sábado, 5 de febrero de 2011

2 de Febrero: La Presentación del Señor: es el final del ciclo de Navidad: Jesús, encarnado, es el nuevo Templo, proclama la nueva Ley del amor en los


2 de Febrero: La Presentación del Señor: es el final del ciclo de Navidad: Jesús, encarnado, es el nuevo Templo, proclama la nueva Ley del amor en los misterios de toda su vida
Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
Comentario: Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico. Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad. Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio. Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él. Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Fue incluida entre las fiestas de Nuestra Señora. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor". Esta es una indicación más verdadera de la
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naturaleza y del objeto de la fiesta. Sin embargo, ello no quiere decir que infravaloremos el papel importantísimo de María en los acontecimientos que celebramos. Los misterios de Cristo y de su madre están estrechamente ligados, de manera que nos encontramos aquí con una especie de celebración dual, una fiesta de Cristo y de María.
La bendición de las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que, en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40), aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".
Significado de la fiesta. La fiesta de la Presentación celebra una llegada y un encuentro; la llegada del anhelado Salvador, núcleo de la vida religiosa del pueblo, y la bienvenida concedida a él por dos representantes dignos de la raza elegida, Simeón y Ana. Por su provecta edad, estos dos personajes simbolizan los siglos de espera y de anhelo ferviente de los hombres y mujeres devotos de la antigua alianza. En realidad, ellos representan la esperanza y el anhelo de la raza humana.
Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da de nuevo la bienvenida a Cristo. Ese es el verdadero sentido de la fiesta. Es la "Fiesta del Encuentro", el encuentro de Cristo y su Iglesia. Esto vale para cualquier celebración litúrgica, pero especialmente para esta fiesta. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño: "Oh Sión, adorna tu cámara nupcial y da la bienvenida a Cristo el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y te trae al glorioso Rey de la luz nueva".
Al dramatizar de esta manera el recuerdo de este encuentro de Cristo con Simeón, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en la Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona.
En la bellísima introducción a la bendición de las candelas y a la procesión, el celebrante recuerda cómo Simeón y Ana, guiados por el Espíritu, vinieron al templo y reconocieron a Cristo como su Señor. Y concluye con la siguiente invitación: "Unidos por el Espíritu, vayamos ahora a la casa de Dios a dar la bienvenida a Cristo, el Señor. Le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria".
Se alude claramente al encuentro sacramental, al que la procesión sirve de preludio. Respondemos a la invitación: "Vayamos en paz al encuentro del Señor"; y sabemos que este encuentro tendrá lugar en la eucaristía, en la palabra y en el sacramentóo Entramos en contacto con Cristo a través de la liturgia; por ella tenemos también acceso a su gracia. San Ambrosio escribe de este encuentro sacramental en una página insuperable: "Te me has revelado cara a cara, oh Cristo. Te encuentro en tus sacramentos".
Función de María. La fiesta de la presentación es, como hemos dicho, una fiesta de Cristo antes que cualquier otra cosa. Es un misterio de salvación. El nombre "presentación" tiene un contenido muy rico. Habla de ofrecimiento, sacrificio. Recuerda la autooblación inicial de Cristo, palabra encarnada, cuando entró en el mundo: "Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad". Apunta a la vida de sacrificio y a la perfección final de esa autooblación en la colina del Calvario.
Dicho esto; tenemos que pasar a considerar el papel de María en estos acontecimientos salvificos. Después de todo, ella es la que presenta a Jesús en el templo; o, más correctamente, ella y su esposo José, pues se menciona a ambos padres. Y preguntamos: ¿Se trataba exclusivamente de cumplir el ritual prescrito, una formalidad practicada por muchos otros matrimonios? ¿O encerraba una significación
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mucho más profunda que todo esto? Los padres de la Iglesia y la tradición cristiana responden en sentido afirmativo.
Para María, la presentación y ofrenda de su hijo en el templo no era un simple gesto ritual. Indudablemente, ella no era consciente de todas las implicaciones ni de la significación profética de este acto. Ella no alcanza a ver todas las consecuencias de su fiat en la anunciación. Pero fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre. San Bernardo ha expresado muy bien esto: "Ofrece a tu hijo, santa Virgen, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece, para reconciliación de todos nosotros, la santa Víctima que es agradable a Dios‖.
Hay un nuevo simbolismo en el hecho de que María pone a su hijo en los brazos de Simeón. Al actuar de esa manera, ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano. De esa manera, ella representa su papel de madre de la humanidad, y se nos recuerda que el don de la vida viene a través de María.
Existe una conexión entre este ofrecimiento y lo que sucederá en el Gólgota cuando se ejecuten todas las implicaciones del acto inicial de obediencia de María: "Hágase en mi según tu palabra". Por esa razón, el evangelio de esta fiesta cargada de alegría no nos ahorra la nota profética punzante: "He aquí que este niño está destinado para ser caída y resurgimiento de muchos en Israel; será signo de contradicción, y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,34-35).
El encuentro futuro. La fiesta de hoy no se limita a permitirnos revivir un acontecimiento pasado, sino que nos proyecta hacia el futuro. Prefigura nuestro encuentro final con Cristo en su segunda venida. San Sofronio, patriarca de Jerusalén desde el año 634 hasta su muerte, acaecida en el año 638, expresó esto con elocuencia: "Por eso vamos en procesión con velas en nuestras manos y nos apresuramos llevando luces; queremos demostrar que la luz ha brillado sobre nosotros y significar la gloria que debe venirnos a través de él. Por eso corramos juntos al encuentro con Dios".
La procesión representa la peregrinación de la vida misma. El pueblo peregrino de Dios camina penosamente a través de este mundo del tiempo, guiado por la luz de Cristo y sostenido por la esperanza de encontrar finalmente al Señor de la gloria en su reino eterno. El sacerdote dice en la bendición de las candelas: "Que quienes las llevamos para ensalzar tu gloria caminemos en la senda de bondad y vengamos a la luz que brilla por siempre". La candela que sostenemos en nuestras manos recuerda la vela de nuestro bautismo. Y la admonición del sacerdote dice: "Ojalá guarden la llama de la fe viva en sus corazones. Que cuando el Señor venga salgan a su encuentro con todos los santos en el reino celestial". Este será el encuentro final, la presentación postrera, cuando la luz de la fe se convierta en la luz de la gloria. Entonces será la consumación de nuestro más profundo deseo, la gracia que pedimos en la poscomunión de la misa: Por estos sacramentos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente la esperanza de Simeón; y así como a él no le dejaste morir sin haber tenido en sus brazos a Cristo, concédenos a nosotros, que caminamos al encuentro del Señor, merecer el premio de la vida eterna (Vincent Ryan).
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―El Creador de Adán es llevado como niño, el Incontenido se hace contenido en brazos de un viejo. Aquel que mora en el seno ilimitado del Padre, está circunscrito por su propia voluntad en la carne, no en la divinidad‖ (Romano el Meloda XVI,1).
―A Simeón que estaba a punto de abandonar este mundo falaz, fuiste presentado como niño, cuando él te conocía como Dios perfecto, y se quedó atónito por tu inefable sabiduría, y con él también toda la naturaleza angélica quedo sorprendida por la gran obra de tu Encarnación, porque veía a Aquel que es inaccesible como Dios, accesible a cada uno como hombre, conversar con nosotros y escucharnos a todos‖ (Himno Akatistos).
―Tu que con tu nacimiento has santificado el seno de la Virgen y has bendecido como convenía los brazos de Simeón, has venido y nos has salvado también a nosotros, Cristo Dios.
Conserva en la paz a tu pueblo y haz fuertes a aquellos que nos gobiernan, oh único Amigo de los hombres‖ (Himnos Apolytikion y Kontakion).
―Salve, oh llena de gracia, Madre de Dios y Virgen, puesto que de ti ha salido el Sol de Justicia, Cristo Dios nuestro, que ilumina a aquellos que yacían en las tinieblas.
Alégrate tu también, oh justo anciano que has recibido entre los brazos al Salvador de nuestras almas, que nos hace donación de la Resurrección‖ (Himno Akatistos).
El nombre. La iglesia bizantina le da el nombre significativo a esta fiesta del Santo Encuentro, entre el hombre viejo, Simeón y el Hombre Nuevo, Cristo, entre Dios y el hombre. Los nombres de Purificación de María o de Presentación u oferta del Niño en el templo, están muy presentes tanto en la liturgia como en la homilética, pero con menos relieve que el encuentro con Simeón.
La virgen. Este icono tiene pocas variantes. La Virgen esta siempre en el centro de la escena frente a Simeón en actitud de dar o de haber dado ya a su Hijo. La Virgen entregando el Niño a Simeón o el Niño ya en brazos de Simeón, señala a que tradición bizantina pertenece. La Madre con el Niño en brazos es tradición bizantina griega, el Niño ya en brazos de Simeón es tradición bizantina rusa-eslava. Los pueblos eslavos y ruso reciben de la iglesia griega la salvación: Cristo. La Madre de Dios va con las manos tapadas, veladas, en señal de adoración a su Hijo y Dios que ha querido así disponer de ella. María se halla colocada en primer plano delante del santuario de Dios representado por el altar cubierto por el baldaquino que simboliza el Templo, lo cual no es casual. La Iglesia bizantina en uno de sus himnos más populares, el Himno Akhatistos, canta: ―Al ensalzar tu parto, oh Madre de Dios, te celebramos todos cual templo animado, habiendo morado en tu seno el Señor, que en una mano todo sostiene, El te santificó, te glorificó, enseñó a todos a exclamar a ti: Salve, oh habitáculo de Dios y del Verbo; salve oh Santa entre todos los santos, salve, oh arca indorada del Espíritu Santo‖. Ella está en el centro porque encarna el candelabro sobre el que brilla la luz, es esa ―lampara resplandeciente, aparecida a aquellos que están en las tinieblas, puesto que habiendo proporcionado la Luz inmaterial, guía a todos al conocimiento divino, iluminando de esplendor las mentes‖.
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Su manto es rojo, símbolo del sufrimiento, que marcará su humanidad y que Simeón le profetizo: ―A ti una espada te traspasará el alma‖.
Tiene su vestido azul para recordar su profundo valor teológico y funcional: Madre de Dios y presencia misericordiosa e intercesora entre el Hijo y Dios para toda la humanidad, de la que es primicia. Esto también se simboliza cuando la túnica es verde. Ella esperó y en ella se cumplió todo lo dicho por parte del Señor.
Cristo. Este parece desaparecer entre edificios y personajes, pero no es así. Su actitud no es la de un niño, sino más bien la de un adulto o aun mejor la de un legislador, de un rey. Tanto si esta en brazos de María como de Simeón estos le sirven de trono. Siempre mira hacia el que tiene delante tanto si esta en brazos de María como de Simeón. Él tiene en sus manos el quirógrafo del pecado, el documento donde está escrita nuestra deuda y cuyas condiciones nos eran desfavorables. ―Quien perdona las deudas a todos los hombres, queriendo perdonar las antiguas ofensas, espontáneamente vino a los desertores de su gracia, y rasgó el quirógrafo del pecado‖ (Akathistos). El profeta había advertido...‖serás visitada por el Señor de los ejércitos con truenos, estruendo, con huracán, tempestad y llama de fuego devorador‖ Is. 29,6. Pero en lugar del Señor de los ejércitos sólo hay un niño.
El tema del Encuentro pone particular acento sobre el inefable acto de amor que el Señor ha realizado a favor de su ―imagen‖ el hombre. ―El se ha encarnado y por amor ha aparecido como hombre, para atraer a sí como hombre a la humanidad‖ (Himno Akatistos).
Señor Omnipotente, se ha presentado como humilde servidor, para que el hombre no se quedase espantado ante su infinita majestad y sintiera su propia fragilidad e impureza como Isaías 6, 1-7 en su visión, sino como Simeón corriera a su encuentro, y teniéndole en brazos, pudiera experimentar toda su confianza.
El encuentro entre Cristo y Simeón se da delante del altar: el altar de la Nueva alianza, el altar sobre el que se inmola el Cordero inmaculado, el altar sobre el que sé perpetua el sacrificio del Señor.
Cada hombre es Simeón y en cualquier momento puede encontrar al Señor, recibir en sus propias manos al Señor de los ejércitos uniéndose a la Eucaristía.
Es el paso de la ley a la fe, de lo antiguo a lo nuevo, el encuentro del antiguo Israel con el nuevo Israel.
Todos somos hijos e hijas de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los bautizados en Cristo de Él hemos sido revestidos. Todo es nuevo en Cristo Hijo de Dios, Hijo del Hombre.
Simeon. el dialogo de las miradas. Simeón esta con las manos veladas y agachado hacia Cristo en señal de adoración. Su rostro es iluminado por una mirada llena de ternura. Y hay un dialogo mudo que interpreta perfectamente Romano el Meloda, en que Simeón parece decir a Cristo: ―Tú eres grande y glorioso, has sido engendrado misteriosamente por el Altísimo, hijo todo santo de María. Digo que eres uno, visible e invisible, finito e infinito. Según la naturaleza pienso en ti y creo que eres hijo eterno de Dios, pero también te confieso, mas allá de la naturaleza, como hijo de la Virgen. Por esto oso considerarte como una lámpara: porque cualquiera entre los hombres que lleve una lámpara alumbra pero no se quema‖ (Romano el Meloda).
Simeón parece decir a María: ―...eres la puerta cerrada, oh Madre de Dios, porque por ti el Señor ha entrado y ha salido, sin que fuera abierta o sacudida la puerta de tu castidad..te profetizo que el Señor no se ha manifestado para que algunos caigan y otros sean levantados; el Misericordioso no siente placer alguno por la caída de los hombres, ni hace caer a los que están de pie... está entre nosotros para aprestarse a levantar a los que están caídos, para rescatar de la muerte a su criatura...
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...Te predigo que será señal de contradicción. La señal será la Cruz. Este misterio será objeto de tal contradicción que en tu espíritu se creará la incertidumbre... cuando veas clavado en la cruz a tu Hijo y recuerdes, oh Inmaculada, las palabras del Ángel en tu Anunciación... entonces dudarás. El desconcierto en que el dolor te hundirá, será para ti como una espada; pero luego llegará la curación inmediata de tu corazón‖. (Romano el Meloda XIV,17).
Al final Simeón, conmovido pide irse en paz. El Niño mira intensamente al anciano y con su regia mirada demuestra claramente que aprecia su plegaria.
Hay un nexo espiritual que lo traducen las miradas de Cristo y Simeón y plasman admirablemente el sentido profundo del acontecimiento humano y divino.
Romano el Meloda ha puesto poéticamente estas palabras en la boca de Cristo y dirigidas a Simeón: ―Amigo mío, ahora permito que dejes este mundo para habitar en la vida eterna. Te envío ahí donde se encuentran Moisés y los otros profetas: anúnciales que he venido, yo del que han hablado las profecías he nacido de una virgen como predijeron: me he aparecido a aquellos que habitan el mundo y he vivido entre los hombres como anunciaron. Pronto iré a encontrarte rescatando a la humanidad‖.
Ana. Ana esta representada a menudo con el dedo de la mano derecha levantado o hablando a José o solo consigo mismo, se capta aquí el momento en que ella hablaba a todos del Niño. A menudo tiene en sus manos un rollo, que significa el don de la profecía. La escritura no especifica lo que dijo, pero también ella mereció por su vida santa encontrar como Simeón al Salvador.
José. Tiene entre sus manos la ofrenda de las palomas. Escucha en silencio y asombro lo que se dice del Niño. A menudo los personajes de la representación forman dos parejas, pero no están asociados entre ellos por relación humana, es el Niño el elemento que les une: el amor del Señor.
Fondo. En el centro de la escena pero en segundo plano se ve un cimborio o baldaquino con el altar, tal y como esta en las iglesias bizantinas. Se representa el presbiterio de una iglesia bizantina, esquematizando así el concepto de Templo. Dando la idea de que todo ocurre ante el Santuario del Señor. Algunas veces en el fondo o al lado, se yergue un edificio. Se trata de la representación externa del Templo, reclamo visual del pináculo sobre el cual Jesús fue tentado. El trono se representa a un lado. El trono hace referencia a la visión de Isaías 6,1-7. El altar esta colocado en el centro. Todo hombre puede encontrarse con Cristo participando de su mesa en la Stª Comunión. En algunos iconos el velo purpúreo que cubre los edificios del fondo, quiere expresar figurativamente el manto del Señor que llena todo el santuario Is. 6, 1-7 y recubre todo lo creado
La fiesta. Esta fiesta probablemente tuvo su origen entre la Iglesia de Jerusalén. Las primeras referencias sobre ella datan del siglo IV en el Diario de Viaje de la peregrina Eteria y se celebraba el día 14 de febrero en la iglesia de la Anastasis o Resurrección, sin particularidad alguna excepto el sermón que comentaba la Presentación de Jesús en el Templo, pero no se mencionan los cirios.
Según Cirilo de Escitópolis (+ hacia 560) fue la matrona romana Ikelia (450-457) la que sugirió celebrar la presentación introduciendo el uso de una procesión acompañada de luces.
Cirilo de Alejandría (+ 444) exhorta a los fieles: ―Festejemos de forma resplandeciente con brillantes lámparas el misterio de este día‖ y en una homilía jerosolimitana anónima de la misma época se puede leer: ― Seamos resplandecientes y nuestras lámparas sean brillantes. Como hijos de la luz ofrecemos cirios a la verdadera Luz que es Cristo‖
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Severo, patriarca de Antioquia (512-518) nos hace llegar la noticia que se celebraba esta fiesta en las iglesias de Palestina y Constantinopla donde hacia poco que había sido introducida (Rahmani.Estudia syriaca pag.3)
Entre finales del siglo V principios del VI, las distintas iglesias del territorio oriental del imperio ya la celebraban.
En la Crónica de Teofanes se lee que en octubre del 534, se había declarado una gran peste en Constantinopla y al cesar esta Justiniano ordenó que la fiesta de la Presentación se celebrará en la capital y en todo el imperio el 2 de febrero.
También pudo variar del 14 al 2 de febrero al afianzarse la fiesta del 25 de diciembre en Constantinopla para que coincidiera con los 40 días de la Presentación tal y como el evangelio lo narra.
La fiesta se venia celebrando en Bizancio desde el 602 en la Iglesia de la Virgen de las Blanquernas en Constantinopla, pero nunca ha asumido la referencia mariana como ha sucedido en occidente, fiesta de las candelas, sino que ha sido siempre una fiesta del Señor.
En Roma fue introducida la fiesta por el Papa Sergio I (687-701), un italosirio procedente de la Sicilia Bizantina y es muy discutida la opinión de su celebración en Roma para contrarrestar las fiestas paganas de las Lupercales o de la búsqueda de Proserpina por su madre Ceres. No hay relación alguna de este suplantamiento.
I. Actualidad litúrgica y popular. La liturgia es actualización bajo el signo del misterio pascual. "Como Cristo fue enviado por el Padre, él a su vez envió a los apóstoles... no sólo los envió a predicar el evangelio sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6).
1. misterio pascual y misa. El misterio pascual encuentra su máxima expresión y concreción en el misterio eucarístico, y más precisamente en la santa misa, en la cual es ofrecido Cristo, nuestra pascua. Cristo en tanto se hace presente en la eucaristía en cuanto quiere ser nuestro alimento. Su presencia es con vistas al convite. Pero esta presencia corporal se realiza después de la presentación de la víctima en el ofertorio, en el momento que llamamos consagración. La consagración en la misa, pues, es preparada por la presentación de los dones u ofertorio. Ahora bien, Cristo, nuestra víctima en la cruz, fue presentado al Padre en brazos de María cuarenta días después de su nacimiento. De modo que entre Jerusalén-templo y Jerusalén-Calvario se establece una relación estrechísima.
2. presentación de la víctima u ofertorio. Toda la vida de Cristo, desde el primer instante de su entrada en el mundo (cf Heb 10,5) hasta su consumación sobre el altar de la cruz (cf Jn 19,30), fue una ofrenda al Padre. Pero esta ofrenda habitual tuvo dos momentos fuertes, por llamarlos así. La presentación en el templo fue uno de ellos. Podemos y debemos repetir que existe una relación estrecha entre la presentación en el templo y la inmolación sobre el Calvario: aquélla fue el ofertorio; ésta la consagración del único gran sacrificio. Y en esta ofrenda e inmolación, la Virgen está presente y operante (cf Lc 2,34-35; Jn 19,25-27).
La tradición eclesial ha reconocido todo esto e incluso ha intentado sensibilizar a los fieles sobre su consagración bautismal. Nuestra vida de bautizados es, en efecto, toda una consagración al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Por esto, cuando somos bautizados, el sacerdote-ministro, después de las palabras "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo", no añade Amén. Porque toda la vida del cristiano debe ser un continuo Amén.
También tenemos una presentación en el templo en las fechas solemnes de nuestra vida de bautizados: desde la primera pascua (el bautismo) hasta la última pascua
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(nuestra muerte). Esta presentación se realiza de un modo particular cuando se responde a una llamada de Cristo para seguirlo más de cerca (vocación específica). Nuestra vida debe ser un continuo ir al encuentro de Cristo que viene como "triunfador glorioso y definitivo" Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!
3. la Iglesia "acoge" a cristo-esposo mirando a maría, tipo de la acogida y de la ofrenda. Desde Navidad hasta la fiesta de la Presentación hay un progreso estupendo. En Navidad se asoma el esposo (cf ant. al Magnificat de las primeras vísperas; y 2ª. ant. en las lecturas del oficio) como el sol que se levanta en el horizonte. En la Epifanía es la iglesia la que se presenta como una esposa adornada con sus joyas; es la fiesta de las bodas de la iglesia con Cristo (cf ant. al Benedictus). En la fiesta de la Presentación, la iglesia-esposa adorna la estancia nupcial y acoge a Cristo-esposo. Aparece así con claridad que la presentación de Jesús en el templo aunque se celebre en el tiempo ordinario, en realidad representa, en cierto sentido, el vértice del tiempo de Navidad. El canto nupcial en la liturgia preconciliar (que podría ser usado también hoy al entrar la procesión en la iglesia) era el siguiente: "Adorna, oh Sión, la estancia nupcial, / acoge a Cristo, tu Señor;/ acoge a María puerta del cielo, / porque ella tiene entre sus brazos / al rey de la gloria, a la luz nueva. / La Virgen se para presentando al Hijo / engendrado antes de la estrella de la mañana. / Simeón lo toma entre sus brazos / y anuncia a las gentes / que él es el Señor de la vida y de la muerte, / el salvador del mundo".
Jesús es el primogénito, ofrecido como Isaac, pero no perdonado. Además, todo primogénito hebreo era el signo de la liberación de la gran esclavitud. Pero incluso en este caso debemos repetir que los primogénitos en Egipto fueron perdonados, no se les quitó la vida; mientras a Jesús, primogénito del Padre, y por tanto primogénito por excelencia, no se le perdonó, y el precio de su sangre nos ha traído la nueva y definitiva liberación.
¿Y María? Se nos presenta no sólo como la que se somete a la ley que ordena la oblación de los primogénitos (cf Éx 13,11-16) y la purificación de la madre (cf Lev 12,6-8) sino también y sobre todo como tipo y modelo de acogida y de ofrenda: acoge al Hijo del Padre para ofrecerlo por nosotros. María se somete a la ley, como hará Cristo, justamente para que nosotros fuéramos dispensados del peso de la ley. No se trata, pues, de un misterio gozoso, sino también de un misterio doloroso porque María ofrece el Hijo al Padre, y toda ofrenda es renuncia. Nos encontramos, tanto en Jesús como en María, al comienzo del sacrificio que tendrá su consumación en el Gólgota. He aquí cómo se expresa a este respecto la exhortación apostólica MC, de Pablo VI: "La misma iglesia, sobre todo a partir de los siglos de la edad media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cf Lc 2,22) una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito. De dicha intuición encontramos un testimonio en el afectuoso apóstrofe de san Bernardo: "Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios" (MC 20).
4. el pueblo y la procesión de las candelas. Candelas/bendición luz-cirio/simbolo. La bendición de las candelas, tan querida de los fieles es, junto con la vigilia pascual una celebración de la luz. Cristo es la luz del mundo, que nos comunica la vida nueva en el bautismo e ilumina nuestro camino hacia el cielo. En las manos del cristiano, el cirio encendido es símbolo de la fe, que es participación de la luz divina, por eso lleva un cirio en todas las circunstancias importantes de su vida de bautizado: renovación de los votos bautismales en la vigilia pascual, primera comunión, profesión religiosa, y en particular al acercarse el paso de este mundo al Padre; finalmente el cirio pascual en los funerales quiso expresar justamente el paso a la pascua eterna. Si el cristiano vive de esperanza y es esencialmente uno que espera, el cirio encendido
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subraya esta actitud suya, y la procesión de las candelas expresa muy bien su caminar al encuentro de Cristo que viene.
II. Datos históricos y teológicos de la celebración. El Vat II enseña: "Esta unión de la madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre para que se descubrieran los pensamientos de muchos corazones (cf Lc 2,34-35)" (LG 57).
1. la narración de egeria. La primera conmemoración litúrgica del episodio evangélico de la presentación nos viene narrada en la Peregrinatio Etheriae (a finales del s. IV), y es llamada Quadragesima de Epiphania. Como entonces se celebraba Navidad el 6 de enero, la presentación venía a caer el día 14 de febrero. He aquí las palabras exactas de la peregrina Egeria: "El día cuarenta después de epifanía, aquí (en Jerusalén) se celebra con gran solemnidad. En ese día se hace una procesión desde la Anástasis, a la que van todos, y se hace todo según el rito, con gran pompa, como en pascua. Además, todos los sacerdotes predican, lo mismo que el obispo, comentando el paso del evangelio en que se cuenta que el día cuadragésimo María y José llevaron al Señor al templo, y que lo vieron Simeón y la profetisa Ana, hija de Fanuel, y las palabras que dijeron al ver al Señor, y la ofrenda que hicieron sus padres. Y después de haber hecho regularmente todas estas celebraciones que se acostumbra, se celebran los misterios y termina la función".
Hay que advertir que los términos procesión ("processio') y van todos ("omnes procedunt') no tienen, en el lenguaje de Egeria, el sentido litúrgico de una procesión, sino que significan la concurrida afluencia de los fieles a una determinada iglesia. En pocas palabras: la procesión era una práctica semanal. Y hay que advertir también que no habla para nada de candelas.
2. difusión de la fiesta en oriente y occidente. Desde Jerusalén, poco a poco la solemnidad se difunde en todo el oriente, y en particular en Bizancio, llegando a ser día festivo bajo Justiniano I (527565) con el nombre de Hypapanté ("occursus Domini"); y fue fijada el día 2 de febrero porque, entretanto, el nacimiento del Señor ya había sido fijado el día 25 de diciembre. Al comienzo del s. v, según san Cirilo Alejandrino (cf PG 77,1040-41), se comienza a hablar de luces y de candelas. Para Bizancio, un testimonio formal y preciso —el del historiador Teófanes el Confesor— nos dice que la fiesta se celebraba ya antes del año 602. También Roma la acogió en el número de sus fiestas, después de ser introducida por los monjes bizantinos. Da fe de ellos el Sacramentario Gelasiano, que, aunque titula la misa In purificatione sanctae Maríae, sin embargo lo centra todo en la celebración de la presentación de Jesús. La letanía, o procesión con los cirios, ya aparece en el arcaico Orden de San Pedro, del 667 (cf ML 78,653). Parece, pues, inexacta la noticia del Líber Pontificalis según la cual la procesión habría sido introducida por el papa siro-siciliano Sergio I (687-701), que habría instituido las procesiones para la Anunciación, la Asunción y la Natividad de la virgen María. Y menos aún se puede sostener la opinión de que la fiesta fue instituida por el papa Gelasio (492-496) en oposición a las fiestas Lupercales paganas, que eran procesiones nocturnas carnavalescas a la luz de antorchas. Más abajo diremos los motivos de la procesión penitencial, según la opinión más probable.
Con mucha probabilidad, la introducción de las candelas encendidas en la procesión, al menos en los primeros tiempos en Roma, fue debida a motivos contingentes, al tener que hacerse la procesión por la noche desde la iglesia de San Adrián a la de Santa María la Mayor. La primera bendición de las candelas parece de origen extraño, se remonta a fines del s. IX o comienzos del s. X, era precedida de la
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bendición del fuego, más o menos como en la vigilia pascual. La bendición solemne de las candelas fue organizada en Galia en el s. X; en el siglo siguiente se añadió la antífona "Lumen ad revelationem gentium". En las otras iglesias de occidente la fiesta se difunde con alguna lentitud; p. ej., en España no se la encuentra hasta el s. XI. En Roma, la Hypapanté se desenvolvía en un ambiente de solemnidad, pero también de penitencia (hasta la reforma de 1960, en la procesión de las candelas se usaba todavía el color morado).
3. el 'ordo" de san amando. Según el Ordo de san Amando ("Ordo romanas" 20,7 = Andrieu "Ordo romanas" 3,236; s. IX), al despuntar la aurora los fieles acudían desde los diversos tituli, con cirios encendidos a la iglesia de San Adrián, y desde aquí se iba procesionalmente hasta Santa María la Mayor, iglesia estacional. En la procesión, el papa y los cardenales portaban vestiduras sagradas de color negro y todos iban con los pies descalzos. El motivo de esta procesión penitencial, según algunos, estaría en que, al comienzo de febrero, en Roma, se celebraba el tumultuoso Amburbale, desfile licencioso heredado, al parecer, del paganismo. Durante la procesión penitencial se cantaban antífonas, entonadas alternativamente por la schola, que seguía al papa, y por el clero, que le precedía. El Ordo de san Amando no hace referencia todavía a una bendición de las candelas. La primera bendición verdadera y propia de las candelas se encuentra en el famoso Sacramentario de Padua, pero añadida por una mano posterior a finales del s. IX o principios del s. X. Todavía posterior es el Nunc dimittis, intercalado en la antífona "Lumen ad revelationem gentium". Hay que notar también que la principal antífona, de origen griego, es la famosa "Adorna thalamum tuum", de la que ya hemos hablado antes. Finalmente, se debe observar que los cirios no se encendían con un fuego cualquiera, sino con un cirio bendecido y encendido ad hoc (cf san Bernardo, Sermo ll de purif: s. Maríae: ML 183,368). Estas velas, llevadas a casa, como también ocurre hoy, se encendían en momentos de emergencia (calamidades, tempestades, etc.) y también durante la agonía.
4. carácter mariano de la fiesta. El carácter mariano de la fiesta —además del hecho de que María es, junto con Jesús, protagonista del misterio, igual que en Navidad— fue impuesto en particular por el papa Sergio I (687-701), y se manifestaba sobre todo en la procesión que comenzaba en la basílica de Santa Martina, junto a San Adrián, y tenía como meta Santa María la Mayor en la cual 18 diáconos de las regiones urbanas de Roma llevaban otros tantos estandartes de la Virgen. Ha sido la mística oriental la que ha sabido cantar más profusamente en su liturgia el significado profundo del gesto de la Virgen. Ésta va al templo no tanto para purificarse (de lo que no tenía necesidad) cuanto para presentar oficialmente el Hijo al Padre.
lIl. Significado litúrgico y comentario homilético actualizado Jesús es el santo por excelencia (cf Lc 1,35; 4,34; He 3,14); por esto será reservado para el culto supremo que Dios quiere tener sobre la tierra por obra de este primogénito. El suyo es el primero y el más grande ofertorio del único verdadero sacrificio agradable a Dios (Mal 1,11). En la misa, la asamblea de los fieles va al encuentro de Cristo e, iluminada por la palabra, lo reconoce al partir el pan, en espera de que venga en la gloria. La vida es una oblación, un sí continuo a Dios, que todo lo dispone para un bien mayor. La vida no tiene sentido sin esta directriz.
Simeón define a Jesús como un signo ante el cual el hombre inevitablemente tiene que decidirse: con él o contra él. Justamente aquí se revelan la perplejidad, las dudas y la maldad escondidas en el corazón del hombre: en los cinco lugares en que Lucas habla de los pensamientos (5,22; 6,8; 9,46.47; 24,38) da siempre una valoración negativa de los mismos. Así las palabras de Simeón dirigidas a Jesús anuncian ya la pasión. Pero a Cristo está estrechamente unida su madre; más aún, no sólo la madre,
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sino todos aquellos que a su imitación escuchan la palabra y la conservan en su propio corazón, de modo que ser madre, hermano y hermana de Jesús (Lc 8,21) significa sufrir con él.
1. en la liturgia se va "al encuentro" de cristo. La escatología se cuenta justamente entre los grandes valores recuperados en estos últimos tiempos, particularmente por el Vat II. Esta nueva visión sacral del misterio de la iglesia constituye el corazón mismo de la teología del Vat II. Ahora bien, es justamente en la liturgia donde esta dimensión escatológica encuentra su máximo relieve. En la liturgia, en efecto, se pregusta y se anticipa la liturgia celeste, hacia la que tendemos como peregrinos. Con todo, esta tensión escatológica ha de recorrer un largo camino, porque urge recuperar en el nivel concreto de la vida este gran valor. Para alcanzarlo no podemos ni siquiera apoyarnos en la patrística del s. IV (para entonces ya se había debilitado mucho la tensión escatológica), sino que hemos de llegar al clima de los primeros años de la iglesia, cuando la escatología parecía ser la componente mayor de su actitud espiritual.
2. el ritual judío y su profundo significado. Era prescripción de Yavé que los primogénitos de los hombres y de los animales le fuesen consagrados. Los levitas representaban delante de Dios a los primogénitos de los hombres. Jesús primogénito de toda la creación, reúne en sí todas las primicias de las creaturas.
Según Lev 12, la mujer que hubiese dado a luz un varón debía someterse al rito de la purificación cuarenta días después del nacimiento del niño. Lucas habla de "su purificación" (2,22), es decir, la de María y Jesús, porque se refiere a la escena en su conjunto. También cabe pensar que aquí está usando la figura gramatical del zeugma, en la cual se reúnen, en dependencia de un término, otros varios, que requerirían cada uno de ellos otra dependencia. Lucas, en realidad, cita dos leyes: la consagración del primogénito (cf Éx 13,2.11-15) y la purificación de la madre (cf Lev 12). Mientras que para el rescate del niño ofrecido se entregaban cinco siclos de plata, en la purificación de la madre se debía ofrecer, para el sacrificio expiatorio, un cordero y una paloma o tórtola (el primero en signo de unión con Dios, la segunda como sacrificio de expiación), o bien dos tórtolas o palomas si se trataba de gente pobre. Si el ofrecimiento de dos tórtolas o palomas no debía incidir mucho en la economía familiar, sí en cambio tenía que influir el ofrecimiento de cinco siclos, que correspondían, más o menos, a lo que se ganaba en veinte días de trabajo. María, que se sometió a estas leyes, nos interpela profundamente, porque ella, que merecía la excepción, quiso someterse a la ley común, mientras que nosotros, que estamos obligados a la ley común, buscamos fácilmente la excepción.
La presentación del niño no era obligatoria, sino aconsejable (cf Núm 18,15). Debió, sin embargo, parecer muy conveniente a los piadosísimos esposos María y José. El ángel que había indicado a Jesús como "Hijo del Altísimo" (Lc I,32) no había dado disposición alguna acerca de su humanidad. A la luz de estas prescripciones judías se manifiestan toda la humildad y la obediencia de María.
3. comentario homilético actualizado. Las lecturas que se proponen en la misa de la presentación de Jesús son: a) el ángel de la alianza ("Entrará en su templo el Señor, a quien buscáis»: Mal 3,14); b) la ofrenda sacerdotal ("Debía hacerse en todo semejante a sus hermanos": Heb 2,14-18); c) Cristo y María unidos en un único y mismo destino ("Mis ojos han visto tu salvación": Lc 2,22-40 ó 22-32). Se proponen conducirnos por el camino del bien, para que podamos llegar a la gloria sin fin y ser presentados al Señor plenamente renovados en el Espíritu (La or. de ben. de las candelas y or. colecta).
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a) El ángel de la alianza (/Ml/03/01-04). Cuando regresaron del exilio bajo Zorobabel (538 a.C.), los judíos debían reconstruir la ciudad de Jerusalén, lo cual ocurrió bajo Nehemías (= don de la palabra del rey, en realidad había sido enviado por el rey Darío para estudiar la situación). Los trabajos de reconstrucción comenzaron el 445, y en sólo cincuenta y dos días los muros de la ciudad fueron reconstruidos. Pero también había que reconstruir la ciudad espiritualmente, es decir, a través del renacimiento espiritual del sacerdocio y de la renovación de la familia. Nehemías se sirvió para esto de un teólogo legislador, Esdras, que quizá deba identificarse con Malaquías, el profeta del culto (tanto más que el nombre Malaquías significa ángel de Yavé).
Malaquías nos anuncia la llegada de Dios mismo. Esta llegada infunde miedo y esperanza: el anuncio apocalíptico se transforma en un anuncio de salvación. Identificando a Malaquías con Esdras se comprende mejor cómo el fanatismo por la ley no deja reconocer al verdadero gran legislador.
Reprobado el formalismo del sacerdocio antiguo, de su culto ineficaz, el profeta Malaquías, al anunciar la inminencia del día del Señor, preanuncia un nuevo sacerdocio y un culto nuevo: "el Señor entrará en su templo" y vendrá a renovar la alianza a través de una purificación interior, capaz de hacer a los fieles idóneos para realizar una ofrenda grata al Señor. El "ángel de la alianza" no es el precursor del que se ha hablado antes (en el v. 1), porque su llegada al templo es simultánea a la llegada del Señor, de Yavé. El hombre piadoso del AT no osaba llamar a Dios por su nombre verdadero, sino que lo indicaba con el nombre antiguo con que era designado en sus teofanías: Maleak Jahve, el ángel de Yavé. Probablemente se trata de una designación misteriosa del mismo Señor; Mt 11,10 invita a entenderlo de Cristo. Pero está fuera de discusión que las expresiones proféticas suponen un fondo mesiánico.
Cristo viene, pues, a dar comienzo al culto nuevo. Es necesario saber realizar el objetivo de esta visita, a imitación de la Virgen.
b) Ofrenda sacerdotal (/Hb/02/14-18). Jesús, como sumo sacerdote, agradable al Padre y solidario con los hermanos, nos salva viviendo todas las formas de la condición humana, excepto el pecado. La acción de Jesús: 1) produce la liberación de la esclavitud de la muerte, signo expresivo del poder del mal sobre el hombre; 2) induce a vivir en él y para él, en adhesión plena a la voluntad de Dios; 3) nos procura un gran consuelo porque Jesús, por su misma experiencia humana, está en grado de tener compasión de nuestras caídas. "Todos los rasgos característicos del sacerdocio se encuentran en el misterio de Cristo. Por esto podemos, con absoluta certeza, acercarnos a Dios, pues tenemos en Jesús un sacerdote misericordioso y fiel. Jesús, pues, ha venido a instaurar un nuevo culto, del cual es él sumo y eterno sacerdote.
c) Cristo y María unidos en un único y mismo destino (/Lc/02/22-40). Lucas inicia así su narración: "Cuando llegó el tiempo de su purificación según la ley de Moisés, llevaron el niño a Jerusalén para ofrecerlo al Señor" (2,22). Al citar a Jerusalén, ya manifiesta su particular punto de vista: Jerusalén es la meta de la existencia terrena de Jesús; es punto de partida de la nueva misión cristiana. Jerusalén es, para Lucas, el centro predestinado para la obra salvífica (cf 2,38ss; He 1,4ss). Ya en su tiempo, Ageo, cuando se estaba reconstruyendo el templo de Jerusalén, bajo Zorobabel, había predicho que la gloria (presencia viva) del Señor entraría en ese mismo templo. Una vez subidas las quince gradas de forma semicircular —sobre las que se cantaban, en la fiesta de los tabernáculos, los salmos graduales—, María pasó al atrio de las mujeres, donde, humilde y recogida, hizo su ofrenda. Los sacerdotes inmolaron las dos palomas, y el pequeño Jesús fue acogido, bendecido y rescatado con cinco siclos de plata.
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La escena de las jóvenes madres que iban al templo para la ofrenda y la purificación, era habitual; y, sin embargo, cuando llegó la Virgen, un anciano la esperaba. Era el santo Simeón, un hombre cualquiera, pero que vivía inmerso en el temor de Dios, y por eso era justo y estaba lleno del Espíritu Santo (cf Lc 2,26.27). Precisamente por esto el Espíritu Santo le había hablado y le había dado a conocer que no moriría sin haber visto al "ungido del Señor". Reconoció, pues, al niño, y tomándoselo un instante a la madre y teniéndolo entre sus brazos, entonó el Nunc dimittis.
El Nunc dimittis, como el Benedictus, se divide en dos partes: himno de reconocimiento a Dios y vaticinio del destino del niño. La parte primera se refiere al anciano, la segunda al niño. En el cántico el anciano llama a Dios dueño (que éste es el significado literal de señor). El anciano considera a Dios como su amo, a cuyo servicio se encuentra atento a sus señales. En su cántico Jesús es presentado como mesías, que viene a cumplir la misión confiada al siervo descrito en los grandes cantos de Isaías (42,6, 49,66 52,10). Simeón con gran escándalo de los nacionalistas contemporáneos suyos, como judío ejemplar, recuerda que, según los oráculos de diversos profetas (cf Is 24,5; 45,14; Zac 2,15), el mesías no es sólo gloria de Israel, sino también de todas las gentes, es decir, enviado para llevar la salvación a todos. De este modo Jesús satisface abundantemente la paciente espera de los judíos fieles y oye las secretas invocaciones de luz por parte de los paganos.
El anciano Simeón bendijo a María y a José, no como sacerdote, porque no lo era, sino por su edad y por su autoridad. Bendecir quiere decir aquí congratularse. Pero he aquí que se presenta en la mente del santo anciano un cuadro de negras tintas. Profetiza que Jesús está puesto para ruina de algunos (no en sentido causativo, sino ocasional, en cuanto obligará a los hombres a decidirse por él o contra él: cf Jn 3,18); por la actitud que los hombres tomen frente al mesías se desvelarán sus pensamientos. María, por su parte, será partícipe plenamente de la contradicción del Hijo, y su alma será traspasada por una espada de dolor. María, de tal modo, queda asociada íntimamente a su Hijo por un mismo y único destino. Había entrado en el templo gozosa; ahora sale ¡dolorosa!
A Lucas le agradan los bocetos y el dualismo; por eso nos presenta otro personaje, un personaje femenino: la profetisa Ana. La profetisa era una mujer que, viviendo en íntima unión con Dios, era favorecida con sus carismas, y por tanto estaba en situación de aconsejar a quien se dirigía a ella. También ella se unió al santo Simeón para alabar y bendecir al Señor.
La fiesta de la presentación del Señor quiere, en conclusión, subrayar dos grandes verdades: los pródromos del sacrificio de Cristo y la participación de la madre en la obra salvífica del Hijo (G. Meaolo).
PROCESIÓN DE ENTRADA: Hoy hace cuarenta días que hemos celebrado el nacimiento de Cristo, y hoy celebramos la presentación de Jesús en el templo para encontrarse con el pueblo creyente. Allí Simeón y Ana reconocieron en Jesús al Salvador de los pueblos, a la luz que iba a iluminar a todos los hombres que caminaban en las tinieblas.
Nosotros vamos a reafirmar, con este rito de las candelas, que Jesús es la luz de nuestra vida, y la luz de la vida de todos los hombres, al tiempo que vamos a recordar y ratificar nuestro compromiso de transmitir esa misma luz a todos los hombres, con el testimonio de nuestra vida.
Adán de Perseigne (hacia 1221) abad cisterciense, en el Sermón 4 sobre Navidad habla de que Los padres de Jesús llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, y dice: ―¡Que los mortales nos acerquemos hoy al Verbo hecho carne para dejar atrás las
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obras de la carne y aprender a pasar, poco a poco, a las obras del Espíritu! Que nos acerquemos pues, hoy, ya que un nuevo sol brilla en el firmamento. Hasta este momento encerrado en el pueblo de Belén, en la estrechez de un pesebre y conocido por un pequeño número de personas, hoy viene a Jerusalén, al templo del Señor. Está presente ante varias personas. Hasta ahora, tú Belén, te alegrabas, tú sola, de la luz que nos ha sido dada a todos. Orgullosa de tal privilegio de novedad inaudita, podías compararte con el mismo Oriente por tu luz. Mejor aún, cosa increíble, había dentro de ti, en un pesebre más luz que en el mismo sol cuando se levanta el día...Pero hoy, este sol se dispone a irradiar en todo el mundo. Hoy es ofrecido en el tempo de Jerusalén el Señor del templo.
¡Dichosos los que se ofrecen a Dios como Cristo, como una paloma en la soledad de un corazón tranquilo! Son maduros para celebrar, con María, el misterio de la purificación...No es María, Madre de Dios, quien ha sido purificada en este día, ella que nunca tuvo pecado alguno. Es el hombre manchado por el pecado que hoy es purificado por el nacimiento y la entrega de Cristo...Gracias a María hemos obtenido nuestra purificación... Si abrazamos el fruto de sus entrañas, si nos ofrecemos con él en el templo, el misterio que celebramos hoy nos purificará‖.
1. Ml 3,1-4. Malaquías escribe años después del exilio, y una de sus preocupaciones es responder a los escandalizados ante el hecho de que los injustos, los ricos y opresores, los infieles, vivían mejor que los fieles. Por ello, anuncia vigorosamente el "Día de Yahvè", cuando Dios destruirá el mal para siempre y asegurará a los fieles una vida saludable. Este anuncio lo realiza vinculándolo muy especialmente al Templo de Jerusalén, y ve el cumplimiento de sus esperanzas cuando Yahvé estará gloriosamente presente en el Templo, y todos los hombres subirán a ofrecer en él un sacrificio aceptable. Nuestro texto es el anuncio de este momento culminante, en el que Dios vendrá a tomar posesión del templo. No queda claro si los tres personajes que se citan ("mi mensajero... el Señor.. el mensajero de la alianza") son enviados previos; mejor parece que se trata de diversas formas de designar al propio Yahvè (quizás el primer "mensajero" se trate de un precursor; Mateo lo aplica al Bautista: 11, 10). A continuación de la entrada se describe con imágenes enérgicas la obra de purificación que Yavhé llevará a cabo para separar el mal del bien, y concluye con el resultado final: será posible ofrecer a Dios, definitivamente, una ofrenda agradable, porque el pueblo será también definitivamente según lo que Yahvé espera de él (J. Lligadas).
En un nuevo oráculo, el profeta anuncia la próxima intervención de Yahvé para hacer justicia. El problema de la retribución aparece con frecuencia en el AT, porque la injusticia aparente que supone el éxito del pecador y la desgracia del justo en esta vida forma parte del misterio del mal y constituye una tentación constante para el hombre. Dios va a venir; prueba de ello es que envía a su mensajero para que le prepare el camino. ¿Quién es concretamente tal mensajero? Algunos creen que se trata de Elías, a quien se cita después (3,23). El NT ve en este mensajero a Juan Bautista (Mt 11,10; Lc 7,27). En cualquier caso, se trata del mensajero escatológico que eliminará los obstáculos de orden religioso y moral que impiden la venida de Yahvé.
El profeta pasa después a contestar a un reproche que se hacía a Dios: se le acusaba de haber cambiado de conducta y de no haber cumplido su palabra. Malaquías rechaza tal acusación y afirma que son ellos quienes se han comportado como auténticos hijos de Jacob, «el suplantador» según una etimología popular (Gn 27,36), y quienes pueden ser acusados de versatilidad y de infidelidad. Deben "volver", convertirse, empezando por no defraudarlo en los deberes del culto, si quieren que Dios vuelva a ellos con su misericordia.
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El último oráculo insiste una vez más en el problema de la prosperidad del pecador y la desgracia del justo. El problema es tan grave que parece inútil y necio esforzarse por cumplir con el deber. La solución está en el «día de Yahvé», que ya llega; entonces se verá claramente la diferencia que ya ahora existe entre las dos categorías y que entonces se manifestará hasta las últimas consecuencias. Con Malaquías, la escatología profética evoluciona hacia la retribución individual al mismo tiempo que se le añade una nota apocalíptica: los justos tomarán parte en el castigo de los malvados.
El mensaje del profeta es de máxima actualidad en un tiempo en que el horizonte religioso es tan oscuro como el de su época, y parece que Dios no tiene prisa por venir. Debemos creer y esperar, porque, a pesar de todo, el Señor vendrá y pondrá las cosas en su sitio (J. Aragonés Llebaria).
2. Salmo 23. Comenta el Papa: ―El antiguo canto del pueblo de Dios, que acabamos de escuchar, resonaba ante el templo de Jerusalén. Para poder descubrir con claridad el hilo conductor que atraviesa este himno es necesario tener muy presentes tres presupuestos fundamentales. El primero atañe a la verdad de la creación: Dios creó el mundo y es su Señor. El segundo se refiere al juicio al que somete a sus criaturas: debemos comparecer ante su presencia y ser interrogados sobre nuestras obras. El tercero es el misterio de la venida de Dios: viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso, para entablar con los hombres una relación de profunda comunión. Un comentarista moderno ha escrito: "Se trata de tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relación con Dios; vivimos por obra de Dios, en presencia de Dios y podemos vivir con Dios" (G. Ebeling, Sobre los Salmos).
A estos tres presupuestos corresponden las tres partes del salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerándolas como tres paneles de un tríptico poético y orante... (el final, el) tercer cuadro, que describe indirectamente el ingreso festivo de los fieles en el templo para encontrarse con el Señor (vv. 7-10). En un sugestivo juego de llamamientos, preguntas y respuestas, se presenta la revelación progresiva de Dios, marcada por tres títulos solemnes: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". A las puertas del templo de Sión, personificadas, se las invita a alzar los dinteles para acoger al Señor que va a tomar posesión de su casa.
El escenario triunfal, descrito por el salmo en este tercer cuadro poético, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la primera carta de san Pedro (cf. 1 P 3,19), como la gloriosa ascensión del Señor resucitado al cielo (cf Hch 1,9-10). El mismo salmo se sigue cantando, en coros que se alternan, en la liturgia bizantina la noche de Pascua, tal como lo utilizaba la liturgia romana al final de la procesión de Ramos, el segundo domingo de Pasión. La solemne liturgia de la apertura de la Puerta santa durante la inauguración del Año jubilar nos permitió revivir con intensa emoción interior los mismos sentimientos que experimentó el salmista al cruzar el umbral del antiguo templo de Sión.
El último título: "Señor de los ejércitos", no tiene, como podría parecer a primera vista, un carácter marcial, aunque no excluye una referencia a los ejércitos de Israel. Por el contrario, entraña un valor cósmico: el Señor, que está a punto de encontrarse con la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sión, es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen. En el libro del profeta Baruc se lee: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). El Dios infinito, todopoderoso y eterno, se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y
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entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor.
No olvidemos que probablemente se celebra el retorno de una expedición militar. Por tanto, la voz más fuerte es la de los soldados y no hemos de maravillarnos de la última expresión:
El Señor, Dios de los ejércitos: él es el rey de la gloria (v. 10). Cuando descienda de la cabalgadura... Hará su entrada triunfal en Jerusalén el rey de la gloria en persona. «Los discípulos fueron entonces y lo hicieron como les había mandado Jesús: trajeron la burra y el pollino, pusieron sobre ellos sus mantos, y Jesús se montó encima. La gran multitud extendía delante de ellos sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las extendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él, gritaba diciendo: Hosanna al hijo de David, bendito sea el que viene en nombre del Señor: Hosanna en las alturas. Y cuando entró en Jerusalén, se alborotó toda la ciudad, diciendo: — ¿Quién es éste? Y la gente decía: —Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea» (Mt 21, 6-11). Al poco tiempo el rey de la gloria descendería de la cabalgadura y se encontraría en el suelo con una toalla, lavando los pies de sus «súbditos». «Ha querido salvarnos desde abajo. En el último cuadro estará arriba, en la cruz ensangrentada, con los brazos abiertos ('cuando sea levantado sobre la tierra atraeré todo a mí'). Pero el principio es éste: encogida como una bestia junto a nuestros pies callosos, nuestras deformes uñas y nuestros desagradables olores. Se concede la regia alegría de humillarse» (L. Santucci). Dentro de poco el rey de la gloria será saludado por el grito de la multitud: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
Dentro de poco el «Dios de los ejércitos» será entregado a las burlas de los soldados. He visto en Jerusalén una piedra sacada en las excavaciones del lithostrotos, el patio pavimentado del pretorio de Pilato. Me he puesto de rodillas instintivamente en aquella piedra. En ella el rey de la gloria se convirtió en rey de burla, blanco de los chanzas más vulgares.
Hay una escena en Diálogo de carmelitas de Bernanos que puede servir de conclusión a este salmo. La protagonista en una procesión lleva la cruz que es llamada «el pequeño rey de la gloria». Desde lejos oye las notas de la carmañola. Tiene un momento de confusión, y aterrorizada deja caer la estatua del «pequeño rey de la gloria», que se hace pedazos; Entonces una religiosa exclama:
— ¡Qué débil y qué pequeño!
— Pero otra replica:
— ¡No, no... qué grande y qué fuerte!
Una tercera añade: —Ahora ya no tenemos «rey de la gloria», sólo nos queda el cordero de Dios. Esto es ser cristianos. Aceptar a este rey de la gloria que desaparece, que se hace pequeño, que se convierte en rey de burla para diversión de los soldados, que se deja crucificar como un delincuente. Y para aceptarlo no nos queda otro remedio que inclinarnos también bajo aquel arnés que Jesús ha llevado hasta el calvario. Desde entonces la fuerza se manifiesta en la debilidad, el prestigio en la humillación, la gloria en la abyección. Sin duda es mucho más fácil alzar los dinteles de las puertas. Pero no será poniéndonos de puntillas como veremos a Dios, sino abajándonos. La grandeza para un cristiano se mide precisamente en su capacidad de hacerse pequeño (Alessandro Pronzato).
Cada uno de nosotros debe aplicar este salmo a su propia situación. La libertad del cristiano ante las "cosas" de la naturaleza. San Pablo aplicó este salmo, explícitamente, a un problema de su tiempo: ¿se pueden comer los alimentos ofrecidos a los ídolos? Responde: "coman sin hacer problema de conciencia, todo lo que les venden en el mercado, porque la tierra y todo lo que hay en ella es del Señor". ( I Cor
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10,25-26; Sal 23,1). Considerar la fe en Dios como liberadora, es una esperanza del mundo actual. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios merece sumisión. Hay, como se dice a menudo, una cierta "desacralización" del universo, que corresponde perfectamente a la verdad de Dios. Existe siempre el peligro de sacralizar abusivamente las realidades terrestres: las costumbres tradicionales, los tabúes ancestrales, los usos considerados como definitivos y sagrados cuando son apenas residuos de civilizaciones locales ya superadas. Pero el gran peligro actual, es la sacralización de las ideologías y de la política. Digámoslo claramente, ni los partidos de derecha, ni los de izquierda, son "sagrados"; son simples opciones humanas, respetables claro está, pero que desmerecen grandemente al proyectarse sobre ellas un "absoluto" que sólo a Dios debe darse: el único Rey es El. Bajo esta expresión aparentemente pasada de moda, hay una reivindicación de libertad, de total independencia.
La moral y la fe. Existe una tendencia reciente, que opone estas dos realidades. Este salmo trae a cuento una verdad esencial que Jesús repitió frecuentemente. Dios más que aclamaciones rituales, más que recitación de "credos", más que gestos cultuales...: espera de nosotros rectitud de vida. La conciencia moral es lo primero. Seremos juzgados sobre el amor (Mt 25,31-46). No llegarán a la "montaña de Dios" aquellos que se contenten con decir: "Señor, Señor" (Mt 7,21), sino aquellos "que tengan el corazón puro y las manos inocentes", que cumplan los deberes que les impone la condición de ser hombres dignos de tal nombre. La reforma conciliar revalorizó la "liturgia penitencial" al principio de cada Misa. ¿Quién puede acercarse a Dios? Quien esté libre de toda mancha consciente o inconsciente, que esté dispuesto a luchar contra su egoísmo, y toda forma de idolatría. Sólo así Dios se hace fiador de la dignidad humana y de la conciencia. Decir: "Venga tu Reino", es comprometerse a hacer cualquier cosa para vivir según sus exigencias (Noel Quesson).
«Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?». La visión de tu majestad me llena el alma de reverencia, Señor, y cuando pienso en tu grandeza me abruma el sentido de mi pequeñez y el peso de mi indignidad. ¿Quién soy yo para aparecer ante tu presencia, reclamar tu atención, ser objeto de tu amor? Más me vale guardar distancias y quedarme en mi puesto. Lejos de mí queda tu sagrada montaña, tu intimidad secreta. Me basta contemplar de lejos la cumbre entre las nubes, como tu Pueblo en el desierto contemplaba el Sinaí sin atreverse a acercarse. Pero, al pensar en tu Pueblo del Antiguo Testamento, pienso también en tu Pueblo del Nuevo. El recuerdo del Sinaí me atrae a la memoria la cercanía de Belén. Los que temían acercarse a Dios se encuentran con que Dios se ha acercado a ellos. Se acabaron las cumbres y las montañas. Ahora es una gruta en los campos, y un pesebre y un niño. Y la sonrisa de su madre al acunarlo entre sus brazos. Dios ha llegado hasta su pueblo. Te has llegado hasta mí. El don supremo de la intimidad. Andas a mi lado, me tomas de la mano, me permites reclinar la cabeza sobre tu pecho. El milagro de la cercanía, la emoción de la amistad, el triunfo de la unidad. Ya no puedo dejar que mi timidez, mi indignidad o mi pereza nos separen. Ahora he de aprender el arte bello y delicado de vivir junto a ti. Por eso necesito fe, ánimo y magnanimidad. Necesito la admonición de tu Salmo: «¡Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria!». Quiero abrir de par en par las puertas de mi corazón para que puedas entrar con la plenitud de tu presencia. Nada ya de falsa humildad, de miedos ocultos, de corteses retrasos. El Rey de la Gloria está a la puerta y pide amistad. Dios llama a mi casa. Mi respuesta ha de ser la alegría, la generosidad, la entrega. Que se me abran las puertas del alma para recibir al huésped de los cielos. Enséñame a tratar contigo, Señor. Enséñame a combinar la intimidad y el respeto, la amistad y la adoración, la cercanía y
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el misterio. Enséñame a levantar mis dinteles y abrir mi corazón al mismo tiempo que me arrodillo y me inclino en tu presencia. Enséñame a no perder de vista nunca a tu majestad ni olvidarme nunca de tu cariño. En una palabra, enséñame la lección de tu Encarnación. Dios y hombre; Señor y amigo; Príncipe y compañero. ¡Bienvenido sea el Rey de la Gloria! (Carlos G. Vallés).
No importa lo que el enemigo quiera decirte, Dios es Dios de los montes y Dios de los valles. El no ha dejado de ser Dios porque tú te encuentres en una situación difícil en este momento. Él sigue siendo el Dios de gloria, de poder y de milagros. Y en los valles, es donde El muestra su fidelidad y lealtad hacia sus escogidos.
Cuando nos encontramos en la montaña de nuestra experiencia cristiana, podemos ver nuestro futuro claro, nuestra visión se expande, tenemos confianza y paz; sin embargo, cuando nos encontramos en uno de los valles de nuestra vida, nuestra visión se limita, nuestro futuro no se ve claramente, y nuestros sueños sufren. Pero debemos saber que los valles son los lugares más fructíferos de la tierra. ―Los valles producen frutos‖. Puedes esperar una cosecha valiosa en el valle donde te encuentres, porque Dios te acompaña. Y si Dios está contigo, Dios te sacará de allí con una gran victoria.
Si el enemigo te ha atacado y estas dudando del amor libertador de Dios, recuerda, que aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros, y también sabemos, que "a los que aman a Dios todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Rom 8:28).
Pasaremos por la dificultad, pero no nos quedaremos en ella, porque sabemos que Dios es Dios en todas partes, y Él nos levantará para ir, de monte en monte y de victoria en victoria, alimentados por los frutos adquiridos en el valle de la aflicción. Olvidaremos las dificultades pasadas y recordaremos la fidelidad y la lealtad de Dios, la cual nos ha libertado (Eduardo Sanz de Miguel).
3. Hb 2,14-18. El fragmento destaca que Jesús, para traer la salvación a los hombres, ha asumido totalmente la condición humana. La salvación consiste en la liberación de la muerte (hasta aquel momento la muerte era un final inexorable: desde entonces es paso a la resurrección), que se ha producido porque Él, venciendo al pecado con su muerte, le ha quitado todo poder al diablo, que era dueño de la muerte (recuérdese el relato del Genesis: el diablo ha provocado el pecado, y la consecuencia del pecado ha sido la muerte).
Jesús, para poder liberar a los hombres del pecado (=para poder ser "pontífice"), tenía que ser totalmente como un hombre y presentar ante Dios la imagen de hombre perfecto, fiel a su voluntad hasta el final. De este modo, por una parte Dios puede contemplar su modelo de hombre libre del pecado, ruptura definitiva de la situación de pecado en que se hallaba la humanidad entera; y por otra, los hombres ven el camino al que están llamados realizado por uno que ha pasado por las mismas pruebas que ellos (J. Lligadas).
Jesús, el Salvador, es uno de los nuestros; ha compartido nuestra sangre y nuestra carne y no se avergüenza de llamarnos hermanos (2,11.14). Hb dice con palabras propias lo mismo que nosotros queremos expresar con el tono entrañable de Navidad.
Jesús ha asumido todo lo humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Ha asumido esto clavado esencialmente en nuestra sangre y en nuestra carne: dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún, aceptó a los hombres tal como son, limitados, mediocres, pecadores, con sus odios pequeños e irracionales; Jesús asumió a los hombres como hermanos, hasta en la terrible y absurda mezquindad que los lleva a matar al justo precisamente porque les habla de paz, de sinceridad, de vida limpia, de
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Dios. Ya desde Belén Jesús aprendió cuán difícil es acoger a los hombres reales. Hb subraya todavía un último paso: Jesús sufrió también la angustia de la muerte (2,14-15; 5,7), resumen de todos los miedos humanos; la angustia del hombre que siente un anhelo infinito de vida y felicidad y se encuentra diariamente con sus desesperantes limitaciones hasta acabar en la amenaza total de aquel anhelo en la oscuridad de la muerte. Todo este misterioso y complejo mundo humano está dicho entrañablemente en el niño débil, ignorado, alabado y perseguido de Belén.
En el núcleo del misterio de su sencillez, Navidad es una sorpresa inesperada. A través de la experiencia humana vivida por Jesús, con sus sufrimientos, incomprensiones y muerte, consiguió el propio Jesús la perfección (2,10), la gloria y el honor (2,9) de entrar en comunión total con Dios (9,11-12), por la muerte halló la vida y nos liberó de la angustia de la muerte (2,9-15). Jesús empieza ya en Belén su inesperada revelación. El hombre sólo encuentra la verdadera vida en Dios, el único absoluto; esto comporta asumirlo todo tal como es. No es rehusando su propia vida o engañándose, sino asumiéndola como limitada y mortal, como el hombre se entrega a Dios hallando en él la vida verdadera. Belén es la recuperación del hombre. El hombre que vive en Dios aprende a no rehusar su vida humana y a amarlo todo y a todos, tal como son, excepto el pecado.
María es la humanidad que concibe al Hijo de Dios y lo arraiga en la tierra humana. Por María, Jesús se ha hecho uno de los nuestros, convirtiendo la vida humana en el más sublime acto de culto a Dios como Hijo suyo. Ella ha sido la primera en seguirle, acogiendo a Dios en la sencillez y generosidad de su vida (G. Mora).
S. Agustín comenta: ―Cantad al Señor el cántico nuevo. Frente al cántico viejo, el testamento nuevo, porque el primer testamento es el viejo; el hombre nuevo para deponer al viejo. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que fue creado según Dios en justicia y santidad verdadera (Col 3,9.10; Ef 4,22-24).
Por lo tanto, cantad al Señor el cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. Cantad y edificad; cantad y cantad bien. Anunciad el día del día, su salvación; anunciad el día del día (Sal 95,1.2), su Cristo. Pues ¿cuál es su salvación sino su Cristo? Esta salvación es la que pedíamos en el salmo: Muéstranos Señor tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84,8). Esta salvación deseaban los antiguos justos, de los que decía el Señor a sus discípulos: Muchos quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no pudieron. Y danos tu salvación (Lc 10,24). Esto dijeron aquellos justos: Danos tu salvación, es decir, que veamos a tu Cristo, mientras vivimos en esta carne. Veamos en la carne a quien nos libre de la carne; llegue la carne que purifica la carne; sufra la carne y redima al alma y a la carne.
Y danos tu salvación. Con este deseo vivía aquel santo anciano Simeón; con este deseo, repito, aquel santo anciano y lleno de méritos divinos Simeón decía también: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. A este deseo y a estas preces recibió como respuesta que no gustaría la muerte hasta que no viera al Cristo del Señor. Nació Cristo. Uno llegaba y otro estaba a punto de irse; pero éste no quería hacerlo hasta que no llegara aquél. La senectud cumplida le echaba fuera, mas la piedad sincera le retenía. Pero cuando llegó aquél, cuando nació, cuando vio que su madre le llevaba en brazos, la piadosa senectud reconoció a la divina infancia, la tomó en sus brazos y dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto tu salvación (Lc 2,26-30). He aquí por qué decía: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84,8). Se cumplió el deseo del anciano cuando el mundo declina hacia la vejez. Quien encontró al mundo envejecido vino en persona al hombre anciano. Por lo tanto, si encontró al mundo envejecido, escuche éste: Cantad al Señor el cántico
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nuevo; cantad al Señor toda la tierra. Desaparezca la vetustez, resurja la novedad‖ (Sermón 163,4).
4. Lc 2, 22-40. *. La Presentación de Jesús al templo es una fiesta cristológica, con un sentido también mariológico pues se desarrolla el rito de la presentación del hijo una vez cumplido el tiempo de la purificación de la madre a través del recogimiento y la oración, a los cuarenta días que hubiese dado a luz. La luz de Navidad se vuelve a poner de relieve a los 40 días, con la profecía de Simeón, antes de iniciar –ya esta semana- el comienzo de la cuaresma, otros 40 días antes de la Pascua de la Resurrección. Estamos en un entretiempo entre las dos pascuas: el fin popular de los días de Navidad –el final litúrgico se celebró con el Bautismo del Señor-, cuando en algunos sitios se recogen las imágenes del Nacimiento hasta el año siguiente, ya preparando con esta luz de la procesión de las candelas la otra luz, la de la resurrección, el cirio pascual.
La ―Fiesta de las candelas‖ o el ―Día de la Candelaria‖, como se sabe, tiene el aspecto festivo de la procesión con las velas encendidas, que luego se guardan de recuerdo, como más tarde la de la Vigilia pascual, pues representan la luz de Cristo en los hogares.
Tiene la fiesta un rico simbolismo del encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Simeón y Ana representan a los profetas que habían vivido con la esperanza del Mesías, representan el pueblo de Israel que durante años habían estado esperando a un Mesías que vendría a salvarlos e iluminarles el camino. Simeón lo proclama como "luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel". Jesús, con María y José, son la Buena Nueva, la luz para iluminar nuestras vidas desde la luz del bautismo. Para ser ―portadores de la luz‖, hemos de mirar a María, "la luna que refleja perfectamente al sol", que nos ilumine y nos enseñe a ser buenos instrumentos del amor divino.
Se está renovando el Templo, con la presencia del Señor, como Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7), también está traducido por: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones».
Simeón, a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), ha subido al Templo. Él no es de los privilegiados, su único título es ser hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Los salmos cantaban este momento: «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), pero las cosas suceden con sencillez extrema, sin aparato. Y Simeón proclama su bendición, y añade a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Las cosas de Dios suceden con sufrimiento…
** En algunos pasajes sobre la disputa del sábado hemos visto cómo Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva Ley, ahora podemos ver que Él es el nuevo Templo. Se produce, como dijo Jesús a la samaritana, un cambio hacia un templo donde Dios es adorado no aquí o allá sino en espíritu y en verdad. ―La universalización de la fe y de la esperanza de Israel, la consiguiente liberación de la letra hacia la nueva comunión con Jesús, está vinculada a la autoridad de Jesús y a su reivindicación como Hijo‖. No hace una interpretación liberal de la Torá –lo cual le daría un carácter relativo también a la Torá, a su procedencia de la voluntad de Dios-; sino una obediencia a la autoridad de esta nueva interpretación superior a la de Moisés, y al mandato original: ha de ser una autoridad divina. Esta superación no es trasgresión sino su cumplimiento.
Se juntan de la mano la justicia y la paz, como dice el salmo, la ley y la gracia, Simeón y José, Ana y María, el Antiguo y Nuevo Testamento, en Jesús: ―La correcta
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conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento ha sido y es un elemento constitutivo para la Iglesia: precisamente las palabras del Resucitado dan importancia al hecho de que Jesús sólo puede ser entendido en el contexto de «la Ley y los Profetas» y de que su comunidad sólo puede vivir en este contexto que ha de ser comprendido de modo adecuado. Con respecto a esto, dos peligros contrapuestos han amenazado a la Iglesia desde el principio y la amenazarán siempre. Por una parte, un falso legalismo contra el que lucha Pablo y que en toda la historia aparece por desgracia bajo el desafortunado nombre de «judaísmo». Por otro lado, está el rechazo de Moisés y los Profetas, del «Antiguo Testamento», formulado por primera vez por Marción en el siglo II; es una de las grandes tentaciones de la época moderna. No es casual que Harnack, como principal representante de la teología liberal, exigiera que diera cumplimiento finalmente a la herencia de Marción para liberar así al cristianismo del lastre del Antiguo Testamento. También va en esa dirección la tentación, tan extendida hoy en día, de interpretar el Nuevo Testamento de un modo puramente espiritual, privándolo de toda relevancia social y política‖.
El respeto a la obediencia de Israel nos ayuda a entender así mejor los grandes imperativos del Decálogo, que el «nuevo Moisés», nos ha dado. En Él vemos realizada la promesa hecha por Moisés: «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo.» (Dt 18, 15). Como veremos en otros pasajes al hablar de las antítesis entre lo antiguo y lo nuevo, las «reglas» y «principios» que Jesús, el nuevo templo, proclama, explica plenamente la Torá, donde ―aparece en primer lugar como norma fundamental, de la que todo depende, la proclamación de la fe en el único Dios: sólo Él, YHWH, puede ser adorado. Pero después, en la evolución profética, la responsabilidad por los pobres, las viudas y los huérfanos se eleva cada vez más al mismo rango que la exclusividad de la adoración al único Dios: se funde con la imagen de Dios, la define de un modo concreto. La guía social es una guía teológica, y la guía teológica tiene carácter social. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, y el amor al prójimo adquiere aquí, como percepción de la presencia directa de Dios en los pobres y los débiles, una definición muy práctica.
Todo esto es fundamental para entender correctamente el Sermón de la Montaña. En el interior de la Torá misma y después, en el diálogo entre Ley y Profetas, vemos ya la contraposición entre un derecho casuístico susceptible de cambio, que forma a su vez la correspondiente estructura social en cada caso, y los principios esenciales del derecho divino mismo, con los que las normas prácticas deben confrontarse, desarrollarse y corregirse.
Jesús no hace nada inaudito o totalmente nuevo cuando contrapone las normas casuísticas prácticas desarrolladas en la Torá a la pura voluntad de Dios como la «mayor justicia» (Mt 5, 20) que cabe esperar de los hijos de Dios. Él retoma la dinámica intrínseca de la misma Torá desarrollada ulteriormente por los profetas y, como el Elegido, como el profeta que se encuentra con Dios mismo «cara a cara» (Dt 18,15), le da su forma radical. Así, se comprende por sí mismo que en estas palabras no se formula un ordenamiento social, pero se da ciertamente a los ordenamientos sociales los criterios fundamentales que, sin embargo, no pueden realizarse plenamente como tales en ningún ordenamiento social. La dinamización de los ordenamientos jurídicos y sociales concretos que Jesús aporta, el arrancarlos del inmediato ámbito divino y trasladar la responsabilidad a una razón capaz de discernir, forma parte de la estructura intrínseca de la Torá misma.
En las antítesis del Sermón de la Montaña Jesús se nos presenta no como un rebelde ni como un liberal, sino como el intérprete profético de la Torá, que Él no suprime, sino que le da cumplimiento, y la cumple precisamente dando a la razón que
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actúa en la historia el espacio de su responsabilidad. Así, también el cristianismo deberá reelaborar y reformular constantemente los ordenamientos sociales, una «doctrina social cristiana». Ante nuevas situaciones, corregirá lo que se había propuesto anteriormente. En la estructura intrínseca de la Torá, en su evolución a través de la crítica profética y en el mensaje de Jesús que engloba a ambos, ella encuentra al mismo tiempo el espacio para los desarrollos históricos necesarios y la base estable que garantiza la dignidad del hombre a partir de la dignidad de Dios‖.
Entre la inmensa muchedumbre que ha acudido al templo, Jesús pasa inadvertido. Los sacerdotes, demasiado ocupados con los ritos que deben realizar, no advierten nada especial. María y José se confunden con la gente de tal manera que Dios puede acudir de incógnito a la cita. Pero un anciano y una anciana esperan discretamente en oración: esperan al Mesías, y esperan con la paciencia infinita de las personas ancianas, a las que nada puede desanimar. Por eso sus ojos medio cerrados reconocieron al Señor. Salieron a su encuentro. Siempre que Cristo acude a un encuentro, a una cita con nosotros, lo hace sin estruendo. Hoy acude pequeñín, como un recién nacido. Mañana acudirá discreto, como un amigo que llama a la puerta. Al atardecer, mendigará nuestra mirada, cuando lo expongan desnudo en una cruz. Y una vez resucitado, viene de nuevo, se aparece, pero nuestras manos no pueden retenerlo: apenas lo hemos reconocido, y ya ha desaparecido (com., Sal Terrae). Vida oculta de Cristo en Nazareth. La lección de estos dos versículos es importante: por muy Dios que sea, Cristo sigue las leyes naturales del crecimiento humano, tanto en el plano físico como en el plano de la sabiduría. Con la aceptación de comenzar su vida de hombre por el nacimiento, la infancia, la pubertad, la adolescencia, Cristo ha aceptado su misión divina en una Kenosis extraordinaria. Aceptando ese género de crecimiento, ha aceptado el no conocer sino progresivamente la orientación de su vida, las circunstancias de que estará tejida. Ha aceptado el no conocer la voluntad de su Padre, sino a través del medio familiar "de donde no podía salir nada bueno" (Jn 1, 46), los mil y un acontecimientos de la vida (Mt 26,42). Y sobre las cosas y los hombres no ha aplicado más que los juicios habituales de una inteligencia en desarrollo. Se ha negado a conocer lo que un hombre medio no puede conocer (Mt 24,36). Ha aceptado el no realizar su fidelidad al Padre, sino a través de una fidelidad absoluta a la fragilidad y a las limitaciones de la condición humana.
Aun cuando sea Dios, Jesús sigue las leyes naturales del crecimiento humano, tanto en el plano físico como en el de la sabiduría y del conocimiento. Pasando por la infancia, la pubertad, la adolescencia, vive su misión en una extraordinaria kenosis. Aun siendo Hijo de Dios, como lo es, acepta el no conocer sino progresivamente la orientación de su vida y el no descubrir la voluntad de su Padre sino a través del plano de relación y de educación que le ofrece un medio familiar y pueblerino determinado, de donde "no podía salir nada bueno" (Jn 1,46). Ha juzgado de las cosas y de las personas conforme a las formas habituales de una inteligencia en formación. Pero a través de su conciencia de niño, todavía balbuciente, y hasta su conciencia de mortal, absolutamente asustada, Jesús ha inscrito realmente en su vida de hombre la Palabra del Padre, y, por primera vez, se ha establecido una adecuación todo lo total que es posible entre una voluntad de hombre y la voluntad de Dios (Maertens-Frisque).
Este Jesús que tan pronto ha comenzado a aceptar las instituciones familiares y sociales, será el mismo que relativizará la familia y la sociedad en función del reino (cf Mc 3,35). Simeón da al niño una caracterización basándose en títulos del II Isaías: "salvación de Dios" (cf Is 40,5), "luz para alumbrar a las naciones" (cf Is 42, 6), "gloria de Israel" (cf Is 46,13). Siguiendo el contexto isaiano diremos que tenemos aquí el primer anuncio del universalismo de la misión de Jesús. A ese ancho marco que es el
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mundo y la vida toda supeditará Jesús toda institución, aun la más querida: la familia. Sin embargo, es en ella donde él fue encontrando el camino de su encarnación concreta.
Jesús será un signo de contradicción (cf Is 65,2). Jesús es un salvador para todos. Pero por un desconocido misterio del mal y del duro corazón del hombre, lo que estaba destinado a la salvación se ha convertido para algunos en mensaje de muerte.
Este será el trasfondo de toda la tragedia de Jesús. Esto es lo que a él mismo le costaba entender (Lc 4,16s). Cuando el creyente vive su mensaje en una intensidad fuerte, puede hacer surgir la contradicción hasta en el seno de su propia familia. En esos momentos de incertidumbre es donde se calibra y mide la actitud que uno tiene ante el reino. Es preciso optar con decisión.
Jesús comienza un proceso de acercamiento a Dios que ya no se extinguirá hasta la consumación de la resurrección. Este crecer de Jesús es la obra del Padre en el amor del Hijo. Nuestro esfuerzo, cualquier trabajo pequeño o grande de nuestra vida, debe encaminarse a la construcción en nosotros de esta vida de cara a Dios. Jesús fue haciendo este camino, como primera etapa, en el seno de una sencilla familia de pueblo (―Eucaristía 1978‖).
En el fondo de la escena de la presentación (2, 22-24) está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado y, por lo tanto, ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, la ley obligaba a realizar un cambio de manera que, en lugar del niño, se ofreciera un animal puro (cordero, palomas) (cfr. Ex 13 y Lev 12). Parece probable que al redactar la escena Lucas esté pensando que Jesús, primogénito de María, es primogénito de Dios. Por eso, junto a la sustitución del sacrificio (se ofrecen dos palomas) se resalta el hecho de que Jesús ha sido "presentado al Señor", es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres. Unido a todo esto Lucas ha citado sin entenderlo un dato de la vieja ley judía: la purificación de la mujer que ha dado a luz (cfr Lev 12). Para Israel, la mujer que daba a luz quedaba manchada y por eso tenía que realizar un rito de purificación antes de incorporarse a la vida externa de su pueblo. De esta concepción, de la que extrañamente han quedado vestigios en nuestro pueblo hasta tiempos muy recientes, parece que Lucas no ha tenido ya una idea clara; por eso en el texto original ha escrito "cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos", refiriéndose también a José y a Jesús. La tradición litúrgica ha corregido el texto original de Lucas, refiriéndose sólo a la purificación de María, ajustándose de esa manera a la vieja ley judía.
El centro de nuestro pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2,25-35). Jesús ha sido ofrecido al Padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza (2,29-32.34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo israel de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.
Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2,29-32) son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-35).Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2,22-24); con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para
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María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el Calvario y se extenderá después hacia la Iglesia.
Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (2, 29-32) tienen que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza, decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el sufrimiento de María.
Con las palabras de alabanza de Ana, que presenta a Jesús como redentor de Jerusalén (2, 36-38) y con la anotación de que crecía en Nazaret lleno de gracia (2, 39-40) se ha cerrado nuestro texto (com., edic. Marova).

martes, 1 de febrero de 2011

3ª semana, lunes. Los santos de la Historia Sagrada son ejemplos de fe, y «Dios tenía preparado algo mejor para nosotros». «Sed fuertes y valientes de


1. Hebreos 11,32-40. Y ¿a qué continuar? Pues me faltaría el tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. 33 Estos, por la fe, sometieron reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones; 34 apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus infermedades, fueron valientes en la guerra, rechazando ejércitos extranjeros; 35 las mujeres recobraban resucitados a sus muertos. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; 36 otros soportaron burlas y azotes, y hasta cadenas y prisiones; 37 apedreados, torturados, aserrados, muertos a espada; anduvieron errantes cubiertos de pieles de oveja y de cabras; faltos de todo; oprimidos y maltratados, 38 ¡hombres de los que no era digno el mundo!, errantes por desiertos y montañas, por cavernas y antros de la tierra. 39 Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. 40 Dios tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección.
2. Salmo 31,20-24: 20 ¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen, se la brindas a los que a ti se acogen, ante los hijos de Adán. 21 Tú los escondes en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; bajo techo los pones a cubierto de la querella de las lenguas. 22 ¡Bendito sea Yahveh que me ha brindado maravillas de amor (en ciudad fortificada)! 23 ¡Y yo que decía en mi inquietud: «Estoy dejado de tus ojos!» Mas tú oías la voz de mis plegarias, cuando clamaba a ti. 24 Amad a Yahveh, todos sus amigos; a los fieles protege Yahveh, pero devuelve muy sobrado al que obra por orgullo.
Evangelio según san Marcos 5,1-20. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
Comentario: 1.- Hb 11,32-40. Además de Abrahán y Sara, la carta recuerda otros nombres del AT que nos han dado ejemplo de una fe recia: políticos, profetas, hombres y mujeres de familia. Para que no nos desanimemos nosotros ante las dificultades de nuestro camino. Es impresionante la enumeración de las cosas que por la fuerza de su fe llegaron a hacer esas personas, conquistando reinos, domando animales, derrotando a ejércitos enemigos, curando y resucitando. Y eso a pesar de las dificultades que también ellos experimentaron, porque fueron golpeados, flagelados, encarcelados, sentenciados a muerte. No se trata de recordar a qué persona concreta corresponde cada una de las hazañas o de las penalidades, aunque algunas si fáciles de adjudicar. Es el conjunto el que impresiona y sirve de estimulo a los lectores de la carta y a nosotros. Además, su autor no se olvida de repetir que las personas que vivieron en tiempos del AT tienen el mérito de haber vivido en un tiempo de promesas, de figuras: no en los tiempos mesiánicos, como nosotros. Eran en verdad peregrinos, que no alcanzaron nunca la claridad y la seguridad que nosotros podemos tener ahora.
Este pasaje amplía la argumentación del precedente (Heb 11, 1-19) destinado a reafirmar a los convertidos del judaísmo, probados hasta el punto de querer reintegrarlo: ¡Nunca se debe volver atrás! El autor les trae a la memoria el ejemplo de los antiguos judíos, los que permanecieron fieles en la prueba, sin volver su vista atrás, sino, muy al contrario, dispuestos a la aventura de la fe. De este modo, el autor ofrece un pasaje muy semejante a los "Elogios de los Padres", de la Sabiduría (Sab 10-16) y del Eclesiástico (Eclo 40-49). La forma externa recoge el elogio de una serie de héroes: Gedeón, Barak y Sansón, que someten los reinos (libro de los Jueces) y ejercen la justicia; David, que consigue el cumplimiento de las profecías. Los profetas, como Daniel, que cierra la boca de los leones (Dan 6, 23; Jue 14, 1-10), o como los tres muchachos que dominan la violencia del fuego (Dan 3, 49-50). Otros profetas que, como Elías o Eliseo, entregan a su madre los hijos resucitados (1 Re 17, 23; 2 Re 4, 36). Hay, además, otros que, como Eleazar y los siete hermanos Macabeos (2 Mac 6-7) se han dejado torturar sin ceder, encadenar (Jer 20, 2; 37, 15), serrar (¿Isaías?), o asesinar (Mt 23, 34-35), o exiliar al desierto (1 Re 19), sin perder jamás la fe en su futuro. El argumento del autor aparece en el v. 39: los antepasados han soportado todo esto cuando todavía no podían esperar la realización de la promesa. Y nosotros que podemos esperar en esa promesa, ¿seremos menos fieles que ellos? La fe, que es algo sobrenatural, se vive dentro de la experiencia humana y se caracteriza por el don que uno hace de sí mismo para el futuro, el riesgo que uno corre de abandonar su seguridad y darse de lleno a la novedad. Los hebreos han carecido de fe mientras echaban de menos los alimentos de Egipto, en vez de confiar en el futuro en momentos en que, a decir verdad, solo podían esperar la muerte. Abraham, por el contrario, ha tenido fe, pues ha abandonado su patria convencido de que al final de su recorrido le aguardaba un reino mejor que el que había dejado. Los primeros cristianos han podido carecer de fe mientras recordaban con nostalgia Jerusalén y trataban de volver al judaísmo en lugar de confiar plenamente en el nuevo movimiento iniciado por Jesucristo. Cristo, sin embargo, había elevado la fe a la perfección con su muerte, convencido de que merecía la pena correr este riesgo para dar comienzo a una vida nueva. En una época de constantes cambios, como la que vivimos actualmente, la fe no puede quedarse estancada en una simple adhesión a cierto número de verdades; debe consistir, más bien, en la entrega de sí mismo ante el futuro y tener la plena convicción de que la muerte de algunos conceptos y el fracaso de ciertas estructuras no pueden tener la última palabra. El contenido del sacrificio de Cristo no es otro que su fe total en el Padre, capaz de hacer surgir lo inesperado más allá incluso de la muerte. Nuestra ofrenda eucarística tiene, igualmente, como contenido nuestra renuncia al pasado y la entrega de nosotros mismos a lo por venir, al acontecimiento diario. La ofrenda eucarística, en este sentido, es profesión de fe (Maertens-Frisque).
-El poder de la fe. El autor tomará ejemplo de los hombres célebres de la Biblia, que realizaron cosas difíciles por la fe. ¿Es la fe, para mí, algo más que un simple asentimiento intelectual a unas verdades? ¿A qué actos concretos me lleva? Todos los ejemplos que nos presenta la Epístola a los Hebreos son actos extremadamente humanos que proceden ciertamente de Dios pero que han sido asumidos por gente de carne y hueso en unas situaciones precisas.
-Gracias a la fe, sometieron reinos... He ahí el compromiso político. Muchos hombres de Fe encontraron, en el servicio de su pueblo o de su ciudad, la experiencia humana, en que se aplicó su Fe en Dios: Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David... y tantos otros. -Gracias a la fe, practicaron la justicia.... Recobraron sus fuerzas, después de la enfermedad... Mostraron su valentía en la guerra... Rechazaron los ejércitos extranjeros... ¡Los efectos de la Fe son varios! según las diversas vocaciones. No tenemos que copiar a los demás, pero sí que cada uno de nosotros ha de vivir del dinamismo de la Fe en la propia situación.
-Hubo mujeres que recobraron resucitados a sus hijos difuntos. Ese efecto milagroso hace resaltar por contraste los efectos precedentes. Efectivamente, la fe, aun cuando se aplique a hechos más ordinarios, es siempre una "apuesta por lo imposible". «Si tuvierais Fe como un grano de mostaza, ¡diríais a este árbol que se plantase en el mar!» (Lucas, 17-6).
-Otros fueron torturados y rehusaron la liberación. La Fe de los mártires es una de las más ejemplares. Da testimonio de Dios en el absoluto de un riesgo total. Permanecer fiel en la prueba, cuando todo se derrumba y ¡no queda más que Dios... solo! Cuando la Fe aporta seguridad, consolación, ventajas humanas, es muy ambigua. Mientras que la persecución, la prueba, la indigencia pueden ser ocasión de purificar la Fe.
-Porque querían obtener algo mejor: la resurrección. Efectivamente, éste es el núcleo de la Fe. "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe". (1 Cr 15, 14).
-Soportaron burlas y azotes, cadenas y cárceles... faltos de todo, oprimidos, maltratados... Cuando unas situaciones demasiado duras nos aplastan es útil pensar en la fe de los mártires... de antaño y de HOY.
-De hecho, éste nuestro mundo no era digno de ellos. ¡Cuántas vidas, aparentemente inútiles, inmovilizadas, por ejemplo en la cama de un hospital, son, sin embargo, vidas de inmenso valor a los ojos de Dios, aun cuando el mundo habitualmente no sepa reconocerlo! Danos, Señor, esta Fe que permite superarlo todo, dar valor a todo (Noel Quesson).
Para el autor de la carta, uno de los elementos centrales del sacrificio de Jesucristo es su eficacia: tras una interminable serie de fracasos, Jesucristo ha entrado realmente ante Dios y nos purifica a nosotros (9,11-14). De modo paralelo se subraya la eficacia de la fe. Mejor dicho, el hecho de que hay vidas realmente nuevas muestra para Heb la existencia de hombres creyentes: por la fe consiguieron aquellos héroes una vida nueva y mejor. El retrato del hombre renovado es tal vez lo que produce mayor impacto: enraizados en la fuerza de Dios consiguieron por la fe la libertad interior (11,8; 17-19; 23-27), la grandeza de espíritu necesaria para soportar el destierro (9-10; 13-16) y las pruebas (17-18), para superar el miedo (23; 27), para resistir los tormentos y la muerte (35-38); la fe les dio una visión certera y clarividente de la realidad, del engaño de los gozos efímeros (24-26), del lugar de la verdadera vida (19.26). La fe los hizo libres (11,8), valientes (34), constantes (27), acogedores (31), radicalmente nuevos (13-16; 17-19). Más aún, por la fe realizaron empresas sobrehumanas, cruzaron el Mar Rojo (29-30), subyugaron reinos, taparon bocas de leones... (33-35); por la fe consiguieron los estériles vigor para engendrar (11-12), y algunos la resurrección de sus muertos (35).
No faltan sombras en este cuadro. Esos hombres extraordinarios sufrieron incomprensiones, destierros, persecuciones, tormentos, asesinatos. Heb pone de relieve la trágica constante que culmina en Jesús; la fe de los hombres sinceros, defensores de la libertad y de la vida, provoca el resentimiento y el odio. Hay una frase que sorprende: «El mundo no se los merecía» (11,38); eran demasiado libres, demasiado clarividentes; los eternos buscadores de bellotas (Mt 7,6) eran indignos de la única vida grande que se ofrece al hombre: la vida de fe en el Dios vivo.
La conciencia de la novedad cristiana aparece en los últimos versículos (39-40): pese al testimonio elogioso del mismo Dios (2), esos hombres no consiguieron la promesa (13). La promesa se realizó solamente en Jesucristo, el único que penetró definitivamente ante Dios (9,11-12) consiguiendo la perfección (5, 8-10). Nuestra situación es una situación "mejor", ya que él nos purifica (9, 11-15) y constituye nuestra mejor esperanza (7,19). Esta situación exige también lucha y esfuerzo (5, 11ss); sin embargo, el capítulo 11 termina acentuando lo que tiene de grandeza, de sorpresa y alegría (G. Mora).
3.- Mc 5,1-20 (ver paralelos: Mt 8,28-34 y Lc 8,26-39). La imagen de dos mil puercos precipitándose monte abajo es sorprendente, no sabemos si le piden a Jesús que se marche por la perplejidad de la obra buena (recuperar el juicio y la vida de una persona que daban por perdida), y el desastre de los animales perdidos. Estamos dentro de la ambigüedad de los porqueros, que hacen una actividad pecaminosa: los rituales judíos prohíben comer cerdo, seguramente por la extensión de la triquinosis, difícil de controlar en ciertos climas, y mortal. Por eso, la explotación de esos animales es impura, pecado para los judíos. Socialmente, los porqueros eran pecadores. En este sentido, la liberación de los demonios puede dar un sentido simbólico a los puercos, como decía S. Tomás en relación con el hijo pródigo: el pecado abarca los dominios de la voluntad, la ofensa se ve por el abandono del Padre pero también en el agravio a su persona que es el dedicarse a guardar puercos. Lo acerca a ese estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra, haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de aquella herencia que reciben los hijos de Dios, reflejada en la parábola (Enarr. in ps. 18, 2, 13: PL 36, 163).
El desconcierto ahí descrito podemos sentirlo cuando estamos aferrados a lo nuestro, y lo perdemos. Por ejemplo, el campesino siente algo de esto cuando pierde una cosecha (ahora la tienen asegurada muchas veces), o el accionista cuando sus acciones caen de valor. Jesús prioriza las personas, como nosotros hemos de ocuparnos del hambre en el tercer mundo y tantas guerras injustas. Helder Cámara decía: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».
** Pero de entre diversos aspectos que resaltan en este milagro, nos fijaremos en el contrapunto de la curación: la contradicción a la que Jesús es sometido, el desprecio por el que le piden –con cierto miedo- que se vaya. En muchos lugares del Evangelio veremos las dificultades a las que se enfrenta Jesús (en Mt. 8, 23 se ve la tempestad, imagen de tantas contrariedades). Se nos dirá en otro lugar: carísimos, cuando Dios os pruebe con el fuego de la tribulación, no os extrañéis, como si os aconteciese una cosa muy extraordinaria (1 Pet. 4, 12); si el mundo os aborrece, sabed que antes me aborreció a mí (Jn. 15, 18). Desde la persecución de Herodes, el mal amenaza a Jesús, y Él confía siempre en el Señor: Ad te, Domine, levavi animam meam (Ps 24, 1): ―a ti, Señor, he elevado mi alma. Veremos intrigas y calumnias incomprensibles, lágrimas pero no dejan de acompañarle la alegría y la paz de hacer la voluntad de Dios. De alguna manera seguir a Jesús es también acoger la cruz, y esas reacciones en contra.
*** Dentro del ambiente de desagradecimiento, vemos la alegría del que había sido poseído, que muestra gratitud hacia el Señor. En todas las curaciones de alma y cuerpo, la alegría de bien hecho es mucho más fuerte que el mal, envidias y rencores. El que ha sido curado es agradecido. Quiere seguir a Jesús, quien le indica lo que hace unos días vimos que le decía también al que curó de la parálisis: “vete a tu casa”. Es un volver a lo de antes, pero con una luz nueva, la luz de la fe que hace ver las cosas como las ve Dios.
Después del encuentro con Jesús, el de Gerasa quedó «sentado, vestido y en su juicio». Todos necesitamos ser liberados de la legión de malas tendencias que experimentamos: orgullo, sensualidad, ambición, envidia, egoísmo, violencia, intolerancia, avaricia, miedo. Jesús quiere liberarnos de todo mal que nos aflige, si le dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿decimos con seriedad la petición: «líbranos del mal»? ¿o tal vez preferimos no entrar en profundidades y le pedimos a Jesús que pase de largo en nuestra vida? En Gerasa los demonios le obedecieron, como le obedecían las fuerzas de la naturaleza. Pero los habitantes del país, por intereses económicos, le pidieron que se marchara. El único que puede resistirse a Cristo es siempre la persona humana, con su libertad. ¿Nos resistimos nosotros, o nos de jamos liberar de nuestros demonios? (J. Aldazábal).
Jesús siempre puso por delante a las personas, incluso antes que las leyes y los poderosos de su tiempo. Pero nosotros, demasiadas veces, pensamos sólo en nosotros mismos y en aquello que creemos que nos procura felicidad, aunque el egoísmo nunca trae felicidad. Como diría el obispo brasileño Helder Cámara: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean» (Ramon Octavi Sánchez Valero). La mayor necedad de los gerasenos fue no reconocer a Jesús que los visitaba. El Señor pasa cerca de nuestra vida todos los días. Si tenemos el corazón apegado a las cosas materiales, no lo reconoceremos; y hay muchas formas muy sutiles de decirle que se vaya de nuestra vida: deseo desordenado de mayores bienes, aburguesamiento, comodidad, lujo, caprichos, gastos innecesarios. Nosotros debemos estar desprendidos de todo lo que tenemos. El desasimiento hace de la vida un sabroso camino de austeridad y eficacia, y debemos estar vigilantes para no caer en estas formas de apegamiento a los bienes materiales. Nosotros le decimos al Señor después de la Comunión, las palabras de San Buenaventura: Que Tú seas siempre mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Señor, ¿a dónde iría yo sin Ti? (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté

4ª semana, domingo A. La pobreza de espíritu, o humildad, es el camino que nos conduce a la felicidad del reino de Dios: “bienventurados los pobres en

Lectura del Profeta Sofonías 2,3; 3,12-13. Buscad al Señor los humildes, / que cumplís sus mandamientos; / buscad la justicia, / buscad la moderación, / quizá podáis ocultaros / el día de la ira del Señor.
Dejaré en medio de ti / un pueblo pobre y humilde, / que confiará en el nombre del Señor.
El resto de Israel no cometerá maldades, / ni dirá mentiras, / ni se hallará en su boca una lengua embustera; / pastarán y se tenderán sin sobresaltos.

Sal 145,7.8-9a.9bc-10 R/. Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
El Señor hace justicia a los oprimidos, / da pan a los hambrientos. / El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego, / el Señor endereza a los que ya se doblan, / el Señor ama a los justos, / el Señor guarda a los peregrinos.
El Señor sustenta al huérfano y a la viuda / y trastorna el camino de los malvados. / El Señor reina eternamente, / tu Dios, Sión, de edad en edad.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1,26-31. Hermanos: Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así -como dice la Escritura- el que se gloríe que se gloríe en el Señor.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,1-12a. En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios».
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Comentario: 1. So 2,3.12-13: Tras la invasión de Senaquerib (a. 7O1 a. de Xto.), Judá vive una etapa de decadencia política y religiosa. Durante el reinado de Manasés (698-643) no desaparece como reino, pero se ve obligada a pagar tributo al extranjero y a admitir el culto de los vencedores, incluso en el templo de Jerusalem (II Rey. 21,4ss). Es una etapa de idolatría, corrupción social e indiferencia religiosa: "¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora!... no confiaba en el Señor...; sus príncipes... eran leones rugientes; sus jueces, lobos a la tarde...; sus profetas, unos fanfarrones...; sus sacerdotes profanaban lo sacro..." (3, 1ss). Y en medio de esa densa niebla surge, a mediados del s. VII a. de Xto., una luz. Asur empieza a declinar políticamente (se predice la caída de Nínive) y en Judá, bajo la batuta de su nuevo rey Josías (640-609), se inicia un movimiento de restauración política y religiosa (reforma de Josías y promulgación del Deuteronomio).
En este contexto, histórico, Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con Josías en la gran reforma religiosa. Una idea dominante aparece a lo largo de su corto libro: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira"). El hombre ha de rendir cuenta a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo. Al final, un resto de Israel se salvará (2,7.9;3,13); Sofonìas cierra su obra como otros muchos profetas, con un oráculo de restauración (3,9-20: se ha dudado mucho de la autenticidad de estos versículos). Vamos al Texto de la lectura de hoy:
1) 1,7-2,3: - En 1, 7-18 se describe el día del juicio del Señor (Dies Irae) en el que se va a pedir cuentas para castigar. El heraldo anuncia un banquete en el que los invitados van a ser juzgados y destinados a morir. Entre los reos aparecen los nobles y los príncipes reales, los que buscan el enriquecimiento a través del engaño y de la virulencia, los comerciantes injustos, los que niegan la acción de Dios en la historia... La ira divina no es ninguna pasión, algo negativo, sino que por el contrario es algo muy positivo: el no conformarse, sublevarse y salir al paso de las injusticias humanas. Ese día de la ira es veloz como un soldado y trae la destrucción por doquier. El hombre debe prepararse para este día: En 2,1-3, el heraldo se dirige a dos grupos muy diversos: "el pueblo despreciable" que va a ser aniquilado y el "pueblo humilde" que buscando la justicia busca a Dios.
2) 3,9-20: -En forma de himno se invita a Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores, festeja exultante" (v.14). El miedo debe ser desterrado: "no temas, no te acobardes" (vs. 15-16). ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la anterior de humillación y de corrupción. La Jerusalén humillada por tiranos (v.15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses extranjeros será el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v.20) quienes, unificados, invocarán y servirán al Dios del Israel (vs. 9-10). Su nuevo amo será un rey y soldado victorioso: el Señor (vs. 15-16). La Jerusalén rebelde, manchada y opresora (vs. 1-2) por la conducta denigrante de sus príncipes, jueces, profetas y sacerdotes (vs.3-4) queda purificada con la presencia de Dios como rey y guerrero, garantía de prosperidad y de protección eficaz para el pueblo (vs. 15-16; cfr.Ez. 48,35;Zac.8,23). La restauración reúne a los dispersos (v.19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras..." (vs. 12 s). Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor: El "se goza, se alegra contigo, se llena de júbilo" (v.17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto "pastarán y se tenderán sin que nadie les espante". Es muy duro ser pobre y humilde en nuestro mundo; los soberbios, arrogantes y mentirosos están mejor vistos. Los últimos suelen triunfar, mientras que a los primeros se les deja de lado: no ocupan cargos importantes, ni van de etiqueta por la vida. Muchas veces su sinceridad les hace perder la confianza de sus jefes, perdiendo sus puestos incluso en la misma Iglesia de Dios. En el hombre no deben confiar, pero sí en Dios ya que éste acoge lo humilde y necio del mundo para confundir a los prepotentes y arrogantes. Este es el mensaje de Sofonías, de Pablo y del Evangelio. El peligro de armas nucleares, las promesas políticas que no se cumplen, el miedo de los eclesiásticos al mensaje evangélico por servir a su señor de turno, el fallo de los jueces que sólo atienden al lucro... ¿Dejan pastar al pueblo y que se tienda sin que nadie les espante? ¿Pueden estar alegres y vivir en paz? Por eso, como Sofonías, también nosotros esperamos ese día de la venida del Mesías. Sólo El puede traernos la auténtica paz y alegría (A. Gil Modrego).
Al profeta Sofonías le tocaron años de gran efervescencia política y religiosa. Israel y sus jefes iban tras alianzas con Egipto que garantizasen su seguridad contra Asiria. El rey de Judea, Amón, fue asesinado por unos oficiales egiptófilos. Se produce una contrarevolución inmediata del "pueblo de la tierra", gracias a la cual, Josías, que tiene entonces ocho años, sube al trono. Es en esa época cuando profetiza Sofonías. Y anuncia un día terrible, "el día del Señor" (1,2s), para aquellos que no confían en Dios y sí en tratados políticos. Por eso, para que la desgracia no se abata sobre ellos, llama a los "humildes" a la conversión. Los humildes se oponen, en Sofonías, a todos los que encuentran su fuerza en ellos mismos: los dignatarios (1,8-9), los ricos (1,10-11), los que no les importa Dios (1,12). Pero el profeta habla claro: la única actitud posible para mantenerse es "buscar a Dios". Encontramos aquí un eco del sermón del monte.
Por otra parte, la teología del "resto de Israel" tuvo gran importancia en el AT. Es el grupo que sobrevive a las numerosas catástrofes de la historia de Israel. Es un resto "santo" (Jr 6,9;Ez 9,8), es decir, que ha puesto toda su confianza en Dios. Es un grupito de gentes que se mantiene en la fidelidad a pesar de las dificultades (cf. Rom 11, 2-5). Este hecho ha motivado en los profetas la esperanza de que el pueblo sigue siendo el elegido, de que Dios sigue estando con su pueblo. De ahí que el mantenerse en fidelidad sea una auténtica gracia divina. Estos han de ser los transmisores de la promesa. Este resto está formado por gente "pobre" en el sentido total de la palabra. Son los que están abiertos a Dios. Todas estas palabras de Sofonías tienen gran sabor a "bienaventuranzas". El hombre abierto a Dios y sensible a su hermano está cumpliendo el maravilloso y lejano mensaje de Jesús (“Eucaristía 1990”). “El Resto de Israel”, los que se escapan a la tentación de infidelidad a Dios, no sólo es algo que sucedió en la historia. En la persona de cada uno de nosotros se desarrolla el mismo drama. El amor de Dios manifestado en cada una de nuestras existencias es acogido y respondido en fidelidad por escasos sectores de nuestra persona. Son mucho más amplios los sectores de incredulidad que los de fe y confianza en cada uno de nosotros. Esta es la actualidad de la imagen del "resto". Pero de ese pequeño resto de nuestra persona el Espíritu construye como desde un germen minúsculo la Nueva Criatura del creyente, del renacido, del perteneciente al Reino de Dios. Los sectores más pobres y humildes de nuestro ser son la cuna, el portal de Belén en donde se manifiesta de manera misteriosa y poco perceptible las más de las veces la gloria de Dios en cada uno de nosotros. Si Dios amó al "resto" de manera especial, nuestra conciencia de cristianos nos asegura que es en las partes más pobres de nuestro ser donde se manifiestan y realizan las "maravillas de Dios". Aquí tenemos el paradójico programa de nuestra existencia cristiana, que es existencia en el Espíritu (Carlos Castro).
Hace tiempo que el profeta ha perdido toda esperanza en la conversión de la clase dirigente, de los dignatarios y sacerdotes de Judá. Por eso la catástrofe nacional es inevitable, pero "quizás" exista aún la posibilidad de que "los pobres de la tierra", el pueblo llano y humilde, pueda escapar sano y salvo cuando llegue el día de "la cólera de Yavé". Por eso la exhortación del profeta se dirige a este pueblo, no a la clase dirigente. La salvación de los pobres depende mucho de la capacidad que tengan para reaccionar y superar el desaliento que padecen. Sofonías les invita a "buscar a Yavé" (cfr. 1,6;Am 5,4-6 y 14-2) con todas sus fuerzas y a desear la justicia. Ellos son los mejor dispuestos para buscar a Yavé y su justicia. Vivamente les recomienda que recuperen el "ánimo y busquen" ellos mismos, en vez de dejarse llevar por el desaliento y por los que desalientan con su conducta al pueblo.
Mientras la literatura sapiencial bíblica tiende a considerar la pobreza como el resultado de la pereza, los profetas ven en los pobres a los oprimidos y en la pobreza de éstos la consecuencia de la injusta riqueza de los ricos. Para Sofonías los "humildes de la tierra" son los justos, pero también la ínfima clase social constituida por los jornaleros del campo. La posibilidad que tienen los pobres de salvarse se anuncia ahora como promesa de Dios que ha de cumplirse. El pueblo pobre y humilde será el "resto de Israel" (cfr. Mi 2,12) y el heredero de todas las promesas. Los pobres de la tierra, desposeídos de la riqueza y el poder, tendrán ocasión de poner toda su confianza en Dios. Y se apartarán de toda falsa autosuficiencia y la vana pretensión de apoyarse en el prestigio de una sabiduría extranjera; tampoco confiarán en alianzas políticas con las grandes potencias. Dios será su único y verdadero refugio (“Eucaristía 1987”).
2. Salmo 145: El Salmo, que es un canto de alabanza habla del Señor como rey verdadero y justo, que es el defensor de los que nadie defiende. Los forasteros, las viudas y los huérfanos" son las tres categorías de personas que representan a los "pobres" que no tienen otro defensor más que el Señor, el rey de Israel.
No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar: Y San Agustín comenta: "No sé por qué extraña debilidad, el alma humana, al ser atribulada, desespera del Señor en este mundo y pretende confiar en el hombre. Dígase a una persona que se encuentra en algún aprieto: «Hay un varón poderoso que puede salvarte.» Al oír esto, sonríe, se alegra y recobra el ánimo. Pero si se le dice: «Dios te libra», se queda desesperanzado y como helado. ¡Te promete socorro un mortal, y te gozas; te lo promete el Inmortal, y te entristeces! ¡Ay de tales pensamientos! ... Sólo en el Hijo del Hombre está la salvación; y en Él reside no porque sea Hijo del Hombre, sino porque es Hijo de Dios".
Por eso, Cristo es el sacramento del encuentro con Dios y los Sacramentos actos de salvación personal de Cristo. No existe otro acontecimiento salvífico, otro nombre en el que podamos encontrar nuestra salvación (Act 4,12), ni otro sacramento que Cristo.
Dichoso el que espera en el Señor, su Dios: Por ser ya bienaventurado, Jesús poseía y gozaba plenísimamente de Dios, que es el objeto primario de la esperanza, y, por tanto, carecía de esta virtud. No obstante, como explica Tomás de Aquino, pudo tenerla -y la tuvo de hecho- con relación al auxilio de su Padre para alcanzar la glorificación e inmortalidad de su Cuerpo. Además, "a lo largo de toda su actividad terrena, el Señor, que experimentaba continuamente a su alrededor el favor de su Padre, percibió de una manera espontánea y vital los sentimientos contenidos en este salmo. Para Él mismo sería grato alabar (v. 1) al Padre entonando este mismo himno de alabanza. No obstante, siendo esto verdad, es sobre todo durante las afrentas de su Pasión cuando el Señor obtuvo una experiencia más intensa de este favor con que su Padre le rodea. Parece que el salmo canta en sintonía con el martillo que le cose al madero y, cuando acaban de crucificarle con los mismos instrumentos de su profesión, exclama: 'In manus tuas commendo spíritum meum'. En medio de este confiado abandono recibe la recompensa de su Resurrección gloriosa. Así pues, el salmo, puesto en labios de Cristo resucitado, se reviste de una luz del todo nueva. El Señor puede dejarnos desprovistos de apoyos humanos y proclamar, en virtud de su experiencia decisiva después de la Pasión, que son verdaderamente dichosos quienes eligen por protector a Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él." (P. Guichou).
"Actualmente Cristo no reina de un modo perfecto en sus miembros porque sus corazones están distraídos en pensamientos vanos... pero cuando este cuerpo mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15: 24), y abandone el mundo, se desgajará de esas distracciones y, entonces, Cristo reinará de un modo perfecto en sus Santos y 'Dios será todo en todos.' (1 Cor 15: 28). La contemplación del Profeta le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en el que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne" (Casiodoro).
Este "himno" del reino de Dios, parte del "último Hallel", que a través de las alabanzas canta el amor de Dios en una especie de carillón festivo, más sensible en hebreo por la repetición, nueve veces, de una misma construcción gramatical que se llama el "participio hímnico": Dios -Que ha creado los cielos -Que mantiene su fidelidad -Que hace justicia a los oprimidos... -Que da el pan a los hambrientos...
Yahvéh -Que libera a los prisioneros...
Yahvéh -Que abre los ojos a los ciegos... -Que endereza a los encorvados...
Yahvéh -Que ama a los justos...
Yahvéh -Que guarda a los peregrinos... -Que protege al huérfano y a la viuda...
(En esta traducción, hemos tratado de hacer sensible la asonancia final ("I M" en hebreo), que crea un efecto de balanceo, como el de un carillón: la misma sílaba vuelve al final de cada verso como una rima). Podemos imaginar dos coros que se contestan, haciéndose eco. Observad la especie de letanía de desgraciados a los cuales ayuda Dios: los "oprimidos", los "hambrientos", los "prisioneros", los "ciegos", los "abatidos", los "extranjeros", las "viudas", los "huérfanos"... ¡Toda la desgracia del mundo que conmueve a Dios! Observad la triple afirmación de pertenencia: "Mi Dios"... "Su Dios"... "Tu Dios"... ¡Admirable familiaridad!
Jesús, lejos de contar en los poderes mundanos, deliberadamente se pone de lado de los pobres, desde el pesebre hasta la cruz, apoyándose únicamente en su Padre. Muchos milagros de Jesús fueron el cumplimiento de esta palabra: la multiplicación de los panes para los hambrientos, la devolución de la vista a los ciegos, la liberación de los prisioneros del pecado... A la sala del festín mesiánico, los pobres, los lisiados, los encorvados, los ciegos, son los primeros invitados. Igual que el salmo, Jesús pronunció también "bienaventuranzas": "bienaventurado aquel cuyo auxilio es Dios... Bienaventurado el que escucha la palabra de Dios..." Y a estas Bienaventuranzas, corresponde una "maldición" igual que en el salmo: "deja extraviar a los malvados"... "Ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo". (Lucas 6,24). Jesús repitió a menudo, con este salmo, que la vida materialista conduce a la nada. Recordemos lo del rico que quería ampliar sus ¡graneros! "No confiéis en los poderosos, ellos vuelven a la tierra, y ese día sus proyectos se desploman".
Señor, concédenos esta felicidad profunda. Haz que creamos que allí, y únicamente allí está la felicidad estable, que nada, absolutamente nada, puede lastimar ni empañar. "El hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay..." De tiempo en tiempo, hay que cerrar los ojos, y evocar este gran universo creado. Decid al menos, ¡que es fantástico y bello! En una hermosa noche sin nubes, mirad las estrellas, imaginad las galaxias. Pensad en la vida que bulle, en millares y millares de seres sobre la tierra y en el fondo del mar.
"El, que guarda fidelidad eternamente..." Seguidamente, luego de evocar el poder creador, el salmista pasa sin previa advertencia, como la cosa más natural, a la "fidelidad amorosa y eterna" de Dios. Podría uno imaginar lejano, este gran Dios del universo. Esto hacen muchos filósofos. Pero escuchad: El se ocupa con predilección de los pequeños, de los maltrechos, de los despreciados, de los desgraciados. Para ellos reserva todas sus bendiciones: "hace justicia"..., "da...", "libera...", "abre...", "levanta...", "desata...", "protege...", "sostiene...". Sólo los orgullosos, los autosuficientes reciben una maldición: basta abandonarlos a su propia suerte, "dejar que se extravíen"... Van hacia el polvo, ya que rechazan el destino divino, eterno, que se les ofrece.
"Si Dios se interesa por los desgraciados... ¿Tú qué? ¿Qué haces?... Proteger, guardar, curar, levantar, sostener. Dios ha confiado al hombre sus propias tareas. Si el hombre es "este humilde polvo inconsistente, tiene la admirable dignidad de poder imitar a Dios. "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", decía Jesús. He ahí, en las palabras de este salmo, todo el compromiso del cristiano por la promoción, por el desarrollo, por el "servicio", personal y colectivo de la sociedad. "El Señor reinará de generación en generación... ". ¡Venga tu reino, hágase tu voluntad sobre la tierra, en los grupos humanos a los que pertenezco! (Noel Quesson).
«No confiéis en los príncipes». Aviso oportuno que adapto a mi vida y circunstancias: No dependas de los demás. No me refiero a la sana dependencia por la que el hombre ayuda al hombre, ya que todos nos necesitamos unos a otros en la común tarea del vivir. Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a «príncipes». Nada de príncipes en mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía. Sólo rindo juicio ante ti, Señor. Acato tu sentencia, pero no acepto la de ningún otro. No concedo a ningún hombre el derecho a juzgarme. Sólo yo me juzgo a mí mismo al reflejar en la honestidad de mi conciencia el veredicto de tu tribunal supremo. No soy mejor porque me alaben los hombres, ni peor porque me critiquen. Me niego a entristecerme cuando oigo a otros hablar mal de mí, y me niego a regocijarme cuando les oigo colmarme de alabanzas. Sé lo que valgo y lo que dejo de valer. No rindo mi conciencia ante juez humano. En eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como persona. Mi vida está en mi conciencia, y mi conciencia está en tus manos. Tú solo eres mi Rey, Señor. «Dichoso aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (Carlos G. Vallés).
Juan Pablo II comentó así esta Felicidad de los que esperan en Dios: “El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v. 10). De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2, 15), que tiene como meta la desesperación. En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8, 14), como un hilo de hierba verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145, 4).
Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve. Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor”.
Orígenes, al comentar "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3. 1 Co 1,26-31: Pablo quiere llegar a deshacer los partidos y divisiones que desgraciadamente se han instalado en la comunidad de Corinto. Aparte de hacer ver que él no ha formado ningún partido, ni siquiera ha sido enviado a bautizar (1,14s), Pablo expone su teología de contradicción a la sabiduría humana. La fe cristiana no se construye en adhesión a una determinada ciencia, sino en la adhesión gratuita a la persona de Jesús. Con cariño, recuerda a los cristianos su procedencia social. El creyente solamente se gloría y tiene interés verdadero en la persona de Jesús. El apóstol desarrolla una teología, semejante a la presente, en la carta a los Romanos: ni el judío con su ley, ni el pagano con su conciencia han logrado salir del hoy en que se hallaban metidos. Solamente el mecanismo de rehabilitación realizado en la muerte del juez juzgado, que es Jesús, ha posibilitado la justificación y la salvación. En este caso, "¿dónde queda el orgullo?" (Rm 3,27). No tiene sentido. Este planteamiento radical de fe hace del que cree uno que o confía en Dios o encuentra sin salida el camino de su vida. Así de sencillo y así de maravilloso.
Ser en Xto Jesús. Ahí, el verbo debe tomarse en sentido fuerte: Dios os ha elegido a vosotros, que no existíais a los ojos del mundo (v. 26-29), a fin de que existierais en Cristo. Por tanto, tenéis motivos para enorgulleceros, pero no por vosotros mismos, por lo que sois a los ojos de los hombres, sino por lo que sois, en Jesucristo, a los ojos de Dios (v.29,31). Gloriarse en el Señor es la actitud del más pobre, porque no tiene nada de que gloriarse y, en todo caso, sólo puede gloriarse del triunfo del otro. Es la actitud del que se apresta a cumplir las bienaventuranzas (cf. evangelio), el único programa realista del que se sabe pobre delante de Dios. Con razón dice Pablo que pensar así es una auténtica locura (“Eucaristía 1990”).
Pablo invita a los corintios a tomar conciencia de lo que sucede en su propia comunidad y aprendan así a descubrir lo que es verdaderamente importante para responder a la llamada de Dios. La experiencia de la fe que tiene esta comunidad confirma lo que había dicho Jesús: que los pobres son los evangelizados y que de ellos es el Reino de Dios. Pues Dios se complace en elegir a los pobres, a los ignorantes, a los humildes, para que en medio de la debilidad y de la ignorancia resplandezca la fuerza y la sabiduría divinas. Y esto lo pueden comprobar ellos mismos con tal de fijarse en los que asisten a sus asambleas. La descripción que hace Pablo de la comunidad cristiana de Corinto coincide con la que se hace de otras comunidades cristianas en los Hechos. El evangelio y la experiencia del evangelio de los primeros cristianos demuestran que Dios descalifica todos los caminos de salvación que ofrece el mundo: el poder, la riqueza, la sabiduría humana. Lo único que puede salvarnos es la fuerza liberadora que se manifiesta en la Cruz de Cristo. En él tenemos los creyentes la sabiduría, la justicia, la santificación y la liberación. Y para recibir todo esto lo único necesario es la pobreza bien entendida que nos libera de la falsa autosuficiencia y nos abre a la gracia de Dios. El pobre no tiene nada de qué gloriarse, pero lo recibe todo para gloriarse en el Señor. Una Iglesia en la que brillan y se destacan las eminencias y los importantes de este mundo contradice el proyecto de salvación de Dios en Jesucristo (“Eucaristía 1987”).
Corinto, la ciudad opulenta, será el escenario para hablarnos de la sabiduría de la cruz, de la pobreza de espíritu que vence al dominio del mundo, la sabiduría del mundo cede ante esta locura del amor.
Cristo es sabiduría por dos motivos: porque es revelación del Dios invisible y porque es el corazón del cosmos y el primogénito de la humanidad (Col. 1, 15-16). Es decir, que el esfuerzo desplegado por el cristiano para conocer al cosmos y al hombre depende también del Cristo-sabiduría. El Evangelio es una epifanía gratuita de Dios, es luz sobre el mundo y sobre el hombre, es la llave del equilibrio de uno y otro. Se accede por todos los tipos de sabiduría que posee el hombre para conocerse mejor y para conocer mejor el mundo, y, sin embargo, ninguno de estos tipos es capaz de reivindicar por él el Evangelio. No se identifica más con el análisis marxista de las cosas que su análisis capitalista, y, debido a esto, será siempre un poco la "locura" para los sistemas humanos. Eso no obstante, la verdad es que no se puede pasar marginando el punto de penetración máxima del relato de Pablo. La sabiduría humana no es el único ni el mejor medio de revelar a Jesucristo; Pablo mismo se complace en ver en la pobreza de los cristianos en este terreno el signo por excelencia de la presencia de Dios que hace nacer a su Iglesia de lo que no existe (cf. Mt. 11, 25). ¿No suceden así ya las cosas en la humanidad, en la que, por pobres que sean, son precisamente los más desafortunados y no los más cultivados quienes revelan a los demás que la dignidad de la persona vale más que el pan que se les da? Y nuestra propia debilidad y nuestra impotencia para vencer el pecado, ¿no son acaso también el signo de la elección divina? Nuestras asambleas eucarísticas reúnen hoy a muchas personas "bien nacidas", a sabios y a poderosos. Y no por eso dejan de celebrar aún a Aquel que vino en la debilidad y la locura (Maertens-Frisque).
4. Mt 5,1-12a (ver Lc 6,20-23; fiesta de Todos los santos, y Domingo 6 C). "Dichosos", bienaventurados… ocho tipos de personas, con sufrimiento y riesgo: pobres en el espíritu, sufridos o no violentos, los que lloran, hambrientos y sedientos de justicia, misericordiosos o los que prestan ayuda, limpios de corazón, trabajadores o constructores de la paz y, por último, perseguidos por causa de la justicia. Lo que se declara bienaventurado son las personas y no las situaciones (que son malas). El carácter programático de estas palabras, lejos de ser anestesiantes, ilumina el concepto de discípulo seguidor de Jesús, estilo de vida caracterizado por la solidaridad con los que sufren y por la construcción de un orden de cosas diferente. A su vez, las palabras de Jesús confieren a este estilo de vida una perspectiva trascendente. El seguidor de Jesús sabe que cuenta con Dios y que los riesgos y las dificultades no serán quienes tengan la última palabra. Por eso se sabe y se siente bienaventurado el seguidor de Jesús (A. Benito). Ante el desánimo de toparse con el dolor, los ojos ven la cruz y al Señor, y llenos de confianza toman esa situación y la llevan con garbo, sin mandarlo todo a paseo y sin “quemarse”, llenos de esperanza.
Los "anawim" (los "humildes de la tierra" en expresión de Sofonías, primera lectura de hoy), que es el contexto en el que debe interpretarse el mensaje de las bienaventuranzas, nos da un concepto de pobreza en el que se encuentran los dos aspectos de la primera bienaventuranza: pobreza espiritual y social, los justos pertenecen de hecho a la clase social más baja.
Al proclamar estas tres o cuatro bienaventuranzas primitivas, Jesús no enunció probablemente condiciones para entrar en el Reino. Más aún: debió de proclamar a la manera profética que determinadas situaciones desgraciadas (las más típicas habitualmente consideradas en el estilo profético) habían por fin provocado la atención benevolente de Dios, que sin tardar y gratuitamente iba a hacer llegar su Reino (Maertens-Frisque). Al mismo tiempo, hay ahí encerrado un misterio: la "obertura" del sermón de la montaña es una proclamación, una promesa, una llamada cordial a la felicidad que viene de Dios. Las bienaventuranzas son como un retrato del verdadero pueblo de Dios. Los pobres, entre los que podemos incluir a los que lloran, y a los humildes, son esta categoría de personas desvalidas, conscientes de que solos no pueden salir de su situación y que no quieren salir de ella a base del poder y la fuerza. De hecho, algunos autores afirman que se podría explicar el término "humildes" diciendo "no-violentos". Son aquellos que tienen a Dios por rey, según la expresión de Isaías y del salmo que hemos leído. La "justicia" va más allá de lo que entendemos normalmente por justicia. Es la relación correcta con Dios, con los demás y con el mundo. Practicar la justicia es hacer la voluntad de Dios, que a menudo se contrapone a los deseos humanos, lo que provoca la persecución para los que quieren ser justos.
Los "misericordiosos" son los que se ponen en la piel del otro y actúan en consecuencia: dan de comer al que tiene hambre, etc.
Los "limpios de corazón" son los que viven la actitud contraria a lo que entendemos cuando hablamos de fariseísmo.
Hay que entender a "los que trabajan por la paz" como aquellos que trabajan positivamente por la paz, entendida como la plenitud de vida que Dios quiere para todos los hombres.
El resto del sermón de la montaña y todo el evangelio de Mateo irán concretando esta proclamación inicial del modo de ser de los discípulos de Jesús.
Una proclamación acompañada de una promesa que, resumiendo, es el Reino de los cielos, el Reino de Dios, es decir, la vida en Dios. Podríamos ponerle como título el que encontraremos más adelante: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (J. M. Grané).
Todos queremos ser felices, dice S. Agustín, y así explica el camino para llegar: “Comienza, pues, a traer a la memoria los dichos divinos, tanto los preceptos como los galardones evangélicos. Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. El reino de los cielos será tuyo más tarde; ahora sé pobre de espíritu.
¿Quieres que sea tuyo el reino de los cielos más tarde? Considera de quién eres tú ahora. Sé pobre de espíritu. Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu. El reino de los cielos está arriba, pero quien se humilla será ensalzado (Lc 14,11).
Pon atención a lo que sigue: Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. Ya estás pensando en poseer la tierra. ¡Cuidado, no seas poseído por ella! La poseerás si eres manso; de lo contrario, serás poseído. Al escuchar el premio que se te propone: el poseer la tierra, no abras el saco de la avaricia, que te impulsa a poseerla ya ahora tú solo, excluido cualquier vecino. No te engañe el pensamiento. Poseerás verdaderamente la tierra cuando te adhieras a quien hizo el cielo y la tierra. En esto consiste el ser manso: en no poner resistencia a Dios, de manera que en lo bueno que haces sea él quien te agrade, no tú mismo; y en lo malo que sufras no te desagrade él, sino tú a ti mismo. No es poco agradarle a él, desagradándote a ti mismo, pues agradándote a ti le desagradarías a él.
Presta atención a la tercera bienaventuranza: Dichosos los que lloran, porque serán consolados. El llanto significa la tarea; la consolación, la recompensa. En efecto, ¿qué consuelos reciben los que lloran en la carne? Consuelos molestos y temibles. El que llora encuentra consuelo allí donde teme volver a llorar. A un padre, por ejemplo, le causa tristeza la pérdida de un hijo, y alegría el nacimiento de otro; perdió aquél, recibió éste; el primero le produce tristeza, el segundo temor; en ninguno, por tanto, encuentra consuelo. Verdadero consuelo será aquel por el que se da lo que nunca se perderá ya. Quienes lloran ahora por ser peregrinos, luego se gozarán de ser consolados.
Pasemos a lo que viene en cuarto lugar, tarea y recompensa: Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Ansías saciarte. ¿Con qué? Si es la carne la que desea saciarse, una vez hecha la digestión, aunque hayas comido lo suficiente, volverás a sentir hambre. Y quien bebiere -dijo Jesús- de este agua, volverá a sentir sed (Jn 4,13). El medicamento que se aplica a la herida, si ésta sana, ya no produce dolor; el remedio, en cambio, con que se ataca al hambre, es decir, el alimento, se aplica como alivio pasajero. Pasada la hartura, vuelve el hambre. Día a día se aplica el remedio de la saciedad, pero no sana la herida de la debilidad. Sintamos, pues, hambre y sed de justicia, para ser saturados de ella, de la que ahora estamos hambrientos y sedientos. Seremos saciados con aquello de lo que ahora sentimos hambre y sed. Sienta hambre y sed nuestro hombre interior, pues también él tiene su alimento y su bebida. Yo soy -dijo Jesús- el pan que ha bajado del cielo (Jn 6,41). He aquí el pan adecuado al que tiene hambre. Desea también la bebida correspondiente: En ti se halla la fuente de la vida (Sal 35,10).
Pon atención a lo que sigue: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. Hazla y se te hará; hazla tú con otro para que se te haga contigo, pues abundas y escaseas. Oyes que un mendigo, hombre también, te pide algo; tú mismo eres mendigo de Dios. Te piden a ti y pides tú también. Lo que hagas con quien te pide a ti, eso mismo hará Dios con quien le pide a él. Estás lleno y estás vacío; llena de tu plenitud el vacío del pobre para que tu vaciedad se llene de la plenitud de Dios.
Considera lo que viene a continuación: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Éste es el fin de nuestro amor: fin con que llegamos a la perfección no fin con el que nos acabamos. Se acaba el alimento, se acaba el vestido; el alimento se acaba porque se consume al ser comido; el vestido porque se concluye su tejedura. Una y otra cosa se acaban, pero un fin es de consunción, otro de perfección. Todo lo que obramos, lo que obramos bien, nuestros esfuerzos, nuestras laudables ansias e inmaculados deseos, se acabarán cuando lleguemos a la visión de Dios. Entonces no buscaremos más. ¿Qué puede buscar quien tiene a Dios? O ¿qué le puede bastar a quien no le basta Dios? Queremos ver a Dios, buscamos verlo y ardemos por conseguirlo. ¿Quién no? Pero mira lo que se dijo: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Prepara tu corazón para llegar a ver. Hablando a lo carnal, ¿cómo es que deseas la salida del sol, teniendo los ojos enfermos? Si los ojos están sanos, la luz producirá gozo; si no lo están, será un tormento. No se te permitirá ver con el corazón impuro lo que no se ve sino con el corazón puro. Serás rechazado, alejado; no lo verás. Pues dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. ¿Cuántas veces ha repetido la palabra dichosos? ¿Qué cosas producen esa felicidad? ¿Cuáles son las obras, los deberes, los méritos, los premios? Hasta ahora en ninguna bienaventuranza se ha dicho porque ellos verán a Dios... Hemos llegado a los limpios de corazón: a ellos se les prometió la visión de Dios. Y no sin motivo, pues alli están los ojos con que se ve a Dios. Hablando de ellos dice el apóstol Pablo: Iluminados los ojos de vuestro corazón (Ef 1,18). Al presente, motivo a la debilidad, esos ojos son iluminados por la fe; luego, ya vigorosos, serán iluminados por la realidad misma”.
No se pueden entender las bienaventuranzas como el código de ética cristiana, o como los mandamientos de la nueva ley (a pesar de los paralelismos del evangelio de hoy con la escena del Sinaí). Cristo no dio más que un mandato, el del amor; y las bienaventuranzas no son más que una relación de quiénes son dichosos; ni siquiera tienen la forma gramatical de unos mandatos.
-Las bienaventuranzas no son un seguro para la felicidad, ni indican el camino a seguir para alcanzar la felicidad, ni son una bendición que cause la felicidad, ni son, tampoco, un seguro para la salvación; nos demuestra la experiencia que cientos de personas sufren, lloran, pasan hambre... y no son felices. Las bienaventuranzas no aseguran al pobre que, por el simple hecho de serlo, sea feliz -la experiencia nos lo demuestra. Esa pobreza ha de tener un por qué que la explique y le dé sentido.
-Mucho menos se puede decir que sean un consuelo, una anestesia contra los males del mundo; ésta sería una solución alienante para tales males o problemas -en realidad ni siquiera sería solución-; sería una salida esclavizadora, impropia del estilo de Jesús. Las bienaventuranzas, entendidas como bálsamo serían, en realidad, verdadero opio en manos de los poderosos.
Es importante observar que lo que se declara bienaventurado son las personas y no las situaciones. La observación es importante porque ello significa que las bienaventuranzas no convalidan o consagran situaciones sociológicas de injusticia y dolor, sino que alaban a personas activas, a personas que llevan adelante una tarea dolorosa o que han hecho una opción dolorosa.
En la segunda parte de cada uno de los ocho miembros de que consta la enumeración, Jesús promete en nombre de Dios a todas estas personas un final a su sufrimiento y dolor. En el pasado se ha querido ver en estas palabras de Jesús una proclama reaccionaria, adormecedora de conciencias y favorecedora del mantenimiento de situaciones de injusticia en beneficio de los dominantes. A la luz del análisis anterior queda bastante claro que una interpretación así supone un total desenfoque del texto. Nadie con seriedad la sostiene hoy.
En definitiva, las bienaventuranzas no son algo anterior a un encuentro con Cristo, algo que nos acerque a él, etc., sino todo lo contrario: las bienaventuranzas son algo «a posteriori» de un encuentro personal con Cristo. No son otra cosa que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Las bienaventuranzas no son sino algo que sucede después de haberse decidido por Jesús, lo que uno se va a encontrar en su vida después de dar un sí a Cristo. Por eso es dichoso el pobre: porque su pobreza es fruto de una opción por Jesús. Quien llora porque se le ha muerto su madre no es bienaventurado; todos lloran cuando pasan tal trance. Quien llora porque el seguir a Jesús le hace comprender cosas que hacen llorar, quien llega a llorar como efecto de seguir a Cristo, ese es dichoso. Y así con todas las bienaventuranzas.
Lo primero es, pues, la decisión por Cristo; y luego, por haber hecho tal opción, seremos dichosos. Y si lo intentamos al revés no conseguiremos nada. La dicha no puede venir por sí sola sino, únicamente, como fruto de nuestra decisión en favor de seguir a Cristo.
El ámbito de las bienaventuranzas es religioso. Es decir, presuponen una toma de posición previa por Jesús y por el reinado de Dios. Jesús se dirige exclusivamente a los que han tomado posición por él y por el Reino (=a los discípulos). Esta toma de posición previa le lleva al discípulo a adoptar posturas concretas. Estas posturas le colocan unas veces en situaciones penosas y otras en actividades cuya realización comporta una serie de dificultades. Tanto en unos casos como en otros el discípulo puede llegar a experimentar el desánimo, la tentación de mandarlo todo a paseo o puede incluso «quemarse». Es aquí, ante estas posibilidades muy humanas, donde interviene Jesús y le dice al discípulo: «No te desanimes. No eres ningún desgraciado. Todo lo contrario: eres un bienaventurado. Eres tú quien está construyendo el Reino y llegará un día en que esto aparezca con toda claridad». La perspectiva de futuro que Jesús introduce no es una evasión; es, sencillamente, la certeza que necesita el luchador de que su lucha no es una quimera, la certeza de que su lucha vale la pena porque efectivamente lleva a un termino glorioso (J. Jeremias). Llucià Pou Sabaté

sábado, 22 de enero de 2011

2ª semana, sábado: «La sangre de Cristo se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha», por eso Dios lo glorificó y damos gracias: «Pueblos todos,

2ª semana, sábado: «La sangre de Cristo se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha», por eso Dios lo glorificó y damos gracias: «Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo»: «Habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros».
Hebreos 9:2 - 3, 11 – 14: 2 Porque se preparó la parte anterior de la Tienda, donde se hallaban el candelabro y la mesa con los panes de la presencia, que se llama Santo. 3 Detrás del segundo velo se hallaba la parte de la Tienda llamada Santo de los Santos, 11 Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12 Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. 13 Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!
Salmo 47: 2 - 3, 6 – 9: 2 ¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! 3 Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre la tierra toda. 6 Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta: 7 ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! 8 Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! 9 Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono.
Marcos 3: 20 – 21 20 En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»
Comentario: 1. Hebreos 9,2-3.11-14: a) Hablando todavía del sacerdocio de Cristo, la carta compara dos elementos importantes del Templo de Jerusalén (o sea, del AT) con la nueva realidad de Jesús: el Templo mismo y los sacrificios. Explica, ante todo, cómo funcionaba el Templo: con un recinto anterior, llamado «santo», y otro más interior y oculto, llamado «santísimo». El sumo sacerdote de turno entraba en el «santísimo» una vez al año, en la fiesta de la Expiación, para ofrecer al Señor sacrificios por el pueblo. Pero Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. Allí ha sido constituido Sacerdote y Mediador nuestro ante Dios. En cuanto al sacrificio, los sacerdotes de la antigua Alianza ofrecían una y otra vez sacrificios de animales, por sus pecados y por los del pueblo, porque la sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación.
b) En los prefacios del Tiempo Pascual damos gracias a Dios por este sacerdocio perfecto de Cristo, por la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, que hace inútiles ya todos los demás sacrificios, y también porque en él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, permanece vivo el sacerdocio y el sacrificio: - Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado», - él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre», - él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».
Todos los esfuerzos humanos fracasan a la hora de conseguir la salvación. No nos salvamos a nosotros mismos, por muchos «sacrificios de animales» que hagamos. Es Cristo Jesús quien nos ha salvado y el que también ahora sigue en el cielo intercediendo por nosotros. El es el verdadero Sacerdote, que ha asumido nuestra debilidad y nos reconcilia continuamente con su Padre.
Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.
-Cuando se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros... ¡Sorprendente fórmula! ¡Jesús, "el sumo sacerdote de la felicidad"! No precisa de ningún comentario. Sólo hay que saborear detenidamente esa función sacerdotal de Jesús. Quiere nuestro bien. Trabaja en ello, para ello dio toda su vida. Y esta felicidad, que es total y nos colma, está en marcha, ¡«viene»!
-A través de una «tienda» mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Alusión al Santo de los Santos, ese santuario más recoleto del Templo -llamado el "Tabernáculo" o «Tienda»-, donde el sumo sacerdote judío entraba una vez al año, cuando el pueblo celebraba el gran perdón del Kippur. Jesús había dicho: «Destruid ese Santuario y yo construiré otro no edificado por hombres.» (Marcos, 14-58.) Además, a la muerte de Jesús los evangelistas muestran el «velo» del Templo rasgado en dos (Marcos, 15-37). Como afirmando que la sede del Santo de los santos es destruida. En adelante, el verdadero lugar de nuestro acceso a Dios es el Cuerpo de Cristo... santuario «mayor» y más «perfecto» que el antiguo santuario, ¡construido por Dios mismo!
-Es así que penetró en el santuario del cielo... una vez para siempre. Y allí nos introduce con El. Porque Jesús no es sólo el «camino del cielo» como suele decirse, es ya el cielo realizado: «nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo.» (Efesios, 2-6). Sí, el cielo ha comenzado en la medida en que vivimos «en el Cuerpo de Cristo»», desde aquí abajo.
-Esparciendo no sangre de animales, sino la suya propia. El tema de la sangre es muy importante en toda esa Epístola. No acabamos de comprender el simbolismo que todo esto contiene porque en occidente prácticamente no tenemos nunca ocasión de asistir a un «sacrificio ritual», como los hay todavía en el culto de algunas religiones. Se degüella un animal en honor de un dios y se comulga en lo sagrado untando con sangre caliente las manos, el rostro y el dintel de la puerta de la casa. La sangre es símbolo de la «vida». Sólo Dios tiene poder sobre la vida. En muchas civilizaciones que están mucho más en contacto directo con la naturaleza que nosotros está prohíbido beber la sangre. Para los hebreos la sangre es algo sagrado (Lv 17,11; 14; Dt 12, 23), el uso de la sangre se reserva exclusivamente para hacer «ofrenda a Dios». Así pues, cada vez que la Escritura trata de la sangre podríamos reemplazar ese término por el de «vida ofrecida»: cuando Jesús ofrece su sangre en la cruz es sólo el gesto exterior y visible que expresa la ofrenda interior que hace de su vida... cuando nos da su sangre en comunión eucarística, es el signo exterior concreto que expresa que nos da su vida. -Obtuvo así una redención definitiva. Pues si la simple aspersión con sangre de un animal proporcionaba una pureza exterior a los contaminados... La sangre de Cristo hace mucho más: impulsado por el Espíritu eterno, Jesús se ofreció a sí mismo a Dios... Y su sangre purificará nuestra conciencia de las obras muertas para que podamos rendir culto al Dios vivo. Jesús se ofreció. Sacrificó no la vida de otro sino la suya. Y dio así la mayor prueba de amor a Dios y a los hombres. Y en su ofrenda nos invita a ofrecer también nuestra vida en culto espiritual (Noel Quesson).
Con el pasaje de hoy, el autor llega a formular la razón definitiva de su acusación de ineficacia contra el culto antiguo. En primer lugar entiende todo el proceso ritual del día de la Expiación como símbolo de su propio fracaso. La entrada en el Santo de los Santos es para el autor, como para todo israelita, el acercamiento a Dios. Pues bien: la abundante cantidad de limitaciones -una sola persona, una sola vez al año, con sangre expiatoria por sus propios pecados y por los de los demás- es clara señal de que no es ésta la verdadera entrada del hombre ante Dios.
Del símbolo pasa Heb a la realidad, leída -no es preciso repetirlo- a la luz de la revelación que constituye para él la cruz de Jesucristo. En el tiempo presente "se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo... con observancias externas" (9-10). La cruz de Jesús ha enseñado al autor dónde está realmente el problema del hombre; la perdición del hombre es su pecado, no entendido más o menos imaginativamente como una barrera que impide el paso a Dios o como una mancha en la conciencia, sino como un alejamiento de Dios voluntario, consciente y libre. El problema del hombre está en él mismo, en lo que el hombre tiene de decisión libre, responsable, de sí mismo ante Dios. Salvar al hombre es «limpiarlo de su pecado» (9,13-14), "perfeccionarlo" (10,14), «acercarlo a Dios» (7,19; 10,19-20), "hacer lo perfecto en la conciencia" (9,9), es decir, posibilitar la verdadera recuperación de su libertad en Dios y para Dios.
Todo el antiguo culto intentaba tender un puente imposible entre la «conciencia» y los «preceptos carnales» (9,9-10). Por definición era el intento de hallar la «purificación» del hombre a base de realidades situadas fuera de él mismo y de su decisión. Es imposible que actos o cosas exteriores al hombre -ritos de carne (9,9), sangre de animales (10 4) o lo que sea- puedan cambiar la sede del pecado humano, la decisión libre y personal. El culto antiguo fue un engaño continuo y repetido (10, 1-4). Con esto Heb nos enseña a aplicar la cruz de Cristo como criterio para discernir todo lo que pretende presentarse como salvador o liberador del hombre (G. Mora).
Hemos visto hoy la Superioridad de la Nueva Alianza: ley interior del Corazón, luz interior y amor, la remisión de los pecados es la característica de la Nueva Alianza. La antigua está aniquilada, condenada a que desaparezca. Luego, la semana próxima, las lecturas nos irán llevando por la superioridad del sacrificio de Cristo, después de que se va que su sacerdocio es superior. Es ministro de un santuario y mediador de la nueva alianza. Ha de centrar el sacrificio y toma el propiciatorio del templo de Moisés como modelo, el arca de la alianza, y él entra en el Sancta Sanctorum, y nos atrae hacia él.
Ya no entramos en un templo construido por manos humanas para ofrecerle un sacrificio a Dios. Entramos, más bien, en la persona, en la humanidad de Cristo; no vamos a ver, como espectadores, la realización del Sacrificio, sino que nosotros mismos nos involucramos en él, con un compromiso personal que nos lleva a ser solidarios unos de otros, pues no ofrecemos a Dios algo externo a nosotros, sino nuestra misma persona que, llena del Espíritu Santo, vive en obediencia a la voluntad del Padre, y en un amor sincero y comprometido con Dios y con el prójimo. Por eso, por nuestra unión a Cristo, podemos decir que en el Sacerdote y en el Pueblo sacerdotal, cuando ofrecemos el sacrificio grato a Dios, coinciden en nosotros tanto el sacerdote como la víctima. Por ello hemos de vivir en una continua conversión y en un continuo crecimiento en el amor. Sólo así tendremos una esperanza cierta de participar eternamente de la Gloria de nuestro Dios, Señor y Sumo Sacerdote, Jesucristo, pues ya desde ahora seremos gratos a nuestro Dios y Padre.
2. Sal. 47 (46). Si es que sube a los cielos, es que antes bajó a nuestra tierra. El Hijo de Dios se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. En todo fue obediente, obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Así nos enseñó el camino del amor fiel, mediante el cual el Padre Dios nos reconocerá como a sus hijos amados, en quienes Él se complace. Mediante su amor, convertido en servicio y en entrega para nuestra salvación, el Hijo de Dios, Cristo Jesús, regresa a su Padre, llevando consigo a todos los que creemos en Él. Pero nuestro camino no es fácil; pues también a nosotros corresponde cargar nuestra cruz de cada día e ir tras las huellas de Cristo. E ir tras las huellas del Señor significa que también nosotros hemos de vivir en el amor fiel a nuestro Dios y Padre, para que hagamos en todo su voluntad, amando y sirviendo a nuestro prójimo para que también él, junto con nosotros, alcance la salvación eterna. Y para que esto llegue a ser realidad hemos de estar dispuestos incluso a entregar nuestra vida, con tal de que todos lleguen al conocimiento de la Verdad y participen de la Vida eterna.
3.- Mc 3,20-21. A Jesús le llaman loco. Pero no pierde su equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta. En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas… amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas. Llucià Pou Sabaté