domingo, 10 de abril de 2011

Cuaresma 5, domingo A: Jesús abre los sepulcros de nuestro corazón y nos da la Vida


Cuaresma 5, domingo A: Jesús abre los sepulcros de nuestro corazón y nos da la Vida

Lectura del Profeta Ezequiel 37,12-14: Esto dice el Señor: -“Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

Sal 129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8: Desde lo hondo a ti grito, Señor; / Señor, escucha mi voz: / estén tus oídos atentos / a la voz de mi súplica. // Si llevas cuentas de los delitos, Señor, / ¿quién podrá resistir? / Pero de ti procede el perdón, / y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor, / espera en su palabra; / mi alma aguarda al Señor, / más que el centinela la aurora. / Aguarde Israel al Señor, / como el centinela la aurora. // Porque del Señor viene la misericordia, / la redención copiosa; / y él redimirá a Israel / de todos sus delitos.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8,8-11: Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 11,1-45: En aquel tiempo [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro).]
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: -“Señor, tu amigo está enfermo”. Jesús, al oírlo, dijo: -“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: -“Vamos otra vez a Judea”. [Los discípulos le replican: -“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?” Jesús contestó: -“¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”. Dicho esto añadió: -“Lázaro, nuestro amigo; está dormido: voy a despertarlo”.
Entonces le dijeron sus discípulos: -“Señor, si duerme, se salvará”. (Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.) Entonces Jesús les replicó claramente: -“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa”. Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: “Vamos también nosotros, y muramos con él”.]
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: -“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Jesús le dijo: -“Tu hermano resucitará”.
Marta respondió: -“Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dice: -“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: -“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. [Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: -“El Maestro está ahí, y te llama”. Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: -“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.] Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y] muy conmovido preguntó: -“¿Dónde lo habéis enterrado?” Le contestaron: -“Señor, ven a verlo”.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: -“¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: -“Y uno que le ha abierto los ojos , a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?” Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta con una losa.) Dijo Jesús: -Quitad la losa. Marta; la hermana del muerto, le dijo: -“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Jesús le dijo: -“¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: -“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado”. Y dicho esto, gritó con voz potente: -“Lázaro, ven afuera”. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: -“Desatadlo y dejadlo andar”.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Comentario: “Los tres momentos de la fe -conversión, iluminación, comunión- quedan claramente destacados a través de los tres domingos de escrutinios. La samaritana es, sobre todo, conversión; el ciego de nacimiento es iluminación; la resurrección de Lázaro destaca la vida nueva que nos viene de la comunión con el Señor muerto y resucitado.
La característica de esta quincena que se inicia con el quinto domingo de Cuaresma, en la liturgia romana, es la atención intensificada hacia el misterio de la pasión del Señor. La cruz de Cristo se va convirtiendo progresivamente en el único centro de atención, sea en las lecturas feriales, sea en los textos eucológicos (vean p.e. la colecta de este domingo), sea en la liturgia de las Horas (vean la posibilidad, a tener en cuenta, de recitar los himnos de Semana Santa -"Vexilla Regis"- ya durante esta V semana), sea en el uso del prefacio I de Pasión”. La comunión con la cruz y la sepultura de Cristo, realizada sacramentalmente en el bautismo, nos hace entrar en una vida nueva, escondida con Cristo en Dios. “El esquema del prefacio, como en los domingos anteriores, vuelve a situarnos en el paralelismo de la humanidad y la divinidad de Cristo (a la samaritana le pide agua y le da el fuego del Espíritu; al linaje humano lo ilumina haciéndose hombre y comunicando a los hombres la adopción de los hijos de Dios): como hombre llora a Lázaro, como Dios eterno le hace levantar del sepulcro. Es interesante comprobar, ahora, como toda la Cuaresma ha sido una prolongación de las dos imágenes iniciales de Cristo: el hombre que ayuna y es tentado en el desierto es, verdaderamente, el Hijo de Dios que hay que escuchar, por voluntad del Padre”. El prefacio -como el del domingo IV- enseña que la palabra poderosa de Cristo, con la fuerza del Espíritu, resuena todavía en la Iglesia, en la celebración de los sacramentos. Por esa acción, la misericordia de Dios continúa vertiéndose sobre los hombres ("humani generis miseratus", compadecido del linaje humano).
La oración postcomunión nos recuerda esa fuerza transformadora en Cuerpo de Cristo que nos viene de la comunión con su Cuerpo, que nos trae la fuerza vital de la cruz de Cristo: "por la fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso" (prefacio, tomado de san León Magno). La cruz es el "árbol de la vida", aunque esté teñida de sangre (Pere Tena). Esa vida que recupera Lázaro, imagen de la que nos consigue Jesús con la Pascua. «Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, El es médico. Si la fiebre te abrasa, El es la fuente de agua fresca. Si te oprime el peso de la culpa, El es la justicia. Si necesitas ayuda, El es la fuerza. Si temes la muerte, El es la vida. Si deseas el cielo, El es el camino. Si huyes de las tinieblas, El es la luz. Si buscas comida, El es el alimento. Buscad y ved cuán bueno es el Señor; dichoso el hombre que espera el El» (San Ambrosio).
1. Ezequiel ha tenido la visión de unos huesos secos e informes que toman carne, se organizan y reviven. El pueblo de Dios está desterrado en Babilonia, tumba de los pueblos, lejos de la tierra y la relación con Dios que daban sentido a su historia. Es un pueblo sin libertad y sin vida propia: un pueblo muerto y sin destino. En esta circunstancia se hace presente la promesa de Dios: él apartará la losa de esa tumba para que el pueblo se levante, se organice y camine vitalizado por el Espíritu del Señor. Será una nueva liberación histórica, un nuevo éxodo, una nueva elección. Es imagen de la formación de la Iglesia, el nuevo pueblo unido por el Espíritu de Dios y no por lazos culturales o de sangre (“Eucaristía”).
Paralelamente ruah-viento-espíritu, soplo animador por los cuatro costados, vida por doquier. Huesos y espíritu, muerte y vida es el eje central de la visión, de la parábola y de la teología de este pasaje. "¿Podrán revivir esos huesos?"; el profeta se limita a responder: "Tú lo sabes, Señor". Se hace presente la vida: Yahveh. Los huesos se ensamblan, les nacen tendones, la carne los cubre, su piel se pone tersa... Y, con el soplo de Yahveh, aquellos cadáveres "revivieron, se pusieron en pie". "Huesos calcinados", es decir "esperanzas desvanecidas”; pensamientos negativos del tipo “estamos perdidos", corroen la raíz de la existencia… ante estos sepulcros la infusión "de mi espíritu en vosotros" les dará ser vivos-divinos, personas libres (Edic Marova).
2. El relato de la resurrección de Lázaro sigue esta idea, tan bien expresada en los versos del salmo de hoy: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; / Señor, escucha mi voz… Mi alma espera en el Señor… porque del Señor viene la misericordia… él redimirá a Israel”. Aquí tenemos otros versos que glosan alguna de sus ideas: “Yo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío, / que no puedo soportar vuestras tristezas; / yo bajaré a los infiernos de la angustia / y lloraré con vosotros vuestras penas, / y sembraré de alegría vuestras vidas / que seréis para siempre pura fiesta. // Y no puedo tolerar, amigos míos, / que arrastréis por más tiempo las cadenas / que os convierten en esclavos miserables. / Os libraré, os llevaré a la tierra / prometida, la tierra de la paz, / la tierra de la felicidad entera. // Yo mismo abriré, pueblo mío, los sepulcros / del miedo, el desencanto y las tinieblas; / clavaré mi bandera victoriosa / en la oscuridad de la conciencia, / y os regalaré hasta un lucero vivo / que os alegre y cure la ceguera. // Yo abriré los sepulcros de los odios / que miserablemente os pudren y os entierran; / os daré un corazón nuevo, como el mío, / en el que el amor y la amistad florezcan. / Abriré, pueblo mío, todos los sepulcros, / porque soy Resurrección y Vida plena; / lucharé cuerpo a cuerpo con la muerte, / aunque tenga que morir en la pelea; / pero os juro que vosotros viviréis / y llenaré de mi Espíritu la tierra” (de J. Gomis).
Este salmo de "Súplica" era utilizado por Israel en las ceremonias penitenciales comunitarias, particularmente en la fiesta de las Expiaciones: antes de renovar la Alianza, se ofrecían "sacrificios de expiación" en reparación por los pecados. Lo que llama la atención es que el "grito" del pecador no tiene por objeto confesar su pecado en forma circunstanciada y detallada: no se sabe de "qué" pecado se trata. Este salmo es ante todo un "grito de esperanza", "el más hermoso canto de esperanza que jamás haya salido quizá del corazón del hombre" (M. Mannati).
El plan de este poema relieva la sutil dialéctica del diálogo interior. Es un "movimiento" del alma, que va alternativamente del hombre a Dios, luego vuelve al hombre y pasa enseguida, nuevamente a Dios, se va alternando en las estrofas. Al mismo tiempo, el movimiento aparece con la repetición de palabras, en un avanzar en hacia el Señor (8 veces), hecho de aguardar (3 veces), esperar, acechar (2 veces), y el "grito", "la llamada", "la oración" (4 veces).
Juan Pablo II vio en María la intercesora, para esta misericordia divina, en la encíclica dirigida a este tema desglosaba aquellas palabras suyas: “la misericordia divina se extiende de generación en generación”: “Tenemos pleno derecho a creer que también nuestra generación está comprendida en las palabras de la Madre de Dios, cuando glorificaba la misericordia, de la que 'de generación en generación' son partícipes cuantos se dejan guiar por el temor de Dios. Las palabras del Magnificat mariano tienen un contenido profético, que afecta no sólo al pasado de Israel, sino también al futuro del Pueblo de Dios sobre la tierra. Somos, en efecto, todos nosotros, los que vivimos hoy en la tierra, la generación que es consciente del aproximarse del tercer milenio y que siente profundamente el cambio que se está verificando en la historia.
La presente generación se siente privilegiada porque el progreso le ofrece tantas posibilidades, insospechadas hace solamente unos decenios. La actividad creadora del hombre, su inteligencia y su trabajo han provocado cambios profundos, tanto en el dominio de la ciencia y de la técnica como en la vida social y cultural. El hombre ha extendido su poder sobre la naturaleza; ha adquirido un conocimiento más profundo de las leyes de su comportamiento social. Ha visto derrumbarse o atenuarse los obstáculos y distancias que separan hombres y naciones, gracias a un sentido acrecentado de lo universal, a una conciencia más clara de la unidad del género humano, a la aceptación de la dependencia recíproca dentro de una solidaridad auténtica, y gracias, finalmente, al deseo y la posibilidad- de entrar en contacto con sus hermanos y hermanas por encima de las divisiones artificiales de la geografía o las fronteras nacionales o raciales. Los jóvenes de hoy día, sobre todo, saben que los progresos de la ciencia y de la técnica son capaces de aportar no sólo nuevos bienes materiales, sino también una participación más amplia a su conocimiento.
El desarrollo de la informática, por ejemplo, multiplicará la capacidad creadora del hombre y le permitirá el acceso a las riquezas intelectuales y culturales de otros pueblos. Las nuevas técnicas de la comunicación favorecerán una mayor participación en los acontecimientos y un intercambio creciente de las ideas. Las adquisiciones de la ciencia biológica, psicológica o social ayudarán al hombre a penetrar mejor en la riqueza de su propio ser. Y si es verdad que ese progreso sigue siendo todavía muy a menudo privilegio de los países industrializados, no se puede negar, sin embargo, que la perspectiva de hacer beneficiarios a todos los pueblos y a todos los países no será a la larga una utopía si existe realmente una voluntad política a este respecto”, y junto a las luces ve las sombras, “inquietudes e imposibilidades que atañen a la respuesta profunda que el hombre sabe que debe dar”, como recuerda el Concilio Vaticano II: “En verdad, los desequilibrios que sufre el mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere, y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad... ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio?”.
Hay que gritarle al mundo: Dios es Amor, Dios ama a todos los hombres. El mundo de hoy, lleno de espíritus ateos y agnósticos, es un mundo "huérfano". En un mundo "sin Dios", el mal ya no tiene sentido, se convierte en "fatalidad" implacable contra la cual una sola actitud es posible: la rebelión. Pero seamos claros, esta rebelión es radicalmente estéril, ya que el "mal" de la muerte lo superará. La ola de incredulidad del mundo occidental corresponde al "malestar existencial", a una profunda desesperación, a un frenesí de gozo inmediato (¿no es esto también un embrutecimiento estéril?) el condenado a muerte "se divierte" como puede, para no pensar en el fatal desenlace.
“Para el creyente, al contrario, el "grito" del hombre tiene una respuesta... El mal no es fatal... La muerte no es el último acto... El pecado no es una situación "sin salida". Cuando el hombre está en el fondo del abismo, se siente solo, abandonado, condenado a quedarse en su "hoya". Ahora bien, justamente al fondo de este abismo viene a buscarnos el amor de Jesús. Desde la profundidad, de la cual pedimos socorro... hay una salida, vertical, por la cruz de quien nos ama. No, el grito del hombre que sufre, no cae en un cielo "vacío", como dicen los ateos... Yo sé que mi Salvador está vivo, que está junto a mí cuando toco el fondo del abismo, que escucha mi llamado y que su oído está atento... Hay que repetirlo: el único "porvenir" posible para el hombre no está en un hombre-cerrado-sobre-sí- mismo, sino en un hombre-abierto-sobre-la-trascendencia. Si Dios "no existe", sólo queda una cosa segura: tampoco "existe" el hombre.
Como un vigilante que ansía la aurora. ¡He ahí el creyente! ¡Un vigilante! En este mundo que duerme pensando que la noche es definitiva, El, despierto, espera el despuntar de la aurora. El oficio del "vigilante nocturno" es muy evocador. Mientras la caravana duerme en el desierto, una persona vigila, un centinela protege el campamento. No es extraño ser "centinela" en plena guerra rodeado de enemigos: soledad, frío, tinieblas, ruidos sospechosos, riesgo de dormirse, de tensión nerviosa ante el enemigo que ronda. Los minutos son largos, la noche se hace interminable. Pero el centinela "sabe" que la aurora vendrá ciertamente. ¡Con qué impaciencia, el vigilante, acecha los primeros rayos, los primeros signos de la aurora! Ahora bien, lo que espera el creyente, es Dios. "Mi alma espera al Señor más que un centinela a la aurora". Jamás se dio una mejor definición de la esperanza. La dilación de la noche es temporal. Pero la humanidad camina hacia el mañana.
Solidarios, todos pecadores, todos salvados. Pasemos del "yo" al "nosotros" y oremos con este salmo no solamente por nuestros pecados individuales o nuestra muerte individual... sino en nombre de todos” (Noel Quesson).
3. La vida del nuevo pueblo de Dios es vida en el Espíritu. Estar o existir "en la carne" es vivir desde sí y para sí, con perspectivas limitadas a esta tierra y recortadas por el egoísmo. Existir "en el espíritu" es vivir motivado por el Espíritu de Jesús y radicado en su persona. Es aceptar gozosamente sus horizontes, su talante y sus fines y, como consecuencia, su resurrección. "El hombre que está en la carne" es el que padece la opresión del pecado del mundo y siente en sí mismo las consecuencias del pecado: la muerte y una concupiscencia desenfrenada que le esclaviza. Un hombre así ha perdido su armonía interior y no refleja en su vida la "gloria de Dios" (cf. 3, 23). “En la Biblia en general, y concretamente en los escritos de Pablo, no hay rastros de esa antropología maniquea que divide y enfrenta al espíritu contra la carne y convierte al hombre en un campo de batalla de dos fuerzas antagónicas e irreconciliables. Como si el Espíritu fuera siempre bueno y la carne fuera siempre y totalmente mala, como si el cuerpo fuera el enemigo del alma y ésta fuera lo único verdaderamente humano y con esperanzas de salvación”. "El hombre que está en el espíritu" es el hombre que ha sido salvado por Cristo y ha recibido el espíritu de Dios que da la vida. El espíritu de Dios se llama también espíritu de Cristo, porque en éste habita plenamente y de su plenitud participamos nosotros. La manera de ser del hombre según la "carne" hay que darla por liquidada en aquellos en los que Cristo es la vida de sus vidas. O también, que estamos muertos para el pecado y ahora debemos vivir para la justicia de Dios (cf. 7, 4ss.; 6, 11; 3, 21-31; 5, 1 y 21). Si el mismo espíritu de Dios que actuó en la resurrección de Cristo habita ya en nosotros, podemos esperar que actúe de nuevo en nuestra resurrección. Y no sólo en la resurrección futura, al final de los tiempos, sino también ahora alentando la vida por la justicia de Dios (“Eucaristía”). Así, “no estáis en la carne, porque no realizáis las obras de la carne consintiendo a sus concupiscencias; sino que estáis en el espíritu, porque os deleitáis en la ley según el hombre interior; a esto equivale lo que dice: “Si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros”. Pero si presumís de vuestro espíritu aún estáis en la carne. Si, pues, no estáis en la carne, sino en el espíritu, entonces no estáis en la carne… He aquí que en virtud de su misericordia poseemos el Espíritu de Cristo. Sabemos que mora en nosotros el Espíritu de Dios si amamos la justicia y mantenemos la integridad de la fe católica” (S. Agustín).
4. El relato de la muerte y resurrección de Lázaro también tiene un sentido cristológico: Lázaro es símbolo de Jesús. Hace dos domingos veíamos que Jesús se quedaba también "dos días" en el pueblo de los samaritanos (Jn 4. 40). A continuación de esos dos días el autor presenta a Jesús curando a una persona que está a punto de morir (Jn 4. 46-54). Los dos días son un recurso del autor para poner a Jesús a las puertas del tercer día y de lo que esta expresión significaba en la tradición cristiana cuando él escribía su Evangelio. Jesús es lo que significa el tercer día, es decir, resurrección, vida. Los dos días de espera no obedecen a la crónica de los hechos, sino al quehacer teológico del autor. Y hay también un sentido espiritual: Lázaro es símbolo de la destrucción del destino inexorable y de la fatalidad, no somos un ser para la muerte, Jesús es la resurrección y la vida (v. 25). ¡Qué fantástico sería si a la pregunta "¿Crees esto?", respondiéramos como Marta: "¡Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo!" (v. 27) (Dabar). Cristo convierte en realidad la metáfora de Ezequiel. «Yo mismo abriré tu sepulcro», amigo mío; yo te rescataré del lugar de los muertos; yo te llenaré de espíritu de vida; yo venceré tu muerte; yo derrotaré toda muerte.
En un cuadro plástico de gran belleza, se nos pinta la Vida y la Muerte enfrentados en el sepulcro de Lázaro. La resurrección del amigo es parábola y profecía de futuras victorias sobre todo tipo de muertes: Cristo ha venido para que «tengamos vida y la tengamos en abundancia» y la tengamos para siempre. El nos repite: «Amigo mío, pueblo mío, yo abriré vuestros sepulcros»; yo abriré todos los sepulcros.
En la narración evangélica no sabemos qué admirar más en Jesús: sus sentimientos humanos o su poder divino, al Jesús que llora o al que se proclama «resurrección y vida». Ambas dimensiones nos convencen de su verdad (“Caritas”).
Seguiremos ahora un sermón de S. Agustín que propone de modo magistral una interpretación espiritual para la escena de hoy. “Jesucristo realizó los milagros para significar algo con ellos, de forma que, exceptuando su ser algo admirable, grande y divino, aprendiésemos otra cosa con ellos. Veamos ahora qué quiso enseñarnos en los tres muertos que resucitó. Resucitó a la hija del jefe de la Sinagoga, cuya curación se le había pedido cuando estaba aún enferma. Hallándose en camino a casa se le anuncia su muerte. Y como si su fatiga fuese ya vana, se le comunica al padre: “La niña ha muerto, ¿por qué molestas todavía al maestro?” Jesús prosiguió su camino y dijo al padre de la joven: “No temas, cree solamente”. Cuando llegó a casa lo encontró todo dispuesto para los funerales. “No lloréis, les dijo; la joven no está muerta, sino que duerme”. Y dijo la verdad: dormía, pero sólo para quien tenía el poder de resucitarla. Una vez resucitada se la devuelve viva a sus padres.
También resucitó a un joven, hijo de una viuda... Se acercaba el Señor a la ciudad cuando sacaban al muerto de la casa. Conmovido de misericordia por las lágrimas de la madre viuda y privada de su único hijo, hizo lo que habéis oído diciendo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate” (Lc 7,14). Resucitó el difunto, comenzó a hablar y se lo entregó a su madre. Resucitó igualmente a Lázaro, pero del sepulcro. A los discípulos con quienes hablaba, que sabían que Lázaro, amado con predilección por el Señor, estaba enfermo, les dice: “Lázaro, nuestro amigo, duerme”. Pensando en el sueño reparador de la salud, le responden: “Señor, si duerme, está curado”. Y él, de forma ya más clara: “Nuestro amigo Lázaro ha muerto” (Jn 11,11-14). Dijo la verdad una y otra vez: para vosotros está muerto, más para mí duerme.
Estos tres géneros de muertos corresponden a las tres clases de pecadores que Cristo resucita también hoy. La hija del jefe de la sinagoga se hallaba muerta dentro de casa; aún no la habían sacado al exterior. Allí la resucitó y entregó viva a sus padres. El joven ya no estaba en casa, pero tampoco en el sepulcro; había salido de la casa, pero aún no había sido sepultado. Quien resucitó a la difunta en la casa, resucitó a quien había salido ya de ella, pero aún no había sido sepultado. Sólo faltaba el tercer caso: que fuera resucitado estando en el sepulcro; esto lo realizó en Lázaro.
Hay personas que han pecado ya en su corazón, pero el pecado aún no se ha hecho realidad exterior. Un tal se sintió afectado por cierto deseo. El mismo Señor dice: “Quien viere a una mujer, deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5,28). Todavía no ha habido contacto corporal, pero ya consintió en su corazón. Tiene el muerto en su interior; aun no lo ha sacado fuera. Pues bien, eso acontece, según sabemos, y a diario lo experimentan en sí los hombres cuando, oyendo en alguna ocasión como que la palabra de Dios les dice: “Levántate”, se condena el consentimiento al pecado y se respira salud y justicia. Resucita el muerto en la casa y se respira salud y justicia. Resucita el muerto en la casa y revive el corazón en lo secreto de la conciencia. Esta resurrección del alma muerta se produjo en el secreto de la conciencia; caso idéntico a aquel que resucitó dentro de su casa.
Hay otros que, después de haber consentido pasan a la acción; es el caso paralelo a quienes sacan fuera al muerto, para que aparezca a las claras lo que permanecía oculto. ¿Han de perder la esperanza éstos que pasaron a la acción? ¿No se le dijo a aquel joven: “Yo te lo ordeno, levántate”? (Lc 7,14). ¿No fue devuelto a su madre? Luego así también quien pecó de hecho, si amonestado y afectado por la palabra de la verdad se levanta ante la palabra de Cristo, resucita también. Pudo avanzar en el pecado, pero no perecer para siempre.
Quienes a fuerza de obrar mal se enredan en la mala costumbre de forma que esa misma mala costumbre no les deja ver el mal, se convierten en defensores de sus malas acciones, comportándose como los sodomitas, que en otro tiempo replicaron al justo que les reprendía su perverso deseo: “Tu viniste a vivir con nosotros, no a dar leyes” (Gn 19,9). Tan arraigada estaba allí la costumbre de la nefanda torpeza, que la maldad les parecía justicia hasta reprender antes al que la prohibía que al que la obraba. Los tales, sometidos a tan perversa costumbre, están como sepultados. Pero, ¿qué he de decir, hermanos? De tal forma sepultados que se les podría aplicar lo que se dijo de Lázaro: “Ya hiede” (Jn 11,39). La piedra colocada sobre el sepulcro es la fuerza oprimente de la costumbre que aprisiona al alma y no la permite ni levantarse ni respirar.
De Lázaro se dijo que llevaba cuatro días muerto. En efecto, el alma llega a esta costumbre de que estoy hablando como en cuatro etapas. La primera consiste en la seducción del placer en el corazón. La segunda en el consentimiento. La tercera es ya la realización y la cuarta la costumbre. Hay quienes rechazan tan radicalmente con sus mismos pensamientos las cosas ilícitas que ni siquiera se deleitan en ellas. Hay quienes se deleitan, pero no consienten; habría que decir que la muerte no es plena, pero que en cierto modo se ha iniciado ya. Si el consentimiento sigue a la delectación, ahí está la condenación. Tras el consentimiento se procede al hecho y el hecho conduce a la costumbre, provocando una cierta pérdida de esperanza, por lo cual se dice: Lleva cuatro días, ya hiede.
Llega el Señor para quien todo es fácil y te presenta alguna dificultad. Se estremeció en su espíritu y mostró que quienes se han endurecido tienen necesidad del gran grito de la corrección. Sin embargo, ante la simple voz del Señor que llamaba, se rompieron los lazos de la necesidad. Tembló el poder del infierno y Lázaro fue devuelto vivo. También libera el Señor a los que por la costumbre llevan cuatro días muertos, pues para él, que quería resucitarle, Lázaro sólo dormía. Pero ¿qué dice? Observad cómo fue la resurrección. Salió vivo del sepulcro, pero no podía caminar. Y Jesús dice a sus discípulos: Desatadlo y dejadlo ir (.in 11,44). Él resucitó al muerto y los otros lo desataron. Ved que algo es propio de la majestad divina que resucita. Alguien, enfangado en la mala costumbre, es reprendido por la palabra de la verdad. Pero ¡cuántos no han sido reprendidos por ella y no la escuchan! ¿Quién actúa en el interior de quien la oye? ¿Quién comunica la vida interior? ¿Quién es el que aleja la muerte secreta y otorga la vida también secreta? ¿No es verdad que después de las reprensiones y recriminaciones quedan los hombres solos con sus pensamientos y comienzan a reflexionar sobre la mala vida que llevan y la opresión que, por la pésima costumbre, soportan? Después, descontentos de si mismos, deciden cambiar de vida. Resucitaron: revivieron quienes se hallaron descontentos de su vida anterior; mas, no obstante haber revivido, no pueden caminar. Les atan los lazos de sus culpas. Es, pues, necesario que quien ha recobrado la vida sea desatado y se le permita andar. Esta función la otorgó el Señor a sus discípulos cuando les dijo: “Lo que desatareis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18).
Amadísimos, oigamos esto de forma que quienes están vivos sigan viviendo y quienes se hallan muertos recobren la vida. Si el pecado está en el corazón y aún no ha salido fuera, haga penitencia, corrija su pensamiento y resucite al muerto en el interior de la conciencia. No pierdas la esperanza ni siquiera en el caso de haber consentido a lo pensado. Si no resucitó el muerto dentro, resucite fuera. Arrepiéntase de lo hecho y resucite rápidamente; no vaya al fondo de la sepultura, no reciba sobre sí el peso de la costumbre. Quizá estoy hablando a quien se halla oprimido por la dura piedra de la costumbre, quien se ve atenazado por la fuerza de lo habitual, quien quizá ya hiede de cuatro días. Tampoco éste ha de perder la esperanza: es verdad que yace muerto en lo profundo, pero profundo es Cristo. Sabe quebrar con su voz los pesos terrenos, sabe vivificar interiormente y entregarlo a los discípulos para que lo desaten. Hagan penitencia también ellos, pues ningún hedor quedó a Lázaro, vuelto a la vida, a pesar de haber pasado cuatro días en el sepulcro. Por tanto, los que gozan de vida, sigan viviendo; si alguien se halla muerto, cualquiera que sea la muerte de las tres mencionadas en que se encuentre, haga lo posible por resucitar cuanto antes”.
-En resumen, hoy tenemos una palabra clave: Vida. Una palabra se ha repetido hoy una y otra vez… sintetiza todo lo que significa la Pascua, nuestra fe. Vemos cómo Jesús se quedó dos días en el lugar donde estaba (es curioso cómo Jesús no se pone nervioso ante las cosas pendientes, va haciendo la voluntad divina, sin sentimentalismo ni rigideces...). Las cosas van saliendo, a su tiempo, no hay que desanimarse. Con Jesús, nos acercamos a Judea. Hemos visto cómo los discípulos de Jesús tenían miedo de ir donde había peligro de muerte… pero Jesús lleva la vida. Se ve en el diálogo impresionante con las hermanas; primero ellas se quejan, cada una por su lado: “si hubieras estado aquí…” dicen lo mismo las dos. Luego, Jesús: -“Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta su adhesión, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?" y sale de sus bocas aquella proclamación de la fe que también deseamos nosotros, fruto de nuestro diálogo esperanzador con el Señor en la oración, en camino hacia la Pascua.

sábado, 9 de abril de 2011

Cuaresma 4, sábado: Jesús, el justo que sufre injustamente, y así nos salva

Cuaresma 4, sábado: Jesús, el justo que sufre injustamente, y así nos salva

Libro de Jeremías 11,18-20: El Señor de los ejércitos me lo ha hecho saber y yo lo sé. Entonces tú me has hecho ver sus acciones. Y yo era como un manso cordero, llevado al matadero, sin saber que ellos urdían contra mí sus maquinaciones: "¡Destruyamos el árbol mientras tiene savia, arranquémoslo de la tierra de los vivientes, y que nadie se acuerde más de su nombre!". Señor de los ejércitos, que juzgas con justicia, que sondeas las entrañas y los corazones, ¡que yo vea tu venganza contra ellos, porque a ti he confiado mi causa!

Salmo 7,2-3.9-12: Señor, Dios mío, en Ti me refugio: sálvame de todos los que me persiguen; / líbrame, para que nadie pueda atraparme como un león, que destroza sin remedio. / El Señor es el Juez de las naciones: júzgame, Señor, conforme a mi justicia y de acuerdo con mi integridad. / ¡Que se acabe la maldad de los impíos! Tú que sondeas las mentes y los corazones, Tú que eres un Dios justo, apoya al inocente. / Mi escudo es el Dios Altísimo, que salva a los rectos de corazón. / Dios es un Juez justo y puede irritarse en cualquier momento.

Evangelio según San Juan 7,40-53: Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta". Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?". Y por causa de Él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?". Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre". Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en Él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita". Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: "¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?". Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta". Y cada uno regresó a su casa.

Comentario: 1-2. Jeremías utiliza la imagen del cordero manso llevado al matadero. Por el hecho de cumplir su misión y llamar al pueblo a la conversión, el profeta se ve rechazado y traicionado por sus propios hermanos. Es imagen de Jesús que, como un cordero, morirá para quitar el pecado del mundo (Misa dominical).
a) “La misma suerte de Jesús la vive Jeremías 6 siglos antes. También él fue perseguido por haber sido fiel a la Palabra de Dios. La imagen del "cordero" nos sugiere la inocencia de esa pequeña víctima que no merece ser sacrificada. Esta imagen nos sugiere la liturgia del cordero pascual, cuyo sacrificio es útil al pueblo entero.
Todo hombre que sufre es una imagen de Cristo sufriente. Todo sufrimiento, sobre todo si es llevado conscientemente y ofrecido, colabora en la redención y contribuye a salvar el mundo en unión con Jesús.
En una plegaria a Dios, Jeremías reacciona. En esa luz interior, descubre el complot que se está tramando contra él: «Señor, Tú me lo hiciste saber...» Si, por lo menos, llegara yo también a reaccionar de esa misma manera, a convertirlo todo en oración.
“Te ofrezco, Señor, en este día, mis propios sufrimientos... Te ofrezco también todo el peso de todos los sufrimientos de todos los hombres en el mundo. Ayúdales a descubrir, en lo posible, que su sufrimiento no está "perdido", sino que puede adquirir una misteriosa significación. Y que todo «viernes santo» conduce a la aurora de Pascua” (Noel Quesson).
-“Destruyamos el árbol en su vigor. Arranquémoslo de la tierra de los vivos, a fin de que se olvide su nombre”.
b) Comenta Benedicto XVI, en su Misa de inauguración de pontificado, que “era costumbre en el antiguo Oriente que los reyes se llamaran a sí mismos pastores de su pueblo. Era una imagen de su poder, una imagen cínica: para ellos, los pueblos eran como ovejas de las que el pastor podía disponer a su agrado. Por el contrario, el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho Él mismo cordero, se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son pisoteados y sacrificados. Precisamente así se revela Él como el verdadero pastor: “Yo soy el buen pastor [...]. Yo doy mi vida por las ovejas”, dice Jesús de sí mismo (Jn 10, 14s.). No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.
Una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. “Apacienta mis ovejas”, dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la Palabra de Dios; el alimento de su presencia, que Él nos da en el Santísimo Sacramento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros”.
c) Jeremías llega a pensar incluso que “su mensaje es contraproducente, ya que provoca reacciones violentas contra el mensajero de la palabra de Dios. La salvación siempre pasará por el desconcierto, por la cruz, por la oscuridad de la fe. Pero el cristiano que se dispone a rememorar y revivir la Pascua ve, a través de la incertidumbre, la claridad y la luz de la nueva vida que el Señor instaura venciendo a la muerte” (R. de Sivatte).
El salmo 7 es muy apropiado para la lectura anterior, pues expresa la súplica del Justo por antonomasia, condenado injustamente. El Padre lo deja morir para mostrar su extremada misericordia y su amor para con los hombres, a quienes redime del pecado, conduciéndolos a la gloria eterna: «Señor, Dios mío, A Ti me acojo, líbrame de mis enemigos y perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí”...
3. a) También vemos en el Evangelio cómo la persona de Jesús, ahora en cuanto a su origen, provoca discusiones y postura diversas. Se ignora lo más profundo de su personalidad: su origen divino. La vida de los hombres se decide según la actitud vivencial que tomen con respecto a Jesús. Al mismo tiempo, vemos cómo en la palabra de Jesús late la fuerza peculiar de la palabra reveladora que llega de Dios, con su fuerza persuasiva y su fascinación específica. “Jesús es presentado hoy como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también «como cordero manso llevado al matadero». Confía en Dios: si Jeremías pide «Señor, a ti me acojo», Jesús en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Pero Jesús muestra una entereza y un estilo diferente. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos.
Nuestra actitud hacia Cristo se va haciendo cada vez más contemplativa. Vamos admirando su decisión radical, su fidelidad a la misión encomendada, su solidaridad con todos nosotros, en su camino hacia la cruz. Esta admiración irá creciendo a medida que nos aproximemos al Triduo Pascual” (J. Aldazábal). «Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor» (oración). Que Jesús, « como cordero manso, llevado al matadero» (lectura), nos guíe hacia esa palabra de esperanza, por su palabra que llena de gozo: «Jamás ha hablado nadie así» (evangelio).
Seguimos en torno a la fiesta de las tiendas, con claro sentido mesiánico, y Jesús nos hace ver que el hijo del hombre (de la profecía de Daniel, el pre-existente, el que viene de Dios) es el siervo de Yahvé, el sufriente, como decimos a la Entrada: «Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo; en el peligro invoqué al Señor; desde su templo Él escuchó mi voz» (Sal 17,5-7). Es la manifestación de la misericordia divina, y en la Colecta así pedimos (sigue el misal anterior y, antes, del Gelasiano): «Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor, ya que sin tu ayuda no podemos complacerte». También en la Comunión: «Hemos sido rescatados a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha» (1 Pe 1,19), a través del misterio de la Eucaristía, del que nos llegan tantos frutos de gracia, como rezamos en la Postcomunión: «Que tus santos misterios nos purifiquen, Señor, y que por su acción eficaz nos vuelvan agradables a tus ojos».
La confianza y la imagen emocionante del cordero manso, llevado al matadero que ha inspirado el canto del Siervo de Dios en Isaías (53,6-7) y le ha hecho símbolo de la Pasión del Cordero de Dios (Mt 26,63; Jn 1,29; Hch 8,32) es un icono gráfico del misterio de la redención, que es cantado por diversos Padres. San Juan Crisóstomo señala: «La sangre derramada por Cristo reproduce en nosotros la imagen del rey: no permite que se malogre la nobleza del alma; riega el alma con profusión, y le inspira el amor a la virtud. Esta sangre hace huir a los demonios, atrae a los ángeles...; esta sangre ha lavado a todo el mundo y ha facilitado el camino del cielo» (Homilía 45, sobre el Evangelio de San Juan). Y San León Magno: «Efectivamente, la encarnación del Verbo, lo mismo que la muerte y resurrección de Cristo, ha venido a ser la salvación de todos los fieles, y la sangre del único justo nos ha dado, a nosotros que la creemos derramada para la reconciliación del mundo, lo que concedió a nuestros padres, que igualmente creyeron que sería derramada».
b) También el cristiano está llamado a encarnar esos sentimientos redentores de Jesús: “Se necesitan –dice Juan Pablo II- heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad de la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy.” De muchas manera podemos dar a conocer amablemente la figura y las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia: con una conversación, participando en una catequesis, con el silencio que los demás valoran, escribiendo a los medios de comunicación por un trabajo acertado, insistiendo con frecuencia en las mismas ideas, esforzándonos en presentarlas en forma atrayente. Hemos de tener en cuenta que muchas veces tendremos que ir contra corriente, como han ido tantos buenos cristianos a lo largo de los siglos. Con la ayuda del Señor, seremos fuertes para no dejarnos arrastrar por errores en boga o costumbres permisivas y libertinas, que contradicen la ley moral natural y la cristiana. Siempre, y de modo especial en las situaciones más difíciles, el Espíritu Santo nos iluminará, y sabremos qué decir y cómo hemos de comportarnos (cf. Francisco Fernández Carvajal).

viernes, 8 de abril de 2011

Cuaresma 4, viernes: Jesús va a Jerusalén y le matarán, cuando llegue su hora; es signo de contradicción, y también los cristianos sufrirán por la ver

Cuaresma 4, viernes: Jesús va a Jerusalén y le matarán, cuando llegue su hora; es signo de contradicción, y también los cristianos sufrirán por la verdad. (Consideramos hoy la fisonomía corporal y espiritual de Jesús)

Libro de la Sabiduría 2,1.12-22 (Sb 2, 17-20 se lee en el Domingo 25B): Ellos se dicen entre sí, razonando equivocadamente: "Breve y triste es nuestra vida, no hay remedio cuando el hombre llega a su fin ni se sabe de nadie que haya vuelto del Abismo. Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Él se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes. Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias. Él proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final. Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que Él asegura que Dios lo visitará". Así razonan ellos, pero se equivocan, porque su malicia los ha enceguecido. No conocen los secretos de Dios, no esperan retribución por la santidad, ni valoran la recompensa de las almas puras.

Salmo 34,17-21.23: Pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. / Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. / El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. / El justo padece muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. / Él cuida todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo. / Pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en Él no serán castigados.

Evangelio según San Juan 7,1-2.10.25-30: Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es". Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de Él y es Él el que me envió". Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él, porque todavía no había llegado su hora.

Comentario: 1. En el Libro de la Sabiduría -último del Antiguo Testamento- aparece una dinámica que luego vemos cumplirse a lo largo de los siglos y también ahora: los justos resultan incómodos en medio de una sociedad no creyente, y por tanto hay que eliminarlos. «Nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados... es un reproche para nuestras ideas... lleva una vida distinta de los demás». La decisión es: «lo condenaremos a muerte ignominiosa». Las fuerzas del mal, encarnadas en los impíos, quieren ahogar la fuerza de Dios que se manifiesta en la vida de los justos; los judíos fieles de Alejandría son perseguidos y despreciados por los judíos renegados y por los paganos, pero más allá de lo histórico tiene un sentido cristológico: se anuncia la pasión de Cristo (Misa dominical). Al acercarse la semana santa va siendo más frecuente la contemplación de Cristo sufriente; se ve al Mesías rodeado de odio..., acorralado. Dirán: "Si eres hijo de Dios... baja de la cruz". «¡Deja! Veamos si Elías viene a salvarle.» No puedo meditar sobre esto quedándome «ajeno» (Noel Quesson). Hemos de implicarnos en hacer ese camino de cuaresma, como recordaba san Agustín: "Si dices "ya basta", estás perdido. Aumenta siempre, progresa siempre, avanza siempre, no te pares en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes..."
2. Dios, como repite el salmo, «está cerca de los atribulados... el Señor se enfrenta con los malhechores... aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor». Nos mueve a confiar en Dios. Confiar en Él aun en los momentos más difíciles. Saber levantar la mirada hacia el Señor y decirle: “en tus manos encomiendo mi espíritu”, hará que nuestro Dios leal nos libre de todas nuestras angustias y dolores. Dios siempre está cercano de aquellos que le aman y le viven fieles. Y a quienes se alejaron a causa del pecado, Él no los ha abandonado, sino que ha salido, por medio de su propio Hijo, a buscarlos para llevarlos amorosamente de vuelta a Casa, para que todos vivamos como hijos en el Hijo. A pesar de que muchos nos persigan y quieran acabar con nosotros, pongamos nuestra vida totalmente en manos de Dios. Él velará por nosotros y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.
3. Entre hoy y mañana leemos el capitulo 7 del evangelio de Juan. Sucede en la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos, la fiesta del final de la cosecha, muy concurrida en Jerusalén, que duraba ocho días. La oposición de las clases dirigentes a Jesús se va enconando cada vez más, porque se presentaba como igual a Dios. Francisco de Asís se paseaba por las calles quejumbroso: "el amor no es amado... el amor no es amado... el amor no es amado..." Jesús se sabe amado, pero a su alrededor, sólo se habla de matarle; y Tú sólo hablas de este amor que te colma. Ayúdanos, Señor, a vivir como Tú, en la intimidad del Padre. Da a todos los que sufren esa paz que era la tuya. Otorga a todos los que sienten la soledad, la gracia de ser reconfortados por la presencia del Padre.
-“Buscaban, pues, prenderle..., pero nadie le ponía las manos, porque aún no había llegado su hora”. El complot se va estrechando. La Pasión se acerca. ¡Es "tu hora"! Sin ningún miedo, ciertamente. Todo sucederá según los insondables designios del Padre, a la hora por Él fijada desde toda la eternidad. Tener plena y total confianza en Dios. Ponerse en sus manos, es el secreto de la paz (Noel Quesson).
-En busca del rostro de Jesús. Estos días vemos un estudio a fondo sobre la personalidad de Jesús, en su unión al Padre. Pero –como decía Fra Angélico- “quien quiera pintar a Cristo sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo”. Es lo que hizo S. Juan, de cuyo ambiente nacen estas palabras que leemos en su Evangelio. Hay muchas leyendas, desde san Lucas pintor, la Verónica, y otras por el estilo, que nos hablan de la santa Faz, cuya reliquia más importante es la de Turín. Pero también es cierto que “Cristo graba su rostro en el alma de aquellos que le buscan y le aman” (Fray Justo Pérez de Urbel). San Policarpo, uno de los primeros Padres, discípulo de san Juan, ya nos dice: “la imagen carnal de Jesús nos es desconocida”. Y san Agustín, en el siglo IV: “ignoramos por completo cómo era su rostro”. Se puede decir que los iconos bizantinos, de gran belleza en mostrar un hombre de armonía y equilibrio perfectos, de paz y bondad, es imagen que coincide con la sábana santa de Turín (una persona alta, de 1.75-1.80 metros, unos 75-80 kilos, etc.). La reciente película de "El hombre que hacía milagros", de plastilina, lograba caracterizar a Jesús muy bien, pues cuando le ponemos un rostro no nos resulta cómodo. Nos es velado el rostro de Jesús, y la búsqueda no puede cesar, pues como decía la revista "Time" (6.12.2000) la figura de estos 2000 años más influyente es Jesús de Nazaret: "un hombre que vivió una vida corta, en un lugar atrasado y rural del Imperio Romano y que murió en agonía como un criminal convicto y que nunca se propuso causar ni la más mínima porción de los efectos que se han obrado en su nombre.
Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada en el rostro de Cristo crucificado y hacer de su Evangelio la regla cotidiana de vida. Decía una chica que es muy difícil explicar esta experiencia: "cuando crees en el Evangelio, cuando rezas, te sientes mejor, y sería estupendo que viviéramos lo que nos enseña... el mundo sería distinto". Hay una cierta "experiencia de Dios", un "laboratorio" en el que descubrimos, aun dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro de Jesús. Sólo podemos saber cómo era Jesucristo por lo que nos dicen los Evangelios. Para muchos los libros santos son en esto muy parcos. Por el contrario, hay en ellos mucho más sobre la realidad humana de Nuestro Salvador de cuanto parece a primera vista. Y cuanto nos dicen los Sacros Biógrafos nos trazan una figura que para unos causa sorpresa, para otros fascinación y para todos admiración y, en cierto sentido, desconcierto.
Por los relatos evangélicos podemos vislumbrar que Jesús tenía una constitución física singularmente perfecta. La incesante actividad durante su vida pública, sus incontables privaciones, su predicación de todos los días, los períodos enteros que pasaba sin reposo, etc., exigían un gasto considerable de fuerzas físicas y, por lo tanto, un cuerpo sano y robusto. Nunca dan a entender, ni siquiera permiten sospechar, sus evangelistas que padeciera enfermedad alguna. Sin embargo, sí afirman que conoció el hambre (cf. Mt 4,2; Mc 3,20), la sed (cf. Jn 4,7; 19,28), la necesidad del sueño (cf. Mt 8,24), la fatiga tras el largo caminar (cf. Jn 4,6), estuvo sujeto a la muerte y su vista anticipada le causó viva repugnancia (cf. Mt 26,37-42).
En noticias incidentales, los evangelistas nos recuerdan algunas de sus actitudes y gestos. Nos dicen que a veces hablaba a las muchedumbres de pie (Jn 7,37), otras sentado (Mt 5,1) y a veces –cuando comía– se reclinaba en un diván, según costumbre de entonces (Lc 7,37ss). Solía rezar de rodillas (Lc 22,41) o postrado totalmente en tierra (Mc 14,35). Los gestos más frecuentemente descritos por los evangelistas son los de sus manos, que parten los panes para distribuirlos (Mt 14,19), que toman el cáliz consagrado y lo pasan a sus discípulos (Mt 26,27), que abrazan y bendicen a los pequeñuelos (Mc 10,16), que tocann a los enfermos (incluso a los leprosos) para curarlos (Mc 1,31; Lc 5,13), que alza a los muertos (Lc 8,54), que azotan a los vendedores del Templo y vuelcan las mesas de los cambistas de monedas (Jn 2,15), que lavan los pies de los apóstoles (Jn 13,5).
A veces nos hablan de los movimientos de todo su cuerpo, como cuando se inclina a levantar a Pedro que se hunde en las aguas (Mt 14,31), cuando se agacha a escribir con su dedo en el suelo frente a los acusadores de la mujer adúltera (Jn 8,8), cuando vuelve la espalda a alguno de sus interlocutores para demostrar su descontento (Mt 16,23). El más conmovedor de todos es el que hace en la cruz, cuando, inclinando su cabeza expiró.
Los evangelistas también nos han guardado algunos gestos de los ojos de Jesús que exteriorizaban sus sentimientos íntimos. A Pedro, cuando lo vio por vez primera, lo miró de hito en hito, es decir, fijó su vista en él como para leer hasta el fondo de su alma (Jn 1,42); más profundamente lo miró la noche de un jueves para mover su corazón después de sus negaciones (Lc 22,61). Con particular ternura miró al joven rico (Mc 10,21). A veces gustaba mirar a sus seguidores con la mirada que usan los grandes oradores al comenzar a predicar, como abarcando todo el auditorio (Lc 6,20). En sus ojos no sólo brillaba la dulzura, sino también en oportunidades podía verse el resplandor de una santa cólera (Mc 3,5). Con ellos lloró sobre Jerusalén (Lc 19,38) y también miró con tristeza por última vez los atrios del Templo antes de partir para su muerte (Mc 11,11).
¿Cómo era su voz? Anticipadamente dijo de Él Isaías: He aquí mi siervo, que yo he escogido; no contenderá, ni voceará, ni oirá ninguno su voz en las plazas públicas (Is 42 1-3; Mt 12,16-21). Era firme y severa cuando tenía que dirigir un reproche (Mt 16,1-4) o dar una orden cuyo cumplimiento exigía con especial empeño (Mc 1,25). Terrible para pronunciar un anatema (Mt 25,41); irónica y desdeñosa si quería (Lc 13,15-16), alegre (Lc 10,21), triste (Mt 26,38) o tierna (Jn 19,26), según las muchas circunstancias de su vida.
Su aspecto y apariencia externa no lo conocemos, pero podemos pensar acertadamente que tendría el “tipo” de su pueblo. Santo Tomás comentando el Salmo 44 dice simplemente: “tuvo en sumo grado aquella belleza que correspondía a su estado, la reverencia y la gracia del aspecto; de tal modo que lo divino irradiaba de su rostro”. Unamuno lo describe cifrándolo en dos versos: “Tu cuerpo de hombre con blancura de hostia / para los hombres es el evangelio” (Miguel Ángel Fuentes).
-El alma de Cristo. Jesucristo habla a veces de su alma: Mi alma está turbada (Jn 12,27). El Hijo del hombre vino a dar su alma como rescate de muchos (Mt 20,28). Los evangelistas se refieren a ella a veces diciendo que Jesús conoció en su espíritu los pensamientos secretos de los hombres (Mc 2,8), gimió en su espíritu (Mc 8,12), etc.
Si observamos la sensibilidad del alma de Jesús veremos que experimentó la mayor parte de nuestras afecciones, alegres o tristes, dulces o amargas, pero en especial las dolorosas. A pesar de lo cual, sucediese lo que sucediese, en el fondo de su alma reinaban siempre serenidad y alegría. La paz que se complacía en desear a sus apóstoles (Lc 24,36) la poseyó Él plenamente y de continuo. Aunque a veces los evangelistas anoten que sintió cierta turbación, lo vemos siempre enteramente dueño de sus impresiones, como, por ejemplo, en Getsemaní. Nunca manifiesta duda. Nunca pierde la calma, ni cuando los endemoniados interrumpían sus discursos (Mc 1,22-26), ni cuando sus adversarios lo insultaban groseramente (Mt 9,3) ni cuando intentaban poner sobre Él sus manos (Lc 4,28). Su vida pública estuvo llena de trances difíciles, inquietantes, peligrosos; pero Él nunca perdió la tranquilidad. No lo afectaron las aclamaciones populares (como al entrar triunfante en Jerusalén) ni las condenas del populacho (como cuando la turba pidió su muerte).
Tuvo una gran sensibilidad: sintió profundamente el dolor, la alegría, la tristeza. Se admiró grandemente y saltó de júbilo al ver la fe de los pequeños y las revelaciones que su Padre hace a los humildes (cf. Lc 10,21).
Su fisonomía intelectual es apabullante. Tiene una lucidez única. Su predicación es diáfana, directa. Sus parábolas son un género único, perlas de la literatura humana. El contenido de sus dichos sorprende por la altura, la penetración, la sobrenaturalidad. No menos asombrosa es la “pedagogía” de Cristo: es significativo cómo fue llevando a sus discípulos (algunos simples pescadores) a aceptar y entender los misterios más grandes de nuestra fe (su filiación divina, la trinidad de Personas, la unidad de Dios, el misterio de la inhabitación trinitaria, de la gracia, el Reino de Dios, etc.). Su oratoria demuestra una grandeza de pensamiento inigualable. Por ejemplo, aquellas palabras que dirige a la muchedumbre hablándoles de Juan Bautista: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él” (Mt 11,7-11). ¿Cómo no escuchar atónitos elocuencia tal? Además, sabía, como ninguno, apelar a las imágenes vivas, conocidas por sus oyentes: el soplo rápido y misterioso del viento (Jn 3,8), la fuente de agua viva (Jn 4,10), el vaso de agua fresca (Mt 10,42), el labrador que guía el arado (Lc 9,62), el hombre fuerte y armado que cuida su casa (Lc 11,21), los servidores que con la lámpara en la mano esperan la venida de su señor (Lc 18,35), el ciego que guía a otro ciego (Lc 6,39), etc. Sabía poner sobrenombres apropiados: a Simón, Cefas “piedra”, a Juan y Santiago, Boanerges, “hijos del trueno”. Sus consejos y réplicas eran penetrantes y dejaban sin voz a sus adversarios, como repetidamente nos señalan los evangelistas.
Su fisonomía moral responde más que adecuadamente a la profecía del ángel a la Virgen: Lo que nacerá de ti será santo (Lc 1,35). Brillan en Él todas las virtudes: la paciencia, la caridad, la obediencia, la humildad, la fortaleza, la templanza, la justicia. De su espíritu de abnegación y sacrificio dice San Pablo: “Christus non sibi placuit”, Cristo no buscó contentarse a Sí mismo (Rom 15,3). En Él contemplamos el más hermoso ejemplo de castidad, de pobreza (nació en una familia de pobres, vivió como pobre y murió como pobre), de obediencia. No cometió pecado, ni en su boca se encontró engaño, dice San Pedro hablando de Él (1 Pe 2,22), y lo mismo el autor de la Carta a los Hebreos (Hb 4,15). Proclamaron su inocencia el mismo Pilato lavándose las manos para no ser culpable de derramar su sangre (Mt 27,24), y el mismo Judas que lo entregó (Mt 27,4). Por eso, el mismo Cristo puede atreverse a decir a sus enemigos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? (Jn 8,46); por cuanto sepamos, ninguno de ellos se atrevió a hablar. Por el contrario, muchas veces debieron reconocer sus virtudes, como cuando los fariseos envían sus discípulos a preguntarle sobre el tributo del César y comienzan confesando la “autoridad moral” de su enseñanza: Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios en verdad sin hacer acepción de personas (Mt 22,16).
Pero sobre todas las cosas, sabía amar a lo grande. Tuvo muchas amistades y muy profundas (sus apóstoles, María, Marta y Lázaro; sus amigos escondidos como José de Arimatea y Nicodemo, etc.). Juan era llamado el discípulo que Jesús amaba (Jn 13,23), y a él lo hace recostar sobre su pecho en la Ultima Cena. Sabía enamorarse rápidamente de un alma limpia, como hace con el joven rico: Jesús lo miró y lo amó (Mc 10,21). Amó a los niños (Mc 9,35-36). Amó a los suyos hasta el extremo de dar la vida por ellos (Jn 13,1ss), cumpliendo así lo que Él mismo había dicho: Nadie tiene mayor amor que quien da su vida por sus amigos (Jn 15,13).
Además de tener la perfección de la naturaleza divina, Jesús fue también plenamente humano, plenamente hombre como nosotros. Y ya en su misma naturaleza humana ha excedido a todo hombre. ¿Quién podrá igualarlo? Ha hecho bien Guardini al hablar de “la absoluta diversidad de Jesús”. Es enteramente como nosotros, y también es enteramente diverso de nosotros. Fue un hombre –fue “el” hombre o “el Hijo del hombre” como se autodefinía Él–, pero al mismo tiempo, ningún hombre obró como Él, ningún hombre habló como Él, ningún hombre amó como Él, ningún hombre sufrió como Él (Miguel Ángel Fuentes).
Debía ser muy fácil enamorarse de Jesucristo. Quien llega a conocerlo profundamente no puede evitarlo; y por eso Lope cantó: “No sabe qué es amor quien no te ama...” hay un texto atribuido a san Cipriano que es como si Jesús dice: “en vosotros mismos es donde me veréis, como ve un hombre su propio rostro en un espejo”.
-Se acerca la Pasión. Hoy, viernes, faltan dos semanas justas para el Viernes Santo, fijos los ojos en la Cruz de Cristo. Las lecturas de hoy parecen orientarnos ya a esa perspectiva. Algunas frases las volveremos a escuchar aquel día: «ha puesto su confianza en Dios, que le salve ahora, si es que de verdad le quiere» (Mt 27,43).
También hay en nuestro tiempo un rechazo a Jesús, a la imagen que tienen de él, porque a él no le conocen en realidad. También nosotros podemos ser si no amenazados de muerte, sí desacreditados o ignorados. No pasa nada. Jesús fue y es signo de contradicción, como hemos visto que les anunció el anciano Simeón a María y a José. Los cristianos, si somos luz y sal, podemos también resultar molestos en el ambiente en que nos movemos. Lo triste sería que no diéramos ninguna clase de testimonio, que fuéramos insípidos, incapaces de iluminar o interpelar a nadie. Ante el Triduo Pascual, ya cercano, nuestra opción por Cristo debe movernos también a la aceptación de su cruz y de su testimonio radical, si queremos en verdad celebrar la Pascua con Él (J. Aldazábal). Le pedimos hoy al Señor: «Concédenos recibir con alegría la salvación que nos otorgas y manifestarla a los hombres con nuestra propia vida» (oración).
Hoy asistimos a nuevas utopías, con motivos incluso de cienciología. A la espera de nuevos Mesías, no miramos al Salvador… «Por la fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el crucificado, exaltado como juez poderoso» (prefacio I de la Pasión). Como decimos en la Entrada: «Oh Dios, sálvame por tu Nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras» (Sal 53,3-4). Es la Pasión que nos da esa vida, como señala la oración de Comunión: «Por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados; el tesoro de su gracia ha sido un derroche para con nosotros» (Ef 1,7). Así pasamos de la esclavitud a la libertad, como pedimos en la Postcomunión: «Señor, así como en la vida humana nos renovamos sin cesar, haz que, abandonado el pecado que envejece nuestro espíritu, nos renovemos ahora por su gracia».
Juan Pablo I, en su primer mensaje como Papa, urgía a los cristianos a cambiar de actitud: “Queremos recordar a toda la Iglesia que la evangelización sigue siendo su principal deber... Animada por la fe, alimentada por la caridad y sostenida por el alimento celestial de la Eucaristía, la Iglesia debe estudiar todos los caminos, procurarse todos los medios, oportuna e inoportunamente (2 Tim 4, 2), para sembrar la palabra, proclamar el mensaje, anunciar la salvación que infunde en el alma la inquietud de la búsqueda de la verdad y la sostiene con la ayuda de lo alto en esta búsqueda. Si todos los hijos de la Iglesia fueran misioneros incansables del Evangelio brotaría una nueva floración de santidad y de renovación en este mundo sediento de amor y de verdad” (27-VIII-1978).
«Nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora» (Jn 7,30). Se refiere a la hora de la Cruz, al preciso y precioso tiempo de darse por los pecados de la entera Humanidad. Todavía no ha llegado la hora, pero ya se encuentra muy cerca, cuando sentirá —como escribía el Cardenal Wojtyla— todo «el peso de aquella hora, en la que el Siervo de Yahvé ha de cumplir la profecía de Isaías, pronunciado su “sí». Cristo —en su constante anhelo sacerdotal— habla muchísimas veces de esta hora definitiva y determinante (Mt 26,45; Mc 14,35; Lc 22,53; Jn 7,30; 12,27; 17,1). Toda la vida del Señor se verá dominada por la hora suprema y la deseará con todo el corazón: «Con un bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta que se realice!» (Lc 12,50). Y «la víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Aquel viernes, nuestro Redentor entregará su espíritu a las manos del Padre, y desde aquel momento su misión ya cumplida pasará a ser la misión de la Iglesia y de todos sus miembros, animados por el Espíritu Santo. A partir de la hora de Getsemaní, de la muerte en la Cruz y la Resurrección, la vida empezada por Jesús «guía toda la Historia» (Catecismo de la Iglesia n. 1165). “La vida, el trabajo, la oración, la entrega de Cristo se hace presente ahora en su Iglesia: es también la hora del Cuerpo del Señor; su hora deviene nuestra hora, la de acompañarlo en la oración de Getsemaní” (Josep Vall), «siempre despiertos —como afirmaba Pascal— apoyándole en su agonía, hasta el final de los tiempos». Es la hora de actuar como miembros vivos de Cristo. Por esto, «al igual que la Pascua de Jesús, sucedida “una vez por todas” permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la Hora de Jesús sigue presente en la Liturgia de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia n. 2746).

jueves, 7 de abril de 2011

Cuaresma 4, jueves: el Señor perdona nuestras idolatrías y su misericordia se manifiesta en el perdón

Cuaresma 4, jueves: el Señor perdona nuestras idolatrías y su misericordia se manifiesta en el perdón

Primera lectura: Éxodo 32, 7-14 (también el domingo 24-C): “En aquellos días dijo el Señor a Moisés: Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo... Se han desviado del camino que yo les había señalado, y se han hecho un toro de metal, y se postran ante él, y le ofrecen sacrificios... Veo que es un pueblo de dura cerviz..., y mi ira se va a encender contra ellos...
¡Señor!, dijo Moisés, ¿se va a encender tu ira contra tu pueblo que sacaste de Egipto con gran poder? ¿Tendrán que decir los egipcios que ‘con mala intención los sacaste para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos’...? Por favor, acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac.... Y el Señor se arrepintió de su amenaza...”

Salmo responsorial: 105, 19-20.21-22.23: «En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos en el Mar Rojo. Dios hablaba de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a Él, para apartar su cólera del exterminio. Acuérdate de nosotros por amor a tu pueblo».

Evangelio: Juan 5, 31-47: 31«Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. El era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz.
Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.
Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí.
Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?»

Comentario: Jesús aporta testimonios según las leyes judías, que sirvan para avalar una verdad: las obras divinas que realiza, y las Escrituras. Para creer, es necesario dejar que su Palabra habite en nosotros. Jesús reprocha a sus contemporáneos no haber escuchado realmente a Moisés: «si creyerais en Moisés, creeríais también en mí». “Jesús, está claro que no puedo amarte si primero no creo. La fe es muy importante, porque es el paso previo a la caridad, al amor. Por eso, he de fomentarla y cuidarla; no puedo jugar con la fe, ponerla en peligro. En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte” (San Agustín, Comentario al salmo 39).
1-2) La primera lectura (y el salmo que la glosa) nos da «precisamente» una actitud de Moisés. Al bajar de la Montaña del Sinaí, donde había estado hablando con Dios, encuentra al pueblo en adoración ante una estatua de metal, ¡un becerro! Todas las épocas, los hombres han tenido esta tentación: las «cosas de la tierra»... los «alimentos terrestres»... los «bienes temporales»... el dinero. Bienes necesarios, pero tentadores, porque pueden adueñarse como un ídolo.
-“Se han apartado de mí... Se han postrado ante un becerro”... En “El Señor de los Anillos” un protagonista, Gollum, tiene en su poder “el anillo” que da poderes, pero quien se lo pone corre un gran peligro, pues queda por él dominado. No es fácil sustraerse a esos poderes y a ese dominio, pues la codicia lleva a ponerse el anillo, hay una especial atracción en ello. Es entonces cuando el hombre, imagen de Dios, que se posee a sí mismo, es decir es libre, se rebaja hasta convertirse en esclavo de un ídolo o de los demás, alienado. La adoración al verdadero Dios es la única que no envilece ni rebaja. Sólo Tú, Señor, mereces nuestras sumisiones y nuestros sacrificios.
-“Mi ira se encenderá”. La «ira» de Dios es una imagen también, una manera de hablar: para poderlo entender, lo imaginaron como nosotros, prestamos a Dios sentimientos humanos para significar que Dios no puede pactar con el mal. Dios toma la defensa del hombre, contra sí mismo, para indicar “¡no os rebajéis de ese modo!” ¿Qué conversiones son urgentes en mi vida?
Moisés en solidaridad con sus hermanos, rezando por los pecadores, es imagen de Jesús, que intercede por todos los pecadores... Cuaresma es un tiempo en el que la plegaria de los fieles tiene una oración específica por los pecadores, pues nosotros también nos identificamos con Jesús en este punto. Es, como siempre, el tercer sentido de las lecturas: el protagonista histórico (Moisés), el típico (Cristo), el espiritual (nosotros cuando leemos la Palabra, lo hacemos en el Espíritu y nos hacemos protagonistas). En la Postcomunión pedimos: «Que esta comunión, Señor, nos purifique de todas nuestras culpas, para que se gocen en la plenitud de tu auxilio quienes están agobiados por el peso de su conciencia». ¿Cómo va el espíritu de reparación? ¿Desagravio a Dios por los que veo que se portan mal? ¿Intento ayudar a los demás, a salir de las esclavitudes en las que se encuentran? O bien ¿busco solamente la compañía de los justos? “Te ruego, Señor, en nombre de todos los hombres pecadores. Yo soy uno de ellos, me conozco. Sé también muy bien que muchos están como pegados, ligados a sus hábitos de injusticia, de egoísmo, de impureza, de orgullo, de desprecio, de violencia... ¡nuestros ídolos! y Tú, Señor, quieres liberarnos de todo esto, darnos la auténtica libertad: ¡de tal manera quieres el bien de la humanidad! Sé que Tú perdonas. Que esperas nuestras intercesiones, nuestras plegarias. Ten piedad de nosotros” (Noel Quesson).
El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, que se ha hecho un becerro de oro y le adora como si fuera su dios (pecado que describe muy bien el salmo de hoy), Yahvé habla a Moisés, que intercede ante Dios en defensa de su pueblo. Es una llamada a hacer oración, a que nosotros también hablemos con Dios, como Moisés, que es imagen de Jesús, el único que conoce al Padre, que habla cara a cara con Él.
3. Sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos; Él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad, por nosotros pecadores: «Que esta comunión nos purifique de todas nuestras culpas» (comunión). Hoy vemos que se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con Él en la vida, para sentir como Él la urgencia de la evangelización de nuestros hermanos de todo el mundo (J. Aldazábal).
"Padre, he venido a este mundo para glorificar tu nombre. He llevado a término tu obra; glorifícame". Hemos visto estos días cómo Jesús es la Luz que ilumina, da vida, refleja un Dios que es amor, que resucita y salva. En la cruz, el Enviado será objeto de burla. “Pues he aquí "la obra" que autentifica su misión: una vida entregada hasta el final. La cruz derriba los pedestales de los falsos dioses. Los dioses de los justos, de los ricos, de los satisfechos; los dioses cuyas gracias se compran y cuyos favores hay que ganarse...; esos dioses sólo sirven para ser derribados, pues no son más que becerros de oro de pacotilla, imágenes deformadas de quienes las han fabricado. Dios tendrá para siempre el rostro de un crucificado, expulsado fuera de las murallas de la ciudad, ridiculizado, injustamente condenado.
"El Padre que me ha enviado es el que da testimonio de mí". En el desierto, los hombres se habían unido a dioses conformes a sus deseos. También en el desierto, Moisés erigió otra señal, un bastón coronado por una serpiente de bronce. Señal desconcertante e irrisoria. Sin embargo, dice la Escritura que los que la miraban eran salvados. Dios, por su parte, ha erigido en el universo la única señal en la que se reconoce: una cruz plantada en el corazón del mundo. Los que la miran quedan salvados” (Dios cada día, Sal Terrae).
Los testimonios de Jesús vienen en primer lugar de Juan Bautista y de los profetas, "pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado". Estos "signos" son particularmente vivos en el evangelio de Juan; "para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su nombre" (20, 30-31): comunican vida al hombre, son de Dios (5, 17-21) (anteayer). Escuchar la voz de Dios. San Agustín dice: «¿Por qué creéis que en las Escrituras está la vida eterna? Preguntadle a ellas de quién dan testimonio y veréis cuál es la vida eterna. Por defender a Moisés ellos quieren repudiar a Cristo, diciendo que se opone a las instituciones y preceptos de Moisés. «Pero Jesús los deja convictos de su error, sirviéndose como de otra antorcha... Moisés dio testimonio de Cristo, Juan dio testimonio de Cristo y los profetas y apóstoles dieron también testimonio de Cristo... Y Él mismo, por encima de todos estos testimonios, pone el testimonio de sus obras. Y Dios da testimonio de su Hijo de otra manera: muestra a su Hijo por su Hijo mismo, y por su Hijo se muestra a Sí mismo. El hombre que logre llegar a Él no tendrá ya necesidad de antorcha y, avanzando en lo profundo, edificará sobre roca viva» (Tratado 23 sobre el Evangelio de San Juan, 2-4).
No es cuestión (como hemos visto ayer) de conocer la Escritura, sino “vivirla”, quien tiene la máxima intimidad de Dios, quiere hacer partícipes de ese gozo a los demás. Sabe de nuestros problemas, cuán terrible es para el hombre la ausencia de Dios. Es la mayor desesperación... que nada puede reemplazar. Es patente hoy, en nuestro mundo ateo, a qué vacío y soledad suele enfrentarse el hombre: “Señor Jesús, haznos descubrir la "faz" de nuestro Padre; que oigamos su "voz"”.
-“No tenéis su palabra en vosotros, porque no habéis creído”... En medio de un bello paisaje es más fácil ver la fuerza restauradora de la creación de Dios, la necesidad de trascendencia, recordaba Benedicto XVI después de visitar una casa de recuperación de drogadictos en medio del campo: “sólo Dios basta, dijo Teresa de Ávila. Si Él nos falta, el hombre debe tratar de superar por sí mismo los confines del mundo; entonces la droga se convierte para él en casi una necesidad; pero bien pronto descubre que ése es un horizonte ilusorio y una burla que el diablo hace al hombre”. Por eso proponía busca escuchar a Dios en su palabra, en la plegaria de la Iglesia, en los Sacramentos, en los testimonios de los santos. La fe necesita formarse al fuego de la lectura de la palabra de Dios, meditación pausada de las ideas que brotan en nuestro interior; es necesario para ser fieles en asumir las responsabilidades y desarrollar una personalidad armónica como hijos de Dios. También da coherencia y fortaleza, para ir contracorriente: no ahogarse en dudas, por falta de fuerzas o discrepancia entre lo que se vive y piensa. Ayuda también la reflexión a saber dar respuestas convincentes, razones de nuestra fe, y buscar las respuestas a las preguntas que se van formulando. Ayuda a hacer vida propia la que vemos en Jesús, que influya en nuestra personalidad. Porque las ideas (aunque sean de la exégesis bíblica) sin lo otro, no basta: “jamás se puede conocer a Cristo sólo teóricamente. Con gran doctrina se puede saber todo sobre las Sagradas Escrituras, sin haberlo encontrado jamás. Caminar junto a Él, entrar en sus sentimientos, forma parte integrante del conocerlo. Pablo escribe estos sentimientos así: ‘tener el mismo amor, formar juntos una sola alma”, vivir en comunión, en concordia con los demás. Le pedimos que la Palabra de Dios habite más en nosotros; no hay formulitas mágicas para eso, es cuestión de hacer meditación, "hacer habitar la Palabra" en nosotros: fijar la mente, la imaginación en una escena evangélica... Repetir, interiorizar una frase, dejar que fluya nuestra vida al compás de esos sentimientos, para iluminar esos hechos con el amor de Dios, considerar que Dios es amor y sacará bien de aquellas circunstancias de nuestra vida, nos ayudará a amar más. Quien no ama, no conoce a Dios: “Te lo ruego, Señor. Ayúdame a amarte. Haz que yo sea "amor" de pies a cabeza, para que pueda revelar algo de ti”. Ante tanto ídolo, “uno se queda dando vueltas, siempre en lo humano, no hay modo de salir del cielo desesperante "producción-consumo"... producir para destruir... Haría falta que el hombre levantase un poco la cabeza y valorase en sí mismo sus aspiraciones al infinito, al absoluto... Encontrar a Dios. Escuchar a Dios. Contemplar a Dios” (Noel Quesson), buscar su rostro, como decimos en la antífona de entrada: «Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro» (Sal 104,3-4). Así viviremos de ese amor que recibimos, como pedimos en la Colecta (que hoy viene del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «Padre lleno de amor, te pedimos que, purificados por la penitencia y por la práctica de las buenas obras, nos mantengamos fieles a tus mandamientos, para llegar bien dispuestos a las fiestas de Pascua». Lo mismo se insiste en la Comunión: «Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo, dice el Señor» (Jer 31,33). Vemos que esa ley divina es el amor que se manifiesta en la misericordioso, ahí se manifiesta de forma máxima su omnipotencia, dice Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica, 2-2,30,4). Casiano explica que la misericordia de Dios perdona y mueve a conversión: «En ocasiones Dios no desdeña visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón... Tampoco tiene a menos hacer nacer en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Más aún, su gracia se difunde en nuestros corazones para que ese toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza» (Colaciones, 4). San Gregorio Magno también ensalza la misericordia de Dios: «¡Qué grande es la misericordia de nuestro Creador! No somos ni siquiera siervos dignos, pero Él nos llama amigos. ¡Qué grande es la dignidad del hombre que es amigo de Dios!» (Homilía 27 sobre los Evangelios). «La suprema misericordia no nos abandona, ni siquiera cuando la abandonamos» (Homilía 36 sobre los Evangelios).
La fe se robustece con el estudio, con la formación. No es coherente que vaya creciendo mi cultura, mi ciencia, mi capacidad crítica, y continúe con una formación religiosa «de primera comunión»: con explicaciones de la fe que no dan respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudocientífico y «progresista». Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana. Y, desde luego, leer las Escrituras. A este respecto, explica Jacques Philippe, al introducir consejos para la práctica de la Lectio Divina: “Es fundamental hacer resonar en nuestros corazones la Palabra de Dios. Esto se lleva a cabo, por supuesto, en la asamblea litúrgica, cuando se proclama la Sagrada Escritura y se comenta en la iglesia. Pero es necesario también que cada uno de nosotros sepa reservar unos momentos personales para ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, dejarse interpelar, orientar y moldear por ella, repitiendo las palabras de Juan Pablo II… El gran secreto de la Lectio Divina es que, cuanto mayor sea el deseo de conversión, más fecunda será la lectura de la Escritura. Son muchas las personas sencillas e ignorantes que han recibido grandes luces y poderosos estímulos a través de la Sagrada Escritura porque tenían confianza en que iban a encontrar en ella la palabra viva de Dios. Los ejemplos en la historia de la Iglesia son innumerables, entre ellos, Teresa de Lisieux que, sin embargo, nunca tuvo una Biblia completa a su disposición” (Llamados a la vida).

Cuaresma 4, miércoles: Dios, Señor de la historia, en Jesús nos muestra su misericordia, y nos da la Vida

Cuaresma 4, miércoles: Dios, Señor de la historia, en Jesús nos muestra su misericordia, y nos da la Vida

Libro de Isaías 49,8-15: Así habla el Señor: En el tiempo favorable, yo te respondí, en el día de la salvación, te socorrí. Yo te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir las herencias devastadas, para decir a los cautivos: "¡Salgan!", y a los que están en las tinieblas: "¡Manifiéstense!". Ellos se apacentarán a lo largo de los caminos, tendrán sus pastizales hasta en las cumbres desiertas. No tendrán hambre, ni sufrirán sed, el viento ardiente y el sol no los dañarán, porque el que se compadece de ellos los guiará y los llevará hasta las vertientes de agua. De todas mis montañas yo haré un camino y mis senderos serán nivelados. Sí, ahí vienen de lejos, unos del norte y del oeste, y otros, del país de Siním. ¡Griten de alegría, cielos, regocíjate, tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres! Sión decía: "El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí". ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!

Salmo 145,8-9.13-14.17-18: El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; / el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas. / Tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre. El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones. / El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados. / El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones; / está cerca de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad.

Evangelio según San Juan 5,17-30: El les respondió: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo". Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.

Comentario: 1. En la primera lectura el profeta Isaías describe el retorno del Exilio -signo y prenda de la liberación mesiánica- con los temas y las imágenes renovados del antiguo éxodo de Egipto. El amor eterno del Señor por su pueblo, parecido al amor de una madre por sus hijos, se expresa de una manera concreta en toda su gratuidad y fidelidad indefectible (Misa dominical). Isaías prometía ya esos bienes mesiánicos, para la vuelta del exilio.
a) El amor de Dios es maternal. Nos dice por el profeta: -“En tiempo favorable, te escucharé, el día de la salvación, te asistiré”. Sabemos que el conjunto de la población judía, entre los años 587 al 538 antes de Jesucristo, fue deportada a Babilonia, lejos de su patria. Esa experiencia trágica fue objeto de numerosas reflexiones. Los profetas vieron en ella el símbolo del destino de la humanidad: somos, también nosotros, unos cautivos... el pecado es una especie de esclavitud... esperamos nuestra liberación. Es momento para detenerme, una vez más, en la experiencia de mis limitaciones, mis cadenas, mis constricciones, no para estar dándole vueltas y machacando inútilmente, sino para poder escuchar de veras el anuncio de mi liberación.
-“Yo te formé, para levantar el país..., para decir a los presos: «Salid». No tendrán más hambre ni sed, ni les dañará el bochorno ni el sol”. Anuncios del Reino de Dios «en el que no habrá llanto, ni grito, ni sufrimiento, ni muerte», como pedimos en el padrenuestro: ¡Señor! venga a nosotros tu Reino. Con la resurrección de Jesús, se repitió esas mismas promesas: "llega la hora en que muchos se levantarán de sus tumbas...".
-“¡Aclamad cielos y exulta tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría. Pues el Señor consuela a su pueblo, y de sus pobres se compadece”. ¿Cómo puedo yo estar en ese plan? En medio de todas mis pruebas, ¿cómo vivir en ese clima? Y en el contexto del mundo, tan frecuentemente trágico, ¿cómo permanecer alegre, sin dejarse envenenar por el ambiente de derrota y de morosidad? Comprometerme, en lo que está de mi parte, a que crezca la alegría del mundo. Dar «una» alegría a alguien... a muchos.
-“Sión decía: «El Señor me ha olvidado». ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque una llegase a olvidarlo, Yo, no te olvidaré. Palabra del Señor todopoderoso”. Hay que detenerse indefinidamente ante esas frases ardientes, que Jesús nos recordará, para darnos pistas de cómo entrar en el corazón de Dios, que nos ama con amor maternal. Dios no nos olvida nunca: gracias, Señor, porque Tú no me olvidas jamás (Noel Quesson).
b) Dios es Señor de la historia. El texto tiene dos partes; en la primera (48,12-21) se describe cómo el persa Ciro, que destruye los enemigos persas, es instrumento de Dios: «Yo mismo, yo he hablado, yo lo he llamado, lo he traído y he dado éxito a su empresa» (48,15). Pienso que no es que Dios quiera las cosas que están sometidas a la malicia humana, o que provoque cosas que dependen de la libertad de las personas, pero sí que –sabiendo lo que va a pasar- aprovecha el resultado para reconducirlo hacia el bien, como enseña san Pablo en Romanos 8.
En la segunda parte (49,9b-13), Dios se ve como pastor que guía su pueblo. La identidad de Israel reside en escuchar y seguir la palabra creadora de Dios, el factor más importante de la fe bíblica. Yahvé está a nuestro lado, en todo momento histórico. Esta es la base de la teología de la historia. A diferencia del movimiento cíclico e impersonal de los griegos, la historia de salvación tiene un comienzo, la alianza y la creación; un plan propuesto por Dios, y un fin; y Dios está inmanente a todo: «Desde el principio no os he hablado en secreto; cuando las cosas se hacían, allí estaba yo. Y ahora Yahvé me ha enviado...» (48,16b). No es simplemente historia, sino historia de salvación, porque Yahvé ha estado siempre presente. En la historia de Israel, como en la nuestra, podemos ver una serie de oportunidades desaprovechadas; pensamos que el pasado es irreversible, pero en realidad Yahvé siempre sale a nuestro encuentro para “reciclar” aquellas situaciones adversas, para que de lo malo salga lo bueno; el bien vence al mal: «Exulta, cielo, y alégrate; romped en exclamaciones, montañas, porque ha consolado Yahvé a su pueblo, ha tenido compasión de los desamparados» (49,13)” (F. Raurell).
c) Cristo, el Siervo de Yahvé. Este poema de Isaías, uno de los cuatro cánticos del Siervo de Yahvé, nos prepara para ver luego en Cristo al enviado de Dios. El amor misericordioso se realiza plenamente en la venida de Jesucristo; en estos días se expresa con la preparación al bautismo, y con la penitencia, como predica San Agustín: «La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad». (Sermón 73).
2. Diremos en la Entrada: «Mi oración se dirige hacia ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (Sal 68,14). El salmo profundiza en este mensaje, central de hoy: «el Señor es clemente y misericordioso... el Señor es bueno con todos, es fiel a sus palabras, el Señor sostiene a los que van a caer». Con tal que sepamos acoger ese amor, como nos dirá Jesús: "el que escucha mi palabra tiene la vida eterna, no es juzgado, ha pasado de la muerte a la vida". La muerte ha sido vencida con su muerte, que conecta con lo que hemos leído: "los muertos oirán su voz...", y se refiere también a los muertos espiritualmente, que son vivificados por la palabra de Jesús (aquellos que escuchan su palabra y creen, tienen la vida eterna, y para ellos, la experiencia de la muerte y del juicio está superada), como expresa la Colecta (del misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méritos, y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados, ten piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas, tu paz y tu perdón». Esta idea sigue en la Comunión («Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él»: Jn 3,17) y en la Postcomunión: «No permitas, Señor, que estos sacramentos que hemos recibido sean causa de condenación para nosotros, pues los instituiste como auxilios de nuestra salvación».
Juan Pablo II comentaba que el Salmo 145 “es un «aleluya», el primero de los cinco Salmos que cierran el Salterio”. Nos muestra “una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos, las vicisitudes de nuestros días no están dominadas por el caos o el hado, los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido y meta”. Canta el amor y la bondad de Dios. “Dios es el creador del cielo y de la tierra, es el custodio fiel del pacto que lo une a su pueblo, es el que hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los cautivos. Abre los ojos a los ciegos, levanta a los caídos, ama a los justos, protege al extranjero, sustenta al huérfano y a la viuda. Trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y sobre todos los tiempos. Se trata de doce afirmaciones teológicas que -con su número perfecto- quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que queda involucrado en su historia, luchando por la justicia, poniéndose de parte de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices…
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, ofrecer el pan a los hambrientos, visitar a los prisioneros, apoyar y consolar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y míseros. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas: decidirse por esa propuesta de amor que nos salva ya en esta vida y que después será objeto de nuestro examen en el juicio final, que sellará la historia. Entonces seremos juzgados por la opción de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo, en el encarcelado. «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mateo 25, 40), dirá entonces el Señor”.
3. El evangelio anuncia las maravillas de "vida" que marcan el Reino inaugurado: el Hijo da la vida a los muertos.
a) "Pero Jesús les dijo: Mi padre sigue trabajando y yo también trabajo". Era doctrina corriente en el judaísmo que Dios no podía haber interrumpido del todo su actividad el séptimo día, porque su actividad funda la del cualquier ser creado. “Jesús amplía esta concepción: El Padre no conoce sábado, no ha cesado de trabajar, porque mientras el hombre está oprimido por el pecado y privado de libertad, es decir, mientras no tenga plenitud de vida, no está realizado su proyecto creador. Dios sigue comunicando vida al hombre, su amor está siempre activo. Jesús actúa como el Padre, no acepta leyes que limiten su actividad en favor del hombre”. También la cultura de hoy debería abrirse a estas palabras, como decía Ratzinger: “Según el modelo de pensamiento dominante, Dios no podría entrar en la trama de nuestra vida cotidiana. En las palabras de Jesús: «Mi Padre trabaja siempre», está el desmentido. Un hombre abierto a la presencia de Dios se da cuenta de que Dios actúa siempre, y actúa hoy: debemos por lo tanto dejarlo entrar y dejarlo trabajar. Y es así como nacen las cosas que suscitan un acontecimiento y renuevan la Humanidad”.
b) "Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (v. 18). Jesús tiene una filiación divina peculiar, eminente y única. Y reclama una autoridad por la que "se hace igual a Dios". Se pone en peligro la Torá, como decía Ratzinger: “El tema cristológico (teológico) y el social están indisolublemente relacionados entre sí. Si Jesús es Dios, tiene el poder y el título para tratar la Torá como Él lo hace. Sólo en este caso puede reinterpretar el ordenamiento mosaico de los mandamientos de Dios de un modo tan radical, como sólo Dios mismo, el Legislador, puede hacerlo.
Pero entonces se plantea la pregunta: ¿Fue bueno y justo crear una nueva comunidad de discípulos fundada totalmente en El? ¿Era justo dejar de lado el orden social del «Israel eterno» que desde Abraham, Isaac y Jacob se funda sobre los lazos de la carne y existe gracias a ellos, declarándolo —como dirá Pablo— «el Israel según la carne»? ¿Qué sentido se podría reconocer en todo esto?
Ahora bien, si leemos la Torá junto con todo el canon del Antiguo Testamento, los Profetas, los Salmos y los Libros Sapienciales, resulta muy claro algo que objetivamente ya se anuncia en la Torá: Israel no existe simplemente para sí mismo, para vivir en las disposiciones «eternas» de la Ley, existe para ser luz de los pueblos: tanto en los Salmos como en los Libros proféticos oímos cada vez con mayor claridad la promesa de que la salvación de Dios llegará a todos los pueblos. Oímos cada vez más claramente que el Dios de Israel, que es el mismo único Dios, el verdadero Dios, el creador del cielo y de la tierra, el Dios de todos los pueblos y de todos los hombres, en cuyas manos está su destino, en definitiva que ese Dios no quiere abandonar a los pueblos a su suerte. Oímos que todos lo reconocerán, que Egipto y Babilonia —las dos potencias mundiales opuestas a Israel— tenderán la mano a Israel y con él adorarán a un solo Dios. Oímos que caerán las fronteras y que el Dios de Israel será reconocido y adorado por todos los pueblos como su Dios, como el único Dios”.
c) Luego Jesús va explicando su identidad con el Padre, y de cómo están en sintonía perfecta, incluso en resucitar muertos y dar. El relato acontece luego de levantar al inválido que leíamos ayer, dándole la salud y libertad; y no sólo tiene potestad sobre la vida y la muerte, la curación del cuerpo y del alma, sino también sobre el juicio final, que ya se anticipa en la toma de posición de cada uno frente a Jesús: "Os lo aseguro; quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida" (v. 24), saliendo de ese estar muerto, que es "vivir sin Dios y sin esperanza en el mundo" (Ef 2, 12; cf. J. Aldazábal).
Así comentaba S. Agustín: «No se enfurecían porque dijera que Dios era su Padre, sino porque le decía Padre de manera muy distinta de como se lo dicen los hombres. Mirad cómo los judíos ven lo que los arrianos no quieren ver. Los arrianos dicen que el Hijo no es igual al Padre, y de aquí la herejía que aflige a la Iglesia.Ved cómo hasta los mismos ciegos y los mismos que mataron a Cristo entendieron el sentido de las palabras de Cristo. No vieron que Él era Cristo ni que era Hijo de Dios; sino que vieron en aquellas palabras que Hijo de Dios tenía que ser igual a Dios. No era Él quien se hacía igual a Dios. Era Dios quien lo había engendrado igual a Él. Si se hubiera hecho Él igual a Dios, esta usurpación le habría hecho caer; pues aquel que se quiso hacer igual a Dios, no siéndolo, cayó y de ángel se hizo diablo y dio a beber al hombre esta soberbia, que fue la que le derribó».
Jesús «obra» en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre. Los que crean en Jesús y le acepten como al enviado de Dios son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio (J. Aldazábal).