efecto, es raíz y custodia de todas las virtudes. Nosotros poseemos el alma con la paciencia porque, aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos, comenzamos a poseer aquello que somos (S. Gregorio Magno). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo” (S. Josemaría Escrivá).
2. Sal. 3. No caminamos hacia la muerte, sino hacia la vida, y Vida Eterna. Ese es nuestro destino, la vocación que de Dios hemos recibido. Dios, para quienes creemos en Él y le somos fieles y sinceros, se convierte en nuestro escudo, nuestra gloria y nuestra victoria. Él siempre está con nosotros; y con Él a nuestro lado ¿a quién tendremos miedo? Aun cuando al terminar nuestra peregrinación por este mundo tengamos que acostarnos, dormiremos en paz hasta que el Señor nos despierte para estar eternamente con Él. Por eso, no sólo oremos, sino que también trabajemos con amor fiel, construyendo su Reino entre nosotros. Y no sólo construyamos su Reino; también oremos para que el Señor sea quien guíe nuestros pensamientos, palabras y obras. Entonces podremos decir que en verdad somos esos siervos buenos y fieles, que no trabajan conforme a sus propios planes e imaginaciones, sino conforme a la voluntad que Dios tiene sobre la humanidad.
Nos muestra aquí el salmo la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David, quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalom. Aquí David: I. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1,2). II. No obstante,confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones, así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4, 5). IV. Triunfa sobre sus temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los hijos de Dios (v. 8).
Versículos 1-3. El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos la clave para mejor interpretarlo: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida, subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejamos de El. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12,11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalom y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién sino a Él deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios:
l. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1,2). Mira en torno de sí, como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios.» Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía, como lo habían hecho de la aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus servidores y súbditos, también Dios le había desamparado a él y había abandonado su causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de él. Al final de los vv. 2,4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa pausa. Esta señal - nota del traductor- servía, no sólo para hacer una pausa, sino especialmente como indicación litúrgica y musical.
II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanto mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Yahweh, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza.» Sí, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para regocijarse y corazón para regocijarse.
Versículos 4-8. David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, mirando en tomo suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.
1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todo-suficiente.
(A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Yahweh.»
(B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sión, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.
(C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Yahweh me sostenía.» (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Habiendo encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y estando seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
(D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, dejándolos confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), v. 7.
2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante:
(A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, acampando en derredor de mí.» Cuando David huía de Absalom, le pidió a Sadoc que volviese el arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S.15,26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado.
(B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Yahweh; sálvame, Dios mío.»
(C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6,16; 2 Cr. 32,7; Sal. 55,18; Ro. 8,31; 1 Jn. 4,4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Yahweh» (v. 37,39; Jon. 2,9; Ap. 7,10; 19,1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: "Sobre tu pueblo SEA tu bendición.» También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la Biblia Hebrea -y en otras versiones- de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en aquéllas forma el v. 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de ocho).
En los vv. 5-7: “el Señor escucha siempre la plegaria que se le dirige en el Templo de Jerusalén (cf 1 R 8,30). El sueño del que, gracias al Señor, se despierta el salmista simboliza el sueño de la muerte del que despertó Jesucristo por el poder de Dios que le resucitó de entre los muertos (cf Rm 1,4)” (Biblia de Navarra) y Jesús nos recordará que lo que pidamos en su nombre nos lo concederá Dios (Jesús es el Templo del que habla la Escritura en imagen profética del de Jerusalén, y se consuma en la Jerusalén celestial, y tenemos la Iglesia que es el Templo del Espíritu en la historia). Así habla S. Ambrosio de la Dulzura del libro de los salmos: “Aunque es verdad que toda la sagrada Escritura está impregnada de la gracia divina, el libro de los salmos posee, con todo, una especial dulzura; el mismo Moisés, que narra en un estilo llano las hazañas de los antepasados, después de haber hecho que el pueblo atravesara el mar Rojo de un modo admirable y glorioso, al contemplar cómo el Faraón y su ejército habían quedado sumergidos en él, superando sus propias cualidades (como había superado con aquel hecho sus propias fuerzas), cantó al Señor un cántico triunfal. También María, su hermana, tomando en su mano el pandero, invitaba a las otras mujeres, diciendo: Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar.
La historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja; pero el libro de los salmos es como un compendio de todo ello y una medicina espiritual para todos. El que lo lee halla en él un remedio específico para curar las heridas de sus propias pasiones. El que sepa leer en él encontrará allí como en un gimnasio público de las almas y como en un estadio de las virtudes, toda la variedad posible de competiciones, de manera que podrá elegir la que crea más adecuada para sí, con miras a alcanzar el premio final.
Aquel que desee recordar e imitar las hazañas de los antepasados hallará compendiada en un solo salmo toda la historia de los padres antiguos, y así, leyéndolo, podrá irla recorriendo de forma resumida. Aquel que investiga el contenido de la ley, que se reduce toda ella al mandamiento del amor (porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley), hallará en los salmos con cuánto amor uno solo se expuso a graves peligros para librar a todo el pueblo de su oprobio; con lo cual se dará cuenta de que la gloria de la caridad es superior al triunfo de la fuerza.
Y ¿qué decir de su contenido profético? Aquello que otros habían anunciado de manera enigmática se promete clara y abiertamente a un personaje determinado, a saber, que de su descendencia nacerá el Señor Jesús, como dice el Señor a aquél: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. De este modo, en los salmos hallamos profetizado no sólo el namiento de Jesús, sino también su pasión salvadora,su reposo en el sepulcro, su resurrección, su ascensión y su glorificación a la derecha del Padre. El salmista anuncia lo que nadie se hubiera atrevido a decir aquello mismo que luego, en el Evangelio, proclamó el Señor en persona”.
3. Lc 19,1-10 (ver domingo 31C). Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Es, en verdad, el evangelista de la misericordia y del perdón. Como publicano -recaudador de impuestos, y además para la potencia ocupante, los romanos-, Zaqueo era despreciado y sus negocios debieron ser un tanto dudosos ("si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más"). Pero Jesús, con elegancia, se hace invitar a su casa y consigue lo que quería, lo que había venido a hacer a este mundo: "hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Los demás excomulgan a Zaqueo. Jesús va a comer con él. La de cosas que sucedieron en aquella sobremesa. Si ayer Jesús devolvió la vista a un ciego, hoy devuelve la paz a una persona de vida complicada.
¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"? Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán". ¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados?, ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo?, ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie? "Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás (J. Aldazábal).
Jericó era el primer bastión de la tierra prometida. Era el símbolo de las luchas de Israel. Allí, se encuentra Jesús a Zaqueo. Este hombre estaba encogido por los prejuicios de la gente que lo marginaba y lo minusvaloraba. Dirigía el grupo de cobradores de impuestos de la comarca. Oficio que era sumamente despreciado en medio del pueblo, debido a los malos manejos y la corrupción de los cobradores de impuestos. Oficio que era criticado por los fariseos porque los publicanos estaban en permanente contacto con los extranjeros (impuros) y con monedas profanas.
La multitud que lo desprecia le impide a Zaqueo ver a Jesús. No tiene otra opción que treparse en una higuera, pero de todos modos queda alejado del Maestro. Ya sea por el menosprecio de la gente o por el lugar que ha escalado (riqueza), Zaqueo no puede romper el cerco que lo sujeta. Jesús se percata de la situación y lo llama para que lo hospede.
La decisión de quedarse en la casa del Jefe de los publicanos provocó las más agrias reacciones. Todos los que se creen Israelitas santos y puros no dieron crédito a su ojos: ¡un profeta y maestro duerme en la casa del mayor de los pecadores! Zaqueo toma nuevamente la iniciativa y ante las críticas de los demás no trata de justificarse, sino que se compromete a enmendar su praxis. Reconoce que se ha enriquecido con la pobreza ajena, por eso decide devolver lo que ha conseguido legal pero injustamente. Sus bienes irán a parar a las manos de los pobres, de donde originalmente salieron. El desapego que Jesús ha motivado en Zaqueo respecto a las riquezas no es un asunto puramente psicológico: Zaqueo ha decidido liberarse de sus riquezas entregándolas a quien no se las puede devolver. El publicano ha realizado por iniciativa propia aquello que no pudo realizar el joven piadoso: entregar todos sus bienes y seguir a Jesús con alegría (servicio bíblico latinoamericano).
Continuamos escuchando al Espíritu que habla a las Iglesias, a la Iglesia. Un Espíritu exigente. Un Espíritu que invita a andar en verdad. A vivir en vela. A vivir preparados. A vivir del lado de la victoria. Pero un Espíritu exigente que respeta y no impone su presencia: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré..." ¡Qué difícil es quedarse a la puerta llamando! ¿Verdad? ¡Cómo nos gusta entrar sin llamar, irrumpir con fuerza para que los otros descubran la verdad! ¿O "mi" verdad? ¡Qué difícil es oír al Espíritu que llama suavemente! ¡Ojalá gritara con más vehemencia...!
Sin embargo, el Espíritu es de otra naturaleza. Sabio, prudente, paciente, se queda a la puerta, llamando. Si alguien percibe su susurro, abrirá la puerta y el Espíritu entrará y comerán juntos.
Jesús llamó a la puerta de Zaqueo y él oyó-subió-abrió, con el esfuerzo que supone querer oír, alzarse y abrir. Jesús entró y comieron juntos. Y la salvación iluminó la casa de un pecador que deseaba oír-ver, quería levantarse y anhelaba abrir la puerta. La salvación entró en casa de alguien que, sabiéndose necesitado de ella, aguzó el oído.
La necesidad siempre espabila el sentido de aquello que más se necesita. Por eso creo que es bueno que nos reconozcamos necesitados, de cuando en cuando. Que repasemos nuestra lista de carencias. Que nos demos cuenta de ellas. Que las coloquemos por orden de importancia. Que descubramos si nos sentimos pecadores con oído fino, para abrir la puerta al Espíritu, dejar que Jesús coma con nosotros y recibir la salvación en nuestra casa.
Amigos, amigas, que no seamos consumidores inconscientes de salvación, como si fuera un bien perecedero de fácil almacenaje. Él sigue a la puerta llamando... ¿O ya está dentro? (Luis Ángel de las Heras).
El encuentro de Jesús y Zaqueo ponen de manifiesto dos comportamientos diversos, pero complementarios. En las acciones de Jesús se pone de manifiesto el carácter universal de la misericordia divina, en las acciones de Zaqueo se revela el camino de una sincera voluntad de conversión y sus consecuencias.
Las búsquedas de Zaqueo lo conducen a Jesús, superando todos los obstáculos que se le presentan en su camino. Soluciona su falta de estatura encaramándose a un sicomoro, y posteriormente lleno de alegría responde con prontitud al pedido de hospitalidad que le hace Jesús y, sobre todo, demuestra la sinceridad de aquellas búsquedas dando muestras de una generosidad que supera las formas corrientes.
Esta generosidad que le lleva a compartir sus bienes muestra hasta que punto está él decidido a participar en el misterio de comunión. Zaqueo ha comprendido que la integración a ese misterio debe transparentarse en todos los ordenes de la existencia, incluso en el económico. Su fe toma la forma concreta de acciones solidararias en este último campo.
Las acciones de Jesús se dirigen a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia. Superando los prejuicios de impureza, comparte la vida con un jefe de los recaudadores de impuestos. La crítica dirigida a su actitud se convierte en ocasión para subrayar el significado del "Hoy" salvífico de Dios.
Los que se creía que estaban en una situación al margen de la realidad salvífica encuentran en Jesús la posibilidad de la participación en la gracia divina y de ese modo pueden integrarse plenamente en las promesas hechas a Abraham, el padre de todos los creyentes (Josep Rius-Camps).
El caso de Zaqueo ofrece la belleza de una conversión radical, consecuente, llevada hasta sus consecuencias materiales y sociales. Con frecuencia se dice que el evangelio es "para todos", y se dice eso a veces para desvirtuar la opción por los pobres. El evangelio, efectivamente, es para todos, pero desde los pobres, y por ello, "no de igual forma para todos". La actitud de Jesús hacia Zaqueo muestra, efectivamente, que Jesús busca a todos y que a todos les predica una Noticia, pero que esa noticia resulta para unos es buena y para otros "mala" (en un primer sentido). La Noticia es la misma, y es para todos. La significación de la Noticia es distinta para unos y otros, dependiendo del "lugar social" en que esté el receptor.
La conversión de Zaqueo en el evangelio ejemplifica el camino de la conversión del rico: comienza con el deseo de conocer a Jesús de cerca; continúa cuando el rico se junta al pueblo que busca a Jesús y luego lo acoge en su casa. Y se completa cuando Zaqueo comparte sus bienes devolviendo con creces lo que robó: "doy la mitad de mis bienes a los pobres" y "restituiré cuatro veces más lo que he robado". Resultó una cena muy cara, pero realmente liberadora (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
En una humanidad deteriorada por el pecado, el hombre empequeñecido por su propia miseria, busca incluso superarse a sí mismo y llegar hasta donde Dios habita. Tal vez nos pase lo mismo que a aquellos hombres que trataron de construir una torre tan alta que tocara al mismo cielo para ver a Dios. Zaqueo, hombre de baja estatura, se sube a un árbol para ver a Jesús cuando pasara por ahí. Pero Dios sabe que le buscamos; y cuando está junto a nosotros nos mira siempre con gran amor, pues Él es nuestro Padre y no enemigo a la puerta. Y a Zaqueo se le concederá no sólo ver y conocer a Jesús, sino la salvación que nos viene del Enviado del Padre Misericordioso. Y la salvación es iniciativa de Dios hacia nosotros: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Sólo cuando Dios hace su morada en nosotros llegará su Luz, y a la luz de su encuentro con nosotros podremos reconocer que nuestros criterios de acción están muy lejos de Él. Entonces, si en verdad queremos que Él habite en nosotros y se quede para siempre, iniciaremos un proceso de amor servicial hacia nuestro prójimo, amándole como Cristo nos ha amado a nosotros (www.homiliacatolica.com).
Jesús, una muchedumbre te rodea al entrar en la ciudad de Jericó. No es para menos, pues acabas de curar a un ciego que muchos debían conocer, y ahora te sigue, alabando a Dios [Cfr. Lc 18, 43]. ¿Qué otros prodigios ibas a realizar? No se habían visto cosas tan espectaculares desde los tiempos de los grandes profetas, pensarían muchos de los que se agolpaban a tu alrededor. Tú, sin embargo, a ninguno de éstos diriges tu atención.
Mientras, ha llegado la noticia del milagro a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Zaqueo no se lanza a la calle a ver al profeta. Se queda unos momentos pensando y confuso: ¿quién soy yo para ver a Jesús? Mi corazón está manchado de injusticia y avaricia. Si sólo pudiera hablarle un instante y pedirle perdón... Y sale a la calle. Jesús, está a punto de pasar, pero es tal la muchedumbre que es imposible ver nada.
Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro para verle. Zaqueo no se queda parado ante las dificultades, ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posición social: correr y subirse a un árbol para ver al Maestro. Jesús, Tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y Tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo bajó rápido y lo recibió con gozo.
No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús (Josemaría Escrivá, Amigos de Dios).
Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión. Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar. Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz. A veces pienso que no puedo...
¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible [San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la penitencia].
Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación. La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús. Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a Ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Pablo Cardona).
Aquí el Señor nos ha ilustrado en la salvación de un hijo de Abrahán, que no vivía al parecer las condiciones de la Alianza. El episodio ilustra la misericordia divina ante la conversión del pecador, que tan bien describió Jesús en sus parábolas (Lc 15), y se aprovecha de su curiosidad y provoca el encuentro… el resultado es la alegría, la salvación. El Señor “elige a un jefe de publicanos, ¿quién deseperará de sí mismo cuando éste alcanza la gracia?” (S. Ambrosio). En Zaqueo vemos la búsqueda de Dios, sin miedo… “convéncete de que el ridículo no existe para quien hace lo mejor” (S. Josemaría Escrivá, Camino 392). Al final, su correspondencia a la gracia, propósitos de devolver… “Que aprendan los ricos que no consiste el mal en tener riquezas, sino en no usar bien de ellas; porque así como las riquezas son un impedimento para los malos, son también un medio de virtud para los buenos” (S. Ambrosio).
Etiquetas:
Semilla de salvación
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)