viernes, 13 de noviembre de 2009

Miércoles de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: la nueva vida en Cristo da fruto en la fe, esperanza y el amor, Jesús nos enseña con su vida que se nutre de la oración y se manifiesta en las obras de misericordia.

 

 

Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 1-8. Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos que viven en Colosas, hermanos fieles en Cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad la gracia de Dios. Fue Epafras quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, fiel ministro de Cristo para con vosotros, el cual nos ha informado de vuestro amor en el Espíritu.

 

Salmo 51,10.11. R. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás.

Pero yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás.

Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: «Tu nombre es bueno.»

 

Santo Evangelio según san Lucas 4,38-44. En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: -«Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con Él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero Él les dijo: -«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.» Y predicaba en las sinagogas de Judea.

 

Comentario: 1.- Col 1,1-8. A partir de hoy, y durante ocho días, leeremos la Carta de Pablo a los cristianos de Colosas, una ciudad que estaba en Frigia, a unos doscientos kilómetros de Éfeso, en el Asia Menor, actual Turquía. Pablo no había fundado aquella comunidad, ni la conocía. Había sido su discípulo Epafras el evangelizador de aquella región. Pablo les dirige una carta amable, hacia el año 63, cuando estaba en Roma en arresto domiciliario. Se ve que aquellos cristianos, aunque no conocían personalmente a Pablo, habían oído hablar mucho y sentían "un profundo amor" por él. Por el contenido de su misiva se entrevé la vida de aquella comunidad, mezcla de griegos y judíos, también con algún problema doctrinal: por ejemplo la tendencia "gnóstica", la dualidad de su visión cósmica, tal vez con un excesivo aprecio de los ángeles, mientras que los cristianos sitúan claramente a Cristo en el centro de toda su cosmovisión. Por eso la Carta es muy "cristológica".

La primera página de esta Carta es un saludo afectuoso y lleno de optimismo. Pablo tenía buenas noticias de aquel "pueblo santo que vive en Colosas": tiene fama "vuestra fe en Cristo Jesús y el amor que tenéis a todo el pueblo santo". Buen retrato de una comunidad. Pablo aprovecha para decirles que la fe en Cristo, "el mensaje de la verdad, se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero".

Ojalá se pudiera decir de todas nuestras comunidades -las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas, los diversos movimientos y asociaciones- que son famosas por su "fe en Cristo Jesús" y su "amor a todos los demás" y que "les anima en todo la esperanza". Luego pueden añadirse más cosas organizativas y vistosas. Pero lo principal es que existan estas tres virtudes llamadas teologales, las básicas de todo cristiano: la fe, la esperanza y la caridad. Éste es el mejor adorno de una comunidad, y la mejor garantía de que su presencia en medio de la sociedad será eficazmente misionera. En este documento tenemos, pues, una síntesis teológica muy corta, pero que expresa el pensamiento más maduro de Pablo tal como se manifiesta abiertamente en la epístola de los Efesios.

-Yo, Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a los cristianos de Colosas, hermanos fieles en Cristo. Es la dirección y el saludo del comienzo de toda carta. Dos veces aparece el término «hermano». Era la manera de nombrarse entre sí los primeros cristianos. El cristianismo, ¿es también para nosotros una gran fraternidad? «Hermanos en Cristo»... porque no se trata solamente de solidaridad humana, como la creada por la familia, el ambiente, la raza. Se trata de considerar las relaciones humanas desde el ángulo de la fe: unos hombres unidos al mismo Cristo son hermanos. Examino mis relaciones a esa misma luz.

-Miembros del pueblo santo, ¡que Dios nuestro Padre os dé la gracia y la paz! Pablo tiene la costumbre de llamar «santos» a los cristianos (Rm 1,7; 6,19; 15,25; 2 Co 9,1;1 Co 1,2; 6,1; 14,33 etc). Esto no quiere decir que fuesen perfectos y sin pecado. Los llama así porque participan de la santidad de Dios al recibir su vida: «Dios nuestro Padre». Otra razón de llamarse «hermanos». Pablo llama santos a los Colosenses, consciente de que participan de la misma dignidad del Hijo de Dios, Jesucristo, por su unión a Él. Efectivamente: así como una persona sin linaje, unida en alianza matrimonial con un personaje importante participa del linaje de este último, y como tal se le ha de reconocer por todos; así, quien se une a Cristo en Alianza con Él, en Él participa de la gracia que le corresponde como a Hijo único del Padre Dios. Sin embargo no basta esa Alianza con el Señor para ser santos; hay que vivirle fieles; y así Pablo lo expresa: Los hermanos santos y fieles en Cristo. De esta manera, junto con Pablo y con todos los que se han unido al Señor, participan de la Gracia que Dios comunica a quienes han pronunciado su sí, lleno de amor, a la oferta salvadora que Dios nos hace para vivir unidos a Él sin desviarse por caminos equivocados. Nuestra fe en Cristo nos ha de llevar al amor fraterno aún en medio de grandes dificultades, sin perder la esperanza de que, al final, después de haber pasado por grandes tribulaciones, viviremos unidos eternamente al Señor. Conscientes de que esa unión ya se ha iniciado en esta vida, hemos de manifestar con obras, que el Evangelio crece y fructifica día a día en nosotros y no se ha quedado como una semilla sembrada en un terreno estéril. Trabajemos, pues, constantemente, guiados por el Espíritu Santo, para que el Reino de Dios llegue en nosotros a su plenitud.

-Damos gracias sin cesar a Dios... por vosotros en nuestras oraciones. La mayoría de las epístolas de san Pablo empiezan dando gracias o «eucaristía». Yo también, Señor, quisiera que me dieras un alma alegre, que no cese de dar gracias, pensando en... Enumero los nombres de las personas de las que soy responsable. Tenemos noticia de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis con todos los santos, en la esperanza de lo que nos aguarda en los cielos. La fe, la caridad y la esperanza caracterizan a los cristianos y es aquello sobre lo que versa la oración. La fórmula da a entender que el motor, el dinamismo de las otras dos virtudes, es la esperanza. El cristiano está en marcha. Sabe donde va. Su vida tiene un sentido. Va hacia el cielo. Y la fe y la caridad son como un gustar anticipado de ese cielo que realizará en plenitud todas las aspiraciones del hombre.

-De lo que fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio que llegó hasta vosotros que fructifica y crece entre vosotros, lo mismo que en todo el mundo... ¡Cuando pensamos que los cristianos sólo eran entonces una ínfima minoría! Y nosotros nos entretenemos en lamentaciones sobre las crisis de la Iglesia. Danos, Señor, ese alegre dinamismo. Concede a cada cristiano sentirse responsable del progreso de la fe en el mundo entero (Noel Quesson).

2. Sal 51. Muchas persecuciones sufre el justo, pero de todas ellas Dios lo libra. El malvado se engríe en su maldad, se abalanza sobre los pobres e indefensos para maltratarlos y acabar con ellos, y piensa: Dios no lo ve, el Señor se oculta para no enterarse. Sin embargo, por los huesos del justo vela Dios y no le alcanzará la maldad de los inicuos. Por eso, quien confía en el Señor y en su amor sabe que ha plantado su vida como se plantan los olivos junto a las corrientes de los ríos y no le alcanzará tormento alguno; a pesar de los contratiempos, su esperanza en el Señor le conservará constantemente dando frutos de bondad, pues la presencia del Señor en el hombre justo no puede quedar infecunda, a pesar de la persecución y la muerte. Confiados en el amor que el Señor nos tiene ofrezcámosle, no sólo un sacrificio de acción de gracias, sino toda nuestra vida convertida en un continuo sacrificio de alabanza a su Santo Nombre.

El salmo hace un eco amable a este saludo: "confío en tu misericordia, Señor... proclamaré delante de tus fieles: tu nombre es bueno". El salmista espera vivir en la abundancia y muchos años como el olivo, que indica ambas cosas (cf Jr 11,16; Sal 128,3) junto al Templo, y dar gracias a Dios toda la vida experimentando la fidelidad de Dios a Sí mismo y a sus fieles. La Iglesia conecta con esta esperanza ante los retos del mundo de hoy "devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de su destino más alto" (Gaudium et spes 21).

3.- Lc 4,38-442. Lo que Jesús anunció en Nazaret lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos. En efecto, hoy leemos el programa de una jornada de Jesús "al salir de la sinagoga": cura de su fiebre a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir de pueblo en pueblo "anunciando el reino de Dios". En medio, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario. Desde luego, el Reino ya está aquí. Ha empezado a actuar la fuerza salvadora de Dios a través de su Enviado, Jesús.

Buen programa para un cristiano y sobre todo para un apóstol. "Al salir de la sinagoga", o sea, "al salir de nuestra misa o de nuestra oración", nos espera una jornada de trabajo, de predicación y evangelización, de servicio curativo para con los demás y a la vez de oración personal. ¿Ayudamos a que a la gente se le pase la fiebre? ¿a que se liberen de sus depresiones y males? ¿atendemos a los que acuden a nosotros, acogiéndoles con nuestra palabra y dedicándoles nuestro tiempo? ¿nos sentimos movidos a seguir anunciando la buena noticia del Reino, sea cual sea el éxito de nuestro esfuerzo? ¿y lo hacemos todo en un clima de oración?

Podemos revisar dos significativos rasgos de esta página. a) Jesús, en medio de una jornada con un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. b) Y no quiere "instalarse" en un lugar donde le han acogido bien: "también a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios". Para que evitemos dos peligros: el activismo exagerado, descuidando la oración, y la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos, descuidando la universalidad de nuestra misión.

Cristo evangelizador. Cristo liberador. Cristo orante. Fijos nuestros ojos en Él, que es nuestro modelo y maestro, aprenderemos a vivir su mismo estilo de vida. Dejándonos liberar de nuestras fiebres y ayudando a los demás a encontrar en Jesús su verdadera felicidad (J. Aldazábal).

Jesús no les deja hablar y los expulsa (v 41). En este rasgo común en los antiguos exorcismos, se descubre que es preciso luchar contra lo malo sin detenerse a discutir sus pretensiones. Todos sabemos que el mal se puede revestir de una apariencia buena, engañando a los que vienen a escuchar sus ruegos. Jesús no se ha parado. Sabía que todo lo que destruye al hombre es perverso y se ha esforzado por vencerlo. La obra de Jesús suscita una reacción egoísta entre las gentes: quieren aprovecharle, monopolizar el aspecto más extenso de su actividad y utilizarle como un simple curandero. Por eso vienen a buscarle (4,42). Nuestra relación con Jesús y el cristianismo puede moverse en ese plano: los aceptamos simplemente en la medida en que nos ayudan a resolver nuestros problemas (nos ofrecen tranquilidad psicológica, garantizan un orden en la familia o el estado, sancionan unas normas de conducta que pensamos provechosas). Esa forma de utilizar el evangelio es vieja; quizá puede aplicarse a ella las palabras de condena que Jesús dirige a Cafarnaún (Lc 10,15), la ciudad que pretendía monopolizar sus obras milagrosas.

La respuesta de Jesús es clara: tiene que anunciar el reino en otros pueblos (4,43). Su exigencia se traduce en un don que se halla abierto a todos los que esperan. Ciertamente, el evangelio es un regalo que enriquece la existencia: pero es un regalo que no se puede encerrar, un regalo que nos abre sin cesar hacia los otros (Edic. Marova).

"En cuanto rogaban al Salvador, enseguida curaba a los enfermos; dando a entender que también atiende las súplicas de los fieles contra las pasiones de los pecados" (S. Jerónimo). Buscar a Jesús; ojalá y no sea sólo para recibir la curación o la solución a problemas que nos agobien. Ciertamente que por medio de Él Dios se ha manifestado misericordioso con nosotros; y, también es cierto que cuando por medio de alguna persona recibimos el remedio de nuestros males nos apegamos a esa persona y las multitudes no le dejan espacio ni para comer. Sin embargo Jesús no vino como un curandero; Él ha venido como el Hijo de Dios que nos libera de la esclavitud del pecado; que nos desata de nuestros males para que trabajemos en el bien y construyamos su Reino. La Iglesia tiene como vocación el anuncio del Reino de Dios en todas partes. A partir de vivir y caminar en el amor que procede de Dios, será posible construir un mundo más justo, con menos pobreza y con más oportunidades para que todos disfruten de una vida más digna. Es necesario que no sólo nos fijemos en la solución de la enfermedad y de la pobreza material; tenemos que luchar porque el Reino de Dios nos quite nuestro anquilosamiento espiritual, que nos hace vivir como postrados en cama, sólo pensando en nosotros mismos y en nuestro provecho personal. Hemos de permitir que el Espíritu de Dios nos levante y nos ponga a servir, en amor fraterno, a quienes necesitan de una mano, no que los explote y maltrate, sino que les sirva con el amor que procede de Dios y habita en nosotros.

En esta Eucaristía nos reúne Aquel que no sólo vino a aliviar nuestros sufrimientos y a soportar nuestros dolores, sino también a cargar sobre sí nuestras culpas y a interceder por nosotros, pecadores, para que por sus llagas fuéramos curados, fueran perdonados nuestros pecados. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio un Nombre que está por encima de todo nombre. La Celebración de la Eucaristía nos hace comprender el amor que el Señor nos tiene y cómo, a costa de la entrega de su propia vida, nos ha elevado a la dignidad de hijos de Dios, manifestándonos, así, un amor como nadie más puede tenernos.

Quienes creemos en Cristo y nos hemos hecho uno con Él debemos meditar en el banquete que el Señor nos ha preparado; cómo Él nos alimenta con la entrega de su propia vida, para que nosotros tengamos vida; para que, así como Él nos ha amado, nos amemos los unos a los otros. El verdadero discípulo del Señor no sólo recibe la Palabra que lo salva y se alimenta de ella, sino que se convierte en portador de la misma, para que otros conozcan al Señor, reciban la salvación que Él nos ha traído, y puedan, también ellos, esforzarse para que cada vez más personas vayan al Señor y se dejen salvar por Él. Quien destruye la vida de su prójimo, quien mata sus ilusiones, quien le deja inutilizado para caminar y progresar, quien le escandaliza y destruye en él el amor de Dios, no puede en verdad llamarse hijo de Dios, pues el Señor no vino a destruir, sino a salvar a todos los que se habían perdido y andaban como ovejas sin pastor; y esta es la misma misión que ha confiado a su Iglesia, comunidad de fe en Él.

"Ningún hijo de la Iglesia Santa puede vivir tranquilo, sin experimentar inquietud ante las masas despersonalizadas: rebaño, manada, piara, escribí en alguna ocasión. ¡Cuántas pasiones nobles hay, en su aparente indiferencia! ¡Cuántas posibilidades! / Es necesario servir a todos, imponer las manos a cada uno —"singulis manus imponens", como hacía Jesús—, para tornarlos a la vida, para iluminar sus inteligencias y robustecer sus voluntades, ¡para que sean útiles!" (S. Josemaría, Forja 901).

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de abrir nuestro corazón para que en él habite el amor misericordioso de Dios, de tal forma que desde nosotros produzca fruto abundante que, convertido en un serio apostolado a favor del Evangelio, nos convierta en colaboradores que ayuden a que la semilla de la Buena Nueva pueda ser sembrada en el corazón de todos los hombres, de tal forma que, convertidos en testigos del Dios-Amor podamos construir, en verdad, entre nosotros su Reino. Amén (www.homiliacatolica.com; tomo muchos textos, como siempre, de www.mercaba.org: Llucià Pou: llucia.pou@gmail.com).

Martes de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: hemos de estar en vela para la llegada del Reino de Dios, pero está ya entre nosotros, en Jesús, la Luz, que se nos ofrece para caminar con Él

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11. En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. Por eso, animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis.

 

Salmo 26,1.4.13-14. R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

 

Santo evangelio según san Lucas 4,31-37. En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenla un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: -«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús le intimó: -«¡Cierra la boca y sal!» El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: -«¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

 

Comentario: 1.- 1Ts 5,1-6.9-11. Terminamos hoy nuestra lectura de la Carta de Pablo a los de Tesalónica. Y lo hacemos con un tema que se ve que preocupaba a aquella comunidad y en general a todas las de Grecia: la venida última de Cristo y la resurrección de los muertos. Cuando Pablo escribe esta Carta, todavía no han aparecido por escrito los evangelios, pero él ya anticipa la recomendación que Jesús hará varias veces referente al futuro: "el día del Señor llegará como un ladrón en la noche", o "como los dolores de parto a la que está encinta", y por eso no podemos vivir distraídos y en la oscuridad: "no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente". Estas palabras de Pablo no quieren producir en nosotros angustia: Dios nos tiene destinados, no al castigo, "sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo".

A todos nos hace bien pensar en el futuro. Como a un viajero no se le olvida el destino que está marcado en el billete. Como al estudiante no le resulta superfluo pensar en el fin del curso y sus evaluaciones. Pablo nos invita a vivir en vigilancia, con una cierta tensión, aprovechando el tiempo, como "hijos de la luz", sin dejarnos adormecer por las cosas del camino. Además, Pablo da un consejo fundamental para que la comunidad cristiana encare con esperanza su marcha hacia adelante: "animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis". Si cada uno está despierto y vive como "hijo de la luz", sin trampas ni enredos, y además los hermanos de la comunidad también se ayudan mutuamente con su ejemplo, seguro que el "día del Señor", sea el último de la historia como el nuestro particular como las gracias continuas que se suceden en nuestra vida, nos encontrarán preparados. Seguirá infundiéndonos respeto la muerte, pero dentro del miedo sentiremos también confianza. Lo que nos da esperanza es saber que "Dios nos ha destinado a obtener la salvación por medio de Jesús", para que "despiertos o dormidos, vivamos con él" (J. Aldazábal).

-En lo que se refiere al tiempo y al momento de la venida del Señor, no es necesario que os hable de retrasos o de fechas. Sabéis muy bien que el «día del Señor» vendrá como un ladrón en la noche. Jesús había dicho unas palabras semejantes (Lc 12,39) al rehusar contestar a la curiosidad humana que nos hace ávidos de detalles precisos. El «día del Señor» es imposible imaginarlo, no tenemos ninguna referencia concreta de ese fenómeno típicamente divino que es la resurrección... o de esa otra realidad típicamente divina que es la eternidad. En lo eterno no hay ni antes ni después; no hay tiempo ni horas ni fechas: es otro mundo. Simplemente hay que confiar y aceptar el riesgo del gran salto de la Fe en Dios.

-Cuando diga la gente: «¡Qué paz, qué tranquilidad! entonces, de repente, vendrá sobre ellos la catástrofe... La única cosa segura que sabemos es que el «Día del Señor» (1 Co 1, 8) es imprevisible y que hay que estar siempre «a punto». ¿Lo estoy en este momento? Estamos oyendo ya el evangelio, por el que Jesús nos advierte de la terrible anestesia de las conciencias, de la inconsciencia de los que se contentan con «comer y beber» tranquilamente (Mt 24,38), sin hacerse la pregunta capital: ¿a dónde voy? ¿qué pasará a mi muerte?

-Como los dolores de parto... Jesús utiliza también esa imagen (Mt 24,8). Y que es constante en toda la revelación (Is 21,3; Jr 30,6: Os 13,13; Mi 4,9; Rm 8,22). ¡Los dolores de parto! Esto nos evoca dos significaciones simbólicas: lo súbito... y el aspecto positivo. Porque son dolores que conducen a la vida y a la alegría (Jn 16,20-22).

-Y no escaparán. Incluso los inconscientes, los que no quieren plantearse la pregunta tendrán que planteársela.

-Pero vosotros, hermanos, como no vivís en las tinieblas ese «día» no os sorprenderá como un ladrón. ¡Que así sea, Señor! que no quede sorprendido, que no venga de improviso.

-En efecto, todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. ¡Hijos de la luz! El hombre es el que pertenece a la luz, el que tiene en sí una luz vital (Lc 16,8; Jn 12,36.) Son también palabras evangélicas.

-Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Muchas parábolas repetirán lo mismo (Lc 12,35-46; Mt 25). ¡Vigilantes! despiertos, en constante estado de alerta. ¡Sobrios! es decir, dueños de nosotros mismos y moderados en nuestros deseos para no dejarnos anestesiar.

-Porque Dios nos ha destinado para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros para que vivamos con El... Así confortaos los unos a los otros y trabajad vuestra mutua edificación. La perspectiva de la muerte es extremadamente positiva y toda nuestra vida la prepara y la está construyendo ya: ¡vivir con Jesús! Jamás pensaremos bastante en ello: el cielo ya ha comenzado (Noel Quesson). Junto a la vigilancia, hay una referencia al encuentro con el Señor cara a cara…  "Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.

—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna" (J. Escrivá, Forja 1).

Acerca de cuándo será el día del Señor, nadie puede decirnos que será en determinado momento. Muchos viven espantados, y espantando a los demás con falsas revelaciones, o con falsas interpretaciones de la Escritura acerca de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Creámosle más al Señor que a los falsos profetas; creámosle más a lo que el Señor nos dejó revelado por Él mismo, que a las falsas revelaciones apocalípticas. Efectivamente el Señor nos manifiesta: Si alguno les dice entonces: Miren, el Mesías está aquí o allá, no lo crean. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas y harán grandes señales y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, incluso a los mismos elegidos. no vivamos en el temor, sino en el amor fiel, que nos hace caminar en la luz, y obrar siempre el bien; así, cuando llegue el momento, viviremos unidos eternamente al Señor, pues ya desde ahora lo hemos estado en la participación de su Espíritu y por nuestra colaboración en construir la Iglesia como el Templo en el que el Señor habita.

2. Como nos ha hecho decir el salmo: "espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida". Juan Pablo II comenta el salmo 26, "este díptico poético y espiritual (cf vv 1-6), que tiene como fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. En efecto, el salmista habla explícitamente de "casa del Señor", de "santuario" (v 4), de "refugio, morada, casa" (cf vv 5-6). Más aún, en el original hebreo, estos términos indican más precisamente el "tabernáculo" y la "tienda", es decir, el corazón mismo del templo, donde el Señor se revela con su presencia y su palabra. Se evoca también la "roca" de Sión (cf v 5), lugar de seguridad y refugio, y se alude a la celebración de los sacrificios de acción de gracias (cf v 6). Así pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso el salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, tanto en el día de la alegría como en el tiempo del miedo.

La primera parte del salmo que estamos meditando se encuentra marcada por una gran serenidad, fundada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los malvados. Las imágenes usadas para describir a esos adversarios, los cuales constituyen el signo del mal que contamina la historia, son de dos tipos. Por un lado, parece que hay una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que avanzan para atrapar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (cf v 2). Por otro, está el símbolo militar de un asalto, realizado por un ejército entero: es una batalla que se libra con gran ímpetu, sembrando terror y muerte (cf v 3). La vida del creyente con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y contestaciones; a veces también a un rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del justo molesta, porque los prepotentes y los perversos lo sienten como un reproche. Lo reconocen claramente los malvados descritos en el libro de la Sabiduría: el justo "es un reproche de nuestros criterios; su sola presencia nos es insufrible; lleva una vida distinta de todos y sus caminos son extraños" (Sb 2,14-15).

El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que a menudo busca a toda costa el beneficio personal, el éxito exterior, la riqueza o el goce desenfrenado. Sin embargo, no está solo y su corazón conserva una sorprendente paz interior, porque, como dice la espléndida "antífona" inicial del salmo, "el Señor es mi luz y mi salvación (...); es la defensa de mi vida" (Sal 26,1). Continuamente repite: "¿A quién temeré? (...) ¿Quién me hará temblar? (...) Mi corazón no tiembla. (...) Me siento tranquilo" (vv 1-3). Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rm 8,31). Pero la serenidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria.

En efecto, el orante se encomienda a Dios, y su sueño se halla expresado también en otro salmo: "Habitar en la casa del Señor por años sin término" (cf Sal 22,6). Allí podrá "gozar de la dulzura del Señor" (Sal 26,4), contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del sacrificio y elevar su alabanza al Dios liberador (cf v 6). El Señor crea en torno a sus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrépito del mal. La comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y amor.

Escuchemos ahora, para concluir nuestra reflexión, las palabras del monje Isaías, originario de Siria, que vivió en el desierto egipcio y murió en Gaza alrededor del año 491. En su Asceticon aplica este salmo a la oración durante la tentación: "Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, sea debilitando nuestra alma con los placeres, sea haciendo que no reprimamos nuestra cólera contra el prójimo cuando no obra como debiera; si agravan nuestros ojos para que busquemos la concupiscencia; si quieren inducirnos a gustar los placeres de la gula; si hacen que la palabra del prójimo sea para nosotros como un veneno; si nos impulsan a devaluar la palabra de los demás; si nos inducen a establecer diferencias entre nuestros hermanos, diciendo: "Este es bueno; ese es malo"; por tanto, si todas estas cosas nos rodean, no nos desanimemos; al contrario, gritemos como David, con corazón firme, clamando: "Señor, defensa de mi vida" (Sal 26,1)".

Si en la primera parte se proclama la seguridad personal hallada en el Señor (vv 1-6), después de dirigir la mirada súplica pidiendo su intervención (vv 7-12) se vuelve a proclamar la confianza en Él, como recoge la liturgia de hoy, reafirmándose en la esperanza (vv 13-14). La confianza con que comienza el salmo "El señor es mi luz…" tiene una referencia en Jesús: "yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12; cf Jn 1,9), y Jesús resucitado da pleno sentido a la expresión "tierra de vivos" pues en el cielo está el santuario de Dios.

Dice San Juan de Nápoles: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.

Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.

El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis".

Sigue Juan Pablo II: "Como en la primera parte del salmo, el elemento decisivo es la confianza del orante en el Señor, que salva en la prueba y sostiene durante la tempestad. Es muy bella, al respecto, la invitación que el salmista se dirige a sí mismo al final: "Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor" (v 14; cf Sal 41,6.12 y 42,5). También en otros salmos era viva la certeza de que el Señor da fortaleza y esperanza: "El Señor guarda a sus leales y paga con creces [da su merecido] a los soberbios. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor" (Sal 30,24-25). Y ya el profeta Oseas exhorta así a Israel: "Observa el amor y el derecho, y espera en tu Dios siempre" (Os 12,7).

(…) llegamos al tercer símbolo -y último-, reiterado varias veces por el salmo: "Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro" (vv. 8-9). Por tanto, el rostro de Dios es la meta de la búsqueda espiritual del orante. Al final emerge una certeza indiscutible: la de poder "gozar de la dicha del Señor" (v. 13). En el lenguaje de los salmos, a menudo "buscar el rostro del Señor" es sinónimo de entrar en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión incluye también la exigencia mística de la intimidad divina mediante la oración. Por consiguiente, en la liturgia y en la oración personal se nos concede la gracia de intuir ese rostro, que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (cf Ex 33,20). Pero Cristo nos ha revelado, de una forma accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- "lo veremos tal cual es" (1 Jn 3,2). Y san Pablo añade: "Entonces lo veremos cara a cara" (1 Co 13,12).

Comentando este salmo, Orígenes, el gran escritor cristiano del siglo III, escribe: "Si un hombre busca el rostro del Señor, verá sin velos la gloria del Señor y, hecho igual a los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos". Y san Agustín, en su comentario a los salmos, continúa así la oración del salmista: "No he buscado de ti ningún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso. (...) "No rechaces con ira a tu siervo", para que, al buscarte, no encuentre otra cosa. ¿Puede haber una tristeza más grande que esta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?".

Quien confía en el Señor nada teme, pues el Señor estará siempre de su lado no sólo para librarlo de sus enemigos, sino también para conducir sus pasos por el camino del bien. Aun cuando a veces la vida se le complique, mientras no pierda su confianza en el Señor, debe sentirse seguro en manos del Señor. Por eso busquemos continuamente al Señor, no sólo para que nos proteja y nos salve, sino, especialmente, para escuchar su Palabra y ponerla en práctica; para entrar en comunión de vida con Él, y dejarlo habitar en nosotros, de tal forma que su Espíritu Santo nos conduzca y haga que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza del Nombre de Dios. El Señor, a pesar de nuestras ofensas, nacidas más de nuestra fragilidad que de nuestro rechazo a Él, siempre se manifestará bondadoso con nosotros. Por eso, armémonos de valor y fortaleza y confiemos constantemente en el Señor. Que esto no nos haga descuidados en el amor perseverante a Él; sino que, siempre vigilantes, no dejemos que el mal nos domine. Supliquemos, pues, al Señor que nos ayude para que nuestros pasos sean siempre rectos en su presencia.

3.- Lc 4,31-37 (ver paralelo Mc 1,21-28 en domingo 4, B). Rechazado en su pueblo, Nazaret, Jesús va a Cafarnaún. Habla "con autoridad" a la gente y despierta la admiración de todos. Allí hace el primer "signo": libera a un poseso de su mal. Predica y a la vez libera. La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido. Un exorcismo: la primera victoria de Jesús contra el maligno. El demonio lo expresa certeramente: "¿has venido a destruirnos?" Y protesta: naturalmente, el mal no quiere perder terreno. Los contemporáneos de Jesús unían lo fisico y lo espiritual. La causa del mal de una persona -corporal, anímico, espiritual- la atribuían normalmente a los espíritus malignos. Sea cual sea el origen de estos males, Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado. Hay una visión integral de la persona: de sus males y de su salvación.

El Señor Resucitado quiere seguir liberándonos a nosotros de nuestros males. ¿Cuáles son nuestros "demonios" particulares? ¿cuáles nuestras esclavitudes: envidias, miedo, depresiones, egoísmo, materialismo? Jesús está siempre dispuesto a curarnos.  Cuando se nos dice, al invitarnos a comulgar en la misa, que él es "el que quita el pecado del mundo", entendemos que nos quiere totalmente libres, en el sentido más pleno de la palabra. Pero también quiere que colaboremos con él en la curación de los demás. La fuerza curativa de Jesús pasó a su comunidad: por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo "en nombre de Jesús". La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, debería estar curando males y "posesiones" de todos. Repartiendo esperanza. Liberando de esclavitudes. Venciendo al mal (J. Aldazábal).

-Jesús enseñaba... Estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Estamos pues en los primeros días de la predicación pública de Jesús. Todos los evangelistas han subrayado la autoridad extraordinaria, el prestigio que emanaba de su persona y de su palabra. El ambiente judío de aquel tiempo estaba marcado por una gran influencia de las "escuelas", de los grupos de escribas o letrados, que se dedicaban a comentar la Escritura a fuerza de referencias bíblicas. Ahora bien, Jesús expone unos comentarios nuevos que no se refieren a ninguna escuela de pensamiento: del fondo de sí mismo surge un pensamiento magistral revestido de autoridad... y que, más que apoyarse en tradiciones de escuela, apela directamente a la conciencia de sus interlocutores. Jesús, yo quisiera también dejarme fascinar por tu palabra soberana, llegar a ser un mejor oídor tuyo y tu discípulo.

-En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: ¿Qué tienes Tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?" Un hombre "poseído por un demonio"... Un hombre "no libre"... Un hombre "alienado"... ¡El demonio es siempre hoy el que gravita sobre la libertad del hombre, para encadenarlo, para "poseerlo"! ¿Cuáles son mis alienaciones? ¿Qué es lo que me encadena? ¿Cuál es el mal que pesa sobre mi libertad? Costumbres o hábitos, pecados, aficiones...

-"Sé muy bien quién eres: el "Santo", el "Santo de Dios." El imperio del mal será destruido: la santidad misma de Dios, la infinita perfección del amor, entra en liza en el campo de batalla. La pureza de Jesús vencerá nuestras impurezas. El amor de Jesús derribará nuestros egoísmos. La maravillosa relación filial de Jesús al Padre nos enseñará a rezar. La valentía de Jesús arrastrará nuestras bajezas y nuestras inercias o negligencias. ¡Jesús, el santo! ¡Intercede siempre, sálvanos, libéranos!

-Jesús le intimó: "¡Cállate la boca y sal de ese hombre!" El demonio tiró al hombre por tierra en medio de los asistentes y salió de él sin hacerle ningún daño. Tal es el primer milagro relatado por los sinópticos. Una liberación. Un hombre "encadenado" que es libertado de la malévola influencia que pesaba sobre él. Un hombre que vuelve a ser normal, que vuelve a ser un hombre. "Sin hacerle ningún daño"... La fuerza malévola es verdaderamente dominada. El demonio ha encontrado a otro más fuerte que él. Tal es Jesús. Desde el primer día. Un Salvador.

-Todos quedaron estupefactos y se decían unos a otros: "¿Qué tendrá esa palabra, que manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos?" En cuanto Jesús habla a las multitudes o a los demonios, es la autoridad y el poder de "su palabra" lo que choca. En el pueblo de Nazaret, resulta ser un reguero de pólvora. Se está asustado. Se le mira de modo distinto. ¿Quién es, pues? Se creía conocerlo, pero se estaba equivocado respecto a El. No obstante durante treinta años, se le ha visto vivir. Se era su cliente, su vecino, su amigo, su primo. Así sucede a menudo: nos vemos obligados a abandonar un primer punto de vista que habíamos formado sobre alguien... para descubrir otro aspecto de su personalidad profunda. Señor, haznos disponibles.

-Y su fama se extendía por toda la región. Hoy también Jesús "está de moda". La opinión pública le es favorable. Pero, ¿sabremos ir más allá de las publicidades superficiales para descubrirle, a Él, en el secreto de su Persona viviente? (Noel Quesson).

La Palabra de hoy es una "guía de buscadores" y buscan los que saben que carecen. Dicen los entendidos que no buscaríamos a Dios si El no nos hubiese encontrado primero. Yo quiero compartir con los "buscadores" de Internet el "regalo de la sed". Para el sediento sólo hay una obsesión: beber. Y cuando la "sed de Dios" atenaza con fuerza el corazón humano, toda la existencia se torna en búsqueda ardiente y apasionada. No vale lo que ya se sabía ni lo que se sabe aún. La persona entera se convierte en ansia enardecida, en sed abrasadora de encuentro. ¿Es ésta la "noche" de la que hablan los místicos? No lo sé y, por la parte que me toca, no me atrevo a incluirme entre los que han escalado las cumbres de la contemplación y "saben" de Dios con el realismo de la experiencia. Yo sólo sé que, cuando miro el horizonte, cuando contemplo lo que me rodea, cuando adivino un amor más grande en la entrega de una madre, en la inmolación personal de un misionero, en la abnegación de quien, sin aspavientos y en silencio da la vida por otro... cuando una luz diferente asoma a los ojos transparentes de un niño o se deja adivinar en la serenidad reposada y madura de un anciano, todo mi ser se lanza hacia ese "algo más" que desvelan o que velan estas realidades y una sed abrasadora me tortura y, al mismo tiempo, me calienta el corazón. En esos momentos, creo tener la certeza de haber nacido sólo para un encuentro que no sabrá de fin, para un encuentro donde todo será pleno, para un encuentro en el que no cabrán de angustias ni temores... Y el silencio del corazón grita llamando a un Dios que se revela y que se vela, al que conocemos en penumbra hasta que llegue el día de verlo cara a cara.

Es tan fuerte la sed que muchas veces nos preguntamos anheladamente "dónde" insinuándose la tentación de "probar" donde nos aseguran que hay respuestas inmediatas. Por eso la Palabra de hoy es "guía de buscadores sedientos": sólo el Espíritu, que habita en nuestro interior nos conducirá hacia lo que buscamos. ¡Qué bien lo entendió San Agustín, sediento donde los haya! "Mi alma es como tierra reseca frente a ti, porque así como no puede iluminarse con su propia luz, tampoco puede saciarse de sus propios recursos".

Abrir el corazón, tender las manos, esperar la respuesta que nos llegará, sin duda, como a los contemporáneos de Jesús, dejándonos asombrados porque, como a ellos, irrumpirá sencillamente, en las cosas cotidianas que, cuando menos lo esperemos, nos deslumbrarán con su luz.

Os deseo vivamente el regalo de la sed. Y os dejo con una estrofilla de Luis Rosales: "De noche iremos, de noche,  /que, para encontrar la fuente, / sólo la sed nos alumbra" (Olga Elisa Molina).

¿Qué tendrá su Palabra? Él es la Palabra que se hizo hombre y habitó entre nosotros; y nosotros hemos visto su Gloria, la que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad. En Cristo, Dios se ha hecho presente entre nosotros con rostro humano. Él ha salido al encuentro del hombre para liberarlo de la esclavitud del pecado. Los exorcismos realizados por Jesús, preanuncian que, cuando Él dé su vida por toda la humanidad, ésta se verá liberada de aquel que la retenía cautiva, pues la serpiente antigua o Satanás será vencido y expulsado de este mundo. Sin embargo, vencido el enemigo, quien rechazando la victoria de Cristo continúe aceptando al maligno y continúe siendo esclavo de sus inmundicias, injusticias y signos de muerte, será responsable de su propia perdición por haber rechazado la oportunidad que Dios nos da en Jesucristo, como Salvador nuestro, en este año de Gracia para todos. Para alcanzar la salvación no basta confesar a Jesús con los labios como el Santo de Dios; es necesario hacer nuestra la salvación que nos ofrece; es necesario entrar en comunión de vida con Él; es necesario dejarse guiar por su Espíritu en nosotros, de tal forma que seamos y manifestemos que somos criaturas nuevas en Cristo.

En esta Eucaristía el Señor pronuncia sobre nosotros su Palabra, con toda su fuerza salvadora. Él es el Evangelio viviente del Padre. La liberación de aquel hombre, que estaba poseído por un espíritu inmundo, debe ser la constante liberación del mal de quienes hemos de ser, día a día, un signo más claro del Señor en el mundo. La participación en el Memorial de la Pascua de Cristo nos ha de hacer entrar en una constante conversión que nos lleve a pedirle al Señor, no sólo con los labios, sino con la sinceridad que brote del corazón lleno de amor: No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del malo. Entrando en comunión de vida con el Señor, que nos trae la paz, hemos de convertirnos, en Él, en portadores de su salvación, de su obra liberadora. La presencia del Espíritu Santo en nosotros debe hacernos actuar con Palabras y Obras poderosas venidas de Él, y realizadas con tal fidelidad al Señor, que nosotros mismos continuemos en la historia la encarnación del Evangelio que Dios quiere seguir pronunciando, a favor de todos los hombres, para liberarlos de sus esclavitudes al mal. En la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae el Papa Juan Pablo II nos recuerda: El Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, que exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia. Y esto, ciertamente, lo hacemos realidad quienes, siendo conscientes de que vivimos unidos a Él como lo están los miembros a la Cabeza, y nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, manifestamos esas actitudes del amor salvador de Cristo en nuestra vida diaria, en nuestro trato con los demás, en nuestra preocupación por su bien, por su salvación, por su liberación del mal. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir con lealtad la fe que hemos depositado en Cristo. Que a partir de esa fe seamos portadores de la salvación para todos aquellos con quienes entremos en contacto en nuestra vida diaria; de tal forma que, siendo un signo del amor de Dios para todos, colaboremos para que todos alcancemos la plenitud del amor de Cristo, libres de todo aquello que pudiera oscurecer en nosotros su presencia salvadora. Amén  (homiliacatolica.com)

Lunes de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: hemos de dar razón de nuestra esperanza a todos, proclamar la liberación del Señor, que nos da los bienes terrenos como camino para los eternos, para entrar en su Reino

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,13-18. Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

 

Salmo 95,1 y 3.4-5.11-12a.12b-13. R. El Señor llega a regir la tierra.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.

Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo.

Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos.

Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.

 

Santo evangelio según san Lucas 4,16-30. En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -«¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: -«Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo Y'; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: -«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

 

Comentario: 1.- 1Ts 4,13-18 (ver domingo 32, A).  El de hoy es uno de los pasajes más conocidos de la carta a los de Tesalónica, en Grecia, que empezamos a leer la semana pasada: el referente a los difuntos. Pablo no quiere que los cristianos miren la muerte de sus seres queridos "sin esperanza", como los que no creen. Para nosotros, tanto la vida como la muerte son participación en el destino de Jesús: "si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él". Y esto no es una reflexión que hace él, sino que es Palabra del Señor. Aunque no sabemos bien a qué se refiere Pablo con el misterioso orden en que resucitaremos (primero los que hayan fallecido ya cuando llegue el final, y luego los que en aquel momento estén todavía vivos), lo que sí aparece claro es que el anuncio de la vuelta de Cristo como Juez, sea cuando sea, no quiere producir una sensación de terror, sino de esperanza: "el Señor llega a regir la tierra, cantad al Señor", "y así estaremos siempre con el Señor".

Los cristianos tenemos una experiencia de la muerte que, en cierto modo, no se diferencia de la de los demás: nos da miedo pensar en la nuestra y nos llena de dolor la de los seres queridos. Pero tenemos un "plus" de luz que da a nuestra visión un color de esperanza: nuestra fe en Cristo Jesús y nuestra convicción de que, ya desde nuestro Bautismo, estamos vinculados a su mismo destino. No podemos vivir en desesperanza. La muerte no es la última palabra. Dios nos tiene destinados a la vida. Aunque no sepamos tampoco nosotros explicar el misterio de la muerte, ni logremos consolarnos ni consolar a otros por una muerte prematura o injusta, la fe cristiana enciende una luz de esperanza sobre este acontecimiento y nos dice que, si morimos con Cristo, viviremos con él, y "estaremos siempre con el Señor". Cuando participamos en la Eucaristía deberíamos recordar con frecuencia lo que nos dijo Jesús: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día". La Eucaristía es garantía y semilla de la vida sin fin.

–Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos. En el mundo entero el «sueño» es la imagen de la muerte. Esta imagen es dulce y tranquilizadora, porque cuando alguien «duerme» damos por descontado que se «despertará». Y es bueno aplicar esa imagen a nuestros difuntos (J. Aldazábal).

La precipitada marcha del Apóstol había dejado incompleta la instrucción cristiana. Una de las dudas que les quedaban podía formularse así: "Cuándo llegue el Señor, ¿tendrán los difuntos alguna desventaja frente a los que estemos vivos?" San Pablo responde con dos enseñanzas: primero afirma que el mero hecho de estar vivo en ese momento no supondrá ventaja alguna (4,15-18); después aclara que no sabemos cuándo ocurrirá ese acontecimiento (5,1-2).

"los difuntos" (v 13): literalmente "los que duermen", expresión ya usada por los escritores paganos pero usada en un sentido nuevo, a causa de la fe en la resurrección, como dice S. Agustín: "¿Por qué se dice que duermen sino porque en su día serán resucitados?". La certeza de la resurrección es una de las verdades centrales de nuestra fe, recogida por el símbolo de los Apóstoles y el Credo de Nicea-Constantinopla (Biblia de Navarra).

-Para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. En efecto, esa imagen por tranquilizadora que sea no basta a darnos una prueba fuera de la Fe en Cristo: porque ese sueño también podría ser definitivo. Y fuera de algunos grupitos de «iniciados» en las religiones mistéricas de tipo oriental, el conjunto de los griegos de aquel tiempo no daban mucho crédito a una vida en el más allá. Las encuestas-sonda hechas recientemente en Europa manifiestan que para muchos de nuestros contemporáneos la muerte es también el «fin» de todo, el aniquilamiento. Con pleno conocimiento de esa opinión corriente, el creyente afirma la resurrección: ¡Es su esperanza! y eso le debería provocar una alegría muy particular que hiciera que los no creyentes replanteasen su postura. Con todo sucede que a algunos cristianos les turba pensar en la muerte. Y el apóstol quiere darles nuevas razones de esperanza. Ayúdame, Señor, ayuda a todos los hombres a aceptar serenamente la muerte, en la plena certeza de que no se cae en la nada sino «en las manos del Padre». Como dijo Jesús: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu.» (Lc 23,46).

-Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera creemos que Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús. Nuestra seguridad proviene de que si vivimos en unión con Jesús y en comunión con su Cuerpo, el «destino» de Jesús será también el nuestro. Los evangelios no están escritos todavía, pero lo esencial de su mensaje es proclamado: ¡Jesús, muerto, resucitado!

-Como Palabra del Señor os decimos esto... Pablo tiene conciencia de no ser el inventor de lo que va a decir por vez primera. No se trata de una reflexión humana de tipo filosófico, de una especie de apuesta sobre la ultra-tumba... Es Jesús quien lo dijo. Quizá Pablo alude a las frases que Mateo nos dirá pronto: «El Hijo del hombre vendrá con sus ángeles en la Gloria del Padre, y dará a cada cual según su conducta». (Mt 16, 27). Quizá Pablo piensa en unas palabras de Jesús que no se encuentran en los relatos evangélicos y que la tradición oral propalaba.

-A la señal dada por la voz del arcángel y por la llamada de Dios... Pablo emplea las imágenes tradicionales de los apocalipsis judíos: -voces de ángeles, -la «trompeta de Dios», que aquí se ha traducido por «la llamada de Dios», porque, efectivamente, esas imágenes son unos revestimientos simbólicos concretos que no hay que tomar materialmente, como se ha hecho tan a menudo en el pasado.

-El Señor mismo bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después seremos arrebatados en nubes al encuentro del Señor. Así estaremos siempre con el Señor. Las «voces», las «trompetas", las «nubes» no están aquí más que para comunicarnos el mensaje más esencial: ¡estaremos siempre con el Señor! Esto, evidentemente, debería cambiar por completo para un cristiano el "sentido de la muerte". Y no se trata sólo de vivir junto a Jesús, sino de participar de su vida, de sus privilegios divinos, por así decir. Jesús lo dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y yo en él.» (Jn 6,53-56; Noel Quesson).

Nuestra vida, como hijos de Dios, en medio de fatigas y persecuciones por el Nombre del Señor, anunciando con las palabras y testificando con las obras el Evangelio de la gracia, que Dios nos ha concedido en su Hijo Jesús, tiene una gran esperanza: estar para siempre con el Señor. Él, que se levantó victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte por su fidelidad amorosa y libre a la voluntad soberana del Padre Dios, vendrá por nosotros para arrebatarnos de la muerte y hacernos partícipes de la Vida eterna a quienes ahora le vivamos fieles, tanto sin perder la victoria que conquistó para nosotros, levantándose sobre el Diablo, como luchando para que el Reino de Dios llegue a todos. Por eso no perdamos nuestra fe, sino que, fortalecidos con la presencia del Espíritu Santo en nosotros, esforcémonos constantemente por conquistar el Reino de Dios, con la mirada puesta en Jesús, Caudillo y Consumador de nuestra esperanza.

2. El Señor llega a regir toda la tierra… Comentaba así Juan Pablo II:  ""Decid a los pueblos: "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95 (v 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92 (…) sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad. También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.

 "El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra" (v 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos: el Señor es rey" (v 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v 10), "a los pueblos" (v 14). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v 5). El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv 1-3, 7-9). Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.

En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración. El salmista proclama: "Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.

Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf vv 10-14). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv 11-13). Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8,19.21). Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo. Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre". De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el árbol de la cruz". Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz". En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,43-45)". Se nos habla de ese reinado en justicia y fidelidad, y comenta S. Agustín: "¿qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá en torno a sí a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más juto y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia".

Dios, el Señor, se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. Él liberó a los suyos de la esclavitud; y despojó a quienes poseían la tierra prometida para entregársela a su Pueblo Santo. Así Dios se ha manifestado como el único Dios vivo y verdadero, que vela por quienes en Él confían; y ha demostrado la falsedad de los dioses en quienes confían las demás naciones, que no pueden velar por ellas ni librarlas de las manos de sus enemigos. Por eso, que cielo, mar y tierra y todo lo que contienen, se alegren, regocijen, exulten y aclamen al Señor, que viene a gobernar con justicia al mundo, y a las naciones con fidelidad. Por medio de Cristo, Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Quienes hemos depositado en Él nuestra confianza, alegrémonos y llenémonos de gozo, pues, hechos partícipes de su victoria, nos participa también, ya desde ahora, de los bienes eternos, que reserva para los que le viven fieles.

 3. Lc 4,16-30 (ver domingo 3, C). Después de la lectura continua de los evangelios de Marcos y de Mateo, abordamos hoy el evangelio según san Lucas, que nos conducirá hasta el fin de noviembre -de la 22ª a la 34ª semana del tiempo ordinario-. Los evangelios relativos a la infancia de Jesús, habiendo sido leídos durante el Adviento y el tiempo de Navidad, empezamos en el capítulo cuarto de san Lucas: Jesús tiene treinta años y aborda su vida pública. Empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Una escena densa, muy bien narrada por Lucas, con una serie de detalles significativos:

 - la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados,

 - la invitación para que lea (de pie) al profeta; las lecturas de la Ley las hacían los rabinos; las de los profetas las podían hacer los laicos, como Jesús, que hubieran cumplido los treinta años;

- el pasaje de Isaías lo recuerda Lucas, porque es como el programa mesiánico de Jesús: "el Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos... para anunciar el año de gracia del Señor";

- el comentario es del mismo Jesús (sentado), con unas primeras palabras que son como la definición de lo que es una homilía: "hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir";

- las primeras reacciones de admiración y aprobación por parte de sus paisanos,

- que, sin embargo, quedan bloqueados en su camino de fe porque conocen demasiado a Jesús: "¿no es éste el hijo de José?";

- la queja de Jesús sobre esta falta de fe, comparada con la acogida que ha encontrado en otros pueblos; cita dos refranes o dichos de la época: "médico, cúrate a ti mismo", y "ningún profeta es bien mirado en su tierra";

- la segunda reacción, esta vez de ira, ante estas palabras, hasta el punto de querer acabar con él despeñándolo por el barranco;

- pero Jesús "se abrió paso entre ellos y se alejaba".

Jesús aparece desde la primera página como el Enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.

Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. "Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres". En la Plegaria Eucarística IV damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo (la alegría)". Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su comunidad, o sea, de nosotros? ¿se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres? ¿y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?

La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.

Jesús es en verdad el "año de gracia" que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo -hace ahora dos mil años- como salvador y "evangelizador". Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". El incio del tercer milenio es una nueva ocasión para que esta mirada nuestra hacia Jesús renueve su intensidad y para que nuestro conocimiento de él sea más profundo.

"Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación (J. Aldazábal).

-Lucas... ¿Quién era? Con ese tercer evangelista pasamos a otro mundo, que no es ya el de los judíos. Lucas nació en Antioquía de Siria. Pertenecía a la sociedad pagana cultivada, y ejercía la medicina como profesión. Siendo adulto, convertido quizá por san Pablo, pasó muy pronto a ser compañero de apostolado de san Pablo. Lucas construye su evangelio, evidentemente, con elementos comunes a Marcos y a Mateo. Pero él mismo indica cómo llevó su propia encuesta personal con los testigos oculares que vivían aún (Lc 1,2). Hay pues pasajes de los que él es el único relator. El griego empleado es el más literario y el más artísticamente redactado de todo el Nuevo Testamento. Lucas, como todo autor, tiene características y acentos propios: es el evangelio de la alegría, de la misericordia, de la vida interior y de la oración... es un evangelio eminentemente social, que quiere promover una sociedad más justa y más dichosa... todos los oprimidos de la sociedad antigua son valorizados: el niño, la mujer, los pobres... Dirigiéndose a ambientes cultivados del mundo pagano, evita las alusiones a las costumbres judías que habrían chocado o habrían exigido demasiadas explicaciones a la gente que no las conocía.

-Como era su costumbre los sábados, Jesús entró en la sinagoga de Nazaret.  Asiste al oficio. Es un "practicante" regular. Para nosotros es importante contemplar a Jesús: cuando salía de su casa el sábado, el sabat... entraba en el lugar de reunión... se colocaba en su sitio. Y allí, mezclado a la multitud de los fieles, cantaba los salmos, escuchaba el sermón del rabino, rezaba con las fórmulas o preces habituales de sus compatriotas.

-Se puso en pie para hacer la lectura. Le presentaron el volumen y desarrollándolo leyó... Esa tradición ha sido restablecida por el Concilio Vaticano II. Todo el tono del evangelio según san Lucas está anunciado aquí. Una lluvia de beneficios para todos los desgraciados, la liberación de todos los que sufren. ¿Es así como concibo yo habitualmente a Jesús? ¿Es así como concibo mi propia vida cristiana? Dos mil años después de la venida de Jesús, hay todavía mucho por hacer en este sentido, en mi lugar de trabajo, en mis relaciones. Notemos que la persona que anuncia esto, tan "humano", anuncia por ello una "presencia de Dios": No se trata solamente de filantropía, o de acción social... se trata, precisamente, del proyecto de Dios y de la acción del Espíritu... "el Espíritu del Señor está sobre mí, para..."

-Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido esta palabra de la Escritura. El texto de Isaías era antiguo de varios centenares de años. Pero no era un documento del pasado. También HOY Dios me interpela (Noel Quesson).

Así contaba Juan Pablo II en Dives in misericordia 3: "Cuando Cristo comenzó a hacer y a enseñar: Ante sus conciudadanos, en Nazaret, Cristo hace alusión a las palabras del profeta Isaías: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor' (Lc 4,18). Estas frases, según San Lucas, son su primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y palabras conocidos a través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras Cristo hace presente al Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en primer lugar los pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a causa de la injusticia social y, finalmente, los pecadores. Con relación a éstos especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios, que es amor; se hace signo del Padre. En tal signo visible, al igual que los hombres de aquel entonces, también los hombres de nuestros tiempos pueden ver al Padre.

Es significativo que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron adonde estaba Jesús para preguntarle: 'Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?' (Lc 7,19). El, recordando el mismo testimonio con que había inaugurado sus enseñanzas en Nazaret, haya respondido: 'Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan los pobres son evangelizados', para concluir diciendo: 'y bienaventurado quien no se escandaliza de mí' (Lc 7,22ss.).

Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la 'condición humana' histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente, el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado 'misericordia' en el lenguaje bíblico.

Cristo, pues, revela a Dios, que es Padre, que es 'amor', como diría San Juan en su primera Carta (1 Jn 4,16); revela a Dios 'rico de misericordia', como leemos en San Pablo (Ef 2,4). Esta verdad, más que tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo nos ha hecho presente. Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es, en la conciencia de Cristo mismo, la prueba fundamental de su misión de Mesías; lo corroboran las palabras pronunciadas por El primeramente en la sinagoga de Nazaret y más tarde ante sus discípulos y ante los enviados por Juan Bautista..

En base a tal modo de manifestar la presencia de Dios, que es Padre, amor y misericordia, Jesús hace de la misma misericordia uno de los temas principales de su predicación. Como de costumbre, también aquí enseña preferentemente 'en parábolas', debido a que éstas expresan mejor la esencia misma de las cosas. Baste recordar la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) o la del buen samaritano (Lc 10,30-37) y también  como contraste-la parábola del siervo inicuo (Mt 18,23-35). Son muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada (Mt 18,12-14; Lc 15,3-7) o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida (Lc 15,8-10). El evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo es Lucas, cuyo Evangelio ha merecido ser llamado 'el Evangelio de la misericordia'.

Cuando se habla de la predicación, se plantea un problema de capital importancia por lo que se refiere al significado de los términos y al contenido del concepto, sobre todo del concepto de 'misericordia' (en su relación con el concepto de 'amor'). Comprender esos contenidos es la clave para entender la realidad misma de la misericordia. Y es esto lo que realmente nos importa (…) es necesario constatar que Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por El como 'el más grande' (Mt 22, 38), bien en forma de bendición, cuando en el Discurso de la Montaña proclama: 'Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia' (Mt 5,7)".

De este modo, el mensaje mesiánico acerca de la misericordia conserva una particular dimensión divino-humana. Cristo en cuanto cumplimiento de las profecías mesiánicas- , al convertirse en la encarnación del amor que se manifiesta con peculiar fuerza respecto a los que sufren, a los infelices y a los pecadores, hace presente y revela de este modo más plenamente al Padre, que es Dios 'rico en misericordia'. Asimismo, al convertirse para los hombres en modelo del amor misericordioso hacia los demás, Cristo proclama con las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia, que es una de las componentes esenciales del ethos evangélico. En este caso no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: ... los misericordiosos... alcanzarán misericordia".

La unción del Señor está así expresada por S. Cirilo de Jerusalén "Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo, o ungüento material, sino que fue el Padre quien le ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue en el Espíritu Santo".

No basta estar convencidos de que en Jesús se han cumplido las Escrituras, y que, por tanto, Dios ha cumplido sus promesas. No basta quedarnos admirados ante las palabras y obras de Jesús. No basta buscar a Jesús para que haga en nosotros lo que oímos que hizo en otros tiempos y lugares. Mientras no busquemos a Jesús para comprometernos con Él en la construcción del Reino, no podemos, en verdad, llamarnos hombres de fe y ser hijos de Dios. Jesús no vino a exhibirse como el todopoderoso, ni como el que cumple a los hombres todos sus caprichos, por muy buenos que estos sean. Cuando uno busca al Señor por lo externo e intranscendente, y, finalmente Dios no lo conceda y le deja a uno con las manos vacías, puede uno decepcionarse de Él porque no pudimos manipularlo conforme a nuestros planes y falsas expectativas. Entonces se le abandona, se le traiciona, se trata de acabar con Él como si fuera una utilería y no el Ser Divino lleno de amor por nosotros. Pero el Señor pasará entre los decepcionados de sí mismos y se alejará de quienes le buscaron no por la fe en Él, sino sólo por curiosidad o admiración, pues Él no se deja atrapar en las redes de las falsas esperanzas de los hombres. Ojalá y nosotros busquemos al Señor con la sola intención de encontrarnos con Él, de entrar con Él en Alianza de amor y de escuchar su Palabra, ponerla en práctica y vivirle fieles desde hoy y para siempre.

En esta Eucaristía celebramos a nuestro Señor y Rey que, mediante su Misterio Pascual, se ha levantado victorioso, venciendo al autor del pecado y de la muerte, a la serpiente antigua o Satanás. Nosotros, que pertenecemos al Reino de Dios cantamos un cántico nuevo al Señor en esta acción litúrgica. Nuestro cántico es el que se eleva a Él no sólo con los labios, sino el ofrecimiento ante Él de todo lo que hasta ahora el Espíritu de Dios, que habita en nuestros corazones como en un templo, ha hecho por medio nuestro en favor de todos los pueblos. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre sea dado todo honor y toda gloria. Venimos para ofrecernos, junto con Cristo, como una ofrenda agradable al Padre. Por eso su Palabra, que se ha pronunciado sobre nosotros en esta Eucaristía, a la par que nos santifica, nos envía para que llevemos la salvación de Dios a todas las naciones, haciendo que la Buena Nueva llegue a los pobres, la liberación a los cautivos, la curación a los ciegos y la libertad a los oprimidos, de tal forma que hoy y siempre sea, desde la Iglesia, el día y el año de Gracia del Señor para todos.

Proclamar el Año de Gracia del Señor. A eso somos enviados. Nadie que ha entrado en contacto y en comunión de vida con el Señor puede retornar a sus labores diarias en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia para continuar pagando salarios de hambre a los pobres, comprando sus servicios por un par de sandalias; no puede continuar reteniendo cautivos injustamente a quienes son considerados perseguidos políticos, por haberse opuesto a su egoísta e injusto modo de pensar y actuar; no puede continuar robando la luz a quienes quedaron atrapados bajo el consumo de las drogas, o en las redes de los vicios mientras se arrodilla ante Dios pero sigue provocando que muchas vidas se consuman sin esperanza; no puede continuar oprimiendo a los débiles para quitarles el poco pan que llevarían a su boca, y quitarles la paz y la alegría por perseguirles injustamente tratando de apropiarse de lo poco que poseen y de la tierra que les pertenece. Quienes entramos en comunión de vida con el Señor, debemos ser motivo de paz y de alegría para todos, porque, al amarlos, levantamos su esperanza, fortalecemos su fe, volvemos a hacer que se encienda la llama de su amor, y que la paz vuelva a ellos por sentir que alguien les ama y está a su lado. ¿Que son duras estas palabras? ¿Que trataríamos de despeñar y acabar con Jesús y los suyos para que no nos molesten con esta clase de lenguaje? Ojalá y el Señor no pase entre nosotros y se aleje, dejándonos en nuestros rezos y cultos, vacíos de amor e inútiles ante Él por habernos cerrado a la escucha fiel de su Palabra y a la puesta en práctica de la misma. Que Dios, nuestro Padre, nos conceda por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir conforme a la fidelidad a su Voluntad que nos enseñó Jesús, Hijo suyo y Hermano nuestro. Amén (www.homiliacatolica.com).