15/09. Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Cuando alguien sufre no valen los discursos, sino estar ahí, esto hizo María: “estaba al pie de la cruz”, triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena… y allí corredimía
Carta a los Hebreos 5,7-9. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Salmo 30,2-3a.3b-4.5-6.15-16.20. R. Sálvame, Señor, por tu misericordia
A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo, inclina tu oído hacia mí.
Ven aprisa a librarme, sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame.
Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás.
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen.
Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles, y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos.
SECUENCIA: La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenia. ¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena. Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? ¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor? Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre. ¡ Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo. Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí. Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.. ¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea. Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio. Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.
Evangelio según san Juan 19,25-27. En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y Maria, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -«Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: -«Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
O bien: Lucas 2,33-35: 33Su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. 34Simeón los bendijo y dijo a María su madre: -Mira, éste está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como bandera discutida 35-y a ti, tus anhelos te los truncará una espada-; así quedarán al descubierto las ideas de muchos.
Comentario: *Celebramos hoy la Virgen de las Angustias, Nuestra Señora de los Dolores, tantas advocaciones que nos recuerdan el signo + que acompaña el dolor cuando hacemos como la Virgen, estar junto a Jesús en la Cruz
*En el Opus Dei, hoy hay un recuerdo especial en la primera elección del sucesor del Fundador, el Padre, en la persona de Don Álvaro, aquel 1975 lleno de dolor por la pérdida de san Josemaría, mientras resonaban sus palabras: "Hijos míos, cuando pasen los años y os pregunten por vuestro Fundador, ya sabéis como habéis de responder: el Padre decía de sí mismo que no era más que un pecador que amaba con locura a Jesucristo... Entondes tendréis otro Padre, y recordaréis a vuestros hermanos que yo os he indicado que, por amor de Jesucristo, le queráis más que a mí"."Yo pasaré... Después vendrá un hermano vuestro a quien veneraréis más que a mí, besaréis donde él pise y le amaréis con cariño humano -abriéndole de par en par vuestro corazón- y con amor sobrenatural. Si no, habríais perdido el buen espíritu". "Hijos, no malogréis el tesoro que Dios me ha dado a mí; no olvidéis nunca lo que ahora os digo… al que me suceda amadle mucho, incluso con más ternura filial; pegaos a él como una lapa, rezad, mortificaos, obedecedle"."Como conozco a mis hijos, yo no siento preocupación alguna. De ordinario, cuando desaparece el fundador de una institución, se produce un terremoto. No tengáis miedo, que en la Obra no sucederá eso. Porque besaréis los pies del que venga detrás, le querréis con locura, y le rodearéis de vuestras oraciones y de vuestro cariño filial, llamándole Padre desde el primer momento".
Es un día de recuerdos de fidelidad en la persona que fue la sombra del Fundador, él mismo comentaba: La sombra habitualmente no se separa del objeto que la produce. Para que haya sombra se supone la luz; un objeto que la produce y después, algo que la recibe. La luz es Dios, nuestro Padre es el que produce la sombra, dando su espíritu, es una sombra espiritual: y yo soy la sombra que está sobre la Obra, siempre sedienta del espíritu que nos ha transmitido nuestro Padre, porque lo ha recibido de Dios. Pedid por mí para que no me separe jamás de la causa de la sombra, que son Dios y nuestro Padre. Así seré una sombra buena y vosotros estaréis bien iluminados. Y podré ser buen pastor de tan buen rebaño.
Uno le preguntó cuáles habián sido sus mayores alegrías en estos 18 años. El Padre respondió que no había hecho el recuento, pero mis mayores alegrías son cuando el Señor me perdona en la confesión y cuando viene a mí en la Eucaristía. ¿Y mis penas? Mis mayores penas son la falta de fidelidad, son las únicas penas. Nos habló de la Virgen de los Dolores, al pie de la Cruz, diciendo que el Señor no puede negar nada a una Madre tan fiel. Acude a Ella: nos oye, nos ayuda y nos salva. Amadla contemplando sus dolores. La Virgen sufrió por cada uno de nosotros, para que fuésemos fieles, para que nos pudiésemos salvar. Amad más, y luchad para llevar consuelo a esta Madre que sufre por cada uno de nosotros.
1. Hebreos 5,7-9: El Hijo de Dios, hecho hombre, compartió con nosotros todo, menos el pecado, pero sufrió más que nosotros; y en su dolor fue acogido y recibió la bendición del Padre, pero sin renunciar a un átomo del camino de amargura en su fidelidad. María lo imitó. Jesús, sufriendo, aprendió a obedecer. La Carta a los hebreos nos señala el punto del que debemos partir para entender la personalidad de María y su papel en el proyecto salvífico que Dios ha diseñado. Cristo es el Verbo de Dios que se ha hecho hombre en el seno virginal de María. Y ese “hacerse hombre” no es metáfora de anonadamiento sino anonadamiento real: hombre de carne y hueso, festivo y pasible, gozoso y dolorido, esperanzado y despreciado. Tanto fue así que “sufriendo aprendió a obedecer”, y en el huerto de los Olivos lloró lágrimas de sangre. Y por medio de la consumación de su vida y obra “se ha convertido en autor de salvación para todos”. La ofrenda de sí mismo que hizo el Hijo de Dios es el gesto más grande de la creación, y en la plena fidelidad del Hijo se complació infinitamente el Padre, porque en cada acto y suspiro estaba el amor del Hijo desde esta tierra. En el dolor nos concibió María. María santísima, Madre de Jesús (y también nuestra), se unió en cuerpo y alma a la acción redentora de su Hijo; y en el camino de la redención gozó de las delicias del amor más puro y sufrió los amargos dolores de su pasión y muerte, como le anunció el anciano Simeón el día de la Presentación de Jesús en el Templo. ¿Cómo podríamos los cristianos olvidarnos de la Madre de Jesús, si ayer hemos celebrado la exaltación de la Cruz en que su Hijo nos redimió?
Mas no se trata de hacer memoria de cualquier modo, sino de hacerla colocándonos todos (Jesús, María y nosotros) en la cumbre del Calvario, donde Jesús le habla a ella un lenguaje nuevo (de maternidad espiritual), y a nosotros otro lenguaje nuevo (de filiación espiritual), con estas palabras: Mujer, yo me voy, toma como hijo a Juan y a todos los redimidos. Juan, yo me voy, pero os dejo y os queda mi madre; tratadla como a madre. Tras escuchar esas palabras, ¿qué hacemos Juan y nosotros? ¿Le abrimos de verdad nuestra casa y corazón?, ¿la recibimos con amor filial, y le hablamos como a poderosa y piadosa madre?
“Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29): ‘Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5)’” (Catecismo 2825).
2. Sal 30. Es un salmo de confianza donde el abandono en Dios se mezcla con las llamadas a Dios en petición de ayuda y reconocimiento de la bondad de Dios. Confianza, oración, reconocimiento de la bondad divina, son los 3 polos en los que se mueven los versículos que leemos hoy. Así decía san Josemaría: “Por desgracia, algunos, con una visión digna pero chata, con ideales exclusivamente caducos y fugaces, olvidan que los anhelos del cristiano se han de orientar hacia cumbres más elevadas: infinitas. Nos interesa el Amor mismo de Dios, gozarlo plenamente, con un gozo sin fin. Hemos comprobado, de tantas maneras, que lo de aquí abajo pasará para todos, cuando este mundo acabe: y ya antes, para cada uno, con la muerte, porque no acompañan las riquezas ni los honores al sepulcro. Por eso, con las alas de la esperanza, que anima a nuestros corazones a levantarse hasta Dios, hemos aprendido a rezar: in te Domine speravi, non confundar in aeternum, espero en Ti, Señor, para que me dirijas con tus manos ahora y en todo momento, por los siglos de los siglos.
No nos ha creado el Señor para construir aquí una Ciudad definitiva, porque este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar. Sin embargo, los hijos de Dios no debemos desentendernos de las actividades terrenas, en las que nos coloca Dios para santificarlas, para impregnarlas de nuestra fe bendita, la única que trae verdadera paz, alegría auténtica a las almas y a los distintos ambientes. Esta ha sido mi predicación constante desde 1928: urge cristianizar la sociedad; llevar a todos los estratos de esta humanidad nuestra el sentido sobrenatural, de modo que unos y otros nos empeñemos en elevar al orden de la gracia el quehacer diario, la profesión u oficio. De esta forma, todas las ocupaciones humanas se iluminan con una esperanza nueva, que trasciende el tiempo y la caducidad de lo mundano”. Lleno de esta esperanza, el salmista va llamando al Dios de fidelidad “mi Dios” en una oración llena de confianza.
3. Jn. 19,25-27. «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre». Esta presencia significa fidelidad hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte. Nos hemos acostumbrado, sobre todo en Semana Santa, a ver a María como la virgen dolorosa. Sin embargo, el verdadero recuerdo que la tradición cristiana nos ha conservado de ella, es el de una madre valerosa, que se mantuvo firme de pie junto a la cruz, es decir, que no se dejó derrumbar por el dolor. Ella es prototipo de la actitud del valor en medio del sufrimiento. Pero no se trata de cualquier valor, se trata del valor que está sustentado por la esperanza. El corazón de María no se dejó vaciar nunca de esperanza y por eso la comunidad cristiana la recuerda en este día como la madre fiel, que, aún en medio del máximo dolor, acompañó a su hijo hasta la muerte en cruz. Los cristianos debemos tener los mismos sentimientos de María. En medio del dolor y el sufrimiento que estamos viviendo, no podemos perder la esperanza. Está por amanecer un día nuevo, el día de la vida. Y no sólo el día del recuerdo de la vida: este día de la esperanza no es una utopía, es una realidad que debemos concretar. Con María, como los pobres de Dios, podemos confiar siempre en el Dios que nos ama, que nos anuncia, con la resurrección de su Hijo, nuestra propia resurrección. También nuestro espíritu se puede alegrar, aún en medio del dolor, por la esperanza que sustenta para nosotros el Dios de la vida (servicio bíblico latinoamericano).
“En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente; ya al principio durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2,1-11). En el decurso de su predicación recibió las palabras con las que el Hijo (cf. Lc., 2,19-51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc., 3,35; Lc., 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (Jn., 19,26-27)” (LG 58).
Madre, dolor y cruz. Ningún corazón de hijo quiere para su madre una cota alta de dolor, de cruz, de sufrimientos, aunque cierta dosis de los mismos sea inevitable. Ningún cristiano se goza en el dolor de María, la Madre de Jesús, pero sabe cuánto valor tienen las espadas que atravesaron su corazón, las lágrimas de sus ojos, la niebla del misterio que no dejan ver con claridad la luz, el Calvario en que Jesús se inmola por nosotros. Hoy en la liturgia hacemos dos cosas: recordamos con amor aquel dolor virginal heroico, y agradecemos con lágrimas su magnanimidad inigualables.
La Madre piadosa estaba junto a la cruz / lloraba mientras el Hijo pendía; / cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía... // Por los pecados del mundo vio a Jesús / en tan profundo tormento la dulce Madre. / Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre... // Haz que esa cruz me enamore y que en ella viva y more, / de mi fe y amor indicio, porque me inflame y encienda, / y contigo me defienda en el día del juicio. Amén.
¡Oh dulce fuente de amor!, / hazme sentir tu dolor para que llore contigo. / Haz que, por mi Cristo amado / mi corazón abrasado más viva en Él que conmigo. // ¡Virgen de vírgenes santas!, / llore ya con ansias tántas que el llanto dulce me sea; / porque su pasión y muerte tenga en mi alma, / de suerte que siempre sus penas vea. Amén.
Alégrate en tus hijos, Virgen Dolorosa. En la liturgia de hoy (que, según los lugares de celebración, se titula de Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de las Angustias, Nuestra señora de los Siete Dolores) queremos estar junto a Jesús y dejarse contemplar por Él. Dejar que Él penetre hasta lo más íntimo de nosotros. Él descubre nuestras alegrías y tristezas; Él conocerá de nuestra soledad y de nuestras esperanzas; ante Él nada puede ocultarse, pues penetra hasta la división entre alma y espíritu. María, entregada por Jesús al discípulo amado; y el discípulo amado que acoge en su casa a María, se convierten para nosotros en la encomienda que el Señor quiere hacernos a quienes hemos de convertirnos en sus discípulos amados: Acoger a su Iglesia en nuestra casa, en nuestra familia, para que se convierta en una comunidad de fe, en un signo creíble del amor de Dios, en una comunidad que camine con una esperanza renovada. Ciertamente la cruz, consecuencia de nuestro servicio a favor del Evangelio, a veces nos llena de dolor, angustia, persecución y muerte. Mientras no perdamos nuestra comunión con la Iglesia, podremos caminar con firmeza y permanecer fieles al Señor.
“…y a ti una espada te atravesará el corazon” (lucas 2,35) Fue en el momento de la cruz. Se cumplieron las palabras proféticas de Simeón, como atestigua el Vaticano II: “María al pie de la cruz sufre cruelmente con su Hijo único, asciada con corazón maternal a su sacrificio, dando a la inmolación de la víctima, nacida de su propia carne, el consentimiento de su amor”. Por eso, la Iglesia, después de haber celebrado ayer la fiesta de la exaltación de la Cruz, recuerda hoy a la Virgen de los Dolores, la Madre Dolorosa, también exaltada, por lo mismo que humillada con su Hijo.
Cuanto más íntimamente se participa en la pasión y muerte de Cristo, más plenamente se tiene parte también en su exaltación y glorificación. Vio a su Hijo sufrir y ¡cuánto! Escuchó una a una sus palabras, le miró compasiva y comprensiva, lloró con El lágrimas ardientes y amargas de dolor supremo, estuvo atenta a los estertores de su agonía, retumbó en sus oídos y se estrelló en su corazón el desgarrado grito de su Hijo a Dios: “¿por qué me has abandonado?”, oyó los insultos, comprobó la alegría de sus enemigos rebosando en el rostro iracundo de los sacerdotes y del sumo Anás y de Caifás, mientras balanceaban sus tiaras, y de los sanedritas, que se regodeaban en su aparente victoria, contempló cómo iba perdiendo el color Jesús, su querido hijo... Humanamente no se podía soportar tanta angustia. El Padre amoroso la tuvo que sostener en pie.
Mientras su Hijo extenuado expiraba, su corazón inmaculado y amantísimo sangraba a chorros, sus manos impotentes para acariciarle, para aliviarle, se estremecían de dolor y de pena horrorosa y su alma dulcísima estaba más amarga que la de ninguna madre en el transcurrir de los siglos ha estado y estará.¡Cuánto dolor, pobre Madre! ¡Qué parto de la iglesia tan doloroso y tan diferente de aquélla noche de Belén! Al fín, inclinó la cabeza y el Hijo expiró. Y nacimos nosotros. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Por eso el Padre te exaltó a la derecha de tu Hijo asumpta en cuerpo y alma. Cuanto mayor fue tu dolor, más grande es tu victoria… Teresa de Calcuta… "Ah madre, ah madre". Y yo busco sus raices. El amor a los hombres, a los más pobres de los pobres, hijos de la Madre Dolorosa. “Ahí tienes a tius hijos”. El testamento de Jesús en la Cruz. ¡Qué bien lo supor entender! ¡Qué bien lo supo cumplir! ¡Qué ejemplo nos ha dejado a seguir! (Jesús Martí Ballester).
«Una espada te atravesará el alma»… Hoy, en la fiesta de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, escuchamos unas palabras punzantes en boca del anciano Simeón: «¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Afirmación que, en su contexto, no apunta únicamente a la pasión de Jesucristo, sino a su ministerio, que provocará una división en el pueblo de Israel, y por lo tanto un dolor interno en María. A lo largo de la vida pública de Jesús, María experimentó el sufrimiento por el hecho de ver a Jesús rechazado por las autoridades del pueblo y amenazado de muerte.
María, como todo discípulo de Jesús, ha de aprender a situar las relaciones familiares en otro contexto. También Ella, por causa del Evangelio, tiene que dejar al Hijo (cf. Mt 19,29), y ha de aprender a no valorar a Cristo según la carne, aun cuando había nacido de Ella según la carne. También Ella ha de crucificar su carne (cf. Ga 5,24) para poder ir transformándose a imagen de Jesucristo. Pero el momento fuerte del sufrimiento de María, en el que Ella vive más intensamente la cruz es el momento de la crucifixión y la muerte de Jesús.
También en el dolor, María es el modelo de perseverancia en la doctrina evangélica al participar en los sufrimientos de Cristo con paciencia (cf. Regla de san Benito, Prólogo 50). Así ha sido durante toda su vida, y, sobre todo, en el momento del Calvario. De esta manera, María se convierte en figura y modelo para todo cristiano. Por haber estado estrechamente unida a la muerte de Cristo, también está unida a su resurrección (cf. Rm 6,5). La perseverancia de María en el dolor, realizando la voluntad del Padre, le proporciona una nueva irradiación en bien de la Iglesia y de la Humanidad. María nos precede en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo. Y el Espíritu Santo nos conduce a nosotros a participar con Ella en esta gran aventura (Josep M. Soler, Abad de Montserrat).
Madre en el amor y en el dolor: La liturgias de hoy –Nuestra Señores de los dolores, Nuestra Señora de las angustias, Nuestra Señora de los siete dolores- es una invitación a meditar sobre el camino de dolor que, en la vida ordinaria y extraordinaria, suele ir paralelo al de la gloria, felicidad, salvación, dándose la mano. Los textos litúrgicos elegidos suponen en el alma de María todo el gozo de nuestra salvación, todo el gozo de la fidelidad a Dios Padre que la eligió. Y quieren poner de relieve cómo ese gozo y fidelidad está atravesado por numerosas espinas. Jesús, nos dice el autor sagrado, aprendió sufriendo a obedecer. No es que antes fuera inobediente sino que la encarnación hizo el prodigio de ofrecer a la persona del Verbo una naturaleza que le hacía sensible y pasible como nosotros. María, para sentir y sufrir, no requería encarnación. Era polvo y carne como nosotros. Y el prodigio de su elección hay que contemplarlo en dirección inversa a la de la encarnación del Verbo. El Verbo desciende a nosotros, sometiéndose a nuestra vida e historia. En cambio, María asciende, y lo hace salpicando de dolor, con siete espadas simbólicas, la grandeza de ser elevada a la dignidad de Madre de Dios y madre nuestra. Salve, Señora, madre en el amor y en dolor.
4. Lc 2,33-35. “Entregándonos filialmente a María, el cristiano, como el Apóstol Juan, ‘acoge entre sus cosas propias’ a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su ‘yo’ humano y cristiano” (Juan Pablo II). Así explicaba san Josemaría que María es al pie de la Cruz Madre de Cristo, Madre de los cristianos: “Así es, porque así lo quiso el Señor. Y el Espíritu Santo dispuso que quedase escrito, para que constase por todas las generaciones: Estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Habiendo mirado, pues, Jesús a su madre, y al discípulo que él amaba, que estaba allí, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después, dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel punto el discípulo la tuvo por Madre.
Juan, el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre.
Pero es una madre que no se hace rogar, que incluso se adelanta a nuestras súplicas, porque conoce nuestras necesidades y viene prontamente en nuestra ayuda, demostrando con obras que se acuerda constantemente de sus hijos. Cada uno de nosotros, al evocar su propia vida y ver cómo en ella se manifiesta la misericordia de Dios, puede descubrir mil motivos para sentirse de un modo muy especial hijo de María.
Los textos de las Sagradas Escrituras que nos hablan de Nuestra Señora, hacen ver precisamente cómo la Madre de Jesús acompaña a su Hijo paso a paso, asociándose a su misión redentora, alegrándose y sufriendo con El, amando a los que Jesús ama, ocupándose con solicitud maternal de todos aquellos que están a su lado”. El estandarte izado en lo alto como signo de contradicción… Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús entre los suyos), Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz: «Mira, éste está puesto para caída de unos y alzamiento de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus aspiraciones las truncará una espada-; así quedarán al descubierto los razonamientos de muchos» (2,34-35). El foco, ahora, trata de atraer la atención de María, «la madre» (se excluye José, dejando entrever que éste habría ya muerto antes de que se produjera la pasión), sobre el gran revuelo que levantará en Israel la aparición de Jesús, su rechazo por parte de unos, para quienes se convertirá en tropiezo (Is 8,14), y su aceptación por parte de otros, para quienes se convertirá en cimiento o piedra angular (cf. Lc 20,17-18; Is 28,16), o -dicho con otra imagen (muy querida del evangelista Juan [Jn 3,14; 8,28; 12,32.34])- el Mesías será izado en forma de señal o estandarte, al que unos darán la adhesión y otros rechazarán de plano (Is 11,12). La idea del rechazo del hijo inclina a Lucas a proyectar, a modo de inciso parentético, el efecto de dicho rechazo sobre la madre, por personificar ésta el Israel fiel a la promesa: «tus aspiraciones (lit. "tu psyche [griego] / nephesh" [hebreo]) las truncará una espada», entendiendo por «espada» la muerte de su hijo (cf. Jn 19,25-27), con el fracaso de la salvación que de él se esperaba y la destrucción de Jerusalén por el ejército romano, que echará abajo para siempre la esperanza de una restauración gloriosa. La cruz pondrá de manifiesto las perversas intenciones de muchos en Israel. Ya desde un principio se apunta que la misión de este niño no estará coronada de éxito, sino que representará un gran fracaso a los ojos de su pueblo.
El Evangelio de hoy nos presenta como temática el destino dramático del Mesías y su madre. El fondo veterotestamentario lo encontramos en las palabras del profeta Malaquías 3, 1-3: sobre la entrada del Señor en el santuario y la gran purificación. Este texto, que es una bendición-oráculo, pronunciado por Simeón a los padres del niño Jesús, está construido por cuatro elementos, en los cuales se repite sustancialmente el mismo concepto. En el fondo se trata de una profecía con características típicamente bélicas: la señal o estandarte (Salmo 74,5.9), el tomar partido (Lc 12,51) el caer y levantarse (Is 8,14; Sal 20,9), la espada como emblema (Ez 33,2; Am 9,4). ¿Qué será de este niño?... Desde el fondo de este pasaje esta pregunta apunta a la misión de Jesús y su destino. María no está ajena a todo este drama. Ella participa activamente, es solidaria en el dolor significativo que transforma y da vida. No se trata de una participación superficial, cómodamente situada. Toca su ser profundo, su corazón (= centro de la persona). Este texto nos recuerda otros pasajes de la Escritura: El de María al pie de la cruz, el de la mujer vestida de sol, que huye al desierto (Apoc. 12), incluso las palabras proféticas de Génesis 3,15: "Haré enemistad entre ti y la mujer...". Se trata de una batalla entre el bien y el mal. En medio de las luchas y dolores, Dios ha comprometido su Palabra y garantizado el éxito; pero para ello pide a todos colaboración. María se nos presenta en este sentido, como modelo acabado de colaboración activa y solidaria del proyecto de Dios (el Reino) que en el campo de esta historia sufre violencia (Josep Rius-Camps).
Simeón, símbolo de aquellos que, con un corazón de pobres y abiertos a Dios, reconocen la presencia del Señor entre nosotros por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros, Cristo Jesús. Símbolo de quienes reciben, no sólo en sus brazos sino en su corazón, al Enviado de Dios. Símbolo de quienes, teniéndolo consigo, lo anuncian a los demás. Simeón bendice a María; así la Iglesia debe ser motivo de bendición para el mundo entero. Para los que creemos en Cristo Él no puede ser motivo de ruina sino de resurgimiento para nosotros, pues hemos aceptado la Voluntad del Padre Dios que nos envió a su Hijo, no para condenarnos sino para salvarnos. María, al pie de la cruz, experimentará el dolor más profundo en su corazón como una espada que lo atraviesa al contemplar el abandono y la traición de aquellos que acompañaban a Jesús. Nosotros no podemos vivir en la hipocresía de una fe falta de un auténtico compromiso con el Señor. Si nos decimos cristianos manifestémoslo con una vida de fidelidad a las enseñanzas de Jesús Salvador, Señor y Hermano nuestro. Jesús que ha sido elevado, ha atraído hacia sí a la humanidad entera. Y Él nos atrae para perdonarnos, para hacernos hijos de Dios y para darnos la salvación eterna. La Iglesia participa del Misterio Pascual de Cristo envuelto en persecuciones, traiciones y muerte, pero también en la Vida que se levanta victoriosa sobre el pecado y la muerte. Hoy nos reunimos ante el Señor para hacer nuestra esa Victoria del Señor de la Iglesia. Es el amor el que nos une a Cristo y a los hermanos. Juntos caminamos hacia la Gloria. Y ya desde ahora nos comenzamos a gozarnos en el Señor mediante la Eucaristía, en torno a la cual se construye la Iglesia. Efectivamente es en la Eucaristía donde vamos redescubriendo nuestro compromiso de amor fiel y de entrega amorosa, siempre buscando el bien de los demás a costa de todo. Unamos nuestra vida, en amor, al Señor. A partir de este compromiso renovado con Cristo, procuremos que la Vida de la gracia llegue a todos en un amor sincero, a la altura del que Dios nos tiene a nosotros. No tengamos miedo. En el mundo tendremos persecuciones, pero ¡Animo! nuestro Dios y Señor, Cristo Jesús, ha vencido al mundo. Nuestro seguimiento del Señor, nuestra fidelidad a Él, la proclamación de su Evangelio, nuestro testimonio del Evangelio hecho vida en nosotros nos puede acarrear serios problemas a todos los niveles. Pero no importa que una espada de dolor atraviese el corazón de la Iglesia; nosotros debemos perseverar fieles hasta el final. Ojalá y no seamos nosotros los que atraviesen el corazón de los demás con la espada de la injusticia, del egoísmo, de la incomprensión, de nuestros escándalos, de aquello que aplasta la dignidad personal o los derechos fundamentales de los demás. Cristo nos envió como Mensajeros de la paz, de la alegría, del amor y del perdón; nos envió como constructores de su Reino. Ante esta Misión que Él nos ha confiado sólo el amor será digno de crédito. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de que así como Ella permaneció siempre fiel a la voluntad de Dios, así nosotros vivamos y caminemos en un amor siempre fiel a nuestro Dios y Padre. Amén (Homiliacatolica.com).
Podríamos imaginar lo que sentiría una mamá que en el día del bautismo de su hijo, después de escuchar lo hermoso que es y de anunciarle que este niño será realmente alguien grande dentro de su pueblo, le dijera: “y a ti una espada te atravesará el alma”. Pues esta fue la manera como se inicia otro capítulo de la vida de María. Lo más tremendo es que por la forma en que está construida esta expresión parece indicar que ese sufrimiento “atroz” que vivirá será precisamente a causa de su hijo. María, en su advocación de la “Virgen Dolorosa” se convierte ahora en modelo de todas las madres que sufren hasta lo indecible por sus hijos, por el hijo que fue asesinado, por el que murió en un accidente, por el que es perseguido, o simplemente por el que esta gravemente enfermo. María nos enseña que para quien ha puesto su confianza en Dios y deja que sea el Espíritu quien conduzca su vida, es posible ESTAR DE PIE ante la cruz del hijo y desde ahí animarlo y acompañarlo. Nos muestra que no hay dolor que no pueda ser vivido cuando uno se ha dejado poseer totalmente por el amor de Dios. Oremos hoy, por intercesión de María, por todas las madres que sienten su corazón “atravesado por una espada”, para que encuentren en la misericordia de Dios consuelo y fortaleza (Ernesto María Caro).
Cuando Dios había decidido venir a la tierra había pensado ya desde toda la eternidad en encarnarse por medio de la criatura más bella jamás creada. Su madre habría de ser la más hermosa de entre las hijas de esta tierra de dolor, embellecida con la altísima dignidad de su pureza inmaculada y virginal. Y así fue. Todos conocemos la grandeza de María. Pero María no fue obligada a recibir al Hijo del Altísimo. Ella quiso libremente cooperar. Y sabía, además, que el precio del amor habría de ser muy caro. “Una espada de dolor atravesará tu alma” le profetizó el viejo Simeón. Pero, ¡cómo no dejar que el Verbo de Dios se entrañara en ella! Lo concibió, lo portó en su vientre, lo dio a luz en un pobre pesebre, lo cargó en sus brazos de huida a Egipto, lo educó con esmero en Nazaret, lo vio partir con lágrimas en los ojos a los 33 años, lo siguió silenciosa, como fue su vida, en su predicación apostólica... Lo seguiría incondicionalmente. No se había arrepentido de haber dicho al ángel en la Anunciación: “Hágase”. A pesar de los sufrimientos que habría de padecer. ¡Pero si el amor es donación total al amado! Ahora allí, fiel como siempre, a los pies de la cruz, dejaba que la espada de dolor le desencarnara el corazón tan sensible, tan puro de ella, su madre. A Jesús debieron estremecérsele todas las entrañas de ver a su Purísima Madre, tan delicada como la más bella rosa, con sus ojos desencajados de dolor. Los dos más inocentes de esta tierra. Aquella única inocente, a la que no cargaba sus pecados. La Virgen de los Dolores. La Corredentora. Ella nos enseña la gallardía con que el cristiano debe sobrellevar el dolor. El dolor no es ya un maldito hijo del pecado que nos atormenta tontamente; es el precio del amor a los demás. No es el castigo de un Dios que se regocija en hacer sufrir a sus criaturas, es el momento en que podemos ofrecer ese dolor por el bien espiritual de los demás, es la experiencia de la corredención, como María. Ella miró la cruz y a su Hijo y ofreció su dolor por todos nosotros. ¿No podríamos hacer también lo mismo cuando sufrimos? Mirar la cruz. Salvar almas. La diferencia con Nuestra Madre es que en esa cruz el sufrir de nuestra vida está cargado en las carnes del Hijo de Dios. Él sufrió por nuestros pecados. Él nos redimió sufriendo. Ella simplemente miró y ayudó a su Hijo a redimirnos.
María, la Virgen dolorosa… El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros. Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar. Entra y sale como si fuese uno más de casa. El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa. Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que le permitió vivirlos como lo hizo.
El dolor ante las palabras de Simeón. El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: “este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma”. María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón. Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió sentir María ante semejantes presagios. Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación. En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de amor de la anunciación. Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos. Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.
El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes. María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a muchos de esos pequeñines. Conocía a sus madres... Sí, es muy diverso cuando te dicen que murieron X personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la cosa cambia. A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines (Dios no lo dispuso así). Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal, el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad demoniaca de Herodes...? Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se unió a su sufrimiento, que no le era ajeno (eran quizá los primeros mártires de Cristo), e hizo así fecundo su propio padecer. También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con razón- “si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad”. Siempre estaremos en grado de ofrecer un poco de consuelo y también de rezar por los que sufren.
El dolor de haber perdido al Niño. ¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro? ¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán raptado? ¿estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos... Pues imaginemos a María. La más sensible de la madres, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... ¡Qué apuro el de María! ¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa situación. No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: “¿porqué me buscabais...?” ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de su Madre, María...! Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo. Temiéndose lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera... Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: “¡ahí está! ¡está bien! ¡por fin lo hemos encontrado!” Pero, acto seguido, cuenta el evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: “Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?” (se merecía una regañina, aunque fuera leve).Y por otra parte, asegura el evangelista que “ellos no comprendieron la respuesta que les dio”. El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el alma de sus padres. Y María, en vez de enfadarse con el crío (con perdón y todo respeto), no dijo nada. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable separación... A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. “Desaparece”. Y entonces puede invadirnos la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer. Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir. Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de El. Nos sorprendemos buscándonos sólo a nosotros mismos y nuestras cosillas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.
El dolor de la separación y la primera soledad. Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y maravillosa. ¡Qué momento aquel! ¡Lástima de video para volver a verlo enterito ahora...! Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos. “Adiós, Hijo. Adiós, madre...” Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión... María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que Ella misma lo moviese. La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María, después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más... María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la voluntad de Dios. Ofreciéndolo por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios. Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.
El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo. La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo suficiente? ¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de cerca a su Jesús camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas madres). Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca y en pie. Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita y profunda como su mismo dolor. Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Ahí estará Ella siempre que queramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. “La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas”. María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: “Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre”.
El dolor de la muerte de su Hijo. Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo. Que lo ve morir de esa manera. Que lo ve morir en esas circunstancias... Nunca podremos ni remotamente sospechar lo que significó de dolor para su corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que humanamente habría querido anunciar a voz en grito la nefanda tragedia de aquel gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos. Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, en la más pura de las obediencias, “hágase tu voluntad”. ¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo, alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto: “... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en sus brazos” (Mons. Bougaud). Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de su amor! ¡Quién supiera amar así!
Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús. Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin. Él, que era la Vida. Él está muerto. Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace ahora cadáver en su regazo. En el alma de María se irguió una oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa. ¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto (que era su Hijo). Hemos de pedirle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.
El dolor de una nueva soledad. ¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido que quedada a nuestro lado. Así la describía Lope de Vega con gran realismo: “Sin esposo, porque estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que todo es agua; / sin agua, que todo es hielo...” Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección. Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura. Cuánto nos admira la Virgen dolorosa por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó. Cómo quisiéramos ser como Ella (Marcelino de Andrés).
La Madre piadosa estaba junto a la cruz / y lloraba mientras el Hijo pendía; / cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía... // Por los pecados del mundo vio a Jesús / en tan profundo tormento la dulce Madre. // Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre... // Haz que esa cruz me enamore / y que en ella viva y more, de mi fe y amor indicio; / porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
martes, 13 de septiembre de 2011
14 de septiembre, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz: la misericordia divina transforma el mal y el pecado en perdón y salvación, pero es precis
14 de septiembre, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz: la misericordia divina transforma el mal y el pecado en perdón y salvación, pero es preciso mirar la Cruz, dejarse amar por Jesús
Lectura del libro de los Números 21,4-9. En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino y habló contra Dios y contra Moisés: -¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés diciendo: -Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: -Haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte; cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado.
Salmo 77,1-2.34-35.36-37.38. R/. No olvidéis las acciones del Señor.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; / inclinad el oído a las palabras de mi boca: / que voy a abrir mi boca a las sentencias, / para que broten los enigmas del pasado.
Y cuando los hacía morir, los buscaban, / y madrugaban para volverse hacia Dios; / se acordaban de que Dios era su roca, / el Dios Altísimo, su redentor.
Lo adulaban con sus bocas, / pero sus lenguas mentían: / su corazón no era sincero con él / ni eran fieles a su alianza.
El, en cambio, sentía lástima, / perdonaba la culpa y no los destruía: / una y otra vez reprimió su cólera, / y no despertaba todo su furor.
Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11. Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Evangelio según San Juan 3,13-17. En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Comentario: En el año 630 d. C., Heraclio, emperador de Bizancio, tras derrotar al rey de Persia, Cosroes, recuperó la reliquia de la Santa Cruz que éste se había llevado de Jerusalén catorce años antes. Cuando iban a colocar de nuevo la preciosa reliquia en la basílica que Constantino había erigido en el Calvario, ocurrió un hecho extraordinario que la liturgia recuerda el 14 de septiembre con la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. "Heraclio —se leía hace años en el oficio de esa fiesta—, revestido con ornamentos de oro y piedras preciosas, quiso cruzar la puerta que da al Calvario, pero no podía. Cuanto más se esforzaba por seguir, más se sentía como clavado en aquel lugar. Estupor general. Entonces el obispo Zacarías le hizo notar al emperador que tal vez aquellas ropas de triunfo no condecían con la humildad con que Jesucristo había cruzado aquel umbral llevando la cruz. Inmediatamente el emperador se despojó de sus lujosas vestiduras y, con los pies descalzos y vestido como un hombre cualquiera, recorrió sin la menor dificultad el resto del camino y llegó hasta el lugar donde había que colocar la cruz".
De este episodio proviene remotamente el rito del Papa que, dentro de un poco se dirigirá –decía el predicador pontificio-, sin ornamentos y con los pies descalzos, a besar la cruz. Pero ese hecho tiene también un significado espiritual y simbólico que nos concierne a todos los que estamos aquí presentes, aunque no vayamos descalzos a besar la cruz. Quiere expresar que no podemos acercarnos al Crucificado si antes no nos despojamos de todas nuestras pretensiones de grandeza, de nuestros títulos; en una palabra, de nuestro orgullo y de nuestra vanidad. Sencillamente, no podemos; nos veríamos invisiblemente rechazados.
Y esto es lo que queremos hacer en esta liturgia. Dos cosas sumamente sencillas: la primera, echar a los pies del Crucifijo toda la carga de orgullo del mundo y del nuestro personal; la segunda, revestirnos de la humildad de Cristo y, con ella, volver a nuestra casa "justificados", como el publicano (cf Lc 18,14), es decir perdonados, renovados.
En el profeta Isaías leemos estas palabras del Señor: "Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día" (Is 2,17). "Aquel día" es el día del cumplimiento mesiánico, el día en que Cristo proclamó desde la cruz que "todo está cumplido" (Jn 19,30). Aquel día, en una palabra, ¡es este día! ¿Y cómo doblegó Dios el orgullo de los hombres? ¿Atemorizándolos? ¿Mostrándoles su tremenda grandeza y su poder? ¿Aniquilándolos? No, lo ha doblegado anonadándose él: "Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo" (Flp 2,6-8). Humiliavit semetipsurn: ¡se humilló a sí mismo, no a los hombres! Doblegó el orgullo y la arrogancia humana desde dentro, no desde fuera. ¡Y hasta qué punto se humilló! No nos dejemos engañar por el esplendor de este lugar, de la liturgia, de los cánticos, de todos los honores con que hoy rodeamos a la cruz. Hubo un tiempo en que la cruz no era nada de todo esto, sino únicamente infamia. Algo que había que mantener lejos, no sólo de la vista, sino incluso de los oídos de los ciudadanos romanos (Cf Cicerón, Pro Rabino)’. Murió como había sido predicho: "No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas, ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, al verlo se tapaban la cara; lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido" (Is 53,2-4). Sólo una persona en el mundo, a excepción de Jesús, sabe de verdad lo que es la cruz: María, su madre. Ella cargó, junto con él, con "el oprobio de la cruz" (Hb 13,13). Los demás, san Pablo incluido, conocieron "la fuerza de la cruz" (cf 1 Co 1,18), ella conoció también su debilidad; los demás conocieron la teología de la cruz, ella la realidad de la cruz.
1. Nm 21, 4-9. En el mar de las Cañas, es decir, en el golfo de Acabá, el pueblo se impacienta y se rebela contra Dios y contra Moisés. Está cansado de tanto vagar por el desierto y le fastidia no tener otra cosa que comer que un "pan sin cuerpo", el famoso maná. Añora el pescado y las cebollas de Egipto y sospecha maliciosamente contra Dios y Moisés. Se repiten las quejas de otras ocasiones y la misma desconfianza (cfr. 20,2ss; 14,1ss; 11,4ss). Este pueblo recalcitrante piensa que la libertad del desierto no es otra cosa que la libertad para morirse de hambre, y que hubiera sido mejor quedarse en la esclavitud de Egipto. Según se dice en Dt 8, 15, debió tratarse de una especie de serpientes muy peligrosas, que constituían una plaga del desierto. En los tiempos del rey Ezequías se conservaba una imagen de la "serpiente de bronce" (o Nejustán), atribuida a Moisés, a la que se le tributaba culto idolátrico (II Re 18,4), por cuya razón fue destruido, lo mismo que todos los ídolos, en la reforma de Ezequías. Si la desobediencia a Dios lleva a la muerte, la obediencia a Dios conduce a la salvación y a la vida. Lo que mata en definitiva no es la serpiente "saraf" (que así se llamaba aquella especie peligrosa), sino la desobediencia a Dios; de la misma manera sólo puede dar vida la aceptación de la voluntad de Dios, simbolizada en este caso por la serpiente de bronce. San Juan ha visto en la serpiente de bronce una imagen profética de Jesús colgado en el madero. Los que miran con fe y vuelven sus ojos confiadamente a la señal que ha querido alzar Dios en medio de su pueblo, se salvan. Este es el punto de comparación de la cruz con la serpiente de bronce (“Eucaristía 1975”).
La serpiente de bronce levantada por Moisés sobre un asta en medio del campamento pasa a ser prototipo de Jesús, levantado sobre el madero de la cruz. Todos los israelitas que, habiendo sido castigados por sus rebeldías -mordidos por las serpientes venenosas-, miraban la serpiente de bronce se curaban. Todos aquellos que, seducidos por la serpiente diabólica, discurren por el camino del pecado y de la muerte son salvados también si «se vuelven» hacia la cruz de Jesús, es decir, si se convierten. Ni en uno ni en otro caso es un proceso mágico el que salva, sino sólo la voluntad de Dios, que nos ofrece el don de la fe: una nueva perspectiva -la correcta- del mundo y del hombre. En distintos pasajes de la Biblia se adivina una especie de pugna entre la idea de presentar la serpiente como una divinidad de la fecundidad y la perspectiva de la revelación que reconoce a Yahvé como el único dador de vida y salvación a los hombres. Así, la narración del pecado original que leemos en el Génesis emplea la serpiente para personificar la seducción de la humanidad por el mal. En los mismos orígenes de la vida humana, el mítico animal dador de la vida se nos presenta como el que seduce a los hombres atrayéndolos hacia las sendas del pecado y les inocula la muerte. Quien realmente abre a la humanidad las fuentes de la vida y se la comunica es el Dios de Israel, el único verdadero y, por tanto, el único capaz de devolvernos al camino de la verdad cuando somos seducidos por un dios falso. De ese modo, la serpiente, el dragón, pasarán a ser en Israel la personificación del maligno, que no sólo es incapaz de dar la vida, sino que también arrastra la humanidad a la perdición y que, en definitiva, será vencido por un hombre tan lleno de la presencia de Dios que será Dios y vencerá a la muerte en su propio terreno (J. M. Aragonés).
Si no sabemos qué significaba la serpiente del desierto, lo que sí sabemos es que el NT la interpreta como figura de Cristo en la Cruz: y él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador. El mismo Jesús, en su diálogo con Nicodemo, nos explica el simbolismo de esta figura: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna» (Jn 3,14). Y en otra ocasión: «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33). Este «ser levantado» Jesús se refiere a toda su Pascua: no sólo a la cruz, sino también a su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre. No entendemos cómo podían ser curados de sus males los israelitas que miraban a la serpiente. Pero sí creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los cristianos más generosos y a los apóstoles más ardientes. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios! Pienso en la gran masa de nuestros contemporáneos que prescinden de Dios y ruego por ellos... ¡Ten piedad, Señor! ¡Alivia la carga que pesa sobre ellos! -Entonces, el Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas. La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Los hebreos, en el desierto no ignoraban que habían "hablado contra" Dios. Sabiéndose pecadores, interpretaban como un castigo del cielo las desgracias naturales que les sobrevenían. -Hemos pecado contra el Señor y contra ti. Intercede ante el Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Toma de conciencia que acaba en intercesión. Señor, ayúdanos a ser conscientes de nuestros pecados. Haz que veamos claro; pero que la evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento. En Sb 16,5-12 se nos dice que quien cura no es la serpiente, sino la misericordia divina, y Jesús nos explica que cuando sea elevado él curará todas nuestras dolencias.
-Moisés intercedió por el pueblo. Con frecuencia vemos a Moisés en oración. Moisés reza, pero no por sí mismo, sino por su pueblo. ¡Que tampoco yo deje de ampliar mi oración más allá de mis intereses particulares! El mundo espera intercesores, pararrayos. En el mundo, un poco en todas partes, hay almas que rezan y que salvan. ¿Soy una de ellas? Puedo hacerlo ahora mismo. Evocar en mi espíritu los grandes sectores de ateísmo, de pecado colectivo... rogar por esas intenciones (Noel Quesson).
2. Todo se espera de un David rey-pastor íntegro, prudente que guía a su pueblo. Y Jesús se presenta como este "Pastor" que viene a "dar su vida para salvará su pueblo" (Juan 10). No olvidemos nunca que Jesús entró en aquella historia y que es El mismo, un "hecho histórico". Nuestra fe cristiana no es tanto una "doctrina" como un acontecimiento. Igual que este salmo, el Evangelio de San Juan resume toda la historia en un drama: el rechazo permanente opuesto por el incrédulo a los múltiples dones de Dios. "Vosotros me véis, y no creéis" (Jn 6,36). "Os lo he dicho y no me creéis" (Jn 10,25).
“Le adulaban con sus bocas, pero sus lenguas mentían…” El pecado colectivo, hay pecados que marcan todo un conjunto humano, todo un pueblo. Hay que tomar conciencia de nuestra participación en mentalidades colectivas gravemente culpables: mentalidades culpables de mi profesión, de mi medio, de los grupos a que pertenezco. Los países occidentales por ejemplo, de consumo exagerado, de despilfarro en algunos casos, son colectivamente culpables hacia los países del Tercer Mundo, cuando éstos reclaman un mejor nivel de vida, un alza en los precios de los productos que venden a los países ricos (Noel Quesson). Por no hablar de los abortos, con excusa de libertad se mata gente, las guerras con excusas de paz cuando en realidad mandan criterios egoístas, económicos, y no se piensa en las vidas que matan aquellas “guerras preventivas”...
Conozco la historia, Señor, y sé la lección que nos enseña. Sé que la marcha de tu pueblo escogido de Egipto a Canaán es diseño y figura de mi propia vida de nacimiento a muerte, de pecado a redención, de cautividad a liberación. Y ahora vuelvo a vivir esa historia en mi corazón y me voy reconociendo a mí mismo en los episodios significativos de la travesía del desierto. La historia es un romance, y el romance tiene un tema y un estribillo. El tema es tu bondad, tu providencia, tu poder siempre a punto para ayudar a tu pueblo en todas sus dificultades y proveerlos en todas sus necesidades; y el estribillo es la ingratitud del pueblo, que, en cuanto recibe un nuevo favor, encuentra una nueva queja, duda de tu poder y se declara en rebeldía. Voy leyendo los capítulos de su peregrinación y voy pensando en las circunstancias de mi vida que en ellos se reflejan. ¿Aprenderé por fin la lección? «Hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para abrirles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, de noche con el resplandor del fuego». Esos portentos bastaban para fundar la fe de un pueblo para siempre. Sin embargo, su efecto no duró mucho. Sí, Dios nos ha sacado de Egipto; pero ¿podrá darnos agua en el desierto? «Hendió la roca en el desierto y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos». Nuevas maravillas para robustecer la fe. Y, sin embargo, nuevas dudas y nuevas quejas. Sí, nos ha dado agua; pero ¿podrá darnos pan?, ¿podrá darnos a comer carne en el desierto? «Pero ellos volvieron a pecar contra él y se rebelaron en el desierto contra el Altísimo: tentaron a Dios en sus corazones, pidiendo una comida a su gusto; hablaron contra Dios: ¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto? El hirió la roca, brotó el agua y desbordaron los torrentes; pero, ¿podrá también darnos pan, proveer de carne a su pueblo? «Lo oyó el Señor y se indignó, porque no tenían fe en su Dios ni confiaban en su auxilio». «Pero dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de los ángeles; les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el Levante y dirigió con fuerza el viento Sur: hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del mar; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron; así satisfizo él su avidez». «Sin embargo ellos siguieron quejándose, con la comida aún en la boca». Esa es la historia de la veleidad de Israel. Portento tras portento; queja tras queja. Fe pasajera que creía un instante, para dudar otra vez el siguiente. Pueblo de dura cerviz, eternamente cerrado ante el poder y la protección de Dios que cada día veían y cada día olvidaban. «Y, con todo, volvieron a pecar y no dieron fe a sus milagros. Su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. ¡Qué rebeldes fueron en el desierto, enojando a Dios en la estepa! Volvían a tentar a Dios, a irritar al Santo de Israel, sin acordarse de aquella mano que un día los rescató de la opresión». Triste historia de un pueblo rebelde. Y triste historia de mi propia alma. ¿No he visto yo en mi vida tu poder, tu protección, tu providencia? ¿No te he visto actuar yo en mi historia personal, Señor, desde el milagro del nacimiento, a través de la maravilla de la juventud, hasta la plenitud de mi edad madura? ¿No me has rescatado tú de mil peligros?; ¿no me has alimentado con tu gracia en mi alma y energía en mi cuerpo?; ¿no me has hecho sentir tantas veces la belleza de la creación y la alegría de vivir? ¿No he sentido yo tu presencia a mi lado a cada revuelta del camino, tu compañía, tu cariño, tu ayuda? ¿No has demostrado tú hasta la saciedad que eres mi amigo, mi protector, mi padre y mi Dios? Y, sin embargo, yo dudo. Me olvido, me enfado, me quejo, me desespero. Sí, me has dado libertad, pero ¿puedes darme agua? ¿Puedes darme pan? ¿Puedes darme carne? Me has llamado a la vida del espíritu, pero ¿puedes enseñarme a orar? ¿Puedes llevarme a la contemplación? ¿Puedes corregir mis vicios? ¿Puedes controlar mis pasiones? ¿Puedes purificar mis afectos? ¿Puedes suavizar mis depresiones? ¿Puedes darme fe? ¿Puedes darme felicidad? A cada favor tuyo le sigue una queja mía. Cada nuevo despliegue de tu poder me lleva a una nueva duda. Hasta ahora me has sacado adelante, pero ¿podrás sacarme en el futuro? Has hecho mucho, pero ¿podrás hacerlo todo? ¿Podrás hacerme de veras ferviente, libre, santo, entregado, espiritual, alegre, feliz? ¿Podrás? Y si es verdad que puedes, ¿por qué no lo muestras ahora y me transformas de una vez en esa persona ejemplar y radiante con que sueño ser?
«Ellos abusaron de la paciencia de Dios y se rebelaron contra él; no guardaron los preceptos del Altísimo; fueron desertores y traidores como sus padres, fallaron como un arco flojo. Provocaron su ira». Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria para que me acuerde siempre de lo que has hecho, y así cobre seguridad sobre lo que puedes hacer. No me dejes poner límites a tu acción ni enturbiar con dudas mi relación contigo. Enséñame a fiarme de ti ciegamente en cualquier circunstancia y en todo momento: has hecho más que suficiente para merecer esa confianza por siempre. Despeja las nubes y acorta el desierto. No permitas que yo abuse más de tu paciencia. Hazme sentir la seguridad de que tú puedes resolver cualquier conflicto, y quieres hacerlo y lo harás. Déjame que reconozca el historial de tu misericordia. Déjame proclamar la fe con el gesto concreto de dejar de quejarme del presente y de preocuparme del futuro. Quiero proclamar que tú eres el Señor de la creación, de Israel y de mi propia vida, con la generosidad alegre de dejarla en tus manos sin reserva ni preocupación alguna. Te llamo «Señor», y Señor quiero que seas de mi vida, entregándotela con fe total y alegría sincera. Se acabaron las quejas, Señor. Mis dudas y mis culpas me han hecho sufrir en el pasado. Ahora deseo encontrar paz y consuelo en el perdón que ofreces a tu Pueblo a pesar de todas sus infidelidades.
«El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera y no despertaba todo su furor, acordándose de que eran de carne, un aliento fugaz que no torna. Los hizo entrar por las santas fronteras hasta el monte que su diestra había adquirido; ante ellos rechazó a las naciones, les asignó por suerte su heredad: instaló en sus tiendas a las tribus de Israel». La historia de la salvación tiene un final feliz. Permíteme anticipar esa felicidad en mi vida, Señor (Carlos G. Vallés).
3. Flp 2. 6-11. El contexto de este himno, que no se cita hoy, manifiesta la preocupación de Pablo ante la manera de vivir los destinatarios de su carta. En su deseo de llevarlos a un estilo de relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, les pone ante los ojos "a Cristo arrostrando la muerte y muerte de cruz". Invita a sus lectores a rechazar la vanagloria y el propio interés y les presenta a Jesús como modelo en rechazar la gloria. ¿Cuál es esta gloria rechazada por Jesús? Jesús aceptó esta notable humillación recordada por el himno, más que haciéndose hombre, "encarnándose", viviendo día tras día la existencia humana, y aceptando sus limitaciones concretas, especialmente la de la muerte. "Siendo rico, se hizo pobre" señala la segunda carta a los corintios (8,9). Correspondiéndole con todo derecho la gloria divina, por ser de "condición divina", Jesús aceptó vivir una vida despojada de esta gloria, una vida caracterizada por la humildad, tan distinta de la majestad de la que habría podido rodearse. ¿A qué se debe esta humillación, cuál es el motivo de tanta humildad? Los autores del N.T., fascinados por este tema, aducen varias razones: La emocionada frase de Pablo en la carta a los Gálatas: "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20), ve en el amor la explicación de la vida humana de Jesús y la de Pablo, es como el lema central en este año dedicado al Apóstol (2008-2009). Por su parte, el autor del himno destinado a los Filipenses se fija más en la obediencia de Jesús. Esta obediencia invirtió la tendencia inaugurada por Adán. El tentador al dirigirse a Eva lo había hecho encandilándola con la promesa de que con su desobediencia se haría semejante a Dios: "seréis como dioses" (Gn 3. 5). JC, segundo Adán, al revés del primero, obedece. El primero desobedece para ser dios, el segundo obedece para ser hombre. Se somete incluso al libre juego de los egoísmos y de las injusticias de los hombres. "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz". La cruz, señal del cristiano: “Es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). Así lo han hecho los santos, como Josemaría Escrivá: “La vida espiritual y apostólica del nuevo Beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo. De esta fe se alimentaba su amor al Señor, su ímpetu evangelizador, su alegría constante, incluso en las grandes pruebas y dificultades que hubo de superar” (Juan Pablo II, homilía en la Misa de beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer y Giuseppina Bakhita. 17-V-1992).
-Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (la locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida, estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente. "En el cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo. El sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino Jesucristo. Él es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en el relato de la Pasión (ciclos A y B) En la epístola a los Flp, Jesucristo "se despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar (Mc:secreto mesiánico). Ahora Jesús declara sin rodeos su identidad ante el Sumo Sacerdote: "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Y Jesús contesta afirmando su relación con Dios absolutamente única, y amplía su afirmación advirtiendo que lo que él es -ahora oculto-, llegará un día en que se manifestará: "Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo". -Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (Mc v.36). Nuevamente el tema de la obediencia, el mismo que la carta a los Flp desarrolla para explicar la humillación de Cristo. Y así como esta carta descubre en la obediencia el camino de la verdadera gloria: -"toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre"- así también al final de esta Pasión "querida por el Padre", el evangelista escucha en el preciso momento en que Jesús muere que "toda lengua proclama" por medio del centurión: "verdaderamente este hombre era hijo de Dios". -En san Pablo, lo mismo que en el relato de la Pasión, Jesús entra en la gloria al final de una experiencia que consiste en la total aceptación de la vida de hombre, que es obediencia para gloria de Dios Padre. -Jesús ha querido ser Dios para nosotros haciéndose verdaderamente hombre.Sin alardes. Solidario en todo. Se sometió, "obediente hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molesta. Se hizo obediente a la realidad humana, tan compleja, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana.Y es esto precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte"(...) La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. (...) Mira el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación (...) Nuestro espíritu propio nos lleva a la autoafirmación de nosotros mismos, de la que nacen todas las disensiones y disputas. Esto no es nada nuevo para nosotros porque lo venimos oyendo durante toda la vida y porque la imagen del crucificado es tan natural, que ya ha perdido su capacidad de escandalizar. Pero el Espíritu Santo puede hacer nueva y eficaz esta revelación. El Espíritu Santo puede hacernos volver hacia Jesús, humillado hasta la muerte y exaltado en su resurrección como Señor del universo, con una enorme admiración.
Este fragmento parece ser un himno litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de la carta porque le convenía para apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos. Desborda, sin embargo, esta motivación concreta y nos presenta el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo. En contraste con Adán, que quiso ser más de lo que era, y también en contraste con los demás hombres que también lo pretendemos a nuestra escala, Jesucristo no se aferra a su propio ser divino, sino en cierta manera renuncia a él. Naturalmente no deja de ser Dios, pero vive en la tierra como si no lo fuera, compartiendo toda la condición humana hasta en sus aspectos más oscuros.
Es el himno de la solidaridad de Dios con los pequeños, los pobres, los débiles... no con palabras, sino con su propia vida. Se trata de un invento, sólo posible a Dios, que le permite acceder a aspectos débiles que por sí mismo no le corresponden.Y todo ello por amor al hombre. No es masoquismo, ascetismo u otra cualquier cosa, sino deseo y realización de amor al hombre concreto que sufre y muere. Naturalmente, también, no para quedarse ahí, sino para resurgir y ser exaltado. Y llevando con El a cuantos han compartido su suerte. Es la condición de posibilidad de la salvación humana realizada por Cristo y en Cristo. Es el himno de la liberación, es decir, del partido que Dios toma por los pobres. Porque el himno no dice sólo que el Hijo se hace hombre, sino se hace esclavo, lo más pobre y pequeño que podía hacerse. Y muere no de viejo, sino en cruz, muerte condenada y de esclavo. Es el himno a la esperanza de los pequeños y oprimidos porque el Hijo se ha puesto de su lado (Federico Pastor).
Como se sabe, el himno tiene una primera parte descendente por la humillación, y una segunda ascendente pues al descenso gradual en la humillación corresponde una ascensión triunfal en la gloria. Esta visión de las cosas supera la del Siervo que no era más que "elevado" (Is. 52, 13). Cristo va más allá porque alcanza el título del Señor (Sal 109/110), título que le vale el honor de la "genuflexión" y de la "proclamación", ritos reservados a Dios exclusivamente. Ya los reyes se prosternaban ante el Siervo doliente (Is. 49, 7), pero lo hacían "a causa de Yahvé". Ante Cristo, por el contrario, los hombres se prosternan como ante Dios, no sin glorificar al mismo tiempo al Padre. Nuestro himno se ocupa en primer lugar de la preexistencia del salvador, nos habla de la "categoría" de Dios que le es propia a Cristo antes de la encarnación. Se dice, después, que Cristo no quiso retener para sí esa "categoría", de manera que le impidiese tratar humildemente con los hombres y asumir nuestra propia naturaleza. Sólo el que usurpa una dignidad, la mantiene a despecho de todos y contra todos y por encima de todos; pero Cristo no tenía por qué hacer alarde de lo que realmente era y de "aquella gloria que tuvo delante del Padre antes que el mundo existiera" (Jn 15, 5). Como dice san Pablo en otro contexto, Cristo "siendo él rico se hizo pobre por vosotros, para que os hicierais vosotros ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). Aunque Cristo murió ciertamente como un esclavo, en una cruz y entre dos ladrones (los hombres libres no morían así, pero sí Espartaco y los esclavos que se sublevaron en Roma), la palabra "esclavo" no tiene aquí un sentido sociológico. Debe entenderse referida a un hombre que está sometido a mil dependencias de este mundo y, quizás mejor, se refiera al "siervo de Yavé". Se rebajó, más bien se anonadó (se vació de sí mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente). Y no es que Cristo dejara de ser por un solo instante el Hijo de Dios, sino que aceptó voluntariamente la humilde condición humana y no hizo ostentación de su categoría divina. Cristo quiso acreditarse como verdadero hombre y vivir como uno de tantos. Por su obediencia al Padre, por su condescendencia con los hombres y por su solidaridad con todos los pecadores, Cristo se anonadó hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Pero desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”).
4. Jn 3. 14-21 (ver evangelio de la fiesta de la Trinidad, ciclo A: Jn 3, 16-18). El diálogo de hoy presupone el texto de Nm 21,9: "Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte". Fue una medida salvadora. "Cuando una serpiente mordía a uno, éste miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". El correlativo de la serpiente de bronce en el estandarte es Jesús en la cruz; el correlativo de mirar es creer. Jesús tiene que ser levantado en alto. ¡Honda y misteriosa necesidad! Para que al levantar la vista hacia esa altura quedemos salvados. El autor habla en perspectiva de presente. Vida eterna no significa lo que nosotros solemos llamar vida después de la muerte. En la expresión de Juan, eterno no se contrapone a temporal. Vida eterna es sinónimo de vida plena; eterno designa plenitud, totalidad. Vida eterna es la vida propia de una existencia feliz, de un tiempo y un mundo nuevo. Jesús levantado en alto hace posible este tipo de existencia para todo el que levanta sus ojos hacia él, para todo el que cree en él. El designio del Padre, continúa Juan, su voluntad es que tengamos una existencia así. Parece un sueño. Sólo con pensarlo un indescriptible relajamiento se apodera de uno. Jesús levantado en alto acaba con toda situación y sensación de existencia echada a perder. Existencia echada a perder es lo contrario de vida eterna; la traducción sobre el juicio sería: el que cree en él no queda condenado, al que cree en él no se le condena. No debemos perder de vista el punto de partida: mirar a la serpiente levantada en alto suponía la curación. Lo contrario es igualmente válido: dejar de mirar a la serpiente suponía no curarse. Es decir, excluirse uno a sí mismo de ser curado. Esto es exactamente lo que dice Juan cuando escribe que los hombres han preferido la tiniebla a la luz. Lo cual significa que el hombre es el único responsable de su destino y que Dios no es ni su contrincante ni su juez. Dios es sencillamente un padre, cuyo hijo único ha sido levantado en lo alto de una cruz. Pero para fortuna nuestra, al mirar a este hijo quedamos salvados (A. Benito).
La salvación viene del Hijo del Hombre exaltado en la cruz: "Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (12, 32). Creemos que es así, porque conocemos que éste es el plan de Dios, cuyo objetivo no es otro que dar vida a los creyentes, glorificando con ello a su Hijo (17,2; cfr. 13, 31s). El versillo debiera traducirse: "para que todo el que cree tenga vida eterna en él". El plan de salvación no tiene otro fundamento que el incomprensible amor de Dios al "mundo", esto es, al mundo de los hombres, que habían quedado sin "vida" por su culpa. Llevado por su amor al mundo, Dios salta el abismo que nos separaba de él y se aproxima a nosotros, para darnos lo que más quiere: su "único Hijo". Más aún, entregando a su único Hijo a la muerte para que nosotros tengamos vida. En esto se manifiesta que Dios es amor. El mejor comentario a este texto lo hace Juan en su primera carta (4, 9s). Se contrapone aquí "perdición" (o muerte) y "vida", lo mismo que en el versillo siguiente "condenación" (o juicio) y "salvación". El hombre sólo puede escapar de la perdición y de la condena, si, creyendo en Jesucristo, recibe la vida y la salvación. Dios envía a su hijo para salvar al mundo y no para condenarlo, Dios quiere la salvación de todos los hombres, y Jesús es, como afirma la Samaritana, el "salvador del mundo" (4, 42). Frente a cualquier dualismo de buenos y malos, Dios ofrece a todos la salvación y no sólo a una minoría privilegiada. El nombre del Hijo único de Dios es "Jesús", que significa "Dios salva". Creer en el "nombre", es creer en la misión salvadora de Jesús. Dios quiere la salvación de todos; si, no obstante, algunos se condenan es porque no creen en el nombre de su hijo y rechazan la salvación. Es característico de Juan lo que se ha llamado "escatología presente", esto es, el considerar el juicio de Dios como algo que acontece ya cuando el hombre resiste al Evangelio con su incredulidad; pues el que no cree, a sí mismo se condena y se priva de la última oportunidad de alcanzar la vida. Según esto, lo que llamamos "juicio final" no sería otra cosa que la confirmación divina de aquella sentencia a la perdición y a la muerte. Frente a las "tinieblas", que se presentan aquí como una personificación del mal, se alza la "luz" que es el mismo Hijo de Dios en persona (1, 4s). La venida de la "luz" al mundo denuncia la existencia de las "tinieblas" y, aunque el hijo de Dios no viene a juzgar a nadie, su presencia establece inevitablemente un juicio. La "luz" -y, por lo tanto, la proclamación del evangelio- cuestiona a los hombres y les obliga a decidir entre la fe y la salvación, o la incredulidad y la perdición. Muchos se deciden por la incredulidad, porque sus obras no son buenas. Se habla aquí de "hacer la verdad"; pues para Juan la verdad, lo mismo que la mentira, no son dos teorías opuestas, sino dos modos contradictorios de vivir. Los que obran perversamente se oponen a la verdad con la mentira de su vida y esconden sus malas obras huyendo de la luz. En cambio, los que hacen la verdad buscan la luz, para que se vean sus obras buenas (“Eucaristía 1988”). San Josemaría tuvo una iluminación: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum’ Jn 12,32. Y comprendí que serían lo hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana. Y vi triunfar a Cristo, atrayendo a sí todas las cosas”.
Vio –explica su sucesor, don Álvaro del Portillo- que si ponemos a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, entonces Dios Nuestro Señor reinará en el mundo entero. Regnare Christum volumus! Para eso, la Cruz. Así como Jesucristo, alzado en el madero entre el cielo y la tierra, muriendo por Amor, abrió a todos las puertas del Cielo; así nosotros, muriendo cada uno a sí mismo, procurando hacer con perfección las cosas pequeñas de cada día, buscando siempre y sólo la gloria de Dios, convirtiendo en oración todo lo que hacemos, levantamos también la Cruz de Cristo en la cumbre, en el pináculo de todas las actividades humanas, y arrastraremos hacia Dios a otras almas, que se fijarán en esos instrumentos que somos cada uno de nosotros.
Regnare Christum volumus! Y para eso -insisto-, la Cruz de cada día...: el esfuerzo por cumplir un poquito mejor las prácticas de piedad, el empeño para realizar con más perfección el trabajo profesional, la lucha para afinar en los detalles de delicadeza en el trato y ayudar a los demás con la corrección fraterna, los pequeños vencimientos por los que nuestro espíritu apostólico resulta verdaderamente como el latir del corazón...
Dentro de esa devoción al Crucificado, san Josemaría –que ponía cada año en la epacta: In laetitia, nulla dies sine cruce!, y veía que la alegría tiene las raíces en forma de cruz- quiso que representaran a Jesús vivo en alguna imagen, de la que hay copia en el santuario de Torreciudad y en Roma: “Porque siempre lo representan muerto, y a mí muchas veces me gusta hacer la oración delante de un Crucifijo que me diga algo. También me habla por las llagas, y por los clavos que le tienen cosido al madero de la Cruz". Recordaba bien haber sentido en su interior, en medio de tormentos, un “abba, Pater!” dirigido a Dios… De la Cruz vamos siempre al gozo inmenso de sabernos hijos de Dios. Hoy, fiesta de la Santa Cruz, día en el que todos los piropos que echamos a la Cruz a lo largo del año parece que cuajan en guirnaldas de flores; hoy es día de propósitos, de generosidad, entrega, ansia de adquirir la caridad de Cristo, que cuajen en flores espléndidas, produzcan frutos sabrosos en actos de amor repetidos uno tras otro: Señor, esto por Ti; esto no lo quiero, pero lo ofrezco por Ti; esto me cuesta, Señor, esto me duele, pero lo acepto por Ti.
Jesús nos convoca en el Calvario, para que entreguemos la vida en corredención con El: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Este es el único camino para alcanzar la felicidad en el Cielo y en la tierra, pues el que pierda su vida por mí -promete el Señor-, la encontrará (Mt 16,25). Decía S. Josemaría, repensando 30 años más tarde aquella experiencia juvenil: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo". Y le ayudaban aleluyas de monja a rezar: "Corazón de Jesús, que me iluminas,/ hoy digo que mi Amor y mi Bien eres,/ hoy me has dado tu Cruz y tus espinas/ hoy digo que me quieres". Pues "El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz".
Hay gente que siempre lo pasa fatal y ve maltratos y absolutiza las cosas malas en su vida, los dolores… Las contrariedades son en muchas ocasiones, subjetivas: cada uno toma las que quiere. El que está en Dios tiene pocas, porque, aunque sean reales, se sabe rendir ante la voluntad del Señor, le pide luces para superarlas, y no pierde la paz. "Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal. Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella, ... déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. Y quédate tranquilo" (san Josemaría). Es importante la teología de la cruz, para no caer en el victimismo, sino unirnos a la Víctima. Así, en lugar de apartar a los demás, los atraeremos a Cristo.
Comenzamos toda actividad con la señal de la santa cruz, y es el signo positivo, que suma, el signo +, que nos auna, nos da optimismo, victoria, pues Jesús nunca habla de pasión sin hablar de resurrección. Si de verdad queremos ser felices: O bona Crux... La hemos de considerar como lo mejor: y por eso hemos de amarla y, como consecuencia de ese amor, buscarla. No podemos permitir que en nuestra vida haya tendencias que nos aparten de la Cruz. Tenemos que esforzarnos diariamente en amar en santidad, con esfuerzo, la Santa Cruz, de donde procede nuestra santificación. Hemos de ponerla en nuestras vidas, en nuestros sentidos, en nuestras potencias.
Nuestra gran ambición ha de ser ésta: divinizarnos y divinizar, y no hay más remedio que pasar por el camino de la Cruz, de la abnegación, de la renuncia; pero tampoco sin exagerar, porque el camino de la Cruz no es un camino de desasosiego ni de tragedia. Hay un texto de un autor del s. II que nos dice lo que tiene que significar para nosotros la Cruz: “Cuando me sobrecoge el temor de Dios, la Cruz es mi protección; cuando tropiezo, mi auxilio y mi apoyo; cuando combato, el premio; y cuando venzo, la corona. La Cruz es para mí una senda estrecha, un camino angosto: la escala de Jacob, por donde suben y bajan los ángeles, y en cuya cima se encuentra el Señor”. Es interesante porque las imágenes de entonces sobre Jesús, que yo recuerde, eran el buen Pastor y el pez, etc. pero no la Cruz, más unitaria en la época medieval para representar a Jesús, pero la teología sigue desde el principio presente…
Una manera de amar la Cruz es amar la Santa Misa, que es la renovación del sacrificio de la Santa Cruz. Por eso hemos de procurar que la Misa tenga una consecuencia grande en nuestro día. La Virgen nos ayudará –stabat iuxta crucem Iesu, de pie-, para que agarrándonos a su mano, sepamos gustosamente incorporarnos a la Cruz, de donde nace la verdadera paz y el gaudium cum pace que tiene que informar toda nuestra vida, preparándonos para sus Dolores.
"Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito". ¡Profundas palabras, en las que el alma debe abismarse! Dios da. Este es el hecho fundamental de nuestra fe; sobre él descansa la revelación. De Dios sólo sabemos que da; se nos da a Sí mismo. Pues Dios no tiene algo, sino que El lo es todo. Si da, sólo puede darse a Sí mismo; y con El se nos da ciertamente todo. En todo lo que recibimos como don de la naturaleza o regalo de la gracia se da Dios a Si mismo. Y sólo en la medida en que lo reconocemos, poseemos lo que nos es dado. Todo lo que nos es dado puede sernos arrebatado de nuevo. Pero somos poseedores del don en tanto que reconocemos a Dios como la fuente de lo que nos da. Dios se convierte en don. Primero, dentro de su mismo Ser; pues al engendrar a su Hijo, se da a Sí mismo. Y el Hijo, al reconocer y amar a su causa generatriz, se vuelve a dar al Padre. La tercera persona divina, el Espíritu vital que sopla y fluye por doquier, el Espíritu Santo, es don entre Padre e Hijo. Pero el amor generoso de Dios sale de Sí mismo; en el Hijo se entrega al mundo. Esto sirve para entender bien que el Padre se entrega a sí mismo también cuando "da al Hijo" para la encarnación, la pasión y la muerte; para que su muerte borre los pecados del mundo, dejando en él lugar para Dios, que se entrega al mundo. Pero esto no basta; es preciso que los recipientes estén vacíos. Cuando Dios se da, es demasiado grande para que un hombre pueda comprenderle y poseerle. Es un don de tal categoría, que el mismo don nos concede la gracia de recibirlo. Nuestra naturaleza, aunque creada a imagen de Dios, no puede llegar a eso. Dios ha de dilatarla, elevarla. Más aún; ha de crearnos de nuevo, ha de darnos parte en su propia vida divina, en su Espíritu, para que nosotros podamos comprender y recibir lo que sobrepasa nuestra naturaleza. Con los dones divinos nos otorga la fuerza, también divina, para comprenderlos y guardarlos; la "virtus divina" que corresponde al "donum Dei". Esta fuerza para recibir y guardar los dones, es ya parte del don mismo, es un principio de la vida divina que ha de sernos dada; en una palabra, es la fe, que se nos da como comienzo de la vida divina en nosotros y cuya plenitud atrae sobre nosotros (Emiliana Löhr). En esta entrega del Hijo único hay un recuerdo del sacrificio que otro padre -Abraham- hizo también de su hijo único (Llucià Pou, 2009).
Lectura del libro de los Números 21,4-9. En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino y habló contra Dios y contra Moisés: -¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés diciendo: -Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: -Haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte; cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado.
Salmo 77,1-2.34-35.36-37.38. R/. No olvidéis las acciones del Señor.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; / inclinad el oído a las palabras de mi boca: / que voy a abrir mi boca a las sentencias, / para que broten los enigmas del pasado.
Y cuando los hacía morir, los buscaban, / y madrugaban para volverse hacia Dios; / se acordaban de que Dios era su roca, / el Dios Altísimo, su redentor.
Lo adulaban con sus bocas, / pero sus lenguas mentían: / su corazón no era sincero con él / ni eran fieles a su alianza.
El, en cambio, sentía lástima, / perdonaba la culpa y no los destruía: / una y otra vez reprimió su cólera, / y no despertaba todo su furor.
Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11. Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Evangelio según San Juan 3,13-17. En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Comentario: En el año 630 d. C., Heraclio, emperador de Bizancio, tras derrotar al rey de Persia, Cosroes, recuperó la reliquia de la Santa Cruz que éste se había llevado de Jerusalén catorce años antes. Cuando iban a colocar de nuevo la preciosa reliquia en la basílica que Constantino había erigido en el Calvario, ocurrió un hecho extraordinario que la liturgia recuerda el 14 de septiembre con la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. "Heraclio —se leía hace años en el oficio de esa fiesta—, revestido con ornamentos de oro y piedras preciosas, quiso cruzar la puerta que da al Calvario, pero no podía. Cuanto más se esforzaba por seguir, más se sentía como clavado en aquel lugar. Estupor general. Entonces el obispo Zacarías le hizo notar al emperador que tal vez aquellas ropas de triunfo no condecían con la humildad con que Jesucristo había cruzado aquel umbral llevando la cruz. Inmediatamente el emperador se despojó de sus lujosas vestiduras y, con los pies descalzos y vestido como un hombre cualquiera, recorrió sin la menor dificultad el resto del camino y llegó hasta el lugar donde había que colocar la cruz".
De este episodio proviene remotamente el rito del Papa que, dentro de un poco se dirigirá –decía el predicador pontificio-, sin ornamentos y con los pies descalzos, a besar la cruz. Pero ese hecho tiene también un significado espiritual y simbólico que nos concierne a todos los que estamos aquí presentes, aunque no vayamos descalzos a besar la cruz. Quiere expresar que no podemos acercarnos al Crucificado si antes no nos despojamos de todas nuestras pretensiones de grandeza, de nuestros títulos; en una palabra, de nuestro orgullo y de nuestra vanidad. Sencillamente, no podemos; nos veríamos invisiblemente rechazados.
Y esto es lo que queremos hacer en esta liturgia. Dos cosas sumamente sencillas: la primera, echar a los pies del Crucifijo toda la carga de orgullo del mundo y del nuestro personal; la segunda, revestirnos de la humildad de Cristo y, con ella, volver a nuestra casa "justificados", como el publicano (cf Lc 18,14), es decir perdonados, renovados.
En el profeta Isaías leemos estas palabras del Señor: "Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día" (Is 2,17). "Aquel día" es el día del cumplimiento mesiánico, el día en que Cristo proclamó desde la cruz que "todo está cumplido" (Jn 19,30). Aquel día, en una palabra, ¡es este día! ¿Y cómo doblegó Dios el orgullo de los hombres? ¿Atemorizándolos? ¿Mostrándoles su tremenda grandeza y su poder? ¿Aniquilándolos? No, lo ha doblegado anonadándose él: "Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo" (Flp 2,6-8). Humiliavit semetipsurn: ¡se humilló a sí mismo, no a los hombres! Doblegó el orgullo y la arrogancia humana desde dentro, no desde fuera. ¡Y hasta qué punto se humilló! No nos dejemos engañar por el esplendor de este lugar, de la liturgia, de los cánticos, de todos los honores con que hoy rodeamos a la cruz. Hubo un tiempo en que la cruz no era nada de todo esto, sino únicamente infamia. Algo que había que mantener lejos, no sólo de la vista, sino incluso de los oídos de los ciudadanos romanos (Cf Cicerón, Pro Rabino)’. Murió como había sido predicho: "No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas, ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, al verlo se tapaban la cara; lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido" (Is 53,2-4). Sólo una persona en el mundo, a excepción de Jesús, sabe de verdad lo que es la cruz: María, su madre. Ella cargó, junto con él, con "el oprobio de la cruz" (Hb 13,13). Los demás, san Pablo incluido, conocieron "la fuerza de la cruz" (cf 1 Co 1,18), ella conoció también su debilidad; los demás conocieron la teología de la cruz, ella la realidad de la cruz.
1. Nm 21, 4-9. En el mar de las Cañas, es decir, en el golfo de Acabá, el pueblo se impacienta y se rebela contra Dios y contra Moisés. Está cansado de tanto vagar por el desierto y le fastidia no tener otra cosa que comer que un "pan sin cuerpo", el famoso maná. Añora el pescado y las cebollas de Egipto y sospecha maliciosamente contra Dios y Moisés. Se repiten las quejas de otras ocasiones y la misma desconfianza (cfr. 20,2ss; 14,1ss; 11,4ss). Este pueblo recalcitrante piensa que la libertad del desierto no es otra cosa que la libertad para morirse de hambre, y que hubiera sido mejor quedarse en la esclavitud de Egipto. Según se dice en Dt 8, 15, debió tratarse de una especie de serpientes muy peligrosas, que constituían una plaga del desierto. En los tiempos del rey Ezequías se conservaba una imagen de la "serpiente de bronce" (o Nejustán), atribuida a Moisés, a la que se le tributaba culto idolátrico (II Re 18,4), por cuya razón fue destruido, lo mismo que todos los ídolos, en la reforma de Ezequías. Si la desobediencia a Dios lleva a la muerte, la obediencia a Dios conduce a la salvación y a la vida. Lo que mata en definitiva no es la serpiente "saraf" (que así se llamaba aquella especie peligrosa), sino la desobediencia a Dios; de la misma manera sólo puede dar vida la aceptación de la voluntad de Dios, simbolizada en este caso por la serpiente de bronce. San Juan ha visto en la serpiente de bronce una imagen profética de Jesús colgado en el madero. Los que miran con fe y vuelven sus ojos confiadamente a la señal que ha querido alzar Dios en medio de su pueblo, se salvan. Este es el punto de comparación de la cruz con la serpiente de bronce (“Eucaristía 1975”).
La serpiente de bronce levantada por Moisés sobre un asta en medio del campamento pasa a ser prototipo de Jesús, levantado sobre el madero de la cruz. Todos los israelitas que, habiendo sido castigados por sus rebeldías -mordidos por las serpientes venenosas-, miraban la serpiente de bronce se curaban. Todos aquellos que, seducidos por la serpiente diabólica, discurren por el camino del pecado y de la muerte son salvados también si «se vuelven» hacia la cruz de Jesús, es decir, si se convierten. Ni en uno ni en otro caso es un proceso mágico el que salva, sino sólo la voluntad de Dios, que nos ofrece el don de la fe: una nueva perspectiva -la correcta- del mundo y del hombre. En distintos pasajes de la Biblia se adivina una especie de pugna entre la idea de presentar la serpiente como una divinidad de la fecundidad y la perspectiva de la revelación que reconoce a Yahvé como el único dador de vida y salvación a los hombres. Así, la narración del pecado original que leemos en el Génesis emplea la serpiente para personificar la seducción de la humanidad por el mal. En los mismos orígenes de la vida humana, el mítico animal dador de la vida se nos presenta como el que seduce a los hombres atrayéndolos hacia las sendas del pecado y les inocula la muerte. Quien realmente abre a la humanidad las fuentes de la vida y se la comunica es el Dios de Israel, el único verdadero y, por tanto, el único capaz de devolvernos al camino de la verdad cuando somos seducidos por un dios falso. De ese modo, la serpiente, el dragón, pasarán a ser en Israel la personificación del maligno, que no sólo es incapaz de dar la vida, sino que también arrastra la humanidad a la perdición y que, en definitiva, será vencido por un hombre tan lleno de la presencia de Dios que será Dios y vencerá a la muerte en su propio terreno (J. M. Aragonés).
Si no sabemos qué significaba la serpiente del desierto, lo que sí sabemos es que el NT la interpreta como figura de Cristo en la Cruz: y él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador. El mismo Jesús, en su diálogo con Nicodemo, nos explica el simbolismo de esta figura: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna» (Jn 3,14). Y en otra ocasión: «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33). Este «ser levantado» Jesús se refiere a toda su Pascua: no sólo a la cruz, sino también a su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre. No entendemos cómo podían ser curados de sus males los israelitas que miraban a la serpiente. Pero sí creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los cristianos más generosos y a los apóstoles más ardientes. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios! Pienso en la gran masa de nuestros contemporáneos que prescinden de Dios y ruego por ellos... ¡Ten piedad, Señor! ¡Alivia la carga que pesa sobre ellos! -Entonces, el Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas. La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Los hebreos, en el desierto no ignoraban que habían "hablado contra" Dios. Sabiéndose pecadores, interpretaban como un castigo del cielo las desgracias naturales que les sobrevenían. -Hemos pecado contra el Señor y contra ti. Intercede ante el Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Toma de conciencia que acaba en intercesión. Señor, ayúdanos a ser conscientes de nuestros pecados. Haz que veamos claro; pero que la evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento. En Sb 16,5-12 se nos dice que quien cura no es la serpiente, sino la misericordia divina, y Jesús nos explica que cuando sea elevado él curará todas nuestras dolencias.
-Moisés intercedió por el pueblo. Con frecuencia vemos a Moisés en oración. Moisés reza, pero no por sí mismo, sino por su pueblo. ¡Que tampoco yo deje de ampliar mi oración más allá de mis intereses particulares! El mundo espera intercesores, pararrayos. En el mundo, un poco en todas partes, hay almas que rezan y que salvan. ¿Soy una de ellas? Puedo hacerlo ahora mismo. Evocar en mi espíritu los grandes sectores de ateísmo, de pecado colectivo... rogar por esas intenciones (Noel Quesson).
2. Todo se espera de un David rey-pastor íntegro, prudente que guía a su pueblo. Y Jesús se presenta como este "Pastor" que viene a "dar su vida para salvará su pueblo" (Juan 10). No olvidemos nunca que Jesús entró en aquella historia y que es El mismo, un "hecho histórico". Nuestra fe cristiana no es tanto una "doctrina" como un acontecimiento. Igual que este salmo, el Evangelio de San Juan resume toda la historia en un drama: el rechazo permanente opuesto por el incrédulo a los múltiples dones de Dios. "Vosotros me véis, y no creéis" (Jn 6,36). "Os lo he dicho y no me creéis" (Jn 10,25).
“Le adulaban con sus bocas, pero sus lenguas mentían…” El pecado colectivo, hay pecados que marcan todo un conjunto humano, todo un pueblo. Hay que tomar conciencia de nuestra participación en mentalidades colectivas gravemente culpables: mentalidades culpables de mi profesión, de mi medio, de los grupos a que pertenezco. Los países occidentales por ejemplo, de consumo exagerado, de despilfarro en algunos casos, son colectivamente culpables hacia los países del Tercer Mundo, cuando éstos reclaman un mejor nivel de vida, un alza en los precios de los productos que venden a los países ricos (Noel Quesson). Por no hablar de los abortos, con excusa de libertad se mata gente, las guerras con excusas de paz cuando en realidad mandan criterios egoístas, económicos, y no se piensa en las vidas que matan aquellas “guerras preventivas”...
Conozco la historia, Señor, y sé la lección que nos enseña. Sé que la marcha de tu pueblo escogido de Egipto a Canaán es diseño y figura de mi propia vida de nacimiento a muerte, de pecado a redención, de cautividad a liberación. Y ahora vuelvo a vivir esa historia en mi corazón y me voy reconociendo a mí mismo en los episodios significativos de la travesía del desierto. La historia es un romance, y el romance tiene un tema y un estribillo. El tema es tu bondad, tu providencia, tu poder siempre a punto para ayudar a tu pueblo en todas sus dificultades y proveerlos en todas sus necesidades; y el estribillo es la ingratitud del pueblo, que, en cuanto recibe un nuevo favor, encuentra una nueva queja, duda de tu poder y se declara en rebeldía. Voy leyendo los capítulos de su peregrinación y voy pensando en las circunstancias de mi vida que en ellos se reflejan. ¿Aprenderé por fin la lección? «Hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para abrirles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, de noche con el resplandor del fuego». Esos portentos bastaban para fundar la fe de un pueblo para siempre. Sin embargo, su efecto no duró mucho. Sí, Dios nos ha sacado de Egipto; pero ¿podrá darnos agua en el desierto? «Hendió la roca en el desierto y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos». Nuevas maravillas para robustecer la fe. Y, sin embargo, nuevas dudas y nuevas quejas. Sí, nos ha dado agua; pero ¿podrá darnos pan?, ¿podrá darnos a comer carne en el desierto? «Pero ellos volvieron a pecar contra él y se rebelaron en el desierto contra el Altísimo: tentaron a Dios en sus corazones, pidiendo una comida a su gusto; hablaron contra Dios: ¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto? El hirió la roca, brotó el agua y desbordaron los torrentes; pero, ¿podrá también darnos pan, proveer de carne a su pueblo? «Lo oyó el Señor y se indignó, porque no tenían fe en su Dios ni confiaban en su auxilio». «Pero dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de los ángeles; les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el Levante y dirigió con fuerza el viento Sur: hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del mar; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron; así satisfizo él su avidez». «Sin embargo ellos siguieron quejándose, con la comida aún en la boca». Esa es la historia de la veleidad de Israel. Portento tras portento; queja tras queja. Fe pasajera que creía un instante, para dudar otra vez el siguiente. Pueblo de dura cerviz, eternamente cerrado ante el poder y la protección de Dios que cada día veían y cada día olvidaban. «Y, con todo, volvieron a pecar y no dieron fe a sus milagros. Su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. ¡Qué rebeldes fueron en el desierto, enojando a Dios en la estepa! Volvían a tentar a Dios, a irritar al Santo de Israel, sin acordarse de aquella mano que un día los rescató de la opresión». Triste historia de un pueblo rebelde. Y triste historia de mi propia alma. ¿No he visto yo en mi vida tu poder, tu protección, tu providencia? ¿No te he visto actuar yo en mi historia personal, Señor, desde el milagro del nacimiento, a través de la maravilla de la juventud, hasta la plenitud de mi edad madura? ¿No me has rescatado tú de mil peligros?; ¿no me has alimentado con tu gracia en mi alma y energía en mi cuerpo?; ¿no me has hecho sentir tantas veces la belleza de la creación y la alegría de vivir? ¿No he sentido yo tu presencia a mi lado a cada revuelta del camino, tu compañía, tu cariño, tu ayuda? ¿No has demostrado tú hasta la saciedad que eres mi amigo, mi protector, mi padre y mi Dios? Y, sin embargo, yo dudo. Me olvido, me enfado, me quejo, me desespero. Sí, me has dado libertad, pero ¿puedes darme agua? ¿Puedes darme pan? ¿Puedes darme carne? Me has llamado a la vida del espíritu, pero ¿puedes enseñarme a orar? ¿Puedes llevarme a la contemplación? ¿Puedes corregir mis vicios? ¿Puedes controlar mis pasiones? ¿Puedes purificar mis afectos? ¿Puedes suavizar mis depresiones? ¿Puedes darme fe? ¿Puedes darme felicidad? A cada favor tuyo le sigue una queja mía. Cada nuevo despliegue de tu poder me lleva a una nueva duda. Hasta ahora me has sacado adelante, pero ¿podrás sacarme en el futuro? Has hecho mucho, pero ¿podrás hacerlo todo? ¿Podrás hacerme de veras ferviente, libre, santo, entregado, espiritual, alegre, feliz? ¿Podrás? Y si es verdad que puedes, ¿por qué no lo muestras ahora y me transformas de una vez en esa persona ejemplar y radiante con que sueño ser?
«Ellos abusaron de la paciencia de Dios y se rebelaron contra él; no guardaron los preceptos del Altísimo; fueron desertores y traidores como sus padres, fallaron como un arco flojo. Provocaron su ira». Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria para que me acuerde siempre de lo que has hecho, y así cobre seguridad sobre lo que puedes hacer. No me dejes poner límites a tu acción ni enturbiar con dudas mi relación contigo. Enséñame a fiarme de ti ciegamente en cualquier circunstancia y en todo momento: has hecho más que suficiente para merecer esa confianza por siempre. Despeja las nubes y acorta el desierto. No permitas que yo abuse más de tu paciencia. Hazme sentir la seguridad de que tú puedes resolver cualquier conflicto, y quieres hacerlo y lo harás. Déjame que reconozca el historial de tu misericordia. Déjame proclamar la fe con el gesto concreto de dejar de quejarme del presente y de preocuparme del futuro. Quiero proclamar que tú eres el Señor de la creación, de Israel y de mi propia vida, con la generosidad alegre de dejarla en tus manos sin reserva ni preocupación alguna. Te llamo «Señor», y Señor quiero que seas de mi vida, entregándotela con fe total y alegría sincera. Se acabaron las quejas, Señor. Mis dudas y mis culpas me han hecho sufrir en el pasado. Ahora deseo encontrar paz y consuelo en el perdón que ofreces a tu Pueblo a pesar de todas sus infidelidades.
«El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera y no despertaba todo su furor, acordándose de que eran de carne, un aliento fugaz que no torna. Los hizo entrar por las santas fronteras hasta el monte que su diestra había adquirido; ante ellos rechazó a las naciones, les asignó por suerte su heredad: instaló en sus tiendas a las tribus de Israel». La historia de la salvación tiene un final feliz. Permíteme anticipar esa felicidad en mi vida, Señor (Carlos G. Vallés).
3. Flp 2. 6-11. El contexto de este himno, que no se cita hoy, manifiesta la preocupación de Pablo ante la manera de vivir los destinatarios de su carta. En su deseo de llevarlos a un estilo de relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, les pone ante los ojos "a Cristo arrostrando la muerte y muerte de cruz". Invita a sus lectores a rechazar la vanagloria y el propio interés y les presenta a Jesús como modelo en rechazar la gloria. ¿Cuál es esta gloria rechazada por Jesús? Jesús aceptó esta notable humillación recordada por el himno, más que haciéndose hombre, "encarnándose", viviendo día tras día la existencia humana, y aceptando sus limitaciones concretas, especialmente la de la muerte. "Siendo rico, se hizo pobre" señala la segunda carta a los corintios (8,9). Correspondiéndole con todo derecho la gloria divina, por ser de "condición divina", Jesús aceptó vivir una vida despojada de esta gloria, una vida caracterizada por la humildad, tan distinta de la majestad de la que habría podido rodearse. ¿A qué se debe esta humillación, cuál es el motivo de tanta humildad? Los autores del N.T., fascinados por este tema, aducen varias razones: La emocionada frase de Pablo en la carta a los Gálatas: "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20), ve en el amor la explicación de la vida humana de Jesús y la de Pablo, es como el lema central en este año dedicado al Apóstol (2008-2009). Por su parte, el autor del himno destinado a los Filipenses se fija más en la obediencia de Jesús. Esta obediencia invirtió la tendencia inaugurada por Adán. El tentador al dirigirse a Eva lo había hecho encandilándola con la promesa de que con su desobediencia se haría semejante a Dios: "seréis como dioses" (Gn 3. 5). JC, segundo Adán, al revés del primero, obedece. El primero desobedece para ser dios, el segundo obedece para ser hombre. Se somete incluso al libre juego de los egoísmos y de las injusticias de los hombres. "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz". La cruz, señal del cristiano: “Es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). Así lo han hecho los santos, como Josemaría Escrivá: “La vida espiritual y apostólica del nuevo Beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo. De esta fe se alimentaba su amor al Señor, su ímpetu evangelizador, su alegría constante, incluso en las grandes pruebas y dificultades que hubo de superar” (Juan Pablo II, homilía en la Misa de beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer y Giuseppina Bakhita. 17-V-1992).
-Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (la locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida, estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente. "En el cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo. El sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino Jesucristo. Él es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en el relato de la Pasión (ciclos A y B) En la epístola a los Flp, Jesucristo "se despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar (Mc:secreto mesiánico). Ahora Jesús declara sin rodeos su identidad ante el Sumo Sacerdote: "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Y Jesús contesta afirmando su relación con Dios absolutamente única, y amplía su afirmación advirtiendo que lo que él es -ahora oculto-, llegará un día en que se manifestará: "Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo". -Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (Mc v.36). Nuevamente el tema de la obediencia, el mismo que la carta a los Flp desarrolla para explicar la humillación de Cristo. Y así como esta carta descubre en la obediencia el camino de la verdadera gloria: -"toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre"- así también al final de esta Pasión "querida por el Padre", el evangelista escucha en el preciso momento en que Jesús muere que "toda lengua proclama" por medio del centurión: "verdaderamente este hombre era hijo de Dios". -En san Pablo, lo mismo que en el relato de la Pasión, Jesús entra en la gloria al final de una experiencia que consiste en la total aceptación de la vida de hombre, que es obediencia para gloria de Dios Padre. -Jesús ha querido ser Dios para nosotros haciéndose verdaderamente hombre.Sin alardes. Solidario en todo. Se sometió, "obediente hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molesta. Se hizo obediente a la realidad humana, tan compleja, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana.Y es esto precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte"(...) La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. (...) Mira el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación (...) Nuestro espíritu propio nos lleva a la autoafirmación de nosotros mismos, de la que nacen todas las disensiones y disputas. Esto no es nada nuevo para nosotros porque lo venimos oyendo durante toda la vida y porque la imagen del crucificado es tan natural, que ya ha perdido su capacidad de escandalizar. Pero el Espíritu Santo puede hacer nueva y eficaz esta revelación. El Espíritu Santo puede hacernos volver hacia Jesús, humillado hasta la muerte y exaltado en su resurrección como Señor del universo, con una enorme admiración.
Este fragmento parece ser un himno litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de la carta porque le convenía para apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos. Desborda, sin embargo, esta motivación concreta y nos presenta el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo. En contraste con Adán, que quiso ser más de lo que era, y también en contraste con los demás hombres que también lo pretendemos a nuestra escala, Jesucristo no se aferra a su propio ser divino, sino en cierta manera renuncia a él. Naturalmente no deja de ser Dios, pero vive en la tierra como si no lo fuera, compartiendo toda la condición humana hasta en sus aspectos más oscuros.
Es el himno de la solidaridad de Dios con los pequeños, los pobres, los débiles... no con palabras, sino con su propia vida. Se trata de un invento, sólo posible a Dios, que le permite acceder a aspectos débiles que por sí mismo no le corresponden.Y todo ello por amor al hombre. No es masoquismo, ascetismo u otra cualquier cosa, sino deseo y realización de amor al hombre concreto que sufre y muere. Naturalmente, también, no para quedarse ahí, sino para resurgir y ser exaltado. Y llevando con El a cuantos han compartido su suerte. Es la condición de posibilidad de la salvación humana realizada por Cristo y en Cristo. Es el himno de la liberación, es decir, del partido que Dios toma por los pobres. Porque el himno no dice sólo que el Hijo se hace hombre, sino se hace esclavo, lo más pobre y pequeño que podía hacerse. Y muere no de viejo, sino en cruz, muerte condenada y de esclavo. Es el himno a la esperanza de los pequeños y oprimidos porque el Hijo se ha puesto de su lado (Federico Pastor).
Como se sabe, el himno tiene una primera parte descendente por la humillación, y una segunda ascendente pues al descenso gradual en la humillación corresponde una ascensión triunfal en la gloria. Esta visión de las cosas supera la del Siervo que no era más que "elevado" (Is. 52, 13). Cristo va más allá porque alcanza el título del Señor (Sal 109/110), título que le vale el honor de la "genuflexión" y de la "proclamación", ritos reservados a Dios exclusivamente. Ya los reyes se prosternaban ante el Siervo doliente (Is. 49, 7), pero lo hacían "a causa de Yahvé". Ante Cristo, por el contrario, los hombres se prosternan como ante Dios, no sin glorificar al mismo tiempo al Padre. Nuestro himno se ocupa en primer lugar de la preexistencia del salvador, nos habla de la "categoría" de Dios que le es propia a Cristo antes de la encarnación. Se dice, después, que Cristo no quiso retener para sí esa "categoría", de manera que le impidiese tratar humildemente con los hombres y asumir nuestra propia naturaleza. Sólo el que usurpa una dignidad, la mantiene a despecho de todos y contra todos y por encima de todos; pero Cristo no tenía por qué hacer alarde de lo que realmente era y de "aquella gloria que tuvo delante del Padre antes que el mundo existiera" (Jn 15, 5). Como dice san Pablo en otro contexto, Cristo "siendo él rico se hizo pobre por vosotros, para que os hicierais vosotros ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). Aunque Cristo murió ciertamente como un esclavo, en una cruz y entre dos ladrones (los hombres libres no morían así, pero sí Espartaco y los esclavos que se sublevaron en Roma), la palabra "esclavo" no tiene aquí un sentido sociológico. Debe entenderse referida a un hombre que está sometido a mil dependencias de este mundo y, quizás mejor, se refiera al "siervo de Yavé". Se rebajó, más bien se anonadó (se vació de sí mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente). Y no es que Cristo dejara de ser por un solo instante el Hijo de Dios, sino que aceptó voluntariamente la humilde condición humana y no hizo ostentación de su categoría divina. Cristo quiso acreditarse como verdadero hombre y vivir como uno de tantos. Por su obediencia al Padre, por su condescendencia con los hombres y por su solidaridad con todos los pecadores, Cristo se anonadó hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Pero desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”).
4. Jn 3. 14-21 (ver evangelio de la fiesta de la Trinidad, ciclo A: Jn 3, 16-18). El diálogo de hoy presupone el texto de Nm 21,9: "Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte". Fue una medida salvadora. "Cuando una serpiente mordía a uno, éste miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". El correlativo de la serpiente de bronce en el estandarte es Jesús en la cruz; el correlativo de mirar es creer. Jesús tiene que ser levantado en alto. ¡Honda y misteriosa necesidad! Para que al levantar la vista hacia esa altura quedemos salvados. El autor habla en perspectiva de presente. Vida eterna no significa lo que nosotros solemos llamar vida después de la muerte. En la expresión de Juan, eterno no se contrapone a temporal. Vida eterna es sinónimo de vida plena; eterno designa plenitud, totalidad. Vida eterna es la vida propia de una existencia feliz, de un tiempo y un mundo nuevo. Jesús levantado en alto hace posible este tipo de existencia para todo el que levanta sus ojos hacia él, para todo el que cree en él. El designio del Padre, continúa Juan, su voluntad es que tengamos una existencia así. Parece un sueño. Sólo con pensarlo un indescriptible relajamiento se apodera de uno. Jesús levantado en alto acaba con toda situación y sensación de existencia echada a perder. Existencia echada a perder es lo contrario de vida eterna; la traducción sobre el juicio sería: el que cree en él no queda condenado, al que cree en él no se le condena. No debemos perder de vista el punto de partida: mirar a la serpiente levantada en alto suponía la curación. Lo contrario es igualmente válido: dejar de mirar a la serpiente suponía no curarse. Es decir, excluirse uno a sí mismo de ser curado. Esto es exactamente lo que dice Juan cuando escribe que los hombres han preferido la tiniebla a la luz. Lo cual significa que el hombre es el único responsable de su destino y que Dios no es ni su contrincante ni su juez. Dios es sencillamente un padre, cuyo hijo único ha sido levantado en lo alto de una cruz. Pero para fortuna nuestra, al mirar a este hijo quedamos salvados (A. Benito).
La salvación viene del Hijo del Hombre exaltado en la cruz: "Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (12, 32). Creemos que es así, porque conocemos que éste es el plan de Dios, cuyo objetivo no es otro que dar vida a los creyentes, glorificando con ello a su Hijo (17,2; cfr. 13, 31s). El versillo debiera traducirse: "para que todo el que cree tenga vida eterna en él". El plan de salvación no tiene otro fundamento que el incomprensible amor de Dios al "mundo", esto es, al mundo de los hombres, que habían quedado sin "vida" por su culpa. Llevado por su amor al mundo, Dios salta el abismo que nos separaba de él y se aproxima a nosotros, para darnos lo que más quiere: su "único Hijo". Más aún, entregando a su único Hijo a la muerte para que nosotros tengamos vida. En esto se manifiesta que Dios es amor. El mejor comentario a este texto lo hace Juan en su primera carta (4, 9s). Se contrapone aquí "perdición" (o muerte) y "vida", lo mismo que en el versillo siguiente "condenación" (o juicio) y "salvación". El hombre sólo puede escapar de la perdición y de la condena, si, creyendo en Jesucristo, recibe la vida y la salvación. Dios envía a su hijo para salvar al mundo y no para condenarlo, Dios quiere la salvación de todos los hombres, y Jesús es, como afirma la Samaritana, el "salvador del mundo" (4, 42). Frente a cualquier dualismo de buenos y malos, Dios ofrece a todos la salvación y no sólo a una minoría privilegiada. El nombre del Hijo único de Dios es "Jesús", que significa "Dios salva". Creer en el "nombre", es creer en la misión salvadora de Jesús. Dios quiere la salvación de todos; si, no obstante, algunos se condenan es porque no creen en el nombre de su hijo y rechazan la salvación. Es característico de Juan lo que se ha llamado "escatología presente", esto es, el considerar el juicio de Dios como algo que acontece ya cuando el hombre resiste al Evangelio con su incredulidad; pues el que no cree, a sí mismo se condena y se priva de la última oportunidad de alcanzar la vida. Según esto, lo que llamamos "juicio final" no sería otra cosa que la confirmación divina de aquella sentencia a la perdición y a la muerte. Frente a las "tinieblas", que se presentan aquí como una personificación del mal, se alza la "luz" que es el mismo Hijo de Dios en persona (1, 4s). La venida de la "luz" al mundo denuncia la existencia de las "tinieblas" y, aunque el hijo de Dios no viene a juzgar a nadie, su presencia establece inevitablemente un juicio. La "luz" -y, por lo tanto, la proclamación del evangelio- cuestiona a los hombres y les obliga a decidir entre la fe y la salvación, o la incredulidad y la perdición. Muchos se deciden por la incredulidad, porque sus obras no son buenas. Se habla aquí de "hacer la verdad"; pues para Juan la verdad, lo mismo que la mentira, no son dos teorías opuestas, sino dos modos contradictorios de vivir. Los que obran perversamente se oponen a la verdad con la mentira de su vida y esconden sus malas obras huyendo de la luz. En cambio, los que hacen la verdad buscan la luz, para que se vean sus obras buenas (“Eucaristía 1988”). San Josemaría tuvo una iluminación: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum’ Jn 12,32. Y comprendí que serían lo hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana. Y vi triunfar a Cristo, atrayendo a sí todas las cosas”.
Vio –explica su sucesor, don Álvaro del Portillo- que si ponemos a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, entonces Dios Nuestro Señor reinará en el mundo entero. Regnare Christum volumus! Para eso, la Cruz. Así como Jesucristo, alzado en el madero entre el cielo y la tierra, muriendo por Amor, abrió a todos las puertas del Cielo; así nosotros, muriendo cada uno a sí mismo, procurando hacer con perfección las cosas pequeñas de cada día, buscando siempre y sólo la gloria de Dios, convirtiendo en oración todo lo que hacemos, levantamos también la Cruz de Cristo en la cumbre, en el pináculo de todas las actividades humanas, y arrastraremos hacia Dios a otras almas, que se fijarán en esos instrumentos que somos cada uno de nosotros.
Regnare Christum volumus! Y para eso -insisto-, la Cruz de cada día...: el esfuerzo por cumplir un poquito mejor las prácticas de piedad, el empeño para realizar con más perfección el trabajo profesional, la lucha para afinar en los detalles de delicadeza en el trato y ayudar a los demás con la corrección fraterna, los pequeños vencimientos por los que nuestro espíritu apostólico resulta verdaderamente como el latir del corazón...
Dentro de esa devoción al Crucificado, san Josemaría –que ponía cada año en la epacta: In laetitia, nulla dies sine cruce!, y veía que la alegría tiene las raíces en forma de cruz- quiso que representaran a Jesús vivo en alguna imagen, de la que hay copia en el santuario de Torreciudad y en Roma: “Porque siempre lo representan muerto, y a mí muchas veces me gusta hacer la oración delante de un Crucifijo que me diga algo. También me habla por las llagas, y por los clavos que le tienen cosido al madero de la Cruz". Recordaba bien haber sentido en su interior, en medio de tormentos, un “abba, Pater!” dirigido a Dios… De la Cruz vamos siempre al gozo inmenso de sabernos hijos de Dios. Hoy, fiesta de la Santa Cruz, día en el que todos los piropos que echamos a la Cruz a lo largo del año parece que cuajan en guirnaldas de flores; hoy es día de propósitos, de generosidad, entrega, ansia de adquirir la caridad de Cristo, que cuajen en flores espléndidas, produzcan frutos sabrosos en actos de amor repetidos uno tras otro: Señor, esto por Ti; esto no lo quiero, pero lo ofrezco por Ti; esto me cuesta, Señor, esto me duele, pero lo acepto por Ti.
Jesús nos convoca en el Calvario, para que entreguemos la vida en corredención con El: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Este es el único camino para alcanzar la felicidad en el Cielo y en la tierra, pues el que pierda su vida por mí -promete el Señor-, la encontrará (Mt 16,25). Decía S. Josemaría, repensando 30 años más tarde aquella experiencia juvenil: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo". Y le ayudaban aleluyas de monja a rezar: "Corazón de Jesús, que me iluminas,/ hoy digo que mi Amor y mi Bien eres,/ hoy me has dado tu Cruz y tus espinas/ hoy digo que me quieres". Pues "El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz".
Hay gente que siempre lo pasa fatal y ve maltratos y absolutiza las cosas malas en su vida, los dolores… Las contrariedades son en muchas ocasiones, subjetivas: cada uno toma las que quiere. El que está en Dios tiene pocas, porque, aunque sean reales, se sabe rendir ante la voluntad del Señor, le pide luces para superarlas, y no pierde la paz. "Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal. Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella, ... déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. Y quédate tranquilo" (san Josemaría). Es importante la teología de la cruz, para no caer en el victimismo, sino unirnos a la Víctima. Así, en lugar de apartar a los demás, los atraeremos a Cristo.
Comenzamos toda actividad con la señal de la santa cruz, y es el signo positivo, que suma, el signo +, que nos auna, nos da optimismo, victoria, pues Jesús nunca habla de pasión sin hablar de resurrección. Si de verdad queremos ser felices: O bona Crux... La hemos de considerar como lo mejor: y por eso hemos de amarla y, como consecuencia de ese amor, buscarla. No podemos permitir que en nuestra vida haya tendencias que nos aparten de la Cruz. Tenemos que esforzarnos diariamente en amar en santidad, con esfuerzo, la Santa Cruz, de donde procede nuestra santificación. Hemos de ponerla en nuestras vidas, en nuestros sentidos, en nuestras potencias.
Nuestra gran ambición ha de ser ésta: divinizarnos y divinizar, y no hay más remedio que pasar por el camino de la Cruz, de la abnegación, de la renuncia; pero tampoco sin exagerar, porque el camino de la Cruz no es un camino de desasosiego ni de tragedia. Hay un texto de un autor del s. II que nos dice lo que tiene que significar para nosotros la Cruz: “Cuando me sobrecoge el temor de Dios, la Cruz es mi protección; cuando tropiezo, mi auxilio y mi apoyo; cuando combato, el premio; y cuando venzo, la corona. La Cruz es para mí una senda estrecha, un camino angosto: la escala de Jacob, por donde suben y bajan los ángeles, y en cuya cima se encuentra el Señor”. Es interesante porque las imágenes de entonces sobre Jesús, que yo recuerde, eran el buen Pastor y el pez, etc. pero no la Cruz, más unitaria en la época medieval para representar a Jesús, pero la teología sigue desde el principio presente…
Una manera de amar la Cruz es amar la Santa Misa, que es la renovación del sacrificio de la Santa Cruz. Por eso hemos de procurar que la Misa tenga una consecuencia grande en nuestro día. La Virgen nos ayudará –stabat iuxta crucem Iesu, de pie-, para que agarrándonos a su mano, sepamos gustosamente incorporarnos a la Cruz, de donde nace la verdadera paz y el gaudium cum pace que tiene que informar toda nuestra vida, preparándonos para sus Dolores.
"Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito". ¡Profundas palabras, en las que el alma debe abismarse! Dios da. Este es el hecho fundamental de nuestra fe; sobre él descansa la revelación. De Dios sólo sabemos que da; se nos da a Sí mismo. Pues Dios no tiene algo, sino que El lo es todo. Si da, sólo puede darse a Sí mismo; y con El se nos da ciertamente todo. En todo lo que recibimos como don de la naturaleza o regalo de la gracia se da Dios a Si mismo. Y sólo en la medida en que lo reconocemos, poseemos lo que nos es dado. Todo lo que nos es dado puede sernos arrebatado de nuevo. Pero somos poseedores del don en tanto que reconocemos a Dios como la fuente de lo que nos da. Dios se convierte en don. Primero, dentro de su mismo Ser; pues al engendrar a su Hijo, se da a Sí mismo. Y el Hijo, al reconocer y amar a su causa generatriz, se vuelve a dar al Padre. La tercera persona divina, el Espíritu vital que sopla y fluye por doquier, el Espíritu Santo, es don entre Padre e Hijo. Pero el amor generoso de Dios sale de Sí mismo; en el Hijo se entrega al mundo. Esto sirve para entender bien que el Padre se entrega a sí mismo también cuando "da al Hijo" para la encarnación, la pasión y la muerte; para que su muerte borre los pecados del mundo, dejando en él lugar para Dios, que se entrega al mundo. Pero esto no basta; es preciso que los recipientes estén vacíos. Cuando Dios se da, es demasiado grande para que un hombre pueda comprenderle y poseerle. Es un don de tal categoría, que el mismo don nos concede la gracia de recibirlo. Nuestra naturaleza, aunque creada a imagen de Dios, no puede llegar a eso. Dios ha de dilatarla, elevarla. Más aún; ha de crearnos de nuevo, ha de darnos parte en su propia vida divina, en su Espíritu, para que nosotros podamos comprender y recibir lo que sobrepasa nuestra naturaleza. Con los dones divinos nos otorga la fuerza, también divina, para comprenderlos y guardarlos; la "virtus divina" que corresponde al "donum Dei". Esta fuerza para recibir y guardar los dones, es ya parte del don mismo, es un principio de la vida divina que ha de sernos dada; en una palabra, es la fe, que se nos da como comienzo de la vida divina en nosotros y cuya plenitud atrae sobre nosotros (Emiliana Löhr). En esta entrega del Hijo único hay un recuerdo del sacrificio que otro padre -Abraham- hizo también de su hijo único (Llucià Pou, 2009).
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lunes, 12 de septiembre de 2011
MARTES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO: Cualidades del que se dedica a los demás en la Iglesia: irreprochable, sensato, equilibrado, bien educad
MARTES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO: Cualidades del que se dedica a los demás en la Iglesia: irreprochable, sensato, equilibrado, bien educado, comprensivo, no agresivo ni interesado: así, "Dios ha visitado a su pueblo", todo irá bien.
1. Primera carta de san Pablo a Timoteo 3, 1-11: “Querido hermanos: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es poco lo que desea, porque un obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer, sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado. Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad. Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una asamblea de Dios? Que no sea recién convertido, por si eso se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo...
También los diáconos tienen que ser respetables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a negocios sucios, fieles a la fe revelada...”
2. Salmo 28:2,7-9: 2 Oye la voz de mis plegarias, cuando grito hacia ti, cuando elevo mis manos, oh Yahveh, al santuario de tu santidad. 7 Yahveh mi fuerza, escudo mío, en él confió mi corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón. 8 Yahveh, fuerza de su pueblo, fortaleza de salvación para su ungido. 9 Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, pastoréalos y llévalos por siempre.
3. Evangelio según san Lucas 7, 11-17: “Iba Jesús camino de una ciudad, Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaban cerca de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda... Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: mujer, no llores; y se acercó al ataúd. Lo tocó y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate... Y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo...”
1.- 1Tm 3, 1-13. –Es cierta esta afirmación: “si alguno aspira a ser responsable de una comunidad de Iglesia, desea una noble función”. La palabra traducida aquí por «responsable de una comunidad de Iglesia», es el término griego «epíscope» del que deriva el de obispo. Propiamente hablando no se trata del cargo episcopal tal como existe HOY, sino, más bien, de las funciones de presidencia de una comunidad local. En todo caso está claro que las comunidades están organizadas según una cierta jerarquía: ningún grupo humano es estable sin un mínimo de estructuras. Y san Pablo dice que es una noble función animar a una comunidad cristiana. Ocasión ésta para rogar por las vocaciones para que sean muchos los hombres que acepten y «deseen» esa función.
-“Un responsable de una comunidad ha de ser irreprochable, casado una sola vez, hombre comedido, sensato, reflexivo, hospitalario”... Son cualidades simplemente humanas, bastante comunes. No es necesario estar extraordinariamente dotado. Lo que cuenta, ante todo, es ser equilibrado, ponderado, hombre de buen sentido y capaz de relacionarse. Su principal cualidad es haber sido escogido… por Dios, por los demás… Puedo orar por los responsables de las comunidades que conozco.
-“Capaz de enseñar”... Además de ser animador de la liturgia -pasaje que sigue inmediatamente después de las prescripciones sobre la oración-, la función esencial parece ser, en efecto, la enseñanza de la doctrina.
-“Ni bebedor, ni violento, sino sereno, pacífico, desinteresado”. Otra vez esas virtudes sencillas que hacen agradables las relaciones. De ningún modo se pone el acento sobre la autoridad, el poder... sino sobre la bondad y la paciencia. Todo un ideal humano, valedero para todos los que tienen responsabilidades familiares, profesionales, cívicas.
-“Un hombre que gobierne bien su propia casa, que sepa mantener a sus hijos obedientes y respetuosos. Porque un hombre que no sabe gobernar a los suyos, ¿cómo podría encargarse de una Iglesia de Dios?” Se pone de manifiesto que la controversia actual sobre la cuestión de ordenar sacerdotes a hombres casados, no existía entonces. Y aún san Pablo desea que un «responsable de comunidad de Iglesia» tenga experiencia probada de saber animar y conducir a su propia familia.
-“No debe ser un neo-converso... no fuera a hincharse de orgullo...” En efecto, unas ciertas garantías de estabilidad son necesarias... Y además no hay que perder la cabeza creyendo que «se ha llegado»: nada de considerarse entre los notables.
-“Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera para que no caiga en descrédito y en las trampas del diablo.” La comunidad cristiana no es un club cerrado ni un ghetto. Vive a la luz del día. Se la juzga desde el exterior. Son ya numerosos los fenómenos de opinión pública. ¿Qué aspecto presentamos?
-“También los diáconos deben ser dignos de respeto.” Para esta otra responsabilidad las mismas cualidades son, más o menos, necesarias.
-“Lo mismo decimos respecto a las mujeres...” Parece también que algunas mujeres se ocupaban de ciertos ministerios. Toda una reflexión y búsqueda se está haciendo en la Iglesia de HOY sobre ese tema (Noel Quesson).
El término "mevaquer" (=inspector), título oficial en Qumrán entre los dirigentes de la comunidad esenia, nos da pistas para relacionar todo esto. La mayoría de las cualidades exigidas a estos dirigentes no hace sino explicitar lo que Pablo nos quiere decir. El, educado en la escuela del fariseísmo, ciertamente podría firmarlas todas: «Esta es la regla del inspector... debe instruir a la gente sobre las obras de Dios y enseñarles sus gestas... debe tener misericordia para con ellos como un padre se compadece de sus hijos. y reunirá todas las ovejas descarriadas como un pastor hace con su rebaño. Desatará todas las cadenas que las oprimen para que en su comunidad no exista ningún oprimido ni ningún hombre abrumado» (Documento de Damasco XIII, 7-10).
Sobrio, prudente, honrado... San Pablo no dedica ¡ni una sola palabra sobre sus dotes de organizador que tanto nos gustan!
Luego, el “diácono”: recuerda la imagen del Siervo de dolores en la última cena, lavando los pies a los apóstoles: un servicio hasta la muerte (Jn 13,1). Este es el sentido de la palabra «diácono», que ha de impregnar todos los ministerios de la comunidad cristiana (E. Cortés).
Las virtudes humanas son la base también para la vida cristiana, y fundamentales para el ministerio de gobierno. Esto no se aplica sólo a los obispos o a los ministros ordenados o a los superiores y superioras de comunidades religiosas. Todos, de alguna manera, tenemos misiones que cumplir que suponen una cierta responsabilidad en algún aspecto de la vida comunitaria. Todos, por tanto, podemos examinarnos de esa lista, de esas "asignaturas" que deberíamos aprobar en nuestro quehacer comunitario. La madurez personal y el equilibrio, el buen corazón, la fidelidad a los nuestros, el control de nosotros mismos, la honradez y la ejemplaridad... Haremos bien en repasar el programa y respondernos nosotros mismos con sinceridad. En esta autoevaluación conviene que seamos exigentes, pensando que la comunidad o la familia también nos están evaluando continuamente, y sobre todo Dios, que espera de nosotros más de lo que estamos dando (J. Aldazábal).
3.- Lc 7, 11-17. San Lucas es el único de los cuatro evangelistas que nos relata esa resurrección.
Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R 17). Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo. La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: "un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo".
El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya. El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, "joven, a ti te lo digo, levántate"? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu? La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: "el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre"? La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto. Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes ("joven, levántate"), también podrá oírse la misma reacción que entonces: "en verdad, Dios ha visitado a su pueblo". La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden (J. Aldazábal).
-“Jesús se dirigía a una ciudad llamada Naím. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.” Un gentío considerable acompañaba a esa mujer. Su marido... su hijo... habían tenido pues una muerte prematura. En aquel tiempo, la condición de las mujeres era especialmente dura si no tenían ni marido ni hijo varón para protegerlas jurídicamente. El gran número de personas, que se habían desplazado para acompañar a la pobre mujer, expresa la piedad y compasión de la muchedumbre.
-“Al verla el Señor, sintió lástima de ella y le dijo: "¡No llores!"” Ese titulo solemne -"El Señor~- es otorgado más de veinte veces a Jesús por Lucas, mientras que Mateo (21, 3) y Marcos (11, 3) lo utilizan una sola vez cada uno. Sí, Señor, eres el más grande de todos los profetas. Tienes una personalidad misteriosa. Por eso te llamamos "El Señor". Creemos que Tú eres Hijo de Dios, igual al Padre. Sin embargo, eres también el más sencillo y el más normal de los hombres: delante de un gran sufrimiento, te emocionas, te compadeces. En esos momentos quiero contemplar la emoción que embarga tu corazón; y quiero escuchar las palabras que dices a esa madre: "¡No llores!" Delante de todos los muertos de la tierra tienes siempre los mismos sentimientos; y tu intención es siempre la misma: quieres resucitarles a todos... quieres suprimir todas las lágrimas (Apocalipsis 21, 4) porque tu opción es la vida, porque eres el Dios de los vivos y no el de los muertos. Yo avanzo, lo sé, hacia mi propia muerte. Pero creo en tu promesa: creo que mi muerte no será el último acto, sino el penúltimo. Antes de acusar a Dios, como se oye tan a menudo -"¡Si existiera Dios, no tendríamos todas esas desgracias!"- se debería comenzar por no parar la historia humana con ese penúltimo acto. El proyecto final de Dios, es la "vida eterna". Pero hay que creer en ella.
-“Jesús dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" Entonces el muerto se incorporó, se sentó y se puso a hablar.” Es muy importante caer en la cuenta de que ese tipo de resurrección, por muy notable que sea como signo, no nos muestra más que una pequeña parte de las posibilidades de Jesús y de su mensaje real sobre la Resurrección: ciertamente aquí Jesús reanima a un muchacho, pero no es más que una recuperación temporal de la vida, -¡ese muchacho volverá a morir cuando sea!- Jesús, por su propia Resurrección nos revelará otro tipo de vida resucitada: una vida nunca más sometida a la muerte, un modo de vida completamente nuevo que sobrepasa todos los marcos humanos. Todos mis amigos, mis parientes, que he contemplado en su lecho de muerte, cerrados los labios, inmóvil el pecho... todos revivirán a esa vida definitiva "Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable".
-“Y Jesús se lo entregó a su madre.” ¿Pensaba quizá en la suya? Lucas no pierde ocasión de valorizar a "la mujer" tan fácilmente repudiada en el mundo antiguo.
-“Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios... La noticia del hecho se divulgó por todo el país judío y la comarca circundante.” ¡La sorpresa... pero también la alabanza! ¿Vivo yo en acción de gracias? La eucaristía es una acción de gracias por la vida resucitada de Cristo. Jesús celebró la Cena, la víspera de su muerte, "dando gracias". La palabra concerniente a Jesús sobrepasa ya los límites de Palestina (Noel Quesson).
Nos encontramos ante temas preferidos de Lucas: la compasión o misericordia de Jesús ante la marginación total. Jesús, portador de la vida, tiene un contacto con la muerte (tocó la camilla donde llevaban al joven muerto) y hace posible una resurrección. Es el poder máximo de la vida sobre la muerte: por eso actualiza dichos antiguos (Dt 32,39; Tob 13,2; Sab 16,13); y, a la luz de la Pascua, prefigura, anticipa, su resurrección. Este pasaje, tan divino y humano, nos pone en contacto con la más auténtica misión de Jesús y su Iglesia: vino a compartir nuestras alegrías y tristezas, nuestras angustias y esperanzas. El dolor se expresa en los millones de crucificados de nuestra historia. Nuestra misión, en continuidad con la de Jesús, es la de comunicar vida, no la de permanecer indiferentes (Josep Rius-Camps). Él, con entrañas de misericordia y compasión, se coloca al lado de la viuda pobre, hambrienta, enferma, marginada por la ausencia del hijo, y le devuelve el tesoro perdido... ¿Poseemos también nosotros entrañas de misericordia? ¡Gracias, Señor, porque eres Amor, Corazón, Vid, Luz, Sabiduría, Salvación...! ¡Eres Dios, Hijo de Dios, y en tus ojos hay lágrimas de ternura!
Al igual que Cristo, pasemos siempre haciendo el bien a todos. Estemos del lado de Cristo como fieles discípulos suyos; caminemos con Él. Sepamos que, estando el Señor con nosotros, debemos convertirnos en portadores de su amor que salva, que devuelve la vida, que levanta a los abatidos y a los de corazón apocado. Quien dice creer en Cristo y actúa como portador de signos de muerte, como alguien que destruye la paz y la alegría de los demás, como quien desestabiliza naciones u hogares, no puede considerarse portador del Evangelio; pues aun cuando pronuncie discursos muy bellos sobre Cristo, su vida, sus actitudes, sus obras estarán indicando que más que llevar un espíritu vivificado por Cristo, carga un espíritu dañado, muerto a causa del pecado que le ha dominado. Dejemos que el Señor nos perdone, nos devuelva a la vida, infunda en nosotros su Espíritu; que su Palabra nos santifique y nos haga portadores de su amor, de su verdad, de su paz, de su bondad y de su misericordia para todos los pueblos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de dejarnos amar por Dios, para que nos transforme en signos creíbles de su vida ante nuestros hermanos; y así, guiados por su Espíritu, colaboremos para que todos se encuentren con el Señor de la Vida y se dejen transformar por Él. Amén (www.homiliacatolica.com).
1. Primera carta de san Pablo a Timoteo 3, 1-11: “Querido hermanos: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es poco lo que desea, porque un obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer, sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado. Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad. Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una asamblea de Dios? Que no sea recién convertido, por si eso se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo...
También los diáconos tienen que ser respetables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a negocios sucios, fieles a la fe revelada...”
2. Salmo 28:2,7-9: 2 Oye la voz de mis plegarias, cuando grito hacia ti, cuando elevo mis manos, oh Yahveh, al santuario de tu santidad. 7 Yahveh mi fuerza, escudo mío, en él confió mi corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón. 8 Yahveh, fuerza de su pueblo, fortaleza de salvación para su ungido. 9 Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, pastoréalos y llévalos por siempre.
3. Evangelio según san Lucas 7, 11-17: “Iba Jesús camino de una ciudad, Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaban cerca de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda... Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: mujer, no llores; y se acercó al ataúd. Lo tocó y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate... Y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo...”
1.- 1Tm 3, 1-13. –Es cierta esta afirmación: “si alguno aspira a ser responsable de una comunidad de Iglesia, desea una noble función”. La palabra traducida aquí por «responsable de una comunidad de Iglesia», es el término griego «epíscope» del que deriva el de obispo. Propiamente hablando no se trata del cargo episcopal tal como existe HOY, sino, más bien, de las funciones de presidencia de una comunidad local. En todo caso está claro que las comunidades están organizadas según una cierta jerarquía: ningún grupo humano es estable sin un mínimo de estructuras. Y san Pablo dice que es una noble función animar a una comunidad cristiana. Ocasión ésta para rogar por las vocaciones para que sean muchos los hombres que acepten y «deseen» esa función.
-“Un responsable de una comunidad ha de ser irreprochable, casado una sola vez, hombre comedido, sensato, reflexivo, hospitalario”... Son cualidades simplemente humanas, bastante comunes. No es necesario estar extraordinariamente dotado. Lo que cuenta, ante todo, es ser equilibrado, ponderado, hombre de buen sentido y capaz de relacionarse. Su principal cualidad es haber sido escogido… por Dios, por los demás… Puedo orar por los responsables de las comunidades que conozco.
-“Capaz de enseñar”... Además de ser animador de la liturgia -pasaje que sigue inmediatamente después de las prescripciones sobre la oración-, la función esencial parece ser, en efecto, la enseñanza de la doctrina.
-“Ni bebedor, ni violento, sino sereno, pacífico, desinteresado”. Otra vez esas virtudes sencillas que hacen agradables las relaciones. De ningún modo se pone el acento sobre la autoridad, el poder... sino sobre la bondad y la paciencia. Todo un ideal humano, valedero para todos los que tienen responsabilidades familiares, profesionales, cívicas.
-“Un hombre que gobierne bien su propia casa, que sepa mantener a sus hijos obedientes y respetuosos. Porque un hombre que no sabe gobernar a los suyos, ¿cómo podría encargarse de una Iglesia de Dios?” Se pone de manifiesto que la controversia actual sobre la cuestión de ordenar sacerdotes a hombres casados, no existía entonces. Y aún san Pablo desea que un «responsable de comunidad de Iglesia» tenga experiencia probada de saber animar y conducir a su propia familia.
-“No debe ser un neo-converso... no fuera a hincharse de orgullo...” En efecto, unas ciertas garantías de estabilidad son necesarias... Y además no hay que perder la cabeza creyendo que «se ha llegado»: nada de considerarse entre los notables.
-“Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera para que no caiga en descrédito y en las trampas del diablo.” La comunidad cristiana no es un club cerrado ni un ghetto. Vive a la luz del día. Se la juzga desde el exterior. Son ya numerosos los fenómenos de opinión pública. ¿Qué aspecto presentamos?
-“También los diáconos deben ser dignos de respeto.” Para esta otra responsabilidad las mismas cualidades son, más o menos, necesarias.
-“Lo mismo decimos respecto a las mujeres...” Parece también que algunas mujeres se ocupaban de ciertos ministerios. Toda una reflexión y búsqueda se está haciendo en la Iglesia de HOY sobre ese tema (Noel Quesson).
El término "mevaquer" (=inspector), título oficial en Qumrán entre los dirigentes de la comunidad esenia, nos da pistas para relacionar todo esto. La mayoría de las cualidades exigidas a estos dirigentes no hace sino explicitar lo que Pablo nos quiere decir. El, educado en la escuela del fariseísmo, ciertamente podría firmarlas todas: «Esta es la regla del inspector... debe instruir a la gente sobre las obras de Dios y enseñarles sus gestas... debe tener misericordia para con ellos como un padre se compadece de sus hijos. y reunirá todas las ovejas descarriadas como un pastor hace con su rebaño. Desatará todas las cadenas que las oprimen para que en su comunidad no exista ningún oprimido ni ningún hombre abrumado» (Documento de Damasco XIII, 7-10).
Sobrio, prudente, honrado... San Pablo no dedica ¡ni una sola palabra sobre sus dotes de organizador que tanto nos gustan!
Luego, el “diácono”: recuerda la imagen del Siervo de dolores en la última cena, lavando los pies a los apóstoles: un servicio hasta la muerte (Jn 13,1). Este es el sentido de la palabra «diácono», que ha de impregnar todos los ministerios de la comunidad cristiana (E. Cortés).
Las virtudes humanas son la base también para la vida cristiana, y fundamentales para el ministerio de gobierno. Esto no se aplica sólo a los obispos o a los ministros ordenados o a los superiores y superioras de comunidades religiosas. Todos, de alguna manera, tenemos misiones que cumplir que suponen una cierta responsabilidad en algún aspecto de la vida comunitaria. Todos, por tanto, podemos examinarnos de esa lista, de esas "asignaturas" que deberíamos aprobar en nuestro quehacer comunitario. La madurez personal y el equilibrio, el buen corazón, la fidelidad a los nuestros, el control de nosotros mismos, la honradez y la ejemplaridad... Haremos bien en repasar el programa y respondernos nosotros mismos con sinceridad. En esta autoevaluación conviene que seamos exigentes, pensando que la comunidad o la familia también nos están evaluando continuamente, y sobre todo Dios, que espera de nosotros más de lo que estamos dando (J. Aldazábal).
3.- Lc 7, 11-17. San Lucas es el único de los cuatro evangelistas que nos relata esa resurrección.
Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R 17). Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo. La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: "un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo".
El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya. El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, "joven, a ti te lo digo, levántate"? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu? La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: "el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre"? La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto. Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes ("joven, levántate"), también podrá oírse la misma reacción que entonces: "en verdad, Dios ha visitado a su pueblo". La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden (J. Aldazábal).
-“Jesús se dirigía a una ciudad llamada Naím. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.” Un gentío considerable acompañaba a esa mujer. Su marido... su hijo... habían tenido pues una muerte prematura. En aquel tiempo, la condición de las mujeres era especialmente dura si no tenían ni marido ni hijo varón para protegerlas jurídicamente. El gran número de personas, que se habían desplazado para acompañar a la pobre mujer, expresa la piedad y compasión de la muchedumbre.
-“Al verla el Señor, sintió lástima de ella y le dijo: "¡No llores!"” Ese titulo solemne -"El Señor~- es otorgado más de veinte veces a Jesús por Lucas, mientras que Mateo (21, 3) y Marcos (11, 3) lo utilizan una sola vez cada uno. Sí, Señor, eres el más grande de todos los profetas. Tienes una personalidad misteriosa. Por eso te llamamos "El Señor". Creemos que Tú eres Hijo de Dios, igual al Padre. Sin embargo, eres también el más sencillo y el más normal de los hombres: delante de un gran sufrimiento, te emocionas, te compadeces. En esos momentos quiero contemplar la emoción que embarga tu corazón; y quiero escuchar las palabras que dices a esa madre: "¡No llores!" Delante de todos los muertos de la tierra tienes siempre los mismos sentimientos; y tu intención es siempre la misma: quieres resucitarles a todos... quieres suprimir todas las lágrimas (Apocalipsis 21, 4) porque tu opción es la vida, porque eres el Dios de los vivos y no el de los muertos. Yo avanzo, lo sé, hacia mi propia muerte. Pero creo en tu promesa: creo que mi muerte no será el último acto, sino el penúltimo. Antes de acusar a Dios, como se oye tan a menudo -"¡Si existiera Dios, no tendríamos todas esas desgracias!"- se debería comenzar por no parar la historia humana con ese penúltimo acto. El proyecto final de Dios, es la "vida eterna". Pero hay que creer en ella.
-“Jesús dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" Entonces el muerto se incorporó, se sentó y se puso a hablar.” Es muy importante caer en la cuenta de que ese tipo de resurrección, por muy notable que sea como signo, no nos muestra más que una pequeña parte de las posibilidades de Jesús y de su mensaje real sobre la Resurrección: ciertamente aquí Jesús reanima a un muchacho, pero no es más que una recuperación temporal de la vida, -¡ese muchacho volverá a morir cuando sea!- Jesús, por su propia Resurrección nos revelará otro tipo de vida resucitada: una vida nunca más sometida a la muerte, un modo de vida completamente nuevo que sobrepasa todos los marcos humanos. Todos mis amigos, mis parientes, que he contemplado en su lecho de muerte, cerrados los labios, inmóvil el pecho... todos revivirán a esa vida definitiva "Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable".
-“Y Jesús se lo entregó a su madre.” ¿Pensaba quizá en la suya? Lucas no pierde ocasión de valorizar a "la mujer" tan fácilmente repudiada en el mundo antiguo.
-“Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios... La noticia del hecho se divulgó por todo el país judío y la comarca circundante.” ¡La sorpresa... pero también la alabanza! ¿Vivo yo en acción de gracias? La eucaristía es una acción de gracias por la vida resucitada de Cristo. Jesús celebró la Cena, la víspera de su muerte, "dando gracias". La palabra concerniente a Jesús sobrepasa ya los límites de Palestina (Noel Quesson).
Nos encontramos ante temas preferidos de Lucas: la compasión o misericordia de Jesús ante la marginación total. Jesús, portador de la vida, tiene un contacto con la muerte (tocó la camilla donde llevaban al joven muerto) y hace posible una resurrección. Es el poder máximo de la vida sobre la muerte: por eso actualiza dichos antiguos (Dt 32,39; Tob 13,2; Sab 16,13); y, a la luz de la Pascua, prefigura, anticipa, su resurrección. Este pasaje, tan divino y humano, nos pone en contacto con la más auténtica misión de Jesús y su Iglesia: vino a compartir nuestras alegrías y tristezas, nuestras angustias y esperanzas. El dolor se expresa en los millones de crucificados de nuestra historia. Nuestra misión, en continuidad con la de Jesús, es la de comunicar vida, no la de permanecer indiferentes (Josep Rius-Camps). Él, con entrañas de misericordia y compasión, se coloca al lado de la viuda pobre, hambrienta, enferma, marginada por la ausencia del hijo, y le devuelve el tesoro perdido... ¿Poseemos también nosotros entrañas de misericordia? ¡Gracias, Señor, porque eres Amor, Corazón, Vid, Luz, Sabiduría, Salvación...! ¡Eres Dios, Hijo de Dios, y en tus ojos hay lágrimas de ternura!
Al igual que Cristo, pasemos siempre haciendo el bien a todos. Estemos del lado de Cristo como fieles discípulos suyos; caminemos con Él. Sepamos que, estando el Señor con nosotros, debemos convertirnos en portadores de su amor que salva, que devuelve la vida, que levanta a los abatidos y a los de corazón apocado. Quien dice creer en Cristo y actúa como portador de signos de muerte, como alguien que destruye la paz y la alegría de los demás, como quien desestabiliza naciones u hogares, no puede considerarse portador del Evangelio; pues aun cuando pronuncie discursos muy bellos sobre Cristo, su vida, sus actitudes, sus obras estarán indicando que más que llevar un espíritu vivificado por Cristo, carga un espíritu dañado, muerto a causa del pecado que le ha dominado. Dejemos que el Señor nos perdone, nos devuelva a la vida, infunda en nosotros su Espíritu; que su Palabra nos santifique y nos haga portadores de su amor, de su verdad, de su paz, de su bondad y de su misericordia para todos los pueblos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de dejarnos amar por Dios, para que nos transforme en signos creíbles de su vida ante nuestros hermanos; y así, guiados por su Espíritu, colaboremos para que todos se encuentren con el Señor de la Vida y se dejen transformar por Él. Amén (www.homiliacatolica.com).
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Dios ha visitado a su pueblo
LUNES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO "Dios quiere que todos los hombres se salven", y hoy vemos al centurión proclamar su fe y salvación: "Seño
LUNES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO
"Dios quiere que todos los hombres se salven", y hoy vemos al centurión proclamar su fe y salvación: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa…" y el Señor entra, como en la comunión
1.- 1 Tm 2, 1-8 (también en DOMINGO 25C): 1 Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; 2 por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. 3 Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, 4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. 5 Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, 6 que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, 7 y de este testimonio - digo la verdad, no miento - yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. 8 Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.
2. Salmo 28: 2,7-9: 2 Oye la voz de mis plegarias, cuando grito hacia ti, cuando elevo mis manos, oh Yahveh, al santuario de tu santidad. 7 Yahveh mi fuerza, escudo mío, en él confió mi corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón. 8 Yahveh, fuerza de su pueblo, fortaleza de salvación para su ungido. 9 Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, pastoréalos y llévalos por siempre.
Lucas 7:1-10: 1 Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. 2 Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. 3 Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. 4 Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, 5 porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.»
6 Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, 7 por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. 8 Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.»
9 Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.»
10 Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.
Comentarios: 1. a) Después de un primer capítulo de introducción y alabanza a Dios, entra Pablo en materia (oración por todos). El motivo es teológico y doble: "Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Y, además, al igual que Dios es único y Dios de todos, también tenemos un único "mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". La lógica es perfecta: Dios es Padre de todos y Cristo ha muerto para salvar a todos. Por tanto los cristianos tenemos que desear y pedir la salvación de todos. Eso si, "alzando las manos limpias de ira y divisiones", porque si estamos llenos de orgullo, o de odio, o de divisiones, mal podemos rezar por todos.
b) Tenemos la tendencia a rezar por nosotros. Es lo que nos sale más espontáneo, y además es legítimo. Por ejemplo, en las preces de Laudes invocamos a Dios ofreciéndole nuestra jornada y pidiéndole nos ayude en lo que vamos a hacer. Pero hay momentos en que rezamos por los demás, por el mundo, por la Iglesia. Es una actitud fundamental de la fe cristiana. Somos "católicos = universales" también en nuestra oración. Convencidos de que Dios quiere la salvación de todos y de que Cristo se ha entregado por todos, los cristianos, en la "oración universal" de la misa (y también en las preces de Vísperas), nos ponemos ante Dios a modo de mediadores e intercedemos por los demás. Nos sentimos "sacerdotes": por el Bautismo todos somos pueblo sacerdotal, y una de las cosas que hace el mediador es rezar ante Dios por los demás. Ésta es la motivación que ofrece la introducción al Misal: "En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres... por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo" (IGMR 45).
Nos hace bien pensar y rezar a Dios por los demás. Luego trabajaremos por el bien público, pero el haber rezado por esas mismas intenciones por las que luego luchamos -la paz, el bienestar, la salud, la esperanza, la justicia- hace que nuestro trabajo quede iluminado desde la fe y el amor de Dios, y no sólo desde nuestro buen corazón o nuestro sentido de solidaridad humana, aunque ya sean buenas motivaciones. De alguna manera convertimos en oración la historia que estamos viviendo, con sus momentos gloriosos y sus deficiencias. "Decimos" ante Dios las urgencias de la humanidad y, al rezarlas, nos comprometemos en lo mismo que pedimos.
Esta oración nos pide que elevemos nuestras manos a Dios libres de ira, con corazón reconciliado: nos educa a vivir la historia con una cierta serenidad, con una visión desde Dios, deseando que se cumpla en nuestra generación su plan salvador (J. Aldazábal).
–“Ante todo recomiendo que se hagan plegarias... por todos los hombres”. Las epístolas pastorales insisten sobre la organización de las comunidades. La consigna esencial, dice san Pablo, es una «plegaria universal»: ¡rogar por todos los hombres! El concilio Vaticano Il restableció esa antigua tradición. Las asambleas de los primeros cristianos debían de ser poco numerosas, pues no habiendo todavía iglesias ni capillas, se reunían sólo en casas particulares. Ahora bien, san Pablo les pide que amplíen su plegaria a las dimensiones del mundo entero. Aunque poco numerosos, todavía hoy, los cristianos reunidos representan la humanidad ante Dios y son solidarios de «todos». No se va a misa con el fin de rogar primero por sí mismo o por el círculo restringido de los suyos... se va por la «multitud» a la cual Jesús ha dado su vida.
Esta invitación de Pablo podría ser para mí una incitación a reservar un rato a esa misma «oración universal». -Sobre las plegarias de petición, de intercesión de acción de gracias... Este es el contenido ordinario de toda plegaria verdadera.
Tres grandes orientaciones: 1. La petición: «Señor, ayuda a los hombres a que hagan esto...”
2. La intercesión: «Señor, perdón para los hombres que hacen esto...” recoge este tono de súplica que hemos leído antes: "escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad".
3. a) Jesús hace un milagro en favor de un extranjero, que, además, es un oficial, jefe de centuria del ejército romano de ocupación. Según los informes que le dan a Jesús, es buena persona, simpatiza con los judíos y les ha construido la sinagoga. La actitud de este centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni le invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judios no pueden entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar. Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así: "os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Cuando Lucas escribe el evangelio, la comunidad eclesial ya hacia tiempo que iba admitiendo a los paganos a la fe, por ejemplo en la persona de otro centurión romano, Cornelio, que se convirtió con toda su familia. Entonces (cf.Hch 10,34ss) sacaron la conclusión de que "realmente Dios no hace distinción de personas".
b) ¿Sabemos reconocer los valores que tienen "los otros", los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión?, ¿sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que podemos?, ¿nos alegramos de que el bien no sea exclusiva nuestra?
La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de "los nuestros", ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable. Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de personas como ésas, que "ni en Israel he encontrado tanta fe".
La Iglesia, en el Concilio Vaticano, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos, los creyentes no cristianos y también los no creyentes. ¿Hemos asimilado nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos?, ¿o estamos encerrados en alguna clase de racismo o nacionalismo, por razón de lengua, edad, sexo o religión?, ¿somos como los fariseos, que se creían ellos justos y a los demás los miraban como pecadores?
Tenemos que empezar por ser humildes nosotros mismos. Cuando nos preparamos a acudir a la comunión eucarística, repetimos cada vez -ojalá con la misma fe y confianza que él- las palabras del centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (J. Aldazábal).
La acción de gracias: «Señor, gracias por lo que ha alcanzado la humanidad...” Muy particularmente el mundo de HOY está atravesado por grandes corrientes colectivas que afectan a categorías enteras de personas, todo un grupo, toda una nación, toda una zona. ¿Por qué no adoptar de nuevo esas grandes intenciones colectivas para «pedir», «interceder», «dar gracias»?
-“Por los jefes de Estado y todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir con tranquilidad y seguridad, como hombres religiosos y cabales”. Ya entonces sentía san Pablo la importancia de esas articulaciones colectivas y en particular de «aquellos que tienen responsabilidades» sobre todo un conjunto de hombres. Nuestras preces universales actuales han reemprendido esa intención. No olvidemos que los jefes de Estado por los que Pablo pedía oraciones eran en aquella época todos paganos. Esta nota nos permite subrayar el papel de la política, de los gobiernos, según san Pablo: en su terreno profano deben permitir y facilitar la paz civil, en la tranquilidad y seguridad... para que sea posible una vida humana religiosa y seria.
-“Porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad”. Frase célebre que hay que dejar que resuene en nuestro interior. Nuestra oración tiene que ser universal porque la voluntad de salvación es universal: ¡qué «todos» los hombres se salven!
-“No hay más que un solo Dios, un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos los hombres”. Dos razones profundas motivan que nuestra oración sea universal .
-Dios es el único Dios, el de todos... -Jesús es el único camino para ir a Dios... Si nuestro corazón ha de estar ampliamente abierto al mundo entero, es porque el corazón de Dios ama y quiere salvar a todos los hombres. ¡Cada hombre, cada mujer, uno a uno, es amado de Dios!
-Quisiera pues que los hombres oren en todo lugar elevando sus manos al cielo (Noel Quesson).
3.- Lc 7, 1-10. Para respetar la prohibición hecha a los judíos de entrar en la casa de un pagano, Jesús es llevado a hacer un milagro a distancia, realizado por la Palabra sola. En el curso de su vida de taumaturgo sólo realizará dos milagros de este tipo (Lc 7.1-10 y Mt 15. 22-28). Normalmente Jesús cura mediante un contacto físico y silencioso, como si su cuerpo poseyera cierta fuerza vital especial que Él no siempre podía controlar (Mc 5. 30; 6.5). Generalmente Jesús controla su poder de taumaturgo "tocando" a los enfermos o "imponiendo las manos". Pero este gesto es aún insuficiente para expresar que se asume realmente la responsabilidad del acto realizado; otros relatos de milagros se preocupan por mostrar cómo Jesús acompaña a su gesto curador con una palabra (Mt 8. 3; Mc 5. 41). Esta expresa claramente la intención de Cristo, mientras que el gesto la lleva a su expresión más completa. En la curación del siervo del centurión Jesús se contenta con la palabra y responde así al elogio de la eficacia de la palabra pronunciada por el centurión (vv. 7-9).
No será ocioso recordar que el rito de comunión se lleva a cabo mientras los fieles expresan su fe en los mismos términos que el centurión: "pero di solamente una palabra...".
La liturgia cristiana se ha liberado al máximo del rito y de la magia, para basarse únicamente en la "sola Palabra": la palabra que resonó en el corazón de Jesús en su Pascua, la palabra que nos acompaña implícitamente durante nuestra vida cristiana, la palabra, finalmente, que el rito expresa haciendo una llamada a la fe y poniendo al cristiano en relación explícita con Cristo.
El mundo de hoy se pregunta si existe todavía una palabra del Señor. Si se recurre a ella después del fracaso de las palabras humanas, se corre el riesgo, evidentemente, de no comprender nada. La Palabra del Señor no se distingue de nuestras propias decisiones, pero da a los acontecimientos su dimensión última.
Después de muchas dudas, el hombre la adopta como la que da mayor significación a sus acciones. Esta voz cura del egoísmo, da valentía, pero no dispensa jamás de la inquietud ni de la decisión. Solamente los hombres que no han percibido jamás un más allá de su vida, como, por ejemplo, el fariseo bloqueado en el legalismo, o el pagano apegado a la carne, son incapaces de oírla. ¡Dichosos los centuriones modernos cuyo corazón y cuyo oído están a la escucha! (Maertens-Frisque).
El centurión era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por consiguiente, simpatizaba con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba. Era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y en la solicitud por la sinagoga que él mismo había edificado. Sus sentimientos se expresaban en obras.
Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición necesaria para la salvación (Hch 15. 5). (...).
Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús.
Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación (El NT y su mensaje, Ed. Herder).
-Jesús entró en Cafarnaúm. Un centurión del ejército romano tenía un siervo a quien estimaba mucho; éste estaba enfermo a punto de morir. Este oficial era un pagano... pues al hacer el milagro que le pedía, Jesús hizo notar "que no había encontrado una fe tal ni en Israel". Hoy, en nuestro mundo en el que están mezcladas tantas razas y religiones nos resulta muy conveniente constatar que Jesús tenía ideas muy amplias y abiertas... en contradicción con la actitud corriente de su tiempo, que era muy particularista.
-El centurión había oído hablar de Jesús, y le envió unos notables judíos para rogarle que fuera a curar a su siervo... "Merece que se lo concedas porque quiere a nuestra nación y es él quien nos ha construido la sinagoga". Ese pagano, también como Jesús, tenía ideas amplias y abiertas: de su propio bolsillo había pagado la construcción de una sinagoga. Quizá era de esos paganos a los que no les satisfacían los mitos groseros del politeísmo. Entre los paganos y los incrédulos que me rodean ¿no los hay que se interrogan y que buscan la verdad?
-Jesús se fue con ellos. No estaba ya lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, que yo no soy quién para que entres bajo mi techo. Por eso tampoco me atreví a ir en persona a encontrarte." Lucas recuerda pues aquí la rigurosa Ley de la época que prohibía formalmente, so pena de mancha ritual, entrar en casa de un pagano. Ese será el reproche que se hará a Pedro, unos años más tarde (Hch 11, 3). El pagano conoce bien esa barrera que separaba a Judíos y Goim, despreciados. Y Lucas subraya que es ésta precisamente la razón por la que no ha querido hacer él mismo la gestión, para no manchar a Jesús: fina delicadeza.
¿Somos nosotros, como lo fue el centurión, respetuosos con las mentalidades de los demás?
-“No merezco que entres bajo mi techo”. Hay sin duda en esa fórmula algo más que el tabú racial o religioso: es probable que, aun confusamente, ese hombre haya captado que Jesús estaba en relación con Dios... y se ha encontrado verdaderamente indigno de encontrarse en presencia de Dios. En todo caso ¡es maravilloso pensar que la Iglesia no ha hallado fórmula mejor para poner en nuestros labios en el momento que nos acercamos a la eucaristía! Repito esa fórmula de humildad, de verdad. Rezo...
-“Pero con una palabra tuya se curará mi criado”. Habitualmente Jesús hacía un gesto corporal para curar: tocaba, imponía la mano. Ante la Fe de ese pagano, Jesús es llevado a hacer un milagro a distancia por su sola Palabra. Y el oficial subraya, por su propia experiencia del mando -"digo a mis subalternos: "ve" y "va"- que la palabra de Jesús es una palabra potente, que realiza siempre lo que decide. "Di solamente una palabra" a distancia, ¡lejos de mis ojos! Para nosotros, también HOY, Jesús está lejos de nuestros ojos, y su sola Palabra está presente para salvarnos. ¿Creemos en esta Palabra, que opera nuestra salvación?
-“Al oír esto Jesús se quedó admirado: No he encontrado tanta fe...” La Fe... ese sexto sentido que nos permite percibir unas realidades nuevas, invisibles a los sentidos corporales. Dichosos ellos, paganos modernos o cristianos, que mantienen su corazón a la escucha de esas realidades misteriosas y que no aceptan estar solamente clavados a la materia... al tiempo... Lo eterno está aquí (Noel Quesson).
En este pasaje Lucas nos muestra cómo Jesús es acogido por un pagano que cree. La característica lucana que emerge con más fuerza es la humildad del personaje (v.6: "Señor, no te molestes más, porque soy bien poca cosa para recibirte en mi casa"). De este modo se hace hincapié en una actitud típicamente cristiana, frecuente en el evangelio de Lucas: (1,48.51-53) María: "porque se fijó en la condición humilde de su esclava"; 14,11, "porque el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado"; 18,9-14, "El publicano, quedaba atrás y no se atrevía levantar los ojos al cielo"; 20,46, Desconfíen de los maestros de la ley que les gusta pasearse con largas vestiduras y ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos..).
La fe del centurión pagano (que aprecia y respeta las tradiciones judía), es puesta en evidencia en contraposición a la poca fe de Israel. Esto despierta la admiración de Jesús. De este modo, introduce Lucas un tema que es a su vez una constante en su evangelio: la universalidad de la salvación. La fe no se limita a un pueblo, a una cultura, a una raza. La humanidad (todas la buenas obras) y humildad del centurión, constituyen un auténtico comienzo en el caminar de la salvación. Lo más significativo de todo el relato, es la insistencia, la itinerancia del centurión que revela la profundidad de su fe. No se queda en buenas obras, como los judíos. Este pagano avanza hasta introducirse en la intimidad de la fe y acepta a Jesús como aquel que viene de Dios y tiene poder para lograr que el mundo encuentre la salvación (simbolizada en la curación del enfermo): Josep Rius-Camps. (Llucià Pou Sabaté, con textos tomados de mercaba.org).
"Dios quiere que todos los hombres se salven", y hoy vemos al centurión proclamar su fe y salvación: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa…" y el Señor entra, como en la comunión
1.- 1 Tm 2, 1-8 (también en DOMINGO 25C): 1 Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; 2 por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. 3 Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, 4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. 5 Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, 6 que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, 7 y de este testimonio - digo la verdad, no miento - yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. 8 Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.
2. Salmo 28: 2,7-9: 2 Oye la voz de mis plegarias, cuando grito hacia ti, cuando elevo mis manos, oh Yahveh, al santuario de tu santidad. 7 Yahveh mi fuerza, escudo mío, en él confió mi corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón. 8 Yahveh, fuerza de su pueblo, fortaleza de salvación para su ungido. 9 Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, pastoréalos y llévalos por siempre.
Lucas 7:1-10: 1 Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. 2 Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. 3 Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. 4 Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, 5 porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.»
6 Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, 7 por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. 8 Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.»
9 Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.»
10 Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.
Comentarios: 1. a) Después de un primer capítulo de introducción y alabanza a Dios, entra Pablo en materia (oración por todos). El motivo es teológico y doble: "Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Y, además, al igual que Dios es único y Dios de todos, también tenemos un único "mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". La lógica es perfecta: Dios es Padre de todos y Cristo ha muerto para salvar a todos. Por tanto los cristianos tenemos que desear y pedir la salvación de todos. Eso si, "alzando las manos limpias de ira y divisiones", porque si estamos llenos de orgullo, o de odio, o de divisiones, mal podemos rezar por todos.
b) Tenemos la tendencia a rezar por nosotros. Es lo que nos sale más espontáneo, y además es legítimo. Por ejemplo, en las preces de Laudes invocamos a Dios ofreciéndole nuestra jornada y pidiéndole nos ayude en lo que vamos a hacer. Pero hay momentos en que rezamos por los demás, por el mundo, por la Iglesia. Es una actitud fundamental de la fe cristiana. Somos "católicos = universales" también en nuestra oración. Convencidos de que Dios quiere la salvación de todos y de que Cristo se ha entregado por todos, los cristianos, en la "oración universal" de la misa (y también en las preces de Vísperas), nos ponemos ante Dios a modo de mediadores e intercedemos por los demás. Nos sentimos "sacerdotes": por el Bautismo todos somos pueblo sacerdotal, y una de las cosas que hace el mediador es rezar ante Dios por los demás. Ésta es la motivación que ofrece la introducción al Misal: "En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres... por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo" (IGMR 45).
Nos hace bien pensar y rezar a Dios por los demás. Luego trabajaremos por el bien público, pero el haber rezado por esas mismas intenciones por las que luego luchamos -la paz, el bienestar, la salud, la esperanza, la justicia- hace que nuestro trabajo quede iluminado desde la fe y el amor de Dios, y no sólo desde nuestro buen corazón o nuestro sentido de solidaridad humana, aunque ya sean buenas motivaciones. De alguna manera convertimos en oración la historia que estamos viviendo, con sus momentos gloriosos y sus deficiencias. "Decimos" ante Dios las urgencias de la humanidad y, al rezarlas, nos comprometemos en lo mismo que pedimos.
Esta oración nos pide que elevemos nuestras manos a Dios libres de ira, con corazón reconciliado: nos educa a vivir la historia con una cierta serenidad, con una visión desde Dios, deseando que se cumpla en nuestra generación su plan salvador (J. Aldazábal).
–“Ante todo recomiendo que se hagan plegarias... por todos los hombres”. Las epístolas pastorales insisten sobre la organización de las comunidades. La consigna esencial, dice san Pablo, es una «plegaria universal»: ¡rogar por todos los hombres! El concilio Vaticano Il restableció esa antigua tradición. Las asambleas de los primeros cristianos debían de ser poco numerosas, pues no habiendo todavía iglesias ni capillas, se reunían sólo en casas particulares. Ahora bien, san Pablo les pide que amplíen su plegaria a las dimensiones del mundo entero. Aunque poco numerosos, todavía hoy, los cristianos reunidos representan la humanidad ante Dios y son solidarios de «todos». No se va a misa con el fin de rogar primero por sí mismo o por el círculo restringido de los suyos... se va por la «multitud» a la cual Jesús ha dado su vida.
Esta invitación de Pablo podría ser para mí una incitación a reservar un rato a esa misma «oración universal». -Sobre las plegarias de petición, de intercesión de acción de gracias... Este es el contenido ordinario de toda plegaria verdadera.
Tres grandes orientaciones: 1. La petición: «Señor, ayuda a los hombres a que hagan esto...”
2. La intercesión: «Señor, perdón para los hombres que hacen esto...” recoge este tono de súplica que hemos leído antes: "escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad".
3. a) Jesús hace un milagro en favor de un extranjero, que, además, es un oficial, jefe de centuria del ejército romano de ocupación. Según los informes que le dan a Jesús, es buena persona, simpatiza con los judíos y les ha construido la sinagoga. La actitud de este centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni le invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judios no pueden entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar. Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así: "os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Cuando Lucas escribe el evangelio, la comunidad eclesial ya hacia tiempo que iba admitiendo a los paganos a la fe, por ejemplo en la persona de otro centurión romano, Cornelio, que se convirtió con toda su familia. Entonces (cf.Hch 10,34ss) sacaron la conclusión de que "realmente Dios no hace distinción de personas".
b) ¿Sabemos reconocer los valores que tienen "los otros", los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión?, ¿sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que podemos?, ¿nos alegramos de que el bien no sea exclusiva nuestra?
La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de "los nuestros", ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable. Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de personas como ésas, que "ni en Israel he encontrado tanta fe".
La Iglesia, en el Concilio Vaticano, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos, los creyentes no cristianos y también los no creyentes. ¿Hemos asimilado nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos?, ¿o estamos encerrados en alguna clase de racismo o nacionalismo, por razón de lengua, edad, sexo o religión?, ¿somos como los fariseos, que se creían ellos justos y a los demás los miraban como pecadores?
Tenemos que empezar por ser humildes nosotros mismos. Cuando nos preparamos a acudir a la comunión eucarística, repetimos cada vez -ojalá con la misma fe y confianza que él- las palabras del centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (J. Aldazábal).
La acción de gracias: «Señor, gracias por lo que ha alcanzado la humanidad...” Muy particularmente el mundo de HOY está atravesado por grandes corrientes colectivas que afectan a categorías enteras de personas, todo un grupo, toda una nación, toda una zona. ¿Por qué no adoptar de nuevo esas grandes intenciones colectivas para «pedir», «interceder», «dar gracias»?
-“Por los jefes de Estado y todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir con tranquilidad y seguridad, como hombres religiosos y cabales”. Ya entonces sentía san Pablo la importancia de esas articulaciones colectivas y en particular de «aquellos que tienen responsabilidades» sobre todo un conjunto de hombres. Nuestras preces universales actuales han reemprendido esa intención. No olvidemos que los jefes de Estado por los que Pablo pedía oraciones eran en aquella época todos paganos. Esta nota nos permite subrayar el papel de la política, de los gobiernos, según san Pablo: en su terreno profano deben permitir y facilitar la paz civil, en la tranquilidad y seguridad... para que sea posible una vida humana religiosa y seria.
-“Porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad”. Frase célebre que hay que dejar que resuene en nuestro interior. Nuestra oración tiene que ser universal porque la voluntad de salvación es universal: ¡qué «todos» los hombres se salven!
-“No hay más que un solo Dios, un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos los hombres”. Dos razones profundas motivan que nuestra oración sea universal .
-Dios es el único Dios, el de todos... -Jesús es el único camino para ir a Dios... Si nuestro corazón ha de estar ampliamente abierto al mundo entero, es porque el corazón de Dios ama y quiere salvar a todos los hombres. ¡Cada hombre, cada mujer, uno a uno, es amado de Dios!
-Quisiera pues que los hombres oren en todo lugar elevando sus manos al cielo (Noel Quesson).
3.- Lc 7, 1-10. Para respetar la prohibición hecha a los judíos de entrar en la casa de un pagano, Jesús es llevado a hacer un milagro a distancia, realizado por la Palabra sola. En el curso de su vida de taumaturgo sólo realizará dos milagros de este tipo (Lc 7.1-10 y Mt 15. 22-28). Normalmente Jesús cura mediante un contacto físico y silencioso, como si su cuerpo poseyera cierta fuerza vital especial que Él no siempre podía controlar (Mc 5. 30; 6.5). Generalmente Jesús controla su poder de taumaturgo "tocando" a los enfermos o "imponiendo las manos". Pero este gesto es aún insuficiente para expresar que se asume realmente la responsabilidad del acto realizado; otros relatos de milagros se preocupan por mostrar cómo Jesús acompaña a su gesto curador con una palabra (Mt 8. 3; Mc 5. 41). Esta expresa claramente la intención de Cristo, mientras que el gesto la lleva a su expresión más completa. En la curación del siervo del centurión Jesús se contenta con la palabra y responde así al elogio de la eficacia de la palabra pronunciada por el centurión (vv. 7-9).
No será ocioso recordar que el rito de comunión se lleva a cabo mientras los fieles expresan su fe en los mismos términos que el centurión: "pero di solamente una palabra...".
La liturgia cristiana se ha liberado al máximo del rito y de la magia, para basarse únicamente en la "sola Palabra": la palabra que resonó en el corazón de Jesús en su Pascua, la palabra que nos acompaña implícitamente durante nuestra vida cristiana, la palabra, finalmente, que el rito expresa haciendo una llamada a la fe y poniendo al cristiano en relación explícita con Cristo.
El mundo de hoy se pregunta si existe todavía una palabra del Señor. Si se recurre a ella después del fracaso de las palabras humanas, se corre el riesgo, evidentemente, de no comprender nada. La Palabra del Señor no se distingue de nuestras propias decisiones, pero da a los acontecimientos su dimensión última.
Después de muchas dudas, el hombre la adopta como la que da mayor significación a sus acciones. Esta voz cura del egoísmo, da valentía, pero no dispensa jamás de la inquietud ni de la decisión. Solamente los hombres que no han percibido jamás un más allá de su vida, como, por ejemplo, el fariseo bloqueado en el legalismo, o el pagano apegado a la carne, son incapaces de oírla. ¡Dichosos los centuriones modernos cuyo corazón y cuyo oído están a la escucha! (Maertens-Frisque).
El centurión era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por consiguiente, simpatizaba con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba. Era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y en la solicitud por la sinagoga que él mismo había edificado. Sus sentimientos se expresaban en obras.
Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición necesaria para la salvación (Hch 15. 5). (...).
Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús.
Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación (El NT y su mensaje, Ed. Herder).
-Jesús entró en Cafarnaúm. Un centurión del ejército romano tenía un siervo a quien estimaba mucho; éste estaba enfermo a punto de morir. Este oficial era un pagano... pues al hacer el milagro que le pedía, Jesús hizo notar "que no había encontrado una fe tal ni en Israel". Hoy, en nuestro mundo en el que están mezcladas tantas razas y religiones nos resulta muy conveniente constatar que Jesús tenía ideas muy amplias y abiertas... en contradicción con la actitud corriente de su tiempo, que era muy particularista.
-El centurión había oído hablar de Jesús, y le envió unos notables judíos para rogarle que fuera a curar a su siervo... "Merece que se lo concedas porque quiere a nuestra nación y es él quien nos ha construido la sinagoga". Ese pagano, también como Jesús, tenía ideas amplias y abiertas: de su propio bolsillo había pagado la construcción de una sinagoga. Quizá era de esos paganos a los que no les satisfacían los mitos groseros del politeísmo. Entre los paganos y los incrédulos que me rodean ¿no los hay que se interrogan y que buscan la verdad?
-Jesús se fue con ellos. No estaba ya lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, que yo no soy quién para que entres bajo mi techo. Por eso tampoco me atreví a ir en persona a encontrarte." Lucas recuerda pues aquí la rigurosa Ley de la época que prohibía formalmente, so pena de mancha ritual, entrar en casa de un pagano. Ese será el reproche que se hará a Pedro, unos años más tarde (Hch 11, 3). El pagano conoce bien esa barrera que separaba a Judíos y Goim, despreciados. Y Lucas subraya que es ésta precisamente la razón por la que no ha querido hacer él mismo la gestión, para no manchar a Jesús: fina delicadeza.
¿Somos nosotros, como lo fue el centurión, respetuosos con las mentalidades de los demás?
-“No merezco que entres bajo mi techo”. Hay sin duda en esa fórmula algo más que el tabú racial o religioso: es probable que, aun confusamente, ese hombre haya captado que Jesús estaba en relación con Dios... y se ha encontrado verdaderamente indigno de encontrarse en presencia de Dios. En todo caso ¡es maravilloso pensar que la Iglesia no ha hallado fórmula mejor para poner en nuestros labios en el momento que nos acercamos a la eucaristía! Repito esa fórmula de humildad, de verdad. Rezo...
-“Pero con una palabra tuya se curará mi criado”. Habitualmente Jesús hacía un gesto corporal para curar: tocaba, imponía la mano. Ante la Fe de ese pagano, Jesús es llevado a hacer un milagro a distancia por su sola Palabra. Y el oficial subraya, por su propia experiencia del mando -"digo a mis subalternos: "ve" y "va"- que la palabra de Jesús es una palabra potente, que realiza siempre lo que decide. "Di solamente una palabra" a distancia, ¡lejos de mis ojos! Para nosotros, también HOY, Jesús está lejos de nuestros ojos, y su sola Palabra está presente para salvarnos. ¿Creemos en esta Palabra, que opera nuestra salvación?
-“Al oír esto Jesús se quedó admirado: No he encontrado tanta fe...” La Fe... ese sexto sentido que nos permite percibir unas realidades nuevas, invisibles a los sentidos corporales. Dichosos ellos, paganos modernos o cristianos, que mantienen su corazón a la escucha de esas realidades misteriosas y que no aceptan estar solamente clavados a la materia... al tiempo... Lo eterno está aquí (Noel Quesson).
En este pasaje Lucas nos muestra cómo Jesús es acogido por un pagano que cree. La característica lucana que emerge con más fuerza es la humildad del personaje (v.6: "Señor, no te molestes más, porque soy bien poca cosa para recibirte en mi casa"). De este modo se hace hincapié en una actitud típicamente cristiana, frecuente en el evangelio de Lucas: (1,48.51-53) María: "porque se fijó en la condición humilde de su esclava"; 14,11, "porque el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado"; 18,9-14, "El publicano, quedaba atrás y no se atrevía levantar los ojos al cielo"; 20,46, Desconfíen de los maestros de la ley que les gusta pasearse con largas vestiduras y ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos..).
La fe del centurión pagano (que aprecia y respeta las tradiciones judía), es puesta en evidencia en contraposición a la poca fe de Israel. Esto despierta la admiración de Jesús. De este modo, introduce Lucas un tema que es a su vez una constante en su evangelio: la universalidad de la salvación. La fe no se limita a un pueblo, a una cultura, a una raza. La humanidad (todas la buenas obras) y humildad del centurión, constituyen un auténtico comienzo en el caminar de la salvación. Lo más significativo de todo el relato, es la insistencia, la itinerancia del centurión que revela la profundidad de su fe. No se queda en buenas obras, como los judíos. Este pagano avanza hasta introducirse en la intimidad de la fe y acepta a Jesús como aquel que viene de Dios y tiene poder para lograr que el mundo encuentre la salvación (simbolizada en la curación del enfermo): Josep Rius-Camps. (Llucià Pou Sabaté, con textos tomados de mercaba.org).
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Señor no soy digno de que entres en mi casa
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