domingo, 5 de junio de 2011

SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: vemos hoy la recomendación de pedir en nombre de Jesús, rezar es el fundamento de toda actividad: así se hace el

SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: vemos hoy la recomendación de pedir en nombre de Jesús, rezar es el fundamento de toda actividad: así se hace el Reinado de Jesús en paz y amor

Hechos de los apóstoles 18, 23-28: 23Pasó allí algún tiempo y marchó recorriendo una tras otra las regiones de Galacia y Frigia, y confortaba a todos los discípulos.
24Un judío llamado Apolo, de origen alejandrino, hombre elocuente y muy versado en ls Escrituras, llegó a Efeso. 25Había sido instruido en el camino del Señor. Hablaba con fervor de espíritu y enseñaba con esmero lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26Comenzó a hablar con libertad en la sinagoga. Al oírle Priscila y Aquila le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios. 27Como deseaba pasar a Acaya, los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Cuando llegó fue de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, 28pues refutaba vigorosamente en público a los judíos demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo.

Salmo responsorial: 46, 2-3.8-9.10 Dios es el Rey del mundo. 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.
8Porque Dios es el rey del mundo: / tocad con maestría. / 9Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado.
10Los príncipes de los gentiles se reúnen / con el pueblo del Dios de Abrahán; / porque de Dios son los grandes de la tierra, / y él es excelso.

Evangelio según san Juan 16, 23-28: En verdad, en verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.
Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones. Llega la hora en que ya no os hablaré por comparaciones, sino que abiertamente os anunciaré las cosas acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre.

Comentario: 1. Comienza el tercer viaje apostólico de Pablo. Procedente de Éfeso, desembarcó en Cesarea, subió a saludar la Iglesia de Jerusalén y bajó a Antioquía... Luego, recorrió Galacia y Frigia. -Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso. Así se extiende el evangelio: por un viajero que se desplaza por asuntos de su oficio. Mi trabajo, ¿es para mí ocasión de ser tu testigo, Señor? -Era un hombre elocuente, versado en las Escrituras; y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba lo referente a Jesús, si bien conocía solamente el bautismo de Juan. En esa Iglesia primitiva no existen todavía las distinciones que ahora nos son familiares. Apolo no ha esperado a tener la verdad total para hablar de Jesús. Sólo conoce una parte, ¡se quedó en lo del bautismo de Juan Bautista! Pero da a conocer lo que sabe. También para mí el descubrimiento de Jesucristo es sin duda muy imperfecto. Ayúdame, Señor, a hablar de Ti lo mejor que pueda, con mis propias palabras. Ayúdame, Señor, a saber reconocerte en las palabras y en la vida de aquellos que te conocen aún imperfectamente.
-Habiéndolo oído, Priscila y Aquila lo tomaron consigo y le expusieron más exactamente el «camino» que lleva a Dios. Un hogar cristiano, unos laicos cristianos se encargan de Apolo para ayudarle a avanzar en su fe. ¡Descubrir el "camino que conduce a Dios"! Señor, pon cerca de los que andan buscando, a laicos cristianos capaces de prestar ese servicio: ser un punto de referencia en el camino que conduce hasta Ti. ¿Hay a mi alrededor quienes andan buscando? ¿Les presto atención? ¿Cómo es mi plegaria?
-Queriendo Apolo ir a Grecia, los hermanos le animaron a ello y escribieron a los discípulos para que le hicieran una buena acogida. Decididamente, ¡la labor apostólica marcha! Y se pone de relieve la importancia de la «acogida». Un grupo no es verdaderamente cristiano si no permanece «abierto». Una comunidad cristiana no es un Club, reservado al que «presenta el carnet de socio». Corinto dará acogida a un cristiano procedente de Alejandría y de Éfeso. ¿Cómo son acogidos los extraños en nuestras comunidades?
-Una vez allí, fue de gran provecho a los creyentes, con el auxilio de la gracia, porque demostraba por las Escrituras que Jesús era el Mesías, el Cristo. Llegará a tener tanto éxito en Corinto, que provocará incluso clanes en torno a su nombre: «yo, soy de Apolo... yo, soy de Pablo...». Por el momento, san Lucas se regocija de la elocuencia de Apolo. Y da gracias a Dios por la calidad de sus sermones. Señor, ayúdanos a poner nuestras dotes personales al servicio del evangelio y de nuestros hermanos (Noel Quesson).
El tercero de los viajes de Pablo comienza también en Antioquía, su lugar de referencia, y pasa por las comunidades «animando a los discípulos». El centro de este viaje se situará en Éfeso. Pero la lectura de hoy es como un paréntesis en la historia de Pablo, porque se refiere a Apolo. Apolo era un judío que se había formado en Alejandría de Egipto, y hablaba muy bien, porque era experto en la Escritura, o sea, en el Antiguo Testamento. Aunque conocía sólo el bautismo de Juan, pero predicaba en las sinagogas sobre Jesús. Áquila y Prisca, el matrimonio amigo de Pablo, «lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino del Señor». Y así Apolo llegó a ser un colaborador muy válido en la evangelización, reconocido también por Pablo. Le enviaron a Grecia a predicar, y «su presencia contribuyó mucho al provecho de los creyentes».
Nada de celos apostólicos. Todos debemos involucrarnos en el anuncio del Evangelio. Más aún, quienes tienen más clara la doctrina del Señor tienen obligación de enseñarla a sus hermanos, no para atiborrarlos de conceptos en su cabeza, sino para ayudarles a dar un testimonio cada vez más creíble y eficaz del Nombre del Señor; testimonio nacido no sólo del estudio, sino de la experiencia personal del Señor que dará una nueva orientación a la vida de su enviado. Esto nos debe llevar a preocuparnos con toda lealtad de la mutua evangelización, así como nos dedicamos a la evangelización de los no creyentes. Tal vez haya muchos sectores de nuestra Iglesia que vivan casi como paganos; círculos en los que ya no se conozca a Dios. El Señor nos envía a evangelizar a quienes jamás han oído hablar de Él porque, aun cuando se les bautizó, jamás se les habló del Señor y se dejó que la vida de fe se marchitara demasiado pronto. Abramos nuestros ojos hacia el interior de la Iglesia para que procuremos trabajar en favor de la salvación, no sólo del mundo, sino también de nosotros mismos.
¿Qué hubiéramos hecho nosotros si se presenta en nuestra comunidad un laico que predica sobre Jesús por libre, tal vez con un lenguaje no del todo ajustado? En Éfeso el laico Apolo tuvo la suerte de encontrarse con unas personas, colaboradoras de Pablo, que le acogieron y le ayudaron a formarse mejor. Y así lograron un buen catequista y predicador de Cristo, al que la comunidad de Antioquia concedió un voto de confianza, encomendándole una misión nada fácil en Grecia. Una vez más somos invitados a ser abiertos de corazón, a saber reconocer el bien donde está. Nadie tiene el monopolio de la verdad. El criterio no tiene que ser ni la edad ni el sexo ni la raza ni si se pertenece o no al clero. Es verdad que Cristo encomendó la última responsabilidad y el magisterio decisivo a los apóstoles y sus sucesores. Pero la historia de la primera comunidad nos enseña que también este ministerio se tiene que desarrollar con una mentalidad abierta, sabiendo reconocer signos de la voz del Espíritu también en los laicos y en toda la comunidad. Los laicos, afortunadamente cada vez más, tienen un papel importante en la tarea de la evangelización encomendada a toda la Iglesia. Es una de las consignas más comprometedoras del Vaticano II, a partir de la «nueva» eclesiología de la Lumen Gentium. Tanto en el nivel eclesial como en el más doméstico de nuestro entorno, deberíamos saber apreciar los valores que hay en las personas: y si las vemos imperfectas, no condenarlas en seguida, sino ayudarles a formarse mejor, buscando no nuestro lucimiento o una ortodoxia fría, sino que progrese el Reino de Dios en nuestro mundo, sea quien sea el que evangelice y haga el bien, con tal que lo hagan desde la unidad con la Iglesia (J. Aldazábal). Para ello, tenemos la Escritura que nos habla de Cristo y a Cristo hemos de ver en ella. San Ireneo dice: «Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,38); tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas que no podían entenderse según la capacidad humana, antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo. Como dice el profeta Daniel (12,4-7) y el profeta Jeremías 23,20... Por esta razón, cuando los judíos leen la ley en nuestros tiempos, se parece a una fábula, pues no pueden explicar todas las cosas que se refieren al advenimiento del Hijo de Dios como hombre. En cambio, cuando la leen los cristianos, es para ellos un tesoro escondido en el campo, que la cruz de Cristo ha revelado y explanado. Con ella, la inteligencia humana se enriquece y se muestra la sabiduría de Dios manifestando sus designios sobre los hombres, prefigurándose el reino de Cristo y anunciándose de antemano la herencia de la Jerusalén santa...».
2. Se repite el salmo en la primera estrofa, y añadimos la parte final. Como decía Juan Pablo II, “se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia: "Dios es el rey del mundo (...). Dios reina sobre las naciones" (vv. 8-9)”, en la primera parte se habla más de dominación y “en la segunda parte la relación es de asociación: "los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Así pues, se nota un gran progreso…
El segundo momento del salmo (cf. vv. 7-10) está abierto a otra ola de alabanza y de canto jubiloso: "Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad; (...) tocad con maestría" (vv. 7-8). También aquí se alaba al Señor sentado en el trono en la plenitud de su realeza (cf. v. 9). Este trono se define "sagrado", porque es inaccesible para el hombre limitado y pecador. Pero también es trono celestial el Arca de la alianza presente en la zona más sagrada del templo de Sión. De ese modo el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se hace cercano a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Re 8,27.30).
El salmo concluye con una nota sorprendente por su apertura universalista: "Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Se remonta a Abraham, el patriarca que no sólo está en el origen de Israel, sino también de otras naciones. Al pueblo elegido que desciende de él se le ha encomendado la misión de hacer que todas las naciones y todas las culturas converjan en el Señor, porque él es Dios de la humanidad entera. Proviniendo de oriente y occidente se reunirán entonces en Sión para encontrarse con este rey de paz y amor, de unidad y fraternidad (cf. Mt 8,11). Como esperaba el profeta Isaías, los pueblos hostiles entre sí serán invitados a arrojar a tierra las armas y a convivir bajo el único señorío divino, bajo un gobierno regido por la justicia y la paz (cf. Is 2,2-5). Los ojos de todos contemplarán la nueva Jerusalén, a la que el Señor "asciende" para revelarse en la gloria de su divinidad. Será "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (...). Todos gritaban a gran voz: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero"" (Ap 7,9-10)”. Pedimos en la Colecta: «Mueve, Señor nuestros corazones para que fructifiquen en buenas obras y, al tender siempre hacia lo mejor, concédenos vivir plenamente el misterio pascual».
3. –“Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre”. Ver su plegaria acogida... Rogar "en nombre de Jesús"... ¿Qué quiere decir esto? “Una oración al Dios de mi vida (Sl 41,9). Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. El justo encuentra en la ley de Yavé su complacencia y a acomodarse a esa ley tiende, durante el día y durante la noche (Sl 1,2). Por la mañana pienso en ti (Sl 62,7); y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso (cf. Sl 140,2). Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración (Dt 6,6-7).
Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante! Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare (Lc 11,1), Señor, enséñanos a orar así.
San Pablo -orationi instantes (Rm 12,12), en la oración continuos, escribe- difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Hch 1,4).
El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único. El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia -lex orandi-, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium…, Memorare…, Salve Regina…
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8,2), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21,17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem team (Mt 9,23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus (Mt 8,8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20,18), ¡Señor mío y Dios mío!… U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta.
La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras, junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera -¡tan solo!- desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones -aun las más pequeñas- se llenarán de eficacia espiritual.
Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor -y es un camino para todos, no una senda para privilegiados-, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios.
Desde la vida de oración podemos entender ese otro tema que nos propone la fiesta de hoy: el apostolado, el poner por obra las enseñanza de Jesús, trasmitidas a los suyos poco antes de subir a los cielos: me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el cabo del mundo (Hch 1,8).
Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación (Sl 38,4). ¿Qué fuego es ése sino el mismo del que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda? (Lc 12,49). Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo (cf Col 1,24)” (san Josemaría Escrivá).
-“Pedid y recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo”. La oración, fuente de gozo... fuente de expansión... fuente de equilibrio. El mundo occidental, ¿no debería retornar a esta fuente? Orar. Pasar tiempo en la contemplación, en el reposo en Dios: quién sabe si no veremos volver esto desde las planicies del Ganges, o las arenas del desierto... o quizá también del hastío de nuestras vidas occidentales materializadas y encerradas en el "cerco de hierro" de una humanidad, a la que se le ha hecho creer que no hay nada más, que no tiene salida, que el hombre está encerrado en sí mismo... Pero ¡no! Hay una abertura: hay un mundo divino, próximo, cercano a ti, que te envuelve por doquier... y en el que la oración puede introducirte. Imposible experimentarlo en lugar de los demás. Hay que penetrar uno mismo en ello. Orad a fin de que vuestro gozo sea completo.
-“Llega la hora en que ya no os hablaré más en parábolas, sino que os hablaré claramente del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que Yo he salido de Dios”. ¿Qué significan estas palabras? La abolición de las distancias. Entre Dios y los creyentes, hay una comunicación directa... que viene, por parte de Dios, de una actitud de amor -el Padre mismo os ama-... y por parte del hombre, de una actitud de fe y de amor -porque me habéis amado y habéis creído en mí. Entre el universo invisible y el universo visible, no hay muros. De la tierra, suben sin cesar plegarias, de amor y de fe. Del cielo, descienden sin cesar gracias y palabras divinas, de amor.
-“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”. Sí, en verdad Jesucristo es "la comunicación" entre estos dos mundos, que no están cerrados el uno al otro. El ha venido de ese mundo invisible, divino, celeste; que nos envuelve por todas partes. El nos lo ha revelado. Ha desvelado lo que estaba escondido en Dios: todo se resume en una sola palabra... Dios ama... Dios es Padre... Dios es amor... Ha vuelto a ese mundo invisible, divino, celeste, a ese mundo donde el amor es rey, a ese mundo donde el amor hace dichoso, a ese mundo donde las relaciones entre las Personas son totalmente satisfactorias, logradas, ¡y perfectas! ¿Vamos nosotros a beber, de vez en cuando, a esta fuente? (Noel Quesson).
Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración. Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa».
La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos. Cuando oramos, así como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor». Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz. Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros somos hijos de un Padre que nos ama (J. Aldazábal).
“El Padre os ama, porque vosotros me queréis y habéis creído”. Y comenta San Agustín: «¿Nos ama Él porque le amamos nosotros, o más bien le amamos porque nos ama Él? Responde el mismo evangelista en su carta: “Nosotros le amamos porque Él nos ha amado primero”. Nosotros hemos llegado a amar porque hemos sido amados. Don es enteramente de Dios el amarle. Él, que amó sin haber sido amado, lo concedió para ser amado. Hemos sido amados sin tener méritos para que en nosotros hubiera algo que le agradase. Y no amaríamos al Hijo si no amásemos también al Padre. El Padre nos ama porque amamos al Hijo, habiendo recibido del Padre y del Hijo el poder amar al Padre y al Hijo, difundiendo la caridad en nuestros corazones el Espíritu de ambos, por el cual amamos al Padre y al Hijo, amando también a ese Espíritu con el Padre y el Hijo. Ese amor filial nuestro con que honramos a Dios, lo creó Dios, y vio que era bueno; por eso Él amó lo que Él hizo. Pero no hubiera creado en nosotros lo que Él pudiera amar si, antes de crearlo, Él no nos hubiese amado».
“¿Y dejas, Pastor, Santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, / en soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados y los ahora tristes y afligidos, / a tus pechos criados, de ti desposeídos, ¿a dónde volverán ya sus sentidos?” “Hoy, en vigilias de la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino. Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero dudan de la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene una cosa importante a recordar: “aquel” a quien los judíos denominan Dios es el que nos ha enviado a Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el Padre de Jesús. Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros: esta paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia divina ya no es un extraño. Por esto, en el día de la Ascensión se nos recordará en la Oración Colecta de la Misa que todos los hijos hemos seguido los pasos del Hijo: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano debiera “descolgarse”, pues todo esto es más importante que participar en cualquier carrera o maratón, ya que la meta es el cielo, ¡Dios mismo!” (Xavier Romero)
“Pedid y recibiréis”... Per algunos dicen: “¿Para qué rezar, si no conseguimos nada? ¿Para qué rezar, si a veces sentimos un muro de soledad a nuestro alrededor?” Puede ser que no recemos con fe, o que no pidamos lo que nos conviene. Santa Teresa del Niño Jesús escribía lo siguiente: "Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría". Entonces sí vale la pena rezar, pues “sólo se ve la luz en medio de la oscuridad cuando miramos hacia delante, cuando descubrimos que Cristo pasó antes que nosotros por la prueba de la cruz, y ahora está con Dios Padre, y nos espera, y nos prepara un lugar. También el cristiano puede ganar mucho si sabe orar en el nombre de Cristo, si no se deja aplastar por el dolor o el fracaso. Toca a Dios decidir si nos concede eso que pedimos desde lo más profundo del corazón. Pero incluso cuando no llega el regalo que pedimos, no nos faltará el consuelo de saber que estamos en sus manos. ¿No es eso ya vivir en oración, el mejor regalo que podemos recibir de nuestro Padre de los cielos?” (Fernando Pascual).
“Orar, orar en el Nombre de Jesús. Esto significa que Él será el que, como Hijo, se dirija al Padre Dios desde nosotros. Y el Padre Dios nos ama porque hemos creído en Aquel que Él nos envió, y que sabemos que procede del Padre. Por eso Él escucha la oración que su Hijo eleva desde nosotros. Pidamos que nos conceda en abundancia su Espíritu; pidamos que nos dé fortaleza en medio de las tribulaciones que hayamos de sufrir por anunciar su Evangelio. No nos centremos en cosas materiales. Ciertamente las necesitamos; y, sin egoísmos, desde nuestras manos Dios quiere remediar la pobreza de muchos hermanos nuestros. Pero pidámosle de un modo especial al Señor que nos ayude a vivir y a caminar como auténticos hijos suyos, para que todos experimente la paz y la alegría desde la Iglesia, sacramento de salvación en el mundo.
Reunidos en esta celebración del Memorial del Misterio Pascual de Cristo, estando en comunión de vida con Él, desde Él dirigimos nuestra oración de alabanza y de súplica a nuestro Dios y Padre. El Señor escucha el clamor de sus hijos. Él nos concederá todo lo que le pidamos, siempre y cuando no vengamos a Él con un corazón torcido, buscando sólo nuestros intereses egoístas. Dios nos quiere como testigos suyos en el mundo. Él nos concederá todo lo que necesitemos para cumplir fiel y eficazmente con esa Misión que nos confía. Por eso la celebración de la Eucaristía más que un acto de piedad, es todo un compromiso para llenarnos de Dios y para poder llevarlo a la humanidad entera, desde la experiencia que de Él hayamos tenido en su Iglesia. Al recibir los dones de Dios nosotros también debemos escuchar el clamor de los pobres y de los más desprotegidos. En la medida de todo aquello que el Señor nos ha concedido, debemos concederle a nuestro prójimo el cumplimiento de sus legítimos deseos, expresados como una oración cuando contemplamos las diversas desgracias en que ha caído. Dios quiere continuar salvando, haciendo el bien y socorriendo a la humanidad que ha sido deteriorada por el pecado y azotada por la pobreza. Seamos un signo creíble del amor de Dios para nuestros hermanos. Por eso no sólo debemos pretender ser escuchados por Dios; también nosotros debemos escuchar a los demás para remediar sus males y fortalecerles en el camino de la vida. Aprendamos a estar a los pies de Jesús por medio de la escucha fiel de aquellos que, como sucesores de los apóstoles, nos transmiten la verdad sobre Jesucristo. Pero no nos guardemos lo aprendido y vivido. Llevémoslo a los demás con el ardor de la fe y del amor que proceden del Espíritu que Dios ha derramado en nuestra propia vida. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar como verdadero hermanos, buscando siempre el bien unos de otros, hasta que juntos podamos gozar de los bienes eternos, como hijos amados de nuestro Dios y Padre. Amén (www.homiliacatolica.com).

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de tod

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de todos.

Hechos 18, 9-18: 9El Señor dijo por la noche a Pablo en una visión: No temas, sigue hablando y no calles, 10que yo estoy contigo y nadie se te acercará para dañarte; porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. 11Permaneció allí un año y seis meses enseñando entre ellos la palabra de Dios.
12Era Galión procónsul de Acaya cuando los judíos se amotinaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal, 13diciendo: Este induce a los hombres a dar culto a Dios al margen de la Ley. 14Cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de un delito o de un grave crimen, ¡oh judíos!, sería razonable que os atendiera, 15pero si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, resolvedlo vosotros; yo no quiero ser juez de tales asuntos. 16Y los expulsó del tribunal. 17Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearle delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a Galión.
18Después de permanecer allí bastante tiempo, Pablo se despidió de los hermanos y embarcó hacia Siria. Iban con él Priscila y Aquila, que se había rapado la cabeza en Cencreas porque había hecho un voto.

Salmo responsorial: 47/46, 2-3.4-5.6-7: El Señor es rey de todas las cosas. / 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.
4Él nos somete los pueblos / y nos sojuzga las naciones; / 5Él nos escogió por heredad suya: / gloria de Jacob, su amado.
6Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / 7tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro rey, tocad.

Evangelio según san Juan 16, 20-23: “Jesús siguió diciendo a sus discípulos: vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Recordad: La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, porque la inunda la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada.”

Comentario: 1. Después de Filipos y de Atenas fue Corinto la tercera ciudad de Europa que recibió el Evangelio. Una vez más Pablo será citado ante la Justicia, acusado de ser un perturbador. -Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo." Cuando se leen las Epístolas de san Pablo se las encuentra siempre llenas de la presencia de Jesús. Su nombre está tres o cuatro veces en cada página. ¡No era simplemente una "manera de hablar"! Pablo y Jesús vivían juntamente. Continuamente se comunicaban uno al otro. ¡Una oración incesante, dirá un día! (Rm 1,9). Los primeros cristianos estaban convencidos de la Presencia de Cristo y esto constituía su fuerza. En las dificultades cotidianas se agarraban a esta certeza. «¡No temas!» «¡estoy contigo!» Danos también, Señor, esta seguridad.
-Siendo Galión procónsul, los judíos se sublevaron contra Pablo, decían: «Persuade a la gente para que adore a Dios de un modo extraño a la Ley...» Este procónsul era hermano de Séneca. Gobernó en Acaya el año 52. Es un punto de referencia histórica para la cronología. Unos de esos detalles en los que la historia de la Iglesia empalma con la gran historia del Imperio romano. Una Iglesia en el tiempo, en el mundo, en medio de políticas y de gobiernos. En ese invierno del año 52, Pablo queda bloqueado a causa de la estación rigurosa y no puede seguir navegando. En Corinto funda una comunidad vigorosa y bulliciosa. Retenido en Corinto, recibe noticias de las dos últimas comunidades fundadas -la de Tesalónica y la de Filipos-. Les dicta dos cartas para fortalecerlos en su fe. Son los primeros escritos del Nuevo Testamento, veintidós años después de la resurrección: Epístolas a los Tesalonicenses.
-Pablo permanece en Corinto un año y seis meses, enseñando entre los corintios la palabra de Dios. Es preciso tratar de imaginar esa pequeña comunidad naciente, en sus comienzos, durante ese primer año de existencia. Pablo está allí, él, el apóstol. Y Pablo proclama la Palabra de Dios. Y Jesucristo está allí, presente en sus eucaristías. El cristianismo no puede vivirse aisladamente. Desde el principio, instintivamente, los cristianos se organizaron en pequeños grupos que se reunían en torno al evangelio y a la partición del Pan y del Vino. En Corinto, ciudad pagana, no había un lugar destinado al culto cristiano. Las ceremonias cultuales eran todas ellas destinadas a sus dioses: Atenea, Zeus, Dionisos y otros. Los cristianos se reunían en la casa de alguno de ellos. Sin duda en casa de Priscila y Aquila, un matrimonio fabricante de tiendas, como Pablo. Ayúdanos, Señor, a saber profundizar y comentar entre nosotros el evangelio.
San Juan Crisóstomo nos dice: «Mas en la cura de alma no hay que pensar en nada de eso –medios violentos–; aparte del ejemplo, no se da otro medio ni camino de salvación sino la enseñanza por la palabra. Este es el instrumento, éste es el alimento, éste el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles. Con la palabra levantamos al alma caída y desinflamos a la hinchada, y cortamos lo superfluo, y suplimos lo defectuoso, y realizamos, en fin, toda otra operación conveniente para la salud de las almas».
-Algún tiempo después, Pablo se embarcó, rumbo a Siria acompañado de Priscila y Aquila. Ha nacido una nueva comunidad. Pablo marcha a otra parte. En cuanto juzga que pueden prescindir de él se va con vistas a otra fundación, dejando la responsabilidad a unos «ancianos» -presbíteros- a quienes ha nombrado cabeza de grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables (Noel Quesson).
También hoy puede Dios decirnos: «muchos de esta ciudad son pueblo mío». A pesar de la mala fama de Corinto, Dios espera que muchos se conviertan, porque están destinados a la vida. ¿Tenemos derecho a desconfiar nosotros, o desanimarnos, porque nos parece que nuestra sociedad está paganizada sin remedio? ¿no estarán destinados a ser pueblo de Dios tantos jóvenes a quienes vemos desconcertados en la vida, o tantas personas que parecen sumergidas irremediablemente en los intereses materialistas del mundo de hoy? Cada uno de nosotros, tanto si somos pastores como simples cristianos, pero interesados en que la fe en Cristo vaya calando más en la sociedad y que su Pascua renueve este mundo, deberíamos sentirnos estimulados a no tener miedo, a confiar en las personas, a trabajar con ilusión renovada, porque seguro que Dios quiere la salvación de «esta ciudad» donde vivimos, por muchos que sean los fracasos que podamos estar experimentando. «Muchos de esta ciudad son pueblo mío», aunque no lo parezca a primera vista, o aunque nos hayan dado ya más de un disgusto por su apatía y su poca respuesta. Peor que las persecuciones exteriores -como la que le vino a Pablo en el curioso episodio de hoy ante el procónsul Galión- son las interiores: los temores y cansancios que podemos sentir cuando no vemos resultados en nuestro trabajo. ¿Quiénes somos nosotros para «dimitir» de nuestro empeño, cuando vemos que Dios tiene paciencia y sigue depositando su esperanza en personas a las que nosotros ya les hemos retirado todo voto de confianza? (J. Aldazábal).
Un santo apóstol en el siglo V solía repetir: Yo me encuentro bien cuando disfruto de la armonía de cuerpo y espíritu, cuando despierto en la mañana y conecto con la energía de los cielos, cuando a la luminosidad del sol sumo la de mi alma abierta a los demás, cuando al brillo del fuego añado el calor de mi amor a la verdad, cuando a la rapidez del viento asocio el dinamismo de mi espíritu hacia Dios, cuando asemejo a la estabilidad de la tierra la serenidad de mi espíritu ecuánime, cuando accedo a la profundidad del mar y a la profundidad de mi propia alma, cuando me muestro abierto a la comunicación sincera con los hombres y con Dios. Hoy en la liturgia tenemos oportunidad de acercarnos a esa experiencia de equilibrio humano-divino, y a la de su desequilibrio en el vivir y pensar humano. Es la experiencia que vive san Pablo cuando, una noche cargada de duros presagios, añorando la paz, se siente turbado y escucha la voz animadora del Señor: no temas, Pablo, sigue adelante, no te calles, predica, que estoy contigo. Pablo es ahí el hombre de bien, servidor de Dios, de los hombres, de la palabra de verdad, que, hallándose dispuesto a servir y amar, siente en sus espaldas el látigo de la persecución. Y es también la experiencia de los discípulos de Jesús. Éstos, atemorizados y tristes porque el Señor se va a lo alto del cielo y los deja en la tierra sin su protección, tiemblan; pero son consolados con esta promesa de Jesús: volveré a vosotros y se alegrará de nuevo vuestro corazón. ¡Cuánto les faltaba todavía para alcanzar el equilibrio que adquirirán en su vida y acción postpentecostal! ¿No estamos también nosotros necesitados de escuchar palabras de animación y consuelo en medio de las dificultades con que tropieza nuestro deseo de santidad y de ser auténticos evangelizadores? Danos, Señor, espíritu de discípulos en la escuela de la verdad, del amor, del servicio, de la predicación del Reino, de la defensa de la justicia y de la igualdad entre los hombres. Danos entrañas de misericordia, de comprensión, de gratitud. Danos luz para no cerrarnos cada mañana a la luz que es Cristo. Amén.
2. "El Señor, el Altísimo, es rey grande sobre toda la tierra" (ver también el comentario al día de la Ascensión). Dios, Rey y soberano de todo lo creado, nos ha manifestado su amor levantándose victorioso sobre los pueblos que habitaban la tierra, y la entregó a la descendencia de Abraham y los Patriarcas, como herencia suya. A nosotros nos manifestó su poder y su soberanía cuando, por medio de su Hijo se levantó victorioso sobre aquel que nos retenía bajo su dominio, el Maligno, y nos rescató para que, hechos hijos de Dios, entremos a poseer los bienes definitivos en la Patria celestial. Cristo Jesús no sólo asciende hasta su trono; nos lleva junto con Él para que seamos coherederos de su Gloria. Por eso aclamemos al Señor, llenos de gozo. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Invitamos con el salmista a todos los pueblos a alabar al Señor, a batir palmas, a que lo aclamen con gritos de júbilo. «Porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones; Él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob su amado».
3. Al evocar la imagen de la mujer parturienta para describir el sufrimiento que espera a los discípulos, el Evangelio les enseña a reconocer en ellos el signo de la venida de los últimos tiempos. En la Escritura, en efecto, los dolores del parto caracterizan un castigo terrible (Gen 3,16; Jer 4,31; 6,24;13,21). Sin embargo, son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al mundo. La revolución que se va a producir será el paso del dolor del alumbramiento escatológico (Is 66,7-15; Miq 4,9-10). Inherentes a su condición humana y terrestre, los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica (Rom 8,14-22; Ap 12,1-6), al menos si permanece fiel a la vez a su vocación escatológica y a su condición humana. La mujer del v. 16 es mencionada al mismo tiempo que la hora. Ahora bien, dato curioso, cada vez que una mujer madre es mencionada en San Juan es asociada a este tema de la hora (Jn 2, 4; 16, 21; 19, 25-27), a excepción del episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Es posible pensar que Juan elabora con este procedimiento una misteriosa alegoría. Juan afirma, pues, que la hora de la mujer madre es la misma que la hora de Jesús, la de su muerte y la de su resurrección. Así, pues, el nacimiento de Jesús a una vida nueva es obra de una mujer, su madre, cuya alegría es grande por haber dado este hombre al mundo. Juan piensa, ante todo, en Eva, que "consiguió un hombre" (Gén 4, 1) cuando el nacimiento de su hijo. Piensa también en la propia Madre de Jesús (Jn 19, 25-27) que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el momento en que Jesús nace a la nueva vida. Imagen de la Iglesia que da a luz a la nueva humanidad a través de los dolores escatológicos (cf. Is 66, 7-8, de donde Jesús toma el v. 22b: "vuestro corazón se alegrará", e Is 26, 17-21, de donde Jesús toma la expresión "poco tiempo"). Lo mismo que Eva trajo al mundo a la nueva humanidad, la mujer-Iglesia va a traer al mundo a la nueva humanidad, comenzando por Jesús resucitado en los dolores de María.
¿Cómo el sufrimiento, tan aniquilador, puede ser alumbramiento del Reino? Sería falso creer que Dios se sirve deliberadamente del sufrimiento como de una etapa a través de la cual preparase la instauración de su Reino. Dios permite el sufrimiento -simplemente porque quiere criaturas libres y comprometidas en el cosmos-, pero no lo quiere. No es Él quien ha inventado el sufrimiento porque sea la etapa necesaria que inaugura su Reino. ¿Cómo puede entonces un sufrimiento engendrar este Reino? Parece ciertamente que se deba a la llamada de la profundidad del ser que el dolor provoca. En efecto, el sufrimiento suscita un por qué que puede llevar a la negación y a la rebeldía, pero que descubre a aquel que sufre un poder de abstraerse de su sufrimiento para aceptarlo y apreciarlo. En esta profundidad de la persona, el yo descubre que su libertad es salvable, que puede vivir su sufrimiento aceptando tomar la mano que se le tiende, la del único mediador que da un sentido a todo, incluso a aquello que Él no ha querido (Maertens-Frisque).
Jesús dijo esto la víspera de morir. Nos imaginamos muy bien la tristeza de los discípulos en la ausencia de Jesús, por su muerte. La comunidad se encuentra en el mundo sin el apoyo externo de Jesús, expuesta a los ataques, la tristeza, las acusaciones y el desconcierto. El evangelista contempla, con una sola mirada, la situación de los discípulos en la muerte de Jesús y la situación de los cristianos de todos los tiempos. Nos encontramos con ese fenómeno singular de la alegría del mundo incrédulo. Frente a la fe, el mundo muestra ese sentimiento de superioridad, que le hace mirarla con desprecio, por encima del hombro y equipararla poco más o menos, con la estupidez o la falta de luces. "Pero vuestra tristeza se convertirá en alegría" "Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor" (20,20).
-Sí, en verdad os digo: vosotros lloraréis y gemiréis... y el mundo se alegrará... No olvidemos que Jesús dijo esto la víspera de morir. De hecho nos imaginamos muy bien la aflicción de los discípulos, mientras que los enemigos que decidieron y lograron su muerte... se gozarán en el triunfo aparente.
-Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Fue verdad entonces. Imaginemos la alegría de Pascua que se difundió de discípulo a discípulo: "Ha resucitado... ha resucitado... le han visto... vive..." Es verdad hoy... ¿Tengo yo la experiencia del paso de la aflicción a la alegría, a partir de Jesús? Estar "bajo de moral", desanimado, rebasado por los acontecimientos, incapaz de encontrar humanamente una solución, bloqueado por el propio pecado o el de los demás, aplastado por una enfermedad... Ponerse, sin saber por qué, a rezar... Ir a un lugar silencioso y hablar a Jesús... Tomar el evangelio y leer con calma, la primera página que se nos presenta... Ir a ver a un amigo y hablar... Ir a encontrar a un sacerdote y confesarse... Y he aquí que a veces ¡la "tristeza se cambia en gozo"! Sucede también que nada ha cambiado en las circunstancias externas -el mal o la desgracia subsisten, desgraciadamente- y sin embargo, la tristeza se ha cambiado en gozo. Gracias, Señor. Concede esta alegría a todos los que están en la tristeza: una alegría conquistada, una alegría que sigue a la pena, una alegría que, misteriosamente, como una fuente, rezuma en tierra árida.
-La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque llega su hora. Pero cuando su hijo ha nacido, ya no se acuerda de la tribulación por el gozo que tiene de haber dado un hombre al mundo. Una de las parábolas más cortas... Una de las más emotivas observaciones de Jesús. Un "hecho de vida" real tan a menudo observable... y que Jesús interpreta como un símbolo profundamente evocador. Una actitud vital. Una certeza divina. Un acceso al problema del mal: ¿por qué hay sufrimiento? Para ti, Señor, los sufrimientos de aquí abajo no son sufrimientos de agonía -que conducen a la muerte-... son sufrimientos de alumbramiento -que conducen a la vida-... Una visión nueva de las cosas. Un optimismo invencible; el dolor mismo no se pone entre paréntesis, se sublima. Todo sufrimiento, dice Jesús, es fecundo. Sí, ¡esto es lo que has prometido a tus discípulos, Señor! Un "alumbramiento" se está produciendo en el corazón de la historia: un "hombre nuevo" está naciendo. ¿Participo yo en esto? ¿He asumido en mi vida el símbolo de la cruz? ¿Qué calidad tiene mi alegría? ¿Qué es lo que hago con mis sufrimientos? ¿Qué es lo que hago "venir al mundo"?
-Vosotros también ahora estáis tristes. Pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría. En aquel día no me preguntaréis nada... Son éstas unas de las últimas palabras humanas que Jesús dijo a sus amigos. Dentro de algunos segundos (Jn 17, 11) Jesús se pondrá a hablar a su Padre. Lo hombres seguirán orando... pero es a Dios a quien Jesús dirigirá las últimas palabras que ha de decir antes de que llegue Judas y su banda, armada con espadas y palos. Al final de su vida, lo que comunica Jesús a sus amigos ¡es la alegría! Jesús; repíteme esto. Y que nadie me arrebate esta alegría que Tú me has dado. Gracias, Señor (Noel Quesson).
La tristeza de los discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría, aunque ellos todavía no entiendan cómo. Nosotros, leyéndolo desde la perspectiva de la Pascua, sí que conocemos que la resurrección de Jesús llenará de alegría a la primera comunidad. Precisamente hemos estado leyendo la historia de esta comunidad en el libro de los Hechos: una historia invadida de dinámica energía. Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegría para sus seguidores: «cuando da a luz… ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre». Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva a la humanidad.
Si la alegría es un fruto característico de la Pascua que estamos celebrando, podemos preguntarnos cómo estamos de alegría interior en nuestra vida. ¿Es una asignatura aprobada o suspendida en nuestra comunidad?, ¿de veras creemos nosotros mismos la Buena Noticia de la Pascua del Señor?, ¿es ése el motor que nos mueve en nuestra vida cristiana?, ¿o vivimos resignados, indolentes, desalentados, apáticos?, ¿se nota que hace seis semanas que estamos celebrando y viviendo la Pascua? También tendríamos que recordar qué clase de alegría nos propone Jesús: la misma que la de Él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio. Nosotros queremos alegría a corto plazo. O alegría sin esfuerzo. Y nada válido se consigue, ni en el orden humano ni en el cristiano, sin esfuerzo, y muchas veces sin dolor y cruz. Ojalá se pueda decir de nosotros, ahora que estamos terminando la vivencia de la Pascua, que «se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (J. Aldazábal). «Levanta nuestros corazones hacia el Salvador que está sentado a tu derecha» (oración).
Ya lo dice la sevillana: "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va". No le resulta sencillo a Jesús conseguir que los discípulos superen la tristeza después de haberles anunciado su marcha. No se diferenciaba mucho de nosotros, a quienes tanto nos cuesta superar los momentos difíciles. Pareciera que los esculpimos en granito, cuando lo que debiéramos sellar sobre piedra son los momentos de alegría y plenitud, reservando para la orilla de la playa aquellos momentos peores. Con la segunda ola todo quedará borrado. Cada vez que observo por la televisión el rostro de un palestino o un israelí tocado por la muerte o la destrucción adivino en sus ojos que acaban de esculpir en la roca de su corazón un odio eterno al enemigo. Nada más elocuente que ver a un niño sin alegría, sin sonrisa, sin vida en los ojos, lanzando una piedra contra un tanque. No encontraremos persona más alegre que un cristiano que vive a tope su vocación de entrega a los demás. Así la debió vivir san Juan de Ávila. Un estupendo ejemplo para todos los ministros ordenados. Aprendamos de la mujer-madre: en ella concurren sucesivamente tristeza-dolor y triunfante alegría, porque el don de la maternidad es muy grande; pues así también nosotros, hijos de Dios, discípulos de Cristo, caminaremos de la prueba-sufrimiento-tristeza hacia la alegría-consuelo-fecundidad del gozo en el Espíritu.
«Con tu Sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10; ant. entrada). Y pedimos en la Colecta: «Escucha Señor nuestras súplicas, para que la predicación del Evangelio extienda por todo el mundo la prometida salvación de tu Hijo y todos los hombres alcancen la adopción filial que Él anunció dando testimonio de la verdad». En Él todo lo tenemos. Por lo tanto no tenemos razón para la tristeza, sino para una gran alegría en el Señor. Así dice San Gregorio Nacianceno: «Vengamos a ser como Cristo, ya que Cristo es como nosotros. Lleguemos a ser dioses por Él, ya que Él es hombre por nosotros. Él ha tomado lo que es inferior para darnos lo que es superior. Se ha hecho pobre, para que su pobreza nos enriquezca (2 Cor 8,9); ha tomado forma de esclavo (Flp 2,7) para que nosotros recobremos la libertad (Rom 8,21); se ha bajado para alzarnos a nosotros; aceptó la tentación para hacernos vencedores; ha sido deshonrado para glorificarnos; murió para salvarnos y subió al cielo para unirnos a su séquito, a nosotros, que estábamos derribados a causa del pecado».
“Comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les ha dicho. Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!... Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna. Todo nos lleva a vivir de oración” (Joaquim Font). Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos». El ser humano necesita reír para la salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in bonum!».
“Ha llegado la hora de Jesús. De su costado herido nacerá la Iglesia. Y su alegría será plena porque volverá a Aquel que le envió, llevando consigo a todos los redimidos mediante su Misterio Pascual. Nosotros no tenemos ya motivos para estar tristes. El Señor habita en nosotros. Él va con nosotros, que estamos llamados a dar a luz continuamente a una nueva humanidad, libre del pecado y de la muerte. Quien contemple a la Iglesia de Cristo lo contemplará a Él y experimentará el amor que Dios siente por todas sus criaturas. Entonces no seremos motivo de tristeza ni de angustia para nadie, sino de alegría y de paz para todos. Entonces no preguntaremos dónde está Dios, pues Él estará y caminará con nosotros; y desde nosotros estará y caminará con toda la humanidad, hasta que juntos volvamos como hijos a la Casa de nuestro Dios y Padre. Hay muchos momentos angustiantes que hemos pasado al trabajar por Cristo y su Evangelio. El Señor nos reúne para hacernos saber que Él va delante de nosotros. Él bebió primero el cáliz de la amargura, de la traición, del amor manifestado hasta el extremo. Hoy lo contemplamos clavado en una cruz, en su hora, la de hacernos surgir como hijos de Dios, reconciliados con Él mediante su Cuerpo, entregado por nosotros; y su Sangre, derramada para el perdón de nuestros pecados. Pero lo contemplamos lleno de Gloria, elevado y atrayendo todo hacia Él para que, junto con Él, vivamos eternamente a la diestra del Padre Dios. Él camina con su Iglesia; y en medio de nuestras tribulaciones, sufridas a causa de creer y de dar testimonio de Él, Él nos llena de gozo al permitirnos entrar en comunión con su Vida y con su Misterio Pascual. Reunidos en su Nombre, Él cumple su promesa de estar en medio de nosotros como nuestro Dios y Señor, como nuestra alegría y nuestra paz. Llenémonos de gozo y de confianza por este amor tan grande que Él nos sigue teniendo. Tengamos confianza; el Señor va con nosotros. Él quiere que surja una humanidad nueva donde haya menos dolor, menos pobreza, menos tristeza, menos angustia, menos explotación de los desvalidos, menos injusticias sociales, menos vicios que minen la salud de las personas y la paz familiar. El Señor nos ha enviado para que generemos una auténtica alegría cristiana. Pero dar a luz a ese hombre nuevo nos costará grandes sufrimientos, persecuciones, incomprensiones. Todo cuesta en la vida; nada se nos da gratis; nada se logra sin morir a uno mismo. El Señor nos quiere fuertes, valientes, seguros, confiados en Él y caminando tras sus huellas. No podemos vivir de un modo egoísta, esperando disfrutar de un mundo nuevo contemplando desde el balcón de nuestra vida el sudor y la entrega de los demás. Quienes creemos en Cristo debemos ser los primeros en trabajar por el bien de todos, de tal forma que el Señor nos conceda colaborar ardientemente en la construcción de su Reino, que debe iniciarse ya desde ahora entre nosotros. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir totalmente comprometido en el amor a Dios y en el amor al prójimo, buscando el bien de todos hasta lograr que todo sea recapitulado en Cristo, para gloria de Dios Padre. Amén” (www.homiliacatolica.com).

jueves, 2 de junio de 2011

JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en a

JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en alegrías.

Hechos de los apóstoles 18, 1-8: “Tras los sucesos ya contados en Atenas, Pablo se retiró de allí y marchó a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario de Ponto, recientemente llegado de Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos, y, como era del mismo oficio que ellos -fabricantes de lonas- se quedó en su casa. Los sábados disputaban en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos.
5Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó por entero a la predicación de la palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Cristo. 6Como se le oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: ¡Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza! Yo soy inocente. Desde ahora me dirigiré a los gentiles. 7Salió de allí y entró donde vivía un prosélito llamado Tito Justo, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. 8Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Y muchos corintios creían al oír a Pablo y recibían el bautismo.Y Pablo testificaba a los judíos que Jesús era el Mesías, y éstos se resistían y blasfemaban...”

Salmo responsorial: 97, 1.2-3ab.3cd-4: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad».

Evangelio según san Juan 16, 16-20: “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. Sus discípulos se decían unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Dentro de un poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver, y que voy al Padre? Decían pues: ¿Qué es esto que dice: Dentro de un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle y les dijo: Intentáis averiguar entre vosotros acerca de lo que he dicho: dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”

Comentario: 1. Se ha llamado este libro de Lucas el Evangelio del Espíritu Santo: “la utilidad de este libro no es menor que la del Evangelio. Brilla en las cimas de la más alta sabiduría y en las más puras enseñanzas. Ofrece el relato de los milagros, muy numerosos, realizados por el Espíritu Santo. Contiene el cumplimiento de las profecías de Jesucristo consignadas en el Evangelio, la verdad justificada con la luz de los más solemnes testimonios y la transformación de los Apóstoles en hombres perfectos, extraordinarios, por la fuerza del Espíritu derramada sobre ellos. Todos los anuncios y promesas de Jesucristo a sus discípulos… encuentran razón cumplida en este admirable libro. Aquí veréis a los Apóstoles recorrer naciones y surcar mares con el celo impetuoso de aves veloces. Estos galileos, hasta hace poco tan pusilánimes y toscos, aparecen cambiados en hombres nuevos que desprecian las riquezas y los honores, las llamas de la cólera y la codicia de los sentidos, porque han sido hechos superiores a toda pasión” (san Juan Crisóstomo).
Corinto era una ciudad muy movida, de ambiente romano, capital de la provincia de Acaya, activa en su comercio, de mala fama por sus costumbres. Aquí va a estar Pablo un año y medio (entre los años 49 y 51), fundando una comunidad cristiana a la que luego escribirá dos cartas. El pasaje nos da detalles muy expresivos del estilo evangelizador de Pablo: cosecha éxitos y fracasos a la vez. Nos dice S. Cirilo de Jerusalén: «No nos avergoncemos de la cruz del Salvador, antes bien gloriémonos en ella, porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para nosotros, salvación. Y, ciertamente, para aquellos que están en vías de perdición es necedad; mas para nosotros, que estamos en el camino de la salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios hecho hombre... Si alguno no cree en la virtud de Cristo crucificado, pregunte a los demonios, y si no le convencen las palabras, que mire a los hechos. Muchos han sido los crucificados en el mundo, pero a ninguno de ellos temen los demonios; en cambio, solamente con ver la Cruz de nuestro Salvador, los demonios se echan a temblar; porque aquéllos murieron por sus propios pecados, mas Él, por los de los demás» (Catequesis 13).
Los judíos le rechazan, salvedad hecha de Crispo, el jefe de la sinagoga. Unos cuantos paganos van convirtiéndose y constituirán el primer núcleo de la comunidad. “El Dios que te ha creado sin contar contigo no te salvará sin ti”. Es una frase de los primeros siglos que nos atestigua la importancia que tiene para Dios la libertad que nos ha concedido. Por eso Él nunca se impone, se propone. No se le puede demostrar, sino mostrar... llega hasta ahí y no quiere dar un paso más. Está a las puertas de nuestra vida, pero hace falta que libremente lo acojamos. ¡Cuánto nos cuesta aceptar y respetar la libertad del otro! Sobre todo cuando vemos que la está ejerciendo en contra de sí mismo. Pablo nos enseña cuáles son las actitudes que debemos vivir en esas situaciones: no el rencor, el llevar cuenta, el enfado, o la despreocupación por el otro: “allá se las entienda”; “peor para él”, sino la mano pacientemente ofrecida, mantenida para que pueda ser asida. Una paciencia que tiene como fundamento un amor sin condiciones, que asume y respeta la libertad del otro y que se sigue poniendo “a tiro”. Sólo así seremos signos, sacramentos, mediaciones de nuestro buen Padre Dios para nuestros hermanos.
2. El salmo de hoy, comenta Juan Pablo II, “se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (cf v. 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva... se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf v. 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (cf v. 3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv. 2-3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora... En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (1, 17), «se ha manifestado» (3, 21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Elevemos al Señor, Dios y Padre nuestro, un cántico nuevo nacido de la boca de quienes hemos sido renovados en Cristo. Alabemos al Señor con nuestras obras, pues con ellas estamos indicando que en verdad somos sus hijos. Dios se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. En Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro, ha sido vencida la antigua serpiente o Satanás. Pero aun cuando el mal ha sido vencido, mientras caminamos por este mundo, somos blanco de las tentaciones nacidas incluso de nuestra propia concupiscencia. Por eso debemos confiar siempre nuestra vida en Dios, para que la Victoria de su Hijo sea nuestra, y para que su Espíritu Santo nos fortalezca, y podamos convertirnos en una continua alabanza de su Santo Nombre, en lugar de denigrar el Nombre Divino con una vida pecaminosa. Que la tierra entera contemple la victoria de nuestro Dios desde una Iglesia que, consciente de estar formada por pecadores, vive en una constante conversión hasta llegar a su perfección en Cristo Jesús.
3. ¡Qué amor tan grande nos ha tenido el Señor! Cercano ya a entregar su vida por nosotros, deja de pensar en sí mismo y piensa en el sufrimiento que padecerán los suyos por su ausencia, y trata de darles consuelo, con palabras que despierten en ellos la confianza. Ahora Él está físicamente con ellos. Ellos se han sentido amados, comprendidos, apoyados en todo. Pero en los momentos en que todo se torna en una noche oscura, cuando Dios parece quedarse callado ante el dolor y el abandono, es necesario seguir creyendo que Dios ni se ha equivocado en sus planes, ni ha dejado de amarnos, ni se ha alejado de nuestra vida. Una vez cumplida su Misión como Enviado del Padre, volverá, no sólo como resucitado para poderlo ver en algunos momentos de revelación especial, sino para habitar en nuestro propio interior, identificándose con nosotros, de tal forma que el mundo lo siga contemplando desde su Iglesia, la cual continúa en el mundo la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo. Alegrémonos por esta presencia del Señor entre nosotros y vivamos con responsabilidad la parte que nos corresponde, conforme a la gracia recibida, para manifestarlo a la humanidad con todo su poder salvador.
El Señor permanece en su Iglesia; y Él sigue hablándonos por medio de su Palabra, y continúa llevándonos a la verdad plena por obra de su Espíritu Santo que habita en nosotros. Él sigue engendrando a los hijos de Dios, continúa santificándolos, perdonándolos, salvándolos por medio de las diversa acciones litúrgicas de su Iglesia. De un modo especial Él se convierte en nuestro alimento en la Eucaristía, Pan de vida eterna. Él nos une como hermanos en el amor fraterno, en torno a nuestro único Dios y Padre. Cristo Jesús sigue presente no sólo entre nosotros; Él no está cercano a nosotros; Él está dentro de nosotros mismos haciéndonos uno con Él para que, junto con Él, podamos participar algún día de los bienes eternos. Entrar en comunión de Vida con Él en la Eucaristía es iniciar, ya desde ahora, el gozo de esos bienes eternos. Vivamos, por tanto, conforme al Don recibido de Dios.
El Señor se ha hecho cercano a todos. Nosotros somos los responsables de hacerlo cercano al mundo entero, pues por nuestro medio Dios asegura, por voluntad suya, su presencia salvadora entre nosotros. En medio de un mundo que ha sido deslumbrado por lo pasajero, por el egoísmo, por las injusticias; ahí donde el mal ejemplo de quienes estando en el poder, actuando de un modo equivocado, han generado una mayor y cada vez más creciente corrupción; ahí donde se ha perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal, quienes caminamos con humildad y lealtad tras las huellas de Cristo, no podemos vivir como unos separados del mundo para evitar contaminarnos de su mal y de su pecado. A nosotros nos corresponde acercarnos con la madurez que nos viene del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y guía nuestros pasos por el camino del bien, para servir de luz, de camino seguro, de orientación para aquellos que se han dejado dominar por el pecado y por el egoísmo. Ojalá y el mundo contemple a Cristo desde la vida de la Iglesia, llena de amor, de misericordia, de generosidad, de entrega, de lucha por la paz y por la auténtica liberación de todos los males que aquejan a buena parte de la humanidad. Si queremos construir un mundo más justo y más fraterno, vayamos tras las huellas de Cristo, nuestra paz verdadera. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un signo del amor salvador del Señor para nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).
Este jueves de la semana sexta de Pascua ha sido durante mucho tiempo el día en que celebrábamos la fiesta de la Ascensión, que ahora se ha trasladado al próximo domingo. Con todo, el tono de la lectura evangélica está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena. Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me veréis», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volveréis a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor. Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con lineas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.
Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol. Si supiéramos que «dentro de otro poquito» ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real. También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona -sea Cristo mismo, o nosotros- tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor. Nos gustaría una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que «no vemos», y otros en que «volvemos a ver». Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veía la presencia del Padre en su vida: «¿por qué me has abandonado?» Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espiritu están presentes y activos, aunque no les veamos. La Eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos «desalentarnos», o sea, perder el aliento: «Espiritu» en griego («Pneuma») significa precisamente «Aliento» (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «Oh Dios, que nos haces partícipes de la redención, concédenos vivir siempre la alegría de la resurrección de su Hijo». Jesús está con nosotros todos los días, y nos dice el Señor: “Estáis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”, todo tendrá un sentido de bien. Comenta San Agustín: «Para los discípulos era esto oscuro entonces, y después quedó aclarado; para nosotros es ya cosa clara: después de algún tiempo padeció y dejaron de verle; después de otro poco de tiempo resucitó y le vieron de nuevo... “El mundo se alegrará, pero vosotros os contristaréis”: esto puede tomarse en el sentido de que los discípulos se contristaron por la muerte del Señor e inmediatamente se alegraron con su resurrección; el mundo en cambio, bajo cuyo nombre quiso significar a sus enemigos que le crucificaron, se gozó de la muerte de Jesucristo precisamente cuando los discípulos se contristaron. Por mundo puede entenderse la malicia de este mundo, o sea, los amigos de este mundo, según dice el Apóstol Santiago: “El que quiera ser amigo de este siglo, se hace enemigo de Dios” (4,4), por cuya enemistad no perdonó ni a su Hijo unigénito». Los cristianos del siglo XXI sentimos la misma urgencia que los cristianos del primer siglo. Queremos ver a Jesús, necesitamos experimentar su presencia en medio de nosotros, para reforzar nuestra fe, esperanza y caridad. Por esto, nos provoca tristeza pensar que Él no esté entre nosotros, que no podamos sentir y tocar su presencia, sentir y escuchar su palabra. Pero esta tristeza se transforma en alegría profunda cuando experimentamos su presencia segura entre nosotros. Esta presencia, así nos lo recordaba Juan Pablo II en su Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, se concreta —específicamente— en la Eucaristía: «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: ‘He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20). (...) La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, “misterio de luz”. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24,31)». Pidamos a Dios una fe profunda, una inquietud constante que se sacie en la fuente eucarística, escuchando y entendiendo la Palabra de Dios; comiendo y saciando nuestra hambre en el Cuerpo de Cristo. Que el Espíritu Santo llene de luz nuestra búsqueda de Dios (Joan Pere Pulido). “Me voy al Padre”, dice Jesús. Y alguien comenta. “Hoy, Jesús, más que la muerte, / temo, Señor, tu partida / y quiero perder la vida / mil veces más que perderte, / pues la inmortal que Tú das / sé que alcanzarla no puedo / cuando yo sin ti me quedo, / cuando Tú sin mí te vas”. Jesús se queda en presencia de amor. Los que se aman pueden estar distantes a la vez que llevan en sí una presencia de los amados, muy real y unitiva. Viven compenetrados y participan de los sucesos, dolorosos o gozosos, que acontece a cada uno de ellos, interior o exteriormente y están seguros de la fidelidad mútua, dentro de su misma libertad. Esta presencia enamorada puede explicarnos la presencia de Cristo con nosotros. Jesús está en el Padre, y está también presente en la Eucaristía, Cuerpo y Sangre entregados, ofrenda y don suyo, anticipación de su muerte por el mundo, la prueba mayor del amor entregado. Vive en nosotros, su presencia alienta en nosotros: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Está también presente en la Iglesia, nacida de la Eucaristía y alimentada por ella, y de esa presencia deviene su fecundidad..

miércoles, 1 de junio de 2011

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propa

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propagar como vemos que hace san Pablo.

Hch 17,15.22-18,1: 15Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se uniesen con él cuanto antes. 22Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie23pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. 24El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, 25ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. 26Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, 27para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, 28ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje.
29Si somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. 30Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se conviertan, 31puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
32Cuando oyeron «resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos sobre esto en otra ocasión. 33De este modo salió Pablo de en medio de ellos. 34Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Dámaris, y algunos otros.
18,1Después de esto se fue de Atenas y llegó a Corinto.

Salmo responsorial: 148,1-2.11-12ab.12c-14a.14bcd: Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
«Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos. Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime. Su majestad sobre el cielo y la tierra. Él aumenta el vigor de su pueblo. Alabanza de todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido».

Jn 16, 12-15 (se lee también en la Solemnidad de la Santísima Trinidad): “Jesús siguió hablando a sus discípulos:
Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena, pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.

Comentario: 1. Atenas significa mucho en la antigüedad, más allá de su medio millón de habitantes, esa ciudad en la que los esclavos y los pobres constituyen los dos tercios de la población, es la ciudad cosmopolita en la que se mezclan y se enfrentan todas las razas, centro de la cultura antigua aunque en esos momentos ya no es la brillante de los tiempos de Aristóteles y Platón. Ahí va Pablo para conectar con la búsqueda titubeante de Dios que llevan en el corazón. Entra en el universo cultural de aquellos a quienes se dirige.
Es el más largo discurso de Pablo. El conocimiento de Dios es el tema fundamental del discurso. ¿Cómo puede un pagano conocer a Dios? Hay una ignorancia de Dios considerada culpable, fruto de las pasiones desatadas (Rom 1,18-32; Sab 13,14; Ef 4,17-19). Pero Pablo usa una simpatía con sus creencias, y les señala que Dios no habita en templos construidos por hombres (v. 24). Recoge una corriente del pensamiento griego, pero que era igualmente una idea bíblica que Esteban había ya defendido ante un auditorio judío (Act 7, 48) y que se remonta a las antiguas polémicas de Israel contra la idolatría (v. 29; cf. Sal 113/115; Is 44,9-20; Jer 10,1-16). Pablo presenta la pertenencia a la raza de Dios a partir de la cita de un filósofo griego (v. 28: -Dios no está lejos de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y somos. Pero comprendida a la manera bíblica (v. 26), como un anuncio del reagrupamiento de la humanidad tras el nuevo Adán (Rom 5,12-21; 1 Cor 15,21-22- y en la filiación divina). Cuando en los últimos versículos trata de la resurrección, provoca la ruptura. En ellos Pablo acumula una serie de expresiones totalmente incomprensibles para los griegos: la idea de un "ahora" (v. 30), es decir, de un momento privilegiado en una historia que, por tanto, tendría sentido, la noción de un juicio de Dios (v. 31), demasiado directamente vinculado a un sentido escatológico de la historia poco en armonía con las concepciones paganas, la idea de resurrección sobre la que, además, se pedirá a Pablo que se detenga, concepción que incluso numerosos judíos se negaban a admitir (cf. vv. 31-32). Aún cuando tiene un “éxito” limitado, nos enseña Pablo a dialogar con la cultura y la historia: «la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Vaticano II). Como se sabe, Justino siguió este camino del diálogo con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío, estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea: ver los comentarios de la Biblia de Navarra ad loc.). Santo Tomás de Aquino se encontró en su tiempo que la teología estaba siendo desprestigiada, no era considerada ciencia, y estudió a Aristóteles, que causaba furor en París, y sobre el concepto de ciencia del Filósofo edificó una “catedral” del pensamiento medieval, que aún hoy es la más sólida. Pero no es punto final del pensamiento, el Aquinate estaría abierto al pensamiento de nuestro tiempo, como estuvo abierto al suyo, y así lo hacen Juan Pablo II con el personalismo, Ratzinger, etc.
Hemos de reconocer en Pablo una preocupación real por estar atento a la mentalidad de sus interlocutores. En efecto, Pablo abandona la argumentación clásica del kerygma apostólico, basado sobre una cultura demasiado bíblica para los paganos. Además se tomó el trabajo de conocer las principales corrientes espirituales del paganismo griego y especialmente la concepción de una paternidad universal (v, 28), así como la de una religión liberada del materialismo y del formalismo (v. 29). Su discurso es modelo de apología, parte de la idea religiosa para ir profundizando en un Dios personal, providente, Juez… Pablo encontró dificultades, como también hoy las tiene su concepción de una historia que tiene un sentido más allá de sí misma en la voluntad de Dios que la lleva a su realización, esto choca con el desarrollo cíclico y fatal de la historia (como para los ateos de hoy, convencidos de que la historia, lo mismo que la naturaleza, se explica por sí misma sin recurso a lo divino). Pero es difícil saber si son los discursos los que mueven al no creyente, o es el insertarse del cristiano en el mismo corazón de las actividades humanas y tocar el corazón de cada persona, para realizar un hondo apostolado personal con los compañeros: como decía san Josemaría Escrivá, se meten así en la vida de los demás —sin distinción de ideas sociales, políticas o religiosas—, igual que Cristo se ha metido en sus vidas. La necesidad de este apostolado de amistad y de confidencia –transmitir la experiencia de Cristo- es lo más básico.
-Dios, pues, anuncia ahora a los hombres... que ha designado a un hombre, que habiéndolo resucitado de entre los muertos... ¡Aquí está lo esencial!: ¡La resurrección de Jesús! Después de los preliminares de orden cultural o filosófico, llega a hablar de «Jesús» en su misterio principal (Maertens-Frisque/Noel Quesson). Por eso escribió a los Corintios: «Me he presentado a vosotros débil y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi predicación, no se han basado en palabras persuasivas de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder» (1 Cor 2,3-4). Hay algunos, hombres y mujeres, que abrazan la fe, pero se encontró con la cerrazón del ambiente. Nosotros seguimos teniendo este problema del lenguaje. El Concilio Vaticano II puso a la Iglesia en diálogo con el mundo y con sus varias religiones. Pero no es fácil este diálogo. ¿Cómo podemos anunciar a Cristo a la juventud de hoy, o a los alejados, o a los agnósticos?, ¿cómo podemos ayudarles a pasar del mero materialismo a una visión más espiritual de la vida y del destino sobrenatural que Dios nos prepara?, ¿cómo podemos tomar como puntos de partida tantos valores que hoy son apreciados -la justicia, la igualdad, la dignidad de la persona, la ecología, la paz- para pasar claramente al mensaje de Jesús y proponerles su persona y su Evangelio como la plenitud de esos y de otros valores? Se puede decir que a veces la Iglesia ha sido lúcida en la adaptación, pero que otras veces no ha tenido ese fino instinto de encarnación cultural, no sabiendo aprovechar valores autóctonos, sino destruyéndolos. No se trataba de «europeizar» o «romanizar» a los de África o Asia o América, sino de invitarles a la fe en Cristo, con una teología y una liturgia que muy bien podían ser seriamente inculturadas en sus respectivos lenguajes, sin dejar de ser radicalmente cristianas. Es admirable Pablo. No sólo por la firmeza de su camino -no hay nada que le cierre caminos cuando él quiere, ni siquiera los fracasos que va cosechando, como en este caso de Atenas- sino también por su creatividad: cuando un recurso no da resultado, busca otros. Pero nunca se resigna a callar (J. Aldazábal). Y aprende… “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles” (1 Cor 1,22). «Te daré gracias, Señor, contaré tu fama a mis hermanos» (entrada); «llenos están el cielo y la tierra de tu gloria» (salmo).
2. Este salmo, decía Juan Pablo II, “constituye un auténtico «cántico de las criaturas», una especie de «Te Deum» del Antiguo Testamento, un aleluya cósmico que involucra todo y a todos en la alabanza divina. Así lo comenta un exégeta contemporáneo: «El salmista, al llamarlos por su nombre, pone en orden los seres: en lo más alto del cielo, dos astros según los tiempos, y aparte las estrellas; a un lado los árboles frutales, al otro los cedros; a otro nivel los reptiles y los pájaros; aquí los príncipes y allá los pueblos; en dos filas, quizá dándose la mano, jóvenes y muchachas… Dios los ha creado dándoles un lugar y una función; el hombre los acoge, dándoles un lugar en el lenguaje; y así los presenta en la celebración litúrgica. El hombre es el "pastor del ser" o el liturgista de la creación» (Luis Alonso Schökel). Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador (...) la mirada se dirige, después, al horizonte terrestre, donde aparece una procesión de cantores, al menos veintidós, es decir, una especie de alfabeto de alabanza, diseminado sobre nuestro planeta. Se presentan entonces los monstruos marinos y los abismos, símbolos del caos de las aguas sobre el que se cimienta la tierra (cf Sl 23, 2) según la concepción cosmológica de los antiguos semitas.
El padre de la Iglesia san Basilio observaba: «Ni siquiera el abismo fue considerado como despreciable por el salmista, que lo ha colocado en el coro general de la creación, es más, con su lenguaje particular completa también de manera armoniosa el himno al Creador» (…) aparece el hombre, que preside la liturgia de la creación. Está representado según todas las edades y distinciones: niños, jóvenes y ancianos, príncipes, reyes y pueblos del orbe (cf v. 11-12).
Dejemos ahora a san Juan Crisóstomo la tarea de echar una mirada de conjunto sobre este inmenso coro. Lo hace con palabras que hacen referencia también al Cántico de los tres jóvenes en el horno ardiente… El gran Padre de la Iglesia y Patriarca de Constantinopla afirma: «Por su gran rectitud de espíritu los santos, cuando van a dar gracias a Dios, tienen la costumbre de convocar a muchos para que participen en su alabanza, exhortándoles a participar junto a ellos en esta bella liturgia. Es lo que hicieron también los tres muchachos en el horno, cuando exhortaron a toda la creación a alabar por el beneficio recibido y a cantar himnos a Dios (cf Dan 3). Este Salmo hace lo mismo al convocar a las dos partes del mundo, la que está arriba y la que está abajo, la sensible y la inteligente. Isaías hizo lo mismo, cuando dijo: "¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido" (Is 49,13). El Salterio vuelve a expresarse así: «Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro..., los montes brincaron igual que carneros, las colinas como corderillos» (Sl 113, 1.4). E Isaías, en otro pasaje, afirma: «Derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia» (Is 45, 8). De hecho, los santos, considerando que no se bastan para alabar al Señor, se dirigen a todas partes involucrando a todos en un himno común».
De este modo, nosotros también somos invitados a asociarnos a este inmenso coro, convirtiéndonos en voz explícita de toda criatura y alabando a Dios en las dos dimensiones fundamentales de su misterio. Por un lado tenemos que adorar su grandeza trascendente, porque «sólo su nombre es sublime; su majestad resplandece sobre el cielo y la tierra», como dice nuestro Salmo (v. 13). Por otro lado, reconocemos su bondad condescendiente, pues Dios está cerca de sus criaturas y sale especialmente en ayuda de su pueblo: «Él acrece el vigor de su pueblo..., su pueblo escogido» (v. 14), como sigue diciendo el Salmista.
Frente al Creador omnipotente y misericordioso, acojamos, entonces, la invitación de san Agustín a alabarle, ensalzarle y festejarle a través de sus obras: «Cuando observas estas criaturas, te regocijas, y te elevas al Artífice de todo y a partir de lo creado, gracias a la inteligencia, contemplas sus atributos invisibles, entonces se eleva una confesión sobre la tierra y en el cielo... Si las criaturas son bellas, ¿cuánto más bello será el Creador?». Pedimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Todos, sin excepción, ricos y pobres, cultos e incultos, hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños, alaben al Señor. Nosotros hemos sido creados para convertirnos en una continua alabanza del Nombre del Señor. Quienes creemos en Él, quienes ya lo alabamos y queremos llevar una vida recta, debemos ser los primeros responsables en dar a conocer a todos su Nombre y sus obras, llenas de amor y de misericordia para con nosotros, de tal forma que todos puedan hacer de su vida una auténtica alabanza al Señor. Alabar al Señor de un modo sincero hará que desaparezcan de nosotros todos los signos de pecado y de muerte; pues quien diga que alaba al Señor pero continúe destruyendo su propia vida, destruyendo la vida de los demás o destruyendo irracionalmente la creación, será un hipócrita, que alaba al Señor con los labios pero su corazón está lejos de Él. Siguiendo con el discurso paulino, vemos a Dios en todas las cosas; Taciano dice así: «La obra que por amor mío fue hecha por Dios no la quiero adorar. El sol y la luna hechos por causa nuestra; luego, ¿cómo voy a adorar a los que están a mi servicio? Y ¿cómo voy a declarar por dioses a la leña y a las piedras? Porque al mismo espíritu que penetra la materia, siendo como es inferior al espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se le debe honrar a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar por regalos al Dios que no tiene nombre; pues el que de nada necesita, no debe ser por nosotros rebajado a la condición de un menesteroso». Le pedimos: «escucha, Señor, nuestra oración y concédenos que, así como celebramos en la fe la gloriosa resurrección de Jesucristo, así también, cuando Él vuelva con todos sus santos, podamos alegrarnos con su victoria».
3. Jesús lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades futuras. Comenta San Agustín: «El Espíritu Santo, que el Señor prometió enviar a sus discípulos para que les enseñase toda la Verdad, que ellos no podían soportar en el momento en que les hablaba –del cual dice el Apóstol que hemos recibido ahora en prenda, para darnos a entender que su plenitud nos está reservada para la otra vida– ese mismo Espíritu enseña ahora a los fieles todas las cosas espirituales de que cada uno es capaz. Mas también enciende en sus pechos un deseo más vivo de crecer en aquella caridad que les hace amar lo conocido y desear lo que no conocen, pensando que aun las cosas que conocen en esta vida no las conocen como se han de conocer en la otra vida, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón pudo imaginar».
Ayer meditamos el papel del "Defensor" que el Espíritu ejerce en el curso del "proceso de Jesús" que se desarrolló en Jerusalén en aquel tiempo... y que se desarrolla en el curso de toda la historia. Hoy vamos a considerar otro cometido del Espíritu, su papel de pedagogo, el que hace comprender, el que hace crecer. -Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis comprenderlas ahora. Sí, la Fe es una progresión. Es una vida que va desarrollándose. En Dios hay siempre cosas nuevas a descubrir, tales como en el desarrollo de una relación de amor con alguien, un prometido, un esposo, un amigo. Al igual que los apóstoles no estoy sino en el inicio. Acepto, Señor, lo que Tú me dices también a mí... Hay cantidad de cosas que no podría comprender ahora, pero que Tú me revelarás poco a poco... más tarde... si soy fiel en escuchar a ese Espíritu, que me habla al corazón, que me habla de ti, Jesús. Guarda mi espíritu abierto... que jamás me considere como satisfecho, conocedor de todo, orgulloso de mis conocimientos doctrinales. Señor, pienso también en aquellos con quienes vivo. A ellos también les pasa lo mismo: están en el camino de la Fe... Hay verdades y actitudes que no han descubierto todavía... que no podrían comprender ahora. Dame, Señor, tu paciencia, tu pedagogía. Que no aplaste a los demás con verdades que no pueden aún entender... que sepa caminar al ritmo de tu gracia, al ritmo de tus pasos... acompañando a mis hermanos en su propio caminar.
-“Cuando venga Aquel, el Espíritu de verdad… no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere... Recibirá de lo mío y os lo anunciará”... Ya sabíamos que Jesús está totalmente vuelto hacia el Padre, que no "hace nada por sí mismo" que es una perfecta transparencia del Otro. Esto es lo que Jesús nos revela aquí; la absoluta transparencia de las relaciones de amor entre las Tres personas divinas: ninguna guarda nada de "lo suyo", todo es participado, comunicado, dado, recibido... Nuestras palabras terrenas son inválidas para expresar esta cualidad inaudita de la relación que une al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todas nuestras relaciones humanas brotan de ella.
-Todo cuanto tiene el Padre es mío... El Espíritu tomará de lo que me pertenece y os lo anunciará… Las revelaciones del Espíritu en el curso de la historia no pueden ser nuevas revelaciones, contradictorias con lo que ha sido revelado en Jesucristo. ¡El Espíritu lleva a Jesús como Jesús lleva al Padre! Así nos lleva a la unidad, a la comunión con las personas divinas (Noel Quesson). El Catecismo de la Iglesia Católica presenta al Espíritu como nuestro pedagogo y maestro. Cuando se proclama la Palabra de Dios, «el Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios... pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración» (1101). «Es el Espíritu quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad» (1102). «En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros... y despierta así la memoria de la Iglesia» (1103).
En toda la Cincuentena, pero sobre todo en estos últimos días, haremos bien en pensar más en el Espíritu presente en nuestra vida, que nos quiere llevar a la plenitud de la vida pascual y de la verdad de Jesús. “Cuando proclamamos el Evangelio Viviente del Padre, que es Jesús, no podemos hacerlo bajo nuestras propias luces, sino a la luz del Espíritu Santo. Es Él quien engendra la vida de Dios en nosotros para que seamos, en Cristo, hijos de Dios. No son nuestras palabras, por muy elocuentes que estas sean. Por eso, siempre que proclamemos el Nombre de Dios, siempre que queramos darlo a conocer a los demás con toda su eficacia salvadora, debemos ponernos en manos de Dios y orar al Espíritu Santo para que sea Él, y no nosotros, quien lleve adelante la obra de salvación en el mundo. Hay muchas cosas que el Señor quiere aún decir a la humanidad por medio de la Iglesia, pues la revelación que Dios nos ha hecho en Cristo Jesús debe ser profundizada y vivida por cada una de las personas, conforme a su propia cultura. Por eso debemos estar abiertos a la Nueva Evangelización: nueva en sus métodos, nueva en su lenguaje, nueva en sus expresiones, nueva en su ardor. Que el Espíritu Santo sea quien haga en nosotros nuevas todas las cosas.
Gracias sean dadas a nuestro Dios y Padre porque nos hace llegar a la plenitud de la Verdad en Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro. Mientras vamos como Iglesia peregrina hacia la Patria eterna, el Señor nos va conduciendo por medio de su Espíritu; y en la Eucaristía somos instruidos por Dios no sólo acerca de lo que hemos de hacer, sino de la forma como lo hemos de hacer. Pues la Palabra de Dios no sólo se pronuncia sobre nosotros, sino que además el Señor va delante de nosotros como Aquel que no se quedó en enseñarnos el camino de la perfección con los labios, sino con el ejemplo de su vida misma. Por eso, los que entramos en comunión de vida con Él, conducidos por su Espíritu Santo, vamos viviendo, con todo el compromiso que dimana de Él, el Evangelio que Dios ha querido confiarnos no sólo para nuestra salvación, sino para la salvación de la humanidad entera.
Nosotros debemos ser un auténtico testimonio en el mundo de Aquel que es la Verdad. El Evangelio llevado a la práctica no sólo nos hace actuar conforme a las enseñanzas de Cristo, sino que nos hace ser un signo en el mundo de su presencia salvadora. La Iglesia, Esposa del Cordero inmaculado, es la Palabra encarnada en las diversas culturas, que hoy sigue pronunciando Dios a favor de todos los hombres. Por eso debemos siempre estar abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo. Quien ha recibido el Don del Espíritu Santo, pero continúa siendo esclavo de la maldad, o sigue destruyendo a su prójimo, está demostrando, con esas actitudes contrarias al Espíritu de Dios, que finalmente ha apagado la voz del Señor en su propio interior. Seamos una Iglesia testigo de Cristo desde la propia vida. No nos conformemos con anunciarlo a los demás con palabras elocuentes y discursos bien armados, que si bien es bueno hacerlo, sin embargo es necesario que el anuncio del Evangelio nazca del Espíritu Santo y no de nosotros. Pongámonos humildemente como siervos del Evangelio, con lo que somos, con nuestros recursos, con nuestra mejor preparación; pero que sea el Espíritu Santo el que haga la obra de salvación en nosotros y en los demás. Entonces, junto con Pablo diremos: No nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber convertirnos en verdaderos evangelizadores de nuestro mundo, desde una auténtica docilidad al Espíritu Santo en nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).