martes, 9 de marzo de 2010

Día 20º. LUNES TERCERO (8 de Marzo) Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor


Día 20º. LUNES TERCERO (8 de Marzo) Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor
Cuenta el Libro de los Reyes que “Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel”. Su mujer tenía una esclava judía que le dijo a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y se puso nervioso: “Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí". Pero Eliseo, el hombre de Dios, dijo al rey: "Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". Naamán llegó y Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor".
Estaba enfermo de lepra, era tozudo, pero al final obedeció y se hizo el milagro.  Los sirios tenían fama de poseer secretos mágicos para curar las enfermedades. Los judíos, inferiores en sabiduría y en ciencia profana, tienen el favor divino de curar. Cuando sufro por mis pecados, cuando me siento impuro o egoísta, cuando veo que soy cobarde ante mis responsabilidades... ¿acudo a Dios, a la gracia de mi bautismo? Yo también he sido lavado por el agua que purifica por la Fe. No saldré de mis debilidades con mis esfuerzos sino con tus sacramentos, Señor: penitencia y eucaristía... Tú eres: "el que salva", eres mi salvador” (Noel Quesson).
Ayer veíamos que Jesús era la roca de donde manaba agua viva. Es desde la Cruz de donde saldrán esos ríos de agua y sangre redentora, los sacramentos, que nos curarán. Su Cruz que explicarán mis cruces. La cruz de Cristo no era sólo el lugar donde murió, el dolor de la soledad, las injusticias que sufrió, los insultos que recibió... Los de aquel momento y los de toda la historia. El dolor que siente por lo que yo he hecho mal hoy contra otra persona, o contra mí mismo o contra Él. Esa es su cruz, Él sufre cuando yo no me porto bien.
Y mi cruz de cada día, la que tengo que coger para seguirle, no es ponerme piedras en los zapatos. Mi cruz es el dolor cuando me duele algo, las injusticias que sufro, el cansancio de una clase larga, luchar contra la pereza, el esfuerzo por ser generoso -porque me cuesta dar mis cosas-. Mi cruz es trabajar bien cuando no me apetece. Y saber obedecer cuando no quiero, y luchar contra esas debilidades que me cuestan... todo esto es obedecer y así al hacer la voluntad de Dios, amar a Dios y a los demás, más que mi voluntad. Durante esta cuaresma, Señor, quiero coger mi cruz de cada día porque quiero seguirte. ¡Que sea generoso, Dios mío! Continúa hablándole a Dios con tus palabras.
Para esto nos ha dado una “poción mágica”, un alimento más potente que el de Asterix y la olla donde cayó Obelix, y es la fe y los sacramentos, la santa Misa. Que no la desaprovechemos. Una historia: A media tarde, Jorge entra en la cocina como un huracán y le dice a su mujer:
"-Hola, cariño... Voy a cambiarme. Felipe y yo vamos a jugar un partido de tenis antes de que se haga de noche".
 
-"¡Pero, Jorge! –se queja su mujer- es muy tarde y tenía preparada una excelente cena: carne a la borgoñesa, y verduras, y una tarta de limón."
"-Lo siento, cariño -responde Jorge- tomaré un bocadillo en un bar. Tómatelo tú..."
A los cinco minutos, Jorge ya está en camino. Su mujer no puede reprimir el llanto.
-"No me quiere", solloza contemplando la excelente cena que había preparado a su marido. Cualquier mujer que lea esto simpatizará con la esposa de Jorge y hasta muchos hombres le darán la razón, sin pensar que casi todos somos culpables de una falta de consideración semejante, cuando no vamos a este encuentro con nuestro Amigo Jesús. Falta de consideración con Jesús. Desprecio del amor que ha derrochado con nosotros. Indiferencia ante el Gran Banquete -la Eucaristía, la Comunión- a que nos invita. ¿Vas a Misa siempre que puedes? ¿Adelantas el estudio para poder ir a estar con tu Amigo acompañándole en la Pasión, que eso es la Misa? Qué buen propósito: durante la Cuaresma ir a Misa siempre que pueda, todos los días que me sea posible (José Pedro Manglano).
Mira qué Salmo tan bonito: “Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?
Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas.
Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío”.
«Ningún manjar es más sabroso para el alma que el conocimiento de la verdad» (Lactancio); pedir luz para en estos días mirar a Dios, mirarnos a nosotros mismos: considerar la vida del Señor, para conocerle más, para tratarle más, para amarle más, para seguirle más. Son momentos de agradecer esta oportunidad de una nueva conversión, de fomentar la esperanza: Dios se vuelca con gracias muy especiales. Es el de hoy un salmo de búsqueda… en nuestra vida aparecen preguntas, dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué el malo triunfa y el justo viene pisoteado? ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad? Este salmo recoge las aspiraciones del alma: “Como anhela la cierva… así te anhela mi alma… Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?” Esa aspiración es una necesidad del hombre que no se puede ahogar, nos nace en el interior… Cuando no se encuentra a Dios, esas palabras expresan nuestra sed de Él, la unión con Dios: «Tu gracia vale más que la vida» (Salmo 62,4). Esta sed queda saciada en Cristo crucificado y resucitado. Decía San Josemaría Escrivá: “Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo… mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios?: verle, contemplarlo, conversar con él. Lo podemos realizar ya ahora, lo estamos tratando de vivir, es parte de nuestra existencia”. También aquel himno de vísperas:
“Esta es la hora para el buen amigo,
llena de intimidad y confidencia,
y en la que, al examinar nuestra conciencia,
igual que siente el rey, siente el mendigo.
Hora en que el corazón encuentra abrigo
para lograr alivio a su dolencia
y, el evocar la edad de la inocencia,
logra en el llanto bálsamo y castigo.
 
Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.
 
Hora en que un ángel roza nuestra frente
y en que el alma, como cierva herida,
sacia su sed en la escondida fuente”.
Es además una sed que se quita compartiendo el agua que Dios nos da, como leemos en santa Teresa: el amor crece cuando se sabe comunicar, y en una pequeña historia que leí por Internet: En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto, año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos.  - "¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año?" preguntó el reportero. - "Verá usted, señor," dijo el agricultor. - "El viento lleva el polen del maíz maduro, de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz debo ayudar a que mi vecino también lo haga". Lo mismo es con otras situaciones de nuestra vida. Quienes quieran lograr el éxito, deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos.
“Jesús dijo a los de Nazaret que «ningún profeta es bien recibido en su patria... muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio». Y se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó”.
Esperaban ver cosas extraordinarias. No tienen fe, y Jesús no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar nuestra alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios (Noel Quesson). No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. ¡Auméntanos la fe! «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración). «Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo), y queremos también vivir este deseo: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación).
Esta apertura hacia la gracia supone ser dócil a las cosas pequeñas que el Señor nos pide, a esa conversión, y si yo cambio se harán realidad las grandes cosas, como señalan aquellas frases que corren por internet: “Si yo cambiara mi manera de pensar hacia otros, me sentiría seren@.
Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.
Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos.
Si yo me aceptara tal como soy, quitándome mis defectos, cuánto mejoraría mi familia, mi ambiente.
Si yo comprendiera plenamente mis errores, sería humilde.
Si yo encontrara lo positivo en todos, la vida sería digna de ser vivida.
Si yo amara al mundo, a mi país....lo cambiaría.
Si yo me diera cuenta de que al lastimar, el primer lastimad@ soy yo!  
Si yo criticara menos y amara más....
Si yo cambiara... cambiaría el mundo”.
 
 
 
 
 

Cuaresma, 2º semana, sábado: la vida es un ir volviendo a la casa del Padre, con la conversión

Cuaresma, 2º semana, sábado: la vida es un ir volviendo a la casa del Padre, con la conversión
 
Libro de Miqueas 7,14-15.18-20: Apacienta con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los tiempos antiguos! Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas. ¿Qué dios es como Tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? Él no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad. El volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos.
 
Salmo 103,1-4.9-12: De David. Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; / bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. / Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; / rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura; / no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; / no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. / Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; / cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados.
 
Texto del Evangelio (Lc 15,1-3.11-32): En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.
Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».
 
Comentario: 1. Miq. 7, 14-15. 18-20. No basta con perdonar. El Señor no sólo nos perdona nuestros pecados, conforme a su infinita misericordia; sino que va más allá: aplasta con sus pies nuestras iniquidades y arroja a lo hondo del mar nuestros delitos. Él quiere que, perdonados y reconciliados con Él, caminemos como santos, pues Él, nuestro Dios, es Santo. Para que esta obra de salvación fuera realidad en nosotros, Él nos envió a su propio Hijo, el cual cargó sobre sí nuestras iniquidades y clavó en la cruz el documento que nos condenaba. Quien crea en Jesús y lo acepte en su vida habrá hecho la voluntad de Dios, que no nos ha dado otro nombre bajo el cual podamos salvarnos. Dios ha salido a buscarnos como el pastor busca a la oveja descarriada. Dejémonos encontrar y salvar por Él mientras aún es el tiempo de la salvación. Dios nos ama; dejémonos amar por Él para que lleve a buen término su obra en nosotros y nos transforme de pecadores en justos y en hijos suyos.
Las ovejas alocadas, perdidas en el monte bajo, esperan que vaya el pastor a liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales. –“Como en los días de tu salida de Egipto, haznos ver prodigios”. “La misericordia de Dios no puede ser un estímulo a la pereza. No me salvaré por mis propias cualidades, ¡seguro! Tengo de ello experiencia. Pero, tampoco me salvaré si no colaboro, si no participo por mi parte en esa salvación que Dios me da. Hay al menos que tender la mano y el corazón para acogerla. De otro modo, el hombre moderno podría acusarnos de estar «alienados»: el término "misericordia" no tiene buena prensa en la literatura de hoy... (Ver Encíclica "Rico en misericordia" de Juan Pablo II). Se le encuentra resabio de sentimentalismo y paternalismo. De hecho la salvación de Dios suscita nuestra responsabilidad: es preciso que sea esperada y recibida con todo nuestro ser... y, en particular, debemos llegar a ser misericordiosos, cuando uno mismo ha sido beneficiario. «Perdonad... como habéis sido perdonados...»” (Noel Quesson).
Hemos señalado algún aspecto de la devoción a la divina misericordia. Hoy, ahondando en el tema, querría traer a este propósito el recuerdo de Santa Teresita, a la que volveremos a recordar en el mes de octubre, que comienza con su memoria. Ella, apóstol de la Misericordia, nos hace ver que “Dios es sólo amor y misericordia”, Dios es un Padre que me ama, y por eso lo perdona todo; realmente Dios antes que nada es Amor, y todo ha sido hecho porque nos ama: "Dios creó solo aquellos seres, de los que se enamoró" (Card. Lehman). Cada uno podemos pensar: existo, porque Él se enamoró de mí. Soy aceptado por Dios; me quiere como soy. En mí todo es gracia: nací de un sueño de amor de Dios –que está loco por mí- y me tiene un amor gratuito. Una chica, al descubrir cómo vivir de la gratuidad de Dios, escribía: “Una tarde volvía yo de la reunión de oración y mi abuela me esperaba en la cocina, como siempre. Yo le conté emocionada: ‘-yaya, ¡no te imaginas! ¡Dios me quiere como soy! No tengo que hacer nada para que me quiera... ¿no es alucinante?’ Y a mi abuela se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: ‘-me han estafado. Me han engañado’. Y es que a ella le habían predicado que el amor de Dios hay que merecérselo y ganárselo a base de méritos. Claro, como eso es imposible, nunca se había sentido digna y, por tanto feliz. Ella no conocía el significado de ‘dejarse amar por Dios’” (de una revista de la renovación carismática).
¿Tiene razón la nieta o la abuela? Realmente el corazón de Dios se vuelca en mí como hijo, más allá de la realidad concreta de mis obras buenas o malas. Cuántas angustias se han causado, por no explicar bien cómo es Dios, mostrándolo como “justiciero”... toda justicia divina hay que entenderla desde esa misericordia, todas las verdades de doctrina, hasta el infierno: que no lo ha hecho Dios para nosotros, sino que es la triste posibilidad de no amar, la autoexclusión de quien no quiere amar a Dios y a los demás. ¿Es al mismo tiempo cierto que las obras son meritorias? Si, y pienso que sólo podemos captar la Misericordia cuando abrimos el corazón, es como un chorro inmenso que está siempre –el Amor que siempre está como cayendo del cielo- pero del que sólo podemos llenarnos según nuestro recipiente, la medida de nuestro corazón. ¿Cómo se ensancha éste? Cuando se da; y es algo cíclico: la grandeza del amor se multiplica cuando se da: eso lleva a fijarse en lo bueno, en lo positivo de los demás, en sus cualidades, virtudes, acciones...
Hoy es particularmente iluminador este espíritu de Santa Teresita, que nos muestra un  Dios todo amor y misericordia, donde la justicia queda explicada con la ternura. Escribe poco antes de su muerte: “dice el Evangelio que Dios vendrá como un ladrón. A mí vendrá a robarme con gran delicadeza. ¡Como me gustaría ayudar al Ladrón!... no tengo ningún miedo del Ladrón. Lo veo lejos y en vez de gritar: ¡al ladrón!, lo llamo diciéndole: ¡por aquí, por aquí!” Este espíritu -del Evangelio- es útil para impregnar todos los campos (Derecho, relaciones laborales...) pero pienso que particularmente la educación. Mirando una imagen de Jesús con dos niños, explica con inocencia profunda: “soy yo este pequeñito que ha subido al regazo de Jesús, que alarga tan graciosamente su piernecita, que levanta la cabeza y lo acaricia sin temor. El otro pequeño no me gusta tanto; le han dicho algo..., sabe que debe tratar con respeto a Jesús”. Tantas veces la educación –también la religiosa- ha sido cargada de un respeto que da miedo, y lo que más ayuda al ambiente de nuestro tiempo, lleno de miedo e inseguridad, es esa paz y esperanza de sentirnos queridos, pese a nuestras equivocaciones e incertidumbres. Cuando se encuentra vacía de obras buenas de cara al juicio que llega a su muerte, dice la Doctora de la Iglesia que Jesús “no podrá pagarme –según mis obras-... Pues bien, me pagará según las suyas”.
Una oración humilde y confiada en Dios, es la que nos ofrece Miqueas hoy; el Señor:
“- es como el pastor que irá recogiendo a las ovejas de Israel que andan perdidas por la maleza;
- volverá a repetir lo que hizo entonces liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto;
- y no los castigará: Dios es el que perdona; ésa es la experiencia de toda la historia: «se complace en la misericordia», «volverá a compadecerse», será «compasivo con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos»;
- «arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos». Es una verdadera amnistía la que se nos anuncia hoy.
2. Sal. 102. Alabemos a Dios, nuestro Padre, porque ha sido misericordioso para con nosotros. Él nos ha perdonado y ha alejado para siempre de su presencia todos nuestros pecados. En Cristo Jesús hemos conocido el Rostro amoroso y misericordioso de Dios. El Señor no se ha quedado en promesas de salvación. Él ha cumplido su palabra y nos llama para que, creyendo en Jesús, hagamos nuestros su amor y su vida. Dios sabe que somos frágiles, inclinados al pecado. Tal vez muchas veces la concupiscencia nos llevó por caminos de rebeldía a Dios. Pero el Señor, cuando ve que volvemos a Él con el corazón arrepentido, se nos muestra como un Padre lleno de amor y de ternura para con nosotros. Aprovechemos este tiempo de gracia del Señor para volver a Él y, recibido su perdón, caminar en adelante como hijos de Dios, glorificando su Santo Nombre con nuestras buenas obras. El salmo 102, un hermoso canto a la misericordia de Dios, insiste: «el Señor es compasivo y misericordioso... no nos trata como merecen nuestros pecados». Es un salmo que hoy podríamos rezar por nuestra cuenta despacio diciéndolo en primera persona, desde nuestra historia concreta, a ese Dios que nos invita a la conversión. Es una entrañable meditación cuaresmal y una buena preparación para nuestra confesión pascual... ¿Sabemos pedir perdón? ¿Preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que parece descrito detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión, perdón y fiesta? ¿O bien actuamos como el hermano mayor? Él no acepta que al menor se le perdone tan fácilmente. Tal vez tiene razón en querer dar una lección al aventurero. Pero Jesús contrapone su postura con la del padre, mucho más comprensivo. Jesús mismo actuó con los pecadores como lo hace el padre de la parábola, no como el hermano mayor. Éste es figura de una actitud farisaica. ¿Somos intransigentes, intolerantes? ¿Sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿Miramos por encima del hombro a «los pecadores», sintiéndonos nosotros «justos»? La Cuaresma debería ser tiempo de abrazos y de reconciliaciones. No sólo porque nos sentimos perdonados por Dios, sino también porque nosotros mismos decidimos conceder la amnistía a alguna persona de la que estamos alejados” (J. Aldazábal). «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (entrada). «¿Qué Dios hay como Tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa?» (1ª lectura). Todos hemos de seguir estos días las pisadas del joven: «Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (evangelio), para «que la gracia de tus sacramentos llegue a lo más hondo de nuestro corazón» (poscomunión).
3. Lc 15,1-3.11-32 (= Cuaresma 4º domingo C). “Dejarse amar por Dios. -Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: "Este acoge a los pecadores y come con ellos." Una revelación esencial de Dios. La parábola del hijo perdido y encontrado... por su padre. La parábola del Padre que no desespera jamás de sus hijos. Habitualmente llamada: la parábola del "hijo pródigo". Pero es el "padre", y no el hijo, el que constituye el centro de la parábola. Contemplemos a nuestro Dios, que Jesús nos revela aquí. -“Un hombre tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre: "Dame la parte de hacienda que me corresponde." El padre les dividió la hacienda”. Un padre amoroso, respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus dos hijos. Con la muerte en el alma deja partir al menor; pero con la esperanza de que será adulto algún día y comprenderá el amor de su padre. Un hijo disconforme, que quiere vivir su vida, que rehúsa el estar sometido, que cree que será más libre si está totalmente independizado. Es una rebelión típica de nuestro tiempo y de todos los tiempos: "el rechazo del padre"... el rechazo de Dios. Característica del mundo moderno. Fenómeno global del ateísmo.
-“Disipó su hacienda en una vida disoluta...” y conoció la miseria. El pecado siempre se presenta primero como agradable, atrayente, seductor. El Maligno es suficientemente hábil para, de momento, disimular su "juego". Vivir su libertad, reivindicar su autonomía... es positivo bajo un cierto aspecto. Eres Tú, Señor, quien nos has dado esta sed de libertad. Haz que seamos más lúcidos, Señor. Ayúdanos a detectar lo que es una verdadera dilatación del espíritu, de lo que corre el peligro de acabar en decrepitud.
Cuando el hombre desprecia su dignidad y baja al abismo, ahí también está Dios… San Pedro Crisólogo señala: Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre (Lc 15,18)… “El que pronuncia estas palabras estaba tirado por el suelo. Toma conciencia de su caída, se da cuenta de su ruina, se ve sumido en el pecado y exclama: Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre. ¿De dónde le viene esta esperanza, esta seguridad, esta confianza? Le viene por el hecho mismo de que se trate de su padre. Ha perdido su condición de hijo; pero el padre no ha perdido su condición de padre. No hace falta que ningún extraño interceda cerca de un padre; el mismo amor del padre intercede y suplica en lo más profundo de su corazón a favor del hijo. Sus entrañas de padre se conmueven para engendrar de nuevo a su hijo por el perdón. “Aunque culpable, yo iré donde mi padre.’ Y el padre, viendo a su hijo, disimula inmediatamente la falte de éste. Se pone en el papel de padre en lugar del papel de juez. Transforma al instante la sentencia en perdón, él que desea el retorno del hijo y no su perdición... Lo abrazó y lo cubrió de besos (Lc 15,20) Así es como el padre juzga y corrige al hijo. Lo besa en lugar de castigarlo. La fuerza del amor no tiene en cuenta el pecado, por esto con un beso perdona el padre la culpa del hijo. Lo cubre con sus abrazos. El padre no publica el pecado de su hijo, no lo abochorna, cura sus heridas de manera que no dejan ninguna cicatriz, ninguna deshonra. Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado (Sl 31,1)… el hijo sigue siendo hijo de Dios y, siendo hijo, también heredero (Rom 8,17). La herencia es un conjunto de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que sólo en el Cielo alcanzará su plenitud y seguridad completa. Hasta entonces tenemos la posibilidad de marcharnos lejos de la casa paterna y malgastar los bienes de modo indigno a nuestra condición de hijos de Dios. Cuando el hombre peca gravemente, se pierde para Dios, y también para sí mismo, pues el pecado desorienta su camino hacia el Cielo; es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. Se aparta radicalmente del principio de vida, que es Dios, por la pérdida de la gracia santificante; pierde los méritos que ha logrado durante su vida, se incapacita para adquirir otros nuevos, y queda de algún modo sujeto a la esclavitud del demonio. Fuera de Dios es imposible la felicidad, incluso aunque durante un tiempo pueda parecer otra cosa.
En la oscuridad, sigue habiendo una luz… donde vemos el bien y la verdad, la belleza y el camino de la esperanza… En el examen de conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios esperaba, y espera de ella. En el examen, con la ayuda de la gracia, nos conocemos como en realidad somos. Los santos se han reconocido siempre pecadores porque, por su correspondencia a la gracia, han abierto las ventanas de su conciencia, de par en par, a la luz de Dios, y han podido conocer bien su alma. En el examen también descubriremos las omisiones en el cumplimiento de nuestro compromiso de amor a Dios y a los hombres, y nos preguntaremos: ¿a qué se deben tantos descuidos? La soberbia también tratará de impedir que nos veamos tal como somos: han cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos (Mt 13, 15).
Todos nosotros, llamados a la santidad, somos también el hijo pródigo. “La vida humana es, es cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición... Volver por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios” (san Josemaría). Hemos de acercarnos a la Confesión sin desfigurar la falta ni justificarla. Con humildad, sencillez y sinceridad. Con verdadero dolor por haber ofendido a nuestro Padre. El Señor, por Su misericordia, nos devuelve en la confesión lo que habíamos perdido por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Y la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría (F. Fernández Carvajal).
-“Se levantó y partió hacia su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Danos, Señor, este valor... saber reconocer nuestro mal y tomar la postura eficaz para probar que es verdadera nuestra decisión.
-“Cuando aún estaba lejos, vióle el padre, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello... mandó que le trajeran la más bella túnica, un anillo, unas sandalias... hizo preparar un festín”. Es así como el padre acoge al hijo "rebelde". Incansablemente, leo y vuelvo a leer estas palabras. Eres Tú, Jesús, quien ha inventado este relato. Eres Tú quien ha acumulado todos esos detalles del retorno del hijo pródigo. Escucho tu voz. Trato de imaginar las inflexiones de tu voz cuando decías esto por primera vez. Querías darnos a entender algo muy importante.
¿Cómo reaccionaron tus oyentes? ¿Qué hicieron después de haberlo oído? ¿Vinieron a confiarte sus pecados? ¿Oíste confesiones, Señor? ¿Qué confidencias te hicieron? Los "hijos pródigos" de Dios comprendieron delante de quién se encontraban, y ¡cuán grande era su suerte de tener tal Padre!
-“Hijo mío, todo lo mío es tuyo”. Fórmula de amor. Y el padre se ve obligado a decirla también al hijo mayor quien, aparentemente, se había quedado "en la casa", ¡pero que tampoco había comprendido gran cosa del amor que su padre le tiene! El menor, precisamente a causa de su pecado, y de su vida lejos del hogar... y a causa también del perdón que acaba de recibir, comprenderá mejor ahora ¡cómo y cuánto es amado! ¡Gracias!” (Noel Quesson).
El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello de la alianza), las sandalias (para llevar el evangelio de paz, una vez recuperada) y el mejor vestido (la inmortalidad, incorruptibilidad de la gracia), digno de un huésped de honor, para un banquete (la Eucaristía) con música y danzas (la alegría). La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”. El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere entrar en la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre reconoce que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden entrar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.
Ante la noticia de una masacre en una escuela de Alemania (12.3.2009), por parte de un alumno resentido (como tantos otros episodios de varios países), me pregunto: ¿cómo es que somos tan poco civilizados en la práctica? Para nuestra civilización “tan” civilizada, se hace muy difícil comprender tantas cosas… estamos en un mundo falto de educación, pero pienso que lo que falta es educar el corazón, está mucha gente necesitada de amor que nadie le da… Cuentan en el Arzobispado de Madrid que hay un programa de acogida a niños con carencias que se llama: “Se buscan abrazos”. La parábola del hijo pródigo es también muy actual, para ayudar a esos países nórdicos donde hay tanto aislamiento, a buscar el abrazo del padre al hijo, de los hermanos, de todos los hombres... Ese abrazo resume todo lo que hemos querido meditar durante esta semana. El hijo abrazó su fortuna y se fue desasido de su padre. Se sentía infantil bajo la protección de su padre y se lanzó en busca de otros abrazos. Se echó en los brazos de la “buena vida”, de la juerga, del vino, de los amigotes, de las prostitutas y terminó humillado por todos ellos e intentando abrazar las algarrobas que comían los cerdos, y hasta ese mísero abrazo al alimento de los puercos le estaba vedado. Es como el abrazo de la boa constrictor, al principio es suave, de tacto agradable, pero termina ahogando y, o eres capaz de zafarte de él, o acabas siendo devorado y deglutido lentamente por los jugos gástricos del animalejo. Muchos buscan abrazos perdidos, como un marido cae en brazos de otra mujer, en lugar del abrazo de amor auténtico. El otro abrazo, el abrazo del padre, parece mucho más difícil de recibir. Es el pecado de muchos católicos, pensar que hemos de merecernos el amor de Dios, y al pecar desesperar, al no vernos dignos, vernos malos… Parece que hay que ganárselo, pensar excusas para acercarse a él, darle vueltas a razonamientos que justifiquen nuestra indignidad y hacernos un hueco entre sus brazos. Y, ciertamente, es un abrazo inmerecido, no nos lo ganamos por nuestra locuacidad ni por nuestra capacidad de “dar lástima”. Es Dios Padre quien se conmueve cuando ve que nos acercamos, el que echa a correr a nuestro encuentro, nos abre los brazos en un inmenso abrazo y nos cubre de besos, callando todos nuestros estúpidos razonamientos o nuestras injustificables justificaciones. Toda la humillación de esta semana es elevada en los brazos del Padre y, sintiéndonos otra vez como niños pequeños y balbucientes ante Dios, nos damos cuenta de que Él nos quiere y ése es nuestro mayor tesoro, el que nunca querremos perder. No dejes que pase hoy sin acercarte a tu padre Dios, acércate a la Iglesia y recibe el sacramento de la confesión y- aunque creas que te va a costar mucho, que llevas demasiado tiempo cuidando cerdos-, en cuanto te decidas, será tu padre Dios quien correrá a tu encuentro, verás todos tus pecados sujetos con clavos a la cruz y encontrarás la vida de la gracia que da vida a lo que parecía un cadáver. Confíale a María este propósito de no aplazar un día más esa reconciliación con Dios que necesitas y, aunque te cueste avanzar por la humillación de tus pecados, descubrirás que es realmente cierto que “él que se humilla será enaltecido”.
Jesús, que ante la tentación no piense sólo en mí: en lo que gano y en lo que pierdo. Que piense, sobretodo, en lo que te alegras Tú si venzo, o en lo que sufres si te abandono. Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos (san Josemaría). Jesús, a la hora de pedir perdón, a veces tampoco me doy cuenta de cómo me estás esperando. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció. Tú estás esperándome con impaciencia…, y yo no tengo prisa en venir. Pasan días de espera que no pasarían si me diera cuenta de cómo me quieres y cuánto deseas mi pronta conversión. Hace falta sólo que abramos el corazón. Tú has querido, Jesús, que esa vuelta a la casa del Padre la podamos realizar a través del Sacramento de la Confesión. Que no la retrase innecesariamente cuando veo que me hace falta; que no permanezca alejado cuando Tú me quieres en casa, y me esperas como un Padre a su hijo. María, aunque en la parábola no aparece la madre del hijo pródigo, me imagino perfectamente su reacción ante la marcha del hijo y ante su regreso a casa. Cómo te hará sufrir, por mí, el pecado, y cómo te alegrará la confesión. Ayúdame a evitar el pecado, y acudir prontamente –sin vergüenzas, sin pereza- al remedio de la confesión (Pablo Cardona).
Jesús escandalizaba a los fariseos: come con pecadores... La comida era algo tan sagrado para los antiguos judíos, que uno sólo podía sentarse a la mesa de quien es como uno. Jesús come con pecadores: ¡obviamente es un pecador! El planteamiento de Jesús es totalmente diferente: Él es el rostro humano de la misericordia infinita de Dios, es el Dios que se acerca a todo hombre para regalarle su amor. Es el Dios dedicado hasta el extremo a cada uno de los suyos. Es el padre que está amorosamente atento a la vuelta de sus hijos errantes a su casa, a su mesa y a su fiesta. Otros, en cambio, parecen preferir ser un grupo aislado, el grupo de los perfectos, el de los que "no abandonaron la casa del padre"... Algunos tienen una actitud sectaria, una actitud que rechaza a todos los que ya no están unidos a su origen, o que no aceptan a los que no-son-como-uno. Dios, en cambio, quiere invitarnos a todos a su fiesta, la fiesta de la alegría por recuperar lo perdido. Frente a un mismo acontecimiento, tenemos dos actitudes diferentes, la de un padre, dedicado y preocupado por su hijo perdido, y la de un hermano orgulloso de su "pureza" que rechaza la infidelidad del hermano arrepentido ... El tema de la comunión de mesa con los pecadores se enmarca en un tema muy amplio: Jesús come con pecadores y prostitutas, con pobres y mujeres. Hasta es acusado de "borracho" por los comentarios del barrio. Pero, en la misma línea, habla del Reino de Dios como un banquete al cual son invitados todos los hombres, y frente al rechazo de los que se creían perfectos (como el hijo mayor), un banquete al que se invita a los pobres y despreciados; incluso lo indica expresamente: cuando des un banquete, invita a los pobres, a los que no pueden devolverte la invitación. ¿Entraremos a la fiesta?
Hoy vemos la misericordia, la nota distintiva de Dios Padre, en el momento en que contemplamos una Humanidad “huérfana”, porque —desmemoriada— no sabe que es hija de Dios. Cronin habla de un hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos. Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre... «Padre, he pecado» (cf. Lc 15,21), queremos decir también nosotros, y sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida» (Lc 15,23-24). Así, ya que «Dios nos espera —¡cada día!— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría), recorramos el camino con Jesús hacia el encuentro con el Padre, donde todo se aclara: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Concilio Vaticano II). El protagonista es siempre el Padre. Que el desierto de la Cuaresma nos lleve a interiorizar esta llamada a participar en la misericordia divina, ya que la vida es un ir regresando al Padre.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en una región de sombras de muerte una luz les brilló. Los que no éramos pueblos hemos sido constituidos en Pueblo de Dios. Y el Padre misericordioso se alegra de haber encontrado a su hijo, el que por muchos años y siglos había vagado lejos de la casa paterna. Dios no quiere la salvación sólo para unos cuantos elegidos. Él nos ama a todos y quiere que todos los hombres se salven. Él ha enviado a su Iglesia a proclamar su Evangelio hasta el último rincón de la tierra. La Buena Nueva de salvación no puede encerrarse cobardemente en un grupo de iniciados. Dios quiere que todos lleguemos a ser hijos suyos. Esa es la misericordia que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo que bajó del cielo para conducirnos a él. Él cargó sobre sí nuestras miserias e hizo suyos nuestros delitos. Él retorna junto con toda la humanidad pecadora, pero arrepentida, para ser recibida como es recibido el Hijo en la casa paterna. Unamos nuestra vida a Cristo para que, perdonados de nuestros pecados, seamos dignos de participar del Banquete eterno en la alegre compañía del Hijo de Dios. Dios, en Cristo Jesús, ha venido para recibirnos a nosotros, pecadores, y a sentarnos a su mesa. Dios jamás nos ha abandonado, ni se ha olvidado de nosotros. A pesar de que la humanidad ha vivido lejos del Señor, Él nos sigue amando. Y no se queda esperándonos en su casa para que retornemos a Él. Él ha salido a buscarnos y no ha descansado hasta encontrarnos para ofrecernos su perdón. A quienes lo aceptamos como nuestro Dios y Señor nos lleva sobre sus hombros, lleno de alegría, de regreso a la Casa Paterna. Nuestra conversión inicial, culminada en el Bautismo, se vuelve a realizar en este Sacramento Eucarístico, centro y culmen de la vida de la Iglesia. Por eso, no sólo venimos a adorar a Dios contemplándolo lejano a nosotros. Venimos para unirnos con el Señor en una Alianza nueva y eterna. Por eso no podemos volver a nuestra vida diaria revestidos de la maldad. Dios nos ha revestido de su propio Hijo amado en quien Él se complace, para contemplarlo en nosotros. Tal vez en otro tiempo fuimos irreflexivos, rebeldes, descarriados, esclavos de toda clase de malas inclinaciones y placeres, llenos de maldad y de envidia; éramos despreciados y nos odiábamos unos a otros. Pero a pesar de todo eso Dios nos salvó, no por alguna obra buena nuestra, sino sólo por su gran misericordia (cfr Tit 3, 3ss). ¿En verdad habrán quedado atrás nuestros pecados y nuestras pasiones desordenadas? En esta Cuaresma no podemos llegar a celebrar la Pascua sólo por tradición. Debemos permitirle al Señor que renueve nuestro corazón para que, guiados por su Espíritu Santo que habita en nosotros, podamos ir a dar testimonio de lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros. Quien continúe como esclavo del pecado no puede llamarse hijo de Dios, pues aún no ha iniciado, por lo menos, su camino de retorno al Señor. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda volver a Él, rico en misericordia. Que nos dejemos revestir de Cristo y que hagamos nuestra su Misión para llevar a todos, tanto con las palabras como con el ejemplo, su mensaje de salvación para que vuelvan a Él y sean sus hijos amados. Amén (www.homiliacatolica.com).
 

domingo, 7 de marzo de 2010

Día 19º. DOMINGO TERCERO (7 de Marzo): Dios se presenta a Moisés, y le explica su nombre y anuncia que vendrá al mundo más tarde…

Día 19º. DOMINGO TERCERO (7 de Marzo): Dios se presenta a Moisés, y le explica su nombre y anuncia que vendrá al mundo más tarde…
 
“Moisés era pastor del rebaño de su suegro, sacerdote de Madián (en el Sinaí). Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía”. Yahveh le habló: «¡Moisés, Moisés!» Él respondió: «Heme aquí.» Le dijo: «No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada.» Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés no le vio el rostro a Dios, Yahveh le prometió la libertad para el pueblo de Israel, y que les llevaría a “una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel”. Y Dios se presenta: nos preguntamos ¿cómo es Dios? Pues vamos a ver qué ha dicho Él, ya que nos gustaría conocer más cosas de cómo es. Nos gustaría preguntarle: «¿Cómo te llamas, Señor? Dime quién eres. Enséñame tu nombre». Moisés dialogará más tarde con el Señor como con un amigo, que le concede lo que le pide «pues has hallado gracia a mis ojos y yo te conozco por tu nombre». Aquí, cuando se presentan, le dice que quiere conocer su nombre: «Déjame ver por favor tu gloria». Nosotros también se lo decimos: Quiero conocer tu misterio, lo que hay más dentro de ti, la fuente última de tus acciones y sentimientos. Quiero saber cómo nos miras y qué quieres de nosotros. ¿Qué somos nosotros para ti? ¿Qué eres Tú para nosotros? Dios dará a conocer a su amigo sólo parte de lo que pide. Conocer el nombre de una cosa o una persona equivalía casi a poseerla y dominarla. Por eso le dirá: «pronunciaré delante de ti mi nombre... Pero mi rostro no podrás verlo porque nadie puede ver a Dios y seguir con vida». Me podrás ver como de paso, como una ráfaga. Podrás llegar a ver, no mi cara, sino «mis espaldas». Habrá que esperar mucho tiempo para poder ver el rostro de Dios, que se manifestó en Jesucristo, el cual es: «Resplandor de su gloria»; «la gloria de Dios que está en la faz de Cristo».
Pues Dios le dijo: soy “Yahveh”, que significa “El que soy-el que vendré”, la palabra es difícil traducir, por eso también quiere decir Emmanuel, Dios con nosotros, Jesús es Dios que viene. Cuando Jesús nos dice “Yo os digo” está hablando como Dios, con ese Nombre. Así se da a conocer Dios: "Yo soy el que me manifestaré ser en la obra que haga, por la cual sabréis quien soy". Él es el que nos salva, Dios no tiene otro nombre que su misma obra salvadora. La obra de Dios es la revelación de su nombre Yahveh. El nombre de Dios se está siempre descubriendo a quienes ven la obra de Dios, por eso decimos: “santificado sea tu nombre…” el nombre de Dios no termina nunca de revelarse, siempre renovado en su presencia activa a la fe de los creyentes, que lo están conociendo siempre de nuevo en su acción salvadora (edic. Marova).
Por eso le damos gracias y cantamos con el Salmo: “Bendice a Yahveh, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre, bendice a Yahveh, alma mía, no olvides sus muchos beneficios. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, Yahveh, el que hace obras de justicia, y otorga el derecho a todos los oprimidos, manifestó sus caminos a Moisés, a los hijos de Israel sus hazañas. Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor; como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen”. Como un padre siente ternura por sus hijos siente el Señor ternura por sus fieles. El salmo de hoy es el de la ternura de Dios, como madre: como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo, dice el Señor. Esto nos hace dar  gracias a Dios, la que más sabe es la Virgen María con su Magníficat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador..." Queremos tener mantener encendido el fuego divino de la liberación, del amor, corresponderle. Señor, quiero hacer oración, tratarte como un amigo, saber tu nombre, hablar contigo:
“Cuando estén afinadas, Maestro mío,
todas las cuerdas de mi vida,
cada vez que Tú las toques
cantarán amor” (R. Tagore).
Los israelitas en el desierto estuvieron protegidos del sol bajo la nube (como un paraguas que les mandaba Dios) y todo esto eran símbolos de lo que vendría: la nube la hemos visto en la transfiguración, cuando pasaron el Mar Rojo era imagen del bautismo que tenemos, los cristianos, dice S. Pablo, saboreaban más a Cristo en su corazón que el maná que tomaban los israelitas en la boca, y la roca de la que salía una fuente era Cristo era Cristo que de su Corazón abierto nacerán ríos de agua viva. Todas aquellas cosas eran figuras de lo que vendría, pero se hallaban oscuras, y hay que iluminarlo para verlo. Como una castaña o nuez, hay que quitarles la corteza para saborearlo, hincarle el diente.
Jesús dice que los que han sufrido unas desgracias no son más pecadores que los demás, que la “mala suerte” no es porque “se lo merecen”. Y explica que hemos de pensar en dar fruto para la vida eterna, con esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?"
Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."»
Es la “parábola de la paciencia”, pero que hemos de procurar no dormirnos. La idea es que todos tenemos necesidad de cambiar, no sólo cuando nos sale mal algo. Es lógico que deba rectificar si actúo mal. Pero si algo va bien tampoco tengo que estar tranquilo, puedo siempre esforzarme más. No se tratar de ser más que los demás, sino de dar lo mejor de mi mismo, como los artistas. Esta es la excelencia que se nos pide. El Dios que Moisés llegó a conocer es un Dios cercano. No está en las nubes o en el tercer cielo. Es un Dios que se deja encontrar en lo de cada día. Es el Dios del encuentro. Llegará a poner la Tienda del Encuentro, en medio de su pueblo. Jesús, el Emmanuel es el que «acampó entre nosotros»! Está en mi clase, en mi casa, entre mis amigos...
Quiere decir que Dios viene a nuestro encuentro: «He bajado». Se deja encontrar por Moisés y se deja encontrar por todos los que le buscan. Como se dejó encontrar por Magdalena. Se deja encontrar siempre en la tienda del amor. Dios está con nosotros: «Yo estaré contigo», le dijo a Moisés. No viene de visita, para ver cómo nos van las cosas. El se queda y está con nosotros. El «Yo estoy contigo» es una de las frases más repetidas en toda la historia de la salvación. No sólo contigo, sino en ti. Su presencia es muy íntima. Está ahí, alentando nuestra existencia. Es la fuente secreta de nuestra vida. Y quiere decir que Dios está con nosotros especialmente cuando nos encontramos. Donde hay unión, “buen rollo”, allí está Dios: “donde hay verdad y amor allí está Dios”, dice la canción. La dispersión, la desunión, la discordia, los muros y las fronteras, son el signo más claro de la ausencia de Dios.
-Un Dios compasivo y misericordioso. Dios es sensible, entrañable, benévolo. Le llegan nuestros problemas y le duelen nuestros sufrimientos. ¡Que Dios no es impasible! ¡Que Dios no es un duro! ¡Que Dios es capaz de llorar! ¿Cómo serán las lágrimas divinas? En la conversación con Moisés se manifiesta como: El que ve: «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto». Esta visión le conmueve, le interpela y le hace tomar partido. Es una comprensión profunda y compasiva. El que oye: «He escuchado su clamor. El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí». No hace oídos sordos. Los tiene bien abiertos, especialmente para los que sufren, para el clamor del pobre: «Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo».
Es una revelación preciosa. Dios es el que mira con cariño, el que se prodiga en caricias y gestos de ternura, el que nos sonríe y hace gracia, el que se emociona con nuestras cosas. El que hace gracia, favor, y el que hace gracias, alegrías y chirigotas con nosotros. El que juega con nosotros. ¿Cómo serán sus juegos? El que nos dice palabras y cosas bonitas. El que llega a bailar gozoso y "danzar" emocionado con nosotros, «con gritos de júbilo» (Sof 3,17). Decididamente, Dios es maternal y un pobre enamorado (Caritas).
A la Madre Teresa de Calcuta se atribuyen estos pensamientos: «La vida es una oportunidad, aprovéchala. La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es un juego, juégalo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es amor, gózalo. La vida es un misterio, desvélalo. La vida es tristeza, supérala. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es una aventura, arrástrala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela.»
 
 
 
 

sábado, 6 de marzo de 2010

18º. SÁBADO SEGUNDO (6 de Marzo): la vida es un ir volviendo a la casa del Padre, con la conversión

Día 18º. SÁBADO SEGUNDO (6 de Marzo): la vida es un ir volviendo a la casa del Padre, con la conversión
Reza el profeta: “Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas. ¿Qué dios es como Tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía…?” sigue diciendo que “ama la fidelidad. Él volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados”. Dios ha salido a buscarnos como el pastor busca a la oveja perdida. Dejémonos encontrar y salvar por Él... Dios nos ama; dejémonos amar por Él y nos transforme de pecadores en justos y en hijos suyos. Las ovejas alocadas, perdidas en el monte bajo, esperan que vaya el pastor a liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales. A veces veo que no controlo, que estoy como loco, como una cabra, un potro salvaje, y me da mucha paz pensar: existo, porque Dios se enamoró de mí. Me quiere como soy. En mí todo es gracia: nací de un sueño de amor de Dios –que está loco por mí- y me tiene un amor gratuito. Podemos decir: “¡Dios me quiere como soy! No tengo que hacer nada para que me quiera... ¿no es alucinante?” A una persona cuando se lo dijeron se le llenaron los ojos de lágrimas y dijo: “-me han estafado. Me han engañado”.  Es que le habían dicho que el amor de Dios hay que merecérselo y ganárselo a base de méritos. Claro, como eso es imposible, nunca se había sentido digna y, por tanto feliz. No conocía el significado de “dejarse amar por Dios”. Por eso nos decía Juan Pablo II: “¡abrid las puertas de vuestro corazón a Cristo!” Porque en Cristo el corazón de Dios se vuelca en mí como hijo, más allá de la realidad concreta de mis obras buenas o malas. Cuántas angustias se han causado, por no explicar bien cómo es Dios, mostrándolo como “justiciero”... toda justicia divina hay que entenderla desde esa misericordia, todas las verdades de doctrina, hasta el infierno: que no lo ha hecho Dios para nosotros, sino que es la triste posibilidad de no amar, la autoexclusión de quien no quiere amar a Dios y a los demás. ¿Es al mismo tiempo cierto que las obras son meritorias? Sí, y pienso que sólo podemos captar la Misericordia cuando abrimos el corazón, es como un chorro inmenso que está siempre –el Amor que siempre está como cayendo del cielo- pero del que sólo podemos llenarnos según nuestro recipiente, la medida de nuestro corazón. Tomaremos más gracia según nuestro corazón: si tengo un dedal, tomaré todo lo que me quepa: un dedal. Si tengo un pantano, cabrá un pantano de cielo. ¿Cómo se ensancha el recipiente, el corazón? Con el amor, cuando se da; y es algo que se retroalimenta: la grandeza del amor se multiplica cuando se da: eso lleva a fijarse en lo bueno, en lo positivo de los demás, en sus cualidades, virtudes, acciones...
Hoy es iluminador este espíritu de Santa Teresita, que nos muestra un  Dios todo amor y misericordia, donde la justicia queda explicada con la ternura. Escribe poco antes de su muerte: “dice el Evangelio que Dios vendrá como un ladrón. A mí vendrá a robarme con gran delicadeza. ¡Como me gustaría ayudar al Ladrón!... no tengo ningún miedo del Ladrón. Lo veo lejos y en vez de gritar: ¡al ladrón!, lo llamo diciéndole: ¡por aquí, por aquí!” Este espíritu del Evangelio es útil para impregnar todas las cosas de la vida: vida en familia, escuela, compañerismo, trato con los vecinos, la educación... Mirando una imagen de Jesús con dos niños, explica con inocencia profunda: “soy yo este pequeñito que ha subido al regazo de Jesús, que alarga tan graciosamente su piernecita, que levanta la cabeza y lo acaricia sin temor. El otro pequeño no me gusta tanto; le han dicho algo..., sabe que debe tratar con respeto a Jesús”. Tantas veces la educación –también la religiosa- ha sido cargada de un respeto que da miedo, y lo que más ayuda al ambiente de nuestro tiempo, lleno de miedo e inseguridad, es esa paz y esperanza de sentirnos queridos, pese a nuestras equivocaciones e incertidumbres. Cuando se encuentra vacía de obras buenas de cara al juicio que llega a su muerte, dice la Doctora de la Iglesia que Jesús “no podrá pagarme –según mis obras-... Pues bien, me pagará según las suyas”.
Una oración humilde y confiada en Dios, es la que nos ofrece Miqueas hoy; el Señor:
“- es como el pastor que irá recogiendo a las ovejas de Israel que andan perdidas por la maleza;
- volverá a repetir lo que hizo entonces liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto;
- y no los castigará: Dios es el que perdona; ésa es la experiencia de toda la historia: «se complace en la misericordia», «volverá a compadecerse», será «compasivo con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos»;
- «arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos». Es una verdadera amnistía la que se nos anuncia hoy.
Por eso cantamos en el Salmo: “bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura… no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas… aparta de nosotros nuestros pecados”.
Dejarse amar por Dios. Hoy vemos que se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: "Este acoge a los pecadores y come con ellos." Y Jesús les dijo entonces la parábola del hijo perdido y encontrado... por su padre. La parábola del Padre que no desespera jamás de sus hijos. Es el "padre", y no el hijo, el que constituye el centro de la parábola. Un padre amoroso, respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus dos hijos. Con la muerte en el alma deja partir al menor; pero con la esperanza de que será adulto algún día y comprenderá el amor de su padre. Un hijo disconforme, que quiere vivir su vida, que rehúsa el estar sometido, que cree que será más libre si está totalmente independizado. Es una rebelión típica de nuestro tiempo y de todos los tiempos: "el rechazo del padre"... el rechazo de Dios. Característica del mundo moderno. Fenómeno global del ateísmo.
"Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba”.
El pecado siempre se presenta primero como agradable, atrayente, seductor. El Maligno es suficientemente hábil para de momento, disimular su "juego". Vivir su libertad, reivindicar su autonomía... es positivo bajo un cierto aspecto. Eres Tú, Señor, quien nos has dado esta sed de libertad. Haz que seamos más lúcidos, Señor.
“Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'”.
-Danos, Señor, este valor... saber reconocer nuestro mal y tomar la postura eficaz para probar que es verdadera nuestra decisión.
“Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”.
Es así como el padre acoge al hijo "rebelde". Incansablemente, leo y vuelvo a leer estas palabras.
“El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traed en seguida la mejor ropa y vestidlo, ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero engordado y matadlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta”.
-Eres Tú, Jesús, quien ha inventado este relato. Eres Tú quien ha acumulado todos esos detalles del retorno del hijo pródigo. Escucho tu voz. Trato de imaginar las inflexiones de tu voz cuando decías esto por primera vez. Querías darnos a entender algo muy importante. ¿Cómo reaccionaron tus oyentes? ¿Qué hicieron después de haberlo oído? ¿Vinieron a confiarte sus pecados? ¿Oíste confesiones, Señor? ¿Qué confidencias te hicieron? Los "hijos pródigos" de Dios comprendieron delante de quién se encontraban, y ¡cuán grande era su suerte de tener tal Padre!
“El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
-Hijo mío, todo lo mío es tuyo. Fórmula de amor. Y el padre se ve obligado a decirla también al hijo mayor quien, aparentemente, se había quedado "en la casa", ¡pero que tampoco había comprendido gran cosa del amor que su padre le tiene! El menor, precisamente a causa de su pecado, y de su vida lejos del hogar... y a causa también del perdón que acaba de recibir, comprenderá mejor ahora ¡cómo y cuánto es amado! ¡Gracias! (Noel Quesson).
Comenta san Ambrosio: «No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales. Porque el Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el que no pierde lo que da lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos. En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello, pues el Señor es quien levanta los corazones, te dará un beso, señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero Él te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y Él sin embargo te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete».
Hoy vemos la misericordia, la nota distintiva de Dios Padre, en el momento en que contemplamos una Humanidad “huérfana”, porque —desmemoriada— no sabe que es hija de Dios. Cronin habla de una hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos.
Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre...
«Padre, he pecado», queremos decir también nosotros, y sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida». Así, ya que «Dios nos espera —¡cada día— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría), recorramos el camino con Jesús hacia el encuentro con el Padre, donde todo se aclara: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Concilio Vaticano II).
El protagonista es siempre el Padre. Que el desierto de la Cuaresma nos lleve a interiorizar esta llamada a participar en la misericordia divina, ya que la vida es un ir regresando al Padre.
Todos somos hijos de Dios y, siendo hijos, somos también herederos. La herencia es un conjunto de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que sólo en el Cielo alcanzará su plenitud y seguridad completa. Hasta entonces tenemos la posibilidad de marcharnos lejos de la casa paterna y malgastar los bienes de modo indigno a nuestra condición de hijos de Dios. Cuando el hombre peca gravemente, se pierde para Dios, y también para sí mismo, pues el pecado desorienta su camino hacia el Cielo; es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. Se aparta radicalmente del principio de vida, que es Dios, por la pérdida de la gracia santificante; pierde los méritos que ha logrado durante su vida, se incapacita para adquirir otros nuevos, y queda de algún modo sujeto a la esclavitud del demonio. Fuera de Dios es imposible la felicidad, incluso aunque durante un tiempo pueda parecer otra cosa.
En el examen de conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios esperaba, y espera de ella. En el examen, con la ayuda de la gracia, nos conocemos como en realidad somos. Los santos se han reconocido siempre pecadores porque, por su correspondencia a la gracia, han abierto las ventanas de su conciencia, de par en par, a la luz de Dios, y han podido conocer bien su alma. En el examen también descubriremos las omisiones en el cumplimiento de nuestro compromiso de amor a Dios y a los hombres, y nos preguntaremos: ¿a qué se deben tantos descuidos? La soberbia también tratará de impedir que nos veamos tal como somos: han cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos (Mateo 13, 15).
Todos nosotros, llamados a la santidad, somos también el hijo pródigo. “La vida humana es, es cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición... Volver por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios“ (San Josemaría). Hemos de acercarnos a la Confesión sin desfigurar la falta ni justificarla. Con humildad, sencillez y sinceridad. Con verdadero dolor por haber ofendido a nuestro Padre. El Señor, por Su misericordia, nos devuelve en la Confesión lo que habíamos perdido por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Y la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría (Francisco Fernández Carvajal).
San Pedro Crisólogo (hacia 406-450) obispo de Rávena, doctor de la Iglesia en sus Sermones hablaba de ese “Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre”, que nos pasa a todos por la cabeza, y decía: “El que pronuncia estas palabras estaba tirado por el suelo. Toma conciencia de su caída, se da cuenta de su ruina, se ve sumido en el pecado y exclama: “Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre.” ¿De dónde le viene esta esperanza, esta seguridad, esta confianza? Le viene por el hecho mismo que se trata de su padre. “He perdido mi condición de hijo; pero el padre no ha perdido su condición de padre. No hace falta que ningún extraño interceda cerca de un padre; el mismo amor del padre intercede y suplica en lo más profundo de su corazón a favor del hijo. Sus entrañas de padre se conmueven para engendrar de nuevo a su hijo por el perdón. “Aunque culpable, yo iré donde mi padre.”
Y el padre, viendo a su hijo, disimula inmediatamente la falta de éste. Se pone en el papel de padre en lugar del papel de juez. Transforma al instante la sentencia en perdón, él que desea el retorno del hijo y no su perdición... “Lo abrazó y lo cubrió de besos” (Lc 15,20). Así es como el padre juzga y corrige al hijo. Lo besa en lugar de castigarlo. La fuerza del amor no tiene en cuenta el pecado, por esto con un beso perdona el padre la culpa del hijo. Lo cubre con sus abrazos. El padre no publica el pecado de su hijo, no lo abochorna, cura sus heridas de manera que no dejan ninguna cicatriz, ninguna deshonra”. “Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado” (Sl 31,1).”
El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”.
El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la justicia “a secas”: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído y lo hace grande. Vamos a pedir a la Virgen que nos dejemos amar por el Señor, y transformar en lo que Él quiera.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 5 de marzo de 2010

Cuaresma 2ª semana, jueves: seremos juzgados en el amor a los demás, ahí está la grandeza del corazón del hombre, su realización completa

Cuaresma 2ª semana, jueves: seremos juzgados en el amor a los demás, ahí está la grandeza del corazón del hombre, su realización completa
 
Libro de Jeremías 17,5-10 (=DOMINGO 06C): Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto. Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones.
 
Salmo 1,1-4.6: ¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento, porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal.
 
Texto del Evangelio (Lc 16,19-31 = domingo 26C): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».
Comentario: 1. Jeremías (17, 5-10) hablaba a su pueblo, pero también sus palabras son para nosotros. Comenta San Agustín: «El hombre se perdió por primera vez a causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amado a sí mismo y hubiese antepuesto a Dios a sí mismo, hubiera estado siempre sometido a Dios; no se hubiera inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Dios.  / Amarse a uno mismo no es otra cosa que querer hacer la propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte, no amándote. Pues, para que sepáis que es un vicio amarse, dice así el Apóstol: “habrá hombres amantes de sí mismos”...  “amantes del dinero”. Ya estáis viendo que te encuentras fuera... ¿Por qué vas fuera?... Comenzaste a amar lo que es exterior a ti y te extraviaste». Y evoca así la parábola del hijo pródigo: «Vuelto a sí se dirige al Padre, donde encuentra refugio segurísimo. Si, pues, había salido de sí y de aquél que le había dado el ser, al volver a sí para ir al Padre, niégase a sí mismo. ¿Qué es negarse a sí mismo? No presuma de sí, advierta que es hombre y escuche el dicho profético: “¡Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre!” (Jer 17,5). Sea guía de sí mismo, pero no hacia abajo; sea guía de sí mismo, mas para adherirse a Dios».
“La Cuaresma nos propone una gracia, un don de Dios. Pero se nos anuncia que es también juicio: al final ¿quién es el que ha acertado y tiene razón en sus opciones de vida? Tendríamos que aprender las lecciones que nos va dando la vida. Cuando hemos seguido el buen camino, somos mucho más felices y nuestra vida es fecunda. Cuando hemos desviado nuestra atención y nos hemos dejado seducir por otros apoyos que no eran la voluntad de Dios, siempre hemos tenido que arrepentirnos después. Y luego nos extrañamos de la falta de frutos en nuestra vida o en nuestro trabajo” (J. Aldazábal).
¿Estamos apegados a «cosas»? ¿Tenemos tal instinto de posesión que nos cierra las entrañas y nos impide compartirlas con los demás? Diremos que no, que nosotros no somos así, por eso hemos de preguntarlo a los demás, que nos ayuden a comunicar nuestros dones –capacidades, tiempo, dinero, y sobre todo amor, capacidad de escucha…- a los otros. Porque la austeridad no es tirar todo para quedarse con poco, sino amar y dar, y darnos. El otro día salió en clase la expresión “hay más alegría en dar que en recibir” y comentó uno de los alumnos en la reunión: “eso no está claro”. Ni mucho menos, pues en esta época nuestra en que se exaltan valores como el éxito y la riqueza, el “estado del bienestar” hace oídos sordos a las preocupaciones de la gente con menos recursos, aquí y en otros países. Pero intuimos que el tener, sólo, no basta para dar la felicidad, que el egoísta es un amargado. Como en la película de Orson Wells, “El ciudadano Kane”, quien no se da a los demás, se encuentra al final solo.
¿Qué es generosidad? Es dar limosna a un niño de la calle, invertir tiempo en obras de caridad, pero también escuchar al amigo que quiere abrir su corazón. En definitiva, salir de uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar “en-tu-siasmado” (volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo, en “éxtasis”). No mirarse al espejo, sino descubrir que lo importante de la vida no es el juego de intereses sino la entrega generosa, puesta de manifiesto en la amistad, el amor, la maternidad.
La generosidad es la expresión del amor, eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero que es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva.
Es virtud de las almas grandes, una apertura del corazón que sabe amar, donde no se busca más gratificación que dar y ayudar. Eso, en sí mismo, satisface. “Mejor es dar que recibir” (Hch 20,25). Con su ejercicio, se ensancha el corazón pues el egoísmo empequeñece, y el aumento de la capacidad de amor da más juventud al alma.
Generosidad es juzgar con comprensión; sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, “que no se nos caigan los anillos” al hacer algo que está “por debajo” de nuestra condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es ocasión de servir.
Una forma muy elevada de vivir la generosidad es comunicar la alegría de la fe; más que con palabras es con el ejemplo como se transmite la fe; cuando está vivida: con la cordialidad, hablando bien de todos, escuchando atentamente, con el don de la oportunidad y visión positiva, sobrenatural, de los acontecimientos… y haciendo favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: “gracias a ti aprobé las matemáticas”. Facilitar la amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse prudentemente; es la base humana de esas confidencias sobrenaturales, que abren horizontes en nuestra vida. Sobre todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice “lo que hacéis con estos lo hacéis conmigo”.
La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, participar con los sentimientos de la miseria ajena para hacerla propia; y así la limosna es algo natural, como el amor a los pobres. Muchas veces son los más necesitados los que poseen ese don de la misericordia, como la viuda de Sarepta que, viendo al profeta hambriento que fue a su puerta en medio de la sequía de un mal año, amasó el pan con la poca harina y el aceite que le quedaba; y no faltó más harina ni más aceite en aquella casa. Lo que damos, lo que ofrecemos, tiene intereses muy altos; cuando servimos experimentamos lo que decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y ví que la vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”.
                 Vivir no es transcurrir. La primera lectura de hoy nos pregunta por eso: "¿Quién entenderá el corazón del hombre?". No hemos de sorprendernos por las incoherencias y desgarrones íntimos de la vida propia o ajena. "Gaudium et Spes" ya señala que estamos sometidos hoy a muchos cambios, quizá semejantes a la crisis de crecimiento de un adolescente, que es como mar impetuoso, olas que suben y bajan, dificultades para el trato... El hombre crece en su poder sobre la creación, pero teme sus consecuencias; profundiza en su conocimiento pero se muestra cada vez más inseguro; intuye qué es la libertad, mientras se siente más esclavo; sabe qué es solidaridad, que es posible atender a los pobres, pero… "nunca el género humano tuvo a disposición suya tantas riquezas, tantas posibilidades y tanto poder económico. Sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre aún hambre y miseria, mientras inmensas multitudes no saben leer ni escribir. Nunca como hoy ha tenido el hombre sentido tan agudo de su libertad, mas al mismo tiempo surgen nuevas formas de esclavitud social y psíquica. Y, mientras con todo ahínco se busca un ordenamiento temporal más perfecto, no se avanza paralelamente en el progreso espiritual”.
¿Puede el hombre vivir sin religión, sin idea de Dios, sin ideales, valores comunes a todos, y más allá de su existencia personal, más allá de la muerte? Jean-Paul Sartre escribía: "afirmar a Dios es negar al hombre"; es la visión de Dios como “competidor” nuestro, y seguir a Jesús se ve como una especie de anti-humanismo, y por eso también cierta cultura post-moderna pretende buscar nuevos humanismos, que excluyan a Dios para afirmar solamente al hombre. “Jesús no pone en competencia el amor a Dios y el amor al prójimo; sino que los une y hace a uno causa y motivación del otro. Para que el ser humano sea grande y digno de todo respeto necesita a Dios; donde Dios muere, muere fatalmente también el hombre. En el fondo del equívoco en que se debate un cierto pensamiento moderno, hay una profunda ignorancia del evangelio y del auténtico mensaje cristiano”, mensaje de amor que da vida, que nos enseña Jesús con la entrega de su propia vida por nosotros: «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). “¡Que al participar en la Eucaristía, memorial de la entrega que Jesús hace de su propia vida por nosotros, nos enseñe Él a amarnos unos a otros como Él nos amó!” (Moisés Aguilar).
Hace muchos años, a un hombre se le presentó la oportunidad de mejorar su empleo, pero debía emigrar con su familia desde Nueva York hasta Australia; y así lo hizo. Entre su numerosa familia tenía un apuesto hijo que soñaba en convertirse  en un gran actor. Mientras su sueño se hacía realidad, trabajaba en los embarcaderos. Una noche, de regreso a casa, fue atacado por un grupo de delincuentes, quienes además de robarle, lo golpearon salvajemente, desfigurando su rostro y dejándolo al borde de la muerte. Incluso la policía al encontrarlo lo llevó a la morgue; sin embargo, al darse cuenta de que aún vivía, lo trasladó a urgencias.
Al verle, una enfermera exclamó con horror: ¡Este joven no tiene rostro! (me salto los detalles de la descripción, pueden verse en Internet). Fue intervenido quirúrgicamente en numerosas ocasiones, tiempo en que estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Su recuperación fue lenta, aun y así producía asombro y hasta miedo y rechazo... ya no era más aquel joven apuesto y soñador. Reintegrarse a la vida social fue difícil; no lograba hacer amigos, no conseguía trabajo, a excepción de ser atracción en un circo como “El hombre sin rostro”, pero aun ahí la gente no quería acercarse a él; sufría mucho, hasta el grado de llegar a tener pensamientos suicidas.
Un día, en un templo, lloraba y suplicaba a Dios que tuviera compasión de él; un sacerdote se impresionó tanto al verle y escuchar su relato que le prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que fuera restaurado su rostro, su dignidad y su vida.  Consiguió que un cirujano plástico le atendiera, sin coste alguno. Él empezó a ver la vida con alegría, esperanza y amor; la cirugía y la reconstrucción dental fueron todo un éxito; comenzó a participar en actividades de la iglesia, fue bendecido con una maravillosa esposa e hijos, alcanzó el éxito en la carrera que soñaba: ser un gran actor y productor de cine, con reconocimiento mundial; y debido a su experiencia conserva un alto grado de sensibilidad solidaria ante las necesidades de quienes sufren...  Este joven es Mel Gibson, y su vida inspiró el filme “Un hombre sin rostro”, que él mismo produjo (Cfr. “Les dejo mi Paz”). En ella muestra cómo este hombre a su vez ayuda a un chico que tiene serios problemas, y necesita un referente para crecer por dentro; así, será ayuda para los demás.
Nuestro corazón, la cosa más traicionera y difícil de curar; pero la cosa más importante, pues del corazón brotará nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y el amor a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¿En quién hemos puesto nuestro corazón? ¿Quién habita en él?, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Nuestra propia experiencia del pecado ha inclinado muchas veces nuestro corazón más al mal que al bien; se han abierto heridas que difícilmente pueden curarse, pues preferimos continuar siendo dominados por nuestra concupiscencia que por la bondad, cuyo camino a veces se nos hace demasiado arduo y difícil por tener que renunciar, incluso, a nosotros mismos. Por eso le hemos de pedir al Señor que sea Él quien haga su obra de salvación en nosotros, pues sólo Él puede realizar una nueva creación en nuestra vida. Él enviará a nuestros corazones su Espíritu; y entonces podrá concedernos tener en verdad un corazón nuevo y un espíritu nuevo, pues nuestra confianza estará colocada sólo en Dios, y no en cualquier otra persona ni en ninguna otra cosa. Que Dios nos conceda esa gracia especialmente en este tiempo, con el que nos preparamos para celebrar la Pascua.
2. –El Salmo 1 es una meditación sobre el destino de los buenos y de los malos. El tema de los caminos en el Antiguo Testamento y en el Nuevo, en la vida de la Iglesia primitiva, como en la Didajé, es muy expresivo de las diferentes actitudes humanas. Abramos nuestro corazón a la presencia del Señor que se acerca a nosotros para habitar en nuestro corazón. Aprendamos a escuchar su Palabra y a meditarla amorosamente en nuestro interior, de tal forma que, comprendiéndola, nos decidamos a ir por los caminos de Dios. Entonces la Palabra de Dios no será algo inútil en nosotros, sino que nos santificará y nos hará tan puros como Ella. Pero no busquemos sólo nuestra santidad; el amor que le tengamos a Dios y su presencia en nosotros debe impulsar nuestra existencia para que, con una vida intachable, nos convirtamos en testigos del amor de Dios para los demás. Y ser intachable significa arrancar de nosotros los odios, las injusticias, los desprecios, las venganzas, las maldades y vicios. Por eso no podemos decir que amamos a Dios, y que somos fieles a sus enseñanzas, si no somos capaces de amar a nuestro prójimo y de dar nuestra vida por Él. Que esta Cuaresma no sólo nos una a Dios, sino que sea un camino también de cercanía a nuestro prójimo, para fortalecerlo en su camino hacia nuestro Dios y Padre. Hoy rezamos: «Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia Ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar» (Colecta). «Te pedimos, Señor, que el fruto de este santo sacrificio persevere en nosotros, y se manifieste siempre en nuestras obras» (Postcomunión).
3. Lucas 16,19-31: Tú recibiste bienes en vida y Lázaro a su vez males; por eso encuentra aquí consuelo mientras tú padeces. El juicio de Dios supondrá la inversión de acá abajo. El rico Epulón y el pobre Lázaro son las dos posturas en la vida que se cambian en el juicio de Dios. Hemos de atender a la voz de Dios, pues sólo en ellas encontramos el camino seguro para recibir el premio en la otra vida. Dios ha hablado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y sigue hablando en la Iglesia, a través de la Tradición, el Magisterio, los dogmas y los sacramentos (Manuel Garrido). San Agustín destaca el destino final de quienes siguen uno u otro camino: «Ved a uno y a otro, al que vive en el placer y al que vive en el dolor: el rico vivía entre placeres y el pobre entre dolores; el primero banqueteaba, el segundo sufría; aquél era tratado con respeto por la familia que lo rodeaba, éste era lamido por los perros; aquél se volvía más duro en sus banquetes, éste ni con las migajas podía alimentarse. / Pasó el placer, pasó la necesidad; pasaron los bienes del rico y los males del pobre; al rico le vinieron males y al pobre bienes. Lo pasado pasó para siempre; lo que vino después nunca disminuyó. El rico ardía en los infiernos; el pobre se alegraba  en el seno de Abrahán. Primeramente había deseado el pobre una migaja de la mesa del rico; luego deseó el rico una gota del dedo del pobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; el placer de aquél terminó en el dolor sin fin».
El Evangelio nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado. Es fuerte el contraste entre el rico y el pobre con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21). “Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad”. San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia», de ahí el relato detallado del sufrimiento postrero del rico: hay una justicia final. “Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados”.
Pero no seguiremos aquí un relato tremendista, sino el de Benedicto XVI, en su encíclica sobre la esperanza (nn. 44-46), cuando se refiere a un mundo sin Dios como injusto: “La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (cf. Ef 2,12). Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. Una imagen, por lo tanto, de ese pavor al que se refiere san Hilario cuando dice que todo nuestro miedo está relacionado con el amor. Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra este tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón, por ejemplo, Dostoyëvski en su novela “Los hermanos Karamazov”. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada. A este respecto quisiera citar un texto de Platón que expresa un presentimiento del juicio justo, que en gran parte es verdadero y provechoso también para el cristiano. Aunque con imágenes mitológicas, pero que expresan de modo inequívoco la verdad, dice que al final las almas estarán desnudas ante el juez. Ahora ya no cuenta lo que fueron una vez en la historia, sino sólo lo que son de verdad. « Ahora [el juez] tiene quizás ante sí el alma de un rey [...] o algún otro rey o dominador, y no ve nada sano en ella. La encuentra flagelada y llena de cicatrices causadas por el perjurio y la injusticia [...] y todo es tortuoso, lleno de mentira y soberbia, y nada es recto, porque ha crecido sin verdad. Y ve cómo el alma, a causa de la arbitrariedad, el desenfreno, la arrogancia y la desconsideración en el actuar, está cargada de excesos e infamia. Ante semejante espectáculo, la manda enseguida a la cárcel, donde padecerá los castigos merecidos [...]. Pero a veces ve ante sí un alma diferente, una que ha transcurrido una vida piadosa y sincera [...], se complace y la manda a la isla de los bienaventurados». En la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), Jesús ha presentado como advertencia la imagen de un alma similar, arruinada por la arrogancia y la opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre: el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed ardiente y ya irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia última”. Me da paz que el Papa diga esto, pues desde pequeño pensé que el rico no podía en la parábola estar en el infierno, pues tenía ciertos sentimientos de preocupación por los de su familia, y en el infierno no hay amor.
San Juan Crisóstomo nos habla de la hospitalidad: “A propósito de esta parábola, conviene preguntarnos por qué el rico ve a Lázaro en el seno de Abrahán y no en compañía de otro justo. Es porque Abrahán había sido hospitalario. Aparece pues, al lado de Lázaro para acusar al rico epulón de haber despreciado la hospitalidad. En efecto, el patriarca incluso invitó a unos simples peregrinos y los hizo entrar en su tienda. (Gn 18,15) El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia aquel que estaba en su puerta. Tenía medios, con todo el dinero que poseía, para dar seguridad al pobre. Pero él continuaba, día tras día, ignorando al pobre y privándole de su ayuda que tanto necesitaba. / El patriarca actuó de modo totalmente distinto. Sentado a la entrada de su tienda, extendió la mano a todo el que pasaba, semejante a un pescador que extiende su mano para recoger los peces en la red, y a menudo, incluso oro o piedras preciosas. Así pues, recogiendo a hombres en sus redes, Abrahán llegó a hospedar a ángeles ¡cosa sorprendente! sin darse cuenta de ello. El mismo Pablo se quedó maravillado por el relato cuando nos transmite esta exhortación: “No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.” (Heb 13,2) Pablo tiene razón cuando dice “sin saberlo”. Si Abrahán hubiese sabido que aquellos que acogía tan generosamente en su casa eran ángeles, no habría hecho nada extraordinario ni admirable. Es elogiado porque ignoraba la identidad de los peregrinos. En efecto, él creía que estos viajeros que él invitaba a su casa eran gente corriente. Tú también sabes ser solícito para recibir un personaje célebre y nadie se extraña de ello.. En cambio, llama la atención y es verdaderamente admirable ofrecer una acogida llena de bondad al primero que llega, a la gente desconocida y ordinaria”. Con esto hemos visto la escatología intermedia, un estado entre la vida y el destino definitivo. Excepto los casos de santos, no podemos juzgar sobre las personas, sino confiar, pues –como dice la canción- “deja que Dios haga de Dios, tú adórale…”. (Pero de ello se habla en los siguientes 2 puntos de la encíclica que, por razón de espacio, dejamos para el Evangelio “del juicio final”).
Jesús, mediante la entrega total de su vida por nosotros, nos da el ejemplo que hemos de seguir en nuestro amor por el prójimo. No podemos apegar nuestro corazón a las cosas pasajeras. En ellas no estriba nuestra felicidad, pues este mundo es caduco y pasajero; quien deposite en él su corazón puede, finalmente, quedarse vacío de amor y de felicidad. Por eso el Señor nos dijo que hay más felicidad en dar que en recibir. Dios nos quiere libres de toda atadura al egoísmo. Abramos no sólo nuestros ojos, sino también nuestro corazón y nuestras manos, para procurar el bien de nuestros hermanos necesitados a causa de sus pobrezas o discapacidades. No podemos vivir con el corazón endurecido ante las desgracias que padecen muchos hermanos nuestros, mientras nosotros nos encerramos en nuestros egoísmos disfrutando de todo. Mientras no seamos capaces de amar compartir lo nuestro con los demás, no podemos llamar Padre a Dios con toda lealtad. La Madre Teresa de Calcuta nos decía que hay que amar hasta que nos duela. No podemos desprendernos sólo de lo que nos sobre; hemos de estar dispuestos a entregar incluso nuestra propia vida, con tal de que los demás recobren su dignidad de hijos de Dios. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no poner nuestra seguridad en las cosas pasajeras, sino en la búsqueda de los bienes eternos. Por eso pidámosle que nos conceda en abundancia su amor para que, mediante él, seamos transformados en signos de su entrega, de su servicio, de su generosidad para todos cuantos nos traten y podamos, así, ser recibidos al final de nuestra vida en las moradas eternas, en la misma medida en la que nosotros recibimos amorosamente a los demás en nuestro corazón. Amén (www.homiliacatolica.com).