Hebreos 2: 14 – 18: 14 Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, 15 y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. 16 Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham. 17 Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. 18 Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados.
Salmo 105: 1 - 4, 6 – 9: 1 ¡Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas! 2 ¡Cantadle, salmodiad para él, sus maravillas todas recitad; 3 gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahveh! 4 ¡Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, 6 Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: 7 él, Yahveh, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios. 8 El se acuerda por siempre de su alianza, palabra que impuso a mil generaciones, 9 lo que pactó con Abraham, el juramento que hizo a Isaac.
Marcos 1,29-39: 29 Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. 31 Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. 32 Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; 33 la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. 34 Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. 35 De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. 36 Simón y sus compañeros fueron en su busca; 37 al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» 38 El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» 39 Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Comentario: 1.- Hb 2, 14-18: Complemento del relato sobre la mediación exclusiva de Cristo y sobre su funcionamiento. Ayer vimos que Cristo ejercía sobre la humanidad una mediación mucho más eficaz que la de los ángeles y que, incluso, liberaba a los hombres de la tutela de esos mismos ángeles. Ahora se dispondrá a demostrar cómo: * la salvación no puede realizarse sino por consaguinidad (vv. 14, 18). Cristo no ha querido salvar al hombre sin el hombre, como desde fuera, sino desde dentro, asumiendo El mismo nuestra carne y nuestra sangre. Como Hombre-Dios nos libera de la tutela de los ángeles (las leyes cósmicas) y especialmente de ese ángel que se considera tiene entre sus manos la coyuntura de la muerte (vv.14-15). Los ángeles son perfectamente incapaces de realizar este tipo de salvación porque no comparten la condición del hombre. **Lo mismo sucede con la misión sacerdotal de Cristo: su acción no tiene valor de expiación sino en cuanto sabe compartir (vv. 17-18; cf. Heb 4,14-20; 5,7-8).
El autor propone, en consecuencia, un concepto del sacerdocio de Cristo y de su obra de salvación diametralmente opuesto a los conceptos judíos y sobre todo paganos para quienes la salvación es un golpe de varita mágica procedente de Dios, pero que incide sobre los hombres desde fuera y para quienes, además, el sacerdocio está muy lejos de ser considerado como una consanguinidad, sino más bien como una separación y un desmembramiento (Maertens-Frisque).
-Puesto que los hombres tienen todos una naturaleza de carne y de sangre, Jesús quiso participar de esa condición humana. Ese principio es importantísimo. Es el realismo de la encarnación. San Pablo había ya dicho: «me hice judío con los judíos, griego con los griegos» (1 Corintios 9, 20-21). ¡«Participar de la condición» de aquellos que se quiere salvar! Esto se opone netamente a las concepciones judías y paganas sobre el sacerdocio, que hacen del sacerdote un ser aparte, separado del común de los mortales. El Concilio Vaticano II ha vuelto a insistir sobre ese principio de encarnación: «Los presbíteros, tomados de entre los hombres, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor Jesús... En cierta manera son segregados en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno... No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta a la terrena; pero tampoco podrían servir a los hombres, si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones.» (D.M. y V.S., 3).
"Los primeros apóstoles de los obreros serán obreros" decía el Papa Pío Xl al fundar la Acción Católica. Revalorizaba así el principio de encarnación que es esencial a la Iglesia. Algunos sacerdotes adoptan hoy la condición obrera para llevar el evangelio a ese ambiente... y es muy comprensible que la Iglesia adopte la cultura y la condición africana para salvar a África. Ruego por esa gran obra de autenticidad y de encarnación. -Así también, por su muerte, pudo Jesús aniquilar al señor de la muerte, es decir, al Diablo. Jesús no ha tomado a medias nuestra condición humana, sino que ha llegado a compartir con nosotros la muerte.
El autor se atreve a decir que «tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser compasivo y pontífice fiel». Tenía que experimentar desde la raíz misma de nuestra existencia lo que es ser hombre, lo que es vivir y sobre todo lo que es padecer y morir. Ayer decía que «Dios juzgó conveniente perfeccionar con sufrimientos» a Jesús, ya que tenía que salvar a la humanidad. Hoy añade que «tenía que» parecerse en todo a sus hermanos. También en el dolor. Así podrá ser «compasivo»: o sea, com-padecer, padecer con los que sufren. No habrá aprendido lo que es ser hombre en la teoría de unos libros, sino en la experiencia cálida de la misma vida. Así podrá ser «pontífice», o sea, «hacer de puente» entre Dios y la humanidad. Por un aparte es Dios. Pero por otra es hombre verdadero. Solidario con Dios y con el hombre, para así unir en sí mismo las dos orillas. Es dramática pero real la descripción que nos ha hecho la carta: la situación de miedo y de esclavitud ante el mal y la muerte. Pero a la vez es gozosa la convicción de que Cristo ha venido precisamente a salvarnos de esa situación, también a cada uno de nosotros hoy y aquí. El argumento de Hebreos es profundo y vale para siempre, también para nuestra generación: «Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella». Cada uno cree que su dolor es único y que los otros no le entienden. Pero Cristo sufrió antes que nosotros y nos comprende. Es «compasivo» porque es consanguíneo nuestro, «de nuestra carne y sangre», y su camino fue el nuestro. El camino que nosotros recorremos, cada uno en su tiempo y en sus circunstancias, es el camino que ya siguió Jesús. Ya sabe él la dificultad y la aspereza de ese recorrido. Por eso se hace solidario y «puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» y es «pontífice»: nos comunica la vida y la fuerza de Dios, da sentido a nuestra vida y a nuestro dolor, porque lo incorpora a su dolor pascual, el dolor que salvó a la humanidad. Juan Pablo II, en varias de sus cartas y encíclicas, insiste en esta cercanía existencial de Cristo a la vida humana: ya a partir de la primera, «Redemptor hominis», de 1979, y sobre todo en la carta «Salvifici Doloris» (el sentido cristiano del sufrimiento), de 1984. Debemos aprender esta lección también en nuestra relación para con los demás: sólo podemos tener credibilidad si «padecemos-con», si tomamos en serio nuestra solidaridad con los demás. En el prefacio de la misa en que se celebra la Unción de los enfermos recordamos el ejemplo de Jesús: «Tu Hijo, médico de los cuerpos y de las almas, tomó sobre sí nuestras debilidades para socorrernos en los momentos de prueba y santificarnos en la experiencia del dolor».
-Y liberó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. De esta manera, afrontando la muerte, nos libra de ella. Viviéndola, nos muestra que no hay que tenerle miedo, puesto que tampoco el temió pasar por ella como algo necesario para acceder a la verdadera vida. Señor, ayúdame a no tener miedo a la muerte... o por lo menos a que este miedo no me esclavice. Quédate conmigo, Señor, cuando llegue mi hora.
-Porque ciertamente no son ángeles a los que quiere ayudar... por eso le fue preciso asemejarse en todo a sus hermanos... ¡Gracias; Señor! «Fue preciso»... me detengo y medito esa palabra.
-Para ser, en sus relaciones con Dios, sumo Sacerdote, misericordioso y fiel. Se anuncia así el tema principal del sermón. El sacerdocio de Cristo.
-Habiendo sido probado en el sufrimiento de su pasión, puede ayudar a los que se ven probados. La prueba. La experiencia del sufrimiento. Decimos a menudo: «¡no lo podéis comprender! es preciso pasar por ello para saberlo». Efectivamente, incluso nuestro entorno más amoroso no puede comprender ciertas pruebas que se abaten sobre nosotros. Pero el hombre que ha de soportar esa misma prueba adquiere una capacidad nueva de comprensión. Como Jesús, es capaz de ayudar a los probados (Noel Quesson).
3.- Mc 1, 29-39 (ver domingo 5B). Junto con lo que leíamos ayer (un sábado que empieza en la sinagoga de Cafarnaúm con la curación de un poseído por el demonio), la escena de hoy representa como la programación de una jornada entera de Jesús. Al salir de la sinagoga va a casa de Pedro y cura a su suegra: la toma de la mano y la «levanta». No debe ser casual el que aquí el evangelista utilice el mismo verbo que servirá para la resurrección de Cristo, «levantar» (en griego, «egueiro»). Cristo va comunicando su victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Luego atiende y cura a otros muchos enfermos y endemoniados. Pero tiene tiempo también para marchar fuera del pueblo y ponerse a rezar a solas con su Padre, y continuar predicando por otros pueblos. No se queda a recoger éxitos fáciles. Ha venido a evangelizar a todos.
Ahora, después de su Pascua, como Señor resucitado, Jesús sigue haciendo con nosotros lo mismo que en la «jornada» de Cafarnaúm. Sigue luchando contra el mal y curándonos -si queremos y se lo pedimos- de nuestros males, de nuestros particulares demonios, esclavitudes y debilidades. La actitud de la suegra de Pedro que, apenas curada, se puso a servir a Jesús y sus discípulos, es la actitud fundamental del mismo Cristo. A eso ha venido, no a ser servido, sino a servir y a curarnos de todo mal. Sigue enseñándonos, él que es nuestro Maestro auténtico, más aún, la Palabra misma que Dios nos dirige. Día tras día escuchamos su Palabra y nos vamos dejando llenar de la Buena Noticia que él nos proclama, aprendiendo sus caminos y recibiendo fuerzas para seguirlos. Sigue dándonos también un ejemplo admirable de cómo conjugar la oración con el trabajo. El, que seguía un horario tan denso, predicando, curando y atendiendo a todos, encuentra tiempo -aunque sea escapando y robando horas al sueño- para la oración personal. La introducción de la Liturgia de las Horas (IGLH 4) nos propone a Jesús como modelo de oración y de trabajo: «su actividad diaria estaba tan unida con la oración, que incluso aparece fluyendo de la misma», y no se olvida de citar este pasaje de Mc 1,35, cuando Jesús se levanta de mañana y va al descampado a orar. Con el mismo amor se dirige a su Padre y también a los demás, sobre todo a los que necesitan de su ayuda. En la oración encuentra la fuerza de su actividad misionera. Lo mismo deberíamos hacer nosotros: alabar a Dios en nuestra oración y luego estar siempre dispuestos a atender a los que tienen fiebre y «levantarles», ofreciéndoles nuestra mano acogedora (J. Aldazábal).
El pasaje que leemos hoy en la carta a los Hebreos tiene en el fondo un una interpretación de la vida humana que pudiéramos llamar existencial, y ciertamente profunda. Dice el autor que el demonio tenía esclavizados a los seres humanos mediante el temor a la muerte, y que Jesús los salvó liberándolos del temor a la muerte... El existencialismo de Heidegger define al ser humano como el «ser-para-la-muerte». Es el único ser que no sólo muere, sino que sabe que va a morir, y que, en ese sentido, se sabe «condenado a muerte». Cuando sin la fe el ser humano se sabe reducido al espacio de su vida mortal, la perspectiva de la muerte, el miedo a la muerte que inexorablemente se acerca día a día, reviste de mayor colorido aún las seducciones de este mundo. Por el contrario, la fe en Jesús, la fe en la vida eterna destruye la muerte, en cuanto que la transforma en un simple paso. Vistas las cosas a la luz de la eternidad, esa fuerza de seducción que poseían por la amenaza de la muerte cede paso a la santa indiferencia en la que nos dejan, a la libertad de los hijos de Dios. Al confiar en la victoria de Jesús sobre la muerte, ésta es derrotada, y somos liberados del temor a la muerte.
La fe en la resurrección sería nuestra victoria sobre la muerte. Parece que las excavaciones arqueológicas avalan la hipótesis de que la casa de Pedro en Cafarnaún estaba, efectivamente, enfrente de la sinagoga, a unos pocos metros. Al salir de la sinagoga Jesús se quedó en casa de Pedro. La curación de su suegra está narrada de forma que se puede elaborar simbólicamente: Jesús la cura y ella se pone a servir; se trata de una liberación para el servicio, de una curación para el amor (Servicio bíblico latinoamericano).
No son los doce trabajos de Hércules lo que nosotros tenemos que realizar; no tenemos por qué dar motivos para sobrecogedores cantares de gesta. Más bien se nos invita a afrontar “los trabajos y los días” (Hesíodo), una vez nos hemos repuesto de nuestra enfermedad, hemos recobrado fuerzas para laborar y ganas de vivir. Escribía B. Brecht en su obra “Preguntas de un obrero lector”: Tebas, la de las siete puertas, ¿quién la construyó? / En los libros figuran los nombres de los reyes. / ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra? / (...) El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él solo? / Cesar venció a los galos. / ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero? / Felipe II lloró al hundirse / su flota. ¿No lloró nadie más? (Pablo Largo).
Hoy vemos claramente cómo Jesús dividía la jornada. Por un lado, se dedicaba a la oración, y, por otro, a su misión de predicar con palabras y con obras. Contemplación y acción. Oración y trabajo. Estar con Dios y estar con los hombres.
En efecto, vemos a Jesús entregado en cuerpo y alma a su tarea de Mesías y Salvador: cura a los enfermos, como a la suegra de san Pedro y muchos otros, consuela a los tristes, expulsa demonios, predica. Todos le llevan sus enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharlo: «Todos te buscan» (Mc 1,37), le dicen los discípulos. Seguro que debía tener una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar.
Pero, Jesús se procuraba también tiempo de soledad para dedicarse a la oración: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35). En otros lugares de los evangelios vemos a Jesús dedicado a la oración en otras horas e, incluso, muy entrada la noche. Sabía distribuirse el tiempo sabiamente, a fin de que su jornada tuviera un equilibrio razonable de trabajo y oración.
Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo! Estamos ocupados con el trabajo del hogar, con el trabajo profesional, y con las innumerables tareas que llenan nuestra agenda. Con frecuencia nos creemos dispensados de la oración diaria. Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras.
San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».
Quizá nos debiéramos organizar un poco más. Disciplinarnos, “domesticando” el tiempo. Lo que es importante ha de caber. Pero más todavía lo que es necesario (Josep Mª Massana).
Y nos dice S. Jerónimo: “¡Si Jesús se acercara a nosotros y con una sola palabra curara nuestra fiebre! Porque cada uno de nosotros tenemos nuestra fiebre. Que Jesús se acerque, pues, a nosotros, que nos toque con su mano. Si lo hace, la fiebre desaparecerá al instante porque Jesús es un médico excelente. El es el verdadero, el auténtico médico, el primero de todos los médicos. Sabe descubrir el secreto de nuestras enfermedades: él nos toca, no en el oído ni en la frente sino en las manos, es decir: en nuestras obras malas.
Jesús se acerca a la mujer enferma porque ella no podía levantarse y correr a su encuentro. El, el médico misericordioso y comprensivo se acerca a su lecho. Se acerca porque que quiere; toma la iniciativa de la curación. Se acerca a esta mujer y ¿qué le dice? “Tú tenías que haber corrido hacia mí. Tú tenías que haber venido a la puerta para recibirme para que tu curación no fuera sólo efecto e mi misericordia sino también de tu voluntad. Pero como estás abatida por la fiebre y no te puedes levantar, soy yo quien me acerco y voy hacia ti!”
Jesús se acerca y la hace levantar... La toma de la mano. Cuando uno está en peligro, como Pedro en el lago, a punto de ahogarse, Jesús lo toma de la mano y lo levanta. Jesús hace levantar a esta mujer tomándola de la mano: su propia mano coge la mano de la mujer. ¡Dichosa amistad! ¡Feliz contacto! Jesús la coge de la mano como un médico: constata la violencia de la fiebre, él, el médico y el remedio. Jesús la toca y la fiebre la abandona. ¡Que toque también nuestra mano, que cure nuestras obras! “Pero”, dirá alguno, “¿dónde está Jesús?” Está aquí, en medio de nosotros, dice el evangelio. “En medio de vosotros hay uno a quien vosotros no conocéis.”(Jn 1,26) Tengamos fe y experimentaremos también la presencia de Jesús”.
Tres enseñanzas puedo obtener del evangelio de hoy. La primera es sobre la intercesión. La suegra de Simón está enferma y se lo comunican a Jesús. Aunque claramente no se dice quien, sabemos que alguien, seguro uno de los discípulos, el mismo Simón tal vez, o la esposa de este, interceden por ella ante el maestro. Saben del poder de quién tienen delante. Lo han visto actuar, sanar enfermos, echar fuera demonio. Entonces, confían en que presentando a él la enfermedad, hará algo. Tal vez la intercesión no es directamente pidiendo que la cure; más bien es una presentación de la realidad. Aquí una segunda enseñanza. En nuestras oraciones de intercesión debe primar el presentar la realidad. Lo que Dios haga depende de él, no de nosotros. La tercera enseñanza está recogida en la primera parte del Principio y Fundamento de San Ignacio de Loyola. “Hemos sido creados para alabar, reverenciar y servir al Señor” La suegra de Simón desde que es sanada, se pone a servirle, al Maestro y a los demás. Así nosotros, una vez que hemos tenido nuestro encuentro personal con Jesús, una vez que nos ha levantado de la situación en la que estábamos postrados, nuestra vida no puede ser orientada fuera de este principio y fundamento (Miosotis).Lluciá Pou Sabaté
viernes, 21 de enero de 2011
1 Semana, martes, año 1: Jesús, superior a los ángeles, es señor de la creación; habla con autoridad y todos se le someten
Hebreos 2: 5 – 12: 5 En efecto, Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero del cual estamos hablando. 6 Pues atestiguó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que de él te preocupas? 7 Le hiciste por un poco inferior a los ángeles; de gloria y honor le coronaste. 8 Todo lo sometiste debajo de sus pies. Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. 9 Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. 10 Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. 11 Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos 12 cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos.
Salmo 8: 2, 5 – 9: 2 ¡Oh Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra! Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos, 5 ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? 6 Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; 7 le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: 8 ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, 9 y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas.
Marcos 1: 21 – 28: 21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» 28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
Comentario: 1.- Hb 2, 5-12: En Jesús contemplamos al hombre cabal, al hombre tal como Dios le soñó el primer día, cuando amasaba el barro amorosamente para modelarlo. Un hombre que pertenece a nuestra historia y a nuestra raza ha sido substraído a las fuerzas que despojan al hombre de su propia existencia: el egoísmo, la injusticia, la desesperanza, el fatalismo, la indiferencia. El hombre es posible porque hubo un hombre que vivió en plena posesión de lo que hace que sea posible el hombre: el amor, la participación, la alegría, la apertura, la libertad, la inventiva, el aliento, el renacer...
Jesús es el hombre cabal y perfecto, el nuevo Adán, decía de él san Pablo. Por haberse roto en él el circulo infernal de nuestras alienaciones con la perfecta expansión de nuestras capacidades, podemos nosotros creer en el hombre. "Jesús es el primogénito de una multitud de hermanos". Habiendo compartido toda la aventura humana, él es, "por la gracia de Dios, la salvación de todos". Un hombre recorrió el camino del hombre, y se abrió para nosotros la vía que da acceso a nuestra plenitud. Pues la salvación tiene este primer momento: la prenda de que en la iniciativa de Dios, iniciada en la creación, llegará a feliz término. La tierra de los hombres no es país de destierro, sino el lugar en que, en un alumbramiento que dura todavía, se inaugura el triunfo del proyecto de Dios (Sal terrae).
El autor de la carta a los hebreos se ha preocupado por demostrar la superioridad de Cristo sobre los ángeles. Las especulaciones en torno a la misión de los Ángeles había adquirido una importancia considerable en el mundo judío después del exilio. El papel que desempeñan en el libro de Tobías, en el de Daniel y en los dos primeros capítulos de Lucas carece de importancia respecto al que le atribuían las especulaciones de los gnósticos. El autor se aprovecha de esa relevancia de los ángeles en el orden de la mediación para elaborar la doctrina de la mediación exclusiva de Cristo.
a) en cuanto hombre, explica la posición inferior de Cristo (v.9) respecto a los ángeles durante su vida terrestre (Sal 8, 5-7, citado en los vv. 6-8 según la versión de los Setenta). El autor ve en esa especie de postergación no precisamente la obediencia de Flp 2, 5-10, sino la sumisión a las leyes de la existencia humana, manejadas precisamente por los ángeles, según la manera de pensar de sus contemporáneos (Col 2, 15; Rom 8, 38-39; Gál 4, 3-9), comprendidas las de la muerte (cf. 1 Cor 2, 8). Cristo no está ya sometido a las leyes naturales dictadas por los ángeles, y muy pronto tampoco los hombres estarán sometidos a ellas, ya que conocerán un tiempo en que la naturaleza, en general, y su naturaleza en particular, se verán libres de estas leyes materiales: ya no habrá otras leyes cósmicas que las de la vida misma de Jesús glorificado irradiando sobre el universo.
b) El autor subraya a continuación la solidaridad (vv. 11-13) entre Cristo y los hombres en esa misma sumisión a las leyes naturales como una liberación de sus ataduras mediante la victoria final sobre el mal. Se trata de la solidaridad de un pueblo con el sacerdote surgido de su misma sangre, porque un sacerdote no es tal sacerdote si no ha surgido de las filas del pueblo (Heb 2, 14-18), al cual representa delante de Dios. Y esa es la razón por la cual no puede surgir solidaridad alguna en el orden de la salvación entre los ángeles y los hombres, puesto que los primeros no podrán ejercer jamás el sacerdocio en nombre de los segundos. Cuando cita el Sal 21/22, 23, el autor hace alusión (v. 12) a la totalidad del salmo y recuerda precisamente que esa solidaridad entre Cristo y los cristianos no ha podido nacer sino después de la ofrenda de su muerte de pobre. Ya no tiene interés alguno saber si hay ángeles para someter la naturaleza a las leyes cósmicas y fisiológicas. Esas leyes existen ciertamente, pero el hombre moderno no se preocupa ya por saber si los ángeles o Dios están detrás de ellas para vigilar su aplicación y mantener así al hombre en un estado de sujeción y de alienación. El cristiano sabe que el reino futuro de Cristo consistirá, no ya en la abolición del cosmos, sino en la espiritualización de esas leyes merced a la soberanía de Cristo. Esa es la esperanza a la que quiere abrirnos Hebreos. ¿No será acaso que esa esperanza esté comenzando a ser realidad en la medida en que el hombre contemporáneo influye en el curso de las leyes naturales y se asegura cierto dominio sobre ellas? El mundo configurado por la técnica, ¿no es acaso un mejor reflejo de Dios que el mundo alienado por las llamadas leyes naturales? ¿No quiere eso significar eficazmente que la mediación de Cristo tiende a hacerse real sobre el mundo y sobre la humanidad? (Maertens-Frisque).
La evolución del «mundo venidero» está en manos de Cristo, bajo su influencia. Fuente inmensa de esperanza y optimismo. “De gloria y de honor le coronaste. Todo lo sometiste bajo sus pies". Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Este salmo quería exaltar la vocación sublime del hombre en la creación, recordando el proyecto de Dios en el Génesis (1, 26): «dominad la tierra y sometedla». ¿Estoy convencido de la permanencia de esa misión del hombre? ¿No podríamos ver en la técnica que transforma el mundo una cierta aplicación de ese mandamiento del Creador? Un mejor conocimiento de las leyes cósmicas: físicas, biológicas, psicológicas permitirá dominarlas para impedir que aplasten al hombre. Uno de los fines de la ciencia es liberar al hombre de cantidad de alienaciones que la naturaleza bruta hace pesar sobre él. Vencer la sequía, el hambre, la enfermedad. Utilizar las energías destructoras del fuego, de la electricidad, del átomo para el bien del hombre. El hecho de que el Hijo de Dios se hiciera hombre no hace más que reforzar esta vocación sorprendente.
-Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. Y sin embargo, a Jesús que fue hecho algo inferior a los ángeles, le vemos ahora "coronado de gloria y de honor".
-Si pues experimentó la muerte, por la gracia de Dios fue para el bien de todos. ¡Experimentar la muerte! Fórmula que conviene meditar. La muerte no resultó para Jesús un problema del que se discute desde el exterior: tuvo experiencia de ella. Volveremos de nuevo sobre ese tema. Jesús, sometiéndose a ella, la venció.
-Convenía, en efecto, que Aquel creador de todo y para quien es todo llevara muchos hijos a la gloria... He ahí, una vez más, el objetivo de Dios: llevar a los hombres a su propia vida, a su propia gloria divina... ¡tener hijos a quienes colmar de bienes! ¡Una vasta empresa de amor!
-Y era normal que lleve a su perfección, mediante el sufrimiento, a aquel que iba a guiarlos a la salvación. Así, Jesús es, en verdad, «la perfección del proyecto de Dios», su «cumplimiento»: en El se lleva a término la transformación radical del hombre elevándolo hasta Dios.
-Pues tanto Jesús el santificador, como los hombres, los santificados, son de la misma raza. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos. El autor subraya la solidaridad de Jesús con la humanidad. Hay una especie de superioridad de los hombres respecto a los ángeles. Jesús se hizo uno de nosotros, sometiéndose totalmente a la condición humana, incluida la muerte (Noel Quesson).
La comparación entre Jesucristo y los ángeles como caminos salvíficos adquiere aquí toda su radicalidad: Jesucristo es el salvador, mientras que los ángeles no son salvadores (2,5) ni salvados (2,16). Esto responde al tema del segundo párrafo: el camino de la salvación de los hombres revelado en el camino del hombre Jesús (2,5-18).
Los versículos 10-16 desarrollan el aspecto preferido por el autor: el proceso personal de Jesús. Empiezan por una exposición misteriosa: «convenía» que Dios confiriese a Jesús la perfección a través de los sufrimientos; esta «conveniencia» forma parte del misterioso mundo de la vida humana que la revelación desvela. Los versículos siguientes la prueban partiendo de la función salvífica de Jesús: convenía que su camino fuese el camino propio de los hombres, camino de «sangre y carne» que conduce a la «muerte». Con extraordinaria fuerza evocadora Heb dice que los hombres, conscientes y a la vez angustiados por su condición mortal, viven toda la vida atenazados como esclavos. Pues bien: aquí se decide la comunión de Jesús con los hombres y aquí está la gran revelación. Jesús ha compartido nuestra condición humana y nuestra muerte y precisamente en el dolor y la muerte nos libra de la angustia de la muerte. Comprender y vivir la misteriosa conveniencia de este camino como único camino de salvación es, en definitiva, el objetivo de la carta.
Los dos últimos versículos (17-18) tienen particular importancia: resumen la primera parte, que acaba aquí, y anuncian los dos temas fundamentales de la segunda; además son un primer intento de expresar en categorías cultuales la fe cristiana explicada hasta ahora. E1 proceso personal de Jesús (sumo sacerdote) y su eficacia salvífica (expiación de los pecados) se enmarcan en la perspectiva propia de Heb: la interpretación cultual del insondable misterio de Jesucristo (G. Mora).
2. El Salmo 8, que el autor comenta -y que es el salmo responsorial de hoy-, habla del hombre en general cuando dice que es «poco inferior a los ángeles», «le diste el mando sobre las obras de tus manos». En la plegaria eucarística IV le damos gracias a Dios porque al hombre «le encomendaste el mundo entero para que dominara todo lo creado». Aquí se aplica el salmo a Cristo. Jesús, por su encarnación como hombre, aparece como «poco inferior a los ángeles», sobre todo en su pasión y su muerte. Pero ahora ha sido glorificado y se ha manifestado que es superior a los ángeles, coronado de gloria y dignidad, porque Dios lo ha sometido todo a su dominio. Por haber padecido la muerte, para salvar a la humanidad, Dios le ha enaltecido sobre todos y sobre todo.
Apunta además otro tema predilecto de la carta: Jesús ha experimentado en profundidad todo lo humano, incluso el dolor y la muerte. Más aún, llega a decir que «Dios juzgó conveniente perfeccionarle y consagrarle con sufrimientos». Así ha podido conducir a la gloria a todos los hombres, a los que «no se avergüenza de llamarles hermanos» (J. Aldazábal).
¿Qué somos nosotros, humanos, ante Dios? ¿Cuál es el valor que tenemos en su presencia? ¿Por qué nos ama tanto nuestro Dios y Padre? Somos inferiores a los ángeles; y sin embargo Dios nos dio el mando sobre las obras de sus manos, sometiendo todo bajo nuestros pies. Y para que esto sea realidad nos envió a su propio Hijo, el cual se levantó victorioso sobre el pecado y la muerte y sobre cualquier otro poder que pudiera querer dominarnos. Ciertamente mientras vamos por este mundo muchas veces las cosas pasajeras embotan nuestra mente y nuestro corazón; y, por desgracia, muchas veces vivimos encadenados a los bienes de este mundo. Sin embargo el Señor nos llama para que vivamos, no como esclavos, sino como señores de aquello que Él ha querido sujetar a nuestra autoridad. Más aún, hemos de procurar que los bienes de este mundo nos sirvan para alcanzar los bienes eternos; y esto será en la medida en que sepamos compartir lo nuestro con los más desprotegidos. Entonces nos habremos elevado muy por encima de la gloria y de la dignidad entendida conforme a los criterios de este mundo.
3.- Mc 1, 21-28 (ver domingo 4B). Todos estaban asombrados de lo que decía y hacía Jesús. Luego vendrán los conflictos, hasta llegar progresivamente a la oposición abierta y la muerte. Jesús enseña como ninguno ha enseñado, con autoridad. Además hace obras inexplicables: libera a los posesos de los espíritus malignos. Su fama va creciendo en Galilea, que es donde actúa de momento. Es que no sólo predica, sino que actúa. Enseña y cura. Hasta los espíritus del mal tienen que reconocer que es el Santo de Dios, el Mesías. Fuera cual fuera el mal de los llamados posesos, el evangelio lo interpreta como efecto del maligno y por tanto subraya, además de la amable cercanía de Jesús, su poder contra las fuerzas del mal. Nos conviene recordar que Jesús sigue siendo el vencedor del mal. O del maligno. Lo que pedimos en el Padrenuestro, «líbranos del mal», que también podría traducirse «líbranos del maligno», lo cumple en plenitud Dios a través de su Hijo. Cuando iba por los caminos de Galilea atendiendo a los enfermos y a los posesos, y también ahora, cuando desde su existencia de Resucitado nos sale al paso a los que seguimos siendo débiles, pecadores, esclavos. Y nos quiere liberar. Cuando se nos invita a comulgar se nos dice que Jesús es «el Cordero que quita el pecado del mundo». A eso ha venido, a liberarnos de toda esclavitud y de todo mal. Por otra parte, Jesús nos da una lección a sus seguidores. ¿Qué relación hay entre nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Nos contentamos sólo con anunciar la Buena Noticia, o en verdad nuestras palabras van acompañadas -y por tanto se hacen creíbles- por los hechos, porque atendemos a los enfermos y ayudamos a los otros a liberarse de sus esclavitudes? ¿de qué clase de demonios contribuimos a que se liberen los que conviven con nosotros? ¿repartimos esperanza y acogida a nuestro alrededor? El cuadro de entonces sigue actual: Cristo luchando contra el mal. Nosotros, sus seguidores, luchando también contra el mal que hay en nosotros mismos y en nuestro mundo (J. Aldazábal).
-Jesús. acompañado de sus discípulos, llega a Cafarnaúm. Jesús no espera. En cuanto tiene cuatro discípulos, entra en acción y desde la primera jornada, veremos una especie de resumen de toda esta acción, es la famosa "primera jornada de Cafarnaúm": Jesús enseña... Jesús expulsa a los demonios y sana a los enfermos... Jesús reza... Todo esto por delante y con cuatro discípulos.
-Enseguida, el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba. He aquí su primer acto: Va al lugar público de reunión y de plegaria el día en que todo el mundo está allí, y hace la homilía. Jesús se inserta primero en la vida religiosa clásica de su tiempo. Pero no se encerrará en ella: se le verá predicar preferentemente en la vida profana. Incluso lo hará, con mayor frecuencia. Marcos sólo tres veces nos muestra a Jesús hablando en el cuadro de una sinagoga: la tercera y última en Nazaret, de donde se le expulsa bruscamente (Mc 6, 2).
-Se maravillaban de su doctrina pues hablaba como hombre que tiene autoridad y no como los escribas... Los escribas no hacían sino repetir las lecciones aprendidas. Jesús se distingue por su autoridad soberana, que viene del interior de sí mismo. He aquí otra observación indirecta sobre su "misteriosa persona"' que un día se descubrirá como "divina". Por el momento se quedan asombrados. Si tengo ocasión de hablar de Dios, o de Cristo, a mis hijos, a los amigos, ¿cómo lo hago? ¿Cómo un "escriba" preocupado sólo de repetir exactamente fórmulas escolares? o como un testigo que ha sabido interiorizar personalmente el evangelio y que se compromete con lo que dice? Pero ¿cómo un testigo servidor de la Palabra divina, que desaparece ante aquél del cual está hablando?...
Son los demonios los primeros en descubrir "quién" es Jesús. Por su naturaleza espiritual ¿serían ellos más sutiles que los hombres? Mientras los hombres se preguntan y se asombran solamente... los demonios saben. -Jesús les mandó callar. Será un tema esencial de todo el evangelio según san Marcos: el secreto mesiánico. Jesús hace callar a los que se apresuran a afirmar que El es el "Hijo de Dios"; quiere revelar este misterio progresivamente, a fin de evitar un entusiasmo popular que falsearía el sentido de su misión. Una revelación demasiado rápida hubiera sido el mejor medio de hacer desviar esta misión: "si tú eres el Hijo de Dios, haz esto... haz aquello..." ¿Qué hubiéramos hecho en su lugar? "¡Ved, hermanos, los mismos demonios reconocen quién soy yo!" ¡No!, Dios es desconcertante, no le interesa esta publicidad ruidosa. Todos se preguntaban: "¿Qué significa todo esto? ¡He aquí una enseñanza nueva, proclamada con autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen!" Una pregunta. Todo el evangelio según san Marcos no bastará para contestarla; No estamos más que en la primera página, en el primer día de predicación (Noel Quesson).
Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace contemporáneos de lo que acabamos de escuchar y que estamos comentando. Preguntémonos con humilde agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás como Jesús, la Palabra de Dios Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? (Llucià Pou Sabaté, con textos tomados de mercaba.org).
Salmo 8: 2, 5 – 9: 2 ¡Oh Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra! Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos, 5 ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? 6 Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; 7 le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: 8 ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, 9 y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas.
Marcos 1: 21 – 28: 21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» 28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
Comentario: 1.- Hb 2, 5-12: En Jesús contemplamos al hombre cabal, al hombre tal como Dios le soñó el primer día, cuando amasaba el barro amorosamente para modelarlo. Un hombre que pertenece a nuestra historia y a nuestra raza ha sido substraído a las fuerzas que despojan al hombre de su propia existencia: el egoísmo, la injusticia, la desesperanza, el fatalismo, la indiferencia. El hombre es posible porque hubo un hombre que vivió en plena posesión de lo que hace que sea posible el hombre: el amor, la participación, la alegría, la apertura, la libertad, la inventiva, el aliento, el renacer...
Jesús es el hombre cabal y perfecto, el nuevo Adán, decía de él san Pablo. Por haberse roto en él el circulo infernal de nuestras alienaciones con la perfecta expansión de nuestras capacidades, podemos nosotros creer en el hombre. "Jesús es el primogénito de una multitud de hermanos". Habiendo compartido toda la aventura humana, él es, "por la gracia de Dios, la salvación de todos". Un hombre recorrió el camino del hombre, y se abrió para nosotros la vía que da acceso a nuestra plenitud. Pues la salvación tiene este primer momento: la prenda de que en la iniciativa de Dios, iniciada en la creación, llegará a feliz término. La tierra de los hombres no es país de destierro, sino el lugar en que, en un alumbramiento que dura todavía, se inaugura el triunfo del proyecto de Dios (Sal terrae).
El autor de la carta a los hebreos se ha preocupado por demostrar la superioridad de Cristo sobre los ángeles. Las especulaciones en torno a la misión de los Ángeles había adquirido una importancia considerable en el mundo judío después del exilio. El papel que desempeñan en el libro de Tobías, en el de Daniel y en los dos primeros capítulos de Lucas carece de importancia respecto al que le atribuían las especulaciones de los gnósticos. El autor se aprovecha de esa relevancia de los ángeles en el orden de la mediación para elaborar la doctrina de la mediación exclusiva de Cristo.
a) en cuanto hombre, explica la posición inferior de Cristo (v.9) respecto a los ángeles durante su vida terrestre (Sal 8, 5-7, citado en los vv. 6-8 según la versión de los Setenta). El autor ve en esa especie de postergación no precisamente la obediencia de Flp 2, 5-10, sino la sumisión a las leyes de la existencia humana, manejadas precisamente por los ángeles, según la manera de pensar de sus contemporáneos (Col 2, 15; Rom 8, 38-39; Gál 4, 3-9), comprendidas las de la muerte (cf. 1 Cor 2, 8). Cristo no está ya sometido a las leyes naturales dictadas por los ángeles, y muy pronto tampoco los hombres estarán sometidos a ellas, ya que conocerán un tiempo en que la naturaleza, en general, y su naturaleza en particular, se verán libres de estas leyes materiales: ya no habrá otras leyes cósmicas que las de la vida misma de Jesús glorificado irradiando sobre el universo.
b) El autor subraya a continuación la solidaridad (vv. 11-13) entre Cristo y los hombres en esa misma sumisión a las leyes naturales como una liberación de sus ataduras mediante la victoria final sobre el mal. Se trata de la solidaridad de un pueblo con el sacerdote surgido de su misma sangre, porque un sacerdote no es tal sacerdote si no ha surgido de las filas del pueblo (Heb 2, 14-18), al cual representa delante de Dios. Y esa es la razón por la cual no puede surgir solidaridad alguna en el orden de la salvación entre los ángeles y los hombres, puesto que los primeros no podrán ejercer jamás el sacerdocio en nombre de los segundos. Cuando cita el Sal 21/22, 23, el autor hace alusión (v. 12) a la totalidad del salmo y recuerda precisamente que esa solidaridad entre Cristo y los cristianos no ha podido nacer sino después de la ofrenda de su muerte de pobre. Ya no tiene interés alguno saber si hay ángeles para someter la naturaleza a las leyes cósmicas y fisiológicas. Esas leyes existen ciertamente, pero el hombre moderno no se preocupa ya por saber si los ángeles o Dios están detrás de ellas para vigilar su aplicación y mantener así al hombre en un estado de sujeción y de alienación. El cristiano sabe que el reino futuro de Cristo consistirá, no ya en la abolición del cosmos, sino en la espiritualización de esas leyes merced a la soberanía de Cristo. Esa es la esperanza a la que quiere abrirnos Hebreos. ¿No será acaso que esa esperanza esté comenzando a ser realidad en la medida en que el hombre contemporáneo influye en el curso de las leyes naturales y se asegura cierto dominio sobre ellas? El mundo configurado por la técnica, ¿no es acaso un mejor reflejo de Dios que el mundo alienado por las llamadas leyes naturales? ¿No quiere eso significar eficazmente que la mediación de Cristo tiende a hacerse real sobre el mundo y sobre la humanidad? (Maertens-Frisque).
La evolución del «mundo venidero» está en manos de Cristo, bajo su influencia. Fuente inmensa de esperanza y optimismo. “De gloria y de honor le coronaste. Todo lo sometiste bajo sus pies". Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Este salmo quería exaltar la vocación sublime del hombre en la creación, recordando el proyecto de Dios en el Génesis (1, 26): «dominad la tierra y sometedla». ¿Estoy convencido de la permanencia de esa misión del hombre? ¿No podríamos ver en la técnica que transforma el mundo una cierta aplicación de ese mandamiento del Creador? Un mejor conocimiento de las leyes cósmicas: físicas, biológicas, psicológicas permitirá dominarlas para impedir que aplasten al hombre. Uno de los fines de la ciencia es liberar al hombre de cantidad de alienaciones que la naturaleza bruta hace pesar sobre él. Vencer la sequía, el hambre, la enfermedad. Utilizar las energías destructoras del fuego, de la electricidad, del átomo para el bien del hombre. El hecho de que el Hijo de Dios se hiciera hombre no hace más que reforzar esta vocación sorprendente.
-Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. Y sin embargo, a Jesús que fue hecho algo inferior a los ángeles, le vemos ahora "coronado de gloria y de honor".
-Si pues experimentó la muerte, por la gracia de Dios fue para el bien de todos. ¡Experimentar la muerte! Fórmula que conviene meditar. La muerte no resultó para Jesús un problema del que se discute desde el exterior: tuvo experiencia de ella. Volveremos de nuevo sobre ese tema. Jesús, sometiéndose a ella, la venció.
-Convenía, en efecto, que Aquel creador de todo y para quien es todo llevara muchos hijos a la gloria... He ahí, una vez más, el objetivo de Dios: llevar a los hombres a su propia vida, a su propia gloria divina... ¡tener hijos a quienes colmar de bienes! ¡Una vasta empresa de amor!
-Y era normal que lleve a su perfección, mediante el sufrimiento, a aquel que iba a guiarlos a la salvación. Así, Jesús es, en verdad, «la perfección del proyecto de Dios», su «cumplimiento»: en El se lleva a término la transformación radical del hombre elevándolo hasta Dios.
-Pues tanto Jesús el santificador, como los hombres, los santificados, son de la misma raza. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos. El autor subraya la solidaridad de Jesús con la humanidad. Hay una especie de superioridad de los hombres respecto a los ángeles. Jesús se hizo uno de nosotros, sometiéndose totalmente a la condición humana, incluida la muerte (Noel Quesson).
La comparación entre Jesucristo y los ángeles como caminos salvíficos adquiere aquí toda su radicalidad: Jesucristo es el salvador, mientras que los ángeles no son salvadores (2,5) ni salvados (2,16). Esto responde al tema del segundo párrafo: el camino de la salvación de los hombres revelado en el camino del hombre Jesús (2,5-18).
Los versículos 10-16 desarrollan el aspecto preferido por el autor: el proceso personal de Jesús. Empiezan por una exposición misteriosa: «convenía» que Dios confiriese a Jesús la perfección a través de los sufrimientos; esta «conveniencia» forma parte del misterioso mundo de la vida humana que la revelación desvela. Los versículos siguientes la prueban partiendo de la función salvífica de Jesús: convenía que su camino fuese el camino propio de los hombres, camino de «sangre y carne» que conduce a la «muerte». Con extraordinaria fuerza evocadora Heb dice que los hombres, conscientes y a la vez angustiados por su condición mortal, viven toda la vida atenazados como esclavos. Pues bien: aquí se decide la comunión de Jesús con los hombres y aquí está la gran revelación. Jesús ha compartido nuestra condición humana y nuestra muerte y precisamente en el dolor y la muerte nos libra de la angustia de la muerte. Comprender y vivir la misteriosa conveniencia de este camino como único camino de salvación es, en definitiva, el objetivo de la carta.
Los dos últimos versículos (17-18) tienen particular importancia: resumen la primera parte, que acaba aquí, y anuncian los dos temas fundamentales de la segunda; además son un primer intento de expresar en categorías cultuales la fe cristiana explicada hasta ahora. E1 proceso personal de Jesús (sumo sacerdote) y su eficacia salvífica (expiación de los pecados) se enmarcan en la perspectiva propia de Heb: la interpretación cultual del insondable misterio de Jesucristo (G. Mora).
2. El Salmo 8, que el autor comenta -y que es el salmo responsorial de hoy-, habla del hombre en general cuando dice que es «poco inferior a los ángeles», «le diste el mando sobre las obras de tus manos». En la plegaria eucarística IV le damos gracias a Dios porque al hombre «le encomendaste el mundo entero para que dominara todo lo creado». Aquí se aplica el salmo a Cristo. Jesús, por su encarnación como hombre, aparece como «poco inferior a los ángeles», sobre todo en su pasión y su muerte. Pero ahora ha sido glorificado y se ha manifestado que es superior a los ángeles, coronado de gloria y dignidad, porque Dios lo ha sometido todo a su dominio. Por haber padecido la muerte, para salvar a la humanidad, Dios le ha enaltecido sobre todos y sobre todo.
Apunta además otro tema predilecto de la carta: Jesús ha experimentado en profundidad todo lo humano, incluso el dolor y la muerte. Más aún, llega a decir que «Dios juzgó conveniente perfeccionarle y consagrarle con sufrimientos». Así ha podido conducir a la gloria a todos los hombres, a los que «no se avergüenza de llamarles hermanos» (J. Aldazábal).
¿Qué somos nosotros, humanos, ante Dios? ¿Cuál es el valor que tenemos en su presencia? ¿Por qué nos ama tanto nuestro Dios y Padre? Somos inferiores a los ángeles; y sin embargo Dios nos dio el mando sobre las obras de sus manos, sometiendo todo bajo nuestros pies. Y para que esto sea realidad nos envió a su propio Hijo, el cual se levantó victorioso sobre el pecado y la muerte y sobre cualquier otro poder que pudiera querer dominarnos. Ciertamente mientras vamos por este mundo muchas veces las cosas pasajeras embotan nuestra mente y nuestro corazón; y, por desgracia, muchas veces vivimos encadenados a los bienes de este mundo. Sin embargo el Señor nos llama para que vivamos, no como esclavos, sino como señores de aquello que Él ha querido sujetar a nuestra autoridad. Más aún, hemos de procurar que los bienes de este mundo nos sirvan para alcanzar los bienes eternos; y esto será en la medida en que sepamos compartir lo nuestro con los más desprotegidos. Entonces nos habremos elevado muy por encima de la gloria y de la dignidad entendida conforme a los criterios de este mundo.
3.- Mc 1, 21-28 (ver domingo 4B). Todos estaban asombrados de lo que decía y hacía Jesús. Luego vendrán los conflictos, hasta llegar progresivamente a la oposición abierta y la muerte. Jesús enseña como ninguno ha enseñado, con autoridad. Además hace obras inexplicables: libera a los posesos de los espíritus malignos. Su fama va creciendo en Galilea, que es donde actúa de momento. Es que no sólo predica, sino que actúa. Enseña y cura. Hasta los espíritus del mal tienen que reconocer que es el Santo de Dios, el Mesías. Fuera cual fuera el mal de los llamados posesos, el evangelio lo interpreta como efecto del maligno y por tanto subraya, además de la amable cercanía de Jesús, su poder contra las fuerzas del mal. Nos conviene recordar que Jesús sigue siendo el vencedor del mal. O del maligno. Lo que pedimos en el Padrenuestro, «líbranos del mal», que también podría traducirse «líbranos del maligno», lo cumple en plenitud Dios a través de su Hijo. Cuando iba por los caminos de Galilea atendiendo a los enfermos y a los posesos, y también ahora, cuando desde su existencia de Resucitado nos sale al paso a los que seguimos siendo débiles, pecadores, esclavos. Y nos quiere liberar. Cuando se nos invita a comulgar se nos dice que Jesús es «el Cordero que quita el pecado del mundo». A eso ha venido, a liberarnos de toda esclavitud y de todo mal. Por otra parte, Jesús nos da una lección a sus seguidores. ¿Qué relación hay entre nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Nos contentamos sólo con anunciar la Buena Noticia, o en verdad nuestras palabras van acompañadas -y por tanto se hacen creíbles- por los hechos, porque atendemos a los enfermos y ayudamos a los otros a liberarse de sus esclavitudes? ¿de qué clase de demonios contribuimos a que se liberen los que conviven con nosotros? ¿repartimos esperanza y acogida a nuestro alrededor? El cuadro de entonces sigue actual: Cristo luchando contra el mal. Nosotros, sus seguidores, luchando también contra el mal que hay en nosotros mismos y en nuestro mundo (J. Aldazábal).
-Jesús. acompañado de sus discípulos, llega a Cafarnaúm. Jesús no espera. En cuanto tiene cuatro discípulos, entra en acción y desde la primera jornada, veremos una especie de resumen de toda esta acción, es la famosa "primera jornada de Cafarnaúm": Jesús enseña... Jesús expulsa a los demonios y sana a los enfermos... Jesús reza... Todo esto por delante y con cuatro discípulos.
-Enseguida, el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba. He aquí su primer acto: Va al lugar público de reunión y de plegaria el día en que todo el mundo está allí, y hace la homilía. Jesús se inserta primero en la vida religiosa clásica de su tiempo. Pero no se encerrará en ella: se le verá predicar preferentemente en la vida profana. Incluso lo hará, con mayor frecuencia. Marcos sólo tres veces nos muestra a Jesús hablando en el cuadro de una sinagoga: la tercera y última en Nazaret, de donde se le expulsa bruscamente (Mc 6, 2).
-Se maravillaban de su doctrina pues hablaba como hombre que tiene autoridad y no como los escribas... Los escribas no hacían sino repetir las lecciones aprendidas. Jesús se distingue por su autoridad soberana, que viene del interior de sí mismo. He aquí otra observación indirecta sobre su "misteriosa persona"' que un día se descubrirá como "divina". Por el momento se quedan asombrados. Si tengo ocasión de hablar de Dios, o de Cristo, a mis hijos, a los amigos, ¿cómo lo hago? ¿Cómo un "escriba" preocupado sólo de repetir exactamente fórmulas escolares? o como un testigo que ha sabido interiorizar personalmente el evangelio y que se compromete con lo que dice? Pero ¿cómo un testigo servidor de la Palabra divina, que desaparece ante aquél del cual está hablando?...
Son los demonios los primeros en descubrir "quién" es Jesús. Por su naturaleza espiritual ¿serían ellos más sutiles que los hombres? Mientras los hombres se preguntan y se asombran solamente... los demonios saben. -Jesús les mandó callar. Será un tema esencial de todo el evangelio según san Marcos: el secreto mesiánico. Jesús hace callar a los que se apresuran a afirmar que El es el "Hijo de Dios"; quiere revelar este misterio progresivamente, a fin de evitar un entusiasmo popular que falsearía el sentido de su misión. Una revelación demasiado rápida hubiera sido el mejor medio de hacer desviar esta misión: "si tú eres el Hijo de Dios, haz esto... haz aquello..." ¿Qué hubiéramos hecho en su lugar? "¡Ved, hermanos, los mismos demonios reconocen quién soy yo!" ¡No!, Dios es desconcertante, no le interesa esta publicidad ruidosa. Todos se preguntaban: "¿Qué significa todo esto? ¡He aquí una enseñanza nueva, proclamada con autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen!" Una pregunta. Todo el evangelio según san Marcos no bastará para contestarla; No estamos más que en la primera página, en el primer día de predicación (Noel Quesson).
Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace contemporáneos de lo que acabamos de escuchar y que estamos comentando. Preguntémonos con humilde agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás como Jesús, la Palabra de Dios Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? (Llucià Pou Sabaté, con textos tomados de mercaba.org).
Lunes de la 2ª semana: Jesús es el Salvador, anunciado por todos los profetas: “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca”…
Hebreos 1: 1 – 6: 1 Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; 2 en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; 3 el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, 4 con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. 5 En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo? 6 Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.
Salmo 97: 1 - 2, 6 - 7, 9: 1 ¡Reina Yahveh! ¡La tierra exulte, alégrense las islas numerosas! 2 Nube y Bruma densa en torno a él, Justicia y Derecho, la base de su trono. 6 los cielos anuncian su justicia, y todos los pueblos ven su gloria. 7 ¡Se avergüenzan los que sirven a los ídolos, los que se glorían de vanidades; se postran ante él todos los dioses! 9 Porque tú eres Yahveh, el Altísimo sobre toda la tierra, muy por encima de los dioses todos.
Marcos 1: 14 – 20: 14 Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: 15 «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» 16 Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» 18 Al instante, dejando las redes, le siguieron. 19 Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; 20 y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
Comentario: 1.- Hb 1, 1-6 (ver Navidad, 2ª lect.). La Epístola a los Hebreos, más que una carta de san Pablo como las otras, es como un «sermón», de una extraordinaria densidad humana y teológica. Además su lectura requiere un esfuerzo pues, destinada sin duda a judíos conversos, alude a ritos de sacrificio de animales y a una interpretación simbólica de la Biblia... todo lo cual puede desorientar a un lector moderno. Para no extraviarse es preciso entrar en la dialéctica del autor y dejarse guiar por comentarios de tipo exegético. Ya la primera frase anuncia el tema que será tratado: el Antiguo Testamento anuncia y prefigura a Cristo. Jesús es la palabra última de Dios, su Palabra definitiva. Este «aletazo» que de golpe nos conduce a las cimas del misterio de Cristo, nos recuerda el prólogo de san Juan: «todo fue hecho por El, y sin él nada se hizo» (Juan 1, 3). Cuán lejos estamos de las actuales tentativas reductoras, que querrían simplificar a Jesús de Nazaret reduciéndolo al Hombre perfecto, el superhombre, el mito de esto o de aquello.
El hijo de María, el muchacho carpintero de Nazaret, el hombre sensible a los sufrimientos del pueblo sencillo, el amigo fiel que llora la muerte de los que ama... ¡sí! Pero también el Hijo de Dios, Luz de luz, Resplandor de la Gloria de Dios, impronta perfecta del Ser de Dios.
-El Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad divina, en las alturas. Las imágenes se acumulan para afirmar la divinidad de Jesús:
*. Como Dios, es Creador, y mantiene en la existencia a todas las cosas. En efecto, la creación no está terminada. La palabra todopoderosa de Jesús está terminando la humanidad.
**. Es salvador y purificador, como sólo Dios puede ser. «¿Quién puede perdonar los pecados?» (Mc 2, 7).
***. Está asociado a la Gloria, a la Majestad. Con una superioridad sobre los ángeles. Toda la siguiente demostración tiende a afirmar esta supremacía. El judaísmo de aquel tiempo veía "ángeles" por todas partes. Para respetar la grandeza y la invisibilidad de Dios, se había multiplicado esos «mediadores», esos intermediarios. El hombre de hoy se ha procurado otros "protectores": la ciencia, la técnica, el progreso. ¿Sabemos reconocer la supremacía de Cristo sobre todo esto? (Noel Quesson).
2. Sal. 97 (96). Dios es el Creador de todo. Él ha venido como poderoso Salvador nuestro para liberarnos de la esclavitud al pecado y a la muerte. Él se ha levantado victorioso sobre la serpiente antigua, o Satanás. Por eso nos hemos de alegrar en el Señor, y hemos de vivir pregonando su justicia desde una vida recta. Muchas veces, por desgracia, nos hemos creado falsos dioses y les hemos entregado nuestro corazón. Así, hemos pensado que nuestra paz, nuestra seguridad y nuestra plena realización se basarían en cosas pasajeras, o en vernos protegidos por amuletos, o en la acumulación de bienes pasajeros. No faltará quien, incluso, haya centrado su seguridad en verse protegido por los poderosos de este mundo. Sin embargo lo pasajero puede, finalmente, dejarnos con las manos vacías y nuestra fe y esperanza derrumbadas. Sólo el Señor, nuestro Dios, es digno de crédito. Él jamás abandona ni defrauda a los que en Él confían. Sin embargo aceptar vivir confiados en Él nos ha de llevar a vivir conforme a su Palabra, a ser rectos de corazón, a proceder en la justicia y el derecho, pues no podemos decir que confiamos en el Señor mientras no vayamos, realmente tras las huellas de amor, de santidad, de justicia y de paz que Dios nos ha marcado por medio de su Hijo Jesús, Señor y Rey nuestro, que ha venido a nosotros para convertirse en el Camino que nos conduzca al Padre, y a nuestra plena realización en Él.
3.- Mc 1, 14-20 (ver domingo 3). 3.- Mc 1,14-20 (ver domingo 03b). A. Comentario mío de 2008: * Caridad, oración y ayuno, son las armas espirituales para combatir el mal, que se nos recuerdan en Cuaresma, pero quiere la Iglesia proponernos ya en la primera semana del tiempo ordinario este Evangelio de llamada a la conversión, para que empecemos con buen pie. Joan Costa señalaba: “Hoy, el Evangelio nos invita a la conversión. «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir, ¿a quién? ¡A Cristo! Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad. Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer. Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud. Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el lema episcopal del Santo Padre, Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso, todo. Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Jaime y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él (cf. Mc 1,18), una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros”.
** Antes de pasar a la llamada que Jesús hace a seguirle, miraremos con más detenimiento la necesidad de conversión: ¿qué tiene que ver con la dignidad de la persona y con la conciencia de pecado? La necesidad de redención es fácil de intuir o de creer siguiendo la revelación, pero difícil de entender. El pecado existe, es un mal: ofensa a Dios y destrucción de la vocación del hombre. ¿Hace daño a Dios? No, pero la gloria de Dios es la felicidad del hombre, y Dios “sufre” cuando nos hacemos daño, cuando estamos tristes porque le hemos abandonado (estamos hechos para el amor de Dios, y no encontramos la plenitud fuera del amor, que es caer en el pecado, que es egoísmo). El pecado es ofensa a Dios, nos desvía de Él y por tanto nos “pierde”, maltrata nuestra dignidad y perturba la convivencia (después de alzar el puño contra Dios con la soberbia del primer pecado de Adán, la rebelión contra Dios, el segundo pecado del mundo es Caín que mata a Abel: cuando no hay padre, los hermanos se matan: cf. Catecismo, 1849-1850). Pero después del primer pecado (Gen 3, 15) Dios promete la salvación. Más tarde, Abraham (s. XX-XIX a. C.) dispone las cosas para su plan redentor, primero con la liberación de la esclavitud de Egipto, elección de Israel y alianzas, cuidado amoroso y envío de los Patriarcas y Profetas, hasta Jesús, pues el hombre no puede salvarse solo, y la situación de pecado personal genera el pecado social con sus estructuras de pecado como vemos en la historia.
La llamada primera es a la conversión. La santidad no es una cuestión mágica, como dándole a un botón, mirar hacia oriente y decir una formulita… Jesús nos dice que ha venido a salvar a los pecadores, y que prefiere un corazón contrito y humillado. Esto significa reconocer nuestra situación de pecado, y dejarnos conquistar por el divino alfarero que para hacer su obra maestra necesita que seamos dúctiles, que nos dejemos transformar, convertir. (Tomo prestados unos apuntes como base de los siguientes comentarios).
Ya en el Antiguo Testamento vemos este diálogo entre el hombre, que tiene momentos buenos y otros llenos de infidelidad, y la fidelidad de Dios por contraste (Gen 8, 21-22; 9, 11). Después del diluvio se establece una alianza con el arco iris para que el hombre pueda recordar siempre que Dios no olvida su promesa, que su perdón es para siempre. Los profetas y las prácticas penitenciales van recordando la necesidad que tiene el hombre de continua conversión, para recibir este perdón (cf. Os 14, 2; Ez 18,21; Jer 26, 3). De modo excepcional esta conversión está recogida en el Salmo 50 que la Iglesia proclama todos los viernes en su liturgia de las horas. Los ritos que el pueblo de Israel dedica a la petición de perdón (Num 16, 6-15; Jue 10,10-16; 1 Rey 8,33-40.46-51) están también cargados de llamadas a la penitencia y ayunos (Joel 1-2; Is 22,12) y estas prácticas penitenciales cobran más conciencia después de la cautividad (Esd 9,5-15; Dan 9,4-19…).
En el Nuevo Testamento, la llamada a la conversión está presente desde el comienzo de la proclamación de la buena nueva, como hemos visto al comentar la predicación de San Juan Bautista, que con ella preparó la venida del Mesías: "Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías. (Jn. 1, 23). Sus palabras eran claras y fuertes. San Lucas narra esta predicación y cómo animaba a compartir con los demás lo que se posee, a no exigir más de lo que marca la justicia en los negocios, a no ser violentos, ni denunciar falsamente a nadie (cfr. Lc. 3, 1-18) Para conseguir vivir sin pecado proponía el bautismo de agua y la penitencia. Sin embargo, siempre insistió en que estos medios eran insuficientes, pues él era sólo el precursor: "Yo os bautizo con agua para la penitencia; pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo. No soy digno de llevarle las sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era; reunirá su trigo en el granero, y la paja la quemará en un fuego inextinguible" (Mt. 3. 11-12). Cuando Jesús fue a bautizarse al Jordán, le dijo: "Yo necesito ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?" (Mt. 3, 14) Más adelante dirá de Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo" (Jn. 1, 29). Cuando sus discípulos le dejan para seguir a Jesús, se llenó de alegría, añadiendo: "Conviene que El crezca y yo disminuya" (Jn. 3, 30).
Ahora ya hemos vivido el Bautismo del Señor, sabemos en esta primera predicación de Jesús que todo comienza con la conversión: "se han cumplido los tiempos y se acerca el Reino de Dios; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 15; cf. Mc 6, 12). Se trata de volver a nacer, "hacerse como niños" o "nacer de nuevo", como dirá a Nicodemo (cfr. Jn. 3, 4). Jesús recuerda los castigos si no se convierten: “Yo os digo que si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13, 3-5; cf. Mt 11, 20-24; Lc 10, 13-16; 11, 29-32). Dentro de pocos días, al conmemorar el inicio de la Cuaresma, tendremos que volver sobre ello, y completar el cuadro.
*** Vemos también en este Evangelio dos de las características principales de la llamada de Jesús a los discípulos (en otros sitios correlativos veremos completados los aspectos). Hay que decir que no es la primera llamada, que leímos la semana pasada, sino otra más personal, para ser de los discípulos que le siguen más de cerca. Luego veremos también quizá otra llamada, la del colegio apostólico. No sé si hay dos o tres llamadas a los discípulos, por parte de Jesús, o bien si es la vida una continua llamada, en la que vemos algunos aspectos más relevantes como estos, cuando Jesús llama a algunos y estos le siguen. Seguiré un esquema desarrollado que leí (firmaba JJU):
a) La llamada es iniciativa de Jesús. No es encargada a una tercera persona, aunque haya mediaciones como la que vimos hace días de Felipe que busca Natanael. Ahora, la realiza personalmente el mismo Jesús en virtud de su poder mesiánico. A veces, alguno quiere seguirlo por propia iniciativa pero es invitado a tomar otro camino (cf. Mc 5,18-20): “No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros”, dirá más tarde (Jn 15,16). Nadie se hace a sí mismo discípulo. Es Jesús el que los hace. El seguimiento no es conquista, sino un ser conquistado. Así lo experimentó Pablo: “No es que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo [a Cristo], habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12). Por esta misma razón, la vocación al seguimiento culmina con la transformación existencial que da lugar a un nuevo yo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
Esta iniciativa por parte de Jesús es indicada en los Evangelios con tres verbos. Dos de ellos se refieren a lo que él hace: ‘pasa’ al lado de los que luego le seguirán y los ‘ve’. Entonces vemos la llamada explícita: Jesús les dijo: ‘Venid conmigo’, o simplemente, ‘sígue-me’. Como veremos en el Evangelio de mañana, esto causará estupor: está diciendo que sigamos no una doctrina, sino a Él. «Llamando». Después de ‘ver’ aparece la llamada explícita, que es también un mandato: “Venid conmigo”, “sígueme”. Estas expresiones indican la relación de cercanía y la intimidad con Jesús que deben caracterizar la vida del discípulo.
b) La llamada es personal. Jesús no llama a multitudes o grupos. Su llamada se dirige siempre a personas concretas, y su llamada es intransferible. Jesús se muestra en todo momento atento a las personas, incluso cuando tiene delante una muchedumbre: “A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba” (Lc 4,40). A lo largo de su ministerio público, Jesús llama y trata de manera distinta a personas distintas, especialmente a los apóstoles. La relación de Jesús con cada uno es diferente, y a cada uno dice cosas diferentes (Pedro, Juan, Natanael, Tomás, Judas, etc.).
B. Textos tomados de mercaba.org (2010). Durante las nueve primeras semanas del año hacemos la lectura continua del evangelio según san Marcos, el primero que se puso por escrito y el más corto de los evangelios. Los trece primeros versículos, que no leemos aquí, porque se leyeron durante los domingos precedentes, relatan muy brevemente la "predicación de Juan Bautista", "el bautismo de Jesús" y "el retiro preliminar de Jesús en el desierto, donde fue tentado"... Se podría decir, por tanto, que Marcos es el inventor de ese género literario tan provechoso que se llama «evangelio»: no es tanto historia, ni novela, sino «buena noticia». Pudo ser escrito en los años 60, o, si hacemos caso de los papiros descubiertos en el Qumran, incluso antes. Con un estilo sencillo, concreto y popular, Marcos va a ir haciendo pasar ante nuestros ojos los hechos y palabras de Jesús: con más relieve los hechos que las palabras. Marcos no nos aporta, por ejemplo, tantos discursos de Jesús como Mateo o tantas parábolas como Lucas. Le interesa más la persona que la doctrina. En sus páginas está presente Jesús, con su historia palpitante, sus reacciones, sus miradas, sus sentimientos de afecto o de ira. Lo que quiere Marcos, y lo dice desde el principio, es presentarnos «el evangelio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios» (Mc 1,1). Hacia el final del libro pondrá en labios del centurión las mismas palabras: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Además de leer cada año el evangelio de Marcos en los días feriales de estas nueve semanas, también lo proclamamos en los domingos de cada tres años: 1997, 2000, 2003... La página que escuchamos hoy nos narra el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea, que ocupará varios capítulos. En los versículos anteriores (Mc 1,1-13) nos hablaba de Juan el Precursor y del bautismo de Jesús en el Jordán. Son pasajes que leímos en el tiempo de Adviento y Navidad. El mensaje que Marcos pone en labios de Jesús es sencillo pero lleno de consecuencias: ha llegado la hora (en griego, «kairós»), las promesas del AT se empiezan a cumplir, está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia: la Buena Noticia que tiene que cambiar nuestra actitud ante la vida. En seguida empieza ya a llamar a discípulos: hoy a cuatro, dos parejas de hermanos. El relato es bien escueto. Sólo aporta dos detalles: que es Jesús el que llama y que los llamados le siguen inmediatamente, formando ya un grupo en torno suyo.
Somos invitados a escuchar a Jesús, nuestro auténtico Maestro, a lo largo de todo el año, y a seguirle en su camino. Nuestro primer «evangelio de cabecera» en los días entre semana será Marcos. Es la escuela de Jesús, el Evangelizador verdadero. Somos invitados a «convertirnos», o sea, a ir aceptando en nuestras vidas la mentalidad de Jesús. Si creyéramos de veras, como aquellos cuatro discípulos, la Buena Noticia que Jesús nos anuncia también a nosotros, ¿no tendría que cambiar más nuestro estilo de vida? ¿no se nos tendría que notar que hemos encontrado al Maestro auténtico? «Convertíos y creed en la Buena Noticia». Convertirse significa cambiar, abandonar un camino y seguir el que debe ser, el de Jesús. El Miércoles de Ceniza escuchamos, mientras se nos impone la ceniza, la doble consigna de la conversión (porque somos polvo) y de la fe (creer en el evangelio de Jesús). El mensaje de Jesús es radical: no nos puede dejar indiferentes. «Lo dejaron todo y le siguieron». Buena disposición la de aquellos pescadores. A veces los lazos de parentesco (son hermanos) o sociales (los cuatro son pescadores) tienen también su influencia en la vocación y en el seguimiento. Luego irán madurando, pero ya desde ahora manifiestan una fe y una entrega muy meritorias. «Lo dejaron todo y le siguieron». No es un maestro que enseña sentado en su cátedra. Es un maestro que camina por delante. Sus discípulos no son tanto los que aprenden cosas de él, sino los que le siguen, los que caminan con él. Es más importante la persona que la doctrina. Marcos no nos revela tanto qué es lo que enseñaba Jesús -aunque también lo dirá- sino quién es Jesús y qué significa seguirle. «Convertíos y creed la Buena Noticia». «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (J. Aldazábal).
-Después que Juan fue preso, Jesús marchó a Galilea, predicando la "buena nueva" de Dios. Jesús humildemente sigue la predicación de Juan. Le ha dejado llegar hasta el final de su misión de precursor. A su desaparición, le llega a Jesús el turno de entrar en escena. ¿Sé yo dejar su lugar a los demás? Juan Bautista fue pues "detenido", y encarcelado. En esta situación dramática -la "buena nueva" es un estorbo y los portavoces de Dios son mal vistos- es cuando Jesús comienza: ya puede prever lo que le esperará dentro de algunos meses.
-Decía "Los tiempos se han cumplido... y el Reino de Dios está cerca... Arrepentíos... y creed en la "buena nueva..." Voy a meditar pausadamente sobre estas cuatro palabras. Jesús desde el principio se considera ser el término de todo el Antiguo Testamento. El tiempo fijado por Dios para cumplir sus promesas ha llegado. Una nueva era comienza. Abraham, Moisés, David, los Profetas... no eran más que una preparación: "Yo llego... cumplo... termino... Pretensión exorbitante. Se ha creído a veces poder soslayar la cuestión engorrosa que suscita la personalidad de Jesús, tratando de suprimir los milagros o de explicarlos humanamente. De hecho la conciencia que posee Jesús de su vinculación privilegiada con Dios está presente en todas las páginas del evangelio. Si se rehúsa admitir la divinidad de Jesús, no sólo se tendrán que romper algunas páginas molestas... toda la trama del evangelio quedaría rota.
"El Reino de Dios está cercano". Yo introduzco la humanidad en este reino. Es a partir de mí que este reino tan esperado va a comenzar por fin. "Convertíos". Cambiad de vida. Es urgente. "Creed en "la buena nueva." Sí, lo que acabo de deciros es bueno, ¡es una alegre nueva!
-Caminando a orillas del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés... Algo más allá vio a Santiago y a su hermano Juan... Marcos no intenta darnos una biografía real. Sabemos por el evangelio según san Juan que Jesús había ya encontrado esos mismos hombres a orillas del Jordán. Pero aquí Marcos quiere decirnos toda la importancia que, para Jesús, tienen los "discípulos". Todavía no hemos visto a Jesús ante las muchedumbres, ni ante personas precisas... Estamos sólo en el versículo 16 del evangelio... y he aquí que Jesús se rodea de cuatro hombres, que no van a dejarle más, y que veremos siempre a su alrededor. Son éstos más importantes para El que el entusiasmo de las gentes; es ya la Iglesia que se va preparando.
-Venid... Seguidme... Yo os haré pescadores de hombres. Decididamente, este joven "rabí" se impone de entrada. ¿Quién es para tener tales pretensiones y tales exigencias? Parece saber muy bien lo que quiere. Por el momento no será un "maestro" intelectual reuniendo auditores para ir pensando con El... No, hay que seguirle para una acción, hay que trabajar en su obra, hay que ayudar a salvar a la humanidad (Noel Quesson).
Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos ha propuesto un nuevo haz de misterios: los luminosos. Justamente estos misterios nos invitan a que no demos un salto mortal de los gozosos a los dolorosos. Nada de saltos; vayamos paso a paso recorriendo la historia vivida por Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, recordando las palabras de Mateo: “País de Zabulón y de Neftalí, Galilea de los gentiles. A los que habitaban en tinieblas una luz les brilló”. Es bueno que nuestra contemplación se detenga en la claridad que irradia toda la manifestación de Jesús. Después de quedar deslumbrados por el fogonazo de la Navidad y antes de asomarnos a la tiniebla casi impenetrable del Gólgota y a la gloria del sepulcro vacío, acerquémonos a la luz amiga que nos llega desde las palabras del maestro, desde los milagros del carismático, desde las acciones simbólicas del profeta, desde las revelaciones del Hijo.
En realidad, tal es el camino que ha recorrido la cristología en los últimos decenios. Antes se tendía a pasar del estudio del misterio del Verbo encarnado al de la obra de la Redención, con algún interludio sobre la santidad, la ciencia y la conciencia de Jesús. Se sobrevolaba su ministerio. Sin embargo, para no caer en un mito extraño del Salvador necesitamos aferrarnos a la peripecia concreta vivida por Jesús. En ella se nos revelan los misterios del Reino, la misma verdad de Jesús y el rostro de Dios Padre. En el anuncio de la llegada del Señorío de Dios, en la llamada a la conversión, en la cercanía de Jesús a sufrientes y marginados, en la mesa compartida (“la esencia del cristianismo es comer juntos”, nos ha dicho un docto exégeta alemán), en el trato con las mujeres y los pequeños, y en tantas cosas más lo de Dios cobra un perfil concretísimo que nos liberará de falsas proyecciones. ¡Atentos, pues, a este tiempo ordinario y a su gracia cotidiana! (Pablo Largo: pldomizgil@hotmail.com).
Los primeros discípulos de Jesús no pertenecían a la clase sacerdotal que controlaba el templo, ni al grupo de los fariseos o letrados (devotos de turno o teólogos juristas), ni a los saduceos, que conformaban la aristocracia terrateniente. Provenían de Galilea, una región mal vista por la ortodoxia judía («Galilea de los gentiles» o de los paganos, la llamaban), llena de gente descreída y propensa a revoluciones desestabilizadoras del «orden establecido». A la «gente de bien» de entonces no les parecería el lugar más adecuado para elegir a los futuros «pescadores de personas». Jesús comienza llamando a dos parejas de hermanos, pues el reino de Dios o comunidad cristiana será una comunidad de iguales. Y los invita a seguirlo, para entregarles su Espíritu, como Elías invitó a Elíseo en el libro primero de los Reyes (Re 19,20s). Cuando reciban el Espíritu (el amor universal de Dios) quedarán capacitados para ser «pescadores de seres humanos», o lo que es igual, para llamar a todos, sin distinción de personas, a formar parte de la comunidad cristiana, que -hoy como ayer- debe ser una alternativa de sociedad o una sociedad alternativa dentro de este viejo mundo que tiene por Dios al dinero. (J. Mateos-F. Camacho).
Una de las actitudes que han hecho que el cristianismo no haya llegado todavía a todos los corazones como es el deseo de Dios, es la indecisión en el seguimiento del Señor. Todos estamos muy ocupados con nuestras cosas y nuestros pensamientos. Y la verdad que lo que hacemos es importante, sin embargo cuando el Señor nos llama no hay lugar para las demoras, ni para las excusas. Y este llamado no es sólo al seguimiento apostólico, como sería el caso de los sacerdotes o religiosos o religiosas, es un llamado general para vivir con “prontitud” el mensaje del Evangelio: ¡Ven y sígueme! Será el mismo llamado para todos, apóstoles y seglares. A la voz del Maestro hay que dejarlo todo y ponerse en camino con él. Pedro , Andrés, Santiago y Juan dejaron “de inmediato” lo que estaban haciendo: Nosotros ¿cuándo? (Ernesto María Caro).
San Ireneo de Lión (hacia 130-208) obispo, teólogo y mártir, en Contra las herejías,4 14 habla de que Dios Los llama porque los ama, dice así: “El Padre nos recomienda vivir en seguimiento del Verbo, no porque tuviera necesidad de nuestro servicio sino para procurarnos la salvación. Porque, seguir al Salvador es tener parte en la salvación, como seguir a la luz es tener parte en la luz. No son los hombres que hacen resplandecer la luz sino que son ellos los iluminados, hechos resplandecientes por la luz. Los hombres nada pueden añadir a la luz, sino que la luz los ilumina y los enriquece.
Así es con el servicio que rendimos a Dios. Dios no tiene necesidad de nuestro servicio y nada le añade a su gloria. Pero aquellos que le sirven y le siguen reciben de Dios la vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Si Dios invita a los hombres a vivir en su servicio es para poder otorgarnos sus beneficios, ya que él es bueno y misericordioso con todos. Dios no necesita nada; en cambio el hombre necesita de la comunión con Dios. La gloria del hombre consiste en que persevere en el servicio de Dios.
Por esto dijo el Señor a los apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn 15,16). Con ello indica que no somos nosotros los que le glorificamos con nuestro servicio, sino que por haber seguido al Hijo de Dios, somos glorificados por él... Dios concede sus bienes a los que le sirven porque le sirven. Pero no recibe de ellos ningún beneficio ya que él es perfecto en si mismo y sin carencia de ninguna clase. Nos llama porque nos ama”.
Ha concluido la misión y el ministerio de Juan Bautista. Jesús inicia el anuncio del Evangelio. Él es el Evangelio viviente del Padre. Ante Él hay que aprender a confrontar la propia vida para dejar a un lado aquellas actitudes o criterios que nos impidan aceptarlo en nuestra existencia. Creer en el Evangelio significa aceptar a Jesús como el Enviado del Padre para liberarnos de nuestras esclavitudes al mal. Pero no basta con escuchar a Jesús y aceptar su salvación en nosotros. Debemos convertirnos en testigos suyos, uniéndonos a la misión que el Padre Dios le confió. Hay que echar las redes para pescar hombres para Dios; y si las redes están rotas hay que remendarlas para que queden preparadas para la pesca. Ante el seguimiento de Cristo no puede haber impedimentos de barcas o familia. Dios nos quiere con un amor hacia su Hijo muy por encima de la familia o de las cosas materiales. Quien siga esclavo de lo pasajero o de la familia podría llegar a utilizar la fe para negociar con ella. Y el Señor nos quiere leales a nuestro compromiso con Él, libres de intenciones torcidas en la proclamación de su santo Nombre (www.homiliacatolica.com).
Se acabó el tiempo de Navidad. Hoy añadimos: comenzamos el tiempo ordinario. El título del comentario de hoy no hace referencia a este hecho (aunque ciertamente es un alivio el volver a la vida común y saber qué día es domingo, lunes o viernes y no tener semanas con fin de semana entre medias). El verdadero alivio viene al escuchar a Jesús en el evangelio de hoy: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” e inmediatamente le siguieron. Podría haber dicho el Señor: “Apuntaros a unas clases de teología”, “leer mis obras completas”, “Voy a haceros un examen de aptitud”, “Seguro que no sois capaces de hacer esto o lo otro” o poner un anuncio en el “Jerusalem Press” buscando seguidores. Pero no, el Señor no hace nada de eso, predica públicamente y llama a los que quiere y los llama a seguirle y Él será su escuela, su vida su libro de texto, sus palabras el examen que les hará convertirse, el Espíritu Santo su maestro. Nuestra vida es ésta, seguir a Cristo. ¿A dónde? A donde nos lleve. Cada día es una apasionante aventura en la que caminamos siguiendo a Cristo. Tu casa, tu lugar de trabajo, la calle, el transporte público…, cualquier momento del día podemos vivir acompañados de Cristo que es el que nos ha llamado. Simón, Andrés, Santiago y Juan siguieron a Jesús, se marcharon con Él, sin imaginar por un momento qué sería de su vida y de su destino. Si nosotros entendemos el tiempo ordinario, la vida de cada día, como rutina aburrida es que no seguimos a Cristo, nos hemos quedado remendando las redes y sólo tendremos noticias lejanas de un tal Jesús que camina por el mundo predicando cosas que no entendemos demasiado. ¿Es posible que tú sigas hoy a Cristo?. Por supuesto, Dios no busca a los más capacitados, busca a todos, a ti también, si eres capaz de caminar tras de Él. Nos puede parecer que somos estériles como Ana y que otros se reirán de nosotros si vivimos siguiendo a Cristo o incluso se “ensañen con nosotros” como hacía Fenina. Podremos pensar que los frutos realmente importantes serán “producir” “consumir” “ser efectivos”… pero seguir a Cristo “vale más que diez hijos” y Dios que no nos deja de su mano nos hará dar fruto si somos fieles a encontrarle cada día en cada acontecimiento, en cada situación. Podrá parecerte que dejas atrás muchas cosas que el mundo te ofrece, pero estarás ganando el mundo entero al que puede dirigir hacia su creador y redentor. Mira una imagen de la Virgen que tengas cerca (un cuadro, una estampa, una medalla) y dile a María, nuestra madre: “Ayúdame a seguir a Jesús cada día, que no me distraiga de Él con tantas cosas, que aprenda a caminar detrás de Cristo en su Iglesia y a no dejar de preguntarme ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? y no deje de responderle: con mi vida fiel y humilde de seguidor de Cristo, de pescador de hombres” (Archimadrid).
Juan ha sido entregado. Jesús entregará su vida por nosotros; nadie se la quita, Él la entrega porque quiere y porque nos ama. Se retira a Galilea, desde donde subirá a Jerusalén, y de ahí a su glorificación a la diestra del Padre Dios. Toda su vida será un amor convertido en servicio, hecho cercanía a nosotros. Él conoce nuestros pecados y lo frágil de nuestra naturaleza; pero jamás ha dejado de amarnos. Él continúa llamándonos constantemente al arrepentimiento, pues su Reino debe anidar en nuestros corazones. No ha venido a buscarnos sólo para que de un modo esporádico estemos con Él. Él nos quiere tras sus huellas, hasta que lleguemos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Se acerca a nosotros en nuestra propia realidad, pues desde ella hemos de darle una respuesta, y colaborar en la construcción de su Reino entre nosotros. A los que estaban pescando les indica que serán pescadores de hombres. A los que remiendan las redes los llama para que vayan con Él y colaboren en la restauración de la naturaleza que ha sido deteriorada por el pecado. Dios no nos separará de nuestras actividades diarias; sin embargo hemos de dar testimonio de Él, siendo constructores de su Reino, que es justicia y paz; y siendo constructores de una vida cada vez más fraterna, brotada del amor, en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. Así, sin esclavitudes a lo pasajero, podremos decir que realmente vamos tras las huellas de Cristo trabajando para ganar a todos para Él, hasta que juntos y unidos a Él lleguemos a la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
El Señor nos ha llamado, pasando junto a nosotros, para que colaboremos en su proyecto de salvación. Él ha bajado hasta nuestras galileas, hasta nuestros dolores, sufrimientos, angustias, pobrezas y vejaciones. Él ha llegado hasta nosotros, porque nos ama y porque quiere anunciarnos la buena noticia del amor de Dios por nosotros. Él nos quiere santos, como Él es Santo, para que podamos permanecer con Él eternamente. Y para eso no sólo nos manifiesta su voluntad mediante su Palabra salvadora, sino que entrega su vida para el perdón de nuestros pecados, y para darnos nueva vida mediante su gloriosa resurrección y la participación de su Espíritu Santo. Este es el Misterio de comunión con el Señor que no sólo estamos celebrando, sino en el que participamos haciendo nuestra la vida y la misión del Hijo de Dios, convertido en el Verbo encarnado y redentor. Si en verdad lo amamos vayamos tras sus huellas, y colaboremos para hacer llegar su salvación hasta el último rincón de la tierra. Reconocemos que somos pecadores. Somos la Iglesia de Dios, que peregrina hacia la Patria eterna. Iglesia siempre necesitada de conversión y del perdón de Dios. Amados por Él; perdonados en su Hijo; llenos de su Espíritu Santo. No sólo hemos de ir tras las huellas de Cristo para llegar a ser santos como Dios es Santo. El seguimiento del Señor nos ha de identificar cada día más con Él, haciendo que su Palabra tome carne en nosotros; pero al mismo tiempo procurando convertirnos en testigos del amor del Padre en cualquier circunstancia en que se desarrolle nuestra vida, pues es ahí donde hemos de hacer un fuerte llamado a la conversión, de tal forma que seamos constructores de un mundo más justo, más en paz, más solidario y más fraterno. No podemos trabajar por la salvación de nuestro prójimo y continuar con las redes de maldad en nuestra mano. No podemos decir que realmente creemos en Cristo cuando continuamos destruyendo a nuestro prójimo, o cuando nosotros mismos nos convertimos en ocasión de pecado para él. Dios no sólo nos llama hijos suyos, sino que nos tiene como hijos suyos en verdad. Vivamos con lealtad ese amor que el Padre Dios nos ha tenido, de tal forma que, por medio de su Iglesia, su Hijo continúe hablando a toda la humanidad para caminar, junto con ella, a la posesión de los bienes definitivos (Homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté
Salmo 97: 1 - 2, 6 - 7, 9: 1 ¡Reina Yahveh! ¡La tierra exulte, alégrense las islas numerosas! 2 Nube y Bruma densa en torno a él, Justicia y Derecho, la base de su trono. 6 los cielos anuncian su justicia, y todos los pueblos ven su gloria. 7 ¡Se avergüenzan los que sirven a los ídolos, los que se glorían de vanidades; se postran ante él todos los dioses! 9 Porque tú eres Yahveh, el Altísimo sobre toda la tierra, muy por encima de los dioses todos.
Marcos 1: 14 – 20: 14 Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: 15 «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» 16 Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» 18 Al instante, dejando las redes, le siguieron. 19 Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; 20 y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
Comentario: 1.- Hb 1, 1-6 (ver Navidad, 2ª lect.). La Epístola a los Hebreos, más que una carta de san Pablo como las otras, es como un «sermón», de una extraordinaria densidad humana y teológica. Además su lectura requiere un esfuerzo pues, destinada sin duda a judíos conversos, alude a ritos de sacrificio de animales y a una interpretación simbólica de la Biblia... todo lo cual puede desorientar a un lector moderno. Para no extraviarse es preciso entrar en la dialéctica del autor y dejarse guiar por comentarios de tipo exegético. Ya la primera frase anuncia el tema que será tratado: el Antiguo Testamento anuncia y prefigura a Cristo. Jesús es la palabra última de Dios, su Palabra definitiva. Este «aletazo» que de golpe nos conduce a las cimas del misterio de Cristo, nos recuerda el prólogo de san Juan: «todo fue hecho por El, y sin él nada se hizo» (Juan 1, 3). Cuán lejos estamos de las actuales tentativas reductoras, que querrían simplificar a Jesús de Nazaret reduciéndolo al Hombre perfecto, el superhombre, el mito de esto o de aquello.
El hijo de María, el muchacho carpintero de Nazaret, el hombre sensible a los sufrimientos del pueblo sencillo, el amigo fiel que llora la muerte de los que ama... ¡sí! Pero también el Hijo de Dios, Luz de luz, Resplandor de la Gloria de Dios, impronta perfecta del Ser de Dios.
-El Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad divina, en las alturas. Las imágenes se acumulan para afirmar la divinidad de Jesús:
*. Como Dios, es Creador, y mantiene en la existencia a todas las cosas. En efecto, la creación no está terminada. La palabra todopoderosa de Jesús está terminando la humanidad.
**. Es salvador y purificador, como sólo Dios puede ser. «¿Quién puede perdonar los pecados?» (Mc 2, 7).
***. Está asociado a la Gloria, a la Majestad. Con una superioridad sobre los ángeles. Toda la siguiente demostración tiende a afirmar esta supremacía. El judaísmo de aquel tiempo veía "ángeles" por todas partes. Para respetar la grandeza y la invisibilidad de Dios, se había multiplicado esos «mediadores», esos intermediarios. El hombre de hoy se ha procurado otros "protectores": la ciencia, la técnica, el progreso. ¿Sabemos reconocer la supremacía de Cristo sobre todo esto? (Noel Quesson).
2. Sal. 97 (96). Dios es el Creador de todo. Él ha venido como poderoso Salvador nuestro para liberarnos de la esclavitud al pecado y a la muerte. Él se ha levantado victorioso sobre la serpiente antigua, o Satanás. Por eso nos hemos de alegrar en el Señor, y hemos de vivir pregonando su justicia desde una vida recta. Muchas veces, por desgracia, nos hemos creado falsos dioses y les hemos entregado nuestro corazón. Así, hemos pensado que nuestra paz, nuestra seguridad y nuestra plena realización se basarían en cosas pasajeras, o en vernos protegidos por amuletos, o en la acumulación de bienes pasajeros. No faltará quien, incluso, haya centrado su seguridad en verse protegido por los poderosos de este mundo. Sin embargo lo pasajero puede, finalmente, dejarnos con las manos vacías y nuestra fe y esperanza derrumbadas. Sólo el Señor, nuestro Dios, es digno de crédito. Él jamás abandona ni defrauda a los que en Él confían. Sin embargo aceptar vivir confiados en Él nos ha de llevar a vivir conforme a su Palabra, a ser rectos de corazón, a proceder en la justicia y el derecho, pues no podemos decir que confiamos en el Señor mientras no vayamos, realmente tras las huellas de amor, de santidad, de justicia y de paz que Dios nos ha marcado por medio de su Hijo Jesús, Señor y Rey nuestro, que ha venido a nosotros para convertirse en el Camino que nos conduzca al Padre, y a nuestra plena realización en Él.
3.- Mc 1, 14-20 (ver domingo 3). 3.- Mc 1,14-20 (ver domingo 03b). A. Comentario mío de 2008: * Caridad, oración y ayuno, son las armas espirituales para combatir el mal, que se nos recuerdan en Cuaresma, pero quiere la Iglesia proponernos ya en la primera semana del tiempo ordinario este Evangelio de llamada a la conversión, para que empecemos con buen pie. Joan Costa señalaba: “Hoy, el Evangelio nos invita a la conversión. «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir, ¿a quién? ¡A Cristo! Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad. Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer. Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud. Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el lema episcopal del Santo Padre, Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso, todo. Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Jaime y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él (cf. Mc 1,18), una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros”.
** Antes de pasar a la llamada que Jesús hace a seguirle, miraremos con más detenimiento la necesidad de conversión: ¿qué tiene que ver con la dignidad de la persona y con la conciencia de pecado? La necesidad de redención es fácil de intuir o de creer siguiendo la revelación, pero difícil de entender. El pecado existe, es un mal: ofensa a Dios y destrucción de la vocación del hombre. ¿Hace daño a Dios? No, pero la gloria de Dios es la felicidad del hombre, y Dios “sufre” cuando nos hacemos daño, cuando estamos tristes porque le hemos abandonado (estamos hechos para el amor de Dios, y no encontramos la plenitud fuera del amor, que es caer en el pecado, que es egoísmo). El pecado es ofensa a Dios, nos desvía de Él y por tanto nos “pierde”, maltrata nuestra dignidad y perturba la convivencia (después de alzar el puño contra Dios con la soberbia del primer pecado de Adán, la rebelión contra Dios, el segundo pecado del mundo es Caín que mata a Abel: cuando no hay padre, los hermanos se matan: cf. Catecismo, 1849-1850). Pero después del primer pecado (Gen 3, 15) Dios promete la salvación. Más tarde, Abraham (s. XX-XIX a. C.) dispone las cosas para su plan redentor, primero con la liberación de la esclavitud de Egipto, elección de Israel y alianzas, cuidado amoroso y envío de los Patriarcas y Profetas, hasta Jesús, pues el hombre no puede salvarse solo, y la situación de pecado personal genera el pecado social con sus estructuras de pecado como vemos en la historia.
La llamada primera es a la conversión. La santidad no es una cuestión mágica, como dándole a un botón, mirar hacia oriente y decir una formulita… Jesús nos dice que ha venido a salvar a los pecadores, y que prefiere un corazón contrito y humillado. Esto significa reconocer nuestra situación de pecado, y dejarnos conquistar por el divino alfarero que para hacer su obra maestra necesita que seamos dúctiles, que nos dejemos transformar, convertir. (Tomo prestados unos apuntes como base de los siguientes comentarios).
Ya en el Antiguo Testamento vemos este diálogo entre el hombre, que tiene momentos buenos y otros llenos de infidelidad, y la fidelidad de Dios por contraste (Gen 8, 21-22; 9, 11). Después del diluvio se establece una alianza con el arco iris para que el hombre pueda recordar siempre que Dios no olvida su promesa, que su perdón es para siempre. Los profetas y las prácticas penitenciales van recordando la necesidad que tiene el hombre de continua conversión, para recibir este perdón (cf. Os 14, 2; Ez 18,21; Jer 26, 3). De modo excepcional esta conversión está recogida en el Salmo 50 que la Iglesia proclama todos los viernes en su liturgia de las horas. Los ritos que el pueblo de Israel dedica a la petición de perdón (Num 16, 6-15; Jue 10,10-16; 1 Rey 8,33-40.46-51) están también cargados de llamadas a la penitencia y ayunos (Joel 1-2; Is 22,12) y estas prácticas penitenciales cobran más conciencia después de la cautividad (Esd 9,5-15; Dan 9,4-19…).
En el Nuevo Testamento, la llamada a la conversión está presente desde el comienzo de la proclamación de la buena nueva, como hemos visto al comentar la predicación de San Juan Bautista, que con ella preparó la venida del Mesías: "Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías. (Jn. 1, 23). Sus palabras eran claras y fuertes. San Lucas narra esta predicación y cómo animaba a compartir con los demás lo que se posee, a no exigir más de lo que marca la justicia en los negocios, a no ser violentos, ni denunciar falsamente a nadie (cfr. Lc. 3, 1-18) Para conseguir vivir sin pecado proponía el bautismo de agua y la penitencia. Sin embargo, siempre insistió en que estos medios eran insuficientes, pues él era sólo el precursor: "Yo os bautizo con agua para la penitencia; pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo. No soy digno de llevarle las sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era; reunirá su trigo en el granero, y la paja la quemará en un fuego inextinguible" (Mt. 3. 11-12). Cuando Jesús fue a bautizarse al Jordán, le dijo: "Yo necesito ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?" (Mt. 3, 14) Más adelante dirá de Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo" (Jn. 1, 29). Cuando sus discípulos le dejan para seguir a Jesús, se llenó de alegría, añadiendo: "Conviene que El crezca y yo disminuya" (Jn. 3, 30).
Ahora ya hemos vivido el Bautismo del Señor, sabemos en esta primera predicación de Jesús que todo comienza con la conversión: "se han cumplido los tiempos y se acerca el Reino de Dios; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 15; cf. Mc 6, 12). Se trata de volver a nacer, "hacerse como niños" o "nacer de nuevo", como dirá a Nicodemo (cfr. Jn. 3, 4). Jesús recuerda los castigos si no se convierten: “Yo os digo que si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13, 3-5; cf. Mt 11, 20-24; Lc 10, 13-16; 11, 29-32). Dentro de pocos días, al conmemorar el inicio de la Cuaresma, tendremos que volver sobre ello, y completar el cuadro.
*** Vemos también en este Evangelio dos de las características principales de la llamada de Jesús a los discípulos (en otros sitios correlativos veremos completados los aspectos). Hay que decir que no es la primera llamada, que leímos la semana pasada, sino otra más personal, para ser de los discípulos que le siguen más de cerca. Luego veremos también quizá otra llamada, la del colegio apostólico. No sé si hay dos o tres llamadas a los discípulos, por parte de Jesús, o bien si es la vida una continua llamada, en la que vemos algunos aspectos más relevantes como estos, cuando Jesús llama a algunos y estos le siguen. Seguiré un esquema desarrollado que leí (firmaba JJU):
a) La llamada es iniciativa de Jesús. No es encargada a una tercera persona, aunque haya mediaciones como la que vimos hace días de Felipe que busca Natanael. Ahora, la realiza personalmente el mismo Jesús en virtud de su poder mesiánico. A veces, alguno quiere seguirlo por propia iniciativa pero es invitado a tomar otro camino (cf. Mc 5,18-20): “No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros”, dirá más tarde (Jn 15,16). Nadie se hace a sí mismo discípulo. Es Jesús el que los hace. El seguimiento no es conquista, sino un ser conquistado. Así lo experimentó Pablo: “No es que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo [a Cristo], habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12). Por esta misma razón, la vocación al seguimiento culmina con la transformación existencial que da lugar a un nuevo yo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
Esta iniciativa por parte de Jesús es indicada en los Evangelios con tres verbos. Dos de ellos se refieren a lo que él hace: ‘pasa’ al lado de los que luego le seguirán y los ‘ve’. Entonces vemos la llamada explícita: Jesús les dijo: ‘Venid conmigo’, o simplemente, ‘sígue-me’. Como veremos en el Evangelio de mañana, esto causará estupor: está diciendo que sigamos no una doctrina, sino a Él. «Llamando». Después de ‘ver’ aparece la llamada explícita, que es también un mandato: “Venid conmigo”, “sígueme”. Estas expresiones indican la relación de cercanía y la intimidad con Jesús que deben caracterizar la vida del discípulo.
b) La llamada es personal. Jesús no llama a multitudes o grupos. Su llamada se dirige siempre a personas concretas, y su llamada es intransferible. Jesús se muestra en todo momento atento a las personas, incluso cuando tiene delante una muchedumbre: “A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba” (Lc 4,40). A lo largo de su ministerio público, Jesús llama y trata de manera distinta a personas distintas, especialmente a los apóstoles. La relación de Jesús con cada uno es diferente, y a cada uno dice cosas diferentes (Pedro, Juan, Natanael, Tomás, Judas, etc.).
B. Textos tomados de mercaba.org (2010). Durante las nueve primeras semanas del año hacemos la lectura continua del evangelio según san Marcos, el primero que se puso por escrito y el más corto de los evangelios. Los trece primeros versículos, que no leemos aquí, porque se leyeron durante los domingos precedentes, relatan muy brevemente la "predicación de Juan Bautista", "el bautismo de Jesús" y "el retiro preliminar de Jesús en el desierto, donde fue tentado"... Se podría decir, por tanto, que Marcos es el inventor de ese género literario tan provechoso que se llama «evangelio»: no es tanto historia, ni novela, sino «buena noticia». Pudo ser escrito en los años 60, o, si hacemos caso de los papiros descubiertos en el Qumran, incluso antes. Con un estilo sencillo, concreto y popular, Marcos va a ir haciendo pasar ante nuestros ojos los hechos y palabras de Jesús: con más relieve los hechos que las palabras. Marcos no nos aporta, por ejemplo, tantos discursos de Jesús como Mateo o tantas parábolas como Lucas. Le interesa más la persona que la doctrina. En sus páginas está presente Jesús, con su historia palpitante, sus reacciones, sus miradas, sus sentimientos de afecto o de ira. Lo que quiere Marcos, y lo dice desde el principio, es presentarnos «el evangelio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios» (Mc 1,1). Hacia el final del libro pondrá en labios del centurión las mismas palabras: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Además de leer cada año el evangelio de Marcos en los días feriales de estas nueve semanas, también lo proclamamos en los domingos de cada tres años: 1997, 2000, 2003... La página que escuchamos hoy nos narra el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea, que ocupará varios capítulos. En los versículos anteriores (Mc 1,1-13) nos hablaba de Juan el Precursor y del bautismo de Jesús en el Jordán. Son pasajes que leímos en el tiempo de Adviento y Navidad. El mensaje que Marcos pone en labios de Jesús es sencillo pero lleno de consecuencias: ha llegado la hora (en griego, «kairós»), las promesas del AT se empiezan a cumplir, está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia: la Buena Noticia que tiene que cambiar nuestra actitud ante la vida. En seguida empieza ya a llamar a discípulos: hoy a cuatro, dos parejas de hermanos. El relato es bien escueto. Sólo aporta dos detalles: que es Jesús el que llama y que los llamados le siguen inmediatamente, formando ya un grupo en torno suyo.
Somos invitados a escuchar a Jesús, nuestro auténtico Maestro, a lo largo de todo el año, y a seguirle en su camino. Nuestro primer «evangelio de cabecera» en los días entre semana será Marcos. Es la escuela de Jesús, el Evangelizador verdadero. Somos invitados a «convertirnos», o sea, a ir aceptando en nuestras vidas la mentalidad de Jesús. Si creyéramos de veras, como aquellos cuatro discípulos, la Buena Noticia que Jesús nos anuncia también a nosotros, ¿no tendría que cambiar más nuestro estilo de vida? ¿no se nos tendría que notar que hemos encontrado al Maestro auténtico? «Convertíos y creed en la Buena Noticia». Convertirse significa cambiar, abandonar un camino y seguir el que debe ser, el de Jesús. El Miércoles de Ceniza escuchamos, mientras se nos impone la ceniza, la doble consigna de la conversión (porque somos polvo) y de la fe (creer en el evangelio de Jesús). El mensaje de Jesús es radical: no nos puede dejar indiferentes. «Lo dejaron todo y le siguieron». Buena disposición la de aquellos pescadores. A veces los lazos de parentesco (son hermanos) o sociales (los cuatro son pescadores) tienen también su influencia en la vocación y en el seguimiento. Luego irán madurando, pero ya desde ahora manifiestan una fe y una entrega muy meritorias. «Lo dejaron todo y le siguieron». No es un maestro que enseña sentado en su cátedra. Es un maestro que camina por delante. Sus discípulos no son tanto los que aprenden cosas de él, sino los que le siguen, los que caminan con él. Es más importante la persona que la doctrina. Marcos no nos revela tanto qué es lo que enseñaba Jesús -aunque también lo dirá- sino quién es Jesús y qué significa seguirle. «Convertíos y creed la Buena Noticia». «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (J. Aldazábal).
-Después que Juan fue preso, Jesús marchó a Galilea, predicando la "buena nueva" de Dios. Jesús humildemente sigue la predicación de Juan. Le ha dejado llegar hasta el final de su misión de precursor. A su desaparición, le llega a Jesús el turno de entrar en escena. ¿Sé yo dejar su lugar a los demás? Juan Bautista fue pues "detenido", y encarcelado. En esta situación dramática -la "buena nueva" es un estorbo y los portavoces de Dios son mal vistos- es cuando Jesús comienza: ya puede prever lo que le esperará dentro de algunos meses.
-Decía "Los tiempos se han cumplido... y el Reino de Dios está cerca... Arrepentíos... y creed en la "buena nueva..." Voy a meditar pausadamente sobre estas cuatro palabras. Jesús desde el principio se considera ser el término de todo el Antiguo Testamento. El tiempo fijado por Dios para cumplir sus promesas ha llegado. Una nueva era comienza. Abraham, Moisés, David, los Profetas... no eran más que una preparación: "Yo llego... cumplo... termino... Pretensión exorbitante. Se ha creído a veces poder soslayar la cuestión engorrosa que suscita la personalidad de Jesús, tratando de suprimir los milagros o de explicarlos humanamente. De hecho la conciencia que posee Jesús de su vinculación privilegiada con Dios está presente en todas las páginas del evangelio. Si se rehúsa admitir la divinidad de Jesús, no sólo se tendrán que romper algunas páginas molestas... toda la trama del evangelio quedaría rota.
"El Reino de Dios está cercano". Yo introduzco la humanidad en este reino. Es a partir de mí que este reino tan esperado va a comenzar por fin. "Convertíos". Cambiad de vida. Es urgente. "Creed en "la buena nueva." Sí, lo que acabo de deciros es bueno, ¡es una alegre nueva!
-Caminando a orillas del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés... Algo más allá vio a Santiago y a su hermano Juan... Marcos no intenta darnos una biografía real. Sabemos por el evangelio según san Juan que Jesús había ya encontrado esos mismos hombres a orillas del Jordán. Pero aquí Marcos quiere decirnos toda la importancia que, para Jesús, tienen los "discípulos". Todavía no hemos visto a Jesús ante las muchedumbres, ni ante personas precisas... Estamos sólo en el versículo 16 del evangelio... y he aquí que Jesús se rodea de cuatro hombres, que no van a dejarle más, y que veremos siempre a su alrededor. Son éstos más importantes para El que el entusiasmo de las gentes; es ya la Iglesia que se va preparando.
-Venid... Seguidme... Yo os haré pescadores de hombres. Decididamente, este joven "rabí" se impone de entrada. ¿Quién es para tener tales pretensiones y tales exigencias? Parece saber muy bien lo que quiere. Por el momento no será un "maestro" intelectual reuniendo auditores para ir pensando con El... No, hay que seguirle para una acción, hay que trabajar en su obra, hay que ayudar a salvar a la humanidad (Noel Quesson).
Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos ha propuesto un nuevo haz de misterios: los luminosos. Justamente estos misterios nos invitan a que no demos un salto mortal de los gozosos a los dolorosos. Nada de saltos; vayamos paso a paso recorriendo la historia vivida por Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, recordando las palabras de Mateo: “País de Zabulón y de Neftalí, Galilea de los gentiles. A los que habitaban en tinieblas una luz les brilló”. Es bueno que nuestra contemplación se detenga en la claridad que irradia toda la manifestación de Jesús. Después de quedar deslumbrados por el fogonazo de la Navidad y antes de asomarnos a la tiniebla casi impenetrable del Gólgota y a la gloria del sepulcro vacío, acerquémonos a la luz amiga que nos llega desde las palabras del maestro, desde los milagros del carismático, desde las acciones simbólicas del profeta, desde las revelaciones del Hijo.
En realidad, tal es el camino que ha recorrido la cristología en los últimos decenios. Antes se tendía a pasar del estudio del misterio del Verbo encarnado al de la obra de la Redención, con algún interludio sobre la santidad, la ciencia y la conciencia de Jesús. Se sobrevolaba su ministerio. Sin embargo, para no caer en un mito extraño del Salvador necesitamos aferrarnos a la peripecia concreta vivida por Jesús. En ella se nos revelan los misterios del Reino, la misma verdad de Jesús y el rostro de Dios Padre. En el anuncio de la llegada del Señorío de Dios, en la llamada a la conversión, en la cercanía de Jesús a sufrientes y marginados, en la mesa compartida (“la esencia del cristianismo es comer juntos”, nos ha dicho un docto exégeta alemán), en el trato con las mujeres y los pequeños, y en tantas cosas más lo de Dios cobra un perfil concretísimo que nos liberará de falsas proyecciones. ¡Atentos, pues, a este tiempo ordinario y a su gracia cotidiana! (Pablo Largo: pldomizgil@hotmail.com).
Los primeros discípulos de Jesús no pertenecían a la clase sacerdotal que controlaba el templo, ni al grupo de los fariseos o letrados (devotos de turno o teólogos juristas), ni a los saduceos, que conformaban la aristocracia terrateniente. Provenían de Galilea, una región mal vista por la ortodoxia judía («Galilea de los gentiles» o de los paganos, la llamaban), llena de gente descreída y propensa a revoluciones desestabilizadoras del «orden establecido». A la «gente de bien» de entonces no les parecería el lugar más adecuado para elegir a los futuros «pescadores de personas». Jesús comienza llamando a dos parejas de hermanos, pues el reino de Dios o comunidad cristiana será una comunidad de iguales. Y los invita a seguirlo, para entregarles su Espíritu, como Elías invitó a Elíseo en el libro primero de los Reyes (Re 19,20s). Cuando reciban el Espíritu (el amor universal de Dios) quedarán capacitados para ser «pescadores de seres humanos», o lo que es igual, para llamar a todos, sin distinción de personas, a formar parte de la comunidad cristiana, que -hoy como ayer- debe ser una alternativa de sociedad o una sociedad alternativa dentro de este viejo mundo que tiene por Dios al dinero. (J. Mateos-F. Camacho).
Una de las actitudes que han hecho que el cristianismo no haya llegado todavía a todos los corazones como es el deseo de Dios, es la indecisión en el seguimiento del Señor. Todos estamos muy ocupados con nuestras cosas y nuestros pensamientos. Y la verdad que lo que hacemos es importante, sin embargo cuando el Señor nos llama no hay lugar para las demoras, ni para las excusas. Y este llamado no es sólo al seguimiento apostólico, como sería el caso de los sacerdotes o religiosos o religiosas, es un llamado general para vivir con “prontitud” el mensaje del Evangelio: ¡Ven y sígueme! Será el mismo llamado para todos, apóstoles y seglares. A la voz del Maestro hay que dejarlo todo y ponerse en camino con él. Pedro , Andrés, Santiago y Juan dejaron “de inmediato” lo que estaban haciendo: Nosotros ¿cuándo? (Ernesto María Caro).
San Ireneo de Lión (hacia 130-208) obispo, teólogo y mártir, en Contra las herejías,4 14 habla de que Dios Los llama porque los ama, dice así: “El Padre nos recomienda vivir en seguimiento del Verbo, no porque tuviera necesidad de nuestro servicio sino para procurarnos la salvación. Porque, seguir al Salvador es tener parte en la salvación, como seguir a la luz es tener parte en la luz. No son los hombres que hacen resplandecer la luz sino que son ellos los iluminados, hechos resplandecientes por la luz. Los hombres nada pueden añadir a la luz, sino que la luz los ilumina y los enriquece.
Así es con el servicio que rendimos a Dios. Dios no tiene necesidad de nuestro servicio y nada le añade a su gloria. Pero aquellos que le sirven y le siguen reciben de Dios la vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Si Dios invita a los hombres a vivir en su servicio es para poder otorgarnos sus beneficios, ya que él es bueno y misericordioso con todos. Dios no necesita nada; en cambio el hombre necesita de la comunión con Dios. La gloria del hombre consiste en que persevere en el servicio de Dios.
Por esto dijo el Señor a los apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn 15,16). Con ello indica que no somos nosotros los que le glorificamos con nuestro servicio, sino que por haber seguido al Hijo de Dios, somos glorificados por él... Dios concede sus bienes a los que le sirven porque le sirven. Pero no recibe de ellos ningún beneficio ya que él es perfecto en si mismo y sin carencia de ninguna clase. Nos llama porque nos ama”.
Ha concluido la misión y el ministerio de Juan Bautista. Jesús inicia el anuncio del Evangelio. Él es el Evangelio viviente del Padre. Ante Él hay que aprender a confrontar la propia vida para dejar a un lado aquellas actitudes o criterios que nos impidan aceptarlo en nuestra existencia. Creer en el Evangelio significa aceptar a Jesús como el Enviado del Padre para liberarnos de nuestras esclavitudes al mal. Pero no basta con escuchar a Jesús y aceptar su salvación en nosotros. Debemos convertirnos en testigos suyos, uniéndonos a la misión que el Padre Dios le confió. Hay que echar las redes para pescar hombres para Dios; y si las redes están rotas hay que remendarlas para que queden preparadas para la pesca. Ante el seguimiento de Cristo no puede haber impedimentos de barcas o familia. Dios nos quiere con un amor hacia su Hijo muy por encima de la familia o de las cosas materiales. Quien siga esclavo de lo pasajero o de la familia podría llegar a utilizar la fe para negociar con ella. Y el Señor nos quiere leales a nuestro compromiso con Él, libres de intenciones torcidas en la proclamación de su santo Nombre (www.homiliacatolica.com).
Se acabó el tiempo de Navidad. Hoy añadimos: comenzamos el tiempo ordinario. El título del comentario de hoy no hace referencia a este hecho (aunque ciertamente es un alivio el volver a la vida común y saber qué día es domingo, lunes o viernes y no tener semanas con fin de semana entre medias). El verdadero alivio viene al escuchar a Jesús en el evangelio de hoy: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” e inmediatamente le siguieron. Podría haber dicho el Señor: “Apuntaros a unas clases de teología”, “leer mis obras completas”, “Voy a haceros un examen de aptitud”, “Seguro que no sois capaces de hacer esto o lo otro” o poner un anuncio en el “Jerusalem Press” buscando seguidores. Pero no, el Señor no hace nada de eso, predica públicamente y llama a los que quiere y los llama a seguirle y Él será su escuela, su vida su libro de texto, sus palabras el examen que les hará convertirse, el Espíritu Santo su maestro. Nuestra vida es ésta, seguir a Cristo. ¿A dónde? A donde nos lleve. Cada día es una apasionante aventura en la que caminamos siguiendo a Cristo. Tu casa, tu lugar de trabajo, la calle, el transporte público…, cualquier momento del día podemos vivir acompañados de Cristo que es el que nos ha llamado. Simón, Andrés, Santiago y Juan siguieron a Jesús, se marcharon con Él, sin imaginar por un momento qué sería de su vida y de su destino. Si nosotros entendemos el tiempo ordinario, la vida de cada día, como rutina aburrida es que no seguimos a Cristo, nos hemos quedado remendando las redes y sólo tendremos noticias lejanas de un tal Jesús que camina por el mundo predicando cosas que no entendemos demasiado. ¿Es posible que tú sigas hoy a Cristo?. Por supuesto, Dios no busca a los más capacitados, busca a todos, a ti también, si eres capaz de caminar tras de Él. Nos puede parecer que somos estériles como Ana y que otros se reirán de nosotros si vivimos siguiendo a Cristo o incluso se “ensañen con nosotros” como hacía Fenina. Podremos pensar que los frutos realmente importantes serán “producir” “consumir” “ser efectivos”… pero seguir a Cristo “vale más que diez hijos” y Dios que no nos deja de su mano nos hará dar fruto si somos fieles a encontrarle cada día en cada acontecimiento, en cada situación. Podrá parecerte que dejas atrás muchas cosas que el mundo te ofrece, pero estarás ganando el mundo entero al que puede dirigir hacia su creador y redentor. Mira una imagen de la Virgen que tengas cerca (un cuadro, una estampa, una medalla) y dile a María, nuestra madre: “Ayúdame a seguir a Jesús cada día, que no me distraiga de Él con tantas cosas, que aprenda a caminar detrás de Cristo en su Iglesia y a no dejar de preguntarme ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? y no deje de responderle: con mi vida fiel y humilde de seguidor de Cristo, de pescador de hombres” (Archimadrid).
Juan ha sido entregado. Jesús entregará su vida por nosotros; nadie se la quita, Él la entrega porque quiere y porque nos ama. Se retira a Galilea, desde donde subirá a Jerusalén, y de ahí a su glorificación a la diestra del Padre Dios. Toda su vida será un amor convertido en servicio, hecho cercanía a nosotros. Él conoce nuestros pecados y lo frágil de nuestra naturaleza; pero jamás ha dejado de amarnos. Él continúa llamándonos constantemente al arrepentimiento, pues su Reino debe anidar en nuestros corazones. No ha venido a buscarnos sólo para que de un modo esporádico estemos con Él. Él nos quiere tras sus huellas, hasta que lleguemos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Se acerca a nosotros en nuestra propia realidad, pues desde ella hemos de darle una respuesta, y colaborar en la construcción de su Reino entre nosotros. A los que estaban pescando les indica que serán pescadores de hombres. A los que remiendan las redes los llama para que vayan con Él y colaboren en la restauración de la naturaleza que ha sido deteriorada por el pecado. Dios no nos separará de nuestras actividades diarias; sin embargo hemos de dar testimonio de Él, siendo constructores de su Reino, que es justicia y paz; y siendo constructores de una vida cada vez más fraterna, brotada del amor, en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. Así, sin esclavitudes a lo pasajero, podremos decir que realmente vamos tras las huellas de Cristo trabajando para ganar a todos para Él, hasta que juntos y unidos a Él lleguemos a la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
El Señor nos ha llamado, pasando junto a nosotros, para que colaboremos en su proyecto de salvación. Él ha bajado hasta nuestras galileas, hasta nuestros dolores, sufrimientos, angustias, pobrezas y vejaciones. Él ha llegado hasta nosotros, porque nos ama y porque quiere anunciarnos la buena noticia del amor de Dios por nosotros. Él nos quiere santos, como Él es Santo, para que podamos permanecer con Él eternamente. Y para eso no sólo nos manifiesta su voluntad mediante su Palabra salvadora, sino que entrega su vida para el perdón de nuestros pecados, y para darnos nueva vida mediante su gloriosa resurrección y la participación de su Espíritu Santo. Este es el Misterio de comunión con el Señor que no sólo estamos celebrando, sino en el que participamos haciendo nuestra la vida y la misión del Hijo de Dios, convertido en el Verbo encarnado y redentor. Si en verdad lo amamos vayamos tras sus huellas, y colaboremos para hacer llegar su salvación hasta el último rincón de la tierra. Reconocemos que somos pecadores. Somos la Iglesia de Dios, que peregrina hacia la Patria eterna. Iglesia siempre necesitada de conversión y del perdón de Dios. Amados por Él; perdonados en su Hijo; llenos de su Espíritu Santo. No sólo hemos de ir tras las huellas de Cristo para llegar a ser santos como Dios es Santo. El seguimiento del Señor nos ha de identificar cada día más con Él, haciendo que su Palabra tome carne en nosotros; pero al mismo tiempo procurando convertirnos en testigos del amor del Padre en cualquier circunstancia en que se desarrolle nuestra vida, pues es ahí donde hemos de hacer un fuerte llamado a la conversión, de tal forma que seamos constructores de un mundo más justo, más en paz, más solidario y más fraterno. No podemos trabajar por la salvación de nuestro prójimo y continuar con las redes de maldad en nuestra mano. No podemos decir que realmente creemos en Cristo cuando continuamos destruyendo a nuestro prójimo, o cuando nosotros mismos nos convertimos en ocasión de pecado para él. Dios no sólo nos llama hijos suyos, sino que nos tiene como hijos suyos en verdad. Vivamos con lealtad ese amor que el Padre Dios nos ha tenido, de tal forma que, por medio de su Iglesia, su Hijo continúe hablando a toda la humanidad para caminar, junto con ella, a la posesión de los bienes definitivos (Homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté
sábado, 15 de enero de 2011
Navidad, 8 de Enero. Dios es amor, y su amor se multiplica como hizo con los panes, y la alegría de la Epifanía
Navidad, 8 de Enero. Dios es amor, y su amor se multiplica como hizo con los panes, y la alegría de la Epifanía
Primera carta del apóstol san Juan 4, 7-10. Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Di Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que D envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por me de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.
Salmo 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. R. Que todos los pueblos de la tierra se postren ante ti, Señor.
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, el Gran Río al confín de la tierra.
Evangelio (Mc 6,34-44): En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llegaron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de comer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».
Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron y de los peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Comentario: 1.- 1 Jn 4, 7-10 (ver Pascua 6B). 1. Dios es amor. Ésta es la afirmación más profunda y consoladora de la carta de Juan. Dios nos ha amado primero, y en esto se ha manifestado su amor: en que nos ha enviado a su Hijo como Salvador de todos. Todo lo demás es consecuencia y respuesta. La que insistentemente nos repite la carta es: «amémonos unos a otros», porque todos somos hijos de ese Dios que ama, y por tanto hermanos los unos de los otros. Se suceden de nuevo los verbos más típicos de Juan: nacer de Dios, conocer a Dios, vivir en el amor.
Una de las manifestaciones más amables y expresivas de la misión mesiánica de Jesús fue la multiplicación de los panes. Se compadece de la gente: andan como ovejas sin pastor. Jesús está cerca de los que sufren, de los que buscan. No está alejado del pueblo, sino en medio de él. Como nuevo Moisés, da de comer a los suyos en el desierto. Su amor es concreto, comprensivo de la situación de cada uno. Da de comer y predica el Reino, alivia los sufrimientos anímicos y los corporales. Y a la vez evangeliza.
El programa que nos da la carta de Juan es sencillo de decir y difícil de cumplir: amémonos los unos a los otros, porque todos somos nacidos de Dios, y Dios es amor. Una vez más, en estos días últimos de la Navidad y primeros del año, se nos pone delante, como en un espejo, el modelo del amor de Dios, para que lo imitemos. Nunca mejor que en la Navidad se nos puede recordar el amor de Dios que nos ha enviado a su Hijo. Y se nos avisa: «quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor».
¿Creemos de veras en el amor de Dios? ¿nos dejamos envolver por él, le dejamos que cambie nuestra existencia? ¿hemos aprendido la lección que él ha querido enseñarnos, el amor fraterno? Es inútil que creamos que ha sido una buena celebración de la Navidad, si no hemos progresado en nuestra actitud de cercanía y amabilidad con las demás personas.
Lo que creemos y lo que hemos celebrado no se puede quedar en teoría: compromete nuestra manera de vivir. Tenemos un espejo bien cercano: el de Cristo Jesús, tal como aparece ya en sus primeras intervenciones como misionero del Reino, y como seguirá a lo largo de todas las páginas del evangelio. Siempre atiende a los sufren. Siempre tiene tiempo para los demás. Nunca pasa al lado de uno que sufre sin dedicarle su presencia y su ayuda. Hasta que al final entregue su vida por todos. El amor es entrega: Dios que entrega a su Hijo, Cristo Jesús que se entrega a si mismo en la cruz. ¿Cómo es nuestro amor a los hermanos? ¿somos capaces de entregarnos por los demás? ¿o termina nuestro amor apenas decrece el interés o empieza el sacrificio?
El pan multiplicado que nos ofrece cada día Cristo Jesús es su Cuerpo y su Sangre. Él ya sabía que nuestro camino no iba a ser fácil. Que el cansancio, el hambre y la sed iban a acosarnos a lo largo de nuestra vida. Y quiso ser él mismo nuestro alimento. El Señor Resucitado se identifica con ese pan y ese vino que aportamos al altar y así se convierte en Pan de Vida y Vino de salvación para nosotros. Nunca agradeceremos y aprovecharemos bastante la entrega eucarística de Jesús a los suyos (J. Aldazábal).
-Queridos míos, amémonos unos a otros. Todo un programa para la Iglesia. Todo un programa para nuestras familias, nuestros ambientes de vida y de trabajo. Todo un programa para la humanidad. En mi recuerdo evoco los lugares, a mi alrededor o en el mundo donde falta ese amor. Y ruego para que nazca y progrese.
-Porque el amor es de Dios. Todos los que aman son «hijos» de Dios y conocen a Dios. Quien no ama no conoce a Dios. ¡Porque, Dios es amor! Texto de insondable profundidad. Hay que escucharlo en silencio, repetirlo, tratar de expresarlo con palabras nuestras. Todo el que ama es como una parcela de Dios, una parte del Amor, porque Dios es amor. Todo acto de amor «viene de Dios», tiene su fuente u origen en el Corazón de Dios. Dios puede ser contemplado en: -el amor de una madre que ama a su hijito... y de un niño que ama a sus padres... -el amor de un prometido a su prometida... de un esposo a su esposa... -el amor de un hombre que se desvela por sus camaradas de trabajo... -el amor de un trabajador que pone su oficio al servicio de sus compatriotas... Dios está en el origen de todas esas actitudes. ¿Y en mi vida?
-En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El. Dios no se ha quedado en las generalidades, en las hermosas declaraciones. Dios ha manifestado, concretado y probado su amor. Dios ha «encarnado» su amor. Ha dado su Hijo al mundo. Jesús es el amor de Dios por el mundo. Es el Hijo único, entregado. Único. Entregado. No guardado para sí. Dado. ¿Y yo? ¿De qué soy capaz de privarme, por amor? ¿De qué modo concreto traduzco en obras mi amor?
-El amor existe no porque amáramos nosotros a Dios... sino porque El nos amó a nosotros. San Juan insiste siempre sobre esa iniciativa divina. Dios no nos ha esperado. Tomó la iniciativa de amarnos antes incluso de conocer cómo responderíamos a ese amor. La experiencia del pecado tiene una misteriosa ventaja: nos permite comprender mejor esto: ¡el pecador sabe que es esperado y amado! Aun en los momentos en que el hombre no piensa en Dios ni ama a Dios... ¡Dios no cesa de pensar en él y de amarlo! Gratuidad total del amor divino. No está condicionado a una respuesta positiva. Pero Señor, ¿cómo procuraré responder plenamente a un tal amor?
-El Padre envió a su Hijo, que es víctima propiciatoria por nuestros pecados. El amor de Dios no fue algo banal o «de broma». Fue un amor «hasta el derramamiento de sangre». Cristo se sacrificó por nosotros. Jesús ha sido la victima de «mis» pecados. Jesús se sacrificó por mí, porque, ¡me ama hasta tal punto! de ser capaz de renunciar a su propia vida «para que yo viva». ¿Y yo? (Noel Quesson).
2.- Sal. 71. Jesucristo, nuestro Rey y Señor, ha salido a nuestro encuentro para remediar nuestros males. Él no sólo nos anunció la Buena Nueva del amor que nos tiene el Padre, sino que pasó haciendo el bien a todos. Quien ha recibido la misma Vida y el mismo Espíritu del Señor debe preocuparse de anunciar el Nombre de Dios a todos, pero, al mismo tiempo, debe preocuparse de pasar haciendo el bien. La Iglesia de Cristo debe preocuparse de que en la tierra florezca la justicia y reine la paz, así como en convertirse en defensa de los pobres, como el Señor lo ha hecho con nosotros. Sólo así no estaremos traicionado al Señor ni a su Evangelio.
3. A. Comentario mío de 2008. * Al echar una mirada a nuestra vida, vemos luces y sombras. Motivos para alegrarnos y para avergonzarnos. Para agradecer y para pedir perdón. Una de las pegas de la cultura de hoy es que vivimos aferrados a lo inmediato, mientras que necesita el hombre, para ser feliz, una proyección hacia delante, sacrificando muchas veces la satisfacción pronta e inminente. Para ello hacen falta fuerzas, y por eso nos habla hoy el Evangelio de este alimento celestial, que nos permite soñar, y perseverar en los sueños. La madurez en la vida espiritual, como en las tareas de campo, está en sembrar oportunamente, en tierra preparada, sin querer conseguir frutos inmediatamente. Así en las virtudes, después de haber tomado una determinación, de poner en acto la voluntad, puede haber fracasos, los “éxitos” no son inmediatos. Pero hay que tener confianza, con la fuerza de la Eucaristía saber esperar, tener “paciencia”, que es la “paz” en esa “ciencia”; ciertamente la ciencia de la paz es importante pues se hacen muchas tonterías con la precipitación, no sólo en el hablar sino sobre todo en abandonar. La paciencia lleva a recomenzar, que en expresión del Siervo de Dios Álvaro del Portillo, es recuperar con dolor el tiempo perdido en amar. No perder el tiempo en el desánimo, no caer en el descorazonamiento, ni mucho menos en la abulia, la tristeza vital, que como se ha dicho procede de los sentimientos vitales que se encuentran entre lo psíquico y lo somático. Se experimenta como un vacío interior y el sujeto queda invadido por falta de motivación emocional, lo que en la psiquiatría alemana clásica se denomina “el sentimiento de la falta de sentimiento”. Es tan intensa y profunda que los enfermos de depresión dicen: “ya no puedo estar más triste”. Se mira siempre hacia el pasado, porque sienten cerradas todas las posibilidades de proyectarse en el futuro. Aflora cada vez más la culpa, y , más tarde, la desesperación, donde se queman las últimas oportunidades de salir adelante y enfrentarse al mañana.
La práctica de las virtudes no bastan para que una persona que tiene, no ya una noche oscura, o sequedad, sino un verdadero desierto donde está muriendo de hambre, donde ya no tiene motivos para vivir. Es necesario otro tipo de alimento, Jesús mismo se nos da para que nuestra vida sea de amor, para volver a adquirir las propias fuerzas, con las que poder recomenzar la lucha, hacer oración, vivir para amar, volver a tener ilusión al vivir otra vez, y al poseer la vida poder darla, “desvivirse”, que según Julián Marías es la forma suprema del interés; “interés” que significa “inter esse”, estar entre las cosas. Es decir, salir de uno mismo, de su torre de marfil, y bregar entre las cosas que nos rodean y solicitan, en una realidad que se puede afrontar cuando ya estamos contentos, con ilusión que es la esencia del amor, de la vida. Uno es lo que sueña. Jesús nos habla de una multiplicación de la ilusión, cuando la damos. Una multiplicación del amor, cuando amamos. Y el milagro es más profundo, es una imagen de la Eucaristía, de Jesús que se nos da, que ama hasta dar la vida, y su muerte es fuente de la vida y del amor. Aprendiendo de Él, alimentándonos en su Cuerpo, podemos tomar fuerzas para seguir su ejemplo y vivir su Vida.
** “Jesús nos muestra que Él es sensible a las necesidades de las personas que salen a su encuentro. No puede encontrarse con personas y pasar indiferente ante sus necesidades. El corazón de Jesús se compadece al ver el gran gentío que le seguía «como ovejas sin pastor» (Mc 6,34). El Maestro deja aparte los proyectos previos y se pone a enseñar. ¿Cuántas veces nosotros hemos dejado que la urgencia o la impaciencia manden sobre nuestra conducta? ¿Cuántas veces no hemos querido cambiar de planes para atender necesidades inmediatas e imprevistas? Jesús nos da ejemplo de flexibilidad, de modificar la programación previa y de estar disponible para las personas que le siguen.
El tiempo pasa deprisa. Cuando amas es fácil que el tiempo pase muy deprisa. Y Jesús, que ama mucho, está explicando la doctrina de una manera prolongada. Se hace tarde, los discípulos se lo recuerdan al Maestro y les preocupa que el gentío pueda comer. Entonces Jesús hace una propuesta increíble: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6,37). No solamente le preocupa dar el alimento espiritual con sus enseñanzas, sino también el alimento del cuerpo. Los discípulos ponen dificultades, que son reales, ¡muy reales!: los panes van a costar mucho dinero (cf. Mc 6,37). Ven las dificultades materiales, pero sus ojos todavía no reconocen que quien les habla lo puede todo; les falta más fe.
Jesús no manda hacer una fila de a pie; hace sentar a la gente en grupos. Comunitariamente descansarán y compartirán. Pidió a los discípulos la comida que llevaban: sólo son cinco panes y dos peces. Jesús los toma, invoca la bendición de Dios y los reparte. Una comida tan escasa que servirá para alimentar a miles de hombres y todavía sobrarán doce canastos. Milagro que prefigura el alimento espiritual de la Eucaristía, Pan de vida que se extiende gratuitamente a todos los pueblos de la Tierra para dar vida y vida eterna” (Xavier Sobrevia).
*** Estamos viviendo los días de la Epifanía, manifestación a todos los pueblos. La sumisión de los Magos se nos propone como modelo, de manera que saboreemos las cosas de arriba y no las de la tierra (cfr. Colos. 3, 2). Seguir la estrella, presentar nuestros dones: el oro de la música del corazón, el Amor que ponemos en todo; el incienso de la oración, la Fe en acto hecha vida que prefiere alimentarse de la fuerza divina para poder vivir en lo ordinario ese camino que conduce a Dios, la mirra de superar los obstáculos y ofrecer sacrificios en la Esperanza. Así, con las tres virtudes damos lo que tenemos y lo que somos, y Jesús multiplica esos dones y nos los da sin cesar. En todas las circunstancias, pues se convierte el mundo en hogar, y en cada esquina hay un ángel que nos guía. “No hace mucho, he admirado un relieve en mármol, que representa la escena de la adoración de los Magos al Niño Dios. Enmarcando ese relieve, había otros: cuatro ángeles, cada uno con un símbolo: una diadema, el mundo coronado por la cruz, una espada, un cetro. De esta manera plástica, utilizando signos conocidos, se ha ilustrado el acontecimiento que conmemoramos hoy: unos hombres sabios -la tradición dice que eran reyes- se postran ante un Niño, después de preguntar en Jerusalén: ¿dónde está el nacido rey de los judíos? .
Yo también, urgido por esa pregunta, contemplo ahora a Jesús, reclinado en un pesebre , en un lugar que es sitio adecuado sólo para las bestias. ¿Dónde está, Señor, tu realeza: la diadema, la espada, el cetro? Le pertenecen, y no los quiere; reina envuelto en pañales. Es un Rey inerme, que se nos muestra indefenso: es un niño pequeño. ¿Cómo no recordar aquellas palabras del Apóstol: se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo ?
Nuestro Señor se encarnó, para manifestarnos la voluntad del Padre. Y he aquí que, ya en la cuna, nos instruye. Jesucristo nos busca -con una vocación, que es vocación a la santidad- para consumar, con El, la Redención. Considerad su primera enseñanza: hemos de corredimir no persiguiendo el triunfo sobre nuestros prójimos, sino sobre nosotros mismos. Como Cristo, necesitamos anonadarnos, sentirnos servidores de los demás, para llevarlos a Dios.
¿Dónde está el Rey? ¿No será que Jesús desea reinar, antes que nada en el corazón, en tu corazón? Por eso se hace Niño, porque ¿quién no ama a una criatura pequeña? ¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el Cristo, que el Espíritu Santo procura formar en nuestra alma? No puede estar en la soberbia que nos separa de Dios, no puede estar en la falta de caridad que nos aísla. Ahí no puede estar Cristo; ahí el hombre se queda solo.
A los pies de Jesús Niño, en el día de la Epifanía, ante un Rey sin señales exteriores de realeza, podéis decirle: Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamente de mi personalidad sea la identificación contigo” (San Josemaría Escrivá, Cristo que Pasa, n.31).
Son días para que, de rodillas delante de Jesús Niño, de ese Dios escondido a la humanidad, le adoremos, le ofrezcamos nuestros dones y aprendamos a recibir los suyos, las lecciones de su realeza, la luz de su estrella, para no apartarnos nunca de él, para quitar de nuestro camino todo lo que sea estorbo, para serle fieles, dóciles a sus llamadas.
B. textos tomados de mercaba.org en 2010. Mc 6, 34-44 (cf Mt 14,13-21). Con este pasaje inaugura Marcos una nueva sección de su Evangelio. No se trata ya de los primeros pasos apostólicos del rabino Jesús, ni de sus victorias sobre la enfermedad y los demonios, sino de una sección particular, unificada en torno al tema del pan: dos multiplicaciones de panes (Mc 6,30-44; 8,1-10), discusiones sobre el sentido de las abluciones antes de comer el pan y sobre la falsa levadura (Mc 7,1-23; 8,11-20), discusión con una pagana a propósito de las migajas de pan que solicita, etc. (Mc 7,24-20). Por eso se suele llamar a esta parte del Evangelio de Marcos la "sección de los panes". De hecho se trata más bien de una serie de relatos, reunidos ya en su mayor parte antes de la redacción de los Evangelios, con el fin de iniciar en el misterio de Cristo y en las dimensiones originales de su religión.
La primera parte de la perícopa (vv 30-40) trata de introducir la sección poniendo de relieve el papel importante que desempeñan los apóstoles en las preocupaciones catequéticas de Cristo. Pero el v 34, específico de Marcos, es muy significativo. El tema del rebaño sin pastor está tomado de Núm 27, 17 y en él se refleja la preocupación de Moisés por encontrar un sucesor para no dejar al pueblo sin dirección (cf Ez 34,5). Cristo se presenta así como el sucesor de Moisés, capaz de conducir el rebaño, de alimentarle con pastos de vida y conducirle a los pastos definitivos. Toda la sección de los panes está concebida de tal forma que Cristo aparece efectivamente como ese nuevo Moisés que ofrece el verdadero maná (vv 35-44; 8,1-10), que triunfa a su vez de las aguas del mar (Mc 6,45-52), que libera al pueblo del legalismo a que habían reducido los fariseos la ley de Moisés (Mc 7,1-13) y que al fin abre a los mismos paganos el acceso a la Tierra Prometida (Mc 7,24-37).
Si Jesús opera el milagro de la multiplicación de los panes en beneficio de una multitud por la que siente compasión, lo hace también con el fin de formar a sus apóstoles. Los asocia a los preparativos del banquete (vv 35-39,41b) y más tarde les forzará a reflexionar sobre el alcance de este milagro (Mc 8,14-21). La atención al carácter educativo de un milagro es algo nuevo en San Marcos: Cristo no obra milagros para satisfacer las necesidades materiales del pueblo, sino para revelar su misión entre los hombres y preparar a los apóstoles para la inteligencia de la Eucaristía.
Efectivamente, Marcos ha destacado ante todo la interpretación eucarística de la escena. Mientras que los tres sinópticos se toman relativas libertades (solo hay un 20 por 100 de palabras comunes) en la redacción del relato, concuerdan aproximadamente en un 80 por 100 de las palabras cuando se trata de reflejar los gestos mismos de Cristo (v 41). Eso es sin duda un indicio de la veneración que sentían ya por ese versículo capital en que Cristo realiza los mismos gestos que en la Cena.
Los diferentes relatos sinópticos de multiplicación del pan comienzan todos por mencionar el pan y el pez, y después, a lo largo de la narración, se limitan progresivamente a solo el pan (Mt 14,17; Lc 9,13; Jn 6,9; Mt 15,34), lo que es un indicio de su preocupación eucarística. Pues bien, Marcos es una excepción a la regla y sigue hablando de los peces hasta el final (vv 41b y 43b; cf. también Mc 8,7, exclusivo de Marcos). Pero estas menciones de los peces son evidentemente añadiduras posteriores: no terminan de encajar en la redacción y Mc 8,7 utiliza para la acción de gracias la palabra eulogein, de origen griego, mientras que Mt 8,6 emplea eucharistein, de origen palestino. Hay sobradas razones para creer que esas añadiduras las ha hecho alguien más preocupado por la historia que por el simbolismo eucarístico, y si Marcos es responsable de esas añadiduras, eso significa que la fuente que utiliza era ya de orientación eucarística. Esta conclusión es importante, puesto que revela que la interpretación eucarística de la multiplicación de los panes se remonta a la tradición oral, y que la comunidad primitiva vivió la Eucaristía aun antes de la redacción de los Evangelios, piensen lo que quieran quienes pretenden hacer de ella una invención tardía de la Iglesia.
Cabría objetar que el milagro de la multiplicación de los panes no contiene una fórmula de bendición sobre el vino y que esa falta hace problemática la interpretación eucarística. Eso no obstante, uno de los principales temas de la bendición del cáliz, el de la multitud (Mc 14,24), se encuentra en la multiplicación del pan, concretamente en el v 44 y simbólicamente en el tema del sobrante (v 43), orientado a hacer tomar conciencia de que el alimento preparado por Cristo está destinado a otros muchos invitados que no han tomado parte en este banquete. Y si quedan exactamente doce canastas de trozos (v 43) es porque los doce apóstoles, que han sido los servidores de la asamblea, han de convertirse en misioneros cerca de los invitados que no han estado presentes. La Eucaristía se nos presenta así en su dimensión misionera: no reúne a los "ya congregados", sino para enviarles a congregar a los demás.
De esta forma, la tradición catequética primitiva se ha apoderado rápidamente del relato de un milagro de multiplicación de los panes para ver en él un símbolo de la Eucaristía. El banquete de la Cena no era una comida de despedida reservada tan solo a los doce apóstoles presentes, sino que era, por el contrario, una comida destinada a la multitud de los creyentes, una multitud que aumentaría sin cesar al ritmo del progreso de la misión.
Esta concepción pudo existir algunos años antes de abrirse paso en la conciencia de la Iglesia primitiva: en todo caso, estaba ya incorporada a la fuente que Marcos utiliza, es decir, unos veinte o treinta años después de la muerte de Cristo (Maertens-Frisque).
Jesús se presenta como un segundo Moisés que reúne al pueblo de Dios (v. 34) y lo alimenta en el desierto con el pan vivificante que Dios envíe. Los discípulos no entendieron entonces el sentido profundo del hecho. El diálogo de Jesús con ellos antes de la multiplicación del pan muestra como sus pensamientos estaban presos en las apariencias. La invitación del Maestro a que den de comer al pueblo los desconcierta por completo. Su bolsa contiene doscientos denarios, caso de decidirse, para comprar pan. Pero Jesús les pregunta por sus propias provisiones, a lo que responden decididos: quedan cinco panes y dos peces. Naturalmente, los discípulos no pueden saciar al pueblo, como les encarga Jesús: "Dadles vosotros de comer". La mirada debe dirigirse a Jesús. Los discípulos están ante el pueblo con las manos vacías, pero Jesús puede alimentar a la multitud. Así también están los maestros y pastores delante del pueblo con las manos vacías, sólo pueden entregar el pan que Jesús les ofrece. Los discípulos se reconocen incapaces de remediar la necesidad. No pueden hacer nada si no interviene el Señor. Sólo pueden reconocer su apuro. Pero esto es necesario, pues sólo a los pobres y a los débiles se da el Reino de Dios. Dios quiere seguir alimentando a los demás por medio de nuestras escasas provisiones.
Continuamos recibiendo los "signos" que Jesús nos da. -Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre, y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Se compadeció. Me detengo a contemplar esto en tu corazón, Señor. Tú te dejas emocionar, conmover. Estás impresionado. Los fenómenos de las muchedumbres no te dejan indiferente. Uno no escapa al gentío. Una masa humana estacionada en algún lugar significa algo... una espera. -Y se puso a enseñarles pausadamente. Instruir. Educar. Promocionar. Aportar nuevos valores. Despacio, sin prisas. Despacio porque la instrucción es importante, requiere tiempo. Es la llave para otras muchas cosas. La cultura profana, la cultura religiosa. Saber un oficio, ser competente en las cosas humanas. Y saber las cosas de Dios: tarea capital de la catequesis. Jesús fue primero un catequista: el que enseña, el que "abre los oídos a las cosas de Dios.
-"Dadles, vosotros, de comer". El primer lugar lo ocupa el alimento del espíritu y del corazón. Y la Palabra de Dios es "alimento". Pero el alimento del cuerpo es condición de toda actividad espiritual. Cuidar el cuerpo: la humilde ocupación de tantas gentes sobre la superficie de la tierra. Tantos oficios manuales ordenados al bienestar temporal de los hombres. Trabajo del campesino. Trabajo del ama de casa. Trabajo de los innumerables oficios que directa o indirectamente "dan de comer", permiten "ganar el pan" de una familia. Esta inmensa colmena humana que trabaja sobre nuestro planeta para poder comer, Dios la bendice, Dios quiere que logre lo que espera, que viva. Jesús nos pide que participemos en esta tarea: "Dadles de comer". Bendito eres Dios del universo, Tú que nos das el pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Yo te ofrezco mi trabajo y el de todos los hombres.
-Les mandó que les hicieran recostarse por grupos sobre la hierba verde. Se recostaron formando un círculo por grupos de ciento y de cincuenta. Jesús toma de la mano un "rebaño sin pastor" una masa informe que inspira piedad. Esta multitud ha pasado a ser ahora "un pueblo ordenado", un grupo organizado, una comunidad. Marcos de modo manifiesto insiste sobre esta organización de la comunidad. Esta es hoy todavía una de las tareas de los ministros de la Iglesia. Te ruego, Señor, por los ministros de Tu Iglesia. Te ruego para que los cristianos comprendan más y más que no deben quedarse en el anonimato informe de la masa demasiado pasiva, sino que han de llegar a ser participantes activos de un pueblo vivo donde se establezcan relaciones de hombre a hombre. Todavía hoy, es este el esquema esencial de la reunión eucarística: liturgia de la palabra: Jesús les instruye detenidamente ; y liturgia del pan... alrededor del único Pastor. Sí, este milagro es un signo, un símbolo de la Iglesia que continúa hoy lo que hizo Jesús.
-Jesús, tomando los cinco panes... alzando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió los panes y se los dio. La alusión a la eucaristía es evidente. Es casi la misma serie de gestos que Jesús hizo en la Cena. "Pronunciar la bendición" ("eulogein" en griego = "decir bien"). "Bendito sea Dios que nos da este pan". Era el rito judío de la santificación de la comida en la mesa: como buen judío, Jesús santifica cada uno de sus gestos con una bendición, una plegaria. Mi vida toda ¿es también para mí ocasión de alabar y bendecir a Dios? (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté
Primera carta del apóstol san Juan 4, 7-10. Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Di Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que D envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por me de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.
Salmo 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. R. Que todos los pueblos de la tierra se postren ante ti, Señor.
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, el Gran Río al confín de la tierra.
Evangelio (Mc 6,34-44): En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llegaron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de comer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».
Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron y de los peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Comentario: 1.- 1 Jn 4, 7-10 (ver Pascua 6B). 1. Dios es amor. Ésta es la afirmación más profunda y consoladora de la carta de Juan. Dios nos ha amado primero, y en esto se ha manifestado su amor: en que nos ha enviado a su Hijo como Salvador de todos. Todo lo demás es consecuencia y respuesta. La que insistentemente nos repite la carta es: «amémonos unos a otros», porque todos somos hijos de ese Dios que ama, y por tanto hermanos los unos de los otros. Se suceden de nuevo los verbos más típicos de Juan: nacer de Dios, conocer a Dios, vivir en el amor.
Una de las manifestaciones más amables y expresivas de la misión mesiánica de Jesús fue la multiplicación de los panes. Se compadece de la gente: andan como ovejas sin pastor. Jesús está cerca de los que sufren, de los que buscan. No está alejado del pueblo, sino en medio de él. Como nuevo Moisés, da de comer a los suyos en el desierto. Su amor es concreto, comprensivo de la situación de cada uno. Da de comer y predica el Reino, alivia los sufrimientos anímicos y los corporales. Y a la vez evangeliza.
El programa que nos da la carta de Juan es sencillo de decir y difícil de cumplir: amémonos los unos a los otros, porque todos somos nacidos de Dios, y Dios es amor. Una vez más, en estos días últimos de la Navidad y primeros del año, se nos pone delante, como en un espejo, el modelo del amor de Dios, para que lo imitemos. Nunca mejor que en la Navidad se nos puede recordar el amor de Dios que nos ha enviado a su Hijo. Y se nos avisa: «quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor».
¿Creemos de veras en el amor de Dios? ¿nos dejamos envolver por él, le dejamos que cambie nuestra existencia? ¿hemos aprendido la lección que él ha querido enseñarnos, el amor fraterno? Es inútil que creamos que ha sido una buena celebración de la Navidad, si no hemos progresado en nuestra actitud de cercanía y amabilidad con las demás personas.
Lo que creemos y lo que hemos celebrado no se puede quedar en teoría: compromete nuestra manera de vivir. Tenemos un espejo bien cercano: el de Cristo Jesús, tal como aparece ya en sus primeras intervenciones como misionero del Reino, y como seguirá a lo largo de todas las páginas del evangelio. Siempre atiende a los sufren. Siempre tiene tiempo para los demás. Nunca pasa al lado de uno que sufre sin dedicarle su presencia y su ayuda. Hasta que al final entregue su vida por todos. El amor es entrega: Dios que entrega a su Hijo, Cristo Jesús que se entrega a si mismo en la cruz. ¿Cómo es nuestro amor a los hermanos? ¿somos capaces de entregarnos por los demás? ¿o termina nuestro amor apenas decrece el interés o empieza el sacrificio?
El pan multiplicado que nos ofrece cada día Cristo Jesús es su Cuerpo y su Sangre. Él ya sabía que nuestro camino no iba a ser fácil. Que el cansancio, el hambre y la sed iban a acosarnos a lo largo de nuestra vida. Y quiso ser él mismo nuestro alimento. El Señor Resucitado se identifica con ese pan y ese vino que aportamos al altar y así se convierte en Pan de Vida y Vino de salvación para nosotros. Nunca agradeceremos y aprovecharemos bastante la entrega eucarística de Jesús a los suyos (J. Aldazábal).
-Queridos míos, amémonos unos a otros. Todo un programa para la Iglesia. Todo un programa para nuestras familias, nuestros ambientes de vida y de trabajo. Todo un programa para la humanidad. En mi recuerdo evoco los lugares, a mi alrededor o en el mundo donde falta ese amor. Y ruego para que nazca y progrese.
-Porque el amor es de Dios. Todos los que aman son «hijos» de Dios y conocen a Dios. Quien no ama no conoce a Dios. ¡Porque, Dios es amor! Texto de insondable profundidad. Hay que escucharlo en silencio, repetirlo, tratar de expresarlo con palabras nuestras. Todo el que ama es como una parcela de Dios, una parte del Amor, porque Dios es amor. Todo acto de amor «viene de Dios», tiene su fuente u origen en el Corazón de Dios. Dios puede ser contemplado en: -el amor de una madre que ama a su hijito... y de un niño que ama a sus padres... -el amor de un prometido a su prometida... de un esposo a su esposa... -el amor de un hombre que se desvela por sus camaradas de trabajo... -el amor de un trabajador que pone su oficio al servicio de sus compatriotas... Dios está en el origen de todas esas actitudes. ¿Y en mi vida?
-En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El. Dios no se ha quedado en las generalidades, en las hermosas declaraciones. Dios ha manifestado, concretado y probado su amor. Dios ha «encarnado» su amor. Ha dado su Hijo al mundo. Jesús es el amor de Dios por el mundo. Es el Hijo único, entregado. Único. Entregado. No guardado para sí. Dado. ¿Y yo? ¿De qué soy capaz de privarme, por amor? ¿De qué modo concreto traduzco en obras mi amor?
-El amor existe no porque amáramos nosotros a Dios... sino porque El nos amó a nosotros. San Juan insiste siempre sobre esa iniciativa divina. Dios no nos ha esperado. Tomó la iniciativa de amarnos antes incluso de conocer cómo responderíamos a ese amor. La experiencia del pecado tiene una misteriosa ventaja: nos permite comprender mejor esto: ¡el pecador sabe que es esperado y amado! Aun en los momentos en que el hombre no piensa en Dios ni ama a Dios... ¡Dios no cesa de pensar en él y de amarlo! Gratuidad total del amor divino. No está condicionado a una respuesta positiva. Pero Señor, ¿cómo procuraré responder plenamente a un tal amor?
-El Padre envió a su Hijo, que es víctima propiciatoria por nuestros pecados. El amor de Dios no fue algo banal o «de broma». Fue un amor «hasta el derramamiento de sangre». Cristo se sacrificó por nosotros. Jesús ha sido la victima de «mis» pecados. Jesús se sacrificó por mí, porque, ¡me ama hasta tal punto! de ser capaz de renunciar a su propia vida «para que yo viva». ¿Y yo? (Noel Quesson).
2.- Sal. 71. Jesucristo, nuestro Rey y Señor, ha salido a nuestro encuentro para remediar nuestros males. Él no sólo nos anunció la Buena Nueva del amor que nos tiene el Padre, sino que pasó haciendo el bien a todos. Quien ha recibido la misma Vida y el mismo Espíritu del Señor debe preocuparse de anunciar el Nombre de Dios a todos, pero, al mismo tiempo, debe preocuparse de pasar haciendo el bien. La Iglesia de Cristo debe preocuparse de que en la tierra florezca la justicia y reine la paz, así como en convertirse en defensa de los pobres, como el Señor lo ha hecho con nosotros. Sólo así no estaremos traicionado al Señor ni a su Evangelio.
3. A. Comentario mío de 2008. * Al echar una mirada a nuestra vida, vemos luces y sombras. Motivos para alegrarnos y para avergonzarnos. Para agradecer y para pedir perdón. Una de las pegas de la cultura de hoy es que vivimos aferrados a lo inmediato, mientras que necesita el hombre, para ser feliz, una proyección hacia delante, sacrificando muchas veces la satisfacción pronta e inminente. Para ello hacen falta fuerzas, y por eso nos habla hoy el Evangelio de este alimento celestial, que nos permite soñar, y perseverar en los sueños. La madurez en la vida espiritual, como en las tareas de campo, está en sembrar oportunamente, en tierra preparada, sin querer conseguir frutos inmediatamente. Así en las virtudes, después de haber tomado una determinación, de poner en acto la voluntad, puede haber fracasos, los “éxitos” no son inmediatos. Pero hay que tener confianza, con la fuerza de la Eucaristía saber esperar, tener “paciencia”, que es la “paz” en esa “ciencia”; ciertamente la ciencia de la paz es importante pues se hacen muchas tonterías con la precipitación, no sólo en el hablar sino sobre todo en abandonar. La paciencia lleva a recomenzar, que en expresión del Siervo de Dios Álvaro del Portillo, es recuperar con dolor el tiempo perdido en amar. No perder el tiempo en el desánimo, no caer en el descorazonamiento, ni mucho menos en la abulia, la tristeza vital, que como se ha dicho procede de los sentimientos vitales que se encuentran entre lo psíquico y lo somático. Se experimenta como un vacío interior y el sujeto queda invadido por falta de motivación emocional, lo que en la psiquiatría alemana clásica se denomina “el sentimiento de la falta de sentimiento”. Es tan intensa y profunda que los enfermos de depresión dicen: “ya no puedo estar más triste”. Se mira siempre hacia el pasado, porque sienten cerradas todas las posibilidades de proyectarse en el futuro. Aflora cada vez más la culpa, y , más tarde, la desesperación, donde se queman las últimas oportunidades de salir adelante y enfrentarse al mañana.
La práctica de las virtudes no bastan para que una persona que tiene, no ya una noche oscura, o sequedad, sino un verdadero desierto donde está muriendo de hambre, donde ya no tiene motivos para vivir. Es necesario otro tipo de alimento, Jesús mismo se nos da para que nuestra vida sea de amor, para volver a adquirir las propias fuerzas, con las que poder recomenzar la lucha, hacer oración, vivir para amar, volver a tener ilusión al vivir otra vez, y al poseer la vida poder darla, “desvivirse”, que según Julián Marías es la forma suprema del interés; “interés” que significa “inter esse”, estar entre las cosas. Es decir, salir de uno mismo, de su torre de marfil, y bregar entre las cosas que nos rodean y solicitan, en una realidad que se puede afrontar cuando ya estamos contentos, con ilusión que es la esencia del amor, de la vida. Uno es lo que sueña. Jesús nos habla de una multiplicación de la ilusión, cuando la damos. Una multiplicación del amor, cuando amamos. Y el milagro es más profundo, es una imagen de la Eucaristía, de Jesús que se nos da, que ama hasta dar la vida, y su muerte es fuente de la vida y del amor. Aprendiendo de Él, alimentándonos en su Cuerpo, podemos tomar fuerzas para seguir su ejemplo y vivir su Vida.
** “Jesús nos muestra que Él es sensible a las necesidades de las personas que salen a su encuentro. No puede encontrarse con personas y pasar indiferente ante sus necesidades. El corazón de Jesús se compadece al ver el gran gentío que le seguía «como ovejas sin pastor» (Mc 6,34). El Maestro deja aparte los proyectos previos y se pone a enseñar. ¿Cuántas veces nosotros hemos dejado que la urgencia o la impaciencia manden sobre nuestra conducta? ¿Cuántas veces no hemos querido cambiar de planes para atender necesidades inmediatas e imprevistas? Jesús nos da ejemplo de flexibilidad, de modificar la programación previa y de estar disponible para las personas que le siguen.
El tiempo pasa deprisa. Cuando amas es fácil que el tiempo pase muy deprisa. Y Jesús, que ama mucho, está explicando la doctrina de una manera prolongada. Se hace tarde, los discípulos se lo recuerdan al Maestro y les preocupa que el gentío pueda comer. Entonces Jesús hace una propuesta increíble: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6,37). No solamente le preocupa dar el alimento espiritual con sus enseñanzas, sino también el alimento del cuerpo. Los discípulos ponen dificultades, que son reales, ¡muy reales!: los panes van a costar mucho dinero (cf. Mc 6,37). Ven las dificultades materiales, pero sus ojos todavía no reconocen que quien les habla lo puede todo; les falta más fe.
Jesús no manda hacer una fila de a pie; hace sentar a la gente en grupos. Comunitariamente descansarán y compartirán. Pidió a los discípulos la comida que llevaban: sólo son cinco panes y dos peces. Jesús los toma, invoca la bendición de Dios y los reparte. Una comida tan escasa que servirá para alimentar a miles de hombres y todavía sobrarán doce canastos. Milagro que prefigura el alimento espiritual de la Eucaristía, Pan de vida que se extiende gratuitamente a todos los pueblos de la Tierra para dar vida y vida eterna” (Xavier Sobrevia).
*** Estamos viviendo los días de la Epifanía, manifestación a todos los pueblos. La sumisión de los Magos se nos propone como modelo, de manera que saboreemos las cosas de arriba y no las de la tierra (cfr. Colos. 3, 2). Seguir la estrella, presentar nuestros dones: el oro de la música del corazón, el Amor que ponemos en todo; el incienso de la oración, la Fe en acto hecha vida que prefiere alimentarse de la fuerza divina para poder vivir en lo ordinario ese camino que conduce a Dios, la mirra de superar los obstáculos y ofrecer sacrificios en la Esperanza. Así, con las tres virtudes damos lo que tenemos y lo que somos, y Jesús multiplica esos dones y nos los da sin cesar. En todas las circunstancias, pues se convierte el mundo en hogar, y en cada esquina hay un ángel que nos guía. “No hace mucho, he admirado un relieve en mármol, que representa la escena de la adoración de los Magos al Niño Dios. Enmarcando ese relieve, había otros: cuatro ángeles, cada uno con un símbolo: una diadema, el mundo coronado por la cruz, una espada, un cetro. De esta manera plástica, utilizando signos conocidos, se ha ilustrado el acontecimiento que conmemoramos hoy: unos hombres sabios -la tradición dice que eran reyes- se postran ante un Niño, después de preguntar en Jerusalén: ¿dónde está el nacido rey de los judíos? .
Yo también, urgido por esa pregunta, contemplo ahora a Jesús, reclinado en un pesebre , en un lugar que es sitio adecuado sólo para las bestias. ¿Dónde está, Señor, tu realeza: la diadema, la espada, el cetro? Le pertenecen, y no los quiere; reina envuelto en pañales. Es un Rey inerme, que se nos muestra indefenso: es un niño pequeño. ¿Cómo no recordar aquellas palabras del Apóstol: se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo ?
Nuestro Señor se encarnó, para manifestarnos la voluntad del Padre. Y he aquí que, ya en la cuna, nos instruye. Jesucristo nos busca -con una vocación, que es vocación a la santidad- para consumar, con El, la Redención. Considerad su primera enseñanza: hemos de corredimir no persiguiendo el triunfo sobre nuestros prójimos, sino sobre nosotros mismos. Como Cristo, necesitamos anonadarnos, sentirnos servidores de los demás, para llevarlos a Dios.
¿Dónde está el Rey? ¿No será que Jesús desea reinar, antes que nada en el corazón, en tu corazón? Por eso se hace Niño, porque ¿quién no ama a una criatura pequeña? ¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el Cristo, que el Espíritu Santo procura formar en nuestra alma? No puede estar en la soberbia que nos separa de Dios, no puede estar en la falta de caridad que nos aísla. Ahí no puede estar Cristo; ahí el hombre se queda solo.
A los pies de Jesús Niño, en el día de la Epifanía, ante un Rey sin señales exteriores de realeza, podéis decirle: Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamente de mi personalidad sea la identificación contigo” (San Josemaría Escrivá, Cristo que Pasa, n.31).
Son días para que, de rodillas delante de Jesús Niño, de ese Dios escondido a la humanidad, le adoremos, le ofrezcamos nuestros dones y aprendamos a recibir los suyos, las lecciones de su realeza, la luz de su estrella, para no apartarnos nunca de él, para quitar de nuestro camino todo lo que sea estorbo, para serle fieles, dóciles a sus llamadas.
B. textos tomados de mercaba.org en 2010. Mc 6, 34-44 (cf Mt 14,13-21). Con este pasaje inaugura Marcos una nueva sección de su Evangelio. No se trata ya de los primeros pasos apostólicos del rabino Jesús, ni de sus victorias sobre la enfermedad y los demonios, sino de una sección particular, unificada en torno al tema del pan: dos multiplicaciones de panes (Mc 6,30-44; 8,1-10), discusiones sobre el sentido de las abluciones antes de comer el pan y sobre la falsa levadura (Mc 7,1-23; 8,11-20), discusión con una pagana a propósito de las migajas de pan que solicita, etc. (Mc 7,24-20). Por eso se suele llamar a esta parte del Evangelio de Marcos la "sección de los panes". De hecho se trata más bien de una serie de relatos, reunidos ya en su mayor parte antes de la redacción de los Evangelios, con el fin de iniciar en el misterio de Cristo y en las dimensiones originales de su religión.
La primera parte de la perícopa (vv 30-40) trata de introducir la sección poniendo de relieve el papel importante que desempeñan los apóstoles en las preocupaciones catequéticas de Cristo. Pero el v 34, específico de Marcos, es muy significativo. El tema del rebaño sin pastor está tomado de Núm 27, 17 y en él se refleja la preocupación de Moisés por encontrar un sucesor para no dejar al pueblo sin dirección (cf Ez 34,5). Cristo se presenta así como el sucesor de Moisés, capaz de conducir el rebaño, de alimentarle con pastos de vida y conducirle a los pastos definitivos. Toda la sección de los panes está concebida de tal forma que Cristo aparece efectivamente como ese nuevo Moisés que ofrece el verdadero maná (vv 35-44; 8,1-10), que triunfa a su vez de las aguas del mar (Mc 6,45-52), que libera al pueblo del legalismo a que habían reducido los fariseos la ley de Moisés (Mc 7,1-13) y que al fin abre a los mismos paganos el acceso a la Tierra Prometida (Mc 7,24-37).
Si Jesús opera el milagro de la multiplicación de los panes en beneficio de una multitud por la que siente compasión, lo hace también con el fin de formar a sus apóstoles. Los asocia a los preparativos del banquete (vv 35-39,41b) y más tarde les forzará a reflexionar sobre el alcance de este milagro (Mc 8,14-21). La atención al carácter educativo de un milagro es algo nuevo en San Marcos: Cristo no obra milagros para satisfacer las necesidades materiales del pueblo, sino para revelar su misión entre los hombres y preparar a los apóstoles para la inteligencia de la Eucaristía.
Efectivamente, Marcos ha destacado ante todo la interpretación eucarística de la escena. Mientras que los tres sinópticos se toman relativas libertades (solo hay un 20 por 100 de palabras comunes) en la redacción del relato, concuerdan aproximadamente en un 80 por 100 de las palabras cuando se trata de reflejar los gestos mismos de Cristo (v 41). Eso es sin duda un indicio de la veneración que sentían ya por ese versículo capital en que Cristo realiza los mismos gestos que en la Cena.
Los diferentes relatos sinópticos de multiplicación del pan comienzan todos por mencionar el pan y el pez, y después, a lo largo de la narración, se limitan progresivamente a solo el pan (Mt 14,17; Lc 9,13; Jn 6,9; Mt 15,34), lo que es un indicio de su preocupación eucarística. Pues bien, Marcos es una excepción a la regla y sigue hablando de los peces hasta el final (vv 41b y 43b; cf. también Mc 8,7, exclusivo de Marcos). Pero estas menciones de los peces son evidentemente añadiduras posteriores: no terminan de encajar en la redacción y Mc 8,7 utiliza para la acción de gracias la palabra eulogein, de origen griego, mientras que Mt 8,6 emplea eucharistein, de origen palestino. Hay sobradas razones para creer que esas añadiduras las ha hecho alguien más preocupado por la historia que por el simbolismo eucarístico, y si Marcos es responsable de esas añadiduras, eso significa que la fuente que utiliza era ya de orientación eucarística. Esta conclusión es importante, puesto que revela que la interpretación eucarística de la multiplicación de los panes se remonta a la tradición oral, y que la comunidad primitiva vivió la Eucaristía aun antes de la redacción de los Evangelios, piensen lo que quieran quienes pretenden hacer de ella una invención tardía de la Iglesia.
Cabría objetar que el milagro de la multiplicación de los panes no contiene una fórmula de bendición sobre el vino y que esa falta hace problemática la interpretación eucarística. Eso no obstante, uno de los principales temas de la bendición del cáliz, el de la multitud (Mc 14,24), se encuentra en la multiplicación del pan, concretamente en el v 44 y simbólicamente en el tema del sobrante (v 43), orientado a hacer tomar conciencia de que el alimento preparado por Cristo está destinado a otros muchos invitados que no han tomado parte en este banquete. Y si quedan exactamente doce canastas de trozos (v 43) es porque los doce apóstoles, que han sido los servidores de la asamblea, han de convertirse en misioneros cerca de los invitados que no han estado presentes. La Eucaristía se nos presenta así en su dimensión misionera: no reúne a los "ya congregados", sino para enviarles a congregar a los demás.
De esta forma, la tradición catequética primitiva se ha apoderado rápidamente del relato de un milagro de multiplicación de los panes para ver en él un símbolo de la Eucaristía. El banquete de la Cena no era una comida de despedida reservada tan solo a los doce apóstoles presentes, sino que era, por el contrario, una comida destinada a la multitud de los creyentes, una multitud que aumentaría sin cesar al ritmo del progreso de la misión.
Esta concepción pudo existir algunos años antes de abrirse paso en la conciencia de la Iglesia primitiva: en todo caso, estaba ya incorporada a la fuente que Marcos utiliza, es decir, unos veinte o treinta años después de la muerte de Cristo (Maertens-Frisque).
Jesús se presenta como un segundo Moisés que reúne al pueblo de Dios (v. 34) y lo alimenta en el desierto con el pan vivificante que Dios envíe. Los discípulos no entendieron entonces el sentido profundo del hecho. El diálogo de Jesús con ellos antes de la multiplicación del pan muestra como sus pensamientos estaban presos en las apariencias. La invitación del Maestro a que den de comer al pueblo los desconcierta por completo. Su bolsa contiene doscientos denarios, caso de decidirse, para comprar pan. Pero Jesús les pregunta por sus propias provisiones, a lo que responden decididos: quedan cinco panes y dos peces. Naturalmente, los discípulos no pueden saciar al pueblo, como les encarga Jesús: "Dadles vosotros de comer". La mirada debe dirigirse a Jesús. Los discípulos están ante el pueblo con las manos vacías, pero Jesús puede alimentar a la multitud. Así también están los maestros y pastores delante del pueblo con las manos vacías, sólo pueden entregar el pan que Jesús les ofrece. Los discípulos se reconocen incapaces de remediar la necesidad. No pueden hacer nada si no interviene el Señor. Sólo pueden reconocer su apuro. Pero esto es necesario, pues sólo a los pobres y a los débiles se da el Reino de Dios. Dios quiere seguir alimentando a los demás por medio de nuestras escasas provisiones.
Continuamos recibiendo los "signos" que Jesús nos da. -Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre, y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Se compadeció. Me detengo a contemplar esto en tu corazón, Señor. Tú te dejas emocionar, conmover. Estás impresionado. Los fenómenos de las muchedumbres no te dejan indiferente. Uno no escapa al gentío. Una masa humana estacionada en algún lugar significa algo... una espera. -Y se puso a enseñarles pausadamente. Instruir. Educar. Promocionar. Aportar nuevos valores. Despacio, sin prisas. Despacio porque la instrucción es importante, requiere tiempo. Es la llave para otras muchas cosas. La cultura profana, la cultura religiosa. Saber un oficio, ser competente en las cosas humanas. Y saber las cosas de Dios: tarea capital de la catequesis. Jesús fue primero un catequista: el que enseña, el que "abre los oídos a las cosas de Dios.
-"Dadles, vosotros, de comer". El primer lugar lo ocupa el alimento del espíritu y del corazón. Y la Palabra de Dios es "alimento". Pero el alimento del cuerpo es condición de toda actividad espiritual. Cuidar el cuerpo: la humilde ocupación de tantas gentes sobre la superficie de la tierra. Tantos oficios manuales ordenados al bienestar temporal de los hombres. Trabajo del campesino. Trabajo del ama de casa. Trabajo de los innumerables oficios que directa o indirectamente "dan de comer", permiten "ganar el pan" de una familia. Esta inmensa colmena humana que trabaja sobre nuestro planeta para poder comer, Dios la bendice, Dios quiere que logre lo que espera, que viva. Jesús nos pide que participemos en esta tarea: "Dadles de comer". Bendito eres Dios del universo, Tú que nos das el pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Yo te ofrezco mi trabajo y el de todos los hombres.
-Les mandó que les hicieran recostarse por grupos sobre la hierba verde. Se recostaron formando un círculo por grupos de ciento y de cincuenta. Jesús toma de la mano un "rebaño sin pastor" una masa informe que inspira piedad. Esta multitud ha pasado a ser ahora "un pueblo ordenado", un grupo organizado, una comunidad. Marcos de modo manifiesto insiste sobre esta organización de la comunidad. Esta es hoy todavía una de las tareas de los ministros de la Iglesia. Te ruego, Señor, por los ministros de Tu Iglesia. Te ruego para que los cristianos comprendan más y más que no deben quedarse en el anonimato informe de la masa demasiado pasiva, sino que han de llegar a ser participantes activos de un pueblo vivo donde se establezcan relaciones de hombre a hombre. Todavía hoy, es este el esquema esencial de la reunión eucarística: liturgia de la palabra: Jesús les instruye detenidamente ; y liturgia del pan... alrededor del único Pastor. Sí, este milagro es un signo, un símbolo de la Iglesia que continúa hoy lo que hizo Jesús.
-Jesús, tomando los cinco panes... alzando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió los panes y se los dio. La alusión a la eucaristía es evidente. Es casi la misma serie de gestos que Jesús hizo en la Cena. "Pronunciar la bendición" ("eulogein" en griego = "decir bien"). "Bendito sea Dios que nos da este pan". Era el rito judío de la santificación de la comida en la mesa: como buen judío, Jesús santifica cada uno de sus gestos con una bendición, una plegaria. Mi vida toda ¿es también para mí ocasión de alabar y bendecir a Dios? (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté
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