martes, 6 de abril de 2010
MIÉRCOLES SANTO: poner nuestro corazón en los sentimientos de Jesús, para que estemos con Él y no le traicionemos.
demás: "que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de
aliento". Busca siempre hacer lo que el Padre quiere: "El Señor abrió
mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los
que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no
retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene
en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro
como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado".
Este tercer canto del Siervo (el cuarto y último, más largo y
dramático, lo escuchamos el Viernes Santo) sigue la descripción
poética de la misión del Siervo, pero con una carga cada vez más
fuerte de oposición y contradicciones. La misión que le encomienda
Dios es dramática, y está lleno el hijo de confianza en la ayuda de
Dios. Estos días veremos que la «humillación» va unida a la
«exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria, y por eso
dirá san Pablo que «al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el
Cielo, en la tierra, en el abismo; porque el Señor se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz; por eso
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Filiopenses
2,10.8.11). Y rezamos hoy en la Colecta: «Oh Dios, que para librarnos
del poder del enemigo quisiste que tu Hijo muriese en la Cruz;
concédenos alcanzar la gracia de la Resurrección». Es el motivo de su
muerte, nuestra liberación, como insiste la Antífona para la
comunión: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino
para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28).
El Salmo sigue con esta misión de amor de Jesús al Padre: "por Ti he
soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; me convertí en un
extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi
madre: porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los
ultrajes de los que te agravian… Así alabaré con cantos el nombre de
Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias". Insiste tanto en el
dolor como en la confianza: «por Ti he aguantado afrentas... en mi
comida me echaron hiel. Señor, que tu bondad me escuche en el día de
tu favor... miradlo, los humildes, y alegraos, que el Señor escucha a
sus pobres». Es el intenso sufrimiento de un justo perseguido a causa
de su celo por Dios. Nosotros sabemos que ese justo es precisamente
Jesucristo y, en su debida proporción, también la Iglesia. Tendremos
que sufrir injurias y vergüenzas, y ser considerados como personas
extrañas. Esto jamás debe desanimarnos en el testimonio de fe que
hemos de dar, pues en el anuncio del Evangelio debemos recordar
aquellas palabras de Jesús: "En el mundo tendrán tribulaciones; pero
¡ánimo! yo he vencido al mundo".
En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más grande, de
mayor valor. Nos disponemos a vivir con devoción, con amor, los días
más importantes para nuestra fe y seguir a Cristo, salvador del
hombre. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz,
en la que alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de
Dios… Nos ha salvado su infinita misericordia. Para sacarnos del
pecado y del miedo, de la tristeza y la oscuridad. ¿Cómo no darle
gracias? La historia está iluminada y dirigida por la fiesta del
perdón: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano
su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo. ¿Cómo
manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? Nos reconocemos
pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y
nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos
purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de
constante renovación del espíritu. «Misericordia, Dios mío, por tu
bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi
delito; limpia mi pecado» (Salmo 50,3-4). Estas palabras, que nos han
acompañando durante la cuaresma, ahora las ponemos ante Cristo que
está para ser crucificado. ¿Cómo no arrepentirnos de nuestros pecados
y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males
causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo
ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es
verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión
y justa reparación.
El Evangelio nos habla otra vez de Judas Iscariote, que "fue donde los
sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo
entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese
momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le
dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el
cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y
decidle: 'El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a
celebrar la Pascua con mis discípulos'». Los discípulos hicieron lo
que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo:
«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos,
se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él
respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me
entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay
de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a
ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a
entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho»".
«Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia
de este Miércoles santo, ya preparados para la Misa que mañana por la
mañana se celebra, la Misa crismal, en todas las catedrales con el
obispo y sus sacerdotes. Hoy leemos la traición según Mateo, ya que
ayer habíamos escuchado el relato de Juan. Precisamente cuando Jesús
quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo
entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la
traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Exodo
21,32). Hoy –como ayer- muchos se avergüenzan de Jesús, en
determinados ambientes: ¿Estamos dispuestos a recibir los insultos que
nos pueden venir de este mundo ajeno al evangelio?, ¿o sólo buscamos
consuelo y premio en nuestro seguimiento de Cristo? Una auténtica
devoción a la Humanidad de Jesús nos ha de ayudar a vivir intensamente
con los sentimientos, pero al servicio del amor auténtico, como vemos
hoy en la santa cena, donde se acrisolan los afectos con el dolor. San
Andrés de Creta dice: «El cenáculo adornado con tapices te albergó a
Ti y a tus comensales, y allí celebraste la Pascua y realizaste los
misterios, porque en ese lugar te habían preparado la Pascua los
discípulos por Ti enviados. El que todo lo sabe dijo a los apóstoles:
Id a casa de tal persona. Dichoso el que por la fe puede recibir al
Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con
devoción la cena... Estando, oh Señor, a la mesa con tus discípulos,
expresaste místicamente tu santa muerte, por la cual los que veneramos
tus sagrados padecimientos somos liberados de la corrupción. El que
escribió en el Sinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua, la
de la sombra y figuras, y se hizo a Sí mismo Pascua y mística hostia
viviente...» Y ahí, en ese ambiente de intimidad y entrega, sufre
Jesús la traición. A lo largo del tiempo, la historia de Judas se
repite. Es el misterioso y desconcertante proceder de la condición
humana. "Cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la
voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece
ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por
degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no
hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no
sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado
hasta ofrecer su vida por nosotros" (Raimondo Sorgia).
¿Acaso soy yo, Señor, el que te entrega? ¿Lo amamos o vivimos
traicionándolo y sólo queriendo aprovecharnos de Él, conforme a
nuestros intereses, muchas veces por desgracia, mezquinos? No importa
si en el examen vemos pecado, lo importante es abrirnos a la gracia
del Señor, celebrar la Pascua (paso de la oscuridad a la luz, de la
muerte a la vida). Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de
ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los
sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran
algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro
lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, tienen una
facilidad para el bien cuando están a favor, y falta de discernimiento
y enfermedad para la voluntad, cuando se absolutiza un aspecto de la
realidad, con su complicidad: "¿Qué estáis dispuestos a darme, si os
lo entrego?" El ejemplo de Judas, es el de estar arrebatado por
sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a Aquel que
sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha
dejado dominar por un aspecto: la codicia. Se ha convertido en esclavo
de sus pasiones, dejando a un lado la verdad, para caer en la mentira
de lo aparente y superficial… hasta el punto de llevar a su "amigo" a
la traición y la muerte. ¡Qué pena, que los sentimientos, que son para
llevarnos con facilidad a algo auténticamente bueno, no se eduquen y
acaben en traiciones! ¡Qué importante, adquirir una auténtica
educación del corazón, participar de los sentimientos de Jesús para
que los nuestros sean de amor! "¿Dónde podrá encontrarse ni siquiera
el símbolo de un amor semejante? Así amó Dios al mundo que le dio a su
Hijo Unigénito. Me amó a mí, también a mí, y se entregó a la muerte
por mí. Un aspecto fundamental de la vida espiritual es tomar en serio
esta realidad; Dios y yo; no la turba... yo. Dios me ama a mí, muere
por mí, viene a mí... Un hombre, yo, soy el centro del amor divino. Lo
que hace por mí, lo hace con infinito amor personal. Si en una familia
la madre ama a cada uno de sus hijos como si fuese el único, y aunque
sean diez los hermanos si uno enferma la madre enferma porque es su
hijo; en forma mucho más perfecta todavía Dios me ama a mí, y todo lo
que hace lo hace por mí... Si yo llegara a tomar en serio esta
realidad. ¡Jesús muere por mí! ¡Qué arranques de amor sacaría de mi
pobre alma, el comprender algo siquiera de lo que Cristo ha hecho por
mí! ¡Mi vida sería entonces entera para Él! Si Él dio su vida por mí,
dé yo mi vida por Él... y dándola como Él" (San Alberto Hurtado S.J.)
En algunos lugares de América, las imágenes de Cristo crucificado
muestran una llaga profunda en la mejilla izquierda del Señor. Y
cuentan que esa llaga representa el beso de Judas. ¡Tan grande es el
dolor que nuestros pecados causan a Jesús! Digámosle que deseamos
serle fieles: que no queremos venderle -como Judas- por treinta
monedas, por una pequeñez, que eso son todos los pecados: la soberbia,
la envidia, la impureza, el odio, el resentimiento... Cuando una
tentación amenace arrojarnos por el suelo, pensemos que no vale la
pena cambiar la felicidad de los hijos de Dios, que eso somos, por un
placer que se acaba enseguida y deja el regusto amargo de la derrota y
de la infidelidad… Vamos a pedir al Señor que no le traicionemos más;
que sepamos rechazar, con su gracia, las tentaciones que el demonio
nos presenta, engañándonos. Hemos de decir que no, decididamente, a
todo lo que nos aparte de Dios. Así no se repetirá en nuestra vida la
desgraciada historia de Judas.
Y si nos sentimos débiles, ¡corramos al Santo Sacramento de la
Penitencia! Allí nos espera el Señor, como el padre de la parábola del
hijo pródigo, para darnos un abrazo y ofrecernos su amistad.
Continuamente sale a nuestro encuentro, aunque hayamos caído bajo, muy
bajo. ¡Siempre es tiempo de volver a Dios! No reaccionemos con
desánimo, ni con pesimismo. No pensemos: ¿qué voy a hacer yo, si soy
un cúmulo de miserias? ¡Más grande es la misericordia de Dios! ¿Qué
voy a hacer yo, si caigo una vez y otra por mi debilidad? ¡Mayor es el
poder de Dios, para levantarnos de nuestras caídas!
Grandes fueron los pecados de Judas y de Pedro. Los dos traicionaron
al Maestro: uno entregándole en manos de los perseguidores, otro
renegando de Él por tres veces. Y, sin embargo, ¡qué distinta reacción
tuvo cada uno! Para los dos guardaba el Señor torrentes de
misericordia. Pedro se arrepintió, lloró su pecado, pidió perdón, y
fue confirmado por Cristo en la fe y en el amor; con el tiempo,
llegaría a dar su vida por Nuestro Señor. Judas, en cambio, no confió
en la misericordia de Cristo. Hasta el último momento tuvo abiertas
las puertas del perdón de Dios, pero no quiso entrar por ellas
mediante la penitencia.
En su primera encíclica, Juan Pablo II habla del derecho de Cristo a
encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento-clave de la vida
del alma, que es el momento de la conversión y del perdón. ¡No
privemos a Jesús de ese derecho! ¡No quitemos a Dios Padre la alegría
de darnos el abrazo de bienvenida! ¡No contristemos al Espíritu Santo,
que desea devolver a las almas la vida sobrenatural!
Pidamos a Santa María, Esperanza de los cristianos, que no permita que
nos desanimemos ante nuestras equivocaciones y pecados, quizá
repetidos. Que nos alcance de su Hijo la gracia de la conversión, el
deseo eficaz de acudir -humildes y contritos- a la Confesión,
sacramento de la misericordia divina, comenzando y recomenzando
siempre que sea preciso (Javier Echevarría).
lunes, 5 de abril de 2010
MARTES SANTO: Jesús sufre traición y penas de todo tipo, pero sabe que es necesario pasar por ahí, para salvarnos
y amado: "El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de
mi madre pronunció mi nombre… el que me formó desde el seno materno
para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le
reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi
fortaleza. Él dice: …yo te destino a ser la luz de las naciones, para
que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra". Gratuidad
total de la llamada y del amor de Dios. ¡Dios es el primero en amar!
«En esto consiste su amor: no hemos amado nosotros a Dios, es Él quien
nos ha amado» (Juan 4,7).
Dos comparaciones describen al Siervo: será como una espada, porque
tendrá una palabra eficaz («mi boca, una espada afilada»), y será como
una flecha que el arquero guarda en su aljaba para lanzarla en el
momento oportuno. En este segundo canto aparece ya la oposición, el
Siervo no tendrá éxitos fáciles y más bien sufrirá momentos de
desánimo: «yo pensaba: en vano me he cansado, en viento y en nada he
gastado mis fuerzas». Le salvará la confianza en Dios: «mi salario lo
tenía mi Dios». Confianza que subraya muy bien el salmo: «a ti, Señor,
me acojo, no quede yo derrotado para siempre... sé tú mi roca de
refugio... porque tú fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde
mi juventud». Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el
que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y
salvar a todos. Hoy veremos cómo le van a traicionar: lo anuncia Él
mismo, «profundamente conmovido». También sabemos qué van a hacer sus
seguidores más cercanos: uno le negará cobardemente, a pesar de que en
ese momento asegura con presunción: «daré mi vida por ti». En la vida
de los que se aman, muchos dicen esas palabras, pero luego no son
fieles en su amor… las personas demuestran el amor por las obras, no
por lo que dicen. Los otros huirán al verle detenido y clavado en la
cruz. La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en sus
labios: «¿no habéis podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué
me has abandonado?». En verdad «era de noche». A pesar de que Él es la
Luz. Nuestra atención se centra estos días en este Jesús traicionado,
pero fiel. Abandonado por todos, pero que no pierde su confianza en el
Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo
glorificará Dios». A la vez que admiramos su camino fiel hacia la
cruz, podemos reflexionar sobre el nuestro: ¿no tendríamos que ser
cada uno de nosotros, seguidores del Siervo con mayúsculas, unos
siervos con minúsculas que colaboran con Él en la evangelización e
iluminación de nuestra sociedad?, ¿somos fieles como Él? Tal vez
tenemos momentos de crisis, en que sentimos la fatiga del camino y
podemos llegar a dudar de si vale o no la pena seguir con la misión y
el testimonio que estamos llamados a dar en este mundo. Muchas veces
estas crisis se deben a que queremos éxitos a corto plazo, y hemos
aceptado la misión sin asumir del todo lo de «cargar con la cruz y
seguir al maestro». Cuando esto sucede, ¿resolvemos nuestros momentos
malos con la oración y la confianza en Dios? ¿podemos decir con el
salmo: «mi boca contará tu auxilio... porque tú, Dios mío, fuiste mi
esperanza»? Estos días de Semana Santa y, sobre todo, en el Triduo
Pascual tenemos la oportunidad de aprender la gran lección del Siervo
que cumple con su misión y por eso es ensalzado sobre todos (J.
Aldazábal).
El Salmo es de abandono: "A ti, Señor, me acojo: / no quede yo
derrotado para siempre; / tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
/ inclina a mí tu oído, y sálvame. // Se tú mi roca de refugio, / el
alcázar donde me salve, / porque mi peña y mi alcázar eres tú. / Dios
mío, líbrame de la mano perversa (…) / porque tú, Dios mío, / fuiste
mi esperanza y mi confianza, / Señor, desde mi juventud. // En el
vientre materno ya me apoyaba en ti, / en el seno tú me sostenías, /
siempre he confiado en ti (…) / Llena estaba mi boca de tu alabanza /
y de tu gloria, todo el día. // (…) Dios mío, me instruiste desde mi
juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas". Es el momento
dramático que tendrá el momento máximo el Viernes Santo, y que empieza
hoy cuando leemos: «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de
noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es
«Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». El pecador es el que
vuelve la espalda al Señor para ser egoísta. San Agustín describe el
pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una
traición, un no querer depender de Dios, "no tener necesidad del amor
eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos»
(Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya
sentido «turbado en su interior» (Juan 13,21). "Afortunadamente, el
pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero
ella supone un "cambio" por nuestra parte. Una inversión de la
situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse
a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no
esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado,
para cambiar a Dios". Según denunció Bourdaloue, «querríamos
convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho,
cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos.
Decidámonos ahora. La Semana Santa es la mejor ocasión. En la Cruz,
Cristo abre sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón
arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de
cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en
verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo
mal alguno» (Lc 23,41, Jean Gottigny).
En el Evangelio, "estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos,
se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que
uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros,
sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba,
estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le
dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el
pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es
aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, lo
toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el
bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo
pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía.
Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle:
«Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los
pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche".
Es difícil llegar a comprender la profundidad de los sentimientos de
Jesús en vísperas de su muerte. Y es también muy difícil llegar a
saber qué pudo sentir su corazón cuando al hecho inexorable de su
muerte se añadía la humillación de la traición de los propios
compañeros, por eso cuando nosotros nos sentimos traicionados podemos
pensar que Él nos comprende… pasó por eso. Es fácil que el corazón
naufrague, cuando se le añade amargura sobre amargura ("servicio
bíblico latinoamericano"). El diablo, como un perro, ronda ladrando
para atcarnos… y de hecho pecamos con frecuencia. En la Colecta
pedimos: «Dios Todopoderoso y eterno, concédenos participar tan
vivamente en las celebraciones de la Pasión del Señor que alcancemos
tu perdón», perdón más fuerte que nuestras flaquezas: «Dios no perdonó
a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros» (Rom
8,32, diremos antes de la comunión). Y en la Postcomunión volvemos a
pedir: «Señor, Tú que nos has alimentado con el cuerpo y la sangre de
tu Hijo, concédenos que este mismo sacramento, que sostiene nuestra
vida temporal, nos lleve a participar de la vida eterna». A esto viene
Jesús estos días, como recuerda San Andrés de Creta hablando de Cristo
como luz: «La Encarnación de Cristo es como el sol que penetra e
ilumina las almas, las cuales ya no permanecen a oscuras por causa de
las tempestades de este mundo, que las envanecen y aturden, o por
efecto de la abundancia de las riquezas y de las dotes y cualidades
que las ofuscan y pervierten. La gloriosa Luz de Cristo es Luz que de
verdad ilumina. Y es un misterio que junto a Cristo, que es la verdad,
"Luz de las naciones", pueda haber gente con oscuridad… "Era ya de
noche. Y también el que salió era noche. El día habló al día, esto es,
Cristo a sus discípulos, y la noche anunció a la noche de la
sabiduría, esto es, Judas a los infieles judíos para que viniesen a Él
y, persiguiéndole, le prendiesen".
Lluís Roqué i Roqué (amigo mío, murió santamente) comentaba: "Hoy
contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la pasión,
oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido»"(Jn
19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la
noche luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la
víspera de su muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora
el Hijo del hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn
13,31). Puede decirse que cada paso de Jesús es un paso de muerte a
Vida y tiene un carácter pascual, manifestado en una actitud de
obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb
10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y obras que
abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios. Contemplamos
también la figura de Judas, el apóstol traidor. Judas mira de
disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo,
procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega,
a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar
rodeado de Luz y de desprendimiento ejemplar, para Judas «era de
noche» (Juan 13,30): treinta monedas de plata, "el excremento del
diablo" —como califica Papini al dinero— lo deslumbraron y
amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a Jesús, el
más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero
Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es
todo y puede llegar a esclavizar. Finalmente, consideramos a Pedro
atenta y devotamente. Todo en él es buena voluntad, amor, generosidad,
naturalidad, nobleza... Es el contrapunto de Judas. Es cierto que negó
a Jesús, pero no lo hizo por mala intención, sino por cobardía y
debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo,
inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San Ambrosio). Pedro se
arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso,
Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había
preparado".
Había una niña que veía la Pasión, en una representación teatral, y al
ver la desesperación de Judas se le oyó decir a la pobre: "¡mamá, ¿por
qué no va a la Virgen?" Y es verdad, podía haber ido a buscar el
consuelo, el perdón…
Jesús, con Juan recostado en su pecho… Sí, Tú, Señor, has aceptado
estos gestos sencillos. No te has avergonzado de haber necesitado este
afecto... de poder hablar con verdaderos amigos... Pedro le dice que
pregunte al Maestro…: Pedro toma la iniciativa - prioridad oficial-,
pero es Juan el que hace el encargo delicado. Cada uno tiene su sitio
particular. Todos no pueden hacer todo. Ayúdame, Señor, a cumplir bien
mi cometido, y en mi sitio. Durante estos días santos, quisiera, a mi
manera, vivir contigo, Señor. Ofrecerte mi amistad. Procuraré pensar
mucho más en Ti en el curso de estos días venideros… Tu soledad ¡oh
Jesús! es total. Has ido hasta el límite de la condición humana. El
hombre que más solo se encuentre a la hora de la muerte, puede
reconocerse en Ti (Noel Quesson).
"Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me
buscaréis… adonde yo voy, vosotros no podéis venir… Simón Pedro le
dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no
puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por
qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde
Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no
cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces»". Jesús que
va al cielo, Pedro que le hará traición, pero sabrá transformar el
remordimiento en arrepentimiento.
Hoy nos da pena que el Evangelio de la Misa termine con el anuncio de
que los Apóstoles dejarían solo a Cristo durante la Pasión. A Simón
Pedro que, lleno de presunción, afirmaba: yo daré mi vida por ti, el
Señor respondió: ¿conque tú darás mi vida por mí? Yo te aseguro que no
cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces.
Por eso terminaremos con algo que viene del lunes cuando iban a
Jerusalén. Jesús y los Apóstoles habían salido muy temprano de Betania
y el Señor sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía
hojas, se acercó por si encontraba algo en ella; pero cuando llegó no
encontró nada más que hojas, porque no era tiempo de higos. Y la
increpó: "¡que nunca jamás coma nadie fruto de ti!". Sus discípulos lo
estaban escuchando.
Al atardecer regresaron a la aldea y no repararon en la higuera
maldecida. Pero tal día como hoy, al volver de nuevo a Jerusalén,
contemplaron aquel árbol, antes lleno de hojas, que estaba seco. Pedro
lo dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Jesús
les contestó: "Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que
diga a este monte: arráncate y échate al mar, sin dudar en su corazón,
sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido".
Durante su vida pública, para realizar milagros, Jesús pedía una sola
cosa: fe. A dos ciegos que le suplicaban la curación, les había
preguntado: ¿creéis que puedo hacer eso? -Sí, Señor, le respondieron.
Entonces les tocó los ojos diciendo: que se haga en vosotros conforme
a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos. Y cuentan los Evangelios
que, en muchos lugares, apenas realizó prodigios, porque a las gentes
les faltaba fe.
También nosotros hemos de interrogarnos: ¿cómo es nuestra fe?
¿Confiamos plenamente en la palabra de Dios? ¿Pedimos en la oración lo
que necesitamos, seguros de obtenerlo si es para nuestro bien?
¿Insistimos en las súplicas lo que sea preciso, sin descorazonarnos?
San Josemaría Escrivá comentaba esta escena del Evangelio. «Jesús
-escribe- se acerca a la higuera: se acerca a ti y se acerca a mí.
Jesús, con hambre y sed de almas. Desde la Cruz ha clamado: sitio!
(Juan 19,28), tengo sed. Sed de nosotros, de nuestro amor, de nuestras
almas y de todas las almas que debemos llevar hasta Él, por el camino
de la Cruz, que es el camino de la inmortalidad y de la gloria del
Cielo».
Se llegó a la higuera, no hallando sino solamente hojas (Mt 21, 19).
Es lamentable esto. ¿Ocurre así en nuestra vida? ¿Ocurre que
tristemente falta fe, vibración de humildad, que no aparecen
sacrificios ni obras? Los discípulos se maravillaron ante el milagro,
pero de nada les sirvió: pocos días después negarían a su Maestro. Y
es que la fe debe informar la vida entera. «Jesucristo pone esta
condición», prosigue San Josemaría: «que vivamos de la fe, porque
después seremos capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que
remover... en el mundo y, primero, en nuestro corazón. ¡Tantos
obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con obras, fe con sacrificio, fe
con humildad».
María, con su fe, ha hecho posible la obra de la Redención. Juan Pablo
II afirma que en el centro de este misterio, en lo más vivo de este
asombro de la fe, se halla María, Madre soberana del Redentor. Ella
acompaña constantemente a todos los hombres por los senderos que
conducen a la vida eterna. La Iglesia, escribe el Papa, contempla a
María profundamente arraigada en la historia de la humanidad, en la
eterna vocación del hombre según el designio providencial que Dios ha
predispuesto eternamente para él; la ve maternalmente presente y
partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la
vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve
socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y
el mal, para que "no caiga" o, si cae, "se levante". María, Madre
nuestra: alcánzanos con tu intercesión poderosa una fe sincera, una
esperanza segura, un amor encendido (Javier Echevarría).
LUNES SANTO: la unción de María, el amor que acompaña a Jesús en su pasión de amor por nosotros
de la jornada, cansado, volvió a Betania, aldea situada muy cerca de
la capital, donde solía alojarse en sus visitas a Jerusalén. Allí, sus
amigos tenían un sitio para Él y los suyos. Son Lázaro, Marta y María,
hermanos, que esperan llenos de ilusión la llegada del Maestro,
contentos de poder ofrecerle sus servicios. Y en Betania tiene lugar
un episodio que recoge el Evangelio de la Misa de hoy. Seis días antes
de la Pascua -relata San Juan-, fue Jesús a Betania. Allí le
ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban
con Él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo
auténtico, muy costoso, ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó
con su cabellera, y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Inmediatamente salta a la vista la generosidad de esta mujer. Desea
manifestar su agradecimiento al Maestro, por haber devuelto la vida a
su hermano y por tantos otros bienes recibidos, y no repara en gastos.
Judas, presente en la cena, calcula exactamente el precio del perfume.
Pero, en vez de alabar la delicadeza de María, se abandona a la
murmuración: ¿por qué no se ha vendido este perfume por trescientos
denarios para dárselos a los pobres? En realidad, como hace notar San
Juan, no le importaban los pobres; le interesaba manejar el dinero de
la bolsa y robar su contenido.
«La valoración de Jesús es muy diversa», escribe Juan Pablo II. «Sin
quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se
han de dedicar siempre los discípulos -"pobres tendrán siempre con
ustedes"-, Él se fija en el acontecimiento de su muerte y sepultura, y
aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su
cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente
unido al misterio de su persona».
Para ser verdadera virtud, la caridad ha de estar ordenada. Y el
primer lugar lo ocupa Dios: amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el
primer mandamiento. El segundo es como éste: amarás a tu prójimo como
a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los
Profetas. Por eso, se equivocan los que -con la excusa de aliviar las
necesidades materiales de los hombres- se desentienden de las
necesidades de la Iglesia y de los ministros sagrados. Escribe San
Josemaría Escrivá: «Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en
Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el
deber de ser espléndidos en el culto de Dios.
-Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco. -Y contra los
que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye
la alabanza de Jesús: "opus enim bonum operata est in me" -una buena
obra ha hecho conmigo… la caridad cristiana no se limita a socorrer al
necesitado de bienes económicos; se dirige, antes que nada, a respetar
y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad
de hombre y de hijo del Creador».
La Virgen María se entregó completamente al Señor y estuvo siempre
pendiente de los hombres. Hoy le pedimos que interceda por nosotros,
para que, en nuestras vidas, el amor a Dios y el amor al prójimo se
unan en una sola cosa, como las dos caras de una misma moneda (Javier
Echevarría).
Isaías habla de la venida de Jesús, el enviado de Dios: "Este es mi
Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi
alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a
las naciones. Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar
por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que
arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni
se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas
lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el
cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce,
el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que
caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de
la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de
las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de
la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las
tinieblas".  Son las más bellas profecías sobre Jesús. Se presenta a
un misterioso personaje: de ningún modo a un mesías rey, sino a un
mesías pobre. Humilde, manso, perseguido, salva a su pueblo con su
muerte. Es un perfecto siervo de Dios. Jesús lo conocía y dirá: "No he
venido para ser servido sino para servir".
Y, en verdad, Señor, tomaste la condición de siervo, cuando lavaste
los pies de tus discípulos y, sobre todo, en la cruz con tu muerte por
nosotros... Quiero contemplar detenidamente esa actitud: Jesús,
siervo... ¿Qué sentimientos implica? ¿Cuáles eran tus pensamientos?
Ayúdanos a ser «servidores»... de Dios... de nuestros hermanos… Por mi
bautismo, que renovaré el próximo sábado en la santa noche de Pascua,
he recibido el don del Espíritu... he recibido un nombre por el cual
Dios me llama hijo suyo... Te tomé de la mano... te envié al mundo
para que fueras alianza y luz. De todo ello será símbolo la vela
encendida, que tendré en la mano, el sábado por la noche, al renovar
mi profesión de Fe. Contigo, Jesús, quiero asumir la responsabilidad
de mi bautismo. Pero para que sea así, te necesito.
-"No gritará, ni alzará el tono, no aplastará la caña quebrada, ni
apagará la mecha mortecina". Son unas dulces imágenes de ti, Jesús.
Imágenes de tu bondad. Tú eras así. Delicadeza total respecto a los
demás. «¡Felices los que construyen la paz, nos decías. Serán llamados
hijos de Dios!» «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y
en mí hallaréis descanso.» En este tiempo de alboroto y de violencia,
hazme, Señor, un instrumento de tu paz, de tu silencio, de tu bondad
(de "Palabra de Dios para cada día", ed. Claret).
El Salmo es de David, y canta: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a
quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién
temblaré? / Cuando se alzaron contra mí los malvados para devorar mi
carne, fueron ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropezaron y
cayeron. / Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá;
aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. / Yo
creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los
vivientes. / Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el
Señor". Está lleno de serenidad, confianza en Dios en el día tenebroso
del asalto de los malvados que son como fieras que avanzan armados: es
una batalla que estalla con persecución. Vemos también que el
comportamiento del hombre justo fastidia, pues es como un reproche
para los perversos. Pero él no está solo y su corazón mantiene una paz
interior sorprendente: «El Señor es mi luz y mi salvación»: «¿a quién
temeré?... ¿quién me hará temblar?... mi corazón no tiembla... me
siento tranquilo» san Pablo dirá: «Si Dios está por nosotros ¿quién
contra nosotros?». Se obtiene con la oración: "El Señor es la defensa
de mi vida" (Salmo 26, 1). El rostro de Dios es la meta de la búsqueda
espiritual del orante, «buscar el rostro del Señor» es lo mismso que
decir «gozar de la dicha del Señor» en los salmos. San Juan nos dice
que luego «le veremos tal cual es». Y san Pablo: «entonces veremos
cara a cara». Orígenes escribe: «Si un hombre busca el rostro del
Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse
igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en
los cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de
este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio
que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con
perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa
insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya
que no encuentro nada más valioso... "No te alejes airado de tu
siervo" para que buscándote no me encuentre con otra cosa. ¿Qué pena
puede ser más dura que ésta para quien ama y busca la verdad de tu
rostro?".
También los nardos que María de Betania derrama hoy sobre Jesús son
imagen y símbolo de aquel óleo celestial e invisible, de la fuerza
vital divina de la que se nos dice proféticamente en el salmo: "Dios,
tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría por encima de tus
compañeros" (44,8). Ese óleo de la alegría celestial es el que Dios
Padre ha derramado sobre la cabeza sangrienta y coronada de espinas
del Hijo crucificado; de aquí que lleve el nombre de: Cristo, el
Ungido. Y como el camino que conduce a esta unción pasa a través de su
muerte y sepultura, puede Jesús decir también con doble sentido:
"Dejadla que lo conserve para el día de mi sepultura". La unción de
María indica ya de antemano la muerte y sepultura de Jesús, así como
la gloria subsiguiente de su sacerdocio y reino. La "despilfarradora",
por tanto, se muestra como verdadera creyente cristiana.
Los gladiadores de la arena ungían su cuerpo antes de la lucha.
También Cristo se enfrenta con su pasión como un luchador. Es el gran
combate, la lucha hasta la muerte con el enemigo de Dios, Satanás. La
unción que había de reforzar y dar agilidad a su naturaleza humana,
fortaleciéndola como a un luchador en la arena, esta unción de la
fuerza de Dios la recibió el Señor en el monte de los Olivos de manos
del Padre: otro motivo para poder atribuir a la unción de Betania el
carácter de imagen y símbolo prefigurativo. Los nardos de María
exhalan el gozoso aroma de la vida, de la próxima gloria real y de la
dignidad del sacerdocio de Cristo, pero al mismo tiempo sirven de
aviso para la lucha y la muerte, la sepultura y el amortajamiento.
El milagro que obró Eliseo con el aceite nos recuerda que Cristo mismo
es este perfume, Él es el bálsamo que baja del cielo y que, según el
plan amoroso del Padre, habrá de salvar a toda la Humanidad, siempre
que ésta crea en Él, elevándola a la dignidad de sacerdotes y reyes.
El recipiente del bálsamo -el cuerpo humano de Jesús- había de
destruirse en la muerte para que se esparciese el nardo y desde la
cabeza- desde Cristo resucitado- empapase a todo el cuerpo de la
Iglesia, haciéndola así apta para ser ungida y consagrada como cuerpo
real y sacerdotal de Cristo. Había de romperse este vaso de alabastro
para que el ungüento celestial pudiese llenar los recipientes vacíos
de la Iglesia; su aroma debía llenar toda la casa y enriquecer a los
"pobres". Este es, en realidad, el misterio oculto de la unción de
Betania. No lo puede sufrir el traidor, pero nosotros hemos de saber
reconocer con gozo que el ungüento que, por voluntad de Jesús, fue
allí derramado, es la verdadera riqueza de los pobres, es la vida
divina que se prodiga a sí misma. Se comunica, claro está, primero al
Hijo, pero por Él se da, brotando de sus heridas, a "los pobres", esto
es, a los hombres que estaban desposeídos de la gracia y destinados a
morir. Este misterio de la corriente de aceite que fluye del cielo de
manera maravillosa y torna en riqueza la pobreza del mundo pecador,
fue ya anunciado en tiempo de Noé como don de reconciliación de Dios,
por medio de la paloma que volvió con el ramito de olivo en el pico.
Fue también prefigurado simbólicamente por el milagro que hizo el
profeta con el aceite, y más aún, por la unción de María. Pronto va a
tener realidad litúrgica en la consagración de los santos óleos que se
verifica el Jueves Santo, y en la unción de los neófitos del Sábado
Santo. Cuando en el Jueves Santo las solemnes palabras de la
consagración piden que la fuerza de Dios descienda sobre su santo
óleo: cuando el obispo y todos los sacerdotes se arrodillan por tres
veces ante el óleo consagrado, diciéndole: "¡Te saludo, oh santo
crisma. Te saludo, oh santo óleo!"; cuando, por último, dos días más
tarde el obispo o sacerdote unge la coronilla de los neófitos con este
crisma consagrado, diciendo al mismo tiempo: "El Dios Todopoderoso, el
Padre de Nuestro Señor Jesucristo... te unja con el crisma de la salud
en este mismo Cristo Jesús, Nuestro Señor, para la vida eterna",
entonces es el momento en que la acción simbólica de la amante María
alcanza toda su realidad. Entonces todas las imágenes simbólicas de
los tiempos antiguos quedan plasmadas en hechos reales y se pone al
descubierto el misterio oculto. La divina paloma vuela entonces hacia
el arpa de la Iglesia llevando en el pico el ramito de olivo, es
decir, la vida nacida de la muerte. Entonces es cuando se llenan los
recipientes vacíos de la Iglesia sin jamás llegarse a agotar el
aceite, ya que a diario nacen a la vida terrena innumerables personas
que han de alimentarse de esa vida divina. María de Betania
contribuye, en verdad, a la sepultura de Cristo cuando los que son
bautizados -enterrados con Cristo- reciben de manos de la Iglesia la
santa unción bautismal. El "buen olor de Cristo" (2 Co 2, 15) se
expande entonces por toda la casa de la Iglesia y la voz del odio
tiene que enmudecer porque la pobreza, rica ya ahora, se regocija del
despilfarro del amor (Emiliana Löhr).
Jesús dice: esta mujer tiene razón, sólo ella ha comprendido y no debe
ser molestada. ¿Por qué ha comprendido? Jesús continúa: "Ella ha hecho
una obra buena conmigo". Los judíos hablaban a menudo de acciones
buenas, que eran precisamente las obras de misericordia y Jesús parece
decir: Yo también soy alguien, yo también soy objeto de su amor, de su
misericordia, por tanto lógicamente no me pueden negar algo con el
pretexto de dárselo a otro; también yo soy una persona delante de
vosotros, que puede tener necesidad de vosotros. Podemos intuir este
significado: esta mujer ha obrado bien, me ha honrado y esto es justo;
nadie puede decir que se pierda tiempo o se malgaste dinero. Esta
mujer, pues, es el símbolo de la humanidad que se dejó amar por Jesús
en su Pasión. Es el símbolo de la realidad de la Virgen María: esta
mujer hace de modo "intuitivo" este gesto, pero quien lo hace
"plenamente", lo sabemos por Juan, es la Virgen María quien, como
madre, acepta el absurdo de que su Hijo sufra por ella. Una madre
querría aceptar cualquier sufrimiento por su hijo y no viceversa; en
cambio, como esta madre no posee a Jesús, sino que está poseída por Él
como humanidad y como Iglesia, entonces a través de un camino doloroso
de fe, un largo camino, que Juan y Lucas nos describen, llega al
Calvario dispuesta a dejarse salvar por los sufrimientos del Hijo.
Es ella quien dice su "sí", no un "sí" para hacer algo, sino un "sí"
para dejar hacer, que es la cosa más terrible que ella, como madre,
puede aceptar. Ella querría hacer cualquier cosa, en cambio el sí del
dejar hacer es precisamente la espada que atraviesa su corazón, y al
mismo tiempoo es el sí de la humanidad que, pisoteando el orgullo de
la propia salvación, dice: Señor, te doy gracias porque eres más bueno
que nosotros, porque viniste en ayuda de nosotros que somos pobres.
Al meditar esto, cada uno podría decir: ¿en dónde estoy? ¿Estoy con
Simón, preocupado por retener a Jesús? ¿Con Judas, preocupado por
cualquier iniciativa que debe seguir adelante a toda costa? ¿O digo
con María de Betania y con María de Nazaret: "Haz Tú, Señor, gracias?
Digo: "Señor, déjame obrar a mi" o "Señor, te doy gracias porque obras
Tú"? (Carlo M. Martini).
 "La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que
corresponde al campo de lo anecdótico. Pero el mismo Jesús añade en el
evangelio: «En verdad os digo: dondequiera que se predique el
evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho, para
memoria de ella» (Mc 14,9). ¿Pero en qué radica esta afirmación que
dura a través de los tiempos? El mismo Jesús nos ofrece una
interpretación, cuando dice: «Lo ha hecho... anticipándose a ungir mi
cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; cf. Jn 12,7). Así, pues, él
compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que
era corriente entre los reyes y los potentados. Tal unción era una
tentativa de salir al paso a la muerte. Él reconoce ahí un esfuerzo
que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la
inmortalidad. Pero lo ocurrido en los días siguientes muestra la
impotencia de tal esfuerzo humano; no existe ninguna posibilidad de
proporcionarse a sí mismo la inmortalidad. Ni el poder de los ricos ni
la abnegación de los que aman pueden conseguir esto. A fin de cuentas,
tal tentativa de «unción» es más una conservación que una superación
de la muerte. Sólo una unción es suficientemente fuerte para oponerse
a la muerte, a saber, el Espíritu santo, el amor de Dios. La pascua es
su victoria, en la que Jesús se muestra como el Cristo, como el
«ungido» de Dios.
Sin embargo, la acción de María sigue siendo algo permanente, algo
simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para
mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que
le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.
¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción de la fe y del amor.
Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó del aroma
del aceite o perfume (12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo:
«Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se
salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios
alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en
la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la
atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. Pero también
hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se
halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la
muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a
sí mismo. Él se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la
vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad. Pero,
detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de
escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva
concepción de la salvación del mundo y de Israel… representa él no
sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la
incapacidad de escuchar, de oír y obedecer frente a la humildad del
aro que se deja conducir incluso a donde no quiere. «La casa se llenó
del  aroma del perfume» ¿ocurre así con nosotros?¿Exhalamos el olor
del egoísmo, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la
vida, que procede de la fe y lleva al amor?" (Joseph Ratzinger).
Traición y amor se cierran como un broche / en torno a Ti, Jesús.
María y Judas / en la cena, son mutuo reproche: / rompe ella un frasco
entre palabras mudas. / "Son trescientos denarios, ¡qué derroche!", /
él le reprocha con palabras rudas. / Junto a la luz, le traga ya la
noche. / Junto al amor, ya cuelga de sus dudas. / El amor que te tuvo
está marchito, / y su beso, Jesús, de muerte es sello. / María y
Judas, siento en mí. Repito, / solo, el drama de dos, trágico y bello.
/ Y pues que soy los dos, yo necesito, / morir de amor, colgado de tu
cuello (Rafael M. Serra)
DOMINGO DE RAMOS, Jesús entra Rey en Jerusalén, y anuncia que reinará en la Cruz
Jerusalén, con la bendición de las palmas y una procesión el Domingo
de Ramos. Todo viene de lo que pasó aquel día, cómo al entrar Jesús
con el borrico le cantaban y le recibieron con ramos de olivo, como al
rey David, ya que ahora Jesús representa al Mesías, hijo de David. Los
primeros cristianos fueron recordando esos momentos cada año con
procesiones, comenzando a venerar así los lugares donde había sucedido
algo de la vida de Jesús. Lo cuenta una famosa monja peregrina en su
diario: "Por eso el domingo anterior al Viernes Santo todo el pueblo
se reunía en el Monte de los Olivos junto con el obispo y desde allí
se dirigían a la ciudad con ramos en las manos y gritando Viva, como
habían hecho los contemporáneos de Jesús". Y nos detalla que el obispo
de Jerusalén, representando a Cristo, se montaba en un burro y que la
gente llevaba a sus recién nacidos y a los niños a la procesión.
En Roma para el siglo IV se le llamaba a este día "Domingo de la
Pasión" y en él se proclamaba solemnemente la Pasión del Señor,
haciendo ver que la cruz es el camino de la resurrección. Hasta el
siglo XI no se comenzó allí la costumbre de la procesión. En algunos
sitios, como en Egipto, la cruz era cargada triunfalmente en esta
procesión. En Francia y en España en el siglo VII se habla de la
bendición de ramos y de la procesión.
Lo que se hacía en Jerusalén era la procesión de Ramos, y se junta a
lo que se hacía en Roma, la celebración de la pasión. El Papa Juan
Pablo II ha querido unir una cosa más a esta celebración: la Jornada
Mundial de la Juventud, invitar a los jóvenes a dejar entrar a Cristo
en su vida y que lo lleven a los demás, a todo el mundo con su
testimonio.
En este día se presenta todo el misterio pascual: la vida o el
triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la
muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los
evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes). Hoy es «Domingo
de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa).
"Cristo, siendo inocente, / se entregó a la muerte por los pecadores,
/ y aceptó la injusticia / de ser contado entre los criminales. / De
esta forma, al morir, / destruyó nuestra culpa, / y, al resucitar, /
fuimos justificados" (Prefacio Domingo de Ramos).
"Jesús iba hacia Jerusalén… Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al
monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: -Id a
la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que
nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os
pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo
necesita.» Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho.
Mientras desataban el borrico, los dueños les pregutaron: -¿Por qué
desatáis el borrico?
Ellos contestaron: -El Señor lo necesita.
Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a
montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los
mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la
masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a
gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo:
-¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo
y gloria en lo alto.
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: -Maestro, reprende a
tus discípulos.
Él replicó: -Os digo, que si éstos callan, gritarán las piedras.
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la
hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un
asno, en un pollino, hijo de acémila.»"
El texto se inspira en dos entronizaciones célebres: la del rey
Salomón y la  de Jehú. Jesús, siguiendo esos antepasados,  se presenta
como rey en Jerusalén. Salomón significa "el pacífico", y los ángeles
en el himno de la noche de Navidad dirán que Jesús traerá la paz, es
rey de paz, que trae a Jerusalén, la ciudad cuyo nombre significa
"ciudad de paz" (Sal 122, 6), la paz que su nombre reclama. Esta paz
se establece entre Dios y los hombres: "paz en el cielo" (el himno de
Navidad  decía: "Paz a los hombres", pero con el mismo significado); y
va ligada a la manifestación  de la "gloria" de Dios (Louis
Monloubou).
El Salmo nos introduce en el misterio: "¡Portones! Alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas;  va a entrar el Rey de la
Gloria". Palabras escritas para una procesión en que el Arca símbolo
de la presencia de Dios, es  introducida en el templo, acompañada de
un pueblo que aclama a su Señor, se aplican  perfectamente al nuevo
pueblo de Dios que quiere asociarse a Cristo que entra en su  misterio
pascual, para introducir la verdadera Arca -su Cuerpo humano, en el
que habita la  plenitud de la divinidad- en el templo definitivo de la
Gloria. Al contemplar y asociarse a Cristo que se dirige a la muerte,
a "pasar" con su cuerpo al  templo definitivo de Dios, que está ya
tocando sus dinteles que son la muerte, que abrirá  estas puertas, el
pueblo pide con insistencia: "¡Portones! Alzad los dinteles, que se
alcen  las antiguas compuertas; va a entrar el Rey de la Gloria" (J.
Llopis).
Hay también una "teología del borrico" en estos signos. Como dice S.
Agustín, aquel asno somos nosotros: "No te avergüences de ser jumento
para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino:
sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado
al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya
sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él
quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va
sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por
guía, no erramos: vamos a él por él; no perecemos".
Jesús tiene necesidad de un borrico. Los guerreros montan a caballo.
En el antiguo  Oriente, la mula- no el asno- servía de montura a reyes
y nobles. El asno  era la cabalgadura de los pobres y de las gentes de
paz. Eligiendo este tipo de  cabalgadura, pretende resaltar el
significado pacífico, espiritual e interior de  su acción. No es el
rey guerrero que viene a conquistar por la fuerza ni un libertador
político  rodeado de carros de guerra, sino el Mesías de la paz, que
trae la salvación, la vida en  plenitud para los hombres; una vida que
surge de su mismo interior como una fuente. Así es el rey de Israel
querido por Dios (Francisco Bartolomé). Y decía S. Josemaría: "Jesús
se contenta con un pobre animal, por trono (...). Hay cientos de
animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó
en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba.
Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la
crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca.
Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo,
la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de
cariño. Así reina en el alma». ¡Dejémosle tomar posesión de nuestros
pensamientos, palabras y acciones! ¡Desechemos sobre todo el amor
propio, que es el mayor obstáculo al reinado de Cristo! Seamos
humildes, sin apropiarnos méritos que no son nuestros. ¿Te imaginas lo
ridículo que habría sido el borrico, si hubiera pensado que los
aplausos que las gentes dirigían al Maestro eran para él? Jesús no
vino a ser más que los demás, sino a servir… vamos a aprender.
Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico,
como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los
cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien
las profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su
triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere
también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una
cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la
sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con
nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Hoy
nos puede servir de jaculatoria repitiendo: Como un borrico soy ante
Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo (san
Josemaría Escrivá). El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos
días más tarde, en esta ciudad, será clavado en la Cruz.
Desde la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de
Jerusalén, y llora por ella. Mira cómo la ciudad se hunde en el
pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de misericordia se
compadece de esta ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni
en milagros, ni en palabras... En nuestra vida tampoco ha quedado nada
por intentar. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con
nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado
sobre nuestra vida! La historia de cada hombre es la historia de la
continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la
predilección del Señor. Sin embargo, podemos rechazarlo como
Jerusalén. Es el misterio de la libertad humana, que tiene la triste
posibilidad de rechazar la gracia divina. Hoy nos preguntamos: ¿Cómo
respondo a lo que me pide el Señor?
Aquella entrada triunfal duró poco. Los ramos verdes se marchitaron
pronto y cinco días más tarde el hosanna se transformó en un grito
enfurecido: ¡Crucifícale! Somos, que también somos capaces de lo mejor
y de lo peor, le pedimos a la Virgen ir de su mano, para no abandonar
a Jesús. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos
de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de
Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz. No nos separemos
de la Virgen. Ella nos enseñará a ser constantes (F. F. Carvajal). Nos
enseñará a extender hoy en el suelo, más que palmas o ramos de olivo,
nuestros corazones. A ser humildes. A ser mortificados. A ser
comprensivos con los demás. Éste es el homenaje que Jesús espera de
nosotros.
Domingo de Ramos, procesión de las Palmas: queremos acompañar a Jesús
en estos días de Semana Santa, agradecer su amor por nosotros y
unirnos a ese burrito para atrevernos a ser portadores de Dios.
Hoy es día para menos comentarios, y dejar sitio a la Palabra de Dios,
que hable en nuestro corazón, que la meditemos. El Señor Jesucristo
entra en Jerusalén, para reinar en la Cruz: ¡Es el Señor! ¡Hosanna!
Jesús tiene necesidad de un borrico. Los guerreros montan a caballo.
En el antiguo  Oriente, la mula- no el asno- servía de montura a reyes
y nobles. El asno  era la cabalgadura de los pobres y de las gentes de
paz. Es el Mesías de la paz, que trae la salvación. Jesús me necesita,
a mí, para que le lleve, para llevar la paz.
En la pasión Jesús es proclamado nuestro Rey y se realiza nuestra
liberación, por su sufrimiento.
En la misa leemos primero al profeta Isaías "Mi Señor me ha dado una
lengua de iniciado, / para saber decir al abatido / una palabra de
aliento" y luego nos dice qué pasará con Jesús, como manso cordero:
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, / la mejilla a los que
mesaban mi barba. / No oculté el rostro a insultos y salivazos". Y en
medio del dolor, se abandona a Dios: "Mi Señor me ayudaba, / por eso
no quedaba confundido; / por eso ofrecí el rostro como pedernal,/ y sé
que no quedaré avergonzado". Hoy es la Palabra de Dios la que habla,
pocas glosas hacen falta sino meditarla. Es Jesús este Siervo que
tiene palabras para consolar al cansado, que da su cuerpo a los que le
hieren, que no retira su rostro ante nuestro dolor. Vemos la actitud
que toma Jesús ante dificultades, persecución, golpes e insultos, y su
confianza en Dios, que le permite ser fiel hasta el final, el
cumplimiento pleno de la misión de Cristo Jesús. Anunciar lo que nace
de la voluntad del Padre, Dios concede las fuerzas para hacerlo. Es un
canto de esperanza, y si su tarea es amarga, da esperanza al pueblo
(A. Gil Modrego). Son las maravillosas páginas que nos hablan del
sufrimiento de Jesús, mucho tiempo antes, de modo misterioso.
El Salmo es tremendo, porque muchos siglos antes parece que el que lo
escribió estuviera viendo a Jesús en la Cruz: "Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?", expresión dramática de la soledad y del dolor de un
moribundo que se siente olvidado incluso por Dios. Entonces es cuando
él se abandona en Dios. "Al verme se burlan de mí… dicen: / «Acudió al
Señor, que le ponga a salvo; / que lo libre si tanto lo quiere.» / Me
acorrala una jauría de mastines, / me cerca una banda de malhechores:
/ me taladran las manos y los pies, / puedo contar mis huesos. / Se
reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica". Y después vemos la
confianza, el Dios salvador que viene a ayudar: "Pero tú, Señor, no te
quedes lejos; / fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. / Contaré tu
fama a mis hermanos, / en medio de la asamblea te alabaré. / Fieles
del Señor, alabadlo, / linaje de Jacob, glorificadlo, / temedlo,
linaje de Israel".
También los santos sienten esta «noche oscura», el abandono, como
vemos en las cartas que recoge el libro «Madre Teresa (de Calcuta):
Ven y sé mi luz». A los diez años de su muerte podemos conocer su
larga sequedad espiritual y sus dudas de fe: "Señor, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado? Yo era la hija de tu Amor, convertida ahora en
la más odiada, la que Tú has rechazado, que has echado fuera como no
querida y no amada. ¿Dónde está mi fe?... Hay tanta contradicción en
mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño; un
sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por
Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo... El cielo no
significa nada para mí: ¡me parece un lugar vacío!". Raniero
Cantalamessa opina que "el que la Madre Teresa pudiera pasar horas
ante el Santísimo, como dicen los testigos que la vieron, casi
extasiada… y el que lo hiciera en estas condiciones demuestra que es
un martirio… Creo que la Madre Teresa es la santa de la era mediática,
pues esta 'noche del espíritu' la protegió de la posibilidad de
convertirse en víctima de los medios, es decir, de que se exaltara a
sí misma. De hecho, ella misma decía que ante los más grandes honores
y ante el interés de la prensa, no sentía nada porque vivía este vacío
interior". La santa vivía feliz en medio de ese "silencio de Dios",
que la protegía de una idolatría del yo o de cualquier éxito. Le decía
al Señor: "Tu felicidad es lo único que quiero", y el ejemplo de vida
que confirmaba este deseo "puede indicar también a los otros miembros
de la orden cómo sobrellevar los momentos de oscuridad o de crisis
espiritual, a lo largo de una vida no fácil, al servicio de los más
pobres", dice el P. Kolodiejchuk, autor del libro, quien añade que
esas cartas de la Madre Teresa muestran su madurez espiritual, sus
locuciones divinas, su amor a Cristo crucificado como base de "la
revolución del amor" que empieza en la propia casa, con el "apostolado
de la sonrisa".
"En este silencio, ¿dónde está Dios?", preguntaba una chica a
Benedicto XVI, quien le respondía: «todos nosotros, aunque seamos
creyentes, experimentamos el silencio de Dios… podemos gritar siempre
de nuevo a Dios: "¡Habla, muéstrate!" Y sin duda en nuestra vida, si
el corazón está abierto, podemos encontrar los grandes momentos en los
que realmente la presencia de Dios se hace sensible incluso para
nosotros». A veces nos parece entreverle también en la belleza de la
Creación. Otras veces cuando nos quieren, en la familia, en la
amistad, el encuentro con Jesús en la confesión, la comunión.
Decía la santa: "mi mayor alegría ha sido haber conocido a
Jesucristo». En China quiso recibirla Deng Xiao Ping. Fue al hogar
para minusválidos donde estaba el hijo de Deng: –"Señor –le dijo–,
está usted haciendo aquí algo maravilloso, una obra de Dios". Le
contestó: –"Pero si yo no creo en Dios..." Y ella, con esa ciencia de
la experiencia: "–No importa; Él sí cree en usted..." Eso es lo que
cuenta, saber que Dios sí cree en mí, me ama, y eso se vive así: «Sólo
se tiene lo que se da»; es más, sólo quien está vacío tiene para dar,
pues se quita el yo, y cuando nos damos es cuando nos dejamos amar por
Dios y llenar de su amor, como Teresa, experta en humanidad: se
manifiesta muy bien en aquellas últimas palabras de un moribundo en
sus brazos: «¡Gracias. Ya ni me acordaba de lo que era un beso...».
Esa mujer que adoptó el nombre de Santa Teresita de Lisieux, quien
como ella tuvo esa crisis antes de morir, nos recuerda cómo vivir de
manera auténtica la religión del amor que triunfa desde la aparente
debilidad: la vida sin amor no vale nada... la justicia sin amor te
hace duro... la inteligencia sin amor te hace cruel... la amabilidad
sin amor te hace hipócrita... la fe sin amor te hace fanático...  "Veo
a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de los leprosos,
siento que estoy curando al mismo Señor. ¿No es una experiencia
hermosa?"
San Pablo nos dice como una canción de misa de aquellos primeros años,
se canta en dos partes, la primera habla de que Dios baja cuando se
hace hombre y obedece y sufre la humillación hasta la muerte, y luego
resucita y sube, ha sido elevado por el Padre hasta la gloria. Pascua
significa eso: el "paso" por la muerte a la vida. Pablo nos lo dice
para animarnos a que nuestro programa de vida sea el mismo que el de
Jesús. Este himno ha de animarnos a la humildad, que nuestros
sentimientos sean los mismos que los de Cristo Jesús: "Cristo, a pesar
de su condición divina, / no hizo alarde de su categoría de Dios; / al
contrario, se despojó de su rango, / y tomó la condición de esclavo, /
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, / se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte, / y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, / y le concedió el
«Nombre-sobre-todo-nombre»; / de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble / -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, / y toda
lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», / para gloria de Dios
Padre".
Adán quiso ser lo que no podía, el hijo que no quiso ser hijo y quiso
ponerse en lugar de su padre rey, desobedecer. Jesús es el hijo
obediente, que es Rey, y quiere hacerse uno de nosotros para tomar
todas las penas que nos tocaba pagar a nosotros y pagarlas él, y así
devolvernos el sitio en la casa del Padre, en cambio de su sacrificio,
hizo el milagro del amor gratuito en el árbol de la cruz, donde adán
quedó destronado, aquí el Rey nos pone la corona a nosotros, inaugura
su Reino. Aprendemos que la gloria no es conquista, sino regalo y
fruto del amor que se entrega; el camino hacia la gloria no es por el
egoismo y el poder, sino que pasa por la cruz.
Benedicto XVI recuerda que un rey quiso saber como es Dios y pidió a
los sabios y a los sacerdotes de su reino que se lo mostraran. No
fueron capaces de hacerlo. Pero un pobre pastor le enseñó lo que hacía
Dios; le dijo al rey que cambiaran los vestidos. El rey dio sus
vestidos reales al pastor, mientras que él se puso la sencilla ropa
campestre. «Esto es lo que hace Dios», fue la respuesta del pastor.
Así el Hijo de Dios renunció a su esplendor divino: se despojo de su
rango y tomo la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y
así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajo hasta someterse
incluso a la muerte. Sagrado intercambio: asumió lo que era nuestro,
para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo, ser semejantes a
Dios. Es la historia de Príncipe y mendigo…
Gran maravilla, que somos hijos de Dios. San Agustín dice que en la
comunión no transformamos a Jesús en nuestra carne, sino que Él nos
transforma poco a poco en Él. Un intercambio admirable que comenzó en
el Bautismo, donde nos hemos revestido de Cristo: El nos da sus
vestidos, que no son algo externo. Significa que entramos en una
comunión de vivir con Él, que su ser y el nuestro se mezclan, se
compenetran mutuamente. Ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo
quien vive en mí: así describe San Pablo su Bautismo. "Cristo se ha
puesto nuestros vestidos: el dolor y la alegría de ser hombre, el
hambre, la sed, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones, el
miedo a la muerte, todas nuestras angustias hasta la muerte. Y nos ha
dado sus "vestidos"... Debéis despojaros, en cuanto a vuestra vida
anterior, del hombre viejo (…), y revestiros del hombre nuevo, creado
según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Por tanto,
desechando la mentira, hablad con verdad cada uno con su prójimo, pues
somos miembros los unos de los otros. Si os airáis, no pequéis (San
Pablo a los Efesios 4,22-26)»".
Este año leemos la Pasión de San Lucas. Jesús dijo a los discípulos:
"-He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes
de padecer… Y tomando pan, dio gracias; lo partió y y se lo dio
diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto
en memoria mía. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo:
-Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama
por vosotros". Y luego les habla del amor del Padre hacia su Hijo y
hacia los hombres, y de la misericordia divina. Y especialmente en la
Pasión es el evangelio del seguimiento de Jesús: hasta la cruz, y
hasta la gloria. No se busca la compasión devota, sino mostrarnos lo
que pasó: la Pasión, con la esperanza dirigida al buen ladrón, cuando
le habla sobre el paraíso. Acaba ahora el combate que Jesús había
empezado en el desierto, donde Jesús había sido tentado y Satanás se
había retirado por un tiempo, esperando su momento; ahora Satanás
vuelve a la batalla, entra en el corazón de Judas y ataca a Simón:
ésta es la hora y el poder de las tinieblas. Pero Jesús vence, nos
abre las puertas del cielo. Pero como el éxodo es necesario antes de
entrar en la tierra prometida, es necesaria la cruz antes de entrar en
la gloria. Es momento en que "va a sufrir" Jesús, y momento en que
vive en plena esperanza-unión con el Padre. Después de hablarles del
servicio que han de tener unos con otros, les dice: "Vosotros sois los
que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el
Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi
mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce
tribus de Israel".
Y luego anima a Pedro, asegurándole su ayuda: "-Simón, Simón, mira que
Satanás os ha reclamado para cribaron como trigo. Pero yo he pedido
por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da
firmeza a tus hermanos". Y después de anunciar la traición y el pecado
de Pedro, "salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo
siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
-Orad, para no caer en la tentación".
Y Jesús rezaba: "-Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que
no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su
angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones,
como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue
hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
-¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación".
Dicen que había uno que no dormía, Juan, y por eso tomó nota de lo que
se cuenta aquí, estaba con un ojo medio abierto, oyendo como en
sueños. El episodio de Getsemaní es menos la tentación de Jesús que la
de sus discípulos. Son ellos los que deben "orar para no entrar en
tentación". Jesús ora, y su oración es el modelo de la oración
cristiana… es muy parecido con el Padrenuestro"; y el combate que
libra es el modelo de la lucha que tenemos: combate penetrado de
oración y sostenido con la ayuda de Dios.
Ahora arrestan a Jesús: "aparece gente: y los guiaba el llamado Judas,
uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: -Judas,
¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?" Pedro, enfadado, con la
espada "hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja
derecha. Jesús intervino diciendo: -Dejadlo, basta. Y, tocándole la
oreja, lo curó". Es la hora del poder de las tinieblas: prendieron a
Jesús, "se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo
sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos", entró al patio y cuando
decían: "-Tú también eres uno de ellos. Pedro replicó:… no lo soy… no
sé de qué hablas… Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El
Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de
la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el
gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban: -Haz de profeta: ¿quién te ha
pegado?" Y le hacían muchos insultos.
Ya de día, los sacerdotes judíos "llevaron a Jesús a presencia de
Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: -Hemos comprobado que éste
anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen
tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey. Pilato preguntó
a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos? El le contestó: -Tú lo dices…
 Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa
diciendo: -¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás. (A éste lo habían metido
en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.)
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús.
Pero ellos seguían gritando: -¡Crucifícalo, crucifícalo!
El les dijo por tercera vez: -Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he
encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le
daré un escarmiento y lo soltaré. Ellos se le echaban encima pidiendo
a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato
decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que
había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo
entregó a su arbitrio.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué
volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de
Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban
golpes y lanzaban lamentos por él… Conducían también a otros dos
malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar
llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores,
uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía: -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y se
repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas diciendo: -A otros ha salvado; que se
salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban
de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres
tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero
en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: -¿No eres
tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le
increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo
suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que
hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Jesús le respondió: -Te lo
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región,
hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo
se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: -Padre, a
tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
-Realmente, este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había
acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían
dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia,
y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que
estaban mirando".
Jesús dice: «Padre, perdónalos». Vence al mal con el perdón. Y basta
una petición de perdón al buen ladrón para que una vida de fracaso se
convierta en un éxito. Esto es la fe cristiana. Esto es el amor de
Dios. Siempre se puede arreglar la cosa, todo es posible para el que
sabe decir: "perdona". Es Jesús que hace las cosas nuevas. No importa
si somos como Pedro, un poco lanzados: "Iré contigo hasta la muerte" y
luego nos "rajamos": Jesús nos mira y así como afianzó a Pedro sobre
la Piedra, nos devuelve la confianza en nosotros mismos. Podemos
aprender, orando como Pedro, ya restablecido, porque rezar nos viene
bien para ponernos buenos. "El Señor le miró, y Pedro se acordó" y así
explica san Agustín: "¿Qué significa: Le miró? En efecto, el Señor no
le miró al rostro como para recordárselo. La realidad es otra. Leed el
evangelio. El Señor estaba siendo juzgado en el interior de la casa
cuando Pedro era tentado en el atrio. Por tanto, el Señor no le miró
con el cuerpo, sino con su majestad; no con la mirada de los ojos de
la carne, sino con su soberana misericordia. Quien había apartado su
rostro de él lo miró y quedó libre. Así, pues, el presuntuoso hubiese
perecido de no haberle mirado el redentor. Ved ahora a Pedro, lavado
en sus propias lágrimas, corregido y levantado, entregado a la
predicación. El que lo había negado, ahora lo anuncia; creen quienes
se habían encontrado en el error".
No es Jesús un héroe solamente, es el hijo de Dios que acaba lo que
comenzó, hacer nuevas todas las cosas, por la obediencia al Padre.
Acaba en la ciudad de Jerusalén aquel "largo viaje" que empezó
Abraham, y muere en el mismo sitio que el patriarca iba a ofrecer a su
hijo. En este sitio se abrirá la puerta de la gloria del Paraíso. Por
eso las iglesias tenían la ventana detrás del altar, en forma de cruz,
dirigida a oriente, entraba la luz pues como celebraremos la pascua
dentro de unos días, la resurrección abre la esperanza a nuestra vida:
"en tu luz, Jesús, hemos visto la luz", en cuanto abrió los ojos al
nacer ya nos alumbró con la luz que hoy le lleva a terminar su obra.
Nos dejará también su memorial, con el que se queda entre nosotros y
se hace la Iglesia (Eucaristía), y el mandamiento del amor. En la
oración de Getsemaní nos dirá que hay que "orar para no entrar en
tentación". Luego, en el camino de la cruz, veremos a Simón de Cirene
que va "detrás de Jesús" "llevando la cruz", y las mujeres que saben
llorar por Jesús, es la compasión… dos formas de expresión de la
amistad, la oración... Luego, el buen ladrón. ¿Y el otro? No sabemos
qué pasó, aunque la proximidad con Jesús puede mucho… y la petición de
perdón que dirige a su Padre, junto con el motivo que se da -"No saben
lo que hacen: ¡sorprendente afirmación de la irresponsabilidad de los
hombres sobrepasados por su propia historia!-, y la frase confiada con
la que Jesús marca su muerte. Jesús, según Lucas, expira en medio de
un sorprendente movimiento de abandono filial.
En el pórtico de la semana santa, al disponernos a celebrar los
misterios centrales de nuestra fe cristiana, te pedimos, Padre
nuestro, que aumentes en nosotros la fe, la esperanza y el amor, para
que estas celebraciones nos sean provechosas y nos acerquen cada vez
más a la imagen de tu Hijo que estamos llamados a reproducir.
Podemos rogar al Señor por nuestras intenciones…
-Para que en esta semana la Iglesia celebre en profundidad el misterio
de la muerte y resurrección de Jesús.
-Para que la celebración de la semana santa aumente en nosotros la fe
y el deseo de trabajar cada día más para que triunfe el amor sobre el
egoísmo...
-Por todos los que en esta semana descansan del trabajo, se
reencuentran con la familia, o viajan de vacaciones; para que el Señor
les acompañe y ellos acompañen también le acompañen...
-Por todos los pueblos pobres del mundo, que esperan -aun sin saberlo-
un mesías que levante su esperanza; para que se alcen de la postración
y recuperen sus utopías mesiánicas...
-Por las comunidades cristianas, en esta "semana mayor"; para que su
vida eclesial y litúrgica crezca en madurez, profundidad,
participación de los laicos y acogida a los alejados...
También podemos haccer una revisión de vida, como conclusión de la
Cuaresma, y dirigirnos hacia una perfecta conversión, que siempre
estará haciéndose, pero que en este hoy queremos vivir especialmente:
-¿Quién es Jesús para mí? ¿Es realmente mi Salvador? ¿Soy consciente
que en la vida además que a dónde voy es importante con quien voy: es
Jesús mi Verdad y fin, Camino y compañero, Vida y motivo del caminar?
¿Qué hago yo por este mundo sin esperanza, y por los pobres que aún no
tienen la riqueza de la fe? ¿Cómo voy a vivir estos días centrales de
la celebración de lo central del misterio de Cristo?
Día 39º. SÁBADO QUINTO (27 de Marzo): Jesús nos trae la nueva Alianza en su Sangre redentora, la liberación que nos hace hijos de Dios
parece muy importante, pero si nos fijamos, cada uno de nosotros
estamos representados por él. Cuando Barrabás iba a morir por haber
matado a un soldado, Jesús apareció y le cambiaron por él, y murió
Jesús en vez de Barrabás. El Señor se cambió por cada uno de nosotros
para que no muriéramos a la vida del alma y para que pudiéramos nacer
de nuevo a la vida de la gracia después del pecado, nacer a la vida
para poder ir también al cielo. Todo lo que hizo fue para que
tuviéramos la oportunidad de amarle.
Y los hombres hemos pagado ese amor tuyo, Señor, con pecados y faltas
de amor. Jesús sabía que íbamos a pagarle así, que íbamos a serle
desagradecidos, y aun así decidió entregarse para que le amáramos.
Puedes imaginarte ahora tú, cambiándote por Jesús en la Cruz de cada
día: faenas que te hacen, enfados, cosas que no te salen, pequeñas
contrariedades... y coger así tu cruz de cada día llevándola con
alegría (José Pedro Manglano). Continúa hablándole a Dios con tus
palabras, o con las pistas de la liturgia que hay más adelante.
Ezequiel anuncia la vuelta de Israel a los momentos de gloria con el
Mesías, después de los sufrimientos del Exilio. Es la continuidad de
la promesa hecha a los patriarcas, a Moisés, a David. Dios establecerá
una Alianza nueva y definitiva de paz y de bienestar con su pueblo
(Misa dominical). En el evangelio de hoy, Jesús es presentado como el
que da su vida «para reunir en la unidad a los hijos de Dios
dispersos». El profeta había ya desarrollado ese tema de la «reunión
de los dispersados», cuando el exilio en Babilonia. Estar juntos.
Estar de acuerdo. Amar y ser amados. Sin embargo, la humanidad siempre
ha sido desgarrada, y los conflictos de hoy son, sin duda, más
profundos que nunca. Pero la aspiración subsiste como un anhelo de
felicidad. ¿Cuál es el hombre que no prefiere la "caricia" al
«puñetazo»? ¿Cuál es el niño que no prefiere la paz familiar a la
discordia entre sus padres? Dios se presenta como «el que procura la
unión». «Voy a congregarlos...» Él mismo es, en sí mismo, un misterio
de unidad: Tres constituidos en uno. Dios hizo la humanidad, cada
hombre, a su imagen. Evoco en mi memoria los esfuerzos de los hombres
para vivir más solidarios unos de los otros, para ayudarse mutuamente,
para dialogar. Dios está obrando en ello... Evoco también las
situaciones contrarias: racismos, separatismos, conflictos, silencios,
no querer dar el primer paso, espíritu partidista, orgullo... Perdón,
Señor.
-"No volverán a formar dos naciones, ni volverán a estar divididos en
dos reinos". Estaban reñidos el Reino de Judá al sur y el Reino de
Israel, al norte. Pero tal situación es símbolo de todas las rupturas
entre hermanos, entre esposos, entre naciones, entre grupos sociales,
entre Iglesias. Hijos del mismo Padre, amados del mismo Dios. Toda
ruptura entre hermanos comienza por desgarrar el corazón de Dios. Toda
división entre hombres, hechos para entenderse, comienza por ser
contraria al proyecto de Dios. Y, para la Iglesia, es un escándalo:
"¡que todos sean uno para que el mundo crea!", «os doy un mandamiento
nuevo: amaos los unos a los otros.» «Felices los constructores de paz,
serán llamados hijos de Dios.» ¿Qué llamada es oída más intensamente
por mí a través de esas Palabras de Dios? ¿En qué punto de la
humanidad he de ser «constructor de unidad», lazo de unión, elemento
de diálogo?
-"Yo seré su Dios... y ellos serán mi pueblo... Y las naciones sabrán
que yo soy el Señor, el que santifica a Israel". La reputación de Dios
está comprometida con el testimonio de unidad que da, o que no da, una
«comunidad cristiana». La desunión de los cristianos, el rechazo del
diálogo y de la búsqueda en común... impiden reconocer a Dios. Las
«naciones no sabrán que Él es el Señor» si no se hace ese esfuerzo de
unidad (Noel Quesson).
La lectura del profeta parece más un pregón de fiesta que una página
propia de la Cuaresma. Y es que la Pascua, aunque es seria, porque
pasa por la muerte, es un anuncio de vida: para Jesús hace dos mil
años y para la Iglesia y para cada uno de nosotros ahora. Dios nos
tiene destinados a la vida y a la fiesta. Los que no sólo oímos a
Ezequiel o Jeremías, sino que conocemos ya a Cristo Jesús, tenemos
todavía más razones para mirar con optimismo esta primavera de la
Pascua que Dios nos concede. Porque es más importante lo que Él quiere
hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la
Cuaresma. La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también
este año, restañar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y
depresiones, perdonar nuestras faltas, corregir nuestras divisiones.
¿Estamos dispuestos a una Pascua así? En nuestra vida personal y en la
comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar»
una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía
salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere
resucitar a nosotros? ¿Se notará que le hemos dejado restañar heridas
y unificar a los separados y perdonar a los arrepentidos y llenar de
vida lo que estaba árido y raquítico? «Tú concedes a tu pueblo, en los
días de Cuaresma, gracias más abundantes» (oración; J. Aldazábal). Y
en la Postcomunión añadiremos: «Humildemente te pedimos, Señor, que
así como nos alimentas con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, nos des
también parte en su naturaleza divina»…
"Ecce nunc dies salutis! –¡He aquí el día de la salvación!" vamos a
responder al Señor, como nos animaba san Josemaría: "Estoy decidido a
que no pase este tiempo de Cuaresma como pasa el agua sobre las
piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me
convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como Él desea
ser querido". Cuaresma que ahora nos pone delante de estas preguntas
fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de
santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo
ordinario entre mis compañeros de profesión? "El cristianismo no es
camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los
años". Procuremos aguzar el ingenio –el amor es agudo- para descubrir
que nuestro Padre del Cielo –que tiene como propio perdonar y tener
misericordia- está siempre esperándonos pues desea perdonar cualquier
ofensa para ofrecernos su casa, está feliz cuando el hijo vuelve de
nuevo a Él, se siente realizado cuando el hijo se arrepiente y pide
perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de
ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia.
San León Magno nos anima a descubrir nuestro mejor yo en ese amor que
Dios nos ha puesto, esas semillas divinas, así decía: "Que cada uno de
los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus
más íntimos afectos".
Y de ahí saldrán propósitos de más sacrificio pues el amor se muestra
ahí, en cosas pequeñas, y ahí también se estropea, con la rutina y
dejadez… "Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no
es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por
contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete gota a gota,
entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro
más fuerte para el cristiano es desperdiciar la pelea en esas
escaramuzas sobrenaturales, que calan poco a poco en el alma, hasta
volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de
Dios" (san Josemaría).
«Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino
también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos».
Hoy, de camino hacia Jerusalén, Jesús se sabe perseguido, vigilado,
sentenciado, porque se ha revelado como Hijo de Dios y ha dado "el
anuncio del Reino" pero no han creido y Caifás ha dicho «os conviene
que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación». Se
prepara para «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos». Nguyen van Thuan decía: "Mira la cruz y encontrarás la
solución a todos los problemas que te preocupan".
Nos encontramos a las puertas de la Semana Santa. Como se suele decir,
el tiempo ha pasado "volando". Hemos hecho el camino de 40 días:
"Caminarán según mis mandatos y cumplirán mis preceptos, poniéndolos
por obra". Sin embargo, si hemos de ser sinceros, y a la vista de las
antífonas de las misas de todos estos días de Cuaresma, en donde se
nos ha invitado a la conversión, a la penitencia, a la penitencia… y a
más penitencia, nos hemos de preguntar: ¿en qué ha consistido esa
reparación, sacrificio o desagravio diario? Yo siempre tengo la
impresión que tenía que haber hecho más. Menos mal que hay una cosa
llamda "tiempo" que con la experiencia de lo vivido puedo seguir
mejorando: mientras hay vida hay esperanza… siempre suelo decir: "esto
no ha salido… todavía".
Jesús "se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada
Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos". El Señor se reúne
con sus íntimos en vísperas de lo que ha de acontecer. La oración, es
la antesala de la penitencia, y ésta la mesa del sacrificio. Pero
Jesús, además de acompañarse de sus discípulos, cuenta contigo y
conmigo, y en ese altar de la Eucaristía se encuentra toda la
humanidad, esperando, una vez más, la pequeña penitencia que hoy
hayamos podido realizar. Sólo así, ganaremos almas para Dios
(Archidiócesis Madrid).
Como un "gong" suenan en los oídos lo que nos ha dicho estos días: "El
que es fiel a mis palabras no morirá para siempre", "tiene ya la vida
eterna": Señor, no quiero más egoísmo, reticencias, cálculo; hazme
como tú, entregado a mi vocación a la que Dios me llama, a la Verdad,
quiero oír que me dices: "Yo soy el Hijo de Dios", y que me devuelves
la pregunta: ¿Y tú quién pretendes ser? ¿Quién pretendes ser, que no
aceptas plenamente mi amor en tu corazón? ¿Quién pretendes ser, que
calculas una y otra vez la entrega de tu corazón a tu vocación
cristiana en tu familia, en la sociedad? ¿Por qué no terminar de
entregarnos? ¿Por qué estar siempre a medio gas? Las ceremonias que la
Iglesia nos va a ofrecer esta Semana Santa no pueden ser simplemente
momentos de ir a Misa, momentos de rezar un poco más o momentos de
dedicar un tiempo más grande a la oración. La Semana Santa es un
encuentro con el misterio de un Cristo que se ofrece por nosotros para
decirnos Quién es. El encuentro, la presencia de Cristo que se me da
totalmente en la cruz y que se muestra victorioso en la resurrección,
tenemos que realizarla en nuestro interior. Tenemos que enfrentarnos
cara a cara con Él. Es muy serio y muy exigente el camino del Señor.
Cristo en la Eucaristía se nos vuelve a dar totalmente. Cada
Eucaristía es el signo de la fidelidad de la promesa de Dios: "Yo
estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo". Dios no se
olvida de sus promesas. Y cuando vemos a un Dios que se entrega de
esta manera, no nos queda otro camino sino buscarlo sin descanso.
Buscarlo sin descanso a través de la oración y, sobre todo, a través
de la voluntad, que una vez que se ha optado por Dios nuestro Señor,
así se mueva la tierra, no se altera, no varía; así no entienda qué es
lo que está pasando ni sepa por dónde le está llevando el Señor, no
cambia. Dios promete, pero Dios también pide. Y pide que por nuestra
parte le seamos fieles en todo momento, nos mantengamos fieles a la
palabra dada pase lo que pase. Romper esto es romper la verdad y la
fidelidad de nuestra entrega a Cristo. Que la Eucaristía abra en
nuestro corazón una opción decidida por nuestro Señor, una gratitud
profunda porque permitió que mi vida, una vez más, lo vuelva a
encontrar, lo vuelva a amar, consciente de que el Señor nunca olvida
sus promesas.
"He aquí mi Cuerpo entregado. He aquí mi Sangre derramada". Jesús se
da para enrolar en su movimiento de amor a toda la humanidad.
"Humildemente, te suplicamos que, participando al Cuerpo y a la Sangre
de Cristo, seamos reunidos en un solo cuerpo". La fraternidad
universal de la familia humana -familia de Dios- es un don del Padre,
que la sangre de Jesús nos ha merecido. La humanidad desgarrada de hoy
tiene siempre la misma necesidad de sacrificio. Racismos. Oposiciones.
Luchas y violencia. La humanidad es un gran cuerpo descuartizado.
Cristo ha dado su vida para que, en Él, la humanidad llegue a ser un
Cuerpo único. ¿Y yo? ¿Trabajo en esa gran obra de Dios?
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, que nos conceda la gracia de que este tiempo Pascual,
que estamos por celebrar, sea realmente para nosotros un tiempo
especial de gracia, para que, vueltos de nuestros pecados, podamos
participar de la Vida que Dios nos ofrece en Cristo Jesús, y podamos,
así, convertirnos en luz que ilumine el camino de la humanidad hacia
la unión plena con Dios. Amén (homiliacatolica.com)
 
