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martes, 15 de noviembre de 2011

Miércoles de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. En el martirio se revela Dios creador, redentor, y la resurrección de la carne… “El creador del univer

Miércoles de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. En el martirio se revela Dios creador, redentor, y la resurrección de la carne… “El creador del universo os devolverá el aliento y la vida”. Jesús nos habla de hacer rendir la vida a través de imágenes: “¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?”

Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1.20-31. En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua: -«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley.» Antioco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo, no sólo con palabras, sino que le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le darla algún cargo. Pero como el muchacho no hacia ningún caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma: «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.» Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: -«¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios.»

Salmo 16,1.5-6.8.15. R. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.

Evangelio según san Lucas 19,11-28. En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro. Dijo, pues: -«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo." Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: "No queremos que él sea nuestro rey." Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: "Señor, tu onza ha producido diez." Él le contestó: "Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades." El segundo llegó y dijo: "Tu onza, señor, ha producido cinco." A ése le dijo también: "Pues toma tú el mando de cinco ciudades." El otro llegó y dijo: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras." Él le contestó: "Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses." Entonces dijo a los presentes: "Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez." Le replicaron: "Señor, si ya tiene diez onzas." "Os digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.' Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia."» Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Comentario: 1.- 2M 7,1.20-31. Ayer era un anciano, Eleazar, el que nos daba sorprendente testimonio de entereza y de virtud. Hoy es una madre con sus siete hijos la que todavía nos asombra más con su lucidez y valentía. Seguimos en la persecución de Antíoco IV que, con una mezcla de halagos y amenazas, intenta seducir a los israelitas y conducirlos a la "religión oficial" pagana, olvidando la Alianza con Dios. Muchos se resistieron, pero "ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor". De nuevo, lo principal no es lo de comer o no la carne prohibida, sino mantenerse fieles al conjunto de la alianza de Dios. Es magnífica la catequesis que la valiente mujer dedica a sus hijos sobre el poder y la misericordia del Dios creador, y también sobre el más allá de la muerte, del que éste es uno de los pocos libros del AT que tienen idea clara. Así les anima al martirio con la esperanza de que Dios sabrá recompensarles: "él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida".
Tal vez a nosotros no se nos presenta la ocasión de dar testimonio con el admirable heroísmo que vemos en Eleazar y en la madre y sus siete hijos. Pero a veces lo que falta en intensidad con una muerte de mártires, puede tener equivalencia en una vida de mártires: una conducta perseverante, fiel a Dios, resistiendo a la presión del ambiente. También para ir contra corriente, un cristiano o una familia necesitan un cierto heroísmo. Lo mismo que una comunidad religiosa que hace votos de seguir a Cristo en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que son realmente contrarios a las tendencias que prevalecen en el mundo (tener, gozar, mandar). Ojalá podamos hoy, además de cantarlo después de la primera lectura, rezar luego por nuestra cuenta, más detenidamente, el salmo de confianza: "mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos... yo te invoco, inclina el oído y escucha mis palabras... guárdame como a las niñas de tus ojos, y al despertar me saciaré de tu semblante". Meditaremos, hoy, una segunda escena de martirio: siete hijos, siete hermanos, torturados bajo la mirada de la madre. Sabemos, por desgracia, que esto es posible, que esto se ha hecho también en nuestra época. Nos gustaría no leer tales páginas, cerrar los ojos ante las torturas. Sin embargo, es necesario. Te ruego, Señor, por todos los verdugos y por todos los torturados. Te ruego, Señor, por todos los perseguidores y los perseguidos. Y te ruego, Señor, por todos los que callan, los que permanecen indiferentes, tranquilos y a sus anchas mientras algunos hombres mueren en algún lugar en guerra, muy próxima quizá... ¿No seré yo uno de éstos, Señor? ¡Oh cuán difícil es ser cristiano hasta el final! ¿Cuál es la parte de participación con el sufrimiento del mundo que tú esperas de nosotros, Señor, a fin de no quedarnos al margen, y para que seamos solidarios?
-La madre vio morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día... Todo el dolor del mundo en esta sola imagen. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué suceden tales cosas? Con lágrimas y como un clamor, la humanidad te hace esta pregunta. Sí, conozco tu respuesta: no es una bella palabra tranquilizadora, no es una idea, no es una solución a un problema... es tu venida. Has venido en la carne. Has tomado sobre Ti lo necesario para "desangrarte", "ser flagelado", "morir" y resucitar. Pero, repitenoslo, Señor. Repítenos que no te quedas «fuera del dolor y la pena» de los hombres, que tú estás dentro, que la compartes... Que Tú la comprendes, que sabes lo que es ser anonadado, sufrir. agonizar. Repítenos que hemos de tomar nuestra parte en tu seguimiento. Repítenos que Tú quieres la vida y la resurrección. Repítenos que la muerte no es más que un momento, un pasaje.
-La madre decía: "No fui yo quien os dio el espíritu y la vida... Sino el Creador del mundo que modela al niño, que preside su origen y el de toda cosa... Yo te llevé nueve meses en mi seno, te amamanté, te alimenté, te crié... Mira el cielo y la tierra; y sepas que Dios hizo todo esto..." Ante el absurdo de la muerte y del mal, ésta era la pura reacción de los judíos más conscientes -fue también la de Job-: no comprendemos, Señor, pero confiamos en Ti. No podemos pedir cuentas a Dios. Es el más Fuerte, el más Inteligente, el más Sabio, es el Creador. Incluso, si no lo entiendo todo, ¡sin embargo es El quien debe tener razón de haber hecho el mundo tal como lo hizo! Finalmente, esta actitud no es una abdicación. Es la única actitud razonable. Si lo comprendiéramos todo, seríamos «Dios». ¡Y evidentemente sabemos que no lo somos! Y los misterios complejos de la fecundidad, de la biología, de la genética, son de los que nos ponen delante de esta humildad radical. Esa madre que dio al mundo siete hijos lo sabe bien: se sabe muy pequeña ante los misterios que se cumplieron en ella. Y esto la ayuda a comprender que hay otros muchos misterios, para los cuales, hay también que confiar plenamente en Dios.
-No temas a este verdugo, hijo mío. Acepta la muerte para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia... Fe en la resurrección. Respuesta final (Noel Quesson).
La narración llega a su punto culminante de emoción y de síntesis doctrinal. Las palabras de la madre, aunque formuladas en un lenguaje excesivamente filosófico, son maternales: cree que Dios puede resucitar a los hombres, aunque no sabe cómo lo hará, porque tampoco sabe cómo ha hecho en ella la maravilla de la generación. Se nota un crescendo en la obra creadora de Dios. La idea de un Dios creador y gobernador del mundo no podía expresarse con más fuerza ni más palpablemente que con el ejemplo de la transmisión de la vida y de la aparición constante de almas inmortales. Sólo faltaba la expresión técnica. Esta llega al final: creación de la nada. Es la primera vez que la Biblia la afirma explícitamente, si bien ya en Gn (1,1) está implícita. El discurso del hermano pequeño es un resumen de lo que han dicho los otros seis: al perseguidor le espera un castigo, mientras que los mártires tienen reservada una vida eterna.
El judaísmo posterior guardó el recuerdo del martirio de esta familia, juntamente con el de Eleazar. A comienzos del siglo I d. C., un judío helenista aprovechará la narración para ampliarla en el llamado libro IV de los Macabeos; hace de estos hermanos un símbolo de la capacidad de la razón para dominar los instintos, presentándolos como unos filósofos que demuestran con argumentos la superioridad de la razón sobre las pasiones, mientras que el elemento religioso pasa a segundo término y, en algunos momentos, desaparece por completo. La progresiva disminución de la importancia de este relato en el judaísmo no se debió a las dudas sobre su historicidad, sino al hecho de que en la teología judía siempre ha tenido una importancia relativa la salvación individual. Para los antiguos rabinos, el sacrificio de la vida sólo es admisible cuando hay motivos proporcionados, como el bien de la comunidad o la conservación de la ley. En el cristianismo, por el contrario, sobre todo durante el período de las persecuciones, estos mártires judíos fueron tenidos en gran veneración. La Iglesia ve en ellos un ejemplo sublime de profesión de fe. Es la visión del martirio como un medio heroico de santificación personal (J. Aragonés Llebaria).
La escena se desarrolla en una forma dramática y filosófica al modo de los diálogos de Platón diría yo, de manera que los hermanos van desglosando aspectos de la verdad, y aquí tomo nota de la Biblia de Navarra: “el primero afirma que los justos prefieren morir antes que pecar (v 2) porque Dios les premiará (v 6); el segundo, que Dios les resucitará a una vida nueva (v 9); el tercero, que resucitarán con sus cuerpos rehechos (v 11); el cuarto, que para los malvados no habrá “resurrección de la vida” (v 14); el quinto, que para los malvados habrá castigo (v 17); y el sexto, que cuando el justo sufre se debe a que es castigado por el pecado (v 18)”, doctrina como sabemos esta última corregida por Jesús, y en el último se afirma que “la muerte aceptada por los justos tiene un valor expiatorio a favor de todo el pueblo (v 37-38). La resurrección de los muertos que ‘fue revelada progresivamente por Dios a su pueblo’ (Catecismo 992) se apoya primero en las palabras de Moisés acerca de que Dios consolará a sus siervos (v 6; cf Dt 32,36), y si éstos mueren prematuramente recibirán el consuelo en la otra vida… en el razonamiento de la madre (vv 27-28) la fe en la resurrección se impone ‘como una consecuencia intrínseca de la fe un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo’ (id, 992). Nuestro Señor Jesucristo ratifica la resurrección de los muertos y la une a la fe en Él (cf Jn 5,24-25; 11,25); al mismo tiempo purifica la representación de la resurrección que tenían los fariseos, resultado de una interpretación meramente materialista (cf Mc 12,18-27; 1 Co 15,35-53).
En las palabras de aquella madre (v 28) aparece también la fe en la creación desde la nada ‘como una verdad llena de promesa y de esperanza’ (Catecismo 297)”.
Dios crea “de la nada”
296: “Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf Cc Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina (cf Cc Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente "de la nada" (DS 800; 3025): ‘¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere’ (S. Teófilo de Antioquía, Autol. 2,4).
297: La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: ‘Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia’ (2 M 7,22-23.28).
298: Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf 2 Co 4,6)”.
“La afirmación del valor expiatorio de la muerte de los mártires, expresada en las palabras del último de los hermanos (vv 37-38), nos prepara para comprender el valor redentor de la muerte de Jesucristo. Auqneu hemos de tener en cuenta que Cristo, con su muerte, no sólo detiene el castigo merecido por todos los hombres, sino que, por su gracia, hace justos ante Dios a los hombres pecadores (cf Rm 3,21-26). Muchos santos Padres elogiaron estos mártires y su madre, su moderación: “igualémosla nosotros con la paciencia y la templanza contra las concupiscencias irracionales, contra la ira, la avaricia de las riquezas, las pasiones del cuerpo, la vanagloria y todas las otras semejantes. Pues si dominamos su llama, como aquellos dominaron la del fuego, podremos estar cerca de ellos y ser participantes de su confianza y libertad” (S. Juan Crisóstomo).
El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea Dios!, pues si para el Señor vivimos, también para Él morimos, pues ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros. Él nos creó; y Él nos llama a la vida eterna. Seamos fieles al Señor; no juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios y al Demonio. Si somos del Señor, vivamos para Él. Reafirmemos nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; pues si Dios tiene el poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para resucitar, para la vida eterna junto a Él, a quienes le vivamos fieles. No causemos mal a nadie; no los persigamos, no les hagamos la guerra, no los asesinemos si no queremos, al final enfrentar el juicio de Dios, como hoy nos lo hace saber la Palabra de Dios por medio del hijo menor de aquella mujer que vio morir a sus siete hijos en un sólo día, por ser fieles a la Ley Santa de Dios.

2. Hallándose David en grave apuro y gran peligro, debido a la maldad de sus enemigos, se dirige en oración a Dios en este salmo, buscando refugio en Él. I. Apela a Dios con respecto a su propia inte-gridad (vv. 1-4). II. Ruega a Dios que le sostenga en ella y que le preserve de la malevolencia de sus enemigos (vv. 5-8, 13). III. Describe el carácter de sus enemigos, para, basándose en ello, rogar a Dios que le proteja (vv. 9-12, 14). IV. Se consuela con la esperanza de su futura dicha (v. 15).

Versículos 1-7. Este salmo es una oración; hay tiempo para alabar y tiempo para orar. David era ahora perseguido, probablemente por Saúl (comp. 1 de Samuel. 23,25 y ss.). Se dirige a Dios en estos versículos, tanto para apelar en favor de su propia causa (v. 1): «Oye, oh Yahweh, una causa justa», como para pedir que le escuche (v. 1): «Está atento a mi clamor»; y, de nuevo (v. 6):«Inclina a mí tu oído, escucha mi palabra». David hablaba sinceramente (v. 1): «Escucha mi oración hecha de labios sin engaño». Nos servirá de gran consuelo, cuando nos sobrevenga algún apuro, tener en movimiento las ruedas de la oración, pues así podremos acudir con mayor confianza al trono de la gracia. Su fe le animaba a esperar que Dios tomaría nota de sus oraciones (v. 6): «...por cuanto tú me oyes,...inclina a mí tu oído».
1). David dirige su apelación a la corte de los cielos: «Señor, presta atención a la justicia de mi causa, porque Saúl está tan dominado por la pasión y el prejuicio que no querrá escucharme.
2). Pide experimentar la buena obra de Dios en él, como evidencia de la buena voluntad de Dios hacia él y para continuar disfrutando de la benevolencia de Dios hacia él:
(A) Ora para que Dios efectúe en él su obra de gracia (v. 5): «Sustenta mis pasos en tus caminos. Señor, por tu gracia, me he guardado de las sendas de los violentos; con esa misma gracia, haz que sea guardado en tus caminos».
Versículos 8-15
1. Veamos lo que pide aquí David:
(A). Ser protegido él mismo (v. 8): «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas». Los hombres protegen como pueden (y para eso nos ha provisto Dios con la barrera de los párpados) las pupilas de sus ojos, pues si ellas se dañan sobreviene la ceguera. Si nosotros guardamos la ley de Dios como las niñas de nuestros ojos (Pr. 7,2), podemos esperar que Dios nos guarde como la niña de su ojo, pues, por Zac. 2,8, nos dice que «el que toca a los suyos, toca a la niña de su ojo». Ruega también David que Dios le guarde con la misma ternura con que la gallina protege bajo sus alas a los polluelos (v 8b, comp. con Mt 23,37, donde Cristo emplea esa comparación). El símil expresa una protección solicita y amorosa (Sal 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4. V también Dt 32,11. La imagen frecuente en el A.T. es la del águila, mientras que en el N.T. predominan la de la paloma y la de la gallina.) También podría entenderse, como hacen algunos, en alusión a las alas de los querubines de sobre el propiciatorio. M. Henry —nota del traductor— lo da como alternativa posible. Dice Arconada: «La tendencia cúltica pone esta frase en relación con las alas de los querubes del arca (Briggs, Weiser)».
2. Es una oración llena de confianza, a fin de animar su propia fe en esas peticiones, y se hace hincapíe a la dependencia que el salmista mantiene con respecto a Dios como a su porción y fuente de su felicidad. «Ellos tienen su porción en esta vida en las cosas del mundo —viene a decir David—, pero en cuanto a mí (v. 15), en justicia contemplaré tu rostro (lit.) —«en justicia»= haciendo lo que es justo, ya desde la mañana (v. Sal. 101,8)—; al despertar, me saciaré de tu semblante». Este v. puede entenderse de dos maneras: (a) Conforme al corriente uso bíblico, «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo «despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a la resurrección. Esta es la opinión del traductor. En cambio, Arconada y el propio M. Henry entienden la primera parte del v. como indicación de la visión de Dios en la gloria del cielo; y lo de «despertar», como referencia explícita a la resurrección, de acuerdo con lugares como Dan. 12,2.
Dice GS 19: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención. La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”.
Muchos males tiene que soportar el justo; pues el oro es acrisolado en el fuego, y el justo lo es en el sufrimiento. Así entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La Escritura nos dice: Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate para el sacrificio. Si hemos puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya formando hasta lograr la perfección, llegando a ser conforme a la imagen de su propio Hijo. Dejemos que vaya haciendo su voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma en que el alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el dolor, en la prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos firmes en los caminos de Dios para que contemplemos su Rostro; y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de la muerte, el Señor nos despierte para saciarnos eternamente de su vista.

3.- Lc 19,11-28. La parábola de las diez onzas de oro que hay que hacer fructificar tiene, según Lucas, una intención: "estaban cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". Lo del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que, mientras llegue ese momento -la vuelta del rey no parece inminente-, se trabaje: "negociad mientras vuelvo". Tampoco es decisivo si con las diez monedas uno ha conseguido otras diez, o sólo cinco. Lo que no hay que hacer es "guardarlas en un pañuelo", dejándolas improductivas. La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta. Cuenta Flavio Josefo que hacia el 4-3 a.C., tras la muerte de Herodes, su hijo Arquelao fue a Roma a recibir su confirmación e título real, y ante su crueldad algunos judíos fueron al César para que no se la concediese. Algunos hombres de Arquelao protegieron sus propiedades mientras estaba fuera (mina es una unidad contable = 570 gramos de plata = 100 dracmas). Esta parábola, enriquecida con otros motivos, aparece en Mt como la de los talentos. Jesús supera la visión mesiánica de reinados de este mundo, sitúa su reino a otro nivel, enseña que vendrá como Rey, que reinará y juzgará. Además, que sus servidores no han de preocuparse por los enemigos del Reino (v 14), sino hacer fructificar la herencia que les ha encomendado. Si sabemos apreciar los tesoros que nos ha encomendado (vida, fe, gracia…) pondremos empeño en hacerlos fructificar: “Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón” (S. Josemaría Escrivá).
Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido -vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte: todos tenemos algún don- los hemos de trabajar, porque somos administradores, no dueños. Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de "empleado holgazán" que ha ido a lo fácil y no ha hecho rendir lo que se le había encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad, no tanto si hemos conseguido diez o sólo cinco. Lo que no podemos hacer es aducir argumentos para tapar nuestra pereza (el siervo holgazán poco menos que echa la culpa al mismo rey de su inoperancia). ¿Qué estamos haciendo de la fe, del Bautismo, de la Palabra, de la Eucaristía? ¿qué fruto estamos sacando, en honor de Dios y bien de la comunidad, de esa moneda de oro que es nuestra vida, la humana y la cristiana? Ojalá al final todos oigamos las palabras de un Juez sonriente: "muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor" (J. Aldazábal).
A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le concederá el discernimiento de todos los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos existentes fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias, incluso con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todas las demás cosas. Al que tiene la alegría del Evangelio se le dará la intuición del sentido de la verdad que puede haber en otras religiones. Por el contrario, al que no tenga se le quitará aun lo poco que tenga. Al que posee poca alegría del Evangelio se le irá de las manos la capacidad de diálogo y se obstinará en la defensa a ultranza de lo poco que posee, se cerrará dentro de sí mismo, entrará en liza con los demás por temor a perder lo poco que tiene. Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La poca alegría del Evangelio es causa de mezquindad y de tristeza en todos los terrenos de la vida eclesiástica y social, produce corazones encogidos y es causa de absurdas discusiones sobre auténticas nimiedades (Carlo M. Martini).
-Cuando la gente escuchaba las palabras de Jesús -anunciando que la salvación había venido para Zaqueo-, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén, lo que hacía creer que el reino de Dios iba a apuntar de un momento a otro. Pascua está cerca. Multitud de peregrinos suben para celebrarla. Es el aniversario de la Liberación de Egipto. Todo el mundo se imagina que ha llegado para Jesús la hora del triunfo, y que el Reino de Dios «aparecerá de modo visible»... quizá dentro de pocas horas se aclamará al «Hijo de David» con ramos verdes en las manos. Los discípulos de Emaús, dentro de diez días, decepcionados dirán: «Nosotros esperábamos que era aquél que había de liberar Israel» (Lc 24,21)... y, cincuenta días más tarde, los Doce, le preguntarán aún: ¿Es ahora que vas a restablecer la realeza en Israel?» (Hch 1,6). En el tiempo en que Lucas escribía su evangelio, algunos burlones seguían dudando: «¿Qué hay de la promesa de su venida? Nuestros padres murieron y desde entonces todo sigue como desde que empezó el mundo (2 P 3,4) ¡Pues, sí! Dios parece hacerse esperar. No es muy visible el esplendor de su Reino. ¡Dios, muéstrate! ¡Muestra quién eres! ¿Cuándo vas, por fin, a reinar verdaderamente? Escuchemos la respuesta de Jesús a esa pregunta capital.
-Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, encargándoles: «Negociad, mientras vuelvo...» ¡Los contemporáneos de Jesús esperaban un Reino muy inmediato! Jesús les hace comprender que habrá antes un plazo, una demora, durante la cual nos confía unas responsabilidades.No hay que «soñar», hay que «negociar»... Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron detrás de él una delegación que dijese: «¡No queremos a éste por Rey!" Los contemporáneos de Jesús hubieran querido un Reino esplendoroso, vencedor. Jesús les da a entender que antes de su inauguración, habrá una revuelta contra ese «rey»: «¡Fuera ese! ¡suéltanos a Barrabás!» (Lc 23,18). La Pasión de Dios... El rechazo de Dios es un fenómeno histórico inquietante. Jesús lo anunció. Es un fenómeno actual, un hecho de todos los tiempos. Por otra parte, Jesús tenía en cuenta un acontecimiento histórico reciente: Arquelao, de quien precisamente dependía la ciudad de Jericó, había ido a Roma para pedir el título de Rey al Emperador Augusto... una delegación judía de cincuenta notables intrigó para que no le fuera concedido tal título...
-Cuando volvió mandó llamar a los empleados para enterarse de lo que había ganado cada uno con lo que había recibido... Además de los detalles propios de Lucas volvemos a encontrar, más o menos, la trama de la «parábola de los talentos» relatada por san Mateo en un contexto escatológico equivalente. El tiempo que precede al «Reino de Dios aparente» es un tiempo en el que Dios reina ya, pero no de modo visible. Es el tiempo de la persecución. Es el tiempo de la fidelidad en la prueba. El tiempo de la perseverancia. Es el tiempo del trabajo para Dios: de «negociar, de hacer fructificar lo que se nos ha confiado» Es el tiempo de ser fiel en «las cosas pequeñas» (Lc 16,10) en la espera de recibir mayores responsabilidades: los empleados, que negociaron bien una moneda de plata, obtuvieron el gobierno de una ciudad. Es el tiempo de la Iglesia. Es el DÍA de HOY (Noel Quesson).
Los que caminan con Jesús van haciendo cuentas de lo que ocurrirá en Jerusalén cuando el profeta llegue y derribe el poder establecido para imponer un nuevo gobierno. Pero, Jesús no tiene la misma idea, por eso les propone una comparación. La comparación de las diez monedas contradice las ideas que sus seguidores tenían respecto al Mesías. Ellos esperaban un gobernante poderoso e invencible que desafiara al sanedrín y expulsara a los romanos. La parábola, sin embargo, nos habla de un rey rechazado por su pueblo que se marcha a otro país. Al momento de irse, encarga su fortuna a diez empleados. Cuando regresa los llama para que le den cuentas. Se presentan tres empleados con actitudes diferentes: el primero ha sabido aprovechar los recursos y los ha multiplicado; el segundo con esfuerzo ha quintuplicado el valor original; pero el último, se presenta a desafiar la autoridad del rey con una actitud negligente y despectiva. Este empleado estima en poco la confianza que en él ha depositado el rey y fanfarronea con los defectos del gobernante. La respuesta del rey no se hace esperar: el negligente perderá todo, en cambio, el diligente incrementará el patrimonio.
Esta parábola se aplica a los seguidores de Jesús. El Maestro ha confiado a su Iglesia unos ministerios, unos dones. Algunos los hacen fructificar en servicios, solidaridad y fortalecimiento de las organizaciones eclesiales. Otros, sólo esperan que su ministerio les sirva como un simple título de prestigio. Al final, todos son llamados a rendir cuentas. Los que hicieron del ministerio un camino para hacer crecer el Reino y para producir frutos de solidaridad verán el fruto de sus buenas obras. Los que fueron negligentes con su ministerio y lo sepultaron bajo toneladas de pereza y apatía, verán cómo su nombre desaparece de entre la comunidad. La parábola nos dice que no podemos esperar únicamente un Mesías de gloria, que dé nombre y lustre a sus seguidores. Debemos esperar a un Maestro preocupado de que sus discípulos crezcan y produzcan los frutos del Reino: servicio, solidaridad y Justicia (servicio bíblico latinoamericano).
El evangelio que se lee hoy en la liturgia -y que cierra la sección del camino- consta de una parábola y de un dicho de Jesús añadido al final. La parábola tiene gran semejanza con la de los talentos (cf Mt 25,14-30) que hemos proclamado precisamente este domingo pasado. Es una llamada a trabajar en el tiempo que falta hasta la venida del Señor. Un hombre que emprende un viaje reparte entre sus empleados diez onzas de oro y les pide que negocien con ellas durante su ausencia. A su vuelta, investiga lo que han hecho tres de ellos. Los dos primeros han hecho que la onza produjese. En premio, reciben el mando sobre diez y cinco ciudades respectivamente. Al tercero se le quita libra y se le entrega al que tenía diez. El mensaje es claro. Se trata de una exhortación a los discípulos para que estén vigilantes ante la venida del Señor y, mientras, saquen partido de lo que se les ha concedido gratuitamente. La recompensa por esta creatividad irá siempre más allá de lo estrictamente merecido. Con esta parábola Lucas pretende, una vez más, corregir la expectativa popular de una aparición inminente del Reino.
Tenemos que ser creativos hasta que el Señor vuelva. Él nos concede sus dones para seguir construyendo su proyecto del Reino. Hace de nosotros pequeños creadores. Puede que la cultura actual sea una fábrica de pasividad, pero los hombres y las mujeres seguimos siendo genéticamente creativos. Si no lo fuéramos moriríamos. Forma parte del equipaje con que venimos al mundo para enfrentarnos a este mundo complejo.
¿Qué es lo que descubrimos al investigar en qué consiste la creatividad humana? Que las respuestas nuevas hunden sus raíces en las respuestas aprendidas. Un pensador europeo decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria. Gran parte de las operaciones que llamamos "creadoras" se fundan en una hábil explotación de la memoria. Si esto es así, la desvinculación de las raíces, la falta de profundidad… impide la creatividad. La reduce a mera ocurrencia superficial. Cuando se elimina la memoria se elimina la creatividad profunda, y ese hueco hay que rellenarlo, entonces, con el disfrute, con el consumo. Tal vez el hedonismo ambiental sea sólo la búsqueda desesperada de una "exaltación" (fácil pero efímera) que pugna por ocupar el lugar de la "exultación" (ardua pero duradera) que podríamos haber logrado por la vía de la creatividad. Pero, ¿cómo ser creativos cuando nos borran las huellas de la memoria, cuando nos quitan las herramientas del aprendizaje paciente?
Para consumir basta con introducir una moneda en una máquina y extraer una lata de bebida. O apretar un botón del telemando y sintonizar un canal de televisión. Para crear es preciso cargar la memoria, adiestrarla, trabajar sobre ella. Tocar un instrumento musical exige horas interminables de ensayo. Muchos de los que empiezan se quedan a medio camino. Practicar bien un deporte requiere días de entrenamiento. Pocos resisten. Lo importante no es sólo la ascética de la resistencia sino la constancia para realizar un buen equipamiento. Las muchas acciones de "usar y tirar" sobrecargan el psiquismo y no consiguen hacernos creativos.
Hacer producir nuestras onzas de oro exige un entrenamiento constante y el coraje de asumir riesgos. Jesús alaba más la capacidad de arriesgarse (aunque implique errores) que los "aciertos" de quien permanece cómodamente instalado (Josep Rius-Camps).
Jesús va al frente de sus discípulos. Se encamina hacia Jerusalén donde será nombrado Rey por su Padre Dios. No serán tanto las aclamaciones que recibirá en su entrada gloriosa a Jerusalén entre Vivas y Hosannas; no será tanto aquella burla inferida por los soldados cuando le hagan rey de burla; no será tanto aquel letrero que se mandará poner en lo alto de la cruz y en que estará escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. Será Aquella Glorificación que le dé el Padre Dios por su filial obediencia. Y esto mismo es lo que el Señor espera de quienes vamos tras sus huellas. Él nos confió el anuncio del Evangelio que, como una buena semilla que se siembra en el campo, ha de producir más y más fruto, hasta que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. No podemos haber recibido la salvación y querer disfrutarla de un modo particularista e intimista. No podemos envolverla en el pañuelo de nuestra propia piel; la luz que el Señor nos dio no puede esconderse cobardemente debajo de una olla de barro. El Señor nos quiere apóstoles que, con la valentía que nos viene de su Espíritu Santo en nosotros, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza. Quien no lo haga se estará comparando a aquellos hombres que rechazaron al Señor y no lo quisieron como Rey en su vida, y sufrirá la misma suerte de rechazo dada a ellos… El tesoro de la Palabra de Dios, de su Vida que nos salva y de la comunión fraterna que nos une como hijos de Dios, no puede quedarse encerrada en nosotros de un modo cobarde. Dios confió a su Iglesia la salvación para que la haga llegar a todos los hombres. A cada uno corresponde, en el ambiente en que se desarrolle su vida, dar testimonio del Señor para conducir a sus hermanos a un verdadero encuentro con Dios y lograr, así, un compromiso personal con Él. No podemos buscar al Señor para que nos ilumine con su presencia, y después dedicarnos a ser tinieblas para los demás con actitudes contrarias a nuestra fe y al amor, que ha de manifestarse con las buenas obras, dando razón de nuestra esperanza. Vivamos con autenticidad nuestro compromiso con el Señor, aun cuando por ello tengamos que sufrir burlas, persecución o muerte. Tengamos firme nuestra esperanza en que el Señor, por serle fieles y dar testimonio de Él proclamando su amor a todos, al final nos resucitará para que contemplemos su Rostro y seamos coherederos, junto con su Hijo, de la Gloria que ha reservado a los suyos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fidelidad a Cristo, trabajando constantemente para que su Reino esté en nosotros y, por medio de su Iglesia, lo haga llegar a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Amén (www.homiliacatolica.com; textos sacados de mercaba; Llucià Pou 2009).

jueves, 10 de noviembre de 2011

Viernes de la 32ª semana de Tiempo Ordinario. Por las cosas creadas se puede llegar al Creador, y Jesús nos habla del día en que se manifestará el Hij

Viernes de la 32ª semana de Tiempo Ordinario. Por las cosas creadas se puede llegar al Creador, y Jesús nos habla del día en que se manifestará el Hijo del Hombre, en Él Dios se nos revela de modo pleno

Libro de la Sabiduría 13,1-9. Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de conocer al que es, partiendo de las cosas buenas que están a la vista, y no reconocieron al Artífice, fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire leve, a las órbitas astrales, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes, regidoras del mundo. Si, fascinados por -su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Dueño, pues los creó el autor de la belleza; y si los asombró su poder y actividad, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo; pues, por la magnitud y belleza de las criaturas, se descubre por analogía el que les dio el ser. Con todo, a éstos poco se les puede echar en cara, pues tal vez andan extraviados, buscando a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras, las exploran, y su apariencia los subyuga, porque es bello lo que ven. Pero ni siquiera éstos son perdonables, porque, si lograron saber tanto que fueron capaces de averiguar el principio del cosmos, ¿cómo no encontraron antes a su Dueño?

Salmo 18,2-3.4-5. R. El cielo proclama la gloria de Dios.
El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los limites del orbe su lenguaje.

Evangelio según san Lucas, 17,26-37. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva. Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará. Os digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.» Ellos le preguntaron: -«¿Dónde, Señor?» Él contestó: -«Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo.»

Comentario: 1.- Sb 13,1-9. Los paganos tenían que haber reconocido a Dios a través de la naturaleza creada: ésta es la tesis que desarrolla el libro de la Sabiduría. Y lo hace en medio de una sociedad helenista, como la de Alejandría. Pero han sido necios y vanos: se han quedado en lo creado, sin dar el salto al Creador. Se han dejado encandilar por la hermosura y la grandeza de las cosas, y tienen por dioses al fuego, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes. De la hermosura y del vigor de lo creado tenían que haber pasado a calcular "cuánto más poderoso es quien los hizo". El cosmos es bueno. Pero tendrían que haber descubierto a su Señor. Éste es el fallo de los que han llegado a una religión naturalista, adorando al sol y a la luna o a los grandes ríos. Aquí no leemos el otro ataque, más fuerte, que hace el autor contra otra clase de increyentes: los que se han construido con sus propias manos ídolos de piedra o de madera y los adoran. A los anteriores de algún modo los disculpa, porque el cosmos es en verdad admirable. Pero los idólatras son más necios y vanos, porque adoran la obra de sus manos.
El capítulo 13 del libro de la Sabiduría (primer siglo a. de J.C.) es uno de los que más abundantemente ponen de manifiesto la erudición helenística del autor. A la manera griega, ve en la belleza del mundo un valor religioso (v 3), piensa que el dinamismo de la creación puede dejar al descubierto a su Autor (v. 4). Pero sigue fundamentalmente fiel a su fe judía y quizá no sea inútil ver cómo ambas culturas, judía y griega, confirman al autor en su fe en la existencia de Dios.
a) La fe judía en la existencia del Creador está marcada por la lucha que el yahvismo mantiene contra las concepciones sacralizantes de la naturaleza. Para Canaán y Babilonia, la naturaleza revela un Dios que la tiene a su merced mediante la fecundidad que la envía o la niega. Ritos mágicos permiten participar en esa fecundidad; y los mitos la explican mediante la hierogamia misteriosa de los dioses y de las diosas. Para Israel, por el contrario, el mundo ha sido creado merced a una iniciativa libre y amorosa de Dios, que ha sido inmediatamente secularizada, si así puede decirse: los relatos del Génesis afirman, en efecto, la creencia en un Dios creador, pero al mismo tiempo afirman la certidumbre de que el mundo ha sido confiado por Dios al hombre, su visir. Dios es efectivamente el autor del mundo, pero no a la manera de los dioses creadores del Oriente, que lo alienan con su manera de dirigirlo. El Dios creador es en Israel más trascendente al mundo que los dioses orientales, pero la religión no es por eso menos pura; desacralizada y desmitificada, es la relación libre del hombre-visir al Dios a quien reconoce. La creación es considerada, además, por el juicio como el primer acto de un Dios que dirige la historia hasta la salvación mediante una serie de intervenciones gratuitas que suponen la colaboración del hombre. La relación del hombre con su Creador no está ya condicionada por las leyes naturales de fecundidad y su explicación mitológica, sino por la relación libre y gratuita de Dios y de su visir en el mundo.
Para la Biblia, "ignorar a Dios" (v 1) no es necesariamente negarse a creer en su existencia, sino rechazar ese diálogo personal y libre que la doctrina judía de la creación postula entre Yahvé y el hombre.
b) El concepto que los griegos se forman del mundo es bastante diferente del de los judíos y el autor parece reprochárselo. No condena tanto la idolatría -los mejores de entre los griegos no caen en esa aberración-, sino que apuntan más bien a sus especulaciones intelectuales. Los griegos no son tampoco ateos: tienen un sentido del misterio de las cosas y buscan a Dios a su manera. ¿Qué reproche se les puede hacer entonces? El de no haber podido pasar de su conocimiento de las cosas visibles al conocimiento del Ser por excelencia (v 1). El autor supone, pues, que es posible pasar de lo visible a lo invisible y reprocha a los griegos filósofos el no haber recorrido hasta el final el camino que hubiera debido llevarles hasta Dios. Pero el autor no dice cómo habrían debido comportarse los griegos para pasar de la naturaleza creada al Dios creador: se tiene la impresión de que su condena del pensamiento griego es un tanto somera. Por otra lado, los pocos argumentos utilizados, como el de la hermosura de la creación (v 3), eran conocidos y utilizados por los filósofos contemporáneos pero sin aplicarlos necesariamente a la noción de un Dios trascendente. Se limitaban, en efecto, a extraer de ellos la idea de un demiurgo organizador de una materia preexistente o la de un principio inmanente a la creación. Se concibe por tanto que el autor se sienta orgulloso de que su fe judía le proporcione la idea de un Dios personal y transcendente, pero nos quedamos a media ración cuando afirma la posibilidad de un conocimiento natural de Dios sin indicar el camino que lleva a ese conocimiento (Maertens-Frisque).
Esta página es testimonio de la erudición helenística del autor de la Sabiduría, que capta la ciencia de su época y encuentra en ella una razón suplementaria de "adorar". La belleza de la creación revela al Creador.
-Fueron insensatos todos los hombres que ignoraron a Dios y que a través de los bienes visibles no fueron capaces de conocer a "Aquel que es", ni reconocieron al Artífice considerando sus obras. La belleza del mundo tiene un valor religioso. Y no será el descubrimiento más profundo de las ciencias modernas, lo que pueda reducir la belleza del universo. El cual resulta ser mayor y más complejo aún, desde la inmensidad del cosmos a lo infinitamente pequeño del átomo.
-El fuego, el viento, el aire sutil, la bóveda estrellada, la ola impetuosa... Hay que saber detenerse ante esas maravillas. Vivimos en medio de fenómenos extraordinarios que no vemos... habitualmente. Danos, Señor, una mirada nueva para contemplar "el fuego", "el viento", "la flor", "el niño", "la estrella", «la ola» del mar.
-Si quedaron encantados por su belleza, hasta el punto de haberlos tomado como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó. En todo tiempo los hombres han sido sensibles a la belleza: Esta era una verdadera pasión en los griegos, en la época del autor de la Sabiduría. El mundo moderno siente también inclinación a idolatrar la belleza, de hacerla un fin, de dejarse captar por su "encanto". Ayúdanos, Señor, a contemplarte, a Ti, fuente e inventor de todo lo que es bello. Tú fuiste el primero en tener la pasión de hacer cosas bellas.
-Y si fue su poder y su eficiencia lo que les sobrecogió, deduzcan de ahí, cuánto más poderoso es «Aquel que los formó», pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su autor. Es una de las más perfectas expresiones de síntesis entre: - la filosofía griega, toda ella orientada ya hacia la lógica y la ciencia... - y la teología tradicional, que admira a Dios como Creador... Toda la civilización llamada «occidental» está en germen en tales actitudes de la mente. De hecho fue en el marco de esa civilización, que se desarrollaron a la vez: - la técnica industrial, que utiliza «el poder y la eficiencia» de las cosas... - y una noción justa de Dios, a la vez presente y distinto de su creación. Pensando en el prodigioso empuje de las ciencias HOY, te alabo, Señor. Lejos de sentir miedo, según una concepción pesimista de la existencia, ¡te «contemplo» en las maravillas del «poder y de eficiencia» del mundo! -Con todo no son éstos demasiado censurables; pues tal vez se desorientan buscando a Dios: viviendo entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas y las apariencias los seducen. ¡Tanta es la belleza que sus ojos contemplan! ¡Ah, Señor, cuán positiva es esta actitud! En lugar de censurar categóricamente «a los que se dejan seducir por la belleza» del mundo, se trata de comprenderlos primero, compartiendo su punto de vista, «tanta es la belleza que sus ojos contemplan». Da, Señor, a todos los cristianos esa actitud de comprensión de su época, ese deseo de compartir con todos, creyentes y no-creyentes, las admiraciones, los entusiasmos, las actividades de los hombres de HOY. Concédenos, Señor, que tengamos los unos respecto a los otros "esa indulgencia" que nos haga decir: "no son éstos demasiado censurables"... Su error no ha sido muy grande (Noel Quesson).
Acabamos de leer unos fragmentos del largo discurso de la sabiduría sobre la idolatría. Los escritos tardíos del judaísmo y los primeros del cristianismo contienen numerosas apologías del monoteísmo. Sorprende que apenas aborden el problema de fondo al hablar del culto a los ídolos. Como si la idolatría constituyese un sistema cerrado, que sólo tiene repercusiones en el campo religioso. «Son unos desgraciados, ponen su esperanza en seres inertes, los que llamaron dioses a las obras de sus manos humanas, al oro y la plata labrados con arte, y a figuras de animales, o a una piedra insensible, obra de mano antigua» (13,10). Se contentan con calificarlos de obras humanas, subrayando su origen o su inutilidad, como el niño que destripa un muñeco, lo destroza y lo tira a la basura.
No es ningún secreto que tras los dioses fenicios, egipcios o asirios laten valores nacionales; que en el célebre panteón, donde figuran todos los dioses conocidos en la antigüedad, confluyen las más diversas corrientes del pensamiento, de las culturas, de las aspiraciones sociales y de los temores más recónditos de las civilizaciones entonces conocidas. Los dioses personifican la guerra, el sexo, la paternidad y la maternidad, la riqueza y el poder; son símbolos de los valores nacionales, de todo lo que el hombre teme o quiere poseer o dominar. Adorar un ídolo es aceptar una determinada escala de valores. El hombre moderno ha destripado los ídolos o los ha colocado en museos, sin caer en la cuenta de que está fabricando otros al divinizar el sexo, el dinero, la supremacía nacional, la casta familiar, el deporte y todo aquello en lo que, de una forma supersticiosa, ha puesto su esperanza.
Jesús, Sabiduría del Padre, nos revela el alcance de esta máxima: «Conocerte a ti es justicia perfecta, y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad» (15,3). En lugar de limitarse a consolidar el monoteísmo a base de mandamientos, Jesús declara dichosos a todos los que renuncian comunitariamente a dar valor al dinero, elimina de raíz todo principio de autoridad y de primacía en su grupo, recuerda que los pequeños y los sencillos son los que más fácilmente pueden "entrar en el reino". La sociedad moderna está plagada de ídolos, forjados también por manos humanas: el cine, la televisión, las revistas, la propaganda, ciertos objetos de consumo, las ideologías seductoras y las promesas de un bienestar paradisíaco contribuyen a crear en la masa silenciosa la nueva idolatría del hombre moderno. La comunidad cristiana, robustecida y confortada por la experiencia del Espíritu y alertada por el mensaje de Jesús, es la instancia critica que puede ayudar al hombre a darse cuenta de la vaciedad de sus ídolos y a descubrir la perla auténtica, por cuya posesión se puede renunciar a todos los demás valores, por seductores que sean (J. Rius Camps).
Esta crítica a los filósofos engloba el gran texto bíblico sobre la prueba de la existencia de Dios por “analogía”, y será desarrollado en Rm 1,18-32. A partir de ahí, la Iglesia enseña la posibilidad del conocimiento natural de Dios a partir de la contemplación de los seres de la creación visible: “El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de A., s.th. 1,2,3)” (Catecismo 34) y en el Concilio Vaticano I se dijo que “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana”; sobre ello volvió el II diciendo que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, para estar en comunión con su creador, y “las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana” (Catecismo 35). Hay una revelación natural en la creación, en la que todos contemplamos la maravilla de Dios a través de sus obras: “La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar también otras formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5), "pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó" (Sb 13,3). La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb 7,25-26). La sabiduría es más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb 7,29-30). Yo me constituí en el amante de su belleza (Sb 8,2)” (Catecismo 2500).
“El libro de la Sabiduría tiene algunos textos importantes que aportan más luz a este tema. En ellos el autor sagrado habla de Dios, que se da a conocer también por medio de la naturaleza. Para los antiguos el estudio de las ciencias naturales coincidía en gran parte con el saber filosófico. Después de haber afirmado que con su inteligencia el hombre está en condiciones «de conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos [... ], los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras» (Sb 7, 17.19-20), en una palabra, que es capaz de filosofar, el texto sagrado da un paso más de gran importancia. Recuperando el pensamiento de la filosofía griega, a la cual parece referirse en este contexto, el autor afirma que, precisamente razonando sobre la naturaleza, se puede llegar hasta el Creador: «de la grandeza y hermosura de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sb 13, 5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación divina, constituido por el maravilloso «libro de la naturaleza», con cuya lectura, mediante los instrumentos propios de la razón humana, se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el hombre con su inteligencia no llega a reconocer a Dios como creador de todo, no se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo al impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado” (Juan Pablo II, Fides et ratio 19).
Busquemos sinceramente a Dios, pues Él sale al encuentro de quien lo busca con sinceridad. En nuestro camino hacia Él nos encontraremos con toda su creación, en la que Él imprimió su sello. Ojalá y no nos detengamos en las criaturas de Dios, confundiéndolas con su Creador. Actualmente muchos piensan en el influjo de los astros y de toda la naturaleza sobre el hombre. Ciertamente vivimos en un universo en que todo está en una constante interrelación; nosotros hemos de aprovechar al máximo todas las capacidades y posibilidades de aquello que, desde el principio, el Creador puso al servicio del hombre. Sin embargo esto no puede llevarnos a elevar a la categoría de Dios lo que ha sido creado para servirnos. Más bien, a través de todo lo creado hemos de llegar a reconocer a Aquel que es el origen y la Causa primera de todo lo creado: Dios. Por medio de Cristo, Dios se hizo Dios-con-nosotros para que no sólo llegáramos a la conclusión de que Dios existe, sino para que, poseyendo la misma vida y el Espíritu de Dios en nosotros, podamos entrar en una auténtica relación con Él; más aún: lleguemos a ser sus hijos y, junto con Cristo, seamos herederos de la Gloria del Padre.

2. La creación entera proclama la Gloria de Dios de modo incesante. Quien contempla la creación está contemplando el amor que Dios nos tiene preparándonos una digna morada. Ojalá y no sólo disfrutemos de los dones de Dios, sino que entremos en una relación de amor y de fidelidad a Él. Y si toda la creación nos habla del poder, de la armonía y de la hermosura de Dios, ojalá y nosotros, creados a su imagen y semejanza, nos convirtamos en un lenguaje a través del cual se llegue a conocer su santidad, su justicia, su paz, su bondad, su alegría, su amor y su misericordia.
El mismo razonamiento que hace el libro de Sab lo vemos en el NT en san Pablo, en su carta a los Romanos (Rm 1 ,18-32), que hemos leído hace pocas semanas: a pesar de que Dios se nos ha manifestado en la creación, no le han sabido reconocer y, "jactándose de sabios, se volvieron estúpidos". Nosotros ya hemos dado ese salto y confesamos en nuestro Credo: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Si tenemos tiempo, hoy podemos leer los números 279-301 del Catecismo, en donde desarrolla este primer artículo de fe. No debemos perder la capacidad de admirar la hermosura y grandeza de la creación. Tanto en sus grandes dimensiones como en las pequeñas (el macrocosmos y el microcosmos), es admirable lo que Dios ha hecho. Como dice la Plegaria Eucarística IV, todo lo ha hecho "con sabiduría y amor". Los ecologistas tienen toda la razón para admirar y defender la naturaleza. Los cristianos, además, sabemos ver a Dios en todo lo creado, en el fondo de los mares y en el vigor de las montañas, en la anatomía humana y en los caprichosos colores de una flor o de una mariposa, en la grandeza de los espacios cósmicos y en la estructura de un pequeño animalito. Debemos enseñar a nuestros hijos y a nuestros educandos a ver la mano de Dios en la hermosura de la naturaleza. La evolución puede haber venido durante millones de años, a partir del "bing bang": pero detrás de toda esa maravilla, que la ciencia todavía está descubriendo con sorpresas nuevas, está la mano poderosa y amable de Dios. Tenemos que saber "leer el cosmos en cristiano" y gozarnos de él, porque para nosotros lo creó. Con el salmo podemos decir convencidos: "el cielo proclama la gloria de Dios, el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra".
Juan Pablo II decía en su catequesis: “El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad. Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares: el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1,14.16.18).
Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna. En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios. Ambas partes están unidas por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble: el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares": "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9).
Pero consideremos ahora la primera parte del salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos. Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5). También san Pablo recuerda a los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1,20)”. Luego el himno cede el paso al sol, etc. que ya no se trata en el texto de hoy.
“La liturgia pascual cristiana recoge la imagen solar del salmo para describir el éxodo triunfante de Cristo de las tinieblas del sepulcro y su ingreso en la plenitud de la vida nueva de la resurrección. La liturgia bizantina canta en los Maitines del Sábado santo: "Como el sol brilla, después de la noche, radiante en su luminosidad renovada, así también tú, oh Verbo, resplandecerás con un nuevo fulgor cuando, después de la muerte, dejarás tu tálamo". Una oda (la primera) de los Maitines de Pascua vincula la revelación cósmica al acontecimiento pascual de Cristo: "Alégrese el cielo y goce la tierra, porque el universo entero, tanto el visible como el invisible, participa en esta fiesta: ha resucitado Cristo, nuestro gozo perenne". Y en otra oda (la tercera) añade: "Hoy el universo entero -cielo, tierra y abismo- rebosa de luz y la creación entera canta ya la resurrección de Cristo, nuestra fuerza y nuestra alegría". Por último, otra (la cuarta) concluye: "Cristo, nuestra Pascua, se ha alzado desde la tumba como un sol de justicia, irradiando sobre todos nosotros el esplendor de su caridad". La liturgia romana no es tan explícita como la oriental al comparar a Cristo con el sol. Sin embargo, describe las repercusiones cósmicas de su resurrección, cuando comienza su canto de Laudes en la mañana de Pascua con el famoso himno: "Aurora lucis rutilat, caelum resultat laudibus, mundus exsultans iubilat, gemens infernus ululat": "La aurora resplandece de luz, el cielo exulta con cantos de alabanza, el mundo se llena de gozo, y el infierno gime con alaridos"…
Con todo, para los que tienen oídos atentos y ojos abiertos, la creación constituye en cierto sentido una primera revelación, que tiene un lenguaje elocuente: es casi otro libro sagrado, cuyas letras son la multitud de las criaturas presentes en el universo. San Juan Crisóstomo afirma: "El silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado". Y san Atanasio: "El firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo"”.
3.- Lc 17,26-37. Si ayer nos anunciaba Jesús que el Reino es imprevisible, hoy refuerza su afirmación comparando su venida a la del diluvio en tiempos de Noé y al castigo de Sodoma en los de Lot. El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados. Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? (otra pregunta de curiosidad): "donde está el cadáver se reunirán los buitres", o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.
Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden en nuestra vida de cada día. Otras veces puso Jesús el ejemplo del ladrón que no avisa cuándo entrará en la casa, y el del dueño, que puede llegar a cualquier hora de la noche, y el del novio que, cuando va a iniciar su boda, llama a las muchachas que tengan preparada su lámpara. Estamos terminando el año litúrgico. Estas lecturas son un aviso para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros, muy caducos. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo: "el que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará". La seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, porque ese Jesús al que recibimos con fe en la Eucaristía es el que será nuestro Juez como Hijo del Hombre, y él nos ha asegurado: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (J. Aldazábal).
A medida que el año litúrgico se acerca a su fin, nuestro pensamiento se orienta también hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. «Todo lo que se acaba es corto». A medida que Jesús subía hacia Jerusalén, su pensamiento se orientaba hacia el último fin. Cada vez que a algo le llega «su fin», deberíamos ver en ello un anuncio y una advertencia. Cuando muere uno de nosotros, es un anuncio de nuestra propia muerte... Cuando arde un gran inmueble es un signo de la profunda fragilidad de todas las cosas... Cuando un maremoto se lleva todas las gentes de un poblado, es el signo brutal de lo que pasa todos los días, en el fondo, y que acabamos por no ver... Cuando un accidente de coche causa la muerte a toda una familia es lo que, por desgracia, el tiempo -dentro de veinte, de cincuenta años- habrá hecho también. En la lectura de hoy, Jesús nos propondrá que descifremos tres hechos históricos que considera símbolos de todo «Fin»: el diluvio... la destrucción de una ciudad entera, Sodoma... la ruina de Jerusalén...
-En tiempo de Noé...En tiempo de Lot... Lo mismo sucederá el día que el Hijo del hombre se revelará... En nuestro tiempo... Una salida de fin de semana... o bien en primavera... o durante el trabajo... o en plenas vacaciones...
-Comían... Bebían... Se casaban... Compraban... Vendían... Sembraban... Construían... ¡Mirad! ¡Todo marcha bien! La vida sigue su curso normal. Estamos en una sociedad de «consumo»... de «producción»..., como decimos hoy. El hambre, la sed, el sexo, la afición por los negocios, quedan satisfechos. Comidas. Comercio. Trabajo. Amor. Tarea. Dormir. Y se llega a no ver nada más allá de todo esto. Muchos afirman hoy «no haber nada después de la muerte». Otros afirman que «ante la muerte piensan, sobre todo, en disfrutar al máximo de los placeres de la vida». Sin encuesta científica, Jesús ya había observado en su época, ese mismo frenesí de «vivir», esa despreocupación bastante generalizada.
-Entonces llegó el diluvio, y perecieron todos... Pero el día que Lot salió de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y perecieron todos... La vida no es una bagatela, una excursión placentera, una «diversión» agradable, como dice Pascal. Gravita una amenaza que, en la boca de Jesús, se repite como un refrán: «y perecieron todos...» Jesús evoca dos elementos -el agua y el fuego- que permiten al hombre darse cuenta de su pequeñez y experimentar su impotencia: ante la inundación y el incendio, todos los medios de defensa son a menudo bastante irrisorios, a pesar de los esfuerzos realizados.
-Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas. Jesús evoca un peligro de tal modo inminente, urgente, «que no puede perderse ni un minuto» ¡Inútil ir a buscar el equipaje! Hay que partir con las manos vacías, huir, salvarse.
-Aquella noche estarán dos en una cama, a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán. Jesús sigue repitiendo que hay que estar «siempre a punto». El lugar y la hora se desconocen: una sola cosa es cierta, ninguno de nosotros se escapará. «Dios mío, ¿será esta noche?», canta el Padre Duval. Cada día es el día del juicio (Noel Quesson).
El juicio se desvela en forma de sorpresa (17, 26-32). Como en tiempos de Lot y de Noé, los hombres siguen ocupados en los grandes afanes de la vida: fortuna, diversión, comida, sexo, clan familiar, negocios. El quehacer de ese trabajo es absorbente, de tal forma que se olvida la dimensión de profundidad: Dios que viene desde el fondo, Dios que llama y quiere convertirnos a la auténtica verdad de nuestra vida. Ante esta llamada pueden darse dos tipos diferentes de fracaso: el de aquéllos que están demasiado ocupados en sus cosas y simplemente prefieren no escuchar (como los habitantes de Sodoma); o el de aquéllos que escuchando en principio la llamada sienten la nostalgia del mundo que abandonan retornando hacia lo antiguo (la mujer de Lot). La venida del reino establece en el mundo sus propias fronteras. Los judíos suponían que la salvación se inclinaría hacia los hombres de su pueblo y mientras tanto los gentiles sufrirían la condena. La palabra de Jesús destruye esa confianza. Salvación y condena responden a la hondura radical de cada una de las vidas de los hombres. Por eso habrá dos en una misma cama: dormirán marido y mujer como formando un mismo sueño, envueltos en sus mismos ideales, llenos de las mismas esperanzas, virtudes y defectos; pues bien, el juicio pasará precisamente por el medio de esa cama, separando la actitud y la verdad de cada esposo. Lo mismo sucede con los criados que trabajan en el campo; o con las siervas que muelen en el cuarto más profundo de la casa: aparentemente han compartido unos valores y unos fallos; pues bien, el juicio les espera; en la hondura de su vida son distintos (17, 34-35). Ante una existencia semejante es necesario profundizar hasta las mismas raíces de la vida. Precisamente allí es donde se viene a decidir el juicio. Dios no se ocupa de apariencias, ni la vida de los hombres se realiza simplemente en esa altura. Lo que importa es la actitud, la decisión fundamental, aquella hondura en que se viene a decidir el verdadero valor de la existencia. Teniendo esto en cuenta, el texto nos recuerda dos verdades importantes, una de carácter más judío (17, 37) y otra de sentido ya cristiano (17, 33). La verdad judía ofrece una formulación enigmática: "Donde está el cadáver se reunirán los buitres" (17,37). La frase se concibe como respuesta a la interrogación de aquéllos que preguntan por el "dónde" del juicio. Con las palabras que parecen de un refrán antiguo Jesús ha respondido "en todas partes". Allí donde esté el cadáver (es decir, allí donde se encuentre el hombre) bajarán los buitres (vendrá el juicio de Dios a cada uno). Esta verdad ya la sabían los judíos; la iglesia vuelve a repetirla. Esa verdad está atestiguada en todos los estrados de la tradición evangélica: "El que pretenda guardarse su vida la perderá; el que la pierde la recobrará" (17,33; cf Lc 9,24; Mc 8,35, etc). Perder la vida significa entregarla como Cristo y con Cristo por los otros; recobrarla en el sentido y la verdad de nuestra Pascua. Desde aquí comprendemos que en el fondo todo el juicio de Dios sobre los hombres se identifica con la presencia y el influjo de la muerte y resurrección de Jesús sobre la historia (com., edic. Marova).
Afrontar la vida de forma irresponsable es una forma de inconsciencia que puede tener consecuencias funestas para la vida. Jesús nos invita a hacer memoria de las intervenciones de Dios en el pasado y desde ese recuerdo dar consistencia y solidez a la propia vida. La irresponsabilidad frente a los designios de Dios llevó a los contemporáneos de Noé y de Lot a una muerte funesta. A diferencia de ellos, los seguidores de Jesús deben comprender el tiempo presente como ámbito de realización de la salvación para sí mismos y para los demás. El tiempo entendido como oportunidad de salvación nos aleja de la despreocupación y de una vida “light” al que parecen conducirnos los valores vigentes en este momento de la historia. La exhortación a la huida de ese ámbito puede parecer un alarmismo excesivo. Y sin embargo, en ella reside la única forma en enfrentar los acontecimientos que debemos vivir. Como nos muestra el ejemplo de la mujer Lot, volver la mirada atrás abandonando el seguimiento de Jesús nos coloca en el peligro de la frustración y del fracaso. El tiempo es un don de Dios. Pero por su misma naturaleza está ligado a una tarea que debemos realizar. Para responder adecuadamente a ese don y a esa tarea, se exige de nosotros un compromiso en el que estamos obligados a empeñar toda nuestra fuerza y nuestra actuación. Sobre el grado de ese compromiso está presente la mirada divina sobre nuestra vida. La libertad que nos ha sido concedida no es ilimitada y debe adecuarse al querer de Dios acerca de la historia de los hombres (Josep Rius-Camps).
Si el Señor tarda en llegar, esperémoslo constantemente con gran amor, porque ciertamente Él vendrá con gran poder y majestad; pero no nos quiere encontrar embotados por las cosas pasajeras, sino vigilantes, como el siervo bueno y fiel a quien el Amo confió el cuidado de todas sus posesiones y de los habitantes de su casa. No nos quedemos sólo comiendo, bebiendo, casándonos, comprando, sembrando, construyendo, etc. Es cierto que no podemos detener el trabajo ni el avance tecnológico y científico. Pero para quienes hemos puesto nuestra fe en Cristo eso no lo es todo, sino que estamos llamados a perder, constantemente, nuestra vida en favor de los demás. Entonces, cuando sea el final, conservaremos nuestra vida eternamente escondida en Dios; ahí donde Cristo nos aguarda después de haber padecido por nosotros.
Esperamos alegres la venida de nuestro Salvador. Él llega a nosotros en cada Eucaristía que celebramos. Contemplando a Cristo llegamos a conocer el amor que Dios nos tiene. Por eso elevamos agradecidos a Él nuestra alabanza y le reconocemos como el Señor de nuestra vida. ¡Ojalá y alcancemos a interpretar los signos del amor y de la salvación, que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros! Aceptarlo a Él y reconocerlo como nuestro Dios, como Camino, Verdad y Vida es no perder la oportunidad de que Aquel que es el esperado como Juez al final del tiempo, llegará para nosotros como Pastor Misericordioso para llevarnos, sobre sus hombros, de retorno a la Casa del Padre.
Esforcémonos constantemente por construir la ciudad terrena conforme a la orden inicial dada por el Creador al hombre: Domina la tierra y sométela. Pero no nos olvidemos que quienes creemos en Cristo, hemos sido convocados por Él para participar de su Vida y para ser enviados a construir, entre nosotros, el Reino de Dios. Sabiendo que el Señor se acerca a nosotros en cada hombre y en cada acontecimiento de la vida, sirvámosle con amor hasta que Él vuelva para dar a cada uno lo que corresponda a sus obras. Que no nos angustie la cercanía, o no, de la venida del Señor; que más bien nos preocupe entregar nuestra vida por Cristo y por su Evangelio: amando, sirviendo, socorriendo, alimentando, visitando, consolando a nuestros prójimos que viven desprotegidos. Esforcémonos también por construir un mundo más en paz y más fraternalmente unido por el amor. Entonces estaremos ciertos de que, al final, seremos de Dios y estaremos con Él eternamente.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esperar, alegremente, la venida del Señor al final de nuestra vida para hacernos partícipes de los bienes eternos, reservados a quienes Él ama y le viven fieles. Amén (www.homiliacatolica.com).

domingo, 9 de enero de 2011

Adviento: 19 de Diciembre: cultivar el silencio creador… como preparación para expresar la palabra

Adviento: 19 de Diciembre: cultivar el silencio creador… como preparación para expresar la palabra

Texto del Evangelio (Lc 1,5-25): Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».

Comentario: Cuenta Ignasi Fuster que ante lo “sobrenatural” del nacimiento de Juan el Bautista, Zacarías no manifiesta en el momento oportuno la visión sobrenatural de la fe: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad» (Lc 1,18). ¿Pone a prueba a Dios? ¿Habla por hablar? ¿Tiene la mirada excesivamente humana? ¿Le falta la docilidad confiada en los planes de Dios?, no sabemos, la cuestión es que habla cuando “no toca”, y ha de tener un “aprendizaje” para desempeñar mejor su misión. “Soy dueño de mi silencio y esclavo de mis palabras”, decía la canción del grupo “Héroes del silencio”. A veces hablar es no poner atención, estar “despistado”, es decir “fuera de la pista”, y hay que volver a la pista, dejar de estar “fuera de juego” y volver al juego. Es decir, estar preparados para la Navidad, mantener la presencia de Dios a lo largo del día, y para ello tener “el arte de callar”.
El silencio es necesario para escuchar a Dios, para oírle. "Si escuchas la voz de Dios, no endurezcas tu corazón”. Y dice también la Escritura: "Envía tu luz y tu salvación" (Salmo 34). Hemos de pedir luz para descubrir nuestra situación, sin preocuparse mucho si nos equivocamos, pero aprendiendo de la experiencia, y si es necesario hacer “dieta” de hablar, “ayuno” de palabras, para mejorar en los planes y proyectos. Silencio, para considerar la Presencia, no la ausencia. ¿Para pensar? Sí, y aún mejor: para oír a Dios en mí. Establecer momentos en los que vamos a una isla desierta, para tener en ese oasis paz de ruidos, y encontrarse a uno mismo con sinceridad, atreverse a ello…
Llucià Pou Sabaté