martes, 22 de febrero de 2011

7ª semana, lunes. «Toda sabiduría viene de Dios», por eso le rezamos: «Tus mandatos son fieles y seguros, la santidad es el adorno de tu casa»… «Teng

Eclesiástico 1,1-10: 1 Toda sabiduría viene del Señor, y con él está por siempre. 2 La arena de los mares, las gotas de la lluvia, los días de la eternidad, ¿quién los puede contar? 3 La altura del cielo, la anchura de la tierra, la profundidad del abismo, ¿quién los alcanzará? 4 Antes de todo estaba creada la Sabiduría, la inteligente prudencia desde la eternidad. 6 La raíz de la sabiduría ¿a quién fue revelada?, sus recursos, ¿quién los conoció? 8 Sólo uno hay sabio, en extremo temible, el que en su trono está sentado. 9 El Señor mismo la creó, la vio y la contó y la derramó sobre todas sus obras, 10 en toda carne conforme a su largueza, y se la dispensó a los que le aman.
Salmo 93: 1 - 2, 5 1 Reina Yahveh, de majestad vestido, Yahveh vestido, ceñido de poder, y el orbe está seguro, no vacila. 2 Desde el principio tu trono esta fijado, desde siempre existes tú. 5 Son veraces del todo tus dictámenes; la santidad es el ornato de tu Casa, oh Yahveh, por el curso de los días.
Marcos 9: 14 - 29 14 Al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. 15 Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. 16 El les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» 17 Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo 18 y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espurnarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» 19 El les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» 20 Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. 21 Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. 22 Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» 23 Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» 24 Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» 25 Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.» 26 Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. 28 Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» 29 Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»
Comentario: 1.- Si 1, 1-10. Comenzamos hoy la lectura del libro del "Eclesiástico", así llamado por San Cipriano. Probablemente se debe esta designación al uso frecuente y oficial que de él se hacía en la Iglesia: El Eclesiástico ha sido, después de los Salmos, el libro del AT más usado en las lecturas litúrgicas. Fue escrito en hebreo hacia el año 190 a. JC. en Jerusalén, por Ben-Sirac, un judío culto y experimentado. Su obra parece recoger en parte sus enseñanzas de escuela. El escrito llegó a ser tan popular que un nieto del autor, emigrado a Egipto hacia el año 132 a. JC. se lo llevó consigo y lo tradujo al griego, en beneficio de cuantos no conocían el hebreo. Lo prologó, además, con una introducción de su puño y letra en la que hace los elogios del Libro, del autor y declara las razones que le indujeron a traducirlo. "Toda sabiduría viene de Dios y está con él eternamente". Es la primera frase del libro y la clave de todo lo restante. Ben Sirac posee un sólido "humanismo" que llama "sabiduría" que, a la vez, es inseparable de su fe. Según él, el éxito del hombre, el arte del bien vivir, procede de una correspondencia, de una sintonía, con la voluntad de Dios. "Uno solo es sabio, temible en extremo, está sentado en su trono". El autor va a explicar a modo de programa, que la sabiduría está indisolublemente ligada al temor de Dios. Temor de Dios significa para el autor el sentido religioso del hombre, el reconocimiento de su puesto dependiente de Dios, que incluye también el cumplimiento de sus mandatos. Es una actitud humana radical y total.
En las pasadas semanas hemos hecho un recorrido por las páginas iniciales de la Biblia. Profundas reflexiones sobre la naturaleza humana, el poder del mal y la grandeza de la misericordia divina nos han acompañado en esta ruta. El panorama cambia discretamente ahora cuando nos acercamos a uno de los más extensos libros de la Sagrada Escritura, un verdadero compendio de sabiduría, el Eclesiástico, también conocido como "Sabiduría de Ben –Sirá".
Los libros sapienciales -éste es el último del A T- son un género común a otras culturas vecinas, pero en manos de los sabios creyentes de Israel ciertamente ofrecen una sabiduría más rica y religiosa. El Eclesiástico o Sirácida es una serie de frases y pensamientos, dichos y refranes breves, que nos ayudan a mirar sabiamente las cosas, personas y acontecimientos de la vida. Como iremos viendo, la sabiduría de la que habla Ben Sira es uno mezcla de don de Dios, de fe, de sentido común y visión religiosa de la historia. Aparece personificada, capaz de amar y ser amada, de invitar a los hombres y de ser apetecida por ellos. El autor nos irá transmitiendo con amabilidad y buen sentido práctico las riquezas de su pensamiento y su experiencia humana y religiosa.
La sabiduría es la primera criatura de Dios: la empleó para crear el universo y la infundió en sus criaturas. Aparece, por tanto, en los libros sapienciales como un saber personificado, una especie de mediador entre Dios y el mundo. Al mismo tiempo es algo de que los seres vivientes participan, algo que les descubre desde dentro un orden "sabio" de obrar. El hombre que quiera honrar su título de "homo sapiens", es decir, el que desee ser "sensato" y proceder con acierto, ha de comenzar reconociendo el origen último de la sabiduría, que es el Señor; ha de recibirla como un don. Al ir madurando en esa sensatez, en esa manera de ser sabio según la Biblia, el hombre irá descubriendo que la sabiduría siempre está en Dios y cada vez en mayor participación en aquellos que le aman. Debemos empezar por reconocer que no tenemos esta sabiduría que viene de lo alto sino que solamente nos conducimos por nuestra sabiduría propia -nuestra experiencia personal- y por la sabiduría del mundo -las máximas y principios de este mundo-. Por eso Jesús se lamenta en el evangelio de hoy: "¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?" Es el desahogo humano del corazón de Cristo ante la perversa obstinación de los hombres que se fían más de los sentidos que de la Palabra de Dios, que se conducen más por sus afectos humanos que por el querer de Dios. Es un aviso para que no caigamos en esa torpeza, en esa insensatez. Obrad con la sabiduría de Dios.
Abierto a las corrientes de ideas humanísticas procura el autor hacer una síntesis entre la cultura griega y las tradiciones religiosas recibidas de sus antepasados judíos. Ben Sirac tiene un pensamiento sólido y equilibrado. Es un testigo muy estimable de las costumbres y de la doctrina del judaísmo, inmediatamente anterior a la edad heroica de la persecución de los Macabeos. Ese libro nos presenta una descripción clásica del alma del judío piadoso ordinario que perdurará en tiempos de Cristo, más allá de las camarillas sectarias que oponían a fariseos y saduceos. En muchos de sus pasajes encontraremos ya algo del evangelio. -Toda sabiduría proviene del Señor y con él está por siempre. Es la primera frase del libro y la clave de todo lo restante. Ben Sirac posee un sólido humanismo que llama «sabiduría», que a la vez es inseparable de su fe. Según él, el éxito del hombre, el arte del bien vivir procede de una correspondencia con el pensamiento divino de Dios.
-Sólo uno es sabio y en extremo temible, el que está sentado en su trono: es el Señor Así «el temor de Dios» -que con frecuencia equivale al «amor de Dios»- es la fuente misma de la «sabiduría». Así, en filigrana, ¿no podríamos adivinar ya como un esbozo de la Encarnación? El Hombre perfecto será pronto aquél que es también la Sabiduría misma de Dios. Y en ese preludio de Ben Sirac percibimos como un anuncio del prólogo de san Juan: «Toda sabiduría proviene del Señor... «En el principio era el Verbo... «Con él está por siempre... «El Verbo estaba en Dios... «Sólo uno es sabio: el Señor... «Y el Verbo era Dios... (Juan 1, 1)
-El Señor creó la sabiduría, la midió y la derramó sobre todas sus obras, en todos los vivientes conforme a su largueza y la dispensó a los que le aman. «Todo fue hecho por El y nada se hizo sin El. En El estaba la vida y la vida es la luz de los hombres» (Juan 1, 3) «De su plenitud, todos hemos recibido.» (Juan 1, 16). Es una visión absolutamente optimista del hombre, fundada sobre la convicción de que Dios «derramó sobre todo ser viviente» algo de sí mismo, una participación de su sabiduría, de su Espíritu. ¿Estoy convencido de que «buscar a Dios» es también «crecer en humanidad»? ¿Qué importancia doy a la oración, a la contemplación de la Sabiduría de Dios en Sí mismo? ¿Estoy convencido, en consecuencia, de que «crecer en humanidad» es aproximarse a Dios? Todo esfuerzo de promoción, de verdadero humanismo, incluso si momentáneamente parece ignorar a Dios, va dirigido a la Sabiduría de Dios. ¿Qué importancia doy a la cultura humana, al esfuerzo moral, a la promoción válida de mis hermanos y mía? -La arena del mar, las gotas de la lluvia, los días de la eternidad, la altura del cielo, la extensión de la tierra, la profundidad del abismo... ¿Quién dirá su número, quien los explorará? Antes de todo estaba creada la Sabiduría, la inteligencia prudente... ¿Quién conoce sus recursos, sus finezas? Sabiduría. Inteligencia. Fineza. Ciencia... ¡Dones de Dios! (Noel Quesson).
2. El «temor de Dios» no quiere decir miedo, sino respeto, admiración y reconocimiento de la grandeza de Dios: o sea, una actitud de fe y obediencia. Sólo los creyentes pueden tener verdadera sabiduría como participación de la de Dios. Por eso el salmo nos hace cantar nuestra confianza en el Dios creador del mundo: «El Señor reina... así está firme el orbe y no vacila... tus mandatos son fieles Y seguros». En el mundo de hoy, ¿dónde encontrar la verdadera sabiduría? Nosotros lo sabemos: en la Palabra de Dios, que es Cristo mismo, a quien escuchamos día tras día como interpelación de Dios siempre nueva, sobre todo en la celebración de la misa. Dichoso el que tiene el secreto de esta sabiduría en su vida. Dichoso el que escucha esta Palabra, la asimila, la recuerda, la pone en práctica, construyendo sobre ella el edificio de su vida. Dichoso el que se deja enseñar por Cristo Jesús Maestro de sabiduría.
3.- Mc 9, 13-28. Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus males, incluso de los demoníacos, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo levantó y el niño se puso en pie» (en griego: «égueiren» y «anéste»). Nuestra lucha contra el mal, el mal que hay dentro de nosotros y el de los demás, sólo puede ser eficaz si se basa en la fuerza de Dios. Sólo puede suceder desde la fe y la oración, en unión con Cristo, el que libera al mundo de todo mal. No se trata de hacer gestos mágicos o de pronunciar palabras que tienen eficacia por sí solas. El que salva y el que libera es Dios. Y nosotros, sólo si nos mantenemos unidos a él por la oración. Esta es la lección que nos da hoy Jesús. Lo que pasa es que muchas veces nuestra fe es débil, como la del padre del muchacho y la de los discípulos. Por eso, puestos a hacer de «exorcistas» para Iiberar a otros de sus males, fracasamos estrepitosamente, como aquel día los apóstoles. Seguramente porque hemos confiado en nuestras propias fuerzas y nos hemos olvidado de apoyarnos en Dios. Cuando nos sentimos débiles en la fe y sumidos en dudas, porque no conseguimos lo que queremos en nuestra familia o en nuestras actividades de la comunidad, por ejemplo las relacionadas con los niños y los jóvenes, será la hora de gritar, como el padre del muchacho enfermo: «Tengo fe, pero dudo, ayúdame». En el sacramento del Bautismo hay una «oración de exorcismo» en que suplicamos a Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar: «tú que has enviado tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal»; «tú sabes que estos niños van a sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del demonio... Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo, guárdalos a lo largo del camino de la vida». En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos invita a que, apoyados en él -con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas- colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo.
El diálogo con el padre de este poseído es una de las perlas del evangelio. Jesús quiere que el hombre tome conciencia de su poca fe y su pedagogía consiste en empujarle a descubrir que, para aumentar la fe, hay que darse cuenta antes de que no se tiene. Aquí se nos habla de oración, en otros lugares Jesús añade el ayuno, que no sirve para hacer fuerza a Dios y que me la conceda, sino como signo muy elocuente de que solamente Dios sea mi alimento, de que solamente Dios puede saciar mi hambre. Significa que todo lo esperamos de Dios y no de los recursos humanos.
-Te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido... Muchas veces le arroja al fuego y al agua para hacerle perecer. Estos detalles hacen pensar en una epilepsia. Ya hemos dicho que los antiguos no tenían nuestros diagnósticos precisos... Atribuían a los "espíritus impuros" todo lo que ataca al hombre de un modo más espectacular. Por otra parte, la continuación del relato nos mostrará que este muchacho padecía un doble mal: una epilepsia y una presencia demoníaca. Jesús llevará a cabo esta curación en dos tiempos: hay primero un exorcismo que le libra del "espíritu impuro" y deja al muchacho como muerto; luego la curación definitiva, hecha más sencillamente a la manera de otras curaciones: Jesús lo tomó de la mano y lo levantó.
-Dije a tus discípulos que lo arrojasen, pero no han podido... Jesús tomó la palabra y les dijo: " ¡Generación incrédula!'; ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Este milagro parece haber sido relatado para poner en evidencia el contraste entre la impotencia de los discípulos y el poder de Jesús. Jesús manifiesta sufrimiento. Hay como un desánimo en estas palabras. Jesús se encuentra solo, incomprendido, despreciado. ¡Incluso sus discípulos no tienen fe! Y da la impresión de que tiene prisa por dejar esta compañía insoportable. Todo esto nos hace penetrar en el alma de Jesús. A fuerza de verle actuar como hombre, acabamos por encontrar muy natural que "Dios" se haya hecho "hombre". Y no acabamos de comprender en qué manera esta "encarnación" fue de hecho un anonadamiento, un encadenamiento, un "descenso: por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo". Es evidente que no deben entenderse estas palabras en sentido espacial. Pero sí que hubo momentos en los que, a Jesús, su "condición humana" debió serle terriblemente costosa, por los límites que le imponía, y por la promiscuidad que le deparaba. "¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?
-"Todo le es posible al que cree" "Creo. Ayuda a mi incredulidad" Sí, es Fe lo que Jesús necesita. Es la Fe lo que pide a los que le rodean. Su gran sufrimiento es que en su entorno las gentes no creen y El sabe las maravillas que la Fe es capaz de hacer. El padre del muchacho intuye todo esto, y, a la invitación de Jesús, hace una admirable "profesión de Fe"... admirable porque está llena de modestia. "¡Sí, creo! Pero, Señor, ven a robustecer mi pobre fe, pues siento ¡que no creo todavía suficiente!
-¿Por qué no hemos podido echarle nosotros? "Esta especie no puede ser expulsada por ningún medio si no es por la oración. Poder de la FE = poder de la oración. Los apóstoles por sí mismos, humanamente son radicalmente incapaces de hacer un OBRA DIVINA: su poder les viene de Dios y encuentra su fuente en la oración.
-El espíritu impuro salió del muchacho dejándolo como un cadáver, de suerte que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, le levantó y se mantuvo en pie. Este milagro tiene un tono pascual: muerte y resurrección. Esto evoca la impotencia radical del hombre, de la cual sólo Dios puede librarnos. La fatalidad última y esencial sólo puede ser vencida por Dios: ¡Únicamente la fe y la plegaria humilde pueden liberarnos de esta fatalidad y de este miedo! (Noel Quesson).
Nada impide que la acción del demonio concurra con otros malestares, sean ellos físicos, neurológicos o síquicos. Y ese parece ser el caso aquí. Curiosa esta "epilepsia" que "muchas veces" arroja al enfermo hacia el fuego o hacia el agua. ¿Ha oído usted de cosa semejante? Interesante esta "epilepsia" que se dispara en cuanto el muchacho "ve a Jesús". No negamos, pues, que haya habido una condición cerebral anómala en este joven, pero sí afirmamos que los síntomas mismos que la tradición nos ha dado permiten hablar de un origen más hondo y oscuro. Y lo importante es saber que también en esa hondonada oscura en que gruñe el demonio sabe desenvolverse Cristo, y dar salud y vida y alegría a cuantos creen en él. Y Jesús lo cura todo. Llucià Pou Sabaté

Domingo 7º (A): el amor, núcleo del cristianismo: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y c

Levítico 19,1-2.17-18. Dijo el Señor a Moisés: -Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10.12-13. R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre. / Bendice, alma mía, al Señor / y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades; / él rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia. / No nos trata como merecen nuestros pecados, / ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros delitos; / como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor ternura por sus fieles.

Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 3,16-23. Hermanos: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque, la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «El caza a los sabios en su astucia.» Y también «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.» Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.

Evangelio según San Mateo 5,38-48. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: -Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Comentario: 1. Lv 19,1-2,17-18 (ver lunes de la 1ª semana Cuaresma). Hoy hay mucho egoísmo, incluso en las relaciones humanas… la amistad, el juego, la fiesta, Dios, e incluso el amor, se pretende que respondan a “¿qué saco yo de esa relación?” Sólo se legitima la existencia de lo útil o lo provechoso. Las cosas gratuitas se identifican a las que no tienen sentido, a lo absurdo. Y sentido tiene hoy lo que sirve para mi mejora material. Pero las cosas importantes como el amor son gratuitas. Otra característica que tiene el amor es la de ser impagable. Se espera y se desea que al amor se responda con amor. Pero el amor, ni siquiera con amor se paga. Ni devolvemos amor, ni amamos para que nos lo devuelvan. Es algo bien distinto al trabajo de unas relaciones públicas. No es mandar regalos a los clientes para conservarlos y sacarles provecho comercial.
El Espíritu de Jesús nos llama, no sólo a emplear ningún tipo de violencia contra el hermano, sino a perdonarlo e, incluso, a no defendernos violentamente ante su injustificado ataque y, lo que es más, a amar a los enemigos. La justicia humana queda así superada al introducirse en uno de los platillos de la balanza que la significa el peso del amor. Y el motivo creyente de todo ello no es la utilidad personal o social que esta actitud pueda reportar o lo que pueda tener de táctica para, finalmente, vencer al otro. Lo decisivo es una experiencia de Dios en la que se le contempla como el ser gratuito, el que se da sin pedir nada a cambio. Así nace el sol sobre buenos y malos y el Hijo de Dios muere por sus enemigos descartando castigos y represalias. El emblema de la Inquisición decía: "Levántate, Señor, y defiende tu causa". No fuimos capaces de entender que "su causa" es la causa de los pobres. Los cruzados gritaban sin fundamento: "¡Dios lo quiere!". En guerras bien modernas hemos oído lo de "Dios está de nuestra parte". Pero Dios siempre estará de parte del hombre y no contra él. Pretender lo contrario es negar su palabra.
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto quiere decir, en versión de Lucas, sed misericordiosos como lo es vuestro Padre. La palabra misericordia significa en labios de Jesús amor gratuito, a fondo perdido. Una verdadera paz no será posible si el desarme no es tan profundo que llegue al corazón del hombre. Los fusiles no se disparan solos ni los dedos o las lenguas se mueven solos.
Un breve poema de Lichtwew es ilustrativo en este tema. Un rey tenía tres hijos y, entre todas sus posesiones, lo más valioso era un brillante sin par. Perplejo a la hora de repartir sus bienes, reservó el diamante para aquel que cumpliera la hazaña más valerosa. El mayor dio muerte al dragón más peligroso y célebre del país. El segundo mató a diez hombres con una minúscula daga. El tercero partió una noche y, al amanecer, volvió y habló así a su padre: He encontrado a mi mayor enemigo durmiendo al borde del acantilado y lo he dejado seguir durmiendo. Y el rey entregó el diamante a su hijo menor. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rm 12,21) (“Eucaristía 1990”).
¿Quién es “el otro”, que puede ser mi “enemigo”?
-El diferente. Diferente totalmente de mí. El que no tiene mis gustos, mis ideas, no comparte mis puntos de vista, mis esquemas. Aquel con quien me resulta imposible un entendimiento pasable. No nos podemos "aguantar" (sin que haya mala voluntad). Entre nosotros se da incompatibilidad de carácter, de mentalidad, de temperamento. Nuestra cercanía es fuente de continuas incomprensiones y sufrimientos. -El adversario. El que esta siempre en contra mía, en postura hostil de desafío. En cualquier discusión, siempre se me pone en contra. Todo lo que hago, lo que propongo, encuentra infaliblemente su crítica inexorable y terca. Su tarea específica es la de contradecir todas mis iniciativas, mis ideas. No me perdona nada. No me deja pasar una. Es un muro compacto de hostilidad preconcebida.
-El pelmazo. Es la persona que tiene el poder de irritarme hasta la exasperación. El que se divierte haciéndome perder el tiempo. El que se mete en medio en el momento menos oportuno y por los motivos más fútiles. Pedante, pesado, entrometido, curioso, petulante, indiscreto. Me obliga a escuchar peroratas interminables y confusas. Me embiste con un torrente de palabrería para contarme una bobada que me sé de memoria. Me cuenta sus minúsculas penas que dramatiza hasta convertirlas en tragedias de proporciones cósmicas. No tiene el más mínimo respeto a mi tiempo, a mis obligaciones, a mi cansancio. Es más, encuentra una especie de gusto sádico en tenerme prisionero en la viscosa tela de araña de sus tonterías.
-El astuto. Es el individuo desleal, especialista en bromas pesadas, de doble juego por vocación. Me arranca una confidencia para ir inmediatamente a "venderla" a quien tiene un interés por ella. El individuo que se me muestra afable, benévolo, cordial, sonriente, y después me da una puñalada por la espalda. Me dice una cosa, piensa otra y hace una tercera. Me alaba de una manera exagerada. Pero después, en mi ausencia, me destruye con la crítica más feroz. En suma, el clásico tipo de quien uno no se puede fiar. Astuto, solapado, falaz, calculador, acostumbrado a tener el pie en veinte espuelas a la vez...
-El perseguidor. El que, intencionadamente, me hace mal. Con la calumnia, la maledicencia, la insinuación molesta, la celotipia más desenfrenada. El que goza humillándome. El que no me deja en paz con su malignidad.
Ahora bien, ¿cómo debo comportarme con estos enemigos (o algunos otros?). Lo primero, hace falta localizarlos, reconocerlos. Lúcidamente. Honestamente. Sólo marcando exactamente el campo enemigo, señalo al mismo tiempo el campo de mi amor. En efecto, el amor cristiano debe internarse también hasta territorio enemigo. No puede quedar parado en el "próximo".
Además no aceptar esta situación de enemistad como definitiva. No cristalizarla. Es más, comprometerse a hacerla evolucionar, a removerla, encaminándola en otra dirección. Rechazo considerar esta situación como inmutable. Por eso estoy dispuesto a pagar personalmente para darle la vuelta y transformarla en una situación de amor y amistad. Y si, en ciertos casos, me siento atrapado por un sentimiento de desánimo, porque la empresa me parece desesperada, entonces miro a la cruz. Y caigo en la cuenta de que, a través de la cruz de Cristo, entró en el mundo una posibilidad infinita de reconciliación. También mi enemigo es uno de aquellos por los que murió Cristo.
En un film apareció este aviso en la última secuencia. "A trescientos metros de distancia el enemigo es un blanco. A tres metros es un hombre".
Nosotros podemos completarlo de esta manera: cerca de la cruz, el enemigo es un hermano de sangre (la sangre de Cristo) (Alessandro Pronzato).
El amor debe liberarse de las comunidades naturales en las que se manifieta espontáneamente o en nombre de leyes sociológicas y psicológicas y adquirir las dimensiones de toda la humanidad, comprendido el enemigo y el adversario. Cristo libera, pues, la práctica del amor de toda unión con el espacio sagrado de la nación, con la sangre sagrada de la familia. El amor lleva en él mismo su propia sacralización, no tiene por qué sacar de los valores sagrados preestablecidos lo que puede ser por él mismo.
Dios no está en la familia, ni en la raza, ni en la nación; está únicamente en el acto de amar (Mt 5,48; Lc 6,36). Es lo que dice el evangelio hablando de "imitación de Dios" en el mismo acto de amar, por encima de las comunidades naturales y sagradas en las que vivimos. Es el mismo acto de amar el que se constituye en acceso y camino para Dios y no la calidad sagrada del objeto amado (Maertens-Frisque).
Tal vez de lo más impresionante en este código de santidad del Levítico, de preceptos fundamentales de relación humana es su exigencia no sólo de obras, sino hasta de actitudes y sentimientos hacia el otro; de ellos son hijas las obras. Llama por su nombre a las actitudes que no pueden llegar a ningún compromiso con la santidad: el odio, el rencor, la venganza; y a las que son exigidas por ella: la corrección o reprensión justa, el amor. Los primeros son sentimientos que niegan al otro, lo destruyen; por supuesto, destruyen también al sujeto del que emanan. La corrección del culpable y la denuncia del mal son exigencias radicales en el que busca el bien, y son también justicia que el hombre le debe al que está en el error. Es la señal de que busca afirmarlo.
Pero la suprema afirmación del otro la hace el amor. El amor verdadero no es un superficial y caprichoso sentimiento, que puede encubrir un solapado amor propio. Se salvaguarda de cualquier malentendido en un criterio y en una medida que debe valer para acreditarlo: amor al otro como a sí mismo. Este es el reto más grande que se puede hacer a la relación del hombre con el hombre. El yo es llamado a desplazarse hacia el tú que está delante, a considerarlo como un yo y a comportarse con él como consigo mismo.
Este precepto compromete al hombre en sus obras y en sus sentimientos y nunca podrá decir que lo ha cumplido cabalmente; su incumplimiento le estará denunciando siempre. Jesús estimó este precepto del Lv como la esencia de toda la Ley y lo hizo centro de su mensaje, en su palabra y en su obra (Mc 12. 31 y par.). El hombre no está nunca tan cerca de la santidad de Dios como cuando ama a su prójimo (Edic. Marova).
El capítulo 19 del Levítico podría titularse «Itinerario para reconocer a Dios en el prójimo». Dios proyecta la luz de su revelación, potentísima, sobre los hombres que integran la comunidad de Israel y, como en el milagro de la curación del ciego, hace que vean más allá de la opacidad de las circunstancias naturales. Dios está presente en todos los hombres y en cada uno de ellos. Por eso, la santidad personal tiene una exigencia: «Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo» (v 2). Y tiene también un objetivo muy concreto: «Cumplid todas mis leyes y mandatos, poniéndolos por obra» (37) Las leyes y costumbres que deben ser introducidas en la vida cotidiana del pueblo se reducen a una sola: imitar la forma de actuar de Yahvé (que se cumpla la salvación en toda su magnitud en cada uno de los que integran el pueblo). El compilador-redactor de nuestro texto ha tomado materiales de dos fuentes distintas. En primer lugar, de la antiquísima tradición del desierto. En aquel ambiente de vida durísima, Yahvé hizo que el pueblo descubriera la necesidad de dulcificar la ley elemental de la supervivencia, impuesta por las costumbres de una vida nómada que obligaba a recelar de todo y de todos y que exigía mantener a toda costa la autoridad y la justicia estrictas, así como la máxima pureza religiosa. Estaba en juego la supervivencia del individuo y del clan. Otra fuente que nutre el espíritu del redactor es la del ambiente posexílico. También en aquellos momentos estaba en juego la supervivencia del espíritu nacional, amenazado por muchos peligros, principalmente por el paganismo ambiental. Si se quiere salvar la nacionalidad judía, no hay otro camino que respetar y ayudar al prójimo como una exigencia de la actitud salvadora de Yahvé. El redactor aúna los diferentes materiales en un todo. En el fondo laten el espíritu y la inspiración del decálogo: actitud de fidelidad a Yahvé y a su alianza (4.12.30s), veneración a los padres y ancianos (3.32); deber de practicar la justicia y la caridad (11-18.33-36). Pero se insiste con gran énfasis en la actitud de caridad que va más allá de la justicia y la humaniza: preocupación efectiva por el sustento de los pobres (9-10), consideración con el que no puede responder a los agravios (14), corrección fraterna (17s) y actitud acogedora con el extranjero (33s). Todavía estamos muy lejos de la ley del amor universal tal como será proclamada en el Sermón de la Montaña (Mt 5,43ss); aquí la caridad se limita a «los hijos de tu pueblo» (18) y, como apertura máxima, al «extranjero» que «habita en medio de vosotros, en vuestra tierra» (33-34); pero es un paso muy claro y decidido de la pedagogía de la revelación hacia la plenitud de amor preceptuada por Jesucristo (cf. Jn 13,34s) (J. M. Aragonés).
Este pasaje pertenece a una compilación legislativa realizada después del destierro (Lv 17-25) y designada con el nombre de "Ley de santidad" porque se muestra particularmente sensible a la santidad de Dios y a las exigencias que esa trascendencia impone al pueblo que ha establecido una alianza con él. La comparación entre Lv 19. 13-14 y Dt 24. 14-15 es reveladora: el segundo no se interesaba más que por el pobre humillado; el primero extiende la ley de la caridad a todo prójimo. Por el contrario, el Dt prestaba atención al extranjero; el Lv es desgraciadamente demasiado sensible a la pureza de la raza como para interesarse por él. Puede decirse que la piedad hacia el pobre, víctima de una suerte injusta, constituía la razón de ser de la ley del Dt, mientras que la solidaridad de la sangre y los vínculos con el "prójimo" constituyen el móvil del Lv. Los tiempos han cambiado, entre las dos legislaciones: el Dt se manifestaba en una época de profundas mutaciones sociales; el Lv conoce una en que el nacionalismo se presenta como la última muralla contra el influjo del paganismo. (...). La intención de este pasaje es la de crear una conciencia de solidaridad nacional: la actitud ética está dictada por un sentido de comunión fraterna: no causar perjuicio a la propia sangre. Las primeras prescripciones cristianas se apropiarán esta manera de pensar exigiendo que los conflictos encuentren su solución en la misma comunidad (Mt 5. 25-26; 18. 15-22; 1 Co 6. 1-8; Rm 12. 17-19). Un concepto así del amor es, sin embargo, muy pobre. Deriva de la religión del espacio cuando debería derivar -por emplear las expresiones de Tillich- de la religión del tiempo, o mejor aún, de la religión de la libertad. El amor exclusivo del prójimo deriva, en efecto, más o menos conscientemente, del culto al sol y a todo lo que lleva consigo: clan y sangre, raza y familia, nacionalismo. Pero hay otros soles y otros espacios que se excluyen o que se toleran a condición de que no se provoque una situación conflictiva clara con ellos. Y es bien sabida la fuerza terrible de destrucción del otro que se encierra en el racismo y en el nacionalismo. Esta actitud que limita el amor al espacio es, en el fondo, una reviviscencia del politeísmo que circunscribía a los dioses cada uno a su territorio. De hecho, el amor cristiano no depende del espacio, no se circunscribe ni al lugar, ni siquiera al tiempo. Dios pidió a Abrahán que abandonara el espacio de su familia y de su país en aras de una aventura que se inscribiría libremente en la historia... y esa es la razón por la que a Abrahán le fueron prometidas todas las naciones. Ese Dios pidió a su Hijo que ofreciera su vida no sólo por los suyos -especialmente definidos-, sino por la multitud, una multitud que trasvasa los límites de la Iglesia visible, y será necesaria toda la historia humana para amar y recurrir a esa multitud por encima de todo tribalismo (Maertens-Frisque).
Si Dios es santo, santo ha de ser también el pueblo que ha elegido. La fórmula «Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo», se repite constantemente en el contexto de los capítulos 17 al 26 del Levítico. Estos capítulos constituyen una colección a la que se ha dado el nombre, por lo dicho, de "Ley de santidad". La prohibición del odio es un primer paso para el mandamiento del amor. Un segundo paso es la preocupación por los más cercanos, que excluye la indiferencia y se manifiesta en la corrección. A veces uno está obligado a corregir a los otros por su ministerio público, como es el caso de los profetas (cfr. Ez 3, 18: 33, 8), otras por su status en la familia o en la tribu. Con la prohibición de la venganza se mitiga la "ley del talión", por lo menos dentro del ámbito del propio pueblo y de los parientes. El "prójimo" es aquí el paisano y el correligionario. La máxima "amarás a tu prójimo como a ti mismo" puede ser una abreviacl6n de esta otra: "amarás a tu prójimo tal y como tú esperas ser amado por él"; en cuyo caso, no se iría más allá de la obligada correspondencia. Aunque en el resto del A.T. apenas se hace alusión a este mandamiento, los rabinos conocieron su valor normativo y su gran importancia; así, por ejemplo, dice el rabino Akiba en el siglo II a.C.: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo, éste es un mandamiento grande y universal de la Tora (“Eucaristía 1987”).
Sólo un límite en este texto: para los hebreos, sólo era prójimo el hermano de raza. El amor al hermano de raza, al conciudadano, tendrá que extenderse a todo hombre sin distinción de raza, sexo, edad y religión. Un paso más hacia la revelación del amor cristiano hecha por Jesucristo (cf. Jn 15,12; 17,21). El AT conoce el odio fraterno y sus fatales consecuencias: Caín y Abel, Esaú y Jacob, José y sus hermanos; el odio de Absalón hacia Amnón lleva a la muerte de éste (2 Sm 13). Los libros sapienciales nos recuerdan que el odio suscita discordias, mientras que el amor encubre todos los defectos (Prov 10,12). La Palabra de Dios impone no sólo un justo comportamiento exterior según la ley, sino que intenta llegar al corazón humano, inculcándole el amor. Y, entonces, estamos ya fuera del régimen de la ley, siendo ésta superada, interiorizada. Todo el montaje cultural, ritual y legal debe llevar al hombre a esta interiorización (“Eucaristía 1993”).
2. Sal 102. Un pecador perdonado sube al Templo para ofrecer un "sacrificio de acción de gracias", durante el cual hace relato del favor recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos y parientes, a quienes invita a tomar parte en el banquete sacrifical, y asociarse a su acción de graclas. ¡Es un himno al amor de Dios! El Dios de la Alianza. Observemos el paso de la primera persona del singular "mi", "yo", a la primera persona del plural "nosotros", "nos"... En "aquel" pecador habla Israel. ¡La "remisión de los pecados" no es un acto individualista sino comunitario, desde aquellos tiempos! Profunda intuición de la solidaridad de cada pecador con el conjunto de los pecadores... Con "¡el pecado del mundo!" Frecuentemente se ha opuesto el Antiguo y el Nuevo Testamento, como si el primero fuera la religión del "temor", y el segundo la religión del "amor". Contemos en este salmo, cuántas veces aparece la palabra "amor" (Hessed), y la palabra " ¡ternura! " ¡Ese es Dios! No, el ¡Dios verdadero en nada se parece al dios que se hicieron los paganos, irritable, justiciero! No, releed este salmo. ¡Dios es bueno! ¡Dios es amor! ¡Dios es Padre! Jesús no hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: "con la ternura de un padre con sus hijos"... "Padre nuestro, que estás en los cielos, perdona nuestras ofensas". Y el resultado de este amor, ¡es el "perdón"! Se escucha ya la parábola del "Hijo pródigo" (Lucas 15,1-32). Se escuchan ya estas palabras: "Amad a vuestros enemigos, entonces seréis hijos del Dios Altísimo, porque El es bondadoso con los ingratos y los malos" (Lucas 6. 27-38).
La alegría estalla en este canto. Dejémonos llevar por su impulso alegre, que invita a todos los ángeles y todo el cosmos, a corear su acción de gracias. Grandeza del hombre, que por su "ser espiritual" su "alma", es una especie de microcosmos que resume toda la creación: "¡bendice al Señor alma mía!" Un hombre solo, de rodillas concentra en El toda la alabanza del universo... a condición de ser un "alma", esto es, un pedazo de este cosmos material, pero "interiorizado" y "consciente". Cuando oro, todo el universo ora por mí. ¡Sí, el hombre es grande, él es el cantor del universo! Y sin embargo, ¡qué frágil es el hombre! Pensamiento muy moderno... expresado aquí mediante una imagen inolvidable: la flor del campo, la hierba, que florece por la mañana y se marchita por la tarde.. Con este toque poético desgarrador: "¡nadie vuelve a saber de ella!" La maravilla de este salmo y de toda la revelación bíblica, es precisamente esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios. El poeta no encuentra otra explicación para este amor que la siguiente: "El sabe de qué estamos hechos, sabe bien que somos polvo". Amor "misericordioso", "matricial", como traduce Chouraqui, es decir elabora sin cesar la vida como una fantástica matriz vital... maternal. Amor "eterno", "desde siempre para siempre". Os parece admirable esta fórmula. Es la fuente misma de la fe en la resurrección. Amor "fuerte", "poderoso", "todopoderoso".. "más fuerte que la muerte, que reclama tu vida a la muerte", "capaz no solamente de crearte", ¡sino de re-crearte! Amor "que suscita una respuesta alegre y libre". La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo feliz (Noel Quesson).
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades». Hoy canto tu misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto mi alma como mi cuerpo conocen bien. Tú has perdonado mis culpas y has curado mis enfermedades. Tú has vencido al mal en mí, mal que se mostraba como rebelión en mi alma y corrupción en mi cuerpo. Las dos cosas van juntas. Mi ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en mí, cuerpo y alma, reacciona, ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo físico y moral a lo largo del camino de mis días. Sobre todo ese ser mío se ha extendido ahora tu mano que cura, Señor, con gesto de perdón y de gracia que restaura mi vida y revitaliza mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu bendición en el fondo de mi ser. Gracias, Señor, por tu infinita bondad. «Como se levanta el cielo sobre la tierra, así se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro». Tú conoces mis flaquezas, porque tú eres quien me has hecho. He fallado muchas veces, y seguiré fallando. Y mi cuerpo reflejará los fallos de mi alma en las averías de sus funciones. Espero que tu misericordia me visite de nuevo, Señor, y sanes mi cuerpo y mi alma como siempre lo has hecho y lo volverás a hacer, porque nunca fallas a los que te aman. «Él rescata, alma mía, tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud». Mi vida es vuelo de águila sobre los horizontes de tu gracia. Firme y decidido, sublime y mayestático. Siento que se renueva mi juventud y se afirma mi fortaleza. El cielo entero es mío, porque es tuyo en primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma. «Bendice, alma mía, al Señor» (Carlos G. Vallés).
3. 1 Co 3,16-23. El verdadero templo de Dios somos nosotros: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" El Señor está en nosotros y con nosotros, que nos hemos reunido en su nombre para celebrar el memorial de su muerte y resurrección. Por eso, esta celebración debe ser expresión del respeto y amor que nos debemos los unos a los otros. Y de otra parte, la eucaristía debe ser el punto de arranque para llevar al mundo el calor y el testimonio del amor cristiano, amor que debe llegar incluso al enemigo (“Eucaristía 1987”).
Pablo en su amonestación a los corintios, avanza más allá de argumentos y consideraciones humanas sobre su comportamiento, exhortándoles a reconocer la gran dignidad a la que han sido elevados, pues en ellos habita el Espíritu Santo como en un templo.
La metáfora del templo ha sido ya preparada anteriormente con lo que ha dicho Pablo sobre la "edificación de Dios' (v. 9ss).Si entonces aludía a la gran responsabilidad de los que edifican, ahora carga con esta responsabilidad a los que constituyen el mismo templo edificado, es decir, la Iglesia de Dios. Los corintios con sus capillismos y divisiones ("yo soy de Pablo", "yo de Apolo", v.4), ponen en peligro la solidez de una iglesia que sólo puede edificarse en Cristo y resquebrajan el templo de Dios. La ruina del templo conscientemente provocada es lo peor que puede suceder a un pueblo religioso.
La sabiduría de este mundo, la sabiduría meramente humana que tanto estiman los gnósticos, contradice al Espíritu Santo y se opone a la verdadera sabiduría de Dios. Por eso está en peligro la iglesia en Corinto, porque se dejan seducir por la sabiduría de los gnósticos. De ahí la urgencia de abandonar esa falsa sabiduría y aceptar humildemente la sabiduría que Dios revela a los sencillos para confundir a los sabios de este mundo (cfr. Mt 11,25-30).
Pablo está profundamente preocupado por la unidad de la iglesia y todo cuanto escribe aquí obedece a esta preocupación. Nadie debe envanecerse de seguir a éste o al otro maestro, todos tienen que liberarse del culto a las personalidades: "Pablo, Apolo, Cefas... son vuestros" y no vosotros de ellos, porque todos sois de Cristo.
Más aún, todo es de los creyentes. En consecuencia, nada debe ser sacralizado por ellos. Porque ellos son el verdadero templo en el que habita el Espíritu Santo, y su dignidad está por encima de todo. Ahora bien, ese templo es de Cristo y Cristo es de Dios.
Sólo cuando se pone a salvo esta jerarquía interior es posible ordenar como es debido los valores y las relaciones humanas en el marco de la comunidad de Jesús. Resumiendo: el verdadero templo es la comunidad fundada en Jesucristo que es el Señor. En ese templo habita el Espíritu Santo, se da culto a Dios y Dios revela su sabiduría a los sencillos. Cualquier otro templo, cualquier otro culto, cualquiera otra sabiduría debe ser rechazada.
El tema del amor de la primera y tercera lectura tiene su base en esta segunda, donde se expone la actitud humana de la que ha de brotar. En el proceso de esta carta, Pablo termina el tema de la sabiduría divina, recapitulando lo ya expuesto en perícopas anteriores. Pero con matices: uno de ellos es el mostrar cómo el abrirse a Cristo-sabiduría no es cuestión de pensamiento sólo, sino que implica la inhabitación del Espíritu en todo el hombre, lo que implica también un modo de vivir en consonancia con esa realidad. Esta es la actitud básica de la que brotará el amor. Y además tiene otra consecuencia, a primera vista inesperada, que aparece en los últimos versículos: quien se encuentra de esa forma unido con Dios es libre y está por encima de todo. Efectivamente, el final de las palabras que leemos es la mayor proclamación de libertad que puede soñarse. Toda la creación está a disposición del hombre; no debe preocuparse por pequeñeces o tonterías, ha de superarlas; no se dejará amilanar por las dificultades presentes o futuras ni le ensoberbecerán los éxitos. «Todo es nuestro.» Notable la amplitud de expresiones del apóstol, usando términos del todo generales y abarcantes. Pero ello sólo es real teniendo en cuenta el final: "Vosotros de Cristo y Cristo de Dios". Unión con él, fuente de esa actitud y, como es obvio, unión de Cristo con el Padre, en el proceso recapitulador de la creación para que "Dios sea todo en todas las cosas" (1 Cor 15,28) (“Eucaristía 1987/1993”).
4. Mt 5, 38-48 (Par.: Lc 6, 27-36). Continúa la enumeración de ejemplos concretos, iniciado el domingo pasado, poniendo de manifiesto la dinámica de sentido y significado conferida por Jesús a la Ley de Moisés. Sabéis que se dijo... Pero yo os digo... El texto de hoy recoge dos nuevos casos, los últimos de la enumeración. Versículos 38-42: Ojo por ojo; diente por diente. Se trata de formulaciones concretas de la ley del talión que puede leerse en Ex. 21, 24; Lv 24, 20 y Dt 19, 21. La ley del talión pertenece al derecho penal y consiste en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó. Responde a situaciones socio-culturales en las que la justicia es asunto de los particulares e introduce un criterio de objetividad en el ejercicio de esa justicia. Ante el recurso legal como medio disuasorio, Jesús ofrece la alternativa superior de un desarme del corazón y del espíritu con capacidad para renunciar a todo tipo de compensación y para desarmar al contrario por medio de la sorpresa de una actitud abierta y liberal. En primer lugar se enuncia el principio general: no hacer frente al agresor, es decir, no recurrir a la violencia. Este principio viene después explicado prácticamente a base de casos gráficos, paradójicos, chocantes. Detengámonos en dos de ellos. Al que te pone pleito para quitarte la túnica, dale también la capa. La túnica era la prenda interior de vestir, la capa, la exterior. Alguien te lleva a juicio por la ropa interior que llevas, pues cree que se la has robado. Jesús te dice: dale también la ropa exterior. La propuesta es de las de dejar a uno atónito, pues equivale a decir que te quedes desnudo. A quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos. Los romanos, siguiendo una práctica persa, requisaban personas y animales para la realización de servicios públicos. El caso contemplado por Jesús es el del invasor romano obligando al judío a llevar una carga por espacio de un kilómetro. La propuesta de Jesús es, de nuevo, para dejar atónitos: dobla la distancia que te exige el invasor.
Versículos 43-48: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Aunque la ley a la que se refiere Jesús, y que está recogida en Lv 19-18, habla sólo de amor al prójimo, en la práctica este amor llevaba al aborrecimiento de los no judíos: los no judíos no eran prójimo. La alternativa de Jesús propone la superación del concepto de enemigo en base a la actuación de Dios Padre, quien desconoce por completo este concepto. A esta razón añade Jesús otra de tipo amistoso-práctico: el discípulo suyo debe ser diferente de los demás, para concluir con la invitación a ser perfectos. Perfecto en el sentido de completo, abarcador.
Comentario: El texto de hoy es tal vez el texto bíblico que expresa con mayor claridad que lo específico cristiano es una diferencia en razón de una referencia. La diferencia. Ser cristiano es estar situado en el espacio que se abre más allá de la ley, más allá de lo mandado y prohibido. Sabéis que se dijo en el espacio de la ley moral, de las pautas más o menos detalladas que orientan la vida de los humanos. Es, en suma, el espacio de la conciencia, por la cual los humanos nos diferenciamos de los animales. "Pero yo os digo" es el espacio que surge después o más allá de la ley moral y de las adquisiciones de la conciencia. En ese espacio no hay pautas orientadoras. Sólo hay fantasía y sensibilidad para descubrir modos inéditos de ser y de relacionarse. ¡Ese es el espacio cristiano! El que se halla en él no es una persona mejor que las otras (bueno o malo son categorías morales, propias del espacio moral); es sencillamente una persona diferente.
La referencia. El espacio cristiano emerge cuando se descubre a Dios como Padre. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Sed completos como vuestro Padre celestial es completo. El Padre es la referencia que explica la razón de ser del cristiano (A. Benito).
La ley del talión -ojo por ojo diente por diente- no respira venganza sino justicia. Frente al sistema anárquico de venganza personal indiscriminada, muchas civilizaciones antiguas, y no sólo los hebreos, establecieron el principio moderador del talión: que la medida del castigo corresponda a la medida del perjuicio, sin excederla con sobrecargas: robaste cien, devolverás cien. "Si alguno causa una lesión a su prójimo, como él hizo, así se le hará: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. El que mate un animal, indemnizará por él; pero el que mate a un hombre, morirá". Supondría un paso de gigante para el buen orden del mundo el que esta ley gobernara la conducta personal y social. No vale calificarla de bárbara mientras se practican progresiones aritméticas o geométricas en el desfile de las violencias: mordió el mojón de mi finca, le quemo la casa; me insultó y saqué la navaja; me atacó con cañones, bombardearé la ciudad; y si caen sobre mi ciudad bombas convencionales, respondo con atómicas. La ley del talión se usa en una sociedad organizada, pero no es definitiva ni suficiente para el reino de la paz y del amor. Jesús irrumpe con un espíritu nuevo: el amor al enemigo. No es un nuevo Código Penal, ni la forma nueva con que los jueces habrán de aplicar la ley. Es una irrupción salvadora de Dios en Jesús, que ha de poner de manifiesto la endeblez y limitación de las conquistas humanas en el camino de la liberación del hombre y la humanidad (Miguel Flamarique Valerdi).
Jesús profundiza en el concepto de prójimo. Esto lo hace desde una fundamentación y perspectiva estrictamente religiosa: el descubrimiento de Dios como Padre, lo cual hace saltar en añicos el habitual y espontáneo esquema de división y enjuiciamiento de las personas en amigas y enemigas, y lo sustituye por otro totalmente diferente. Esta es la perfección a la que Jesús invita a los que quieren ser discípulos suyos. Jesús opone a la ley del talión el mandamiento del amor. Sus discípulos no deben pagar con la misma moneda, no deben responder con mal a los que les hacen mal. Esto es lo que quiere decir cuando les enseña a no hacer frente a los que les agravian. Su lenguaje es duro y tremendamente exigente. Para evitar malentendidos, hay que decir que habla en lenguaje figurado (como en 5. 29ss.) y no debe tomarse al pie de la letra. Hay que añadir también, que se refiere al comportamiento individual y a la actitud del corazón, pero no a la sociedad y a los tribunales públicos en donde sigue siendo imprescindible un derecho penal y en cierto modo la ley del talión. Incluso hay que tener en cuenta la prudencia cristiana en cada caso y hasta la obligación de defender el propio derecho, no por motivos de venganza, pero sí al servicio de intereses más altos que el simple egoísmo. Pero con todas estas matizaciones corremos el peligro de vaciar de contenido las palabras de Jesús, cuyo espíritu sigue en pie. El mal sólo puede superarse con el bien, no con el equilibrio de la ley sino con el desequilibrio del amor. Olvidarse de esto es caer en el círculo vicioso de la venganza y de la violencia, en la trampa de una ley entendida como trampa del amor, en donde éste quedaría atrapado.
Jesús es el primero que extiende el amor a todos los hombres sin excepción alguna abrazando con él hasta a los enemigos. Según sabemos por los escritos de Qumrân, los esenios exigían amar a todos los que Dios ama y odiar a los que Dios no ama. Pero Jesús proclama que Dios no hace distinciones y que hace salir el sol para buenos y malos, justos y pecadores. Por eso los hijos de Dios deben amar también sin fronteras. Amar a los que nos aman es natural y no trasciende la equidad de la ley, por lo tanto no la colma con exceso de amor. En realidad, el verdadero amor sólo se muestra en el amor verdaderamente gratuito, que no busca lo suyo ni la simple correspondencia. Esto es lo extraordinario y la verdadera perfección. En esto se manifiesta la bondad de Dios. Los discípulos de Jesús deben dar señales de la nueva vida y del reino futuro, no pueden contentarse con las generales de la ley (“Eucaristía 1990/1987”).
Hay que decir que el discurso de Jesús no es moralista, ni juridicista, sino religioso, no sustituye la conciencia y por tanto es absurdo decir “¿hay que poner siempre la otra mejilla?” en el sentido “de obligatoriedad”, sino en cuanto a que percute la conciencia y hace pensar según Dios, y capaz de amar como Dios Padre. Amar dice relación, no perfección, es establecer un tipo de relación donde el amor supera todo límite y todas las previsiones de respuesta. Nunca hasta que uno es padre, sabe hasta dónde es capaz de amar, de luchar, de sacrificarse, de entregar. Sed perfectos (en griego, llevar a plenitud, a fin) como vuestro Padre celestial es perfecto. No es una llamada obligatoria, no es una norma ni un consejo. Es una confesión admirada y sorprendente. Es un descubrimiento. Es, también una invitación. Porque perfectos no podemos ser ni merece la pena luchar por la inasequible meta de una fría perfección moral al estilo estoico (J. Alegre).
a. Lo católico en Dios. Si Dios es el amor, no puede odiar nada de lo que él ha creado; eso es lo que dice ya el libro de la Sabiduría (Sb 1,6.13-15). Su amor no se deja desconcertar por el odio, la aversión y la indiferencia del hombre; Dios derrama su gracia sobre buenos y malos, ya aparezca esta gracia ante los hombres como sol o como lluvia. Tolera que se le acuse, que se le insulte o que se le niegue sin más. Pero no lo tolera en virtud de una indiferencia sublime, pues la adhesión o la aversión humanas le afectan hasta lo más profundo. Cuando un hombre rechaza seriamente el amor de Dios, no es Dios el que le condena sino que es el propio hombre el que se condena a sí mismo, porque no quiere conocer y practicar lo que Dios es: el amor. La justicia de Dios no es la del "ojo por ojo y diente por diente"; más bien hay que decir que cuando el hombre no supera la justicia penal de este mundo (que es necesaria), ni comprende a Dios ni quiere estar a su lado. Dios nunca ama parcialmente, sino totalmente. Esto es lo que significa la palabra «católico».
b. Lo católico en Jesucristo. Jesús es el Hijo único de Dios que nos revela «lo que ha visto y oído» junto al Padre (Jn 3,32): que Dios no ama parcialmente, ni es justo sólo a medias, ni responde a la agresión de los pecadores privándoles de su amor. El manifiesta esto humanamente no respondiendo a la violencia con más violencia, sino ofreciendo, en la pasión, la otra mejilla, caminando dos millas con los pecadores, e incluso todo el camino. Se deja quitar por los soldados no sólo el manto, sino también la túnica. Contra él se desencadena toda la violencia del pecado precisamente «porque pretendía ser Hijo de Dios» (Jan 19,7). Pero su no-violencia tiene mayor proyección que toda la violencia del mundo. Sería un error querer convertir la actitud de Jesús en un programa político, porque está claro (incluso para él) que el orden público no puede renunciar al poder penal (Jesús habla incluso de este poder en sus parábolas, por ejemplo: Mt 12,29; Lc 14,31; Mt 22,7.13, etc.). Cristo representa, en este mundo de violencia, una forma divina de no-violencia que él ha declarado bienaventurada para sus seguidores (Mt 5,5) y a la práctica de la cual les invita encarecidamente aquí.
c. Lo católico de la alianza. El Antiguo Testamento conocía el amor primariamente para los miembros de la propia tribu (primera lectura, vv. 17-18): ellos eran entonces «el prójimo». Pero para Cristo todo hombre por el que él ha vivido y sufrido se convierte en «prójimo». Por eso los cristianos, a ejemplo de Cristo, tienen que superar también la solidaridad humana limitada y amar a los «publicanos» y a los «paganos». Pablo muestra (en la segunda lectura) la forma de la catolicidad de la alianza. La sabiduría cristiana comprende que no debe ser parcial ni partidista, porque, en virtud de la catolicidad de la redención, toda la humanidad, incluso el mundo entero, pertenece al cristiano, pero en la medida en que éste ha hecho suya la catolicidad de Cristo, que revela a su vez la del Padre. «Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios». La verdadera forma de la catolicidad del cristiano no consiste tanto en un dejar-hacer exterior cuanto en una actitud interior: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo» (Hans Urs von Balthasar). Llucià Pou Sabaté.

lunes, 21 de febrero de 2011

Sábado de la semana 6ª. «La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve», nos da alas para volar, y rezarle a Dios: «Día tras día

Hebreos 11,1–7: 1 La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. 2 Por ella fueron alabados nuestros mayores. 3 Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. 4 Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía. 5 Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque le trasladó Dios. Porque antes de contar su traslado, la Escritura da en su favor testimonio de haber agradado a Dios. 6 Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. 7 Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe.

Salmo 145,2-5,10-11: 2 todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; 3 grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza. 4 Una edad a otra encomiará tus obras, pregonará tus proezas. 5 El esplendor, la gloria de tu majestad, el relato de tus maravillas, yo recitaré. 10 Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras y tus amigos te bendecirán; 11 dirán la gloria de tu reino, de tus proezas hablarán,

Marcos 9,2-13: 2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, 3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. 4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; 6 - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. 7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» 8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. 9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 10 Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.» 11 Y le preguntaban: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?» 12 El les contestó: «Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado? 13 Pues bien, yo os digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él.»

Comentario: 1 (ver domingo 19C) Dejamos de leer ayer el libro del Génesis que se ha leído durante las semanas 5ª y 6ª del tiempo ordinario y volverá a leerse en las semanas 12, 13, 14. Hoy pone la liturgia este texto de la carta a los Hebreos. Es como un "elogio de los Padres". Terminamos nuestra lectura de los primeros once capítulos del Génesis con una página de la carta a los Hebreos, que resume los ejemplos más edificantes de estos capítulos, como estímulo a nuestra perseverancia en la fe. Es un elogio de nuestros antepasados remotos, que comienza con una definición de lo que es tener fe: «La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve». En esto tuvieron mucho mérito los creyentes del AT: aquí nombra a Abel, a Henoc y a Noé. Los tres aceptaron en su vida el plan de Dios. Como todos los demás que vivieron en el AT, no llegaron a ver claro, ni a experimentar la venida del Salvador prometido por Dios. Pero desde ese claroscuro supieron creer en Dios y creer a Dios.
Este repaso a las páginas del Génesis es para el autor de la carta un estímulo para los cristianos de su tiempo. También lo es para los de ahora: para que no exageremos nuestras dificultades, buscando excusas para nuestra poca fidelidad. La página de hoy quiere que nos dejemos animar por los que han sabido ser fieles a Dios también en días difíciles. La Biblia, aunque también contiene relatos de pecado, debilidades y fallos, es siempre aleccionadora. Hemos ido viendo cómo Dios conduce la historia. Cómo sabe animar y a su tiempo corregir y purificar a la humanidad, para que camine por las sendas que él le tiene preparadas y en las que encontrará su felicidad y su plenitud. Se trata de que aprendamos del pecado ajeno y sobre todo de que admiremos e imitemos la fe de tantas personas que desfilan por sus páginas como ha sucedido en los capítulos del Génesis que hemos ido meditando estas dos semanas. Nosotros tenemos otra serie de antepasados que nos animan todavía más de cerca en nuestra carrera: la Virgen María y los santos cristianos de los últimos dos mil años. A los que tenemos que añadir familiares y conocidos que también seguramente nos han dado un ejemplo de fidelidad a Dios desde su vida concreta. Nos tendríamos que hacer la pregunta, traduciendo la situación a nuestra historia: ¿cómo reacciono yo en las diversas circunstancias de la vida?, ¿cómo estoy respondiendo a la llamada de Dios?, ¿qué testimonio de fe estoy dando a los que me conocen?
Los hombres ejemplares del A. T. desfilan en este capítulo como los grandes campeones de la fe. El autor los presenta como modelos para que los cristianos sigan sus huellas y permanezcan de modo perseverante en el ejercicio de la fe. La primera preocupación de nuestro autor es presentarnos una definición de la fe. Una definición que es clásico y deberíamos saber todos de memoria. Es cortísima: v.1: "la fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve". Dice que la fe es la seguridad o certeza forma del cumplimiento de nuestra esperanza. En la fe, tal como la presenta el autor de la carta a los hebreos, la esperanza juega un papel importantísimo, de tal manera que es inseparable de ella. Esta esperanza nos garantiza la realidad de lo que todavía no vemos y en pos de lo cual caminamos. Se nos presenta la fe como la elección entre dos alternativas que nos ofrece la vida: entender la vida desde la fe o entenderla desde nosotros mismos. Entendida desde nosotros mismos, la vida se halla determinada por una concepción materialista, basada en la suficiencia humana o en las posibilidades que la vida nos ofrece, aquí y ahora. Nada de realidades más allá de las que ven nuestros ojos. Entendida desde la fe -la segunda actitud o alternativa- la vida es entendida de forma diferente, como peregrinante hacia una patria mejor, con la seguridad de algo que nos espera y que compensará ampliamente las renuncias y sacrificios que la misma fe nos impone.
La primera concepción de la vida, la materialista, estaba ampliamente difundida en el mundo del N. T. Y había adquirido, sobre todo, la forma de estoicismo. Se proclamaba el desapego de las cosas de este mundo, pero en orden a lograr una paz interior y una seguridad superior a la que podían dar las cosas de este mundo. En el fondo se hallaba presente -en el centro mismo de esta actitud- la autosuficiencia humana. El camino del materialismo es el más fácil y tentador. Por eso nuestro autor nos ofrece el modelo de los grandes hombres ejemplares del A.T. Son recordados por el enfoque e interpretación que hicieron de su vida desde la fe. El A.T. está lleno de hombres y mujeres que hicieron en su vida grandes sacrificios para no desobedecer a Dios. El autor de nuestra carta podía haber puesto ejemplos tomados de los mismos cristianos o de los últimos tiempos del judaísmo, donde los había sumamente elocuentes: el tiempo de los Macabeos, por ejemplo, quienes por fidelidad a la ley y a sus tradiciones, se habían dado auténticos ejemplos de heroísmo hasta el martirio. Pero prefiere remontarse a los tiempos más antiguos, a la prehistoria bíblica. Para convencer a sus lectores de que la interpretación de la vida desde la fe se remonta a los orígenes y se encuentra en cada una de las páginas de la historia de salvación. El primero en ser mencionado es Abel. ¿Por qué Dios se agradó en sus sacrificios y no en los de Caín? La afirmación del Génesis podía dar pie a creer que Dios había sido parcial y arbitrario en la real oración de aquellos sacrificios. Nuestro autor afirma con toda claridad que la oblación de Abel agradó a Dios porque procedía de su fe.
El segundo ejemplo es el de Henoc (Gn 5, 24) una figura misteriosa que entró en el terreno de la leyenda: la creencia de que Henoc no había muerto. La verdadera razón que justifica su desaparición extraordinaria y su estar con Dios fue su fe, sin la cual nadie puede agradar a Dios.
Un tercer ejemplo: Noé. Cumplió la voluntad de Dios, una voluntad aparentemente caprichosa y absurda, pues te mandaba construir un arca-nave en un país seco. El haber obedecido aquel mandato fue un ejemplo claro y una demostración evidente de su fe en Dios. Gracias a ella se salvó él y su familia. El cap. 11 completo de la carta a los Hebreos, 17 veces el autor repite el mismo estribillo: por la fe... por la fe... V. 32 y ¿a qué continuar? Me faltaría tiempo si hubiera de hablar de tantos hombres y mujeres que vivieron de la fe. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes y hasta cadenas y prisiones". Todo el problema reside en esto: ver o creer, asegurarse o arriesgarse. Para esto se necesita haber descubierto la gloria de Dios en el rostro de Cristo, es decir, haber tenido una experiencia personal de que Jesús es realmente tu Salvador, no un simple conocimiento teórico. Un padre de la Iglesia oriental: "Nadie puede renunciar al mundo si no ha visto la luz de la eternidad, al menos en el rostro de un hombre". Siempre el ejemplo de un hombre influye más que la verdad fundamental de una doctrina.
La lectura de una selección de textos del libro del Génesis se acaba con una página de la Epístola a los Hebreos. Uno de los principios esenciales de la Biblia es la relectura incesante de los viejos textos para actualizarlos, y darles un sentido nuevo a la luz de los progresos de la revelación. Es lo que siempre procuramos hacer cuando HOY, meditamos la Palabra de Dios. No hacemos nunca historia antigua, incluso cuando leemos documentos escritos muy anteriormente en un contexto cultural tan diferente del nuestro.
-Hermanos, la fe es un modo de poseer ya lo que se espera. Con demasiada frecuencia se ha definido la fe como una facultad principalmente intelectual: como si «creer» fuese un modo de tener en la mente un conjunto de doctrinas. Este aspecto, que se refiere a la «verdad", evidentemente, no es falso, pero es muy parcial. De hecho, la fe concierne y compromete a todo el ser humano. Y el autor de la epístola a los Hebreos nos la presenta aquí como un «dinamismo de vida» creer es apostar por el futuro... es poseer ya lo que se espera... es anticipar desde ahora la vida eterna.
-...Y la prueba de realidades que no se ven. Tenemos ahora, en segundo lugar, el aspecto más intelectual de la Fe; ¡«creer» es conocer! Mas aquí se trata también de un conocimiento dinámico, todo él orientado hacia «otra cosa», algo así como el desequilibrio del pie derecho tendido hacia adelante y que tiende a la nueva posición del pie izquierdo, no realizada todavía. La fe, en el fondo, es una especie de "entender no entendiendo", un «conocimiento en la noche», «como si viéramos lo invisible».
-Por la fe sabemos que el universo fue formado por la Palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. La Fe, finalmente, es el aspecto «divino» de las cosas. Dios invisible, Dios escondido... y no obstante «fuente», "sostén", «finalidad» de todas las cosas. El universo, aparentemente, puede prescindir de Dios Sin embargo, en una «segunda mirada», podemos contemplar lo invisible, presente por todas partes. Y este hecho ¡lo cambia todo! En este momento estoy quizá solo en la habitación donde me encuentro: he ahí lo visible, lo controlable. Señor, amor mío. Tú estás conmigo: he ahí el cambio radical que la fe opera. En este momento, unos hombres, unos grupos humanos están todos ellos embarcados en tal acontecimiento, en tal liberación o promoción; esto es lo visible. Señor, creador y liberador, Tú te hallas allí en medio de esos acontecimientos para desarrollar en ellos tu proyecto divino: he ahí lo que la Fe me puede hacer «ver».
-Abel... fue declarado justo... Aun muerto, habla todavía... gracias a la Fe. Henoc... fue trasladado de modo que no vio la muerte... gracias a la Fe... Noé... advertido por Dios de lo que aún no se veía... por la Fe. Estos tres ejemplos nos muestran como reinterpretaron el libro del Génesis los primeros cristianos. Para ellos lo esencial era esa Fe, que, según san Pablo, era la única capaz de salvar al hombre, independientemente de la Ley. En el interior de la historia humana donde prolifera el pecado de los hombres, hay también una historia escondida: la de los hombres que buscan a Dios y tratan de responder a sus voluntades. Esto es también verdad en nuestro tiempo. Compartir los puntos de vista de Dios. Compartir el proyecto de Dios sobre el mundo. Comprometerse en ese proyecto. Tal es nuestra fe (Noel Quesson).
La fe heroica de los antiguos patriarcas de Israel es un buen camino para aproximarnos al núcleo de la desconocida vida de san José. Comprendemos aquella fe con ojos cristianos, a la luz de la palabra, vida, muerte y resurrección de Jesús, el verdadero iniciador y perfeccionador de la fe (12,2). Esto nos ayuda a entender lo que tenía de ejemplar, «pues por ella adquirieron un gran nombre» (11,2), y lo que, a pesar de ello, tenía de imperfecta (39).
La carta a los Hebreos hace el elenco de las obras extraordinarias que aquellos héroes llevaron a término, poniendo de relieve la generosidad, el esfuerzo y la novedad de su vida.
Por la fe sale Abrahán hacia un país que había de recibir en herencia, ofrece su hijo Isaac... (8-12; 17-19); por la fe rechaza Moisés ser prohijado por la hija del faraón, atraviesa el Mar Rojo... (23-29). La descripción acaba con un canto entusiasmado: «por la fe subyugaron reinos, administraron justicia, consiguieron promesas, taparon bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, fueron valientes en la guerra...» (33-35). La fe está en las antípodas de un sentimiento o de una idea ineficaz; es precisamente el empeño de toda una vida personal lo que pone en evidencia la autenticidad de la fe. Por eso, al lado de todas las realizaciones, Heb subraya su libertad, la heroica resistencia de todas las persecuciones; «por la fe fueron sometidos a tormento..., soportaron azotes, cadenas y cárceles, fueron apedreados..., aserrados, murieron al filo de la espada...» porque «de ellos no era digno el mundo» (35-38).
A la luz de la vida y la muerte de Jesucristo, Heb penetra en el interior de aquellas vidas generosas y encuentra los elementos constitutivos de su fe. La fe es fundamentalmente una viva y personal experiencia del Dios vivo. Es como «ver al Invisible» (27), es tener una mirada nueva que penetra el misterio de Dios que ama. Fe es el conocimiento vivo, personal, de realidades invisibles (11,1), del Dios vivo que Jesucristo revela, comunión capaz de transformar una vida. Al mismo tiempo comporta la constante tendencia a la comunión definitiva con Dios, saliendo de toda seguridad humana (8; 13-16; 24).
La escena evangélica de la duda de José y la acogida final de María, su esposa (Mt 1,18-25), refleja, desnuda de imágenes los rasgos acentuados por Heb: comprensión interior, oscuridad, esperanza, generosidad, eficacia, fortaleza. También José, «por la fe, al ser llamado, obedeció sin saber adónde iba» (11,8); "como si viera al Invisible, perseveró firme" (27) (G. Mora).
"¡Dios mío, cuánta belleza!". La flor que acaba de abrirse, el paisaje que aparece al coronar una cumbre tras una penosa marcha, la sonrisa que florece en el rostro del niño entre lágrimas aún no del todo enjugadas, el trabajo del artesano... "¡Dios mío, cuánta belleza!".
Maravilla, triunfo de la luz... Hay momentos de gracia en los que todo se ilumina y la vida se transfigura. El amor se convierte en certidumbre, la fraternidad se hace palpable y la vida se vuelve sabrosa. Son momentos de luz que transforman durante mucho tiempo lo cotidiano. Intensa claridad que sostiene la marcha a través de los enervantes tonos grises y conduce a la aurora. En esos momentos, el signo se hace transparente y desaparece ante la realidad, que súbitamente se vuelve tangible. El amor ya no necesita flores para expresarse; es transparencia de dos seres, comunión de dos corazones. La solidaridad no necesita ya ser proclamada; se manifiesta en unas manos uncidas al yugo de una misma tarea.
"Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y al Hijo del hombre los letrados lo condenarán a muerte". Jesús se lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan, los mismos discípulos que llevará a Getsemaní.
Les lleva sólo a ellos a una montaña elevada. Allí están, en medio de la luz; y la cara oculta de las cosas se esclarece por unos momentos. La vida de aquel hombre, al que aman, se torna transparente. Más allá del signo de aquella vida entregada por amor, palpan, en medio de la nube, el misterio mismo de Dios.
"Este es mi Hijo amado; escuchadle". Era necesario hacer ver a los discípulos la luz que se esconde detrás de la muerte cuando ésta es abrazada con amor. Había que subir a la montaña para que el Gólgota entrara en la historia de los hombres acompañado por el Tabor. Fogonazo momentáneo que revela cuál es el sentido de la marcha.
Pronto volverá a imponerse el tiempo del signo. El amor volverá a necesitar flores y besos para que la comunión experimentada no se convierta en ilusión. La solidaridad, si no quiere quedar reducida a mera utopía y mero sueño, habrá de nacer de nuevo de la búsqueda prolongada y paciente de los avances inciertos. La luz nos remite más lejos; hay que volver a descender al llano, donde está oculta el término de la marcha.
Muchas veces, vuestra vida se os antoja obscura. Sea como sea, vosotros seguid caminando. Sólo tomando el camino de Jerusalén pudieron entender los discípulos lo que les había sido revelado.
Hasta el día de la Pascua, permanecieron callados, sin saber siquiera lo que quería decir "resucitar de entre los muertos". De signo en signo, llegaremos al final del camino, pues sólo en el asombro del cara a cara conoceremos la parte transfigurada de nuestra vida y podremos, conscientes de la seriedad de nuestro asombro, decir: "¡Dios mío, cuánta belleza!".
Bendito seas, Dios y Padre nuestro, / porque, fiel a tu alianza, / no nos abandonas a nuestra pobreza, / sino que nos llevas aparte, a la montaña, / nos sacas de nuestros caminos empantanados ¡ y nos haces ascender a la luz / para ver cómo se levanta el mundo nuevo.
Tú entreabres los cielos, y nosotros sabemos / cuál es la vocación a que nos llamas. / Tú envías tu Espíritu, / que renueva la faz de la tierra, / y nuestros rostros desfigurados resplandecen / con la gloria del Hijo amado.
Con la mirada asombrada por tan enorme esperanza, / te cantamos, Dios de Jesucristo.
Señor y Dios nuestro, / Jesús transfigurado es la belleza de tu proyecto, / desvelado por un instante. / El pan compartido es el cuerpo roto de tu Hijo, / prenda de nuestra comunión contigo. / Con los ojos aún iluminados, te pedimos / que nos hagas descender de nuevo al llano, / ya que es por él por donde debemos caminar / para llegar a la eternidad (“Dios cada dia, Sal térrea”).
2. Si podemos decir con el salmo de hoy que «una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas», no sólo deberíamos escuchar lo que nos dicen los personajes del Génesis, sino preocuparnos de qué «hazañas de Dios» transmitimos nosotros a las generaciones jóvenes, a las demás personas de nuestra familia o de nuestra comunidad. ¿Les estamos ayudando con nuestro ejemplo y palabras a ser fieles a su identidad humana y cristiana?
3. Marcos 9,1-12. La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz. A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del AT, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores. La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escuchadlo». El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena. No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».
Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria. Sabemos muy bien que, como dice el prefacio de la Transfiguración (el 6 de agosto), «la pasión es el camino de la resurrección». El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz. Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria. Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehuye lo exigente. Lo cual puede ser retrato de nuestras actitudes, aunque no seamos siempre conscientes de ello. Tenemos que estar a las duras y a las maduras. No hacer censura de páginas del evangelio. De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «Hasta que resucite de entre los muertos», porque no veía todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.
Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». Día tras día, en nuestra celebración eucarística escuchamos la Palabra de Dios en los libros del AT y los del NT, y más en concreto la voz de Cristo en su evangelio. ¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios?, ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia?, ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan? Nuestra actitud ante la Palabra debería ser la de los modelos bíblicos: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (Samuel), «hágase en mi según tu palabra» (María), «Señor, enséñame tus caminos» (salmista).
Hay una diferencia en la teofanía de ahora: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo... ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario "¡escuchadle!". La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando El os dice que va a sufrir, y morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharle. Jesús de Nazaret, con Dios, es como un Hijo con su Padre. San Juan explicitará más este misterio de relación.
-Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos. Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande. Jesús nos pone en guardia: si decimos muy a prisa "Jesús es Dios", no decimos nada. Hay que esperar y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchos cristianos de hoy se imaginan que, si hubiesen sido contemporáneos de Jesús le hubieran "reconocido". Ahora bien, Jesús era de tal modo hombre que no podía verse que era Dios, desde el primer momento. Dios está "escondido". Dios es un "incógnito". Dios es misterio. Sí, Señor, lo decimos demasiado maquinalmente en el "credo": "Verdadero Dios y verdadero hombre". Leyendo a Marcos, descubrimos el misterio: hubo un hombre ¡que era también Dios! "Dios se hizo hombre", ¡esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callarse.
-Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: "cuando resucitase de entre los muertos". Ellos, los tres que han visto... no se hacen los listos. Continúan preguntándose. Son muy modestos. San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.
-Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?" Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello (Noel Quesson).
Hoy, el Evangelio de la transfiguración nos presenta un enigma descifrado. El texto evangélico de san Marcos está plagado de secretos mesiánicos, de momentos puntuales en los cuales Jesús prohibe que se dé a conocer lo que ha hecho. Hoy nos encontramos con ante un “botón de muestra”. Así, Jesús «les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos» (Mc 9,9). ¿En qué consiste este secreto mesiánico? Se trata de levantar un poco el velo de aquello que se esconde debajo, pero que sólo será desvelado totalmente al final de los días de Jesús, a la luz de su Misterio Pascual. Hoy lo vemos claro en este Evangelio: la transfiguración es un momento, una catadura de gloria para descifrar a los discípulos el sentido de aquel momento íntimo. Jesús había anunciado a sus discípulos la inminencia de su pasión, pero al verles tan turbados por tan trágico fin, les explica con hechos y palabras cómo será el final de sus días: unas jornadas de pasión, de muerte, pero que concluirán con la resurrección. He aquí el enigma descifrado. Santo Tomás de Aquino dice: «Con el fin de que una persona camine rectamente por un camino es necesario que conozca antes, de alguna manera, el lugar al cual se dirige». También nuestra vida de cristianos tiene un fin desvelado por Nuestro Señor Jesucristo: gozar eternamente de Dios. Pero esta meta no estará absenta de momentos de sacrificio y de cruz. Con todo, hemos de recordar el mensaje vivo del Evangelio de hoy: en este callejón aparentemente sin salida, que es frecuentemente la vida, por nuestra fidelidad a Dios, viviendo inmersos en el espíritu de las Bienaventuranzas, se agrietará el final trágico, gozando de Dios eternamente (Xavier Romero).
Contemplar es seguir al Transfigurado: Cristo llama sin cesar nuevos discípulos, hombres y mujeres para comunicarles, gracias a la efusión del Espíritu Santo (cf Rm 5,5) el amor divino, el ágape, su manera de amar, y para exhortarlos a servir a los prójimos en el humilde don de sí mismos, lejos de todo cálculo interesado. Pedro que se extasía ante la luz de la transfiguración exclama: “¡Señor, qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4) es invitado por Jesús a volver a los caminos de la vida, para continuar en el servicio del Reino de Dios (Juan Pablo II).
“¡Pedro, baja! Tú querías descansar en la montaña; baja y proclama la Palabra, amonesta a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta, anima con gran bondad y con toda clase de doctrina. Trabaja, esfuérzate, soporta las torturas para poseer lo que está significado en las vestiduras blancas del Señor, también en la blancura y la belleza de tu recto obrar, inspirado por la caridad.” (S. Agustín).
Aunque la mirada del apóstol esté fija en el rostro del Señor, no disminuye en nada su compromiso a favor de los hombres; al contrario, lo refuerza dándole una nueva capacidad de actuar sobre la historia, para liberarla de todo aquello que la corrompe.
La oración, transforma. Nos cambia nuestro rostro, nuestro aspecto, nuestro ser. Quien dice que ora y no ve transformaciones, cambios en su vida, se está mintiendo a sí mismo. La experiencia de oración nos hace realmente sentir la sensación de estar en el Tabor y de querer quedarnos allá. Sin embargo, la oración nos capacita para la vida, debemos bajar a vivir. Es orando como podremos seguir adelante en el mundo y al mismo tiempo dejar que Dios actúe en nosotros. Señor, permítenos contemplarte en el Tabor, llenarnos de ti y reconocerte como Hijo Amado de Dios (Miosotis). Llucià Pou Sabaté

Viernes de la 6ª semana: «Toda la tierra hablaba una sola lengua» pero se desbarató, y ante el afán de éxito y poder, Jesús nos presenta el escándalo

Génesis 11,1-9: 1 Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. 2 Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. 3 Entonces se dijeron el uno al otro: «Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.» Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. 4 Después dijeron: «Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra.» 5 Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, 6 y dijo Yahveh: «He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. 7 Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo.» 8 Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. 9 Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra.
Salmo 33,10-15: 10 Yahveh frustra el plan de las naciones, hace vanos los proyectos de los pueblos; 11 mas el plan de Yahveh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades. 12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por heredad! 13 Yahveh mira de lo alto de los cielos, ve a todos los hijos de Adán; 14 desde el lugar de su morada observa a todos los habitantes de la tierra, 15 él, que forma el corazón de cada uno, y repara en todas sus acciones.
Marcos 8,34-38; 9,1: 34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. 36 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? 37 Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? 38 Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» 9,1 Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.»
Comentario: 1.- Gn 11,1-9 (ver vigilia Pentecostés). -Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. La página de la torre de Babel, como todas las páginas de los once primeros capítulos del Génesis en sentido estricto no es historia. Pero ¡qué sorprendente página profética! ¡Qué profunda visión de la humanidad! a nivel de símbolos, naturalmente. Página de constante actualidad: Babel es HOY... es la historia de nuestro mundo contemporáneo. Más que nunca conocemos los dificultosos problemas del «lenguaje»: ¡comunicar, hacerse comprender! Ni siquiera basta ya hablar la misma lengua para poder dialogar. Entre clases sociales diferentes es difícil entenderse. Entre padres e hijos, de una generación a otra, la incomprensión se insinúa y acaba instalándose. Entre esposos, entre colegas, ciertos silencios que comienzan y duran, con signo de que no se tiene ya nada que decir, que para nada serviría hablarse, que se es incapaz de comprender... como si se viviera en dos universos diferentes. Entre miembros de una misma Iglesia, la corriente fraterna no circula... como si se perteneciera a Iglesias diferentes. ¿De dónde procede ese trágico mal entendido?
-"Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre cuya cúspide alcance los cielos. Trabajaremos para hacernos famosos..." ¡El orgullo! simbolizado por la desmesura. Conquistar el cielo. Con otra forma, se trata del mito de Prometeo. Es siempre el mismo sueño de «hacerse dios», de «prescindir de Dios». ¿Cuáles son mis formas personales de orgullo que bloquean la comunicación con mis semejantes?, ¿que suscitan su agresividad consciente o inconsciente?
-Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que habían edificado los hombres. Hay un cierto "humor" malicioso en esta frase. Los hombres, esos taimados, creyeron alcanzar el cielo... Pero Dios, cuando quiso ver de cerca su «maravilla» ¡se vio obligado a «bajar»! ¿Eso es todo? ¿No es más que esto? parece decir el «sabio». Vamos, a pesar de vuestras pretensiones haceos conscientes de vuestra pequeñez.
-¡Pues bien! bajemos, confundamos su lenguaje de modo que ya no se entiendan los unos con los otros. La unidad del género humano, la comprensión fraterna se hallan en los deseos del corazón de la humanidad. ¡Cuán agradable es vivir entre personas que se aman y se entienden! Solidaridades. Acuerdos. Diálogos. Sin embargo, el «conflicto», la «lucha de clases», los «racismos» de toda especie se hallan también en el corazón de la humanidad. Oposiciones. No querer escuchar. La caricia... y el puñetazo... dos posibilidades de la mano humana.
-Por eso se la llamó «Babel» ¡porque allí el Señor embrolló el lenguaje de los habitantes de todo el mundo y desde allí los dispersó por todo el haz de la tierra. El amor... y el odio... los dos resortes del corazón humano. La unidad de los hombres, la verdadera unidad, no puede hacerse más que en Dios. El milagro inverso se llamará «Pentecostés»: aquél en que hombres de todo país y de toda lengua pasarán a ser capaces de entenderse. Se llamará "Iglesia", -Ecclesia, en griego, significa «asamblea»- el lugar en el cual hombres muy diferentes y muy diversos, movidos por el mismo Espíritu, llegarán a crear entre ellos una «comunión» real. Cuando la Iglesia insiste sobre el «pluralismo», que desea ver aumentar entre los cristianos, afirma una condición esencial de la supervivencia de la humanidad: la unidad verdadera no se logra por uniformidad o coerción, sino por unanimidad, en el respeto a las diferencias y a las variadas riquezas de cada uno sin pretender nivelarlas todas (Noel Quesson).
2. Siempre ha despertado curiosidad el fenómeno de que en el mundo se hablen lenguas tan numerosas. Hoy se explica de una manera científica, describiendo un proceso de diferenciación que tiene sus causas conocidas y que ha durado siglos. Pero las tradiciones populares recogidas en el Génesis expresan el origen de esa diversidad desde una perspectiva religiosa y psicológica a la vez, con una dramatización que resulta simpática. No nos entendemos sencillamente porque somos orgullosos y hemos querido hacernos como dioses. Probablemente en el origen de esta tradición hay alguna caída estrepitosa de algún imperio y la desintegración social consiguiente. Aquí se quiere sacar una lección: Dios, que «bajó a ver la ciudad» que construían los hombres, decidió confundirles y lo consiguió haciendo que hubiera diversidad de idiomas. «Babel» significa «confusión». Como decimos en el salmo, «el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos». A los orgullosos los confunde el Señor. A los humildes los ensalza.
Siempre es el pecado el que, según la Biblia, trastorna los equilibrios y las armonías: Adán y Eva, Caín y Abel, corrupción y diluvio. El pecado más común, entonces y ahora, es el orgullo y el egoísmo. Es este pecado el que hace imposible la comunicación y nos aísla a unos de otros, a un pueblo de otro pueblo. El orgulloso se separa él mismo de los demás. «Hablar otra lengua» significa simbólicamente no entenderse, quedar bloqueado en la relación con los demás. El idioma es el mejor instrumento que tenemos para entendernos con los nuestros y, aprendiendo el idioma de los extranjeros, también con ellos. Ahora no haría falta que Dios interviniera para confundirnos. Ya nos confundimos bastante nosotros mismos, más que por las lenguas diferentes, por los intereses egoístas y el orgullo ambicioso que nos hace incapaces de diálogo y de comunicación. Los cristianos tendríamos que compensarlo con lo que pasó en Pentecostés, que fue el Antibabel: si en Babel no se entendían los hombres por hablar lenguas extrañas, en Pentecostés el Espíritu hizo que los que hablaban en lenguas diferentes comprendieran lo que les decía Pedro y se entendieran entre ellos.
¿Vivimos en Babel o en Pentecostés? Babel, la confusión, puede pasar también hablando el mismo idioma. Pentecostés, la unidad del Espíritu, es un ideal de comunicación precisamente entre los que tienen idioma y carácter diverso. ¿Somos tolerantes? Allí donde conviven culturas y lenguas diferentes, ¿aceptamos a todos como hermanos y como hijos del mismo Padre? Que tengamos un idioma diferente no es importante: el amor vence fácilmente este obstáculo (el amor, y también el interés comercial o político). Lo malo es el orgullo y la intolerancia, que levanta torres, y muros también entre los de una misma lengua. La humildad, por el contrario, y la fraternidad, nos hacen construir puentes, no torres ni muros, y tender la mano a todos.
San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con las palabras del texto de hoy: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,36). Así llegó a ser el patrón de las Misiones. Con la misma tónica, leemos el último canon del Código de Derecho Canónico (n. 1752): «(...) teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia». San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». La invitación es evidente… “tomar su cruz”, no exactamente la cruz de Jesús, sino la de cada uno (todo condenado a la crucifixión debía cargar el palo transversal de su propia cruz). Esto es importante porque indica no tanto la imitación como el seguimiento del proyecto de Jesús, de acuerdo a la cultura, la ubicación geográfica y la realidad social en que vive cada uno… Se trata de asumir valientemente las consecuencias que implicaba seguir a Jesús, dentro de un imperio que como el romano, castigaba con la cruz a quienes no lo seguían y adoraban. Solo así, se pasa el examen como seguidor de Jesús. Esta segunda exigencia hace eco del refrán que dice: “a veces, perder es ganar”. En efecto, el seguidor de Jesús debe estar listo para entregar su propia vida por la causa del Reino de Dios. Pero perder esta vida significa ganarla para Dios, que paga con la vida en plenitud.
Otra exigencia (v. 36) tiene que ver con el tener y el ser. Hay que estar atentos para que no sea que por vivir preocupados por tener, acumular y enriquecernos, nos empobrezcamos en el ser, perdiendo así la capacidad dar y recibir la vida. Esta exigencia pide una fe a toda prueba, una fe que no se avergüence ni de Jesús ni de su Palabra. La mención de “esta generación adúltera y pecadora” nos indica el rechazo que en carne propia ha experimentado Jesús, tanto de su persona como de su Palabra. De esta manera la persona y la Palabra de Jesús se convierten en pruebas fundamentales a la hora del juicio final. Seguir a Jesús y su proyecto del Reino se convierten en el único camino que conduce con certeza a la casa del padre. La escena del juicio nos presenta a un Hijo del Hombre identificado plenamente con Jesús, el Hijo de Dios, que participa totalmente de su gloria. Los otros actores en este juicio son los ángeles, que tienen como tarea reunir a los elegidos de Dios, que según el evangelio de hoy, son los que siguen a Jesús, por caminos de pasión y muerte, con la convicción que estamos apoyados por el Dios de la vida.
3. Seguir a Cristo comporta consecuencias. Por ejemplo, tomar la cruz e ir tras él. Después de la reprimenda que Jesús tuvo que dirigir a Pedro, como leíamos ayer, porque no entendía el programa mesiánico de la solidaridad total, hasta el dolor y la muerte, hoy anuncia Jesús con claridad, para que nadie se lleve a engaño, que el que quiera seguirle tiene que negarse a sí mismo y tomar la cruz, que debe estar dispuesto a «perder su vida» y que no tiene que avergonzarse de él ante este mundo. Es una opción radical la que pide el ser discípulos de Jesús. Creer en él es algo más que saber cosas o responder a las preguntas del catecismo o de la teología. Es seguirle existencialmente. Jesús no nos promete éxitos ni seguridades. Nos advierte que su Reino exigirá un estilo de vida difícil, con renuncias, con cruz. Igual que él no busca el prestigio social o las riquezas o el propio gusto, sino la solidaridad con la humanidad para salvarla, lo que le llevará a la cruz, del mismo modo tendrán que programar su vida los que le sigan.
Estamos avisados y además ya lo hemos podido experimentar más de una vez en nuestra vida. Seguir a Jesús es profundamente gozoso y es el ideal más noble que podemos abrazar. Pero es exigente. Le hemos de seguir no sólo como Mesías, sino como Mesías que va a la cruz para salvar a la humanidad. Si uno intenta seguirle con cálculos humanos y comerciales («el que quiera salvar su vida... ganar el mundo entero») se llevará un desengaño. Porque los valores que nos ofrece Jesús son como el tesoro escondido, por el que vale la pena venderlo todo para adquirirlo. Pero es un tesoro que no es de este mundo. Las actitudes que nos anuncia Jesús como verdaderamente sabias y productivas a la larga son más bien paradójicas: «que se niegue a sí mismo... que cargue con su cruz... que pierda su vida». No es el dolor por el dolor o la renuncia por masoquismo: sino por amor, por coherencia, por solidaridad con él y con la humanidad a la que queremos ayudar a salvar. Es la respuesta de Jesús a la actitud de Pedro -y de los demás, seguramente- cuando se da cuenta de que sí están dispuestos a seguirle en los momentos de gloria y aplausos, pero no a la cruz. ¿Entraríamos nosotros, los que creemos en Jesús y hemos tomado partido por él, entre los que alguna vez, ante el acoso del mundo o las tentaciones de nuestro ambiente o la fatiga que podamos sentir en el seguimiento de Cristo, «nos avergonzamos de él» y dejamos de dar testimonio de su evangelio? ¿o ponemos «condiciones» a nuestro seguimiento'?
-Jesús, llamando a la muchedumbre y a sus discípulos les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Jesús acaba de anunciar la "cruz para sí". Decididamente, el evangelio está dando un viraje: habla inmediatamente de la "cruz para los discípulos". El único camino de la gloria es el de la cruz, tanto para sus discípulos como para él. Y esta exigencia es enseñada no sólo a los Doce, sino a la muchedumbre: no hay dos categorías de cristianos... algunos que deberían aplicar a su vida exigencias más fuertes, y la masa, más ordinaria, de cristianos medianos. No, Jesús lo dice a todos. La existencia del cristiano está definida por la de Jesús: seguir e imitar... reproducir y estar en comunión... venir a ser otro Cristo... ¿Qué importancia doy, en mi vida al conocimiento y a la imitación de Jesús? ¿Qué parte tiene la "renuncia a mí mismo"? ¿Cómo se traduce, en mi vida cotidiana, esta invitación de Jesús? ¡Atención, atención! El evangelio va siendo provocante. Quizá también nosotros vamos a perder contacto. Hasta aquí hemos seguido a Jesús y a san Marcos. Pero, ¿estamos decididos y prestos a seguir el evangelio hasta el final?
- Pues quien quiera salvar su vida la perderá. Pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará. Paradoja del evangelio! Quien "gana" pierde. Quien "pierde" gana. Verdaderamente lo que hay aquí es la cruz para Jesús. Y lo evocado es la persecución para los cristianos. Hay que aceptar sacrificar la propia vida por fidelidad a Jesús y al evangelio. Para los primeros lectores de Marcos en Roma, esto significaba precisamente que un candidato al bautismo era a la vez candidato al martirio: ser cristiano implicaba un cierto peligro, y la decisión debía hacerse con pleno conocimiento de causa Si Jesús invita a "sacrificar su vida", es que también puede "salvarla": la resurrección para Jesús como para los discípulos se halla efectivamente en esto. "Perder su vida". No hay vida cristiana sin renuncia de sí mismo. La vida, siguiendo el evangelio, no es una vida fácil. "Salvar su vida". El sacrificio cristiano no es un fin en sí mismo. La renuncia podría ser negativa. En el pensamiento de Jesús, se renuncia para la vida.
-Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde? En efecto, ¿qué puede dar el hombre a cambio de sí mismo? Jesús pone paralelamente "el universo entero" ... y "yo"... Y tú me dices, Señor, que yo soy más importante que todo el universo. Por la renuncia se trata en efecto de que "me" realice en plenitud.
-Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. Como las gentes de su tiempo, podemos preguntarnos: "¿Quién es pues Jesús para tener tales exigencias?" He aquí la respuesta: Jesús es el "Juez escatológico del fin de los Tiempos" anunciado por el profeta Daniel 7, 13. Es el "Hijo del hombre" que viene sobre las nubes del cielo. Jesús se atribuye aquí un poder extraordinario. Quiero confiar en ti y creer en tu palabra, Señor. Mis renuncias, mis opciones, mis fidelidades, y mis cobardías... comprometen mi vida eterna: esto es algo muy grande, muy serio, algo que vale la pena (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté