domingo, 5 de junio de 2011

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de tod

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de todos.

Hechos 18, 9-18: 9El Señor dijo por la noche a Pablo en una visión: No temas, sigue hablando y no calles, 10que yo estoy contigo y nadie se te acercará para dañarte; porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. 11Permaneció allí un año y seis meses enseñando entre ellos la palabra de Dios.
12Era Galión procónsul de Acaya cuando los judíos se amotinaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal, 13diciendo: Este induce a los hombres a dar culto a Dios al margen de la Ley. 14Cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de un delito o de un grave crimen, ¡oh judíos!, sería razonable que os atendiera, 15pero si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, resolvedlo vosotros; yo no quiero ser juez de tales asuntos. 16Y los expulsó del tribunal. 17Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearle delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a Galión.
18Después de permanecer allí bastante tiempo, Pablo se despidió de los hermanos y embarcó hacia Siria. Iban con él Priscila y Aquila, que se había rapado la cabeza en Cencreas porque había hecho un voto.

Salmo responsorial: 47/46, 2-3.4-5.6-7: El Señor es rey de todas las cosas. / 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.
4Él nos somete los pueblos / y nos sojuzga las naciones; / 5Él nos escogió por heredad suya: / gloria de Jacob, su amado.
6Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / 7tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro rey, tocad.

Evangelio según san Juan 16, 20-23: “Jesús siguió diciendo a sus discípulos: vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Recordad: La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, porque la inunda la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada.”

Comentario: 1. Después de Filipos y de Atenas fue Corinto la tercera ciudad de Europa que recibió el Evangelio. Una vez más Pablo será citado ante la Justicia, acusado de ser un perturbador. -Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo." Cuando se leen las Epístolas de san Pablo se las encuentra siempre llenas de la presencia de Jesús. Su nombre está tres o cuatro veces en cada página. ¡No era simplemente una "manera de hablar"! Pablo y Jesús vivían juntamente. Continuamente se comunicaban uno al otro. ¡Una oración incesante, dirá un día! (Rm 1,9). Los primeros cristianos estaban convencidos de la Presencia de Cristo y esto constituía su fuerza. En las dificultades cotidianas se agarraban a esta certeza. «¡No temas!» «¡estoy contigo!» Danos también, Señor, esta seguridad.
-Siendo Galión procónsul, los judíos se sublevaron contra Pablo, decían: «Persuade a la gente para que adore a Dios de un modo extraño a la Ley...» Este procónsul era hermano de Séneca. Gobernó en Acaya el año 52. Es un punto de referencia histórica para la cronología. Unos de esos detalles en los que la historia de la Iglesia empalma con la gran historia del Imperio romano. Una Iglesia en el tiempo, en el mundo, en medio de políticas y de gobiernos. En ese invierno del año 52, Pablo queda bloqueado a causa de la estación rigurosa y no puede seguir navegando. En Corinto funda una comunidad vigorosa y bulliciosa. Retenido en Corinto, recibe noticias de las dos últimas comunidades fundadas -la de Tesalónica y la de Filipos-. Les dicta dos cartas para fortalecerlos en su fe. Son los primeros escritos del Nuevo Testamento, veintidós años después de la resurrección: Epístolas a los Tesalonicenses.
-Pablo permanece en Corinto un año y seis meses, enseñando entre los corintios la palabra de Dios. Es preciso tratar de imaginar esa pequeña comunidad naciente, en sus comienzos, durante ese primer año de existencia. Pablo está allí, él, el apóstol. Y Pablo proclama la Palabra de Dios. Y Jesucristo está allí, presente en sus eucaristías. El cristianismo no puede vivirse aisladamente. Desde el principio, instintivamente, los cristianos se organizaron en pequeños grupos que se reunían en torno al evangelio y a la partición del Pan y del Vino. En Corinto, ciudad pagana, no había un lugar destinado al culto cristiano. Las ceremonias cultuales eran todas ellas destinadas a sus dioses: Atenea, Zeus, Dionisos y otros. Los cristianos se reunían en la casa de alguno de ellos. Sin duda en casa de Priscila y Aquila, un matrimonio fabricante de tiendas, como Pablo. Ayúdanos, Señor, a saber profundizar y comentar entre nosotros el evangelio.
San Juan Crisóstomo nos dice: «Mas en la cura de alma no hay que pensar en nada de eso –medios violentos–; aparte del ejemplo, no se da otro medio ni camino de salvación sino la enseñanza por la palabra. Este es el instrumento, éste es el alimento, éste el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles. Con la palabra levantamos al alma caída y desinflamos a la hinchada, y cortamos lo superfluo, y suplimos lo defectuoso, y realizamos, en fin, toda otra operación conveniente para la salud de las almas».
-Algún tiempo después, Pablo se embarcó, rumbo a Siria acompañado de Priscila y Aquila. Ha nacido una nueva comunidad. Pablo marcha a otra parte. En cuanto juzga que pueden prescindir de él se va con vistas a otra fundación, dejando la responsabilidad a unos «ancianos» -presbíteros- a quienes ha nombrado cabeza de grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables (Noel Quesson).
También hoy puede Dios decirnos: «muchos de esta ciudad son pueblo mío». A pesar de la mala fama de Corinto, Dios espera que muchos se conviertan, porque están destinados a la vida. ¿Tenemos derecho a desconfiar nosotros, o desanimarnos, porque nos parece que nuestra sociedad está paganizada sin remedio? ¿no estarán destinados a ser pueblo de Dios tantos jóvenes a quienes vemos desconcertados en la vida, o tantas personas que parecen sumergidas irremediablemente en los intereses materialistas del mundo de hoy? Cada uno de nosotros, tanto si somos pastores como simples cristianos, pero interesados en que la fe en Cristo vaya calando más en la sociedad y que su Pascua renueve este mundo, deberíamos sentirnos estimulados a no tener miedo, a confiar en las personas, a trabajar con ilusión renovada, porque seguro que Dios quiere la salvación de «esta ciudad» donde vivimos, por muchos que sean los fracasos que podamos estar experimentando. «Muchos de esta ciudad son pueblo mío», aunque no lo parezca a primera vista, o aunque nos hayan dado ya más de un disgusto por su apatía y su poca respuesta. Peor que las persecuciones exteriores -como la que le vino a Pablo en el curioso episodio de hoy ante el procónsul Galión- son las interiores: los temores y cansancios que podemos sentir cuando no vemos resultados en nuestro trabajo. ¿Quiénes somos nosotros para «dimitir» de nuestro empeño, cuando vemos que Dios tiene paciencia y sigue depositando su esperanza en personas a las que nosotros ya les hemos retirado todo voto de confianza? (J. Aldazábal).
Un santo apóstol en el siglo V solía repetir: Yo me encuentro bien cuando disfruto de la armonía de cuerpo y espíritu, cuando despierto en la mañana y conecto con la energía de los cielos, cuando a la luminosidad del sol sumo la de mi alma abierta a los demás, cuando al brillo del fuego añado el calor de mi amor a la verdad, cuando a la rapidez del viento asocio el dinamismo de mi espíritu hacia Dios, cuando asemejo a la estabilidad de la tierra la serenidad de mi espíritu ecuánime, cuando accedo a la profundidad del mar y a la profundidad de mi propia alma, cuando me muestro abierto a la comunicación sincera con los hombres y con Dios. Hoy en la liturgia tenemos oportunidad de acercarnos a esa experiencia de equilibrio humano-divino, y a la de su desequilibrio en el vivir y pensar humano. Es la experiencia que vive san Pablo cuando, una noche cargada de duros presagios, añorando la paz, se siente turbado y escucha la voz animadora del Señor: no temas, Pablo, sigue adelante, no te calles, predica, que estoy contigo. Pablo es ahí el hombre de bien, servidor de Dios, de los hombres, de la palabra de verdad, que, hallándose dispuesto a servir y amar, siente en sus espaldas el látigo de la persecución. Y es también la experiencia de los discípulos de Jesús. Éstos, atemorizados y tristes porque el Señor se va a lo alto del cielo y los deja en la tierra sin su protección, tiemblan; pero son consolados con esta promesa de Jesús: volveré a vosotros y se alegrará de nuevo vuestro corazón. ¡Cuánto les faltaba todavía para alcanzar el equilibrio que adquirirán en su vida y acción postpentecostal! ¿No estamos también nosotros necesitados de escuchar palabras de animación y consuelo en medio de las dificultades con que tropieza nuestro deseo de santidad y de ser auténticos evangelizadores? Danos, Señor, espíritu de discípulos en la escuela de la verdad, del amor, del servicio, de la predicación del Reino, de la defensa de la justicia y de la igualdad entre los hombres. Danos entrañas de misericordia, de comprensión, de gratitud. Danos luz para no cerrarnos cada mañana a la luz que es Cristo. Amén.
2. "El Señor, el Altísimo, es rey grande sobre toda la tierra" (ver también el comentario al día de la Ascensión). Dios, Rey y soberano de todo lo creado, nos ha manifestado su amor levantándose victorioso sobre los pueblos que habitaban la tierra, y la entregó a la descendencia de Abraham y los Patriarcas, como herencia suya. A nosotros nos manifestó su poder y su soberanía cuando, por medio de su Hijo se levantó victorioso sobre aquel que nos retenía bajo su dominio, el Maligno, y nos rescató para que, hechos hijos de Dios, entremos a poseer los bienes definitivos en la Patria celestial. Cristo Jesús no sólo asciende hasta su trono; nos lleva junto con Él para que seamos coherederos de su Gloria. Por eso aclamemos al Señor, llenos de gozo. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Invitamos con el salmista a todos los pueblos a alabar al Señor, a batir palmas, a que lo aclamen con gritos de júbilo. «Porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones; Él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob su amado».
3. Al evocar la imagen de la mujer parturienta para describir el sufrimiento que espera a los discípulos, el Evangelio les enseña a reconocer en ellos el signo de la venida de los últimos tiempos. En la Escritura, en efecto, los dolores del parto caracterizan un castigo terrible (Gen 3,16; Jer 4,31; 6,24;13,21). Sin embargo, son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al mundo. La revolución que se va a producir será el paso del dolor del alumbramiento escatológico (Is 66,7-15; Miq 4,9-10). Inherentes a su condición humana y terrestre, los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica (Rom 8,14-22; Ap 12,1-6), al menos si permanece fiel a la vez a su vocación escatológica y a su condición humana. La mujer del v. 16 es mencionada al mismo tiempo que la hora. Ahora bien, dato curioso, cada vez que una mujer madre es mencionada en San Juan es asociada a este tema de la hora (Jn 2, 4; 16, 21; 19, 25-27), a excepción del episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Es posible pensar que Juan elabora con este procedimiento una misteriosa alegoría. Juan afirma, pues, que la hora de la mujer madre es la misma que la hora de Jesús, la de su muerte y la de su resurrección. Así, pues, el nacimiento de Jesús a una vida nueva es obra de una mujer, su madre, cuya alegría es grande por haber dado este hombre al mundo. Juan piensa, ante todo, en Eva, que "consiguió un hombre" (Gén 4, 1) cuando el nacimiento de su hijo. Piensa también en la propia Madre de Jesús (Jn 19, 25-27) que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el momento en que Jesús nace a la nueva vida. Imagen de la Iglesia que da a luz a la nueva humanidad a través de los dolores escatológicos (cf. Is 66, 7-8, de donde Jesús toma el v. 22b: "vuestro corazón se alegrará", e Is 26, 17-21, de donde Jesús toma la expresión "poco tiempo"). Lo mismo que Eva trajo al mundo a la nueva humanidad, la mujer-Iglesia va a traer al mundo a la nueva humanidad, comenzando por Jesús resucitado en los dolores de María.
¿Cómo el sufrimiento, tan aniquilador, puede ser alumbramiento del Reino? Sería falso creer que Dios se sirve deliberadamente del sufrimiento como de una etapa a través de la cual preparase la instauración de su Reino. Dios permite el sufrimiento -simplemente porque quiere criaturas libres y comprometidas en el cosmos-, pero no lo quiere. No es Él quien ha inventado el sufrimiento porque sea la etapa necesaria que inaugura su Reino. ¿Cómo puede entonces un sufrimiento engendrar este Reino? Parece ciertamente que se deba a la llamada de la profundidad del ser que el dolor provoca. En efecto, el sufrimiento suscita un por qué que puede llevar a la negación y a la rebeldía, pero que descubre a aquel que sufre un poder de abstraerse de su sufrimiento para aceptarlo y apreciarlo. En esta profundidad de la persona, el yo descubre que su libertad es salvable, que puede vivir su sufrimiento aceptando tomar la mano que se le tiende, la del único mediador que da un sentido a todo, incluso a aquello que Él no ha querido (Maertens-Frisque).
Jesús dijo esto la víspera de morir. Nos imaginamos muy bien la tristeza de los discípulos en la ausencia de Jesús, por su muerte. La comunidad se encuentra en el mundo sin el apoyo externo de Jesús, expuesta a los ataques, la tristeza, las acusaciones y el desconcierto. El evangelista contempla, con una sola mirada, la situación de los discípulos en la muerte de Jesús y la situación de los cristianos de todos los tiempos. Nos encontramos con ese fenómeno singular de la alegría del mundo incrédulo. Frente a la fe, el mundo muestra ese sentimiento de superioridad, que le hace mirarla con desprecio, por encima del hombro y equipararla poco más o menos, con la estupidez o la falta de luces. "Pero vuestra tristeza se convertirá en alegría" "Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor" (20,20).
-Sí, en verdad os digo: vosotros lloraréis y gemiréis... y el mundo se alegrará... No olvidemos que Jesús dijo esto la víspera de morir. De hecho nos imaginamos muy bien la aflicción de los discípulos, mientras que los enemigos que decidieron y lograron su muerte... se gozarán en el triunfo aparente.
-Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Fue verdad entonces. Imaginemos la alegría de Pascua que se difundió de discípulo a discípulo: "Ha resucitado... ha resucitado... le han visto... vive..." Es verdad hoy... ¿Tengo yo la experiencia del paso de la aflicción a la alegría, a partir de Jesús? Estar "bajo de moral", desanimado, rebasado por los acontecimientos, incapaz de encontrar humanamente una solución, bloqueado por el propio pecado o el de los demás, aplastado por una enfermedad... Ponerse, sin saber por qué, a rezar... Ir a un lugar silencioso y hablar a Jesús... Tomar el evangelio y leer con calma, la primera página que se nos presenta... Ir a ver a un amigo y hablar... Ir a encontrar a un sacerdote y confesarse... Y he aquí que a veces ¡la "tristeza se cambia en gozo"! Sucede también que nada ha cambiado en las circunstancias externas -el mal o la desgracia subsisten, desgraciadamente- y sin embargo, la tristeza se ha cambiado en gozo. Gracias, Señor. Concede esta alegría a todos los que están en la tristeza: una alegría conquistada, una alegría que sigue a la pena, una alegría que, misteriosamente, como una fuente, rezuma en tierra árida.
-La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque llega su hora. Pero cuando su hijo ha nacido, ya no se acuerda de la tribulación por el gozo que tiene de haber dado un hombre al mundo. Una de las parábolas más cortas... Una de las más emotivas observaciones de Jesús. Un "hecho de vida" real tan a menudo observable... y que Jesús interpreta como un símbolo profundamente evocador. Una actitud vital. Una certeza divina. Un acceso al problema del mal: ¿por qué hay sufrimiento? Para ti, Señor, los sufrimientos de aquí abajo no son sufrimientos de agonía -que conducen a la muerte-... son sufrimientos de alumbramiento -que conducen a la vida-... Una visión nueva de las cosas. Un optimismo invencible; el dolor mismo no se pone entre paréntesis, se sublima. Todo sufrimiento, dice Jesús, es fecundo. Sí, ¡esto es lo que has prometido a tus discípulos, Señor! Un "alumbramiento" se está produciendo en el corazón de la historia: un "hombre nuevo" está naciendo. ¿Participo yo en esto? ¿He asumido en mi vida el símbolo de la cruz? ¿Qué calidad tiene mi alegría? ¿Qué es lo que hago con mis sufrimientos? ¿Qué es lo que hago "venir al mundo"?
-Vosotros también ahora estáis tristes. Pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría. En aquel día no me preguntaréis nada... Son éstas unas de las últimas palabras humanas que Jesús dijo a sus amigos. Dentro de algunos segundos (Jn 17, 11) Jesús se pondrá a hablar a su Padre. Lo hombres seguirán orando... pero es a Dios a quien Jesús dirigirá las últimas palabras que ha de decir antes de que llegue Judas y su banda, armada con espadas y palos. Al final de su vida, lo que comunica Jesús a sus amigos ¡es la alegría! Jesús; repíteme esto. Y que nadie me arrebate esta alegría que Tú me has dado. Gracias, Señor (Noel Quesson).
La tristeza de los discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría, aunque ellos todavía no entiendan cómo. Nosotros, leyéndolo desde la perspectiva de la Pascua, sí que conocemos que la resurrección de Jesús llenará de alegría a la primera comunidad. Precisamente hemos estado leyendo la historia de esta comunidad en el libro de los Hechos: una historia invadida de dinámica energía. Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegría para sus seguidores: «cuando da a luz… ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre». Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva a la humanidad.
Si la alegría es un fruto característico de la Pascua que estamos celebrando, podemos preguntarnos cómo estamos de alegría interior en nuestra vida. ¿Es una asignatura aprobada o suspendida en nuestra comunidad?, ¿de veras creemos nosotros mismos la Buena Noticia de la Pascua del Señor?, ¿es ése el motor que nos mueve en nuestra vida cristiana?, ¿o vivimos resignados, indolentes, desalentados, apáticos?, ¿se nota que hace seis semanas que estamos celebrando y viviendo la Pascua? También tendríamos que recordar qué clase de alegría nos propone Jesús: la misma que la de Él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio. Nosotros queremos alegría a corto plazo. O alegría sin esfuerzo. Y nada válido se consigue, ni en el orden humano ni en el cristiano, sin esfuerzo, y muchas veces sin dolor y cruz. Ojalá se pueda decir de nosotros, ahora que estamos terminando la vivencia de la Pascua, que «se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (J. Aldazábal). «Levanta nuestros corazones hacia el Salvador que está sentado a tu derecha» (oración).
Ya lo dice la sevillana: "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va". No le resulta sencillo a Jesús conseguir que los discípulos superen la tristeza después de haberles anunciado su marcha. No se diferenciaba mucho de nosotros, a quienes tanto nos cuesta superar los momentos difíciles. Pareciera que los esculpimos en granito, cuando lo que debiéramos sellar sobre piedra son los momentos de alegría y plenitud, reservando para la orilla de la playa aquellos momentos peores. Con la segunda ola todo quedará borrado. Cada vez que observo por la televisión el rostro de un palestino o un israelí tocado por la muerte o la destrucción adivino en sus ojos que acaban de esculpir en la roca de su corazón un odio eterno al enemigo. Nada más elocuente que ver a un niño sin alegría, sin sonrisa, sin vida en los ojos, lanzando una piedra contra un tanque. No encontraremos persona más alegre que un cristiano que vive a tope su vocación de entrega a los demás. Así la debió vivir san Juan de Ávila. Un estupendo ejemplo para todos los ministros ordenados. Aprendamos de la mujer-madre: en ella concurren sucesivamente tristeza-dolor y triunfante alegría, porque el don de la maternidad es muy grande; pues así también nosotros, hijos de Dios, discípulos de Cristo, caminaremos de la prueba-sufrimiento-tristeza hacia la alegría-consuelo-fecundidad del gozo en el Espíritu.
«Con tu Sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10; ant. entrada). Y pedimos en la Colecta: «Escucha Señor nuestras súplicas, para que la predicación del Evangelio extienda por todo el mundo la prometida salvación de tu Hijo y todos los hombres alcancen la adopción filial que Él anunció dando testimonio de la verdad». En Él todo lo tenemos. Por lo tanto no tenemos razón para la tristeza, sino para una gran alegría en el Señor. Así dice San Gregorio Nacianceno: «Vengamos a ser como Cristo, ya que Cristo es como nosotros. Lleguemos a ser dioses por Él, ya que Él es hombre por nosotros. Él ha tomado lo que es inferior para darnos lo que es superior. Se ha hecho pobre, para que su pobreza nos enriquezca (2 Cor 8,9); ha tomado forma de esclavo (Flp 2,7) para que nosotros recobremos la libertad (Rom 8,21); se ha bajado para alzarnos a nosotros; aceptó la tentación para hacernos vencedores; ha sido deshonrado para glorificarnos; murió para salvarnos y subió al cielo para unirnos a su séquito, a nosotros, que estábamos derribados a causa del pecado».
“Comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les ha dicho. Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!... Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna. Todo nos lleva a vivir de oración” (Joaquim Font). Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos». El ser humano necesita reír para la salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in bonum!».
“Ha llegado la hora de Jesús. De su costado herido nacerá la Iglesia. Y su alegría será plena porque volverá a Aquel que le envió, llevando consigo a todos los redimidos mediante su Misterio Pascual. Nosotros no tenemos ya motivos para estar tristes. El Señor habita en nosotros. Él va con nosotros, que estamos llamados a dar a luz continuamente a una nueva humanidad, libre del pecado y de la muerte. Quien contemple a la Iglesia de Cristo lo contemplará a Él y experimentará el amor que Dios siente por todas sus criaturas. Entonces no seremos motivo de tristeza ni de angustia para nadie, sino de alegría y de paz para todos. Entonces no preguntaremos dónde está Dios, pues Él estará y caminará con nosotros; y desde nosotros estará y caminará con toda la humanidad, hasta que juntos volvamos como hijos a la Casa de nuestro Dios y Padre. Hay muchos momentos angustiantes que hemos pasado al trabajar por Cristo y su Evangelio. El Señor nos reúne para hacernos saber que Él va delante de nosotros. Él bebió primero el cáliz de la amargura, de la traición, del amor manifestado hasta el extremo. Hoy lo contemplamos clavado en una cruz, en su hora, la de hacernos surgir como hijos de Dios, reconciliados con Él mediante su Cuerpo, entregado por nosotros; y su Sangre, derramada para el perdón de nuestros pecados. Pero lo contemplamos lleno de Gloria, elevado y atrayendo todo hacia Él para que, junto con Él, vivamos eternamente a la diestra del Padre Dios. Él camina con su Iglesia; y en medio de nuestras tribulaciones, sufridas a causa de creer y de dar testimonio de Él, Él nos llena de gozo al permitirnos entrar en comunión con su Vida y con su Misterio Pascual. Reunidos en su Nombre, Él cumple su promesa de estar en medio de nosotros como nuestro Dios y Señor, como nuestra alegría y nuestra paz. Llenémonos de gozo y de confianza por este amor tan grande que Él nos sigue teniendo. Tengamos confianza; el Señor va con nosotros. Él quiere que surja una humanidad nueva donde haya menos dolor, menos pobreza, menos tristeza, menos angustia, menos explotación de los desvalidos, menos injusticias sociales, menos vicios que minen la salud de las personas y la paz familiar. El Señor nos ha enviado para que generemos una auténtica alegría cristiana. Pero dar a luz a ese hombre nuevo nos costará grandes sufrimientos, persecuciones, incomprensiones. Todo cuesta en la vida; nada se nos da gratis; nada se logra sin morir a uno mismo. El Señor nos quiere fuertes, valientes, seguros, confiados en Él y caminando tras sus huellas. No podemos vivir de un modo egoísta, esperando disfrutar de un mundo nuevo contemplando desde el balcón de nuestra vida el sudor y la entrega de los demás. Quienes creemos en Cristo debemos ser los primeros en trabajar por el bien de todos, de tal forma que el Señor nos conceda colaborar ardientemente en la construcción de su Reino, que debe iniciarse ya desde ahora entre nosotros. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir totalmente comprometido en el amor a Dios y en el amor al prójimo, buscando el bien de todos hasta lograr que todo sea recapitulado en Cristo, para gloria de Dios Padre. Amén” (www.homiliacatolica.com).

jueves, 2 de junio de 2011

JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en a

JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en alegrías.

Hechos de los apóstoles 18, 1-8: “Tras los sucesos ya contados en Atenas, Pablo se retiró de allí y marchó a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario de Ponto, recientemente llegado de Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos, y, como era del mismo oficio que ellos -fabricantes de lonas- se quedó en su casa. Los sábados disputaban en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos.
5Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó por entero a la predicación de la palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Cristo. 6Como se le oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: ¡Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza! Yo soy inocente. Desde ahora me dirigiré a los gentiles. 7Salió de allí y entró donde vivía un prosélito llamado Tito Justo, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. 8Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Y muchos corintios creían al oír a Pablo y recibían el bautismo.Y Pablo testificaba a los judíos que Jesús era el Mesías, y éstos se resistían y blasfemaban...”

Salmo responsorial: 97, 1.2-3ab.3cd-4: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad».

Evangelio según san Juan 16, 16-20: “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. Sus discípulos se decían unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Dentro de un poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver, y que voy al Padre? Decían pues: ¿Qué es esto que dice: Dentro de un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle y les dijo: Intentáis averiguar entre vosotros acerca de lo que he dicho: dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”

Comentario: 1. Se ha llamado este libro de Lucas el Evangelio del Espíritu Santo: “la utilidad de este libro no es menor que la del Evangelio. Brilla en las cimas de la más alta sabiduría y en las más puras enseñanzas. Ofrece el relato de los milagros, muy numerosos, realizados por el Espíritu Santo. Contiene el cumplimiento de las profecías de Jesucristo consignadas en el Evangelio, la verdad justificada con la luz de los más solemnes testimonios y la transformación de los Apóstoles en hombres perfectos, extraordinarios, por la fuerza del Espíritu derramada sobre ellos. Todos los anuncios y promesas de Jesucristo a sus discípulos… encuentran razón cumplida en este admirable libro. Aquí veréis a los Apóstoles recorrer naciones y surcar mares con el celo impetuoso de aves veloces. Estos galileos, hasta hace poco tan pusilánimes y toscos, aparecen cambiados en hombres nuevos que desprecian las riquezas y los honores, las llamas de la cólera y la codicia de los sentidos, porque han sido hechos superiores a toda pasión” (san Juan Crisóstomo).
Corinto era una ciudad muy movida, de ambiente romano, capital de la provincia de Acaya, activa en su comercio, de mala fama por sus costumbres. Aquí va a estar Pablo un año y medio (entre los años 49 y 51), fundando una comunidad cristiana a la que luego escribirá dos cartas. El pasaje nos da detalles muy expresivos del estilo evangelizador de Pablo: cosecha éxitos y fracasos a la vez. Nos dice S. Cirilo de Jerusalén: «No nos avergoncemos de la cruz del Salvador, antes bien gloriémonos en ella, porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para nosotros, salvación. Y, ciertamente, para aquellos que están en vías de perdición es necedad; mas para nosotros, que estamos en el camino de la salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios hecho hombre... Si alguno no cree en la virtud de Cristo crucificado, pregunte a los demonios, y si no le convencen las palabras, que mire a los hechos. Muchos han sido los crucificados en el mundo, pero a ninguno de ellos temen los demonios; en cambio, solamente con ver la Cruz de nuestro Salvador, los demonios se echan a temblar; porque aquéllos murieron por sus propios pecados, mas Él, por los de los demás» (Catequesis 13).
Los judíos le rechazan, salvedad hecha de Crispo, el jefe de la sinagoga. Unos cuantos paganos van convirtiéndose y constituirán el primer núcleo de la comunidad. “El Dios que te ha creado sin contar contigo no te salvará sin ti”. Es una frase de los primeros siglos que nos atestigua la importancia que tiene para Dios la libertad que nos ha concedido. Por eso Él nunca se impone, se propone. No se le puede demostrar, sino mostrar... llega hasta ahí y no quiere dar un paso más. Está a las puertas de nuestra vida, pero hace falta que libremente lo acojamos. ¡Cuánto nos cuesta aceptar y respetar la libertad del otro! Sobre todo cuando vemos que la está ejerciendo en contra de sí mismo. Pablo nos enseña cuáles son las actitudes que debemos vivir en esas situaciones: no el rencor, el llevar cuenta, el enfado, o la despreocupación por el otro: “allá se las entienda”; “peor para él”, sino la mano pacientemente ofrecida, mantenida para que pueda ser asida. Una paciencia que tiene como fundamento un amor sin condiciones, que asume y respeta la libertad del otro y que se sigue poniendo “a tiro”. Sólo así seremos signos, sacramentos, mediaciones de nuestro buen Padre Dios para nuestros hermanos.
2. El salmo de hoy, comenta Juan Pablo II, “se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (cf v. 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva... se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf v. 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (cf v. 3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv. 2-3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora... En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (1, 17), «se ha manifestado» (3, 21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Elevemos al Señor, Dios y Padre nuestro, un cántico nuevo nacido de la boca de quienes hemos sido renovados en Cristo. Alabemos al Señor con nuestras obras, pues con ellas estamos indicando que en verdad somos sus hijos. Dios se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. En Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro, ha sido vencida la antigua serpiente o Satanás. Pero aun cuando el mal ha sido vencido, mientras caminamos por este mundo, somos blanco de las tentaciones nacidas incluso de nuestra propia concupiscencia. Por eso debemos confiar siempre nuestra vida en Dios, para que la Victoria de su Hijo sea nuestra, y para que su Espíritu Santo nos fortalezca, y podamos convertirnos en una continua alabanza de su Santo Nombre, en lugar de denigrar el Nombre Divino con una vida pecaminosa. Que la tierra entera contemple la victoria de nuestro Dios desde una Iglesia que, consciente de estar formada por pecadores, vive en una constante conversión hasta llegar a su perfección en Cristo Jesús.
3. ¡Qué amor tan grande nos ha tenido el Señor! Cercano ya a entregar su vida por nosotros, deja de pensar en sí mismo y piensa en el sufrimiento que padecerán los suyos por su ausencia, y trata de darles consuelo, con palabras que despierten en ellos la confianza. Ahora Él está físicamente con ellos. Ellos se han sentido amados, comprendidos, apoyados en todo. Pero en los momentos en que todo se torna en una noche oscura, cuando Dios parece quedarse callado ante el dolor y el abandono, es necesario seguir creyendo que Dios ni se ha equivocado en sus planes, ni ha dejado de amarnos, ni se ha alejado de nuestra vida. Una vez cumplida su Misión como Enviado del Padre, volverá, no sólo como resucitado para poderlo ver en algunos momentos de revelación especial, sino para habitar en nuestro propio interior, identificándose con nosotros, de tal forma que el mundo lo siga contemplando desde su Iglesia, la cual continúa en el mundo la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo. Alegrémonos por esta presencia del Señor entre nosotros y vivamos con responsabilidad la parte que nos corresponde, conforme a la gracia recibida, para manifestarlo a la humanidad con todo su poder salvador.
El Señor permanece en su Iglesia; y Él sigue hablándonos por medio de su Palabra, y continúa llevándonos a la verdad plena por obra de su Espíritu Santo que habita en nosotros. Él sigue engendrando a los hijos de Dios, continúa santificándolos, perdonándolos, salvándolos por medio de las diversa acciones litúrgicas de su Iglesia. De un modo especial Él se convierte en nuestro alimento en la Eucaristía, Pan de vida eterna. Él nos une como hermanos en el amor fraterno, en torno a nuestro único Dios y Padre. Cristo Jesús sigue presente no sólo entre nosotros; Él no está cercano a nosotros; Él está dentro de nosotros mismos haciéndonos uno con Él para que, junto con Él, podamos participar algún día de los bienes eternos. Entrar en comunión de Vida con Él en la Eucaristía es iniciar, ya desde ahora, el gozo de esos bienes eternos. Vivamos, por tanto, conforme al Don recibido de Dios.
El Señor se ha hecho cercano a todos. Nosotros somos los responsables de hacerlo cercano al mundo entero, pues por nuestro medio Dios asegura, por voluntad suya, su presencia salvadora entre nosotros. En medio de un mundo que ha sido deslumbrado por lo pasajero, por el egoísmo, por las injusticias; ahí donde el mal ejemplo de quienes estando en el poder, actuando de un modo equivocado, han generado una mayor y cada vez más creciente corrupción; ahí donde se ha perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal, quienes caminamos con humildad y lealtad tras las huellas de Cristo, no podemos vivir como unos separados del mundo para evitar contaminarnos de su mal y de su pecado. A nosotros nos corresponde acercarnos con la madurez que nos viene del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y guía nuestros pasos por el camino del bien, para servir de luz, de camino seguro, de orientación para aquellos que se han dejado dominar por el pecado y por el egoísmo. Ojalá y el mundo contemple a Cristo desde la vida de la Iglesia, llena de amor, de misericordia, de generosidad, de entrega, de lucha por la paz y por la auténtica liberación de todos los males que aquejan a buena parte de la humanidad. Si queremos construir un mundo más justo y más fraterno, vayamos tras las huellas de Cristo, nuestra paz verdadera. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un signo del amor salvador del Señor para nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).
Este jueves de la semana sexta de Pascua ha sido durante mucho tiempo el día en que celebrábamos la fiesta de la Ascensión, que ahora se ha trasladado al próximo domingo. Con todo, el tono de la lectura evangélica está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena. Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me veréis», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volveréis a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor. Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con lineas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.
Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol. Si supiéramos que «dentro de otro poquito» ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real. También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona -sea Cristo mismo, o nosotros- tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor. Nos gustaría una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que «no vemos», y otros en que «volvemos a ver». Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veía la presencia del Padre en su vida: «¿por qué me has abandonado?» Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espiritu están presentes y activos, aunque no les veamos. La Eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos «desalentarnos», o sea, perder el aliento: «Espiritu» en griego («Pneuma») significa precisamente «Aliento» (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «Oh Dios, que nos haces partícipes de la redención, concédenos vivir siempre la alegría de la resurrección de su Hijo». Jesús está con nosotros todos los días, y nos dice el Señor: “Estáis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”, todo tendrá un sentido de bien. Comenta San Agustín: «Para los discípulos era esto oscuro entonces, y después quedó aclarado; para nosotros es ya cosa clara: después de algún tiempo padeció y dejaron de verle; después de otro poco de tiempo resucitó y le vieron de nuevo... “El mundo se alegrará, pero vosotros os contristaréis”: esto puede tomarse en el sentido de que los discípulos se contristaron por la muerte del Señor e inmediatamente se alegraron con su resurrección; el mundo en cambio, bajo cuyo nombre quiso significar a sus enemigos que le crucificaron, se gozó de la muerte de Jesucristo precisamente cuando los discípulos se contristaron. Por mundo puede entenderse la malicia de este mundo, o sea, los amigos de este mundo, según dice el Apóstol Santiago: “El que quiera ser amigo de este siglo, se hace enemigo de Dios” (4,4), por cuya enemistad no perdonó ni a su Hijo unigénito». Los cristianos del siglo XXI sentimos la misma urgencia que los cristianos del primer siglo. Queremos ver a Jesús, necesitamos experimentar su presencia en medio de nosotros, para reforzar nuestra fe, esperanza y caridad. Por esto, nos provoca tristeza pensar que Él no esté entre nosotros, que no podamos sentir y tocar su presencia, sentir y escuchar su palabra. Pero esta tristeza se transforma en alegría profunda cuando experimentamos su presencia segura entre nosotros. Esta presencia, así nos lo recordaba Juan Pablo II en su Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, se concreta —específicamente— en la Eucaristía: «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: ‘He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20). (...) La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, “misterio de luz”. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24,31)». Pidamos a Dios una fe profunda, una inquietud constante que se sacie en la fuente eucarística, escuchando y entendiendo la Palabra de Dios; comiendo y saciando nuestra hambre en el Cuerpo de Cristo. Que el Espíritu Santo llene de luz nuestra búsqueda de Dios (Joan Pere Pulido). “Me voy al Padre”, dice Jesús. Y alguien comenta. “Hoy, Jesús, más que la muerte, / temo, Señor, tu partida / y quiero perder la vida / mil veces más que perderte, / pues la inmortal que Tú das / sé que alcanzarla no puedo / cuando yo sin ti me quedo, / cuando Tú sin mí te vas”. Jesús se queda en presencia de amor. Los que se aman pueden estar distantes a la vez que llevan en sí una presencia de los amados, muy real y unitiva. Viven compenetrados y participan de los sucesos, dolorosos o gozosos, que acontece a cada uno de ellos, interior o exteriormente y están seguros de la fidelidad mútua, dentro de su misma libertad. Esta presencia enamorada puede explicarnos la presencia de Cristo con nosotros. Jesús está en el Padre, y está también presente en la Eucaristía, Cuerpo y Sangre entregados, ofrenda y don suyo, anticipación de su muerte por el mundo, la prueba mayor del amor entregado. Vive en nosotros, su presencia alienta en nosotros: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Está también presente en la Iglesia, nacida de la Eucaristía y alimentada por ella, y de esa presencia deviene su fecundidad..

miércoles, 1 de junio de 2011

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propa

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propagar como vemos que hace san Pablo.

Hch 17,15.22-18,1: 15Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se uniesen con él cuanto antes. 22Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie23pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. 24El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, 25ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. 26Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, 27para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, 28ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje.
29Si somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. 30Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se conviertan, 31puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
32Cuando oyeron «resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos sobre esto en otra ocasión. 33De este modo salió Pablo de en medio de ellos. 34Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Dámaris, y algunos otros.
18,1Después de esto se fue de Atenas y llegó a Corinto.

Salmo responsorial: 148,1-2.11-12ab.12c-14a.14bcd: Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
«Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos. Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime. Su majestad sobre el cielo y la tierra. Él aumenta el vigor de su pueblo. Alabanza de todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido».

Jn 16, 12-15 (se lee también en la Solemnidad de la Santísima Trinidad): “Jesús siguió hablando a sus discípulos:
Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena, pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.

Comentario: 1. Atenas significa mucho en la antigüedad, más allá de su medio millón de habitantes, esa ciudad en la que los esclavos y los pobres constituyen los dos tercios de la población, es la ciudad cosmopolita en la que se mezclan y se enfrentan todas las razas, centro de la cultura antigua aunque en esos momentos ya no es la brillante de los tiempos de Aristóteles y Platón. Ahí va Pablo para conectar con la búsqueda titubeante de Dios que llevan en el corazón. Entra en el universo cultural de aquellos a quienes se dirige.
Es el más largo discurso de Pablo. El conocimiento de Dios es el tema fundamental del discurso. ¿Cómo puede un pagano conocer a Dios? Hay una ignorancia de Dios considerada culpable, fruto de las pasiones desatadas (Rom 1,18-32; Sab 13,14; Ef 4,17-19). Pero Pablo usa una simpatía con sus creencias, y les señala que Dios no habita en templos construidos por hombres (v. 24). Recoge una corriente del pensamiento griego, pero que era igualmente una idea bíblica que Esteban había ya defendido ante un auditorio judío (Act 7, 48) y que se remonta a las antiguas polémicas de Israel contra la idolatría (v. 29; cf. Sal 113/115; Is 44,9-20; Jer 10,1-16). Pablo presenta la pertenencia a la raza de Dios a partir de la cita de un filósofo griego (v. 28: -Dios no está lejos de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y somos. Pero comprendida a la manera bíblica (v. 26), como un anuncio del reagrupamiento de la humanidad tras el nuevo Adán (Rom 5,12-21; 1 Cor 15,21-22- y en la filiación divina). Cuando en los últimos versículos trata de la resurrección, provoca la ruptura. En ellos Pablo acumula una serie de expresiones totalmente incomprensibles para los griegos: la idea de un "ahora" (v. 30), es decir, de un momento privilegiado en una historia que, por tanto, tendría sentido, la noción de un juicio de Dios (v. 31), demasiado directamente vinculado a un sentido escatológico de la historia poco en armonía con las concepciones paganas, la idea de resurrección sobre la que, además, se pedirá a Pablo que se detenga, concepción que incluso numerosos judíos se negaban a admitir (cf. vv. 31-32). Aún cuando tiene un “éxito” limitado, nos enseña Pablo a dialogar con la cultura y la historia: «la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Vaticano II). Como se sabe, Justino siguió este camino del diálogo con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío, estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea: ver los comentarios de la Biblia de Navarra ad loc.). Santo Tomás de Aquino se encontró en su tiempo que la teología estaba siendo desprestigiada, no era considerada ciencia, y estudió a Aristóteles, que causaba furor en París, y sobre el concepto de ciencia del Filósofo edificó una “catedral” del pensamiento medieval, que aún hoy es la más sólida. Pero no es punto final del pensamiento, el Aquinate estaría abierto al pensamiento de nuestro tiempo, como estuvo abierto al suyo, y así lo hacen Juan Pablo II con el personalismo, Ratzinger, etc.
Hemos de reconocer en Pablo una preocupación real por estar atento a la mentalidad de sus interlocutores. En efecto, Pablo abandona la argumentación clásica del kerygma apostólico, basado sobre una cultura demasiado bíblica para los paganos. Además se tomó el trabajo de conocer las principales corrientes espirituales del paganismo griego y especialmente la concepción de una paternidad universal (v, 28), así como la de una religión liberada del materialismo y del formalismo (v. 29). Su discurso es modelo de apología, parte de la idea religiosa para ir profundizando en un Dios personal, providente, Juez… Pablo encontró dificultades, como también hoy las tiene su concepción de una historia que tiene un sentido más allá de sí misma en la voluntad de Dios que la lleva a su realización, esto choca con el desarrollo cíclico y fatal de la historia (como para los ateos de hoy, convencidos de que la historia, lo mismo que la naturaleza, se explica por sí misma sin recurso a lo divino). Pero es difícil saber si son los discursos los que mueven al no creyente, o es el insertarse del cristiano en el mismo corazón de las actividades humanas y tocar el corazón de cada persona, para realizar un hondo apostolado personal con los compañeros: como decía san Josemaría Escrivá, se meten así en la vida de los demás —sin distinción de ideas sociales, políticas o religiosas—, igual que Cristo se ha metido en sus vidas. La necesidad de este apostolado de amistad y de confidencia –transmitir la experiencia de Cristo- es lo más básico.
-Dios, pues, anuncia ahora a los hombres... que ha designado a un hombre, que habiéndolo resucitado de entre los muertos... ¡Aquí está lo esencial!: ¡La resurrección de Jesús! Después de los preliminares de orden cultural o filosófico, llega a hablar de «Jesús» en su misterio principal (Maertens-Frisque/Noel Quesson). Por eso escribió a los Corintios: «Me he presentado a vosotros débil y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi predicación, no se han basado en palabras persuasivas de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder» (1 Cor 2,3-4). Hay algunos, hombres y mujeres, que abrazan la fe, pero se encontró con la cerrazón del ambiente. Nosotros seguimos teniendo este problema del lenguaje. El Concilio Vaticano II puso a la Iglesia en diálogo con el mundo y con sus varias religiones. Pero no es fácil este diálogo. ¿Cómo podemos anunciar a Cristo a la juventud de hoy, o a los alejados, o a los agnósticos?, ¿cómo podemos ayudarles a pasar del mero materialismo a una visión más espiritual de la vida y del destino sobrenatural que Dios nos prepara?, ¿cómo podemos tomar como puntos de partida tantos valores que hoy son apreciados -la justicia, la igualdad, la dignidad de la persona, la ecología, la paz- para pasar claramente al mensaje de Jesús y proponerles su persona y su Evangelio como la plenitud de esos y de otros valores? Se puede decir que a veces la Iglesia ha sido lúcida en la adaptación, pero que otras veces no ha tenido ese fino instinto de encarnación cultural, no sabiendo aprovechar valores autóctonos, sino destruyéndolos. No se trataba de «europeizar» o «romanizar» a los de África o Asia o América, sino de invitarles a la fe en Cristo, con una teología y una liturgia que muy bien podían ser seriamente inculturadas en sus respectivos lenguajes, sin dejar de ser radicalmente cristianas. Es admirable Pablo. No sólo por la firmeza de su camino -no hay nada que le cierre caminos cuando él quiere, ni siquiera los fracasos que va cosechando, como en este caso de Atenas- sino también por su creatividad: cuando un recurso no da resultado, busca otros. Pero nunca se resigna a callar (J. Aldazábal). Y aprende… “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles” (1 Cor 1,22). «Te daré gracias, Señor, contaré tu fama a mis hermanos» (entrada); «llenos están el cielo y la tierra de tu gloria» (salmo).
2. Este salmo, decía Juan Pablo II, “constituye un auténtico «cántico de las criaturas», una especie de «Te Deum» del Antiguo Testamento, un aleluya cósmico que involucra todo y a todos en la alabanza divina. Así lo comenta un exégeta contemporáneo: «El salmista, al llamarlos por su nombre, pone en orden los seres: en lo más alto del cielo, dos astros según los tiempos, y aparte las estrellas; a un lado los árboles frutales, al otro los cedros; a otro nivel los reptiles y los pájaros; aquí los príncipes y allá los pueblos; en dos filas, quizá dándose la mano, jóvenes y muchachas… Dios los ha creado dándoles un lugar y una función; el hombre los acoge, dándoles un lugar en el lenguaje; y así los presenta en la celebración litúrgica. El hombre es el "pastor del ser" o el liturgista de la creación» (Luis Alonso Schökel). Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador (...) la mirada se dirige, después, al horizonte terrestre, donde aparece una procesión de cantores, al menos veintidós, es decir, una especie de alfabeto de alabanza, diseminado sobre nuestro planeta. Se presentan entonces los monstruos marinos y los abismos, símbolos del caos de las aguas sobre el que se cimienta la tierra (cf Sl 23, 2) según la concepción cosmológica de los antiguos semitas.
El padre de la Iglesia san Basilio observaba: «Ni siquiera el abismo fue considerado como despreciable por el salmista, que lo ha colocado en el coro general de la creación, es más, con su lenguaje particular completa también de manera armoniosa el himno al Creador» (…) aparece el hombre, que preside la liturgia de la creación. Está representado según todas las edades y distinciones: niños, jóvenes y ancianos, príncipes, reyes y pueblos del orbe (cf v. 11-12).
Dejemos ahora a san Juan Crisóstomo la tarea de echar una mirada de conjunto sobre este inmenso coro. Lo hace con palabras que hacen referencia también al Cántico de los tres jóvenes en el horno ardiente… El gran Padre de la Iglesia y Patriarca de Constantinopla afirma: «Por su gran rectitud de espíritu los santos, cuando van a dar gracias a Dios, tienen la costumbre de convocar a muchos para que participen en su alabanza, exhortándoles a participar junto a ellos en esta bella liturgia. Es lo que hicieron también los tres muchachos en el horno, cuando exhortaron a toda la creación a alabar por el beneficio recibido y a cantar himnos a Dios (cf Dan 3). Este Salmo hace lo mismo al convocar a las dos partes del mundo, la que está arriba y la que está abajo, la sensible y la inteligente. Isaías hizo lo mismo, cuando dijo: "¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido" (Is 49,13). El Salterio vuelve a expresarse así: «Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro..., los montes brincaron igual que carneros, las colinas como corderillos» (Sl 113, 1.4). E Isaías, en otro pasaje, afirma: «Derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia» (Is 45, 8). De hecho, los santos, considerando que no se bastan para alabar al Señor, se dirigen a todas partes involucrando a todos en un himno común».
De este modo, nosotros también somos invitados a asociarnos a este inmenso coro, convirtiéndonos en voz explícita de toda criatura y alabando a Dios en las dos dimensiones fundamentales de su misterio. Por un lado tenemos que adorar su grandeza trascendente, porque «sólo su nombre es sublime; su majestad resplandece sobre el cielo y la tierra», como dice nuestro Salmo (v. 13). Por otro lado, reconocemos su bondad condescendiente, pues Dios está cerca de sus criaturas y sale especialmente en ayuda de su pueblo: «Él acrece el vigor de su pueblo..., su pueblo escogido» (v. 14), como sigue diciendo el Salmista.
Frente al Creador omnipotente y misericordioso, acojamos, entonces, la invitación de san Agustín a alabarle, ensalzarle y festejarle a través de sus obras: «Cuando observas estas criaturas, te regocijas, y te elevas al Artífice de todo y a partir de lo creado, gracias a la inteligencia, contemplas sus atributos invisibles, entonces se eleva una confesión sobre la tierra y en el cielo... Si las criaturas son bellas, ¿cuánto más bello será el Creador?». Pedimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Todos, sin excepción, ricos y pobres, cultos e incultos, hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños, alaben al Señor. Nosotros hemos sido creados para convertirnos en una continua alabanza del Nombre del Señor. Quienes creemos en Él, quienes ya lo alabamos y queremos llevar una vida recta, debemos ser los primeros responsables en dar a conocer a todos su Nombre y sus obras, llenas de amor y de misericordia para con nosotros, de tal forma que todos puedan hacer de su vida una auténtica alabanza al Señor. Alabar al Señor de un modo sincero hará que desaparezcan de nosotros todos los signos de pecado y de muerte; pues quien diga que alaba al Señor pero continúe destruyendo su propia vida, destruyendo la vida de los demás o destruyendo irracionalmente la creación, será un hipócrita, que alaba al Señor con los labios pero su corazón está lejos de Él. Siguiendo con el discurso paulino, vemos a Dios en todas las cosas; Taciano dice así: «La obra que por amor mío fue hecha por Dios no la quiero adorar. El sol y la luna hechos por causa nuestra; luego, ¿cómo voy a adorar a los que están a mi servicio? Y ¿cómo voy a declarar por dioses a la leña y a las piedras? Porque al mismo espíritu que penetra la materia, siendo como es inferior al espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se le debe honrar a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar por regalos al Dios que no tiene nombre; pues el que de nada necesita, no debe ser por nosotros rebajado a la condición de un menesteroso». Le pedimos: «escucha, Señor, nuestra oración y concédenos que, así como celebramos en la fe la gloriosa resurrección de Jesucristo, así también, cuando Él vuelva con todos sus santos, podamos alegrarnos con su victoria».
3. Jesús lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades futuras. Comenta San Agustín: «El Espíritu Santo, que el Señor prometió enviar a sus discípulos para que les enseñase toda la Verdad, que ellos no podían soportar en el momento en que les hablaba –del cual dice el Apóstol que hemos recibido ahora en prenda, para darnos a entender que su plenitud nos está reservada para la otra vida– ese mismo Espíritu enseña ahora a los fieles todas las cosas espirituales de que cada uno es capaz. Mas también enciende en sus pechos un deseo más vivo de crecer en aquella caridad que les hace amar lo conocido y desear lo que no conocen, pensando que aun las cosas que conocen en esta vida no las conocen como se han de conocer en la otra vida, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón pudo imaginar».
Ayer meditamos el papel del "Defensor" que el Espíritu ejerce en el curso del "proceso de Jesús" que se desarrolló en Jerusalén en aquel tiempo... y que se desarrolla en el curso de toda la historia. Hoy vamos a considerar otro cometido del Espíritu, su papel de pedagogo, el que hace comprender, el que hace crecer. -Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis comprenderlas ahora. Sí, la Fe es una progresión. Es una vida que va desarrollándose. En Dios hay siempre cosas nuevas a descubrir, tales como en el desarrollo de una relación de amor con alguien, un prometido, un esposo, un amigo. Al igual que los apóstoles no estoy sino en el inicio. Acepto, Señor, lo que Tú me dices también a mí... Hay cantidad de cosas que no podría comprender ahora, pero que Tú me revelarás poco a poco... más tarde... si soy fiel en escuchar a ese Espíritu, que me habla al corazón, que me habla de ti, Jesús. Guarda mi espíritu abierto... que jamás me considere como satisfecho, conocedor de todo, orgulloso de mis conocimientos doctrinales. Señor, pienso también en aquellos con quienes vivo. A ellos también les pasa lo mismo: están en el camino de la Fe... Hay verdades y actitudes que no han descubierto todavía... que no podrían comprender ahora. Dame, Señor, tu paciencia, tu pedagogía. Que no aplaste a los demás con verdades que no pueden aún entender... que sepa caminar al ritmo de tu gracia, al ritmo de tus pasos... acompañando a mis hermanos en su propio caminar.
-“Cuando venga Aquel, el Espíritu de verdad… no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere... Recibirá de lo mío y os lo anunciará”... Ya sabíamos que Jesús está totalmente vuelto hacia el Padre, que no "hace nada por sí mismo" que es una perfecta transparencia del Otro. Esto es lo que Jesús nos revela aquí; la absoluta transparencia de las relaciones de amor entre las Tres personas divinas: ninguna guarda nada de "lo suyo", todo es participado, comunicado, dado, recibido... Nuestras palabras terrenas son inválidas para expresar esta cualidad inaudita de la relación que une al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todas nuestras relaciones humanas brotan de ella.
-Todo cuanto tiene el Padre es mío... El Espíritu tomará de lo que me pertenece y os lo anunciará… Las revelaciones del Espíritu en el curso de la historia no pueden ser nuevas revelaciones, contradictorias con lo que ha sido revelado en Jesucristo. ¡El Espíritu lleva a Jesús como Jesús lleva al Padre! Así nos lleva a la unidad, a la comunión con las personas divinas (Noel Quesson). El Catecismo de la Iglesia Católica presenta al Espíritu como nuestro pedagogo y maestro. Cuando se proclama la Palabra de Dios, «el Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios... pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración» (1101). «Es el Espíritu quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad» (1102). «En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros... y despierta así la memoria de la Iglesia» (1103).
En toda la Cincuentena, pero sobre todo en estos últimos días, haremos bien en pensar más en el Espíritu presente en nuestra vida, que nos quiere llevar a la plenitud de la vida pascual y de la verdad de Jesús. “Cuando proclamamos el Evangelio Viviente del Padre, que es Jesús, no podemos hacerlo bajo nuestras propias luces, sino a la luz del Espíritu Santo. Es Él quien engendra la vida de Dios en nosotros para que seamos, en Cristo, hijos de Dios. No son nuestras palabras, por muy elocuentes que estas sean. Por eso, siempre que proclamemos el Nombre de Dios, siempre que queramos darlo a conocer a los demás con toda su eficacia salvadora, debemos ponernos en manos de Dios y orar al Espíritu Santo para que sea Él, y no nosotros, quien lleve adelante la obra de salvación en el mundo. Hay muchas cosas que el Señor quiere aún decir a la humanidad por medio de la Iglesia, pues la revelación que Dios nos ha hecho en Cristo Jesús debe ser profundizada y vivida por cada una de las personas, conforme a su propia cultura. Por eso debemos estar abiertos a la Nueva Evangelización: nueva en sus métodos, nueva en su lenguaje, nueva en sus expresiones, nueva en su ardor. Que el Espíritu Santo sea quien haga en nosotros nuevas todas las cosas.
Gracias sean dadas a nuestro Dios y Padre porque nos hace llegar a la plenitud de la Verdad en Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro. Mientras vamos como Iglesia peregrina hacia la Patria eterna, el Señor nos va conduciendo por medio de su Espíritu; y en la Eucaristía somos instruidos por Dios no sólo acerca de lo que hemos de hacer, sino de la forma como lo hemos de hacer. Pues la Palabra de Dios no sólo se pronuncia sobre nosotros, sino que además el Señor va delante de nosotros como Aquel que no se quedó en enseñarnos el camino de la perfección con los labios, sino con el ejemplo de su vida misma. Por eso, los que entramos en comunión de vida con Él, conducidos por su Espíritu Santo, vamos viviendo, con todo el compromiso que dimana de Él, el Evangelio que Dios ha querido confiarnos no sólo para nuestra salvación, sino para la salvación de la humanidad entera.
Nosotros debemos ser un auténtico testimonio en el mundo de Aquel que es la Verdad. El Evangelio llevado a la práctica no sólo nos hace actuar conforme a las enseñanzas de Cristo, sino que nos hace ser un signo en el mundo de su presencia salvadora. La Iglesia, Esposa del Cordero inmaculado, es la Palabra encarnada en las diversas culturas, que hoy sigue pronunciando Dios a favor de todos los hombres. Por eso debemos siempre estar abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo. Quien ha recibido el Don del Espíritu Santo, pero continúa siendo esclavo de la maldad, o sigue destruyendo a su prójimo, está demostrando, con esas actitudes contrarias al Espíritu de Dios, que finalmente ha apagado la voz del Señor en su propio interior. Seamos una Iglesia testigo de Cristo desde la propia vida. No nos conformemos con anunciarlo a los demás con palabras elocuentes y discursos bien armados, que si bien es bueno hacerlo, sin embargo es necesario que el anuncio del Evangelio nazca del Espíritu Santo y no de nosotros. Pongámonos humildemente como siervos del Evangelio, con lo que somos, con nuestros recursos, con nuestra mejor preparación; pero que sea el Espíritu Santo el que haga la obra de salvación en nosotros y en los demás. Entonces, junto con Pablo diremos: No nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber convertirnos en verdaderos evangelizadores de nuestro mundo, desde una auténtica docilidad al Espíritu Santo en nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).

martes, 31 de mayo de 2011

MARTES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo sigue la obra de Jesús en el mundo: nos lleva a la alegría de la salvación, y a difundirla en l

MARTES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo sigue la obra de Jesús en el mundo: nos lleva a la alegría de la salvación, y a difundirla en los demás.

Hch 16, 22-34: 22La multitud se alborotó contra ellos y los pretores les hicieron quitar sus vestidos y mandaron azotarles. 23Después de haberles dado numerosos azotes, los arrojaron en la cárcel y ordenaron al carcelero custodiarlos con todo cuidado. 24Este, recibida la orden, los metió en el calabozo interior y aseguró sus pies al cepo.
25Hacia la medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, y los presos les escuchaban. 26De repente se produjo un terremoto tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel e inmediatamente se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. 27Despertado el jefe de la prisión, al ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y quería matarse pensando que los presos se habían fugado. 28Pero Pablo le gritó con fuerte voz: No te hagas ningún daño, que todos estamos aquí. 29El jefe de la prisión pidió una luz, entró precipitadamente y se arrojó temblorosamente ante Pablo y Silas. 30Los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? 31Ellos le contestaron: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa. 32Le predicaron entonces la palabra del Señor a él y a todos los de su casa. 33En aquella hora de la noche los tomó consigo, les lavó las heridas y acto seguido se bautizó él y todos los suyos. 34Les hizo subir a su casa, les preparó la mesa y se regocijó con toda su familia por haber creído en Dios.

Salmo responsorial: 137, 1-2a.2bc-3.7c-8: Señor, tu derecha me salva.
«Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste; acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».

Evangelio de Jn 16, 5b-11: Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Pero porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha llenado de tristeza; mas yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré. Y cuando venga Él, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.

Comentario: 1. Comienzan los conflictos de Pablo y los no judíos: era de esperar… toma forma de denuncia legal ante los magistrados locales, y alegan alborotos y falta de religiosidad –sin mostrar la envidia que les mueve y el afán de dinero-. También hoy vemos ataques a la libertad religiosa, con excusas de legalidad sin mostrar los auténticos motivos ideológicos… La gente se amotinó contra Pablo y Silas... Les arrancaron los vestidos, les azotaron con varas... Molidos a palos, los echaron a la cárcel. ¿Por qué todo esto? Sencillamente, porque Pablo había exorcizado a una pobre muchacha, endemoniada, que daba mucha ganancia a sus amos por sus dotes adivinatorias. Así, los azotes recibidos en Asia procedían de los judíos, descontentos de ver la creciente expansión de la nueva Fe... Pero los primeros azotes, recibidos por san Pablo en Europa, ¡proceden de una historia de brujería! Señor, ¿qué es lo que quieres decirme, por medio de estos detalles? La violencia es de todos los tiempos. En todo tiempo se ha tratado de impedir a la Iglesia que llevara a cabo su obra. «Dichosos seréis, si, por mi causa, se dice cualquier clase de mal contra vosotros.»
-“Hacia la medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, y los otros prisioneros los escuchaban”. Viven esa bienaventuranza. Son felices. ¡Cantan! Su actitud misma es una predicación del Evangelio: los otros prisioneros parecen sorprendidos: ¡Gente "molida a palos" y cantando! Esto ha de tener una explicación... Dios es el todo de su vida. En las dificultades de la vida puede suceder que uno se rebele, y así es a veces. O bien, de modo un tanto misterioso, uno puede aceptar la extraña "bienaventuranza": ¡Felices los que lloran! Repítenos, Señor, cómo ha de ser asumido el sufrimiento para que se convierta en un valor. No es porque sí -por nada- que se está contigo en la cruz, porque no es porque sí -por nada- que Tú estuviste primero en la cruz. De hecho, ¿por qué, Señor, padeciste en la cruz? Muéstranos esa verdad…
-“De repente, un terremoto... la puertas de la cárcel quedan abiertas... El carcelero se despierta y quiere suicidarse creyendo que los presos habían huido”. El pobre hombre, al cuidado y servicio de la cárcel está perturbado. Se cree en falta.
-“Pablo le grita al carcelero: «No te hagas ningún mal, estamos todos aquí. Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y toda tu familia.»” ¡Divertida situación! Es el prisionero quien reconforta a su guardián y quien le comunica la "buena noticia": ¡no te hagas ningún mal! ¡Dios no quiere el mal de los hombres! ¡Dios quiere que la humanidad sea feliz!
-“En seguida el carcelero los llevó consigo a su habitación, lavó sus heridas, preparó la mesa y exultó de gozo con toda su familia”. La no-violencia desarma. Extraña escena final, en la que se ve al verdugo curando a la víctima y recibiéndola en su mesa familiar. Escena simbólica. ¿Es quizá el anuncio del mundo de mañana? ¿Cómo puedo comprometerme en esta vía ya desde HOY? ¿Con quién puedo reconciliarme?
-“Exultó de gozo, por haber creído en Dios”. Después de una comerciante, ahora un policía del Imperio. La fe progresa... como la alegría que la acompaña. Alegría y fe. ¡Aumenta nuestra fe, Señor! ¡Aumenta nuestra alegría, Señor! Y que la cruz no sea fuente de tristeza (Noel Quesson).
El relato es una buena muestra del entramado de hechos y narraciones maravillosas…: todo esto, que constituyó las delicias de los primeros lectores y de tantas generaciones de creyentes hasta hoy, puede convertirse en piedra de escándalo para los lectores de nuestro mundo secular, puede hoy sonar a raro... y sin embargo es la presencia del Espíritu anunciada por Jesús, que continúa en la historia. Podemos también apreciar la tendencia redaccional de Lucas a establecer paralelos en el curso de la narración: compárese el caso de la pitonisa (16-18) con el del poseso de Cafarnaum (Lc 4,33-36), la liberación milagrosa de Pablo y Silas (25-34) con la de los apóstoles y Pedro (Hch 5,17-20; 12,1-11). También debemos resaltar en este relato la valiente actitud de Pablo, que no duda en invocar sus derechos de ciudadano romano (cf. también 22,25-28 Y 25,10-12) y fuerza a los magistrados a presentar excusas. Eso nos lleva a no hacer dejación de derechos que son deberes, y defenderlos sin dejar que nos aplasten en nuestras libertades civiles (cf. F. Casal).
Ayer tocaba éxito. Hoy, la persecución, la paliza y la cárcel. Instruye en la fe al carcelero y a toda su familia, y les bautiza (es una de las primeras experiencias de bautismo de niños), y todo termina en una fiestecita en casa del carcelero. Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la tensión creada. Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón... cuando te invoqué, me escuchaste». ¿Cuántas “palizas” hemos recibido nosotros por causa de Cristo?, ¿cuántas veces hemos sido “detenidos”? Quizá ante dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos. ¿Seríamos capaces de estar a medianoche, molidos de una paliza, cantando salmos con nuestros compañeros de cárcel? Pablo nos interpela en nuestra actuación como cristianos en este mundo. La comunidad cristiana está empeñada también hoy, después de dos mil años, en la evangelización: en guiar a la fe a los niños, a los jóvenes, a los ambientes profesionales, a los medios de comunicación, a las comunidades parroquiales, a los ancianos, a los enfermos... Cada uno de nosotros, no sólo nos hemos de conformar con creer nosotros, sino que debemos intentar dar testimonio de Cristo a los demás, de la mejor manera posible y con toda la pedagogía que las circunstancias nos aconsejen. Pero con la valentía y la decisión de Pablo. ¿Sabemos aprovechar toda circunstancia en nuestra vida para seguir anunciando a Jesús, como hizo Pablo en el episodio del carcelero? (J. Aldazábal).
Me impresiona en esta escena, desde siempre, ver el ímpetu del carcelero, esclavo de la obligación, que pasa de querer quitarse la vida por no cumplir la ley (escena digna de “Los miserables” de Victor Hugo) a ser un hombre libre, que libera Pablo sin importarle ya su vida (pues tiene la Vida). El efecto de la fe es la salvación. Quien cree vive ya como un salvado, como alguien que sabe por qué y para qué existe, que se siente amado, libre, con razones para esperar. ¿Puede ser creíble lo que llamamos fe cuando no produce en nosotros frutos de salvación? Se trata, además, de una salvación de largo alcance: afecta también a quienes comparten nuestra vida. Hoy somos tan absolutamente sensibles al individuo que nos cuesta entender eso de que se pueda bautizar una familia entera (caso de Lidia) o de que se prometa la salvación a otra familia (caso del carcelero; cf. gonzalo@claret.org). Comenta San Juan Crisóstomo: «Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas» (cf. los comentarios de la Biblia de Navarra, con citas de Padres de la Iglesia, sobre estos pasajes): «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante» (Ofertorio).
2. Comienza el salmo con la alabanza a Dios por los bienes recibidos, pues «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya. (cf. Lc 24,46.26; ant. comunión): «con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha establecido su reinado. Aleluya» (Ap 19, 7.6). Es la petición de la colecta de hoy: «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente». Es un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para terminar en súplica confiada. Este salmo proclama la "trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" Jesús lo hizo suyo al proclamar ¡La gloria del Padre! "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". "Padre, glorifica tu nombre". (Juan 12,28). "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Dar gloria al Padre, que se manifiesta también en el amor a los humildes, a los pequeños... Esta "mirada" divina que transforma las situaciones, desinflando a los orgullosos, y exaltando a los pequeños. Escuchamos, anticipadamente el canto de acción de gracias del Magníficat. Para Jesús, la "grandeza del Altísimo", lejos de ser un poder aterrador, era la seguridad llena de dulzura de que un amor todopoderoso se ocupa de esta creación hecha por Él. "Ni un pajarillo cae a tierra sin que vuestro Padre celestial lo vea". Y continúa el salmo: "por excelso que sea el Señor, atiende al más humilde". Fórmulas como éstas, nos muestran hasta qué punto Jesús estaba familiarizado con el pensamiento de los salmos.
El redescubrimiento de la "adoración". Cuanto más se manifiesta el mundo moderno como un mundo vacío de Dios y de sentido, hombres y mujeres experimentan por contraste el deseo de una gran "respiración" en "aquello que los supera": la opinión cada vez más frecuente de que el hombre es pequeño, de que la naturaleza y el cosmos son más grandes que nosotros. Esto ha sido siempre verdad. No es nada nuevo. Pero puede llevar al hombre contemporáneo hacia "el más allá de todo", Dios. Hay días en que estamos forzados a reconocer que "¡Dios es el más fuerte!" Y lo que llama la atención, como dice el salmo, es que nuestra derrota aparente, nuestra confesión, se convierten maravillosamente en acción de gracias. Porque el poder, la trascendencia de Dios es de amarnos con amor de "Hessed", de ternura hacia los más pequeños. Entonces, alegre, me rindo, me doy por vencido, y estoy feliz. ¡Adoro la prodigiosa grandeza de tu amor que supera todo!
El redescubrimiento del "amor"... Del amor de Dios para nosotros. Pensamos demasiado en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por Él! ¡No sé si te amo, Señor, pero si de algo estoy seguro, es que Tú me amas! Y este amor, el tuyo, es eterno... Aun si el mío es voluble, pasajero, infiel. Para Ti, lo "dado" es dado. Lo "prometido, es prometido". "Te doy gracias por tu palabra". La fidelidad conyugal, los esfuerzos que muchas parejas tienen que hacer para mantenerla y acrecentarla, son gracia de Dios. ¡La fuente del amor es Dios! "Todo hombre que ama verdaderamente, conoce a Dios", nos dice San Juan (Juan 4,7-8). Hagamos la experiencia: somos amados de Dios, y "el otro-difícil-de-amar" ¡es también amado por Dios! Eso cambia todo. Nos preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir: "amad a vuestros enemigos". Pues bien, meted en la cabeza y en el corazón que Dios, Él, ama a vuestros enemigos. Entonces, si decís que amáis a Dios... sacad la conclusión.
El universalismo del proyecto de Dios. Que Israel, pueblo "escogido", haya podido, hace más de 20 siglos, pensar en una religión universal, en una inmensa "acción de gracias" que sube de todos los pueblos, da una idea de la verdad de su experiencia religiosa. Nosotros, creyentes de hoy, no pensamos a veces que nuestras "eucaristías" no son un pequeño culto de privilegiados, sino la inmensa proa de este navío que lleva hacia Dios la humanidad, ¡lo sepa ella o no! Las pobres eucaristías de nuestras grandes ciudades paganas... son la punta de lanza de la caravana humana. ¡Un día, "todos los reyes, todos los pueblos, celebrarán la acción de gracias" que es ya la nuestra por el amor y la verdad de Dios que se han revelado en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros!
"¡No abandones Señor, la obra de tus manos!" Oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy. Dios en acción, hoy. Y si mi oración no es perezosa... Yo también, Señor, en acción contigo. En "acción"... ¿para hacer qué? Para amar, porque "Dios es amor" (Noel Quesson). Así lo comentaba Juan Pablo II: “El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.
En efecto, el salmista afirma que «se postrará hacia el santuario» de Jerusalén (cf. v. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (cf. v. 1). El orante tiene la certeza de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda confianza y de toda esperanza (cf. v. 2).
Aquí la mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (cf. v. 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la confianza…
Como proclama Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"» (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes (...) el orante vuelve a la alabanza personal (cf. Sal 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de aquel tiempo… Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. «No abandonará la obra de sus manos», es decir, su criatura (cf. v. 8). Y también nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad de Dios.
Debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp 1,6).
Así hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual.
«Por más grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra lengua puede expresar», canta san Efrén en un himno, y en otro: «Alabanza a ti, para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso»; y éste es un motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: «Que te alaben todos los que comprenden tu verdad»”. En la Postcomunión pedimos: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas».
3. En su primer discurso después de la Cena (Jn 13, 33; 14, 31), Jesús había anunciado a sus apóstoles su próxima partida y estos le asaltaron a preguntas más o menos oportunas (Jn 13, 36; 14, 5). Jesús les había respondido que todos se volverían a encontrar junto al Padre (Jn 14, 1-3), y que el amor (Jn 13, 33-36) y el conocimiento (Jn 14, 4-10) podían compensar la ausencia. En su segundo discurso, Cristo anuncia de nuevo su partida (v. 5). Como los apóstoles se guardan de hacerle preguntas, aun cuando la tristeza se refleja en sus rostros (v. 6), Jesús observa, no sin ironía, que, sin embargo este sería el momento oportuno para interrogarle (v. 5). Él vuelve al Padre (Jn 14, 2, 3, 12; 16, 5), porque su misión ha terminado y el Espíritu Paráclito será el testigo de su presencia (Jn 14, 26; 15, 26). Jesús compara la misión del Espíritu con la suya; en efecto, no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que es reemplazado por el del Espíritu. Sino que de hecho, la distinción reside más bien entre el modo de vida terrestre de Cristo que oculta al Espíritu y el modo de vida del que Él se beneficiará después de su resurrección y que no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida "transformado por el Espíritu" (Jn 7, 37-39). Volvemos a encontrar aquí, pues, la pedagogía del Cristo resucitado, que no deja de utilizar para convencer a sus apóstoles de que no busquen ya una presencia física, sino que descubran en la fe la presencia "espiritual" (entendiendo aquí espiritual no solamente como opuesto a físico, sino designando verdaderamente el mundo nuevo animado por Dios; cf. Ez 37, 11-14-20; 39, 28-29). La nueva presencia del Señor en medio de los suyos presentará las características de un juicio y de una contestación. En efecto, si el nuevo modo de vida en "espíritu" se opone al modo de vida del mundo, resultarán de ello enfrentamientos e incluso persecuciones (Jn 15, 18-16, 4). Por eso la presencia del Espíritu revestirá un carácter judicial (tema del Paráclito defensor). En el curso de su pasión, Cristo perderá su proceso contra el mundo: será convicto de pecado (Mt 26, 65), no le será reconocida su justicia (Act 3, 14) y un juicio le condenará a muerte (Jn 19, 12-216; 8, 15). Pero el Espíritu apelará y cambiará la sentencia: el mundo será convicto de pecado y se hará justicia a Cristo ante el tribunal del Padre. El juicio final pronunciará la condenación del Príncipe de este mundo (vv. 3-11). La vida del cristiano en el Espíritu y el modo de vida de Cristo plenamente divinizado por su resurrección constituirán este juicio de apelación que establece que Cristo es realmente Dios. Aparte del aspecto judicial de la presencia del Espíritu, el Evangelio subraya su papel educativo (v. 13). En efecto, Cristo que aún tiene muchas revelaciones que hacer (contrariamente al primer discurso: Jn 15, 15), confía esta tarea al Espíritu. ¿Quiere esto decir que el mundo aprenderá verdades nuevas que Cristo no habría enseñado? No. Jesús es la Palabra, Él lo ha dicho verdaderamente todo. Pero aún queda el profundizar en su enseñanza, el comprenderla mejor y el confrontarla con los acontecimientos. Los apóstoles no pueden realizar este trabajo, porque sólo disponen aún de un conocimiento demasiado material, únicamente basado en la visión y en la inteligencia. Una vez que participa en la Eucaristía, el cristiano está habilitado para emprender la contestación del mundo. Es la forma concreta del juicio del Espíritu. En efecto, el Espíritu suscita hombres particularmente sensibles a los valores auténticos y la Eucaristía los capacita para comprometerse efectivamente en la contestación de los pseudos-valores. Es cierto que un hombre animado por el Espíritu no puede tolerar el beneficio económico erigido en absoluto, la prosecución alienadora del rendimiento, el totalitarismo que desprecia las libertades fundamentales, el ultra-nacionalismo que pone a una comunidad por encima de otra y a expensas de las colaboraciones internacionales, o la guerra considerada como medio de mantener el orden establecido. Por otra parte, la contestación del cristiano y del Espíritu no se detiene en el simple hecho de no tolerar estos abusos, sino que debe tomar forma concreta y manifestar su juicio mediante acciones eficaces. El cristiano se juega hasta su salvación en estas cuestiones, porque implica en ellas al Espíritu Paráclito (Maertens-Frisque).
Quisiera proponer tres aspectos de reflexión, de oración. Primero: no estamos solos, tenemos en nosotros, en cada uno de nosotros, en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. Segundo: este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo. Es decir, pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jesucristo. Tercero: nuestra oración debe ser PEDIR con toda confianza esta venida a nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra vida de cada día. Pidámoslo hoy y durante toda la semana. -Voy al que me ha enviado... Voy al Padre... Jesús está a pocas horas de su muerte. Él lo sabe. Lo ha dicho. Lo comenta así. Es para Él algo muy simple, como un "retorno a casa". Sé a dónde voy... Alguien me espera... Soy amado... Voy a encontrar a Aquel a quien amo... Dejo resonar en mí estas palabras. Pensando en mi propia muerte, son también estas palabras las que he de repetir después de Jesús y con Él. Paz. Certidumbre. Gozo íntimo. -Ninguno de vosotros me pregunta "¿A dónde vas?" Atmósfera de partida. Como cuando en el andén del tren o en el aeropuerto, se abraza a un ser querido que se va por mucho tiempo. -Antes, porque os hablé de estas cosas, vuestro corazón se llenó de tristeza. Mientras Jesús estaba con ellos, era una "Presencia" reconfortante. El anuncio de su partida ahoga cualquier otra reflexión. Más tarde, quizá, llegarán a dominar su tristeza porque comprenderán la "significación" de esta partida: el retorno de Jesús al Padre, el paso a la Gloria del Padre, origen de la efusión abundante del Espíritu. -Pero os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya. Porque si no me fuere, el Espíritu Santo, el Defensor, no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré. Cada uno puede probar a entender estas frases misteriosas. He aquí un intento de explicación. Durante su estancia en la tierra Jesús ha sido una "Presencia" visible de Dios. Pero esta Presencia, tan útil para nosotros, seres corpóreos y sensibles, era al mismo tiempo, una pantalla, un límite: a causa de su humanidad, a causa de su cuerpo, Jesús estaba "limitado" a un tiempo y a un lugar. Y era consciente de ello: "os conviene que Yo me vaya". Enviando al Espíritu, Jesús es consciente de multiplicar su Presencia: el Espíritu no tiene ningún límite, puede invadirlo todo. "Oh Señor, envía tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra". El Espíritu es la Presencia "secreta" de Dios... después de la Presencia "visible" que ha sido Jesús. Pero el "tiempo del Espíritu" es también el "tiempo de la Iglesia". Es la Iglesia, somos nosotros, los que hemos venido a ser el Cuerpo de Cristo, su "visibilidad"... con todo lo que esto comporta de "límites" y de imperfecciones... pero también con esta certeza de que el Espíritu está aquí, con nosotros, animando siempre el Cuerpo de Jesús. -Y en viniendo éste, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Mañana por la mañana, ante el Gran Consejo de la Sinagoga, y ante el Gobernador romano, Jesús será "condenado"... y todas las apariencias irán contra Él: podrá creerse que no era más que un impostor y un blasfemo, y que después de todo recibió el castigo merecido por su pecado, por su osadía en decir que era Hijo de Dios y que destruiría el Templo. Pero he aquí que la situación se invertirá: el mundo será condenado, y Jesús será glorificado. Y el Espíritu Santo vendrá para convencer interiormente a los discípulos de que Jesús no es el "vencido", el "pecador", sino el vencedor del mal; el muy amado del Padre (Noel Quesson). Así lo dice el Catecismo (1848): “Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos "la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
‘La conversión exige el reconocimiento del pecado, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así pues, en este "convencer en lo referente al pecado" descubrimos una 'doble dádiva': el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito’ (DeV 31)”.
Juan Pablo II lo explicó con más detalle: “Cuando ya era inminente para Jesús el momento de dejar este mundo, anunció a los apóstoles "otro Paráclito". Durante la cena pascual precisamente lo llama Paráclito, Consolador y también Intercesor o Abogado. "El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho". No sólo seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender mejor el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu de la verdad, dice luego, "os guiará hasta la verdad completa"... el misterio de Cristo en su globalidad. En el Espíritu Santo la Iglesia continúa incesantemente la presencia histórica del Redentor sobre la tierra y su obra salvífica.
El Espíritu Santo vendrá cuando Cristo se haya ido por medio de la Cruz; vendrá no sólo después, sino como causa de la Redención realizada por Cristo por voluntad del Padre. Así, en el discurso pascual de despedida, se llega al cúlmen de la revelación trinitaria. Dios, en su vida íntima, "es amor", amor esencial, común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es Amor personal, es Persona-Amor. Es Amor-Don increado del que deriva como de una fuente toda dádiva a las criaturas: la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación y donación de la gracia a los hombres mediante la economía de la salvación.
Cristo, describiendo su partida como condición a la venida del Paráclito une un nuevo inicio porque entre el primer inicio y toda la historia del hombre -empezando por el pecado original- se ha interpuesto el pecado que es contrario a la presencia del Espíritu de Dios, contrario a la comunicación salvífica de Dios al hombre. A costa de la Cruz redentora, y por la fuerza de todo el misterio pascual de Jesucristo, el Espíritu Santo viene para quedarse desde el día de Pentecostés, para estar con la Iglesia y en la Iglesia y, por medio de ella, en el mundo. De este modo se realiza definitivamente el nuevo inicio de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo por obra de Jesucristo, Redentor del hombre y del mundo.
Jesús, en el discurso del Cenáculo, añade: "Y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio. En lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; en lo referente al juicio porque el príncipe de este mundo está juzgado". En el pensamiento de Jesús, el pecado, la justicia y el juicio tienen un sentido muy preciso, distinto al que quizá alguno sería propenso a atribuir... Esta misión del Espíritu Santo es convencer al hombre de la salvación definitiva en Dios, del juicio o condenación con la que ha sido castigado el pecado de Satanás, "príncipe de este mundo". El Espíritu Santo al mostrar en el marco de la Cruz de Cristo el pecado, hace comprender que su misión es la de "convencer" también en lo referente al pecado que ya ha sido juzgado definitivamente. El Concilio explica cómo entiende el mundo: "la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que éste vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación" (GS, 2)...
En la raíz del pecado humano está la mentira como radical rechazo de la verdad. Por consiguiente, el Espíritu que "todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios", conoce desde el principio lo íntimo del hombre. El Espíritu de la verdad conoce la realidad originaria del pecado, causado en la voluntad del hombre por obra del "padre de la mentira", de aquel que ya está juzgado. Al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu Santo da como don la conciencia... es para el hombre la luz de la conciencia y la fuente del orden moral. A pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica, el espíritu de las tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza. Esto lo vemos confirmado en nuestros días en los que las ideologías ateas intentan desarraigar la religión en base al presupuesto de la "alienación del hombre", como si el hombre fuera expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de Dios, le atribuye lo que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre. El rechazo de Dios ha llegado hasta la declaración de su "muerte". Esto es un absurdo conceptual pero la ideología de la "muerte de Dios" amenaza al hombre, como indica el Vaticano II cuando sometiendo a análisis la cuestión de la "autonomía de la realidad terrena", afirma: "La criatura sin el Creador se esfuma... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida".
Convencer al mundo del pecado quiere decir demostrar el mal contenido en él. La Iglesia cree y profesa que el pecado es una ofensa a Dios. Si el pecado ha engendrado el sufrimiento del hombre, en Jesús redentor, en su humanidad se verifica el sufrimiento de Dios. En el sacrificio del Hijo del hombre el Espíritu Santo está presente y actúa del mismo modo con que actuaba en su concepción, en su vida oculta y en su ministerio público. El Espíritu Santo actuó de manera especial en el sacrificio de la Cruz para transformar el sufrimiento en amor redentor. En el Antiguo Testamento se habla varias veces del "fuego del cielo" que quemaba los sacrificios. El Espíritu Santo desciende al centro mismo del sacrificio que se ofrece en la Cruz: él consuma este sacrificio con el fuego del amor que une al Hijo con el Padre.
¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? Por que la blasfemia consiste en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece por medio del Espíritu Santo que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz y encuentra una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, una "dureza de corazón". En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizá la pérdida del sentido del pecado, el rechazo de los Mandamientos de Dios "hasta el desprecio de Dios". La conversión es purificación de la conciencia por medio de la sangre del Cordero.
Bajo el influjo del Paráclito se realiza la conversión del corazón humano que es condición indispensable para el perdón de los pecados. Sin una verdadera conversión que implica una contrición interior, y sin un propósito sincero y firme de enmienda, los pecados quedan "retenidos", como afirma Jesús. La Redención es realizada por la sangre del Hijo del hombre, "sangre que purifica nuestra conciencia". Esta sangre pues, abre al Espíritu Santo el camino hacia la intimidad del hombre, es decir, hacia el santuario de las conciencias.
Si la conciencia es recta, ayuda entonces a resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Fruto de la recta conciencia es llamar por su nombre al bien y al mal como hace la Constitución conciliar Gaudium et spes: "Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona, como por ejemplo la mutilación, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana como las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana". Y después de haber llamado por su nombre a los numerosos pecados tan frecuentes y difundidos en nuestros días, el mismo documento conciliar añade: "Todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador" (GS,16).
El Espíritu Santo convence en lo referente al pecado y así el hombre, lejos de dejarse enredar en su condición de pecado, apoyándose sobre todo en la voz de su conciencia, "ha de luchar continuamente para acatar el bien y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad de sí mismo" (GS,37).
La Iglesia no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el mal... tan unida a la acción íntima del Espíritu de la verdad.
Por desgracia, la cercanía y presencia de Dios en el hombre y en el mundo, encuentra resistencia y oposición. En el hombre, ser compuesto espiritual y corporal, existe una cierta tensión, una cierta lucha entre el "espíritu" y la "carne", herencia del pecado. No se trata de discriminar o condenar el cuerpo... La obra del Espíritu "que da vida" alcanza su cúlmen en el misterio de la Encarnación con el que se abre la fuente de la vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo. El Verbo, "primogénito de toda la creación", se convierte en "el primogénito entre muchos hermanos" y así llega a ser también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia... y es en la Iglesia la cabeza de la humanidad: de los hombres de toda nación, raza y cultura, lengua y continente, que han sido llamados a la salvación.
"La Palabra se hizo carne... a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios". Hijos de Dios son, en efecto, los que son guiados por el Espíritu de Dios. La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación. Por tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo.
Es necesario ir más allá de la dimensión histórica del hecho; es necesario insertar, abarcando con la mirada de fe, los dos milenios de la acción del Espíritu de la verdad... Pero hay que mirar atrás, aun antes de Cristo: desde el principio, en todo el mundo y, especialmente en la economía de la antigua alianza. El Concilio Vaticano II nos recuerda la acción del Espíritu Santo incluso fuera del cuerpo visible de la Iglesia. Nos habla justamente de "todos los hombres de buena voluntad en cuyo corazón obra la gracia de modo visible. Dios es espíritu y los que adoran deben adorar «en espíritu y verdad»". Estas palabras las pronunció Jesús en su diálogo con la samaritana.
Orando, la Iglesia profesa incesantemente su fe: existe en nuestro mundo creado un Espíritu que es un don increado. Es el Espíritu del Padre y del Hijo; como el Padre y el Hijo es increado, inmenso, eterno, omnipotente, Dios y Señor. A Él se dirige la Iglesia a lo largo de los intrincados caminos de la peregrinación del hombre sobre la tierra; y pide de modo incesante la rectitud de los actos humanos como obra suya; pide el gozo y el consuelo; pide la gracia y las virtudes; pide la salvación eterna, la felicidad, la alegría; pide "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo", en el que, según san Pablo, consiste el reino de Dios”.
Nos duele no ver a Jesús, pero en la Eucaristía y las demás manifestaciones del Espíritu de la Verdad (entre paréntesis, los pecados imperdonables pienso que son los que cierran el corazón al perdón: presunción y desesperación, por eso es tan importante promover hoy la Divina misericordia), Él continúa entre nosotros, como explica San Agustín: «Veía la tormenta que aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo a perder la presencia corporal de Cristo y, como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse privados de su presencia carnal. Bien conocía Él lo que les era más conveniente, porque era mucho mejor la visión interior con la que les había de consolar el Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino infundiéndose Él mismo en el pecho de los creyentes... Os conviene que esta forma de sierpe se separe de vosotros: como Verbo hecho carne, vivo entre vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con un amor carnal... Si no os quitare los tiernos manjares con que os he alimentado no apeteceréis los sólidos... No podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer a Cristo según la carne... Después de la partida de Cristo, no solamente el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron en ellos espiritualmente...».
“Promesa hecha realidad de forma impetuosa en el día de Pentecostés, diez días después de la Ascensión de Jesús al cielo. Aquel día —además de sacar la tristeza del corazón de los Apóstoles y de los que estaban reunidos con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,13-14)— los confirma y fortalece en la fe, de modo que, «todos se llenaron del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les impulsaba a expresarse» (Hch 2,4). Hecho que se “hace presente” a lo largo de los siglos a través de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, ya que, por la acción del mismo Espíritu prometido, se anuncia a todos y en todas partes que Jesús de Nazaret —el Hijo de Dios, nacido de María Virgen, que fue crucificado, muerto y sepultado— verdaderamente resucitó, está sentado a la diestra de Dios Padre (cf. Credo) y vive entre nosotros. Su Espíritu está en nosotros por el Bautismo, constituyéndonos hijos en el Hijo, reafirmando su presencia en cada uno de nosotros el día de la Confirmación. Todo ello para llevar a término nuestra vocación a la santidad y reforzar la misión de llamar a otros a ser santos. Así, gracias al querer del Padre, la redención del Hijo y la acción constante del Espíritu Santo, todos podemos responder con total fidelidad a la llamada, siendo santos; y, con una caridad apostólica audaz, sin exclusivismos, llevar a cabo la misión, proponiendo y ayudando a los otros a serlo. Como los primeros —como los fieles de siempre— con María rogamos y, confiando que de nuevo vendrá el Defensor y que habrá un nuevo Pentecostés, digamos: «Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (Aleluya de Pentecostés)” (Lluís Roqué).

lunes, 30 de mayo de 2011

LUNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo nos da la fortaleza para vivir en la Verdad y ser amigos de Jesús en medio de las contradiccione

LUNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo nos da la fortaleza para vivir en la Verdad y ser amigos de Jesús en medio de las contradicciones del mundo
San Pablo se dedica con toda el alma a la causa del Evangelio. Quien busca encuentra, dice el Señor, y serán los primeros discípulos instrumentos de Dios para llevar la semilla a muchos lugares: “Haciéndose a la mar, fuimos desde Tróade derechos a Samotracia; al día siguiente a Neápolis, y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la región de Macedonia, y colonia romana. En esta ciudad permanecimos algunos días.
El sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que se tendría la oración. Nos sentamos y hablamos a las mujeres que se habían reunido. Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira y temerosa de Dios, nos escuchaba. El Señor abrió su corazón para que comprendiese lo que Pablo decía. Después de haber sido bautizada ella y su casa, nos insistía diciendo: Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid y permaneced en mi casa. Y nos obligó” (Hechos 16,11-15). Cuando alguien está dispuesto a buscar a Dios con generosidad, de un modo o de otro, Dios se le manifestará. Se hace la luz… como Dios quiera, cuando Dios quiera. Del mejor modo, según como es cada uno. Hoy vemos a Lidia, la primera europea convertida escuchando a S. Pablo a la orilla de un río. Los caminos de Dios son variadísimos. Pero en todos hay una constante: la gracia de Dios que opera a través de alguien en los corazones más o menos bien dispuestos. Comenta S. Juan Crisóstomo: «Qué sabiduría la de Lidia! ¡Con qué humildad y dulzura habla a los apóstoles: “Si juzgáis que soy fiel al Señor”! Nada más eficaz para persuadirlos que estas palabras, que hubiesen ablandado cualquier corazón. Más que suplicar y comprometer a los apóstoles, para que vayan a su casa, les obliga con insistencia. Ved cómo en ella la fe produce sus frutos y cómo su vocación le parece un bien inapreciable».
La comunidad cristiana de Filipos recibió más tarde una de las cartas más amables de Pablo: señal de que guardaba recuerdos muy positivos de ella. No es extraño que el salmo sea optimista, porque la entrada de la fe cristiana en Europa ha sido esperanzadora: «el Señor ama a su pueblo... cantad al Señor un cántico nuevo».
¿Dónde nos toca evangelizar a nosotros? Pablo se adaptaba a las circunstancias que iba encontrando. A veces predicaba en la sinagoga, otras en una cárcel, o junto al río, o en la plaza de Atenas. Si le echaban de un sitio, iba a otro. Si le aceptaban, se quedaba hasta consolidar la comunidad. Pero siempre anunciaba a Cristo. Como nosotros hoy… En grandes poblaciones y en el campo. En ambientes favorables y en climas hostiles. En la escuela y en los medios de comunicación. Cuando nos alaban y cuando nos critican o persiguen: “que nos persuadamos de que nuestro caminar en la tierra -en todas las circunstancias y en todas las temporadas- es para Dios, de que es un tesoro de gloria, un trasunto celestial; de que es, en nuestras manos, una maravilla que hemos de administrar, con sentido de responsabilidad y de cara a los hombres y a Dios: sin que sea necesario cambiar de estado, en medio de la calle, santificando la propia profesión u oficio y la vida del hogar, las relaciones sociales, toda la actividad que parece sólo terrena” (san Josemaría Escrivá).
Entonemos un canto nuevo al Señor: «Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles, que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. // Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras, porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas con vítores a Dios en la boca» (Salmo 149,1-6.9). El canto es nuevo, porque las situaciones son nuevas, pero también porque el amor es nuevo y canta, como dice S. Agustín: “cantar suele ser tarea de enamorados”. Los cantos de maldad, de pecado, de injusticia, de egoísmo, de infidelidades, que más que una alabanza son una ofensa al Señor, deben quedar atrás, superados por la Victoria de Cristo, de la que participamos quienes creemos en Él.
Juan Pablo II recordaba que se definen los orantes de este salmo con "los pobres, los humildes"… los oprimidos, los pobres y perseguidos por la justicia, también los que, siendo fieles a los compromisos morales de la alianza con Dios, son marginados por los que escogen la violencia, la riqueza y la prepotencia. Este es el sentido de la célebre primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim (pobres-humildes): "Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el día de la cólera del Señor"…
El canto de María recogido en el evangelio de san Lucas -el Magníficat- es el eco de los mejores sentimientos de los "hijos de Sión": alabanza jubilosa a Dios Salvador, acción de gracias por las obras grandes que ha hecho por ella el Todopoderoso, lucha contra las fuerzas del mal, solidaridad con los pobres y fidelidad al Dios de la alianza.
“Jesús decía a sus discípulos: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí”; Espíritu de verdad es otro título que Jesús da al Espíritu. La verdad libera, la verdad es la única fuerza capaz de contrarrestarle el mal. Ser, cada vez más, un hambriento de la verdad, para ser, cada vez más, un testigo ("martyr" en griego) de la verdad.
…“y después también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe”. Se nos pide ser "martyr", que hoy traducimos por "testigo". "Vosotros también seréis mártires míos = vosotros seréis también mis testigos."
“Seréis expulsados de las sinagogas; aun más, llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios. Y esto os lo harán porque no han conocido a mi Padre ni a mí. Pero os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora os acordéis de que ya os las había anunciado....” (Juan 15,26-16,4). "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones" (2 Tm 3,12). Pero con el Espíritu Santo nada pueden temer. Pasan los perseguidores, y Cristo permanece ayer, hoy y siempre. San Agustín exclama: «Señor y Dios mío; en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: “Id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19), si no fuera Trinidad. Y no mandarías a tus siervos bautizar, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si vos, Señor, no fuerais al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: “Escucha, Israel: El Señor tu Dios, es un Dios único” (Dt 6,4). Y si Tú mismo no fueras Dios Padre y fueras también Hijo, y Espíritu Santo, no leeríamos en las Escrituras canónicas: “Envió Dios a su Hijo” (Gál 4,4); y Tú, ¡oh Unigénito!, no dirías del Espíritu Santo: “que el Padre enviará en mi nombre” (Jn 14,26) y que “yo os enviaré de parte del Padre” (Jn 15, 26)...
Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin entenderlas, y Tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno alabándote a un tiempo unidos todos a ti. Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos mis libros, conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname Tú, Señor, y perdónenme los tuyos. Así sea».
Ser cristiano cuesta… también hoy. ¿Soy realmente el testigo (mártir) de Dios? ¿Estoy de parte de Dios? ¿Es Dios al que defiendo, o es a mí, mis opciones, mis ideas? Sé que tengo un Defensor. El Espíritu esta ahí conmigo. Gracias. Concédeme, Señor, el no tener nunca miedo (Noel Quesson). El encargo fundamental para los cristianos es que den testimonio de Jesús. El día de la Ascensión les dijo: «seréis mis testigos en Jerusalén y en Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo». Llucià Pou Sabaté