miércoles, 29 de diciembre de 2010

Jueves de la 2ª semana de Adviento. “Yo soy tu redentor, el Santo de Israel”, dice el Señor, que manda Juan Bautista que ahora nos acompaña como prepa

Isaías 41,13-20. Yo, el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.» No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-. Tu redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los triturarás; harás paja de las colinas; los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel. Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de 1srael lo ha creado.

Salmo 144,1 y 9.10-11.12-13ab. R. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que té bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas;
explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

Evangelio según san Mateo 11,11-15. En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».


Comentario: 1.- Is 41,13-20. El libro de la Consolación (Is 40-55) ha sido elaborado en torno a tres ejes de reflexión: una apologética del monoteísmo frente a los falsos dioses extranjeros, una teología de la redención por el Servidor paciente y una presentación del futuro escatológico dentro del marco de una tipología del Éxodo. Nuestra lectura pertenece a este último grupo. El carácter maravilloso consignado en los vv 18-19 no debe sorprendernos: el período del Éxodo ha sido para Israel la era por excelencia de los milagros; algo así como la vida de Jesús para el cristiano. Así, el Segundo Isaías se preocupa de mostrar a sus contemporáneos que el Éxodo es un gesto permanente de Dios: las prisas de la huida (Is 52,11-12), la nube protectora (Is 52,12b), el paso del mar (Is 43,16), el agua que brota de la roca (Is 48,21), la transformación del desierto en paraíso (Is 43,19-21), cruzando por un camino que no es sólo geográfico, sino también el camino de la alianza y de la santidad (Is 35,8). Estas maravillas operadas en el Éxodo sirven por lo demás, para proclamar la realidad del Dios único (v 20). A lo largo de toda su obra el autor está preocupado, en efecto, por una apologética del moneteísmo frente a los falsos dioses. A los ojos de la religión dualista de los medos, los elementos del Bien y del Mal se enfrentan sin que se pueda adivinar el resultado final de su lucha. A los ojos del monoteísmo judío Dios dirige todas las evoluciones del mundo conforme a su designio, sin que ninguna otra fuerza pueda oponerse: basta con conocer a Dios y su plan para comprender la historia del mundo y saber que camina hacia su felicidad. La educación del sentido de la historia, que era ya el tema de la lectura primera del segundo domingo de Adviento (ciclo B), da aquí un paso más: la historia tiene un sentido porque Alguien sabe adónde va: un Dios que comunica su conocimiento a los hombres jalonando su historia de maravillas marcadas con su huella. Cierto que el hombre moderno tiene la pretensión de saber adónde va su historia y de conducirla a su término. El cristiano también lo sabe, y esa es la razón de que su trabajo y sus compromisos se asemejen tanto al trabajo y a los compromisos del ateo. Pero su conocimiento viene de un Dios del que se fía, que jalona su historia con las "maravillas" de la alianza nueva y del que es un testigo en el mundo (Maertens-Frisque).
-"No temas gusanito de Yavhé". Israel en el destierrro ha sido como un gusano pisoteado por las naciones. Dios le asegura su protección cariñosa: lo lleva de la mano, "Te agarro de la diestra". Es preciso saborear durante el día esta maravillosa expresión de amor de Dios. "Yo te llevo de la mano". -"Los pobres buscan.." Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. Fórmula que expresa le espera, el deseo. -Yo, el señor, les responderé. -No temas, Yo te ayudo. No temas, Jacob, débil gusanillo; Israel, miserable mortal. Esta es ya una bienaventuranza: la de los pobres. Medito sobre la debilidad, la pequeñez. La pequeñez de ese pueblo de deportados, despreciados, explotados, perdidos en la gran Babilonia pagana. La pequeñez de María, portadora, sin embargo, del Misterio de Dios. María, «débil criatura» vivía en una pobre aldea, casi desconocida. ¡No en Roma, la triunfante... No en Atenas, la sabia... Ni en Babilonia, la soberbia... Ni siquiera en Jerusalén, la santa... Ni en ninguna de las grandes capitales de la época! Sino en Nazaret poblado desconocido, en medio de gente humilde y sencilla. El verdadero valor no procede de la situación humana sino de la mirada de Dios. ¿Qué es lo que esto cuestiona mi vida?
-Yo soy el Señor, tu Dios. Te tengo asido por la diestra. Es preciso saborear, en el silencio, esas declaraciones de amor... Basta con dejarse llevar por esa imagen: ¡Toma mi diestra, Señor! ¡Quédate de veras «conmigo»! Escucho... Escucho esas palabras que me diriges. ¿Qué podría dañarme, en mi pequeñez, si, de verdad, conservo tu mano en la mía?
-Triturarás los montes... Y tú te regocijarás en el Señor. Es una réplica contra los opresores babilonios. Es, ante todo, el anuncio de un gran gozo después de la pena.
-Los pequeños y los pobres buscan agua... pero no hay nada. Su lengua se les secó de sed. La boca de Dios lo testifica. «Los pobres buscan...» Esa fórmula expresa la espera, el deseo. La imagen es la de «tener sed»... una necesidad biológica concreta, que no puede satisfacerse con hermosas palabras. «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia.» Pero, que el término bíblico no nos oculte el verdadero sentido. ¡No es «agua» lo que los pobres de HOY andan buscando! ¿Cuál es su deseo? Ser amados y considerados... ganar regularmente un salario justo... ir adquiriendo algo más de responsabilidad, de confort... ser como todo el mundo, no ser humillados... ser atendidos en las necesidades, con una visita oportuna... y que los sufrimientos y la mala suerte no sea algo normal en sus vidas... Ante esos deseos tan humanos, ante esa «sed», debemos también, como Dios, testificar «y no hay nada» ¿Es una espera frustrada, un deseo inútil, la Nada?
-Yo, el Señor, los atenderé... No los abandonaré... Señor, realiza tu promesa. Señor, ayúdanos también a atender a los pobres en todo lo que esté de nuestra parte.
-Abriré en los montes, ríos y fuentes... Convertiré el desierto en lagunas... Y la tierra árida en hontanar de aguas... Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, olivos, cipreses, pinos y enebros... De modo que todos vean y sepan que la mano del Señor ha hecho eso. Imágenes de lozanía, de fecundidad y de abundancia. En nuestro mundo tan «árido», tan duro... ¡haz que mane el «agua viva»! (Noel Quesson).
Dios se manifiesta en la historia; la Biblia no es un manual dogmático con una serie de verdades abstractas, atemporales. La aparición de Ciro significa la desaparición de las grandes potencias, que hasta entonces habían tenido el monopolio de la política mundial. La teología de la historia contenida en estos versículos nos dice que, en todo acontecimiento, la iniciativa está en manos de Dios, el cual interviene en cada momento y en cualquier lugar. Todo converge para hacer realidad las promesas de la alianza con el escogido, con el amado, con el siervo. La «emanuelidad», la presencia de Dios en medio de su pueblo, se afirma con insistencia y vigor: «No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios» (v 10). La exhortación a la confianza se convierte en una bella glosa del nombre de «Yahvé» en el sentido de «Yo soy el que siempre está aquí (contigo)». La presencia gramaticalmente destacada de los pronombres personales «yo-tú» traduce con eficacia el sentido y la fuerza de esta proximidad. El Segundo Isaías, teólogo sutil, sabe jugar con los conceptos de potencia de Dios y debilidad del hombre. El Dios «Santo», es decir, el totalmente Otro, el Trascendente, se servirá de su trascendencia para hacer sentir todo el peso de su inmanencia salvadora.
La misma gramática hebrea registra la idea: el "Santo" (Qadosh) se «modifica» cuando pasa a ser el «Santo de Israel» (Qed osh), aunque sea en una cosa tan insignificante como la vocalización. Es la superación de toda teodicea aséptica para entrar en una teología que acabará afirmando en una perspectiva joánica que Dios ha plantado la tienda entre los hombres (Jn 1,14). De ahí que el autor de estos versículos contemple al Santo caminando al lado de Israel, el pueblo descrito como débil: «No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, dice el Señor, tu redentor es el Santo de Israel» (14). Dios se comporta como un goel (redentor); lo cual significa en la cultura religiosa judía acudir en ayuda de otro por razones de consanguinidad o por un pacto. Dios es el goel que realizó un día la gesta del éxodo y que ahora la va a repetir. El uso del verbo bará, reservado para describir la acción creadora de Dios, designa en el Segundo Isaías una acción no menos importante: la salvación, acontecimiento que va más allá de la esfera puramente histórica. A partir de aquí, la joven comunidad neotestamentaria encuentra su conexión con el Antiguo Testamento y la justificación de su manera de interpretarlo (F. Raurell).
El Señor nunca olvida sus promesas. Él sale al encuentro de sus siervos, de los que confían en Él y le viven fieles para reanimarlos en tiempos difíciles. ¿Acaso puede temer aquel a quien el Señor tiene asido por la diestra y de quien escucha estas consoladoras palabras: Yo soy el que te ayuda; tu Redentor es el Dios de Israel? Él puede hacer que florezcan nuestros desiertos y que en nuestras arideces broten ríos y fuentes de agua viva. Por eso, levantemos el corazón, pues Dios se ha hecho Dios-con-nosotros; Él va en camino con nosotros pues ha hecho suya nuestra naturaleza humana para que también nosotros hagamos nuestra su divinidad. ¿Hay algo más esperanzador para nosotros, pobres pecadores? Dios ha tenido compasión de nosotros; dejémonos encontrar y salvar por Él. Permanezcamos fieles a su amor; hagamos la prueba y veremos cuán bueno es el Señor, pues a pesar de que seamos como un gusanillo u oruguita, el Señor se ha puesto de nuestra parte y se ha levantado en contra de nuestro enemigo para redimirnos, para hacernos partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte. Reconocer nuestra pequeñez, y sabernos amados por Dios, y dejarnos amar por Él será lo único que le dará seguridad a nuestro caminar, desde esta vida, hacia la posesión de los bienes definitivos.
Después de que el pueblo de Israel se había multiplicado como las estrellas del cielo, y como las arenas de las playas, ahora, en el destierro se ha reducido a un resto fiel, pues muchos, ya establecidos en esas tierras extrañas, se han olvidado de Dios dedicándose a sus negocios. Y el Señor contempla a los suyos como a un gusano indefenso, temeroso de que alguien lo pise y ahí termine todo. Pero, puesto que son el resto que aún le pertenece al Señor, Él le habla con amor y ternura diciéndole: ¡no temas, pues yo estoy contigo; estoy de tu parte! Más aún soy tu Redentor (go' el), es decir, el que sale en tu defensa para liberarte de tus enemigos, incluso a costa de la entrega de mi propia vida. Y Dios ha cumplido esta Palabra que nos ha dirigido, pues por medio de su propio Hijo, hecho uno de nosotros, nos libró del pecado y de la muerte, dando su vida por nosotros. Y ahora, a la Iglesia, le ha confiado el perdón de los pecados, no sólo en la administración del sacramento de la Reconciliación, sino también en la entrega de la propia vida, para que los demás tengan vida. El Señor nos quiere cercanos a los demás, especialmente a los pobres y desprotegidos, para remediar sus males. Procuremos, pues, continuar con la obra redentora que Cristo confió a su iglesia.

2. Sal 145/144. Los judíos en el destierro han sido como un gusano pisoteado por las naciones. Pero Yavé lo defiende, lo lleva en la mano. Hace de Él un instrumento de purificación para los enemigos de Dios: trillo que tritura, bieldo que aventa. Yavé es su libertador. Él mismo será fuente para su pueblo sediento. El mundo reconocerá el poder de Dios. Esto se ha visto en los tiempos mesiánicos. El Señor libera al hombre del hambre, de la miseria, de la esclavitud, de la ignorancia y de las enfermedades, es uno de los anhelos de la humanidad. El hombre incrédulo piensa que todo está en sus manos, pero se equivoca, porque el egoísmo es el mayor enemigo de los males de este mundo. El hombre egoísta solo piensa en su propio bienestar. Solo Dios y los que lo aman pueden ser la salvación del mundo en todos los tiempos. Dios es nuestro libertador, porque solo en Él se halla la solución de los problemas humanos. Solo Él puede suscitar en los hombres sentimientos humanitarios. De todos modos la raíz de todos los males es el pecado y solo Dios puede perdonarlo. Juan el Bautista envió una embajada a Jesús para ver si Él era el Mesías. Jesús da la respuesta: «Los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, la alegre noticia es anunciada a los pobres» Nosotros somos los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los muertos. Cristo ha venido y nos ha curado, nos ha resucitado a la vida de la gracia. No tenemos necesidad de más Mesías ni de mesianismos. Cristo ha venido y con Él la salvación de todo el mundo, un nuevo orden social que mitiga y suprime la miseria humana. El Salmo 144 canta con gozo esta verdad: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, bendecir tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Por eso queremos que todas las criaturas le den gracias, lo bendigan sus fieles, proclamen la gloria de su reinado, que hablen de sus hazañas, explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado, porque su reinado es un reinado perpetuo y su gobierno va de edad en edad». «De su plenitud todos hemos recibido, gracia por gracia» (Jn 1,12. 16) «Sabemos que hemos sido transplantados de la muerte a la vida» (1 Jn 3,14). «Vivamos, pues, la novedad de esta vida» (Rom 6,4), como verdaderos hijos de Dios, participando de su naturaleza divina.
Bendigamos y alabemos al Señor, nuestro Dios y Padre, pues Él siempre se manifiesta bondadoso para con nosotros. Él jamás nos ha abandonado; podrá una madre olvidarse del fruto de sus entrañas, pero Dios jamás se olvidará de nosotros. Por eso, no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida, entretejida de amor y de fidelidad a Él, bendigamos su santo Nombre, pues ha hecho grandes maravillas en favor nuestro. Pero nosotros no podemos quedarnos sólo en la alabanza al Señor; si en verdad vivimos unidos a Él por el amor, lo hemos de dar a conocer a todas las naciones. El Señor viene a cada uno de nosotros para convertirnos en signos de su amor salvador para todos los pueblos; ojalá y cumplamos con fidelidad amorosa esa misión que se nos ha confiado.
El Señor nos ha trasladado de la muerte a la vida. Esa es la obra salvadora que Él ha realizado a favor nuestro, mediante su Misterio Pascual. Por eso, a partir de haber sido amados y perdonados por Dios, hemos de iniciar una nueva vida, cuyo comportamiento sea una continua alabanza y bendición de su Santo Nombre. Pero no sólo nos hemos de conformar con alabar al Señor de un modo personal. A partir de haber experimentado el amor de Dios, hemos de anunciar su Nombre a los demás, de tal forma que, viendo nuestras buenas obras, también ellos retornen al Señor y lo glorifiquen con una vida intachable. Así estaremos contribuyendo para que el Reino de Dios se vaya construyendo, ya desde ahora, entre nosotros. Si queremos, no sólo hablar de Cristo, sino ser sus testigos, seamos los primeros en vivir como fieles discípulos suyos, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.

3.- A. Comentario que hice en 2007. a) Juan Bautista se esforzó en vivir su vocación: le costó la cabeza. Pero fue fiel a su misión: Precursor del Mesías. De él profetizó Isaías diciendo que era la voz que clama en el desierto, preparando las sendas del Señor, enderezando sus sendas. Y toda su vida fue fiel a esta misión, desde le mismo seno materno proclamó a Jesús, moviéndose en el seno de su madre. Es grande Juan por su testimonio de vida entregada, penitente (se vestía con piel de camello, vivía en el desierto y se alimentaba de langostas y miel silvestre). Su vida era servicio a los demás: predica la conversión y penitencia y bautiza con agua anunciando que vendrá quien bautiza con el Espíritu Santo. Su coherencia es proverbial, proclama la verdad sin ningún respeto humano por quedar bien, o por miedo a perder la vida. Murió por denunciar al rey Herodes tener a Herodías, la mujer de su hermano. Le siguieron los primeros discípulos de Jesús: por lo menos Juan y Andrés, que luego llevaron a los demás.
b. No es fácil estar firme ante las dificultades, cuando estas hacen todo más duro. Los robles son fuertes y están curtidos ante vientos y heladas, están preparados y lo resisten todo. Las mimosas, cuando hiela flaquean, incluso se mueren. En la vida espiritual conviene que seamos fuertes, con espíritu deportista, entrenando una y otra vez: "El Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan." En la lucha espiritual, no cuentan los resultados sino la lucha en las cosas pequeñas de cada día: transformando la envidia en detalles de servicio, el mal genio en comprensión, la “memoria histórica” en perdón, la comodidad en pensar en los demás, el estar “en Babia” por prestar atención a lo que toca, el pesimismo por el volver a empezar.
3. "Hoy, decía san Josemaría Escrivá, que empieza un tiempo lleno de afecto hacia el Redentor, es un buen día para que nosotros recomencemos. ¿Recomenzar? Sí, recomenzar. Yo -me imagino que tú también- recomienzo cada jornada, cada hora; cada vez que hago un acto de contrición, recomienzo”. Y esto significa luchar “de tal manera que, detrás de cada pelea y de cada batalla, haya una pequeña victoria, con la gracia de Dios; y de este modo contribuimos a la paz de la humanidad”.
c. En el mundo, tan lleno de agresividad, falta paz. En un pueblo me contaron de niños violentos que se peleaban en la calle, aparentemente los padres eran educados, pero bajo esta educación: ¿qué veían los niños? Coincidimos en pensar que los niños captan lo que hay en el interior de los mayores, más allá de estas capas de educación con que a veces nos revestimos. Y viendo una tensión de violencia contenida, ellos salían violentos sin ninguna careta. Por esto, si de verdad queremos que haya paz en el ambiente, hemos de llevarla en nuestro corazón. Para ello, es importante no encerrarse en pequeños traumas e insatisfacciones, no conformarse con los fracasos, sino convertirlos en experiencia para recomenzar: luchar con perseverancia, convertir lo bueno en una ocasión de agradecimiento, y lo malo en ocasión de rectificar, con un poco más de amor. El tiempo litúrgico va clamando: ¡ven, Señor Jesús!, ¡ven! Estas son llamadas para ahondar en la fuerza y el amor que vienen de esta búsqueda sincera de Jesús, deseando que nazca en nosotros, que nos transforme en Él.
d. El examen de conciencia es una buena arma para luchar con este espíritu de victoria. El siervo de Dios Álvaro del Portillo nos aconsejaba “hacer a conciencia el examen de conciencia”, es decir poner atención a ahondar en las raíces de nuestra actuación, agradecer las luces sobre lo que aún no va, ya que saber a dónde hay que ir -qué es lo que hay que mejorar- es tener medio camino hecho.
B. Notas que tomo de mercaba.org, en 2009. Mt 11,11-15. El papel del Bautista en la obra redentora de Dios vuelve a cobrar viva realidad en cada Adviento, "pues la fuerza de Juan va delante de nosotros cuando nos disponemos a creer en Cristo" (San Ambrosio, a Lc 1,17); y podemos añadir, cuando nos disponemos, llenos de fe, a celebrar en la liturgia la venida de Cristo. Y cuanto más nos inclinamos ante el juicio de Juan, tanto más la Iglesia y nuestras almas se asemejan a la figura espiritual del Precursor; se convierten en heraldos de Cristo. Y desde el momento en que entra en juicio consigo misma, Cristo está presente en ella y siente necesidad de anunciar lo que ve. Se desvanecen las sombras del pecado y de la gravedad del juicio surge la alegría de sentir a Dios cerca: Deus manifeste veniet, "Dios viene visiblemente" (Sal 49,3). Con razón deja la Iglesia que el júbilo de este alegre mensaje prevalga sobre la seriedad de la predicación de la penitencia. Pues si Juan también anunció lo que vio, al Dios hecho hombre, la Iglesia ha visto más todavía que él: la redención del mundo y la gloria del hombre nuevo. San Juan no pudo hacer más que vislumbrar este milagro en el bautismo del Jordán, que era, según sabemos hoy nosotros, una imagen de la muerte y resurrección del Señor. En consecuencia, según la palabra del Señor, el menor en el reino de Dios, que es la Iglesia, "es mayor que Juan el bautista" (M 11,11). En el mensaje de Adviento de la Iglesia no reinan ya las tinieblas que reinaron durante tantos miles de años de irredención, sino que arde jubilosa la luz de una salvación que viene experimentando hace casi dos mil años. Deus manifeste veniet, "Dios viene visiblemente", exclama. ¡Lo llevo dentro de mí; aquí está, míralo! Espera y a la vez anuncia lo que ya posee. El volver a celebrar el nuevo año de salud ha de proporcionarle mayor experiencia y redención (Emiliana Löhr).
Una de las grandes figuras del Adviento, es Juan Bautista, el que prepara la venida del Mesías. Durante varios días todos los evangelios nos hablarán de este precursor.
-Jesús declaraba a las multitudes.. "En verdad os digo: entre los hijos de los hombres no ha habido otro mayor que Juan Bautista". La fórmula es solemne en boca de Jesús: "Sí, en verdad os digo." La fórmula bíblica es aún más contundente: "entre los nacidos de mujer." No se habla pues de un elogio restringido, como si la comparación sólo se refiriera a los contemporáneos de Juan. Jesús lo eleva por encima de todos los hombres, a través de toda la historia.
-Y sin embargo el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. ¡He aquí algo casi inverosímil! El menor de los cristianos, el menor de los bautizados es "mayor" que Juan. Comienza un nuevo tiempo. Una nueva era para la humanidad. La venida de Jesús divide la humanidad en dos: antes... y después... Uno no se atrevería a decir semejantes cosas, Señor, si no las hubieras dicho antes Tú mismo. ¡Qué dignidad la nuestra! Juan Bautista ha sido el hombre "bisagra" que ha hecho dar el gran giro a la humanidad: ha mostrado a Jesús y ha desaparecido ante El. Le ha dado todos los discípulos que primero fueron suyos. Fue el mayor del "Antiguo Testamento"; pero, el más pequeño del "Nuevo Testamento" es mayor que él. ¿Puede decirse esto de "mí"? ¡Cómo debería yo respetar mi dignidad de bautizado, lleno de la gracia de Dios! Esto vale para todos los bautizados. ¿Qué conclusión debería yo sacar?
-Desde el tiempo de Juan Bautista hasta el presente, el reino de los cielos se alcanza con violencia, y son los violentos, los que se esfuerzan por conquistarlo. Misteriosa palabra que prueba, por lo menos una cosa: que el Reino de Dios no se instaura fácilmente. Resistencias muy fuertes se oponen a que Dios reine verdaderamente. ¿Se trata solamente de Satán que quiere detener el trabajo mesiánico de Cristo? -El relato de la tentación sería una prueba-. ¿Se trata también de los Zelotes, quienes, en tiempo de Jesús, querían imponer el Reino de Dios por las armas y por la violencia? Siendo así que Jesús se presenta como el mesías de los pobres, que rehúsa valerse de la fuerza. De todos modos, lo cierto es que las potencias del mal están activas hasta el final de los tiempos. Y que Juan Bautista ha invitado a sus discípulos al combate, dándoles ejemplo de una vida dura y asceta. No se construye el Reino en la facilidad, la molicie, o el dejar-hacer. Señor, despiértanos de nuestras indolencias. El tiempo de Adviento es un tiempo de vigilancia y de esfuerzo. ¿Qué evoca en mí la palabra "ascesis"? ¿Sobre qué punto de mi vida el Señor me pide que me haga violencia? Antes de buscarla, en prácticas excepcionales ¿no debo primero descubrir la "ascesis" que está ahí, presente en mi vida, y que tan a menudo rehúso? El combate para "amar mejor". El combate para "rezar mejor". El combate para "servir mejor y comprometerme más" (Noel Quesson).
A partir de hoy, y hasta el día 17, el hilo conductor de las lecturas lo llevará el evangelio de cada día, con la figura de Juan Bautista, el precursor del Mesías. Mientras que las lecturas del A.T. nos irán completando el cuadro de los pasajes evangélicos. Si Isaías había sido hasta ahora quien nos ayudaba a alegrarnos con la gracia del Adviento, como admirable profeta de la esperanza, ahora es el Bautista quien, tanto en los domingos como entre semana, nos anuncia que se acaba el A.T. y el tiempo de los profetas, que con Jesús de Nazaret empiezan los tiempos definitivos. Más tarde será María de Nazaret quien nos presente a su Hijo, el Mesías enviado por Dios.
Dios asegura de nuevo que estará cerca de su pueblo, con un lenguaje lleno de ternura: «yo, el Señor, tu Dios, te cojo de la mano y te digo: no temas, yo mismo te auxilio», «y tú te alegrarás con el Señor». Las imágenes que usa el profeta para dibujar esta salvación mesiánica están llenas de poesía y de futuro. Dará de beber a los sedientos, responderá a todo el que le invoque, hará surgir ríos en terrenos áridos, transformará el desierto llenándolo de árboles de toda especie. Es, de nuevo, la escenografía paradisíaca: la vuelta a la felicidad inicial estropeada por el pecado del hombre. En la página que leemos hoy es a todo el pueblo de Israel a quien se dirige Dios diciéndole que le convertirá en trillo aguzado, o sea, en instrumento eficaz de preparación a los tiempos mesiánicos, roturando y preparando el terreno para la salvación. Dios cuida de su pueblo y a su vez éste es llamado a ser instrumento de salvación para los demás.
Ese Dios volcado hacia su pueblo decidió, al cumplirse la plenitud de los tiempos, enviar a su Hijo al mundo. Y quiso también que su venida estuviera preparada por un precursor, Juan Bautista. Hemos escuchado cómo Jesús alaba a Juan. Dice de él que es el profeta a quien se había anunciado cuando se decía que Elías volvería. Ya ha venido, aunque algunos no le quieran reconocer. Y es el más grande de los nacidos de mujer. El Bautista es el último de los profetas del A.T., el que establece el puente a los tiempos nuevos, los definitivos. Por eso dice también Jesús que «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él»: ahora que viene el Profeta verdadero, todos los demás quedan relativizados; ahora que se congrega el nuevo Pueblo en torno al Mesías, ha llegado a la plenitud el pueblo primero, la primera alianza. Aprovecha Jesús para decir que su Reino supone esfuerzo, que hace violencia. Sólo los esforzados se apoderan de él. Es un orden nuevo de cosas exigente y radical. El Bautista ya anunció que el hacha estaba dispuesta para cortar el árbol. El Reino es gracia y es alternativa: salvación y juicio a la vez. Él, el Bautista, hombre recio donde los haya, fue de los que recibieron con entereza este Reino. Supo mantenerse en su lugar, humilde: «conviene que yo mengüe y que él crezca», porque no era él el Salvador, sino el que le preparaba el camino. Vivió en la austeridad y predicó sin recortes el mensaje de conversión. Fue la voz que clama en el desierto para preparar la venida del Mesías. Además, encaminó a sus discípulos hacia Jesús, el nuevo y definitivo Maestro: «éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
a) Juan el Bautista nos invita a un Adviento activo, exigente. Celebrar la venida de Dios, en la próxima Navidad, no es sólo cosa de sentimiento y de poesía. La gracia del Adviento, de la Navidad y de la Epifanía pide disponibilidad plena, apertura a la vida que Dios nos quiere comunicar. Supone, como predicaba Isaías y repetía el Precursor, preparar caminos, allanar, rellenar, enderezar, compartir con los demás lo que tenemos, hacer penitencia, o sea, cambiar de mentalidad. Si Navidad no nos cuesta ningún esfuerzo, será seguramente porque no hemos profundizado en su significado sacramental. El don de Dios es siempre a la vez tarea y compromiso. Es palabra de consuelo y de conversión.
b) En la Plegaria Eucarística IV del Misal se alaba a Dios por cómo ha tratado siempre a los débiles y pecadores: «cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». Como decía Isaías de Yahvé y su pueblo Israel, «yo te cojo de la mano y te digo: no temas». En el Adviento se deberían encontrar esas dos manos: la nuestra que se eleva hacia Dios pidiendo salvación, y la de Dios, que nos ofrece mucho más de lo que podemos imaginar. No es tanto que Dios salga al encuentro de nuestra mano suplicante, sino nosotros los que nos damos cuenta con gozo de la mano tendida por Dios hacia nosotros. Adviento es antes gracia de Dios que esfuerzo nuestro. Aunque ambos se encuentran en el misterio que celebramos. Ojalá todos, como prometía Isaías, «veamos y conozcamos, reflexionemos y aprendamos de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho» (J. Aldazábal).
En un mundo convulsionado, en el que los ricos son cada vez más ricos, mientras los pobres buscan el sustento y no lo encuentran, las palabras del profeta en el oráculo que trae la liturgia de hoy nos dan un rayo de esperanza. Al ser humano desesperado, que se siente como un gusanito según las palabras del profeta, el Dios Salvador le dice que nada hay que temer porque él mismo vendrá en su auxilio. América Latina vive en una situación difícil como el paso por el desierto de los israelitas, pero ese desierto se convertirá en lugar habitable, en un paraíso si los hombres y mujeres aprendemos a reconocer a Dios en medio de nosotros. Jesús de Nazaret viene al mundo para ayudarnos a encontrar a Dios en medio de nuestra historia. A su contemporáneos, Juan Bautista debió abrirles el camino, preparar la comprensión de su mensaje; como todo profeta -y así lo consideraba el pueblo- fue incomprendido; no contemporizó con los poderosos, vivió retirado de los lujos de la ciudad, y luchó siempre contra la violencia y a pesar de esto, o tal vez por esto, fue criticado. Pero Jesús lo alaba y lo reconoce como el más grande entre todos los que lo han precedido; sin embargo, cualquiera de los más pequeños (los discípulos: 10,42) en el Reino es mayor que Juan.
Juan anunció la proximidad del Reino, pero aunque sacó a muchos de la institución del judaísmo, pertenece al tiempo del Antiguo Testamento. El nacimiento de Jesús da inicio a una nueva era, la del Reino de Dios. Los que participan del Reino gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar.
Juan Bautista es presentado como el nuevo Elías. Como se recordará en el libro de los Reyes aparece la grande y misteriosa figura de Elías. Según las tradiciones bíblicas la aparición de Elías precedería la irrupción del tiempo mesiánico. El profeta que se elevó al cielo en un carro de fuego (2 Re 2,1-18) volvería para consumar las promesas del rey definitivo. Jesús toma esa figura mítica y la transforma mediante una novedosa interpretación: el espíritu de Elías está en todos los profetas que lo sucedieron, especialmente en Juan. Pero, a partir de Juan las cosas cambian. Antes, la pureza ritual y el rigor legal eran el camino de salvación. De ahora en adelante, el camino de salvación es el camino trazado por Jesús. Por eso dice: "Con Juan Bautista han terminado los tiempos de la Ley de los profetas". Jesús de Nazaret inaugura un nuevo tiempo, que es definitivo para la salvación. A eso se debe que Jesús haya presentado a Juan Bautista como el nuevo Elías: todo lo que había antes del Bautista es antiguo; todo que empieza con Jesús es nuevo y definitivo. Hoy, nos enfrentamos a un mundo sin esperanza. La dinámica industrial y tecnológica conducen al mundo a la catástrofe. Los políticos de las grandes naciones no terminan de ponerse de acuerdo en las estrategias para salvar la tierra. Cada día es más notoria la escasez de alimento en los países más pobres. Ante este panorama desolador es oportuno que nos preguntemos ¿cuál es nuestra visión de futuro? ¿Y qué estamos haciendo para transformar la realidad de muerte en realidad de vida?
El texto de Isaías nuevamente nos invita a la esperanza en un mundo re-creado por Dios. Desde las necesidades de los pobres, la acción de Dios cubrirá estas necesidades. Es decir, Dios recreará el mundo a partir de lo que los pobres necesiten y esperen. Dios les devolverá a los pobres aquello que le fue quitado: el agua, la tierra, la libertad, el trabajo digno. La recreación es, entonces, para el pobre que todo lo ha perdido. Esta esperanza puede hacernos concebir una acción que solamente depende de Dios. Es cierto que está fuera de discusión cualquier intento de redención voluntarista, en el que el ser humano participa únicamente desde su voluntad. El texto del evangelio viene a completar esta visión. El Reino de Dios, ese tiempo y estado de recreación ya presente en la historia, no ha cambiado la situación de los pobres. El mundo pareciera que sigue igual (o peor...). Es que en esta nueva creación los "esforzados", "los violentos", los luchadores, harán que el Reino haga fuerza para su manifestación. De esta manera evitamos cualquier interpretación de pasividad del hombre y la mujer ante la responsabilidad del Reino. Por otra parte, esta idea nos lleva a pensar que la acción por el Reino genera violencia, rupturas, propias del hecho de querer crear algo nuevo. Toda creación es un acto de violencia sobre lo viejo o sobre la materia que deja lugar a lo nuevo. En definitiva, no se trata de un Reino que se presente como por acto de magia, ni que se exprese débilmente. Desde la acción de Dios, desde su compromiso desde los pobres, desde la fuerza por hacer presente la Vida sobre la muerte, el Reino se mostrará violento, recreando lo viejo hacia lo nuevo. Latinoamérica, bajo el amparo de Guadalupe, aún sigue haciendo presión para lograr esto nuevo que está naciendo en su seno. Esta presión ha llevado a muchos hermanos y hermanas de nuestro continente a dar su vida en este nacimiento. Por lo tanto celebramos en este día un nacimiento que se va "haciendo" en la historia, desde la violencia de esta gestación hacia un Continente nuevo, de justicia, de paz y fraternidad (servicio bíblico latinoamericano).
“El que tenga oídos que oiga”. Así acaba el Evangelio de hoy. Estamos en el ecuador del Adviento, dentro de trece días celebraremos la Navidad. Llevamos doce preparando la venida de Cristo, así que escuchemos: “No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel”. ¡Lo que hay que oír!. Gusanito. Oruga. Definición de gusano: “Nombre vulgar de las larvas vermiformes de muchos insectos, como algunas moscas y coleópteros, y las orugas de los lepidópteros”…”Nombre común que se aplica a animales metazoos, invertebrados, de vida libre o parásitos, de cuerpo blando, segmentado o no y ápodo” (Diccionario de la lengua española). Así nos llama “El Señor, tu Dios”. Desde luego si me lo llama otro podría haber más que palabras. Más de uno se ha batido por menos. Pero hemos decidido escuchar y escucharemos.
“Desde los días de Juan, el Bautista, hasta ahora se hace violencia contra el reino de Dios y gente violenta quiere arrebatárselo”. Mira a tu alrededor. Cuánta violencia hay aún hoy contra Cristo y contra la Iglesia. Cuántas informaciones sesgadas. Cuántos ataques contra la persona, templo del Espíritu Santo. Cuántos ataques a la vida de indefensos, nacidos o no. Cuánta “kultura” que degrada la capacidad de conocer y conocerse del hombre. Cuántos portavoces del mal que se apropian indebidamente del apellido modernidad.
Ante todo eso, algunos pensarán en una gran campaña de marketing, un buen lavado de cara, un lifting del Evangelio y de la Iglesia, en definitiva, una ofensiva en lucha declarada contra los enemigos de Dios y su Iglesia. ¡Somos más y mejores! ¡Al abordaje!. Seamos como las imágenes de Santiago matamoros que, espada en mano, cortemos las cabezas de los infieles. Aireemos la porquería de los demás y hundámoslos en su miseria. Tenemos poder: Usémoslo.
Esto pensarán los que tienen una visión terrena de la Iglesia (igual que sus enemigos en el fondo). Cuando nos vengan esos pensamientos, escuchemos al Señor, nuestro Dios, que nos dice: “¡Só ápodo! (gusano a fin de cuentas) Que no te has enterado de nada, tu fuerza está acostado en un pesebre, colgado en una cruz. El “mayor de los nacidos de mujer” viste una piel de camello y come langostas (de las que saltan). Yo soy “lento a la cólera y rico en piedad”. ¿Quién eres tu para ponerte en mi lugar?. Pero “no temas. Tu redentor es el Santo de Israel. Yo mismo te auxilio para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado. No temas, gusanito de Israel”
Ante tantos ataques a la fe te puedes sentir muy pequeño, una oruga; pero una oruga de Dios. Mira la humillación de María, de Cristo, de los santos y descubrirás la grandeza de Dios. El que tenga oídos que oiga (Archimadrid).
Hoy, el Evangelio nos habla de san Juan Bautista, el Precursor del Mesías, aquél que ha venido a preparar los caminos del Señor. También a nosotros nos acompañará desde hoy hasta el día dieciséis, día en el que acaba la primera parte del Adviento. Juan es un hombre firme, que sabe lo que cuestan las cosas, es consciente de que hay que luchar para mejorar y para ser santo, y por eso Jesús exclama: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Los “violentos” son los que se hacen violencia a sí mismos: ¿Me esfuerzo para creerme que el Señor me ama? ¿Me sacrifico para ser “pequeño”? ¿Me esfuerzo para ser consciente y vivir como un hijo del Padre? Santa Teresita de Lisieux se refiere también a estas palabras de Jesús diciendo algo que nos puede ayudar en nuestra conversación personal e íntima con Jesús: «Eres tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, te acompañaré hasta que me muera. Sé que el atleta, una vez en el estadio, de desprende de todo para correr. ¡Saboread, mundanos, vuestra angustia y pena, y los frutos amargos de vuestra vanidad; yo, feliz, obtendré de la pobreza las palmas del triunfo». Y yo, ¿por qué me quejo enseguida cuando noto que me falta alguna cosa que considero necesaria? ¡Ojalá que en todos los aspectos de mi vida lo viera todo tan claro como la Doctora! De un modo enigmático Jesús nos dice también hoy: «Juan es Elías (...). El que tenga oídos que oiga» (Mt 11,14-15). ¿Qué quiere decir? Quiere aclararnos que Juan era verdaderamente su precursor, el que llevó a término la misma misión que Elías, conforme a la creencia que existía en aquel entonces de que el profeta Elías tenía que volver antes que el Mesías (Ignasi Fabregat).
Algunos se comportan, a lo largo de su vida, como si el Señor hubiera hablado de entregamiento y de conducta recta sólo a los que no les costase -¡no existen!-, o a quienes no necesitaran luchar. Se olvidan de que, para todos, Jesús ha dicho: el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea santa de cada instante [Surco 130]. El Reino de los Cielos, que es vivir con Dios, se alcanza con lucha: los esforzados lo conquistan. Vivir contigo, Jesús, cumpliendo tu voluntad, sirviéndote y amándote, no es una fantasía sentimental -sentimentaloide- en la que nada cuesta y todo va rodado. ¡Hay que luchar! Tú mismo me has dicho: Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame [Mt 26,24]. He de luchar contra mí mismo: contra mi propia voluntad, si es contraria a la tuya; contra comodidades y gustos personales. Jesús, a veces me desanimo porque me cuesta seguirte. Y entonces pienso: «esto no es para mí»; «yo es que soy así; en cambio, a ése otro sí que le va: lo hace todo bien». ¿Es que no le cuesta a «ése otro»? Lo que ocurre es que soy un comodón, y no quiero luchar lo que debería. Espabílame, Jesús. No dejes que caiga en la tibieza -la lucha a medias- porque la tibieza atonta, y si no la combato, cada vez me costará más luchar. El que tenga oídos, que oiga. No me sugieres: «si te resulta fácil ... »; sino que me das tu gracia, me tocas por dentro y me dices: «tú que tienes formación, sígueme más de cerca». Jesús, aunque me cueste, quiero seguirte. Si te sigo de verdad, me enamoraré más y más de Ti, y me costará menos luchar. Pero siempre tendré que luchar, porque sólo los esforzados te conquistan (Pablo Cardona).
El Reino de Dios padece violencia, y quienes se esfuerzan lo conquistan (Mateo 11,12). Padece violencia la Iglesia por parte de los poderes del mal, y padece violencia el alma de cada hombre, inclinada al mal como consecuencia del pecado original. Será necesario luchar hasta el final de nuestros días para seguir al Señor en esta vida y contemplarle eternamente en el Cielo. La vida del cristiano no es compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza. El Adviento es un tiempo propicio para que examinemos cómo luchamos contra las propias pasiones, los defectos, el pecado, el mal carácter. Esta lucha que nos pide el Señor a lo largo de nuestra vida, muchas veces se concretará en fortaleza para cumplir delicadamente nuestros actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por cualquier cosa, o por el estado de ánimo; se concretará en el modo de vivir la caridad, en hacer un apostolado eficaz a nuestro alrededor. El Señor está a nuestro lado y ha puesto un Ángel Custodio que nos ayudará en la lucha, si acudimos a él.
En nuestro andar hacia el Señor no siempre venceremos, tendremos muchas derrotas; unas de escaso relieve; otras tendrán importancia, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo sin pesimismo –fruto de la soberbia-, con paciencia y humildad, pidiendo más ayuda al Señor. Nuestro amor a Dios se manifiesta no tanto en los éxitos que creemos haber alcanzado, sino en la capacidad de comenzar de nuevo, de renovar la lucha interior. Pidamos hoy a la Virgen la gracia de no abandonarla jamás y la humildad de recomenzar siempre.
No comenzamos de nuevo por un empeño personal, como si tratáramos de afirmar que nosotros podemos sacar adelante las cosas. Nosotros no podemos nada. Precisamente, cuando nos sentimos débiles, la fuerza de Cristo habita en nosotros (2 Cor 11-12). ¡Y es una fuerza poderosa! El fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso, quizá aparente, en nuestra vida interior o en nuestro apostolado. “Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado” (San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota). Tenemos una Madre y un Ángel custodio que nos ayudan (Francisco Fernández Carvajal, resumido por Tere Correa de Valdés Chabre).
Nuestra vida debe ser un continuo caminar hacia la posesión de los bienes definitivos. Sin embargo, sabemos que constantemente estamos expuestos a una diversidad de tentaciones, que quisieran apartarnos del camino del bien. Nuestra propia concupiscencia nos inclina más al mal que al bien; y, como nos recuerda san Juan de la Cruz: "aunque el camino es llano y suave para los hombres de buena voluntad: el que camina caminará poco y con trabajo si no tiene buenos pies y ánimo y porfía animoso en eso mismo." Y para esto no bastan nuestros débiles y frágiles esfuerzos y decisiones; es necesario dejarse amar por Dios, dejarse acoger por Él y dejar que su Vida se ha nuestra vida; entonces será distinto, pues Él llevará a cabo su obra de salvación en nosotros, pequeños y humillados, pero totalmente confiados en Él. Y esta nuestra confianza en Él; y esta nuestra entrega a Él; y el que Él nos reciba y haga suyos, tomándonos bajo su cuidado, llega a su plenitud en nosotros al participar de la Eucaristía. Permanezcamos en su amor para que esté siempre no sólo con nosotros, sino en nosotros y pueda, así, guiar nuestros pasos por el camino del bien, conforme a su voluntad santísima.
No temas. Ojalá y nosotros, como Iglesia, realmente cumplamos con la Misión que el Señor nos ha confiado de convertirnos en un signo del amor salvadora y protector de Dios para los desvalidos. Hay muchos clamores de libertad en el mundo, pues muchos han quedado esclavizados por los poderosos, de los que dependen apenas para sobrevivir; víctimas de la injusticia, son comprados por un par de sandalias y se les trata como a bestias de trabajo, o como a un engranaje más de la maquinaria de producción; así, conculcados sus derechos fundamentales, viven desprotegidos de su dignidad y faltos de esperanza. Muchos han huido de esa vida indigna y se han refugiado en la violencia, para reclamar sus derechos. Muchos, queriendo olvidar su realidad injusta, se han refugiado en la droga, en el alcohol, o en el desenfreno hueco de felicidad. En el fondo late una esperanza, casi apagada, ansiando una libertad que no alcanza a llegar. ¿Dónde está la Iglesia, portadora de libertad? Ojalá y no nos refugiemos en una vida pietista e intimista. Ojalá y no seamos los primeros en ser los causantes del mal de nuestros hermanos. Ojalá y no nos convirtamos en unos mercaderes del Evangelio. El Señor nos quiere como testigos de su amor, de su misericordia, de su liberación, de su alegría y de su paz. ¿Realmente somos un signo creíble de Jesucristo, Salvadora y Redentor en el mundo? Ojalá y no nos llenemos de orgullo, sino que nos hagamos pobres con los pobres, pequeños con los pequeños, para caminar, junto con ellos, a impulsos del Espíritu Santo, hacia una vida más fraterna, más digna y más en paz, hasta lograr nuestra plena liberación y salvación en la eternidad. La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Él es el más grande de entre los personajes del Antiguo Testamento, pues Dios le dio la misión de presentar al Cordero de Dios, en quien se cumplen las promesas divinas de salvación. Sin embargo el más pequeño entre los hombres de fe en Cristo supera en grandeza al Bautista, pues no sólo ha visto, sino que ha unido su vida al mismo Hijo de Dios. El Reino de Dios irrumpe en nosotros con toda su fuerza salvadora, y, a pesar de la violencia de que es objeto a causa de las persecuciones, los que poseemos la Fuerza del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y nos hace firmes en el testimonio de nuestra fe, lograremos que ese Reino llegue finalmente a su plenitud en todos los hombres. Así el Reino de Dios no será la obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre convertido por el Señor en portador de la salvación, con la valentía del Espíritu de Dios, que hará que nunca claudiquemos del compromiso que el Señor nos ha confiado: Hacer que su Evangelio llegue a todas las criaturas.
El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos respondido a su llamado. Él nos ha unido a sí mismo comunicándonos su Vida y su Espíritu. No importa que en nuestro pasado hayamos sido, tal vez, unos malvados. Dios nos contempla como un Padre lleno de misericordia y quiere tomarnos de la mano con gran ternura para ayudarnos a caminar en el bien. Dios, efectivamente, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Su Hijo hecho uno de nosotros, ha entregado su propia vida para que nuestra existencia se convierta en una continua alabanza del Nombre del Señor. Por eso, los que hemos sido rescatados por la Sangre de Cristo, ya no debemos vivir para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Nuestra vocación mira a convertirnos en un signo del amor de Dios para los demás. Y no importa que parezcamos poca cosa; ante Dios, sus hijos, por muy humildes que parezcan ante los ojos del mundo, tienen la misma dignidad de su Hijo amado.
Por eso, vivamos, efectivamente, como hijos amados de Dios, no sólo por nuestras oraciones, sino por llevar una vida intachable. No podemos despreciarnos a nosotros mismos. No podemos decir que poco o nada valemos a causa de nuestras miserias y fragilidades. Nosotros valemos la sangre de Cristo; ese es nuestro valor ante el Padre Dios. Ante la figura de Cristo, entregado por nosotros, entendemos nuestra dignidad propia y la dignidad de los demás. El hombre, desde Cristo, tiene una nueva lectura de su propia naturaleza. Ojalá y también, desde Cristo, aprendamos a no despreciar a nadie, sino a trabajar por el bien de todos. Quien pase la vida persiguiendo o despreciando a su prójimo a causa de su raza, de su color, de su cultura, no puede poner la mano sobre la Biblia para manifestarse como hijo de Dios, pues el ser hijo de Dios se manifiesta haciendo vida esa Palabra de Dios que nos impulsa a amarnos como hermanos, con el mismo valor que todos tenemos a los ojos de Aquel a quien todos, con el mismo derecho de hijos, le invocamos como Padre nuestro.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser portadores de Cristo y de su Reino en nosotros, anunciándolo no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida convertida en un testimonio de amor fraterno. Entonces el Señor, que se acerca a nosotros, nos encontrará fraternalmente unidos y dispuestos a participar eternamente de su Reino eterno que ha hecho, ya desde ahora, su morada en nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).
Verdaderamente el Reino exige esfuerzo… ser cristiano y hacer que la vida cristiana sea una realidad no es algo que sucede por arte de magia, sino que exige de la cooperación de cada uno de nosotros. Es necesario por ello estar convencidos de que verdaderamente vale la pena ser cristiano. Si no estamos completamente convencidos de que la vida en el Reino, que la vida cristiana es la mejor opción y oportunidad que tiene el hombre para ser feliz y alcanzar la plenitud y su realización, será muy difícil que el Reino se haga una realidad. ¿Estás convencido de que ser cristiano vale la pena? De esta respuesta depende el esfuerzo que harás, no sólo en adviento, sino toda tu vida para vivir conforme al evangelio y permitir que la vida en el Espíritu sea una realidad en ti.
Toma mi mano, Señor, agárrame fuerte, pues estoy perdido y sin fuerzas para afrontar el camino. Un mar de dudas me inquieta y a cada paso me topo con la cruda realidad: Soy menos de lo que soñé. ¡Cuánto me cuesta aceptar este momento, esta verdad de mi ser! Y Tú me dices: "No temas, yo mismo te auxilio y me estrecho a ti porque soy tu Redentor. Lo que ahora ves sin mordiente, lo verás como trillo aguzado para proclamar mi Palabra... y tú te alegrarás con el Señor". ¿Es posible, Señor, que puedas transformar este desierto en estanque y este yermo que no da fruto en fuente de agua viva? ¿Es posible que puedas alumbrar un río en este monte pelado y sin futuro? ¿Crees que dentro de un tiempo podré acudir a Ti como quien está alegre por encontrar el camino de llevar tu Palabra a mis hermanos? ¿Crees que yo seré causa de salvación para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor es quien modela este universo? Bendito seas Señor porque me has hecho nacer en tu Reino, el más pequeño. Bendito y alabado seas, Señor, porque tu Reino hace fuerza en mi interior para nacer un hombre nuevo. Dame las condiciones apropiadas para esforzarme por tu Reino, para que sea posible el milagro de romper fronteras. Cuando el mensaje esté claro, dame valor para asumirlo aunque cree en mí rechazo o ira, pero que no tire la toalla al apostar por tu Reino en estos días. Quiero entrar en tu Reino, siendo sólo Tú quien te ocupes de mí. No me abandones, Dios mío (Miguel A. Niño de la Fuente: cmfmiguel@yahoo.es). La oración colecta (Gelasiano) pide al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo, para que cuando venga podamos servirte con una conciencia pura.
Ninguno más grande que Juan el Bautista. El Antiguo Testamento tuvo la misión de preparar la venida del Mesías. El último profeta fue el Bautista, que lo señaló con el dedo. Jesús de Nazaret es el que inaugura la nueva era. Con Él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios y coherederos de su gloria. Pero, hemos de luchar, ser comprometidos con entera radicalidad con lo que exige esa nueva vida. Así lo expresa San León Magno: «¿Cómo podrá tener parte en la paz divina aquél a quien agrada lo que desagrada a Dios y el que desea encontrar su placer en cosas que sabe ofenden a Dios? No es ésta la disposición de los hijos de Dios, ni la nobleza recibida con su adopción... Grande es el misterio encerrado en este beneficio, que Dios llame al hombre hijo y el hombre llame a Dios Padre. Estos títulos hacen comprender y conocer a quien se eleva a tal altura de amor... Nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdaderamente hombre, sin dejar de ser verdaderamente Dios, ha realizado en sí mismo el origen de una nueva criatura, y en el modo de su nacimiento ha dado a la humanidad un principio espiritual.
«¿Qué inteligencia podrá comprender tan gran misterio, qué lengua narrar una gracia tan grande? La injusticia se vuelve inocencia; la vejez, juventud; los extraños toman parte en la adopción; y las gentes venidas de otros lugares entran en posesión de la herencia. Desde este momento, los impíos se convierten en justos; los avaros, en bienechores; los incontinentes, en castos; los hombres terrestres, en hombres celestes (cf. 1 Cor 15, 49), ¿De dónde viene un cambio tan grande sino del poder del Altísimo? El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras del diablo. Él se ha incorporado a nosotros y a nosotros nos ha incorporado a Él, de modo que el descenso de Dios al mundo de los hombres fue una elevación del hombre hasta el mundo de Dios» (Homilía 7ª sobre la Natividad del Señor, 3 y 7). La fe cristiana es un don de Dios, pero ella exige del hombre una entrega, una elección. Los valores auténticamente humanos pueden preparar al cristianismo, pero éste exige un salto más allá de la humanidad. Quiere una decisión tomada delante de Cristo, aceptándolo como modelo que transforma radicalmente la experiencia humana. Reducir la religión cristiana a los límites de lo razonable, de lo «honesto» en el sentido únicamente humano, es una tentación a la que se recurre con frecuencia. Esto no significa que para ser buenos cristianos no se tenga que ser ante todo razonables y honestos. Pero vivamos con Cristo una vida nueva. Continuemos en nosotros la misma vida de Cristo. Seamos todos un nuevo Cristo viviente. El verdadero cristiano es un sarmiento unido a la Vid que es Cristo. Si nosotros no ponemos obstáculos, la vida de Cristo es nuestra vida. Nos preparamos para la Navidad en que se ha de consumar nuestra plena unión con Cristo (Manuel Garrido).

8 de Diciembre: La Inmaculada Concepción de la Virgen María: luz en el adviento, esperanza para nosotros sus hijos

Génesis 3,9-15.20. Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: —¿Dónde estás?
El contestó: —Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
El Señor le replicó: —¿Quién te informó que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?
Adán respondió: —La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.
El Señor Dios dijo a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho?
Ella respondió: —La serpiente me engañó y comí.
El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.
El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de todos los que viven.

Salmo 97,1.23ab.3bc-4. R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas. / Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria; / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.

Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1,3-6.11-12. Hermanos: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la Persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochahles ante él por el amor. El nos ha destinado en la Persona de Cristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Comentario: 1. Gn 3.9-15.20. El cap. 3 del Gn se refiere a la situación creada por el pecado original, fuera del jardín de Edén. Entonces Dios interviene como un juez en el cuadro de un proceso. Interroga a los culpables, establece las responsabilidades y fija las sanciones. En consecuencia, se ve bien claro que Dios no se desentiende de su creatura y no la abandona al poder de la fuerza que la ha seducido. La fe cristiana siempre ha enseñado que, aunque el hombre sea malo, hay siempre una posibilidad para la esperanza. Es, por así decirlo, un hombre salvado. El hombre rechaza toda responsabilidad acusando a la mujer, quien, a su vez, hace caer la maldición sobre la serpiente. Hay un juego de palabras: la serpiente, el más astuto de los animales (arûm:3.1), llega a convertirse en el más miserable (arûr). Su propia astucia se vuelve contra ella. Este es uno de los versos que ha sido interpretado de diferentes maneras en la historia de la exégesis. Para algunos, anunciaría una lucha a muerte entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente; este combate sin salida se inscribe dentro de las sanciones impuestas por Dios. Para otros, sin embargo, hay una salida, ya que este verso apunta a la serpiente misma y no al hombre. Por otro lado, a la luz del resto de los libros bíblicos, la tradición cristiana ha visto aquí el "protoevangelio" anunciando la victoria del Mesías, uno de cuyos elementos esenciales será el papel que juega la madre del Mesías: María. De todos modos, queda claro que, a pesar de la derrota, hay una salida para el hombre. Después de la muerte de Jesús, y con el hecho de María, la cosa ha quedado plenamente confirmada (“Eucaristía 1989”).
La primera lectura habla de la culpa que todos llevamos a nuestras espaldas. -"Me dio miedo y me escondí". -Hoy la presencia de Dios pasa a segundo plano y decimos que somos adultos, que asumimos nuestras responsabilidades, que hemos dejado a un lado los miedos infantiles y religiosos. Quizás sí que hemos superado el miedo al demonio, pero la vida de mucha gente está llena de miedos y desequilibrios, y no parece que el gozo de vivir -transparente y puro como el agua que salta en los ríos de las montañas o que, desde los lagos refleja los picos resplandecientes de sol o blancos de nieve- sea un patrimonio compartido. La ruptura interior, con los demás, e incluso con la naturaleza, son expresiones del pecado, realidad tan vieja como la condición humana que no debemos atribuir a ningún antepasado malo.
-"La mujer..., la serpiente..." -La culpa es muy fea y nadie la quiere. Pero solamente reconociéndola -y no ignorándola- vamos a recuperar la paz y la serenidad y podremos mirar a Dios sin miedo.
-"Ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón". -La culpa, el pecado, no son la última palabra sobre la vida humana. El hombre pecador es capaz de luchar contra el pecado y, en esta lucha, aunque seamos heridos, saldremos victoriosos (el talón/la cabeza). El universo interior del cristiano no es de miedos y angustias, sino que está presidido por una mirada optimista -realísticamente optimista- sobre su vida, la vida del linaje entero, y el desenlace de ambas. Eva ha sido la madre de todos los que viven: no sólo de un linaje pecador; también de una humanidad capaz de luchar contra el pecado (J. Totosaus).
"Después que Adán... el Señor Dios lo llamó...": El hombre (Adán), comiendo el fruto del árbol ha tomado una opción libre en la que Dios no ha intervenido; esta opción aparecerá con toda su fuerza negativa: el encuentro con Dios la manifestará como "pecado". Este encuentro nos es presentado con una narración imaginativa y antropomórfica, que tiene el carácter de un juicio con interrogatorio y sentencia: "¿Dónde estás?".
No se trata sólo de una localización, sino de una pregunta sobre su estado. El hombre se presenta dominado por el miedo. La relación hombre y Creador ha sufrido con el pecado una perturbación profunda. "¿Es que has comido del árbol...?" También se ha producido una perturbación en las relaciones en el interior de la humanidad, y entre el hombre y las realidades creadas: el hombre acusa a la mujer y la mujer a la serpiente.
-"El Señor dijo a la serpiente...": Después del interrogatorio viene el desenlace del juicio, del cual sólo leemos en esta lectura la parte de la sentencia dirigida a la serpiente. La condena intenta explicar en primer lugar, la constitución de la serpiente, arrastrándose por tierra como si comiera polvo, y también su carácter de animal maldito, del cual huyen el hombre y, también, los demás animales, un ser inquietante como el mal mismo. Por eso el paso es fácil: entre el hombre y el mal habrá un combate sin fin. Propiamente el texto indica un combate sin esperanza de solución. Pero la diferencia entre el ataque a la cabeza y el ataque al talón fue leída, ya en la literatura targúmica y sobre todo por la Iglesia antigua, como el anuncio velado de la victoria de la descendencia de la mujer. Eva, madre del linaje humano en lucha constante con el mal, es figura de la nueva Eva, madre del hombre nuevo, el Mesías, que triunfa definitivamente sobre el mal, el pecado y su consecuencia: la muerte (J. Naspleda).
-¿En qué consistió ese pecado primigenio? No lo sabemos. Comiendo del árbol la humanidad ha intentado ser como Dios, atribuirse prerrogativas divinas. Y el resultado es patente: el hombre tiene miedo de Dios y trata de ocultarse. La vergüenza de estar desnudos, cosa de la que no se habían enterado hasta entonces, y el miedo son los signos de su ruptura de relaciones con el Creador (pecado). -En el interrogatorio de Dios ambos tratan de disculparse; el pecado no solidariza, sino que divide y traiciona al compañero. El intento de querer ser como Dios hace que no se pueda soportar al de al lado. -La consecuencia es la condena, que sigue un orden inverso al interrogatorio. Las penas son las inherentes a la condición de la serpiente, del hombre y de la mujer; por ello no se debe insistir sobre ellas. Se maldice directamente a la serpiente, pero no al hombre ni a la mujer. -Muchas serpientes astutas y sirenas seductoras se muestran interesadas, hoy, en ayudar a la humanidad en su afán de un progreso desordenado: guerra de las galaxias, armas atómicas y bacteriológicas... Se os abrirán los ojos y seréis los más potentes del orbe, casi como dioses. ¿Comeremos de esta propaganda y haremos comer a los demás? -A pesar del fracaso, Dios continúa cuidando del hombre (3,21: lo viste de pieles), respetando su libertad. En el interior humano siempre se dará una dura batalla que podrá degenerar hacia la violencia y toda serie de desmanes: muerte del hermano, aniquilamiento de la sociedad (cf Gn 4,8; 9,20ss; 11,1-9), pero también podrá llevarnos a un mayor progreso cultural, técnico y religioso (Gn 4,2-4,26...). Y según el mensaje del Génesis, el bien triunfará sobre el mal. El mensaje bíblico nunca es terrorífico, sino optimista y lleno de esperanzas (A. Gil Modrego).
Antes del pecado la vida del hombre era maravillosa. Vivía feliz, desconocía el dolor y la muerte, Dios era su confidente y toda la naturaleza estaba a su disposición. Después del pecado el cuadro cambia radicalmente. Aparece el dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la división. El hombre siempre se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una respuesta. Esta lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico, que no quiere ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el sufrimiento del hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del pecado es el hombre que se ha equivocado al hacer la opción del valor fundamental de su vida. Frente a la presencia del pecado, hay una promesa de salvación. Llegará un tiempo en el que Dios cambiará la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de recuperar la posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y uno de ellos le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la tradición bíblica al lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada en la obra de la salvación. El yahvista conoce la misión y la función de la mujer en esta obra de salvación. Así como la bendición de Abrahan referente a la descendencia no se realiza sin Sara, su mujer, así la mujer tendrá su función en la realización definitiva de la promesa mesiánica. Es posible que sea este el origen de la primera idea de la participación de la mujer en el plan de salvación. Las enemistades y la victoria hay que interpretarlas en sentido mesiánico colectivo. La descendencia no es exclusivamente el hijo de David, sino el Hijo del hombre como descendencia de la mujer (P. Franquesa).
El resultado y el primer efecto del pecado es que el hombre, en lugar de ser como Dios, descubre su profunda miseria: "va desnudo", es decir, se encuentra degradado. El hombre no ha conseguido lo que pensaba; huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad. Pero Dios no huye, permanece en el jardín, pasea sobre la tierra y llama a los responsables del pecado pidiéndole cuentas. El hombre busca un chivo expiatorio: "la mujer que me diste". El mal divide, rompe la armonía inicial. Entonces inicia el juicio de condena. La serpiente es maldecida y estará siempre en guerra contra el bien y condenada a una futura derrota definitiva. Al final, la humanidad vencerá porque "le aplastará la cabeza": es el primer anuncio de salvación, el llamado protoevangelio (Gn 3,15). Lo hará realidad Cristo. La compañera del hombre no será ya "ishshah" (hembra), sino hawwah" (madre de los vivientes). El cambio de nombre significa cambio de misión. Helo ahí: a la Eva-madre de los vivientes que lleva la muerte se contrapone una nueva Eva que lleva la vida. María lleva la vida sin pecado, la vida que no muere. Conclusión: Dios no ha abandonado a la humanidad en esta lucha del bien contra el mal; la esperanza se inicia en Gn 3, 15 (J. Fontbona).
Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer… El capítulo tercero del Génesis aborda el problema del origen del mal en cuatro tiempos: tentación (3,1-4), caída (3,5-8), juicio (3,9-13) y consecuencias (3,14-23). Hoy, sólo leemos el juicio y algunas consecuencias de la desobediencia.
El juicio empieza cuando Dios llama al hombre y le pregunta: ¿Dónde estás? (3,9), porque ha roto la amistad y la armonía originales. El resultado y el primer efecto de la desobediencia es que el hombre, en vez de llegar a ser como Dios, descubre que ha perdido su estatuto y su dignidad: está desnudo (3,10-11), ha perdido su condición privilegiada ante Dios (conversaba con Él). El hombre no ha logrado lo que pretendía, huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad: el hombre busca un chivo expiatorio (3,12) en quien le ayuda (2,18). Dios, en cambio, no huye, se pasea por el jardín y llama a los responsables de la desobediencia y habla con ellos. Otra de las consecuencias del juico de condena es que la serpiente es maldecida, se convierte en la enemiga de todos los humanos y es condenada a una futura derrota definitiva. La estirpe de la mujer (Cristo, nacido de mujer) vencerá el mal porque lo herirá en la cabeza. Es el primer anuncio de salvación (3,15). El segundo confirma el primero, y es cuando Dios viste con túnicas de piel al hombre y a la mujer: así anuncia que ninguno de los dos ha perdido del todo la dignidad de ser criaturas de Dios (3,21). Anuncio que no leemos hoy. El hombre llama Eva a quien Dios le había hecho su ayuda y ella se convierte en madre de todos los que viven (3,20). A esta madre que por su desobediencia trae la muerte, hoy, se le contrapone la nueva madre de los que viven, María, que por su obediencia trae la vida que no muere (J. Fontbona).
La nueva Eva, nuestra Madre. “Me llena de gozo el Señor, mi alma se alegra con su Dios”, proclamará la Virgen con palabras compuestas por Isaías (61, 10). Ella está contenta, porque tiene al Señor; por eso aparece como la llena de gracia, “enjoyada como una novia”, limpia de todo mal. “Eva nos vistió de luto, / De Dios también nos privó / E hizo mortales; / Mas de vos salió tal fruto / Que puso en paz y quitó / Tantos males. / Por Eva la maldición / Cayó en el género humano / Y el castigo; / Mas por vos la bendición / fue, y a todos dio la mano / Dios amigo. // Un solo Dios trino y uno / A vos hizo sola y una: / Más perfecta / Después de Dios no hay ninguna, / Ni es a Dios persona alguna / Más acepta. // ¡Oh cuánto la tierra os debe! / Pues que por vos Dios volvió / La noche en día, / Por vos, más blanca que nieve, / El pecador alcanzó / Paz y alegría. Amén”. Así reza un himno, y la primera lectura de la Misa de hoy narra la experiencia dramática de la caída original, verdad esencial para entender tantos desequilibrios, faltas de armonía en el hombre y en todo lo creado. Eva, vencida, ofrece a Adán el engaño. Luego, la pérdida de la inocencia: miedo, desnudez, vergüenza, esconderse de Dios... La pregunta de Dios: “¿Dónde estás?” recoge el deseo divino de que el hombre no pierda la conciencia de quién es, cosa que se nos recuerda en la segunda lectura: la predestinación en Cristo, a ser santos e irreprochables, y en primer lugar es María la suma de esas perfecciones: la llena de gracia, es decir toda santa e inmaculada en el amor, la morada digna para su Hijo (como leemos en el Evangelio). Si la tristeza y el dolor vienen por el pecado que es sentir a Dios lejano (expulsión del paraíso, y el ángel con la espada de fuego desenvainada que impide la entrada), hay dos opciones: dejarse llevar por la ambición que ha surgido con la decisión en contra de la voluntad de Dios, la desobediencia; o bien acoger la invitación en Cristo a ser “divinizado”. Son los dos caminos, pues el hombre quiere “ser como Dios” (cf Gen 3,5): puede hacerlo “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (S. Máximo Confesor ambig.), o bien según nuestra vocación, para lo que fuimos creados, y así ser felices.
De un lado tenemos la mentira y miseria, dejándonos llevar por nuestra inclinación al mal (basta asomarnos a nuestro interior para ver esa miseria y desorden), o bien abandonarnos sin miedo en el regazo de nuestra Madre, para con ella emprender el camino seguro del amor de Dios: ante el mal y la muerte, el amor es más fuerte que todo ello (como acaba el Cantar de los cantares), pues la misericordia de Dios es muy grande, y “la obediencia de Cristo repara sobreabundantemente la desobediencia de Adán”, canta la Iglesia. La mujer del génesis, anunciada en el protoevangelio, es para muchos Padres María, la “nueva Eva”: anticipando el fruto de la victoria de Cristo sobre el pecado, fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 411; y sobre este dogma ver también nn. 490 al 493). Así se convierte en la nueva Madre de toda la humanidad, que restablece la desobediencia con su entrega amorosa a la voluntad de Dios: en la primera lectura el Señor anuncia al diablo que del linaje de Eva saldrá quien “quebrantará tu cabeza y tú pondrás asechanzas a su calcañar.” Y esto, desde la Anunciación de su maternidad divina, que luego en la Cruz Jesús proclama de un modo solemne. En María la misericordia divina se vierte a manos llenas sobre la tierra. Ya en el siglo II saludaba san Ireneo en la Madre de Jesús a la nueva Eva.
2. Sal 97. Cántico para tales maravillas: se trata de la victoria de Cristo, autor de nuestra Redención, manifestada en su Misterio Pascual: nunca se oyó cosa semejante (S. Atanasio). Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña (S. Hilario). Y esas maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como Eliseo (4 Reg 4:34ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana nos invitan a alabar con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), el 'A solis ortus cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de lsrael (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada." (Missa de Beata Maria Virgine in Resurrestione Domini, Praef: Félix Arocena).
No olvidemos nunca que el sentido original de los salmos es aquel querido y orado por el pueblo de Israel. Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".
Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada.
¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...
Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Habiendo leído el salmo en su sentido "literal", tal como Israel lo leía, es necesario en un segundo tiempo, leerlo a la luz del "acontecimiento Jesucristo"... Decirlo en nombre de Jesucristo y con sus sentimientos, y la oración que encontraba en él para luego aplicarlos a su misión en los designios del Padre.
No es mera coincidencia que la Iglesia proponga este salmo de "Dios-Rey que viene", en la fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, en pleno Adviento: la "Concepción" de María, es el comienzo del proceso que culminará en la Navidad... El Dios "¡Salvador"! El tercer Domingo de Adviento, se canta un canto de Isaías, que proclama los mismos temas y que pudo inspirar este salmo 97: "Dios es quien me salva, tengo confianza, no temo. El Señor es mi refugio y mi fuerza. El es mi salvador. Dad gracias al Señor e invocad su nombre, anunciad a los pueblos las maravillas que El ha hecho: Recordadles que su nombre es sublime. Cantad al Señor. Porque ha hecho maravillas conocidas en toda la tierra. Exultad, dad gritos de alegría: Dios está en medio de vosotros" (Isaías 12).
¡La "venida" de Dios! Israel no podía ni mucho menos adivinar hasta qué punto esto sería cierto. Lo que celebra este canto, es realmente la Navidad, la venida del Hijo de Dios en persona: este salmo 97 se utiliza en la Misa del día de Navidad... Y en la Misa de media noche, encontramos un salmo que tiene exactamente el mismo sentido (salmo 95).
¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo" (significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel, y que extiende a todos los pueblos, en Jesús.
¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida" de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa. Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge la venida del reino escatológico". Festejar la Navidad, es en un sentido real, sacramental, "hacer que Dios venga hoy". "¡La salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza (Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en proximidad de la Pascua) (Jn12,32). "¡Jesús había de morir por el pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan (11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado ¡Salvado! Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
¡Vamos, no lo dudemos. Dejémonos "invitar" a la fiesta! ¡Vamos! Saquemos todos los instrumentos, trompetas, bocinas, guitarras, panderetas, flautas... Y nuestras voces y aplausos. ¿Hay personas que se escandalizan por la "alegría" y el "ruido" que hacen los muchachos de hoy en sus fiestas? Hay un tiempo para la oración silenciosa. Sí. Hay un tiempo para la meditación y la oración íntima. ¡Sí. Pero hay también un tiempo para la oración de aclamación!... ¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de Dios ha comenzado... (Noel Quesson).
Esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud a Dios (Pedro Farnés).
“Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (Cf. versículo 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v 3)…
El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf v 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf v 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (cf v 3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv 2 y 3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora…
En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (cf Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf Rm 3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido.
En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo» («74 homilías sobre el libro de los Salmos»)” (Juan Pablo II).
El nombre del Señor es el centro del Salmo que hemos escuchado. Dios actúa en la historia y al final juzgará al mundo y a los pueblos. En este contexto, juzgar significa también gobernar, instaurar la justicia, el orden y la paz. Esto es lo que el Señor trae consigo, lo que implantará definitivamente en todo el orbe. Es también el motivo por el que se le invoca y alaba desde todas partes y con todos los medios. En la perspectiva cristiana, esta realidad ha comenzado ya en Cristo, en el cual "se revela la justicia de Dios", como dice San Pablo (Romanos 1, 17) y, por eso, el creyente puede entonar ya ahora el «canto nuevo» del universo y la humanidad entera redimida por Cristo.

3. Ef 1.3-6.11-12. Primero nos bendice a nosotros el Señor, después bendecimos nosotros al Señor. Aquella es la lluvia, éste es el fruto. Así se devuelve el fruto a Dios, que llueve sobre nosotros y nos cultiva (San Agustín). Tanto por su forma como por su contenido, el texto es claramente una oración de alabanza o "eulogia". Nos referimos a un género de oraciones bien conocido en Israel, por ejemplo, en los salmos de alabanza, y también en la liturgia de la Iglesia. La oración solemne eucarística o canon de la misa es el ejemplo más sobresaliente de nuestra liturgia. La "eulogia" comienza siempre invocando a Dios (el Padre omnipotente) y continúa haciendo memoria de las maravillas que opera en favor de su pueblo. La alabanza se funda en la memoria, que frecuentemente va unida a la acción de gracias o "eucaristía".
Alabanza, memoria y acción de gracias son constitutivos esenciales de la "oración solemne eucarística". La alabanza no va dirigida a un sujeto indeterminado o abstracto, lejano a la conciencia de los hombres, sino a "el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo". La comunidad cristiana sabe muy bien a quién alabar y conoce el origen de todas las gracias que recibe y experimenta. Dios es el "Dios de Jesucristo" y Jesucristo es el "Amado de Dios" (v 6). Esta mutua relación y pertenencia es la garantía de nuestra salvación en Jesucristo. Por Jesucristo y en Jesucristo tenemos acceso al Padre, por él y en él le tributamos todo honor y toda gloria; por Jesucristo y en Jesucristo el Padre se ha acercado a nosotros con la salvación. Si el pecado nos aleja de Dios y de los hombres, la salvación de Dios en Jesucristo nos acerca los unos a los otros y restablece la comunicación vertical de todos con un mismo Padre. En Jesucristo somos como un canto de alabanza por la gracia de Dios que hemos recibido, somos una comunidad de alabanza.
Al hacer memoria de las bendiciones o beneficios de Dios, el autor destaca especialmente la elección de que hemos sido objeto, antes de la creación del mundo, para que viviéramos como hijos queridos en la presencia del Padre. Se trata de una elección en Cristo, que es el Hijo, La palabra "adopción" está tomada del lenguaje jurídico, pero tiene aquí un sentido mucho más realista: nada de una simple "adopción legal" es todo un "gracioso nacimiento de Dios" (Jn 1, 12ss; 3, 3; Tt 3, 5) por el que nos llamamos y somos en verdad "hijos de Dios" (1Jn 3,1; Rm 8,1; Ga 4,6).
Como "hijos de Dios" somos también "herederos" de todos los bienes de su reino. Nuestra unión con Cristo mantiene en nosotros viva la esperanza de alcanzar todos estos bienes (cf Col 1,5; Rm 8,24), pero la plena posesión de la herencia sólo será posible después de la resurrección de los muertos (“Eucaristía 1980”).
Admiración agradecida al Padre que nos eligió para "ser sus hijos en la persona de Cristo". Su elección es significativa y nos invita a contemplar a María no separada de nosotros sino a nuestro lado y delante de nosotros, dando gracias al Padre por la elección de que ha sido objeto junto con nosotros. No es un meteorito que cae de lo alto, sino que forma parte de esta humanidad escogida y salvada: es de nuestra raza y de nuestra familia, y pertenece a nuestra comunidad y a nuestra historia espiritual (J. Totosaus).
En este proyecto, que se apoya en Cristo, María es también pieza clave. En su Inmaculada Concepción el proyecto divino empieza a hacerse realidad. Colmada de bendiciones, elegida en la persona de Cristo «para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor», hija y heredera, «alabanza de su gloria». Por eso, esta fiesta de la Inmaculada es muy propia de Adviento, fiesta de optimismo y esperanza.
4. Devoción a María Inmaculada, nuestro modelo y gran intercesora. “¿Quién es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y resplandece como el sol?”, proclama la Liturgia. La tierra y el cielo, la Iglesia entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. Esta fiesta se extendió desde Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano. Fue dentro de esta tradición viva de la Iglesia en la que el Espíritu Santo va mostrando –revelando- lo que estaba implícitamente dicho en el Evangelio, que –a fines del segundo milenio- el Papa Pío IX la proclamó Inmaculada solemnemente el 8 de diciembre de 1854, cuatro siglos más tarde que el papa Sixto IV hubiera extendido esta fiesta a toda la Iglesia de Occidente (1483). Así reza un Himno: “De Adán el primer pecado / No vino en vos a caer; / Que quiso Dios preservaros / Limpia como para él. / De vos el Verbo encarnado / Recibió humano ser, / Y quiere toda pureza / Quien todo puro es también. // Si Dios autor de las leyes / Que rigen la humana grey, / Para engendrar a su madre / ¿no pudo cambiar la ley? // Decir que pudo y no quiso / Parece cosa cruel, / Y, si es todopoderoso, / ¿con vos no lo habrá de ser? // Que honrar al hijo en la madre / Derecho de todos es, / Y ese derecho tan justo, / ¿Dios no lo debe tener? // Porque es justo, porque os ama, / Porque vais su madre a ser, / Os hizo Dios tan purísima / Como Dios merece y es. Amén”. La Virgen no padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado original desde el primer instante de su vida. La vemos "plena de gracia", en virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de Cristo, libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Vemos que convenía que la que tenía que ser Virgen María fuera la maravilla de la creación, la obra maestra.
Muchos himnos y oraciones piden a la Virgen esa grandeza de alma para nosotros sus hijos: “…Conserva en mí la limpieza / Del alma y del corazón, / Para que de esta manera / Suba con voz a gozar / Del que solo puede dar / Vida y gloria verdadera”. También la oración colecta de la Misa canta las grandezas de María: “Ella, sencilla como la luz, clara como el agua, pura como la nieve y dócil como una esclava concibió en su seno la Palabra”, y pide a Dios “que, a imitación suya, seamos siempre dóciles al evangelio de Jesús y así celebremos en verdad de fe la Pascua de su nacimiento”. Ella prepara la Redención con su maternidad, y prepara la Navidad por la que nos llega la salvación, el Salvador encarnado. Los privilegios con los que piropeamos las grandezas de María están bien expresados por la devoción, que nos ayuda a ensanchar nuestro corazón ante las grandezas del Señor, que nos llegan a través de la Virgen María: “Salve, nos diste el Maná verdadero; / Salve, nos sirves Manjar de delicias. / Salve, oh tierra por Dios prometida; / Salve, en ti fluyen la miel y la leche. / Salve, ¡Virgen y Esposa! // Salve, azucena de intacta belleza; …/ Salve, la suerte futura revelas; / Salve, la angélica vida desvelas. / Salve, frutal exquisito - que nutre a los fieles; // Salve, ramaje frondoso - que a todos cobija. / …Salve, perdón del que tuerce el sendero. / Salve, atavío que cubre al desnudo; / Salve, del hombre supremo deseo…/ Salve, dintel del augusto Misterio. / Salve, de incrédulo equívoco anuncio… / Salve, tú sóla has unido - dos cosas opuestas: / Salve, tú sola a la vez - eres Virgen y Madre. // Salve, por ti fue borrada la culpa; / Salve, por ti Dios abrió el Paraíso. / Salve, tú llave del Reino de Cristo; / Salve, esperanza de bienes eternos. // … Salve, por ti se confunden los sabios; / Salve, por ti el orador enmudece. / Salve, por ti se aturden - sutiles doctores; // Salve, por ti desfallecen - autores de mitos; / Salve, disuelves enredos - de agudos sofistas; / Salve, rellenas las redes - de los Pescadores. // Salve, levantas de honda ignorancia; / Salve, nos llenas de ciencia superna. / Salve, navío del que ama salvarse; / Salve, oh puerto en el mar de la vida. // …Salve, columna de sacra pureza; / Salve, umbral de la vida perfecta. / Salve, tú inicias la nueva progenie; / Salve, dispensas bondades divinas. / Salve, de nuevo engendraste - al nacido en deshonra… / Salve, regazo de nupcias divinas; / Salve, unión de los fieles con Cristo. / Salve, de vírgenes Madre y Maestra; / Salve, al Esposo conduces las almas. // Salve, oh rayo del Sol verdadero… // Salve, tú limpias las manchas - de nuestros pecados. / Salve, oh fuente que lavas las almas; / Salve, oh copa que vierte alegría. / Salve, fragancia de ungüento de Cristo; / Salve, oh Vida del sacro Banquete… / Salve, inmortal salvación de mi alma. / Salve, ¡Virgen y Esposa” (del himno oriental Akathistos).
Nos conviene contemplar a la más perfecta, la más bella de las mujeres. “Tota pulchra est Maria”: es la criatura más hermosa que ha salido de la mano de Dios. Reina del cielo y de la tierra, es superior por su gracia a todos los ángeles. La devoción a la Inmaculada es muy popular y arraigada. El corazón del pueblo cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el “sensus fidei”, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su madre. Como decía san Josemaría Escrivá, ¿como escogeríamos a nuestra Madre si hubiésemos podido hacerlo? Hubiéramos escogido la que tenemos, llenándola de todas las perfecciones y gracias. Así lo ha hecho Dios: Convenía que la que tenía que ser Madre del Hijo de Dios fuera liberada del poder de Satanás y del pecado, de aquel pecado original que se borra por el bautizo (por esto es tan importante, bautizar a los niños cuanto antes).
«No temas, María» (Lc 1,30), le dice el Ángel a la Virgen… «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). La presencia de Dios que la acompaña es causa de su alegría. Dios preparaba una digna morada a su Hijo. En previsión del misterio de la Encarnación, Dios ha cumplido una obra de arte en María, una obra sin igual de la Gracia: debía poseer la más alta nobleza espiritual para la más completa armonía con aquel que posee la santidad infinita (cf. Jean Galot, en “L’Osservatore Romano” 8-12- 2001). Ella nos enseña a ser hijos de Dios, a tener fe, confianza y amor, y es nuestra intercesora para conseguir esos bienes. Dice el himno "Monstra te esse matrem”: “Muéstrate Madre para todos, / ofrece nuestra oración; / Cristo, que se hizo Hijo tuyo, la acoja benigno" y comentaba Juan Pablo II: “Nubes oscuras se ciernen sobre el horizonte del mundo. La humanidad, que saludó con esperanza la aurora del tercer milenio, siente ahora que se cierne sobre ella la amenaza de nuevos y tremendos conflictos. Está en peligro la paz del mundo. Precisamente por esto venimos a ti, Virgen Inmaculada, para pedirte que obtengas, como Madre comprensiva y fuerte, que los hombres, renunciando al odio, se abran al perdón recíproco, a la solidaridad constructiva y a la paz”. María protege a sus hijos, y a nosotros nos va muy bien pedírselo pues así nos hacemos mejores, y tenemos paz. La Virgen de Guadalupe así lo indicaba a san Juan Diego: “Mira que es nada lo que te preocupa. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás tú por ventura bajo mi regazo? ¿No estás tú en el cruce de mis brazos? ¿De qué otra cosa tienes necesidad?”
La aparición del arcángel Gabriel da el tono a la escena de la Anunciación. Desde Daniel 8.9. Gabriel era considerado por el judaísmo como el anunciador de los últimos tiempos. Su aparición en casa de María significa, por tanto, que los últimos tiempos han sido inaugurados. El judaísmo había presentado a Gabriel con su espada de fuego como guardián del Paraíso (Gn 3. 24). Su aparición deja prever que la entrada al Paraíso estará abierta a los hombres de ahora en adelante.
La escena tiene lugar en la humilde casa de Nazaret. Lucas opone el anuncio del nacimiento de Juan Bautista, hecho en el templo de una manera solemne, a la anunciación de María, que fue hecha en el secreto del corazón de una joven pobre y en una región despreciada como era entonces Galilea (Jn 1. 46; 7.4)
Lucas parece establecer en su conjunto una oposición entre Jerusalén y María, como si María heredase las prerrogativas de Jerusalén.
El saludo del ángel: "Alégrate... porque el Señor está contigo". Esta frase ha sido pronunciada por los profetas refiriéndose a Jerusalén, para anunciarle la próxima venida del Mesías (Za 9,9; So 3,14). Por tanto, en las palabras del ángel hay algo más que un simple saludo, y en él podemos ver una trasposición de los privilegios reservados hasta entonces a Jerusalén, en beneficio de la Virgen María.
Como la antigua Jerusalén se mostraba incapaz de realizar las profecías de que había sido objeto (acogida de su Señor, apertura a todas las naciones). Dios va a suscitar una nueva Sión: la Virgen María, único "resto" fiel de la primera Sión.
La expresión "el Señor es contigo" encubre el misterio de la Encarnación, porque la expresión paralela de Sofonías: "el Señor está en medio de ti" (3,14) significa literalmente "el Señor está en tus entrañas".
La expresión "llena de gracia" para el evangelista quiere decir que la Virgen es "agraciada" como se dice en el vocabulario de los esponsales. Así es Rut para Booz (Rt 2,2; 10,13); Ester para Asuero (Est 2,9/15/17; 5,2/8; 7,3; 8,5); toda mujer para su esposo (Pr 5,19; 7,5; 18,22; Ct 8,10). Por consiguiente, este contexto matrimonial es muy evocador. Dios busca desde hace mucho tiempo una esposa que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, su esposa anterior (Os 1-3) pero está dispuesto a "desposarse" de nuevo. Interpelada por una expresión frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar con ella el misterio de los esponsales que habían sido prometidos en el A.T. Este misterio alcanzará un realismo sorprendente, ya que las dos naturalezas -la divina y la humana- se van a unir en el Hijo de María, con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y el de las almas en la unión matrimonial.
Todos estos versículos del evangelio desarrollan toda una teología bíblica del misterio de María. Ella es la mujer de los últimos tiempos, la que ha sustituido a Jerusalén para realizar las promesas de universalidad y las profecías de fecundidad. Ella las realiza por medio de un misterio que consiste en sus desposorios con Dios, poniendo así punto final al repudio contra la primera esposa. Y, al mismo tiempo, las realiza también por medio de su victoria sobre el enemigo. Por eso es llena de gracia, y no solamente por su belleza física, sino mucho más por la belleza que Dios le ha concedido y que la hace digna de ser la Madre del Hijo de Dios.
La fe de María es una fe tan grande que en ella se puede realizar el paso de la Esperanza al Cumplimiento.
Sumergida en la Historia de Israel, Ella ha sido la que ha dicho la última palabra en una religión de Espera. Ella ha llevado hasta el final la búsqueda espiritual de su pueblo. Por haberlo recorrido ella misma, sabe mejor que nadie el camino que hay que seguir para ir al encuentro de Dios.
María sabe el secreto del Adviento que conduce a la aceptación del Señor. Ella apresura los caminos por donde pasan los nuevos nacimientos del Verbo.
La narración de la Anunciación da un excelente ejemplo del modo como habla el Evangelio y del modo como debe leerse. Sería equivocado buscar en él la fiel transcripción de una conversación entre María y Gabriel, o convertirlo en un estudio psicológico de María. Se trata sencillamente de una enseñanza teológica de la cual Lucas nos habla con la ayuda de un diálogo bien estructurado (es una "teología alusiva", o explicación rabínica del estilo midráshico, llenas de citas del AT, por la cual se extrae el sentido profundo de los acontecimientos dentro del contexto de la historia de la salvación). Toda esta narración reposa en definitiva sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa pero de una riqueza inefable y de una histórica realidad.
Tras un saludo (v. 28: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo") que evoca los saludos proféticos a la "Hija de Sión", personificación misteriosa de la comunidad mesiánica (So 3,14; Za 9,9), la primera parte del diálogo (vv. 30-33) expone la cualidad davídica y mesiánica del niño que va a nacer, en términos que se inspiran ampliamente en 2 Sm 7,12ss (=1.lect.IV Adviento), Is 7. 14; 9. 5s; Mi 4. 7. Tras una pregunta de María (v. 34), el diálogo llega a una declaración que marca el punto álgido (v. 35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti... Hijo de Dios"): el Niño nacerá por una intervención directa del espíritu creador, lo que valdrá ser "Santo" y ser llamado "Hijo de Dios".
Esta página es la presentación autorizada de la experiencia incomunicable de María. Experiencia fruto de una revelación nueva en la que se dio cuenta de que en ella se realizaría de modo excepcionalmente real la antigua profecía de Is 7. 14: "tendrás un hijo y le pondrás un nombre". La comunidad primitiva, la Iglesia, recibió este misterio y lo transmitió en las narraciones catequéticas de la infancia de Jesús (Mt 1. 18-25; Lc 1. 26-38), escritas como pórtico teológico que da el sentido pleno de lo que es Jesús creído a la luz de la Pascua: de este modo se puede entender mejor todo el evangelio que sigue.
Por medio, pues, de un diálogo claramente estructurado se nos ofrece la sustancia, revistiéndola de la forma escriturística y teológica más apropiada para alimentar la fe. En definitiva, se enseña que el hijo de María será el Hijo de David heredero de la descendencia mesiánica, y que, concebido de modo excepcional, merece desde su infancia el título de Hijo de Dios (título que Lucas no pone nunca en boca de hombres: su percepción profunda es fruto de revelación: 22,70). Filiación humana, enraizada en la historia concreta de un pueblo mesiánico y perceptible a la vista de cualquiera; filiación divina, fruto del favor extraordinario de Dios, que se realiza en la filiación humana mesiánica llevada a fondo, pero que no es perceptible ni se comprende ("¿Cómo será eso?") si no es por don del Espíritu y por el poder del Altísimo que iluminan la última realidad de aquel niño nacido de María en una actitud de radical pobreza: manifestada por la `virginidad` (vv. 34-37) y por la obediencia de esclava (v. 38) a la Palabra de Dios (Salvador Pie).
María representa en el momento de la encarnación a los pobres de todos los lugares y tiempos, a la humanidad toda: el Hijo de Dios se hizo hombre entre los hombres y pobre entre los pobres. Ello permite examinarnos cada uno de nosotros como encarnación de Dios, como portadores del Espíritu de Jesús.
Esto, como cualquier gestación, no puede ser una realidad que aceptemos de forma meramente pasiva, sino que nos compromete a participar en su crecimiento dentro de nosotros y en la exteriorización de aquello que llevamos "en vasos de barro".
Siguiendo la idea de Pablo, requiere que nos esforcemos para que nuestros criterios sean los criterios de Jesús, nuestros deseos sean sus deseos y nuestras acciones sean prolongación de su acción. Se trata de poder decir, con verdad, que no somos nosotros quienes vivimos, sino Cristo el que vive en nosotros. Si entusiasta significa etimológicamente "el que lleva a Dios dentro", nosotros deberíamos serlo de forma convincente para los demás. Un bonito verso dice aquello de que "Llenos de Dios vamos los hombres. Llenos de Dios y sin saberlo, como los ríos por los campos que van llenos de cielo".
María no se limita a "soportar" pasivamente la encarnación de Dios en sus entrañas, sino que, con un activo "sí", acepta la invitación divina que le da un difícil papel en favor de los demás. No se trata de un privilegio en el sentido discriminante de la palabra, una especie de "enchufe" arbitrario, sino de ofrecerse para un servicio que la humanidad necesita. En realidad, también nosotros tenemos ese privilegio de servir a nuestros hermanos desde la fe en Jesús (“Eucaristía 1989”).
El ángel le dice cómo sucederá todo, por la fuerza del Altísimo (que es el Espíritu Santo) y sin menoscabo de su virginidad. El Espíritu de Dios "la cubrirá con su sombra" lo mismo que la "nube" o "gloria de Yahvéh" cubría el arca de la Alianza, y a semejanza del Espíritu de Dios que en principio se cernía sobre las aguas. Se trata de un símbolo de la poderosa fecundidad de Dios y de su presencia santificante.
María responde con un "sí" humilde y obediente. María se convierte en el Arca de la Nueva Alianza y en Madre del Hijo de Dios. Es comprensible que María, realizado ya este misterio, conservara su virginidad y que José guardara una respetuosa distancia ante el misterio (“Eucaristía 1980”).
San Bernardo: “Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida...
¿Porqué tardas? Virgen María, da tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna. Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. “Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).”
Llucià Pou Sabaté

Martes de la 2ª semana de Adviento: El Señor nos llena de esperanza con su misericordia y su perdón: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobr

Isaías 40, 25-31. «¿A quién podéis compararme, que me asemeje?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno. ¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.
Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10. R. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestro pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Comentario: 1. Is 40,25-31. Estamos todavía al comienzo del llamado Segundo Isaías o «Libro de la Consolación». La invitación a la alegría y a la esperanza, contenida en los once primeros versículos, encuentra resistencia. El pueblo de la alianza se siente prisionero de una potencia más fuerte y abandonado de Dios: «Mi suerte está oculta a Yahvé, mi Dios ignora mi causa» (40,27). La respuesta del profeta a este estado de ánimo es doble: 1) Dios lo puede todo. Esta verdad se expresa en un lenguaje poético, no filosófico: «Las naciones son como gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza...; en su presencia, las naciones todas son como si no existieran» (vv 15.17). La interpretación profética de la historia ordena sistemáticamente los acontecimientos. Cuando describe la actuación de Dios, se preocupa menos de ofrecer una comprensión especulativa que de confirmar la fe en Yahvé. La piedad no se centra en el Absoluto, sino en la manifestación de Dios en la historia. Surge una fuerte adhesión a la libertad personal de un Dios que está por encima del tiempo, del espacio y de todas las cosas creadas. 2) Dios está en medio de su pueblo, pese a que el pueblo humillado tiene que escuchar constantemente la terrible invectiva «¿dónde está vuestro Dios?». Al reto de desconfianza responde bellamente el consolador del pueblo desterrado: «El da la fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido» (v 29). La exhortación sigue unas vías argumentativas que resonarán más tarde en el Areópago de Atenas, cuando Pablo diga que en Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28). Pero Israel, que nunca ha sido fideísta, sabe que Dios oculta a menudo su poder bajo la debilidad. Esta pedagogía de la fe alcanzará su máximo despliegue en el Deus absconditus o Deus crucifixus de los cristianos (F. Raurell).
Israel no tiene razón alguna para desesperar. Ni siquiera para pensar que Dios se ha olvidado de ellos. Su poder no se agotó en la creación. -"¿Por qué andas hablando...?" ¿No tengo yo también la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo, que se desentiende de muchas cosas? -Este gran Dios -dice el profeta- es un Dios sorprendente. Se preocupa tanto más por los seres cuanto más pequeños y débiles son. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". Oh Señor, cumple tu promesa, dame "nuevas fuerzas". Devuelve cada mañana, a los hombres, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir, de emprender y de empezar de nuevo, de vencer siempre la desesperación.
-«¿Con quién me compararéis? ¿Quién podría igualarme?», dice el Dios santo. Los exilados podían dejarse impresionar por el despliegue de lujo deslumbrante del culto a los dioses de Babilonia. El profeta les recuerda que Yavé no es inferior a Marduk. HOY, el «poder del hombre» y sus realizaciones grandiosas podría deslumbramos o hacernos perder la cabeza.
-Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿Quién ha creado todo esto? El que despliega el ejército celeste y llama cada estrella por su nombre. Si somos capaces de admirar el poder y la inteligencia del hombre, ¿por qué seríamos ciegos ante la obra de Dios? Si se ha empleado tanta inteligencia y trabajo para enviar cosmonautas a la luna y naves espaciales tripuladas, ¿por qué no seríamos capaces de admirar la grandiosidad del cosmos con sus galaxias y billones de estrellas?
-Dios, desde siempre, es creador de los confines de la tierra... Su inteligencia es insondable. Las leyendas de Marduk celebraban con entusiasmo el triunfo del dios sobre el caos, sobre las fuerzas del mal. Me detengo a contemplar la «inteligencia» de Dios. En este momento billones de astros se están moviendo y girando en sus órbitas respectivas. La tierra gira en este momento y siempre. El sol se levanta en algún lugar, y suscita la vida. Y todo eso, ¿ya no nos maravillaría?
-¿Por qué afirmas tú, Israel: «Mi camino está oculto para mi Dios; al Señor se le pasa mi derecho?». Desarrollando la «grandeza» de Dios, el profeta corre el riesgo de cortar los puentes entre Dios y su pueblo. Ante un Dios tan grande, los hombres aparecen entonces como hormigas. ¿De qué modo pues, sus pequeñas o grandes preocupaciones podrían interesar a un Dios tan grande y tan lejano? Isaías recoge ante todo esa pregunta, pregunta de todos los tiempos. ¿No la he formulado yo también alguna vez? ¿No tengo a menudo la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo; que se desentiende de muchas cosas?
-¿Es que no lo sabes? Dios da vigor al cansado y al que no tiene fuerzas, le acrecienta la energía. Este gran Dios, dice el profeta, tiene un hacer sorprendente: ¡tanto más se interesa por los seres, cuanto más pequeños y débiles son! Revelación de la paternidad de Dios, de la maternidad de Dios. ¿No sucede también así en una familia que el amor la lleva a cuidar más del «más débil»?
-Los jóvenes se cansan, se fatigan... Los atletas vacilan abatidos... Mientras que los que ponen su esperanza en el Señor, El les renueva el vigor y corren ya, sin cansarse. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios-cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". A los exilados, llenos de lasitud, Isaías les revela una fuente de vigor. ¡Oh, Señor, cumple tu promesa, dame «nuevas fuerzas»! Devuelve, cada mañana, a la humanidad, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir; de emprender y de empezar de nuevo; así como la posibilidad de vencer siempre la desesperación (Noel Quesson).
Al que espera en Dios, en Jesús, le nacen alas de águila… Hoy hemos escuchado una lección de psicología sobre la esperanza, pieza importantísima en la vida humana: pasión que nos lanza hacia objetivos de alta calidad; actitud moral positiva e impulsora de grandes proyectos; y virtud teologal que eleva nuestro horizonte hasta la vida en Dios. Todo eso en el Adviento, al escuchar los oráculos de Isaías, se muestra como don de Dios al hombre y adquiere rasgos muy relevantes: -porque vemos que todo el proyecto creador y salvífico de Dios para el hombre avanza por caminos de audaz esperanza en la historia de la salvación; -porque nos enseña a vivir como esforzados atletas en medio de las dificultades de la existencia, para no caer en desánimo y depresiones; -porque nos encarece que hemos de saber conjugar actitudes e ideales nobles -de esperanza- con pasos arriesgados y realistas por el camino de la verdad y del bien.
2.–El Salmo 102 nos hace contemplar la grandeza de Dios frente a nuestra debilidad, que, no obstante todo el progreso humano, conocemos por la constante experiencia de nuestras limitaciones. Reconozcamos que el poder salvador de Dios no es solo para el justo. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Él viene a buscar lo que estaba perdido. Como los israelitas, muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos abandona. En el oráculo que hoy trae la liturgia se nos da una respuesta. Es el creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se cansa y está atento a las súplicas de su pueblo. La persona fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque El cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de gracia y de ternura como dice el salmista. ¡Si de verdad tuviéramos Fe...! Nada nos parecería difícil ni duro porque siempre nos sostendría la certeza de que "quienes esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse". Tengo para mí que le Fe se ejercita en el agradecimiento. El salmo responsorial de este día nos regala las mejores palabras para mirar la realidad que nos circunda y nuestro propio interior con un corazón agradecido descubriendo en cuanto pasa y nos pasa, un designio de amor. Si no nos paga según nuestras culpas, ¿cómo es posible dudar?
Espera y renueva tus fuerzas… ¡Alma mía!, espera y bendice al Señor. No olvides sus beneficios y vuelve a Él tu mirada arrepentida. El Señor que es bueno, pastor solícito, amigo entrañable, perdona tus culpas, cura tus llagas, sana tus dolencias, rescata tu vida de la fosa del pecado, te llama sin ira, te espera sin enojo, te colma de gracia con ternura. Es tan compasivo y misericordioso que nunca nos trata como merecen nuestras culpas... (Sal 102). En la liturgia de este día hagamos nuestra oración de esperanza teniendo presentes a quienes menos pueden y más nos necesitan: los pobres de pan y de espíritu, millones de hombres que carecen de trabajo, justicia y amor en el mundo, incluso en nuestro propio entorno. No pediremos a Dios, porque sería ofenderle, que ponga un ángel al frente de rebeliones multitudinarias; pediremos ardientemente que cambie el corazón y la mente de los poderosos y de los débiles, de los cultos e incultos, de los ricos y los pobres, para que todos deseemos y busquemos la verdad en la justicia, la felicidad en un bienestar moderado y la alegría en servir a los demás tanto como en cuidarnos a nosotros mismos.
3. Muchas veces tenemos la tentación de la preocupación, que nos agobia, nos quita la paz. Hemos establecido unas normas, y cuando nos salimos nos sentimos inquietos, nuestro afán de ser “perfectos” es tan grande que somos capaces de cambiar las normas, incluso de decir que los mandamientos están caducados, antes de reconocer que fallamos, sin que esto nos agobie. Hay una reacción psicológica de volvernos agresivos cuando nos sentimos mal en la conciencia. Así como cuando tenemos una piedra en el zapato nos duele, también en el corazón hay “piedras” que nos hacen sufrir, y por eso discutimos y estamos de mal humor, al menos es una de las causas de nuestro malestar. Y hemos de quitar la piedra que causa la desazón. Pero estas piedras muchas veces las hemos intentado… Jesús no deja inquieta a la mujer sorprendida en adulterio (1 Jn 8, 11), sino que la atiende, defiende y luego la anima: “vete en paz, y no vuelvas a pecar”. Con el buen ladrón suspendido en la cruz tiene una respuesta mucho más esperanzada aún: “en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Jesús no tiene memoria de las reglas que pone la Iglesia: «En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo -reconoce monseñor Van Thuân- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Con el paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12) y en otros muchos pasajes vemos como vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). Esto nos crea problemas, pues nos cuesta leer las palabras de Isaías: “Venid y entendámonos -dice Yahvé-. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a ser como la blanca lana” (Is 1, 18). Jesús es príncipe de la paz, y los pensamientos que no son de paz no son de Dios, por mucha apariencia que tengan de santos como son los remordimientos por pecados, o que no somos bastante santos. Jesús muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. Ya lo anticipaba el profeta: "Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción” (Jer 29, 11), palabras con las que la liturgia aplica a Jesús, al acabar el año litúrgico. No viene a condenar, sino a salvar, a perdonar, a disculpar, a traer paz y alegría (cf. San Josemaría Escrivá de Balaguer, “Es Cristo que pasa”, 165).
En realidad, si Dios me quiere como soy, si lo que Dios permite algo malo, por la libertad de la que gozamos todos y de aquello sacará un bien, ¿de qué he de preocuparme? Hay un solo mal, y es el pecado, pero este no ha de motivarnos más que a la conversión, transformar el remordimiento en arrepentimiento, sin querer “estar en regla”: "Porque Dios, aun ofendido, sigue siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Sólo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón" (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 22, 511). Hoy entendemos que el pecado no es el castigo divino, sino la falta de acogida al amor de Dios, y por tanto la soledad por rechazo de esa mano amorosa que Él siempre nos tiende: "La omnipotencia de Dios -dice Santo Tomás- se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente" (Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3 ad 3).
La paz es mucho más palpable con "el sacramento de la alegría" (en palabras de Pablo VI), la confesión. Pues aún en lo más alto que hay en la tierra, la Eucaristía, no sentimos nada emotivo muchas veces, pero la confesión siempre deja paz y alegría, algo casi físico de bienestar. Jesús es manso y humilde porque tiene paz, por eso da paz. Hemos visto que la piedra que a veces nos duele y que explota en ira es la inquietud, y que a veces nos engañamos y ponemos nombre cristiano a esa cerrazón del remordimiento, y cómo la apertura a la Verdad nos da paz auténtica aún en nuestros errores y nos lleva al perdón.
Podríamos añadir que las manifestaciones de violencia son en el fondo signos de debilidad: los violentos son débiles de mente o de corazón, tienen una pobreza espiritual, son disminuidos en alguna de esas facultades del alma. “Los
mansos poseerán la tierra”, reza una de las bienaventuranzas: se poseerán a sí mismos, sin ser esclavos del mal carácter; poseerán a Dios en disposición de apertura en la oración, y poseerán a los demás con su buen ambiente, el buen aroma de Cristo (2 Corintios 2,15), manifestado en la sonrisa, calma y serenidad, buen humor y capacidad de broma, comprensión y tolerancia…
Siempre estamos en lo mismo: tener paz es repartirla y verlo todo de un mejor modo. Así nos animaba Juan Pablo II: “Permitid a Cristo que os encuentre. ¡Que conozca todo de vosotros! ¡Que os guíe! Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él.
Cargados de normas, compromisos, objetivos, estamos expuestos a una tendencia casi depresiva. Nos vertemos en el exterior y perdemos nuestra esencia, interioridad, como decía uno: “Quizá hemos luchado para ser perfectos y en el fondo lo único que queremos es sentirnos amados”. Cuesta no dejarse llevar por el dinero, por el prestigio o por el poder, pero con Jesús todo es posible.
"Venid a mí..." Que resuenen estas palabras para ir a Jesús, en el trabajo diario, con el cuidado de las cosas pequeñas, con la sonrisa, en la pobreza, el olvido de mi yo… que sepamos tomar esta dulce carga: "Cualquier otra carga te oprime y te abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de las alas y verás como vuela." (S. Agustín Sermón 126). Jesús quería liberarnos del insoportable peso de los numerosos preceptos y prohibiciones que rodeaban la ley de Moisés (Mt 23, 4) y que hoy nos rodean de otras formas, y quiere darnos este “descanso” que es paz.
El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones: espera con impaciencia que nos demos del todo ( ... ) Quizá pensaréis: responder que sí a ese Amor exclusivo, ¿no es acaso perder la libertad? (...) Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez que servir a Cristo Señor nuestro comporta dolor y fatiga. Negar esta realidad supondría no haberse encontrado con Dios. El alma enamorada conoce que, cuando viene ese dolor, se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga es suave, porque lo lleva Él sobre sus hombros. Pero hay hombres que no entienden, que se rebelan contra el Creador ( ... ) Son almas que hacen barricadas con la libertad. ¡Mi libertad, mi libertad! ( ... ) Su libertad se demuestra estéril, o produce frutos ridículos, también humanamente. Él que no escoge -¡con plena libertad!- una norma recta de conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros. ¡Pero nadie me coacciona!, repiten obstinadamente. ¿Nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de actuaciones libres, personales. ( ... ) Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Mirad, cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y según la medida de ese amor, así se manifestará su libertad. La libertad sólo puede entregarse por amor. Por amor a la libertad, nos atamos. Únicamente la soberbia atribuye a esas ataduras el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera: el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que Él nos ganó en la Cruz [J. Escrivá, Amigos de Dios, 28-32]. El verdadero descanso para mi alma lo experimento, Jesús, cuando cumplo tu voluntad, aunque me cueste, atándome a ese yugo tuyo por amor, entregándote libremente mis gustos, mis intereses, mis deseos, porque me da la gana quererte sobre todas las cosas. A pesar de tener esta idea muy clara, a veces me canso de luchar. Que sepa acudir a Ti en esos momentos de fatiga, para descargar ese peso en tus manos paternales, dejándome también guiar en la dirección espiritual, con humildad (Pablo Cardona).
Venid a mí todos los que estás agotados. El Señor ofrece paz y sosiego a las personas que está oprimidas por muchas causas. El Maestro bueno opone a esta carga su yugo, hecho de mansedumbre, humildad y amor. Comenta San Agustín: «Las cargas propias que cada uno lleva son los pecados. A los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables, y que bajo ellas sudan en vano, les dice el Señor: “Venid a Mí todos”… ¿Cómo alivia a los cargados de pecado, sino mediante el perdón de los mismos? El orador se dirige al mundo entero, desde la especie de tribuna de su autoridad excelsa, y exclama: “Escucha, género humano, escuchad, hijos de Adán; oye, raza que te fatigas en vano. Veo vuestro sudor, ved mi don. Sé que estáis fatigados y agobiados y, lo que es peor, que lleváis sobre vuestros hombros pesos dañinos; y, todavía peor, que pedís no que se os quiten esos pesos, sino que os añadan otros… Concedo el perdón de los pecados pasados, haré desaparecer lo que oprimía vuestros ojos, sanaré lo que dañó vuestros hombros. Llevad mi yugo. Ya que para tu mal te había subyugado la ambición, que para tu salud te subyugue la caridad… Esos pesos son alas para volar. Si quitas a las aves el peso de las alas, no pueden volar… Toma, pues, las alas de la paz; recibe las alas de la caridad. Ésta es la carga; así se cumple la ley de Cristo» (Sermón 164, 4; Manuel Garrido Bonaño).
Llucià Pou Sabaté

Lunes de la 2ª semana de Adviento: Jesús “viene en persona y os salvará”… el Señor siempre se adelanta a curar, y se sirve de nosotros como de aquello

Isaías 35,1-10. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. En el cubil donde se tumbaban los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Nuestro Dios viene y nos salvará.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».
Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, dijo al paralítico: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

Comentario: 1. Is 35,1-10 (ver 3º domingo de Adviento A, y domingo 23 B). Durante esta segunda semana de Adviento, leeremos unos pasajes de la segunda parte del libro de Isaías (es otro escritor sagrado, «el segundo Isaías», y que sin duda fue discípulo del primero). Su época no es menos dramática: pleno exilio... Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... y todos los judíos aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Se llamó «el libro de la consolación»: es una vigorosa predicación de esperanza: ¡vendrá un tiempo de felicidad total, cuando Dios salvará a su pueblo! Poesía pura, sus versos están llenos de imágenes: el desierto florecerá. Dios lo promete a unos exilados. En mi estado de pecador se me repite una promesa parecida... Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, espero, Señor, ese día en que el desierto florecerá.
-Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!» Cumple tu promesa, Señor. ¡Danos firmeza, fortaleza, valentía! Te ruego, Señor, por todos los que están «desanimados» y te nombro a los que conozco en ese estado.
-Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará. ¡Ven, Señor! En esta vida, donde esperamos tu advenimiento... «Esperamos tu venida...» Las nuevas plegarias eucarísticas nos han restituido ese aspecto importante de nuestra Fe, que fue tan viva en la Iglesia primitiva pero demasiado olvidado durante siglos.
-Dios es el que viene: -a) Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada sacramento: *reconciliación como encuentro con Jesús... *matrimonio, como encuentro con Jesús... *bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de Jesús. -b) Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.
-Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos... Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de alegría... Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros... Alegría y gozo les acompañarán, dolor y tristeza huirán para siempre... El evangelio nos repite que esas cosas se produjeron por la bendición de Jesús. Pero, Señor, realízalas más todavía. En este tiempo de Adviento y con todo el poder de mi deseo, te digo: «haz que salten los cojos... danos tu salvación... suprime el mal... como Tú has prometido» (Noel Quesson).
Jesús, antes de predicar a los pecadores quiso prepararles un lugar en dónde recibirlos. Se fue al desierto para consagrar una vida nueva en este lugar, renovado por su presencia... no tanto para él mismo como para aquellos que, después de él, habitarían en el desierto. Entonces, si tú te has establecido en el desierto, quédate allí, espera allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad..... El Señor que sació a aquel gentío que le seguía al desierto, te salvará a ti que le has seguido, con mayores prodigios aún (Mc 6,34ss)... Y cuando te parecerá que él te ha abandonado para siempre, vendrá a consolarte diciendo: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto...”(Jr 2,2) El Señor hará de tu desierto un paraíso de deleites y tú proclamarás, con el profeta, que “le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón” (Is 35,2)... Entonces, de tu alma, colmada de felicidad, brotará un himno de alabanza: “Que den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres! Porque sació a los sedientos, y colmó de bienes a los hambrientos” (Sl 107,8-9).
Sigue el profeta con su mensaje de alegría y sus imágenes poéticas, para describir lo que Dios quiere hacer en el futuro mesiánico. Las imágenes las toma a veces de la vida campestre: el yermo se convierte en vergel, brotan aguas en el desierto, hay caminos seguros sin miedo a los animales salvajes. Y otras, de la vida humana: manos débiles que reciben vigor, rodillas vacilantes que se afianzan, cobardes que recobran el valor, el pueblo que encuentra el camino de retorno desde el destierro y lo sigue con alegría, cantando alabanzas festivas. Es un nuevo éxodo de liberación, como cuando salieron de Egipto. Todo son planes de salvación: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos» (salmo). Ya no caben penas ni aflicción. Curará a los ciegos y a los sordos, a los mudos y a los cojos. Y a todos les enseñará el camino de la verdadera felicidad. La caravana del pueblo liberado la guiará el mismo Dios en persona.
De nuevo nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio de la historia. Llega el momento en que los desterrados han de retornar a la Tierra que Dios había prometido a sus antiguos padres, y de la que habían sido expulsados a causa de sus culpas. Todos han de regocijarse en el Señor, pues Él jamás ha dejado de amarlos. Deben cobrar ánimo pues hay que reconstruir no sólo la ciudad, sino el Templo de Dios. Pero antes que nada es necesario reconstruir el corazón y llenarlo de esperanza para ponerse en camino y poner manos a la obra. Los que creemos en Cristo, a pesar de que muchas veces hayamos sido dominados por el pecado y la muerte; a pesar de que nuestra concupiscencia pudiera habernos arrastrado por caminos de maldad; y aun cuando hayamos estado lejos del amor a Dios y al prójimo, no hemos de perder de vista que el Señor sale a nuestro encuentro, buscándonos amorosamente como el Pastor busca a la oveja descarriada, para ofrecernos el perdón y la oportunidad de una vida renovada en Él. A nosotros corresponde abrir nuestro corazón para aceptar esta oportunidad de gracia que Él nos ofrece. Vivamos con una nueva esperanza, revestidos de Cristo, para que en adelante no sólo busquemos nuestro bien, nuestra justificación y nuestra santificación, sino el bien y la salvación de toda la humanidad. A la Iglesia de Cristo corresponde continuar con la obra de salvación levantado los ánimos caídos, reconstruyendo el corazón de toda la humanidad para que, juntos, hagamos realidad, ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros.
2. Sal. 85 (84). Nos acercamos al Señor para escuchar su Palabra. Pero no podemos estar ante Él como discípulos distraídos, sino atentos a sus enseñanzas para ponerlas en práctica. El Señor quiere justificarnos. A nosotros corresponde seguir sus caminos amorosa y fielmente. Día a día nos vamos acercando a nuestra salvación eterna. Pero no podemos esperar que esa salvación suceda de un modo mágico en nosotros; es necesario ponernos en camino para que constantemente se vaya haciendo realidad en nosotros, de tal forma que podamos presentarnos ante los demás como personas más llenas de amor, más justas y más solidarias con los que sufren. Sólo así, transformados a imagen y semejanza de Cristo, podremos ser un signo de su amor salvador en medio de nuestros hermanos. Jesús es el Camino que se ha abierto para conducirnos a la plena unión con Dios, nuestro Padre. Sigamos sus pisadas, tomando nuestra cruz de cada día.
3. Lc 5,17-26 (ver paralelo em domingo 7 B). «Le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro» (Mc 2,3). Todos necesitamos la compañía, sentirnos queridos por los amigos, «es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados» (Santo Tomás de Aquino). En primer lugar, es bonito contemplar a Jesús, que parece perdonar al paralítico por la fe de sus amigos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados”. Ser amigo es algo muy grande: el amigo no juzga la causa de las desgracias, está al lado para acompañar. Jesús tiene corazón, y le gusta ver el amor expresado en los signos de amistad: no quiere convencer ni vencer, sino ofrecer la experiencia de lo que va bien, quiere lo mejor para el amigo y está dispuesto a sacrificarse por él, hacer algo poco habitual como es subir al tejado y levantar el techo para descolgar, con unas cuerdas u otro sistema, la litera con el amigo (con cuidado para que no caiga) y ponerlo ante Jesús. Hay que reconocer la audacia de esos amigos, y como todos estamos enfermos, la amistad auténtica es ayudarnos, y poner al amigo ante Jesús para que se conozca, se encuentre de un modo más pleno a sí mismo. Es una llamada a la reflexión sobre este valor de la amistad, y de cómo lo vivimos, y con qué profundidad. También esa amistad se extiende a muchos, por eso dice el Introito: “Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas: llega nuestro Salvador, no temáis” (cf. Jr 31, 10; Is 35, 4).
Un segundo aspecto es la conversión, tónica que domina este tiempo litúrgico y concretamente esta segunda semana de Adviento. Jesús conoce lo que estos hombres quieren: la curación de su amigo, en el cuerpo y en el alma «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Y también: “Yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. La respuesta también abarca las dos cosas, la salud física y la alegría espiritual: “Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando a Dios”. Veremos comenzar el ministerio del Señor con esta llamada de anuncio de la llegada del Reino de Dios y llamada a la conversión (cfr. Mc 1, 15), y aquí lo vemos perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe y además la curación; este paralítico llevado en camilla representa a cada uno de nosotros en el camino hacia Jesús y el misterio de misericordia que es la Navidad. Este ministerio del perdón lo continua ejerciendo en su nombre la Iglesia, hasta el final del mundo, sobre todo “a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta ap. Rosarium Virginis Mariae, 21). “Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino” (Compendio del Catecismo, 107).
La fuente más profunda de nuestros males son los pecados, por eso, aunque pidamos ciertos bienes Dios sabe lo que nos conviene, va más allá: necesitamos el encuentro con la misericordia divina.
¿Somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo, el Médico. Si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna (J. Aldazábal). Llucià Pou Sabaté