viernes, 6 de noviembre de 2009

Viernes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario. Dios nos llama a la santidad, a no ser mundanos sino a vivir la vida nueva en el espíritu de hijos de Dios, y a estar en vela como las vírgenes prudentes que esperan al esposo.

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,1-8. Hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

 

Salmo 96,1 y 2b.5-6.10.11-12. R. Alegraos, justos, con el Señor.

El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Justicia y derecho sostienen su trono.

Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.

El Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre.

 

Santo Evangelio según san Mateo 25,1-13. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

 

Comentario: 1.- 1Ts 4,1-8. Todos estamos llamados a la santidad (cf Lumen gentium 39-40). Hemos escuchado cómo se alegraba y se consolaba Pablo por las noticias recibidas de la comunidad de Tesalónica, que tan buen ejemplo daba a todas. Pero, al final, en las páginas que leemos hoy y mañana, incluye unas exhortaciones para que mejoren y se afiancen en el nuevo camino. «Seguid adelante», es la consigna. No es de extrañar que una comunidad de recién convertidos todavía no esté muy arraigada en las actitudes cristianas, por ejemplo, en lo referente a la vida sexual. Los habitantes de Tesalónica, como los de las demás ciudades paganas, estaban acostumbrados antes de su conversión a un estilo de vida bastante licencioso, dentro y fuera de la vida matrimonial. Por eso Pablo les recomienda: «esto quiere Dios de vosotros, una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno», y que respeten a la mujer, sin considerarla como mero objeto de placer, «no por pura pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios». No leemos aquí otros pasajes en la misma dirección, como el de 1 Ts 5,4-11, donde les invita a la sobriedad, porque en Macedonia era famoso el culto en honor del dios Dionisio o Baco, con éxtasis y borracheras rituales.

«Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada». La consigna no vale sólo para los que provenían del paganismo, en tiempos de Pablo, sino también para quienes intentamos vivir con criterios cristianos dentro de un mundo neopagano, que no invita precisamente al autocontrol en la vida sexual. Tanto en el uso de nuestro propio cuerpo como en el de los demás, vale la motivación que daba el apóstol: «el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo». Dios tiene un plan, positivo y gozoso, sobre la vida sexual. Pero en torno a ella, y desde siempre, hay mentalidades que no quieren más puntos de referencia que el propio gusto.

También a nosotros se nos invita a «seguir adelante», a no quedarnos satisfechos de cómo vivimos el evangelio de Jesús, porque siempre podemos mejorar nuestra calidad de fe y el testimonio que damos. No sólo en lo espiritual y en la caridad social: también en lo sexual. Aunque tengamos que remar contra corriente en medio de una sociedad cuyo único criterio, a veces, parece ser el hedonismo fácil.

Dios nos quiere santos, comentaba S. Josemaría Escrivá: "Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad. Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: haec est voluntas Dei: sanctificatio vestra, ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima (…) la invitación a la santidad, dirigida por Jesucristo a todos los hombres sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior, que se ejercite diariamente en las virtudes cristianas; y no de cualquier manera, ni por encima de lo común, ni siquiera de un modo excelente: hemos de esforzarnos hasta el heroísmo, en el sentido más fuerte y tajante de la expresión".

Habla S. Pablo de la pureza, en forma de vaso, palabra tanto empleada para hablar de cuerpo como de la propia mujer. De eso habla S. Agustín: "el esposo cristiano no sólo no debe usar el vaso ajeno, que es lo que hacen aquellos que desean la mujer del prójimo, sino que sabe que incluso su propio vaso no es para poseerlo en la maldad de la concupiscencia carnal. Pero esto no ha de entenderse como si el Apóstol condenase la unión conyugal, es decir, la unión carnal lícita y buena". Nos llama a mantener el dominio del propio cuerpo en santidad y honor, la recta ordenación según Dios. Así dice GS 51: "El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos por cierto tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse. Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro. Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia, sin embargo, recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal. Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad. Tengan todos entendido que la vida de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el destino eterno de los hombres".

-Hermanos, habéis aprendido de nosotros cómo conviene que viváis para agradar a Dios. El texto griego dice: «como os conviene andar». La vida cristiana es una marcha hacia adelante, un progreso constante.

-Haced pues nuevos progresos, os lo rogamos, os lo pedimos de parte del Señor Jesús. ¡Cuán a menudo seguimos siendo rutinarios y tibios! La fe no es un «cómodo sillón». Es una invitación a avanzar sin cesar. Señor, ¿qué progreso esperas de mí en este preciso momento?

-Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Son unas instrucciones sobre moral sexual (versículos 4 a 8) y sobre las relaciones paternas (versículos 9 a 12). Sí, hay que decirlo, la fe debe provocar una conversión, una conducta moral nueva: "de parte del Señor Jesús", nuestras maneras humanas de portarnos han de cambiar para que lleguen a conformarse según esa fe.

-Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación... ¡Nada menos que la santidad! Tal es la «voluntad» de Dios. Tal es el proyecto de Dios respecto a nosotros. Lo que Dios espera de mí es la perfección. La perfección moral del hombre no es solamente una exigencia social del buen funcionamiento de la sociedad, como suele decirse... no es tan sólo una condición para la verdadera apertura de la persona... es una voluntad formal de Dios.

-Que os apartéis del libertinaje, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como los paganos que no conocen a Dios. Efectivamente la licencia sexual de los griegos y romanos no tenía por desgracia, nada que envidiar a nuestros desenfrenos por así decir modernos. Se presentan a veces esas costumbres como progresos, como avanzadas de futuro... cuando es evidente que tienen un resabio de «cosa vieja» y de regresión hacia las formas primitivas de una humanidad poco evolucionada. En efecto, la civilización en la que tuvieron que vivir los cristianos de aquel tiempo exponía a la luz del día las relaciones sexuales contra naturaleza, la prostitución sagrada y pública, las orgías y bacanales aberrantes. San Pablo resume todo eso con el término de «porneia», que se ha traducido aquí por «desenfreno» y de donde procede el término «pornografía». A este desenfreno, Pablo opone una vida sexual normal, en el marco de una pareja. La vida conyugal, en el matrimonio, no tiene nada que ver con esas caricaturas de sexualidad: el amor verdadero es un camino de santidad, tiene por base el respeto del otro y el control de sí mismo. Si «me dejo llevar por mi pasión», lo sé por experiencia, me pongo en la pendiente del más alienante de los egoísmos.

-En este asunto, que nadie ofenda a su hermano ni abuse de él. Sí, la sexualidad puede ser un «abuso» del otro, un «dominio» del otro, una «injusticia» hecha al otro. Esto es más claro, evidentemente en el caso del flirt o del adulterio... pero esto, por desgracia, puede darse también en el marco de una pareja. Si estoy casado, san Pablo me invita, en nombre del Señor a preguntarme si no actúo «en detrimento de mi cónyuge", si no «obro abusivamente". En efecto, si Dios nos ha llamado, no nos llamó a la impureza sino a la santidad. Así pues el que esto desprecia no desprecia a un hombre sino a Dios que nos hace don de su Espíritu Santo (Noel Quesson).

2. Debemos defendernos de los criterios del mundo, si son contrarios a los de Dios, sin dejarnos contaminar por costumbres que no pueden admitirse en la vida de un cristiano. El salmo promete: «el Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados...».

Juan Pablo II decía: "La luz, la alegría y la paz, que en el tiempo pascual inundan a la comunidad de los discípulos de Cristo y se difunden en la creación entera, impregnan este encuentro nuestro, que tiene lugar en el clima intenso de la octava de Pascua. En estos días celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Con su muerte y resurrección se instaura definitivamente el reino de justicia y amor querido por Dios Precisamente en torno al tema del reino de Dios gira esta catequesis, dedicada a la reflexión sobre el salmo 96. El Salmo comienza con una solemne proclamación: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables" y se puede definir una celebración del Rey divino, Señor del cosmos y de la historia. Así pues, podríamos decir que nos encontramos en presencia de un salmo "pascual". Sabemos la importancia que tenía en la predicación de Jesús el anuncio del reino de Dios. No sólo es el reconocimiento de la dependencia del ser creado con respecto al Creador; también es la convicción de que dentro de la historia se insertan un proyecto, un designio, una trama de armonías y de bienes queridos por Dios. Todo ello se realizó plenamente en la Pascua de la muerte y la resurrección de Jesús.

Recorramos ahora el texto de este salmo (…). Inmediatamente después de la aclamación al Señor rey, que resuena como un toque de trompeta, se presenta ante el orante una grandiosa epifanía divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones a otros pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaías, el salmista describe cómo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes cósmicos: las nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos.

Además de estos, otra serie de ministros personifica su acción histórica: la justicia, el derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca toda la creación. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las islas, consideradas como el área más remota (cf Sal 96,1). El mundo entero es iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto (cf v 4). Los montes, que encarnan las realidades más antiguas y sólidas según la cosmología bíblica, se derriten como cera (cf v 5), como ya cantaba el profeta Miqueas: "He aquí que el Señor sale de su morada (...). Debajo de él los montes se derriten, y los valles se hienden, como la cera al fuego" (Mi 1,3-4). En los cielos resuenan himnos angélicos que exaltan la justicia, es decir, la obra de salvación realizada por el Señor en favor de los justos. Por último, la humanidad entera contempla la manifestación de la gloria divina, o sea, de la realidad misteriosa de Dios (cf. Sal 96,6), mientras los "enemigos", es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la fuerza irresistible del juicio del Señor (cf v 3…).

Al cuadro que describe la victoria sobre los ídolos y sus adoradores se opone una escena que podríamos llamar la espléndida jornada de los fieles (cf vv 10-12). En efecto, se habla de una luz que amanece para el justo (cf v 11): es como si despuntara una aurora de alegría, de fiesta, de esperanza, entre otras razones porque, como se sabe, la luz es símbolo de Dios (cf 1 Jn 1,5). El profeta Malaquías declaraba: "Para vosotros, los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia" (Ml 3,20). A la luz se asocia la felicidad: "Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre" (Sal 96,11-12). El reino de Dios es fuente de paz y de serenidad, y destruye el imperio de las tinieblas. Una comunidad judía contemporánea de Jesús cantaba: "La impiedad retrocede ante la justicia, como las tinieblas retroceden ante la luz; la impiedad se disipará para siempre, y la justicia, como el sol, se manifestará principio de orden del mundo".

Antes de dejar el salmo 96, es importante volver a encontrar en él, además del rostro del Señor rey, también el del fiel. Está descrito con siete rasgos, signo de perfección y plenitud. Los que esperan la venida del gran Rey divino aborrecen el mal, aman al Señor, son los hasîdîm, (así se conoce hoy entre los judíos a los ortodoxos) es decir, los fieles (cf v 10), caminan por la senda de la justicia, son rectos de corazón (cf v 11), se alegran ante las obras de Dios y dan gracias al santo nombre del Señor (cf v 12). Pidamos al Señor que estos rasgos espirituales brillen también en nuestro rostro".

3.- Mt 25, 1-13 (ver domingo 32 A). Sigue la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia. Ayer ponía el ejemplo del ladrón que puede venir en cualquier momento, y el del amo de la casa, que deseará ver a los criados preparados cuando vuelva. Hoy son las diez jóvenes que acompañarán, como damas de honor, a la novia cuando llegue el novio. La parábola es sencilla, pero muy hermosa y significativa. Naturalmente, como pasa siempre en las parábolas, hay detalles exagerados o inusuales, que sirven para subrayar más la enseñanza que Jesús busca. Así, la tardanza del novio hasta medianoche, o la negativa de las jóvenes sensatas a compartir su aceite con las demás, o la idea de que puedan estar abiertas las tiendas a esas horas, o la respuesta tajante del novio, que cierra bruscamente la puerta, contra todas las reglas de la hospitalidad oriental... Jesús quiere transmitir esta idea: que todas tenían que haber estado preparadas y despiertas cuando llegó el novio. Su venida será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel -al menos sus dirigentes- no supo estarlo y desperdició la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo.

«Velad, porque no sabéis el día ni la hora». ¿Estamos siempre preparados y en vela? ¿llevamos aceite para nuestra lámpara? La pregunta se nos hace a nosotros, que vamos adelante en nuestra historia, se supone que atentos a la presencia del Señor Resucitado -el Novio- en nuestra vida, preparándonos al encuentro definitivo con Él.

Que no falte aceite en nuestra lámpara. Es lo que tenían que haber cuidado las jóvenes antes de echarse a dormir. Como el conductor que comprueba el aceite y la gasolina del coche antes del viaje. Como el encargado de la economía a la hora de hacer sus presupuestos. Se trata de estar alerta y ser conscientes de la cercanía del Señor a nuestras vidas. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar aceite. No hace falta, tampoco aquí, que pensemos necesariamente en el fin del mundo, o sólo en la hora de nuestra muerte. La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones que nos proporciona de saberle descubrir en los sacramentos, en las personas, en los signos de los tiempos. Y como «no sabemos ni el día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara. Al final, Jesús nos dirá qué clase de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo. El aceite de la fe, del amor y de las buenas obras.

Cuando celebramos la Eucaristía de Jesús, «mientras esperamos su venida gloriosa», se nos provee de esa luz y de esa fuerza que necesitamos para el camino. Jesús nos dijo: «el que me come, tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día» (J. Aldazábal).

La parábola de las diez vírgenes no se encuentra ya en su contexto original: el v. 13 no es una conclusión adecuada, ya que la exhortación a permanecer vigilantes no tiene en cuenta el contenido del relato, donde todas las vírgenes -tanto las sabias como las necias- se quedan dormidas (v. 5). Además, esta misma conclusión aparece en Mt 24, 42 y parece proceder de Mc 13, 35. El evangelista ha situado esta parábola dentro del discurso escatológico (Mt 24), pero la interpretación parusíaca que de ella hace no parece primitiva. Jesús no se ha comparado jamás con el esposo y no parece necesario dar a la parábola una interpretación alegórica para encontrar en ella el contenido primitivo.

Es posible que Jesús haya contado un acontecimiento real como pretexto para recordar a sus contemporáneos la inminencia del Reino e incitarlos a una mayor vigilancia (cf. la aparición repentina del diluvio en Mt 24,39; la intrusión repentina del ladrón en 1 Tes 5,1-5 y Mt 24,42 y la vuelta inesperada del amo en Mt 24,48). La llegada repentina del esposo está, además, tomada del natural: los tratos entre las dos familias se prolongaban durante largo tiempo como prueba del interés que los padres tomaban por sus hijos. El esposo hacía casi siempre su aparición en el momento en que los invitados comenzaban a cansarse o a sentir el efecto de la bebida. En la parábola se hace alusión a esta costumbre para describir con mayor viveza la irrupción inesperada de un Reino en medio de gentes distraídas.

Pronto transformó la Iglesia esta parábola de la inminencia del Reino en una alegoría de las nupcias de Cristo con la Iglesia, viendo en el esposo una figura de Cristo (cf. Mt 9,15); 2 Cor 11,2; Ef 5,25) y, en la apreciación que hace el esposo, las condiciones para participar en el banquete que seguirá a las bodas. Esto era forzar el sentido de la parábola primitiva, que no menciona para nada a la esposa. Los primeros cristianos, por su parte, han querido ver a la Iglesia-esposa en las diez vírgenes, tanto las prudentes como las necias, pues en la Iglesia, antes de que las bodas se celebren, cabemos todos, los que ignoran la llamada del Señor a estar vigilantes, y los que luchan cada día por vivir cerca del Señor; en este sentido esta parábola tiene mucha semejanza con la red que recoge toda clase de peces, buenos y menos buenos (Mt 13,48), con la sala de banquetes donde se reúnen justos y pecadores (Mt 22,10), con el campo donde crecen tanto la buena como la mala semilla (Mt 13,24-30). La Iglesia es, pues, semejante a un cortejo de hombres que caminan hacia el Señor; de ellos, unos tienen encendidas las lámparas de su vigilancia, mientras que los restantes no se preocupan de alimentar su fe. Los primeros procuran vivir sin dispersar su atención en mil cosas fútiles, ya que han escogido a Cristo y ponen los medios necesarios para permanecer fieles a Él; los otros se contentan con una pertenencia al grupo de los creyentes de tipo puramente sociológico. La discriminación solo se hará al término del periplo de la Iglesia sobre la tierra, en el día de las nupcias de Cristo con la humanidad que permanezca fiel.

Es posible que Mateo haya añadido personalmente alguna otra dimensión a la parábola al incluirla a continuación del discurso escatológico. En efecto, el primer evangelista responde a la pregunta sobre la participación de los hombres en el Reino y distingue dos grandes categorías: los que participan abiertamente en el pueblo de Dios (Mt 24, 45- 25, 30) y los que se preparan para el Reino sin saberlo (Mt 25, 31-46). Dentro de la primera categoría, Mateo distingue sucesivamente a los responsables del pueblo de Dios (Mt 24, 45-51) y después a sus miembros: mujeres (Mt 25, 1-13) y hombres (Mt 25, 14-30). La parábola de las diez vírgenes estaría, por tanto, dirigida a las mujeres cristianas para recordarles, de acuerdo con su propia mentalidad, el deber de la vigilancia. El evangelista utiliza a menudo el procedimiento consistente en desdoblar una misma parábola para que pueda aplicarse tanto al público "masculino" como al "femenino" (cf. Mt 24, 18-19; 9, 18-26; 13, 31-33), poniendo así de manifiesto la atención que ya prestaban los primeros predicadores a la diversidad de su auditorio (Maertens-Frisque).

-Hablando de la "venida" del Hijo del hombre, Jesús decía: "El Reino de los cielos es semejante a diez doncellas, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio..... Es la misma idea de ayer. Es una de las más hermosas parábolas del evangelio, la que nos hace penetrar más profundamente en el corazón de Jesús. Jesús es el "Prometido". Jesús ama. Viene a "encontrarse" con nosotros. Quiere introducirnos en su familia, como un prometido introduce a su prometida en su familia. Esto es para Jesús la vida cristiana: una marcha hacia el "encuentro" con alguien que nos ama... la diligencia de una prometida que va hacia su prometido... el deseo de un cita. La imagen de los esponsales era tradicional en la Biblia, Jesús, manifiestamente, la tomó a cuenta propia: Dios ama a la humanidad... la humanidad va al encuentro de Dios... el hombre está hecho para la intimidad con Dios... para el intercambio de amor con Él.

-Como el novio tardaba en "venir", les entró sueño a todas y se durmieron. Es la misma idea de ayer. Jesús tarda. La visita es imprevista, la hora es imprecisa. No se sabe cuándo llegará. Sí, ¡cuán verdadero es todo esto! Tenemos la impresión de que Tú estás ausente, de que no vas venir. Y te olvidamos, nos dormimos en lugar de "velar".

-A media noche se oyó gritar: "¡Que llega el novio; salid a recibirlo!" Ayer, Jesús se apropiaba la imagen del "ladrón nocturno", para acentuar el efecto de sorpresa, y por lo tanto, la necesidad de estar siempre a punto.

Hoy es ciertamente la misma idea; pero se trata de un "esposo que viene de noche". Se puede velar porque se teme al ladrón; pero es mucho más importante todavía velar porque se desea al esposo que está por llegar. ¿Deseo yo, verdaderamente, la venida de Jesús? ¿Qué hago yo para mantenerme despierto, vigilante, atento a "sus" venidas?

-Las muchachas prudentes prepararon sus lámparas. Sí, porque en el relato de Jesús hay dos categorías de prometidas, la mitad son necias y la otra mitad son sensatas o "prudentes". Pero todas se durmieron. Todas flaquearon en la espera. Así, Señor, en ese pequeño detalle nos muestras cuán bien nos conoces. No nos pides lo imposible: tan sólo ese pequeño signo de vigilancia, una lamparita que sigue "velando" mientras dormimos. Esta era ya la delicada intención de la esposa del Cantar de los Cantares (Ct 5,2): "Yo duermo, pero mi corazón vela." Sí, soy consciente de que no te amo bastante; pero Tú sabes que quisiera amarte más. Me sucede a menudo que me quedo como adormilado y no te espero; pero te ruego, Señor, que mires mi lamparita y su provisión de aceite.

-Las que estaban preparadas entraron "con Él" al banquete de bodas. Imagen del cielo: un banquete de bodas, un encuentro, "estar con Él". Pero, depende de nosotros empezar el cielo desde aquí abajo, enseguida.

-Las otras llegaron a su vez: ¡Señor, Señor, ábrenos! -No os conozco. Estad en vela pues no sabéis el día ni la hora. Esa terrible palabra hace resaltar, por contraste, toda la seriedad de nuestra aventura humana. Tu amor por nosotros no es cosa de broma: ¡Nos lo has dado todo! Cuando se ha sido amado con tal amor, cuando se ha rehusado este amor... éste se convierte en una especie de tormento: en una vida frustrada. En una vida que ha malogrado el encuentro (Noel Quesson).

Hablando de conversión, decía S. Josemaría Escrivá: "No es tarea fácil. El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera -ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide- es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas, hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón.

            De este modo, las tres virtudes teologales, virtudes divinas, que nos asemejan a nuestro Padre Dios, se han puesto en movimiento. 

El esposo representa a Cristo, las vírgenes a las almas, las personas invitadas a la boda, la alianza esponsal de Dios con su Iglesia. La enseñanza es clara: hay que estar atentos, como dice S. Agustín: "vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (…); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá"".

martes, 3 de noviembre de 2009

Jueves de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: el tiempo es fugaz, y Dios paciente, pero nos apremia a ser felices, a corresponder con las virtudes a la fidelidad a su llamada, en cada instante.

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,7-13. Hermanos, en medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante a Dios? ¡Tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra, cuando pedimos día y noche veros cara a cara y remediar las deficiencias de vuestra fe! Que Dios, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a veros. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

 

Salmo 89,3-4.12-13.14 y 17. R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.

Tú reduces al hombre a polvo, diciendo: «Retornad, hijos de Adán.» Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.

Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo 24,42-51. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues, dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, mandándolo a donde se manda a los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

 

Comentario: 1.- 1Ts 3,7-13. Cuando una comunidad a la que un apóstol ha dedicado tanto tiempo, responde bien, se convierte en un motivo de alegría para el apóstol. Pablo dice a los de Tesalónica: «vosotros, con vuestra fe, nos animáis... ahora respiramos... ¿cómo podremos agradecérselo bastante a Dios?... tanta alegría como gozamos...». Y manifiesta el deseo de que las cosas se arreglen de manera que pueda ir a hacerles una visita. A la vez, les asegura que les recuerda cada día en su oración. Lo que pide para ellos es «que Dios os haga rebosar de amor», «que os fortalezca internamente», que remedie «las deficiencias de vuestra fe», y así, en la venida última del Señor, «os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre». De nuevo presenta las tres virtudes teologales de la comunidad: el amor, la fe y la esperanza. Un apóstol -un catequista, un educador, un sacerdote- tiene con los destinatarios de su trabajo una relación compleja:

- se entrega a ellos, como ha dicho Pablo en las páginas anteriores, con total desinterés, con amor de madre y de padre, dispuesto a dar por ellos su propia vida;

- pero no sólo da a los demás, sino que también recibe de ellos, y tal vez es más lo que recibe que lo que da; no sólo enseña, sino aprende; no tiene el monopolio de la verdad ni de la generosidad: muchas veces encuentra en las demás personas, por alejadas que parezcan, valores y actitudes que no se esperaba, y que le estimulan y le llenan de alegría, como cuando Jesús «se admiraba» de la fe que encontró en personas no judías, como la mujer cananea o el centurión romano; la Iglesia no sólo es maestra, sino también discípula: en el diálogo con el mundo de hoy, podemos aprender mucho de los jóvenes, o de los no creyentes, de los alejados, y, mucho más, de tantos cristianos sencillos que, tal vez con poca formación, siguen con generosidad el camino de Dios y hacen todo el bien que pueden a su alrededor; evangelizar, a veces, es también descubrir en el corazón de las personas la acción escondida del Espíritu que prepara en ellas el camino para un encuentro pleno con Cristo en la Iglesia;

- y todo eso le lleva a un apóstol a rezar por esas personas, porque la fuerza transformadora está en Dios; pide por ellas, da gracias a Dios por ellas, y le reza para que progresen todavía más, que «rebosen de amor» y que se «fortalezcan internamente», y si es el caso, vayan subsanando «las deficiencias en su fe». En la oración es donde se recompone siempre la dirección de nuestro trabajo. Como dice el salmo: «baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».

Pablo es modelo en las tres direcciones: en la entrega, en los ánimos que sabe recibir de los demás y en la oración que dirige a Dios por ellos.

Pablo concluye la primera parte de su carta a los tesalonicenses con una oración. Antes ha recordado su evangelización y su conversión (1,2-10), y subrayando la diferencia entre el comportamiento de los apóstoles y el de los falsos misioneros (2,1-16).

Estamos en el año 51 y Pablo está lejos de Tesalónica. Teme las consecuencias de las falsas predicaciones y de las persecuciones que sufren los cristianos. Ni siquiera las noticias traídas por Timoteo le han tranquilizado totalmente (2,17-3,10). Pide entonces a Dios la alegría de volver a ver a los suyos para hacerles progresar en la fe. La oración de Pablo se desarrolla según una estructura precisa: los vv. 10-11 hacen alusión a la fe de los tesalonicenses, el v. 12 recuerda su caridad y el v. 13 su esperanza. La principal preocupación del fundador de la comunidad parece ser las virtudes teologales, fundamento de la vida del cristiano.

La fe de la comunidad es frágil y el informe de Timoteo ha revelado, probablemente, sus lagunas. Pablo se vio obligado a abandonar Tesalónica sin haber podido acabar la catequesis necesaria (Act 17,1-10). Pide a Dios que allane los obstáculos que han impedido hasta el momento su retorno.

Segundo objeto de la oración de San Pablo: el crecimiento de la caridad entre hermanos, pero también hacia todos los hombres, aunque fuesen perseguidores de la comunidad (Gal 6,10; Rom 12,10-21). El apóstol estima en efecto que él es responsable del amor que los tesalonicenses se testimonian mutuamente, ya que este amor es reflejo del que él les ha testimoniado (la misma actitud en 2 Ts 3,7-9; Flp 3,17; 4,9; 1 Co 4,16; 11,1).

La fe y el amor sólidos asegurarán a los cristianos de Tesalónica una santidad irreprochable. Pero esta debe crecer sin cesar en la esperanza de la Parusía del Señor (1 Tes 5,23; 1 Cor 1,8). Pablo participa también de las concepciones de su tiempo, según las cuales la Parusía se manifestará al término de las persecuciones. Las vejaciones sufridas por sus corresponsales no son más que el preludio.

Puede existir un cierto peligro en distinguir las tres virtudes teologales como si fueran tres poderes autónomos en el organismo del hijo de Dios. De hecho, al distinguir estas tres virtudes, Pablo sigue el procedimiento literario de la tríada. El organismo cristiano es único y no se puede tener la fe sin amor, ni el amor sin esperanza. Esto es, además, lo que el apóstol afirma cada vez que es conducido a describir estas virtudes. Este organismo cristiano único que es, en el fondo, la capacidad de dar a todas las cosas un sentido nuevo en Jesucristo, se expresa de varias maneras, pero entre ellas algunas son como actitudes privilegiadas y decisivas: el sentido que damos a la vida, a la muerte y a la resurrección del hombre-Dios, el sentido que damos a la vida de los hombres, entre ellos, el sentido, finalmente, que damos a la marcha de la humanidad y son, respectivamente, la fe, la caridad y la esperanza actitudes que no pueden adquirirse sino en el nombre del Señor (Martens-Frisque).

-Hermanos, en medio de todas nuestras congojas y tribulaciones, las noticias recibidas de vuestra fe nos han reconfortado. Ahora sí que vivimos porque vosotros permanecéis firmes en el Señor. Ahora «revivimos» porque tenemos buenas noticias de la firmeza de vuestra fe. La respiración del apóstol y toda su vida provienen de sus fieles. «Os mantenéis firmes en el Señor.» La fe se parece a un combate en el que hay que apretar los dientes ¡y aguantar! El mismo Pablo confiesa el contexto de su vida de apóstol: vive «en medio de congojas y tribulaciones». Esta fuerza, esta perseverancia que, a pesar de los obstáculos, experimentan los que tienen Fe, no proviene de sí mismos, es una fuerza «en el Señor». Puede coexistir con un profundo sentimiento de debilidad personal (Rm 7,14-25).

-¿Cómo podremos agradecer a Dios por vosotros por todo el gozo que por causa vuestra experimentamos ante nuestro Dios? Noche y día pedimos insistentemente... Las pruebas de Pablo no le hacen taciturno o melancólico. Nos dice que pasa noche y día dando gracias a Dios en el gozo y en la oración. ¿Y yo? ¿me esfuerzo en transformar mis preocupaciones de esa manera positiva? San Pablo nos dirá ahora sobre qué puntos precisos se desarrolla su oración:

1º La fe . -Que Dios nos haga ver vuestro rostro para completar lo que falta a vuestra fe. Que Dios mismo, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesucristo, orienten nuestros pasos hasta vosotros. El primer objetivo de su oración es la consolidación de la Fe de esa comunidad. Después de una evangelización tan corta -unas semanas- no ha de extrañarnos que la fe de los Tesalonicenses sea frágil y llena de lagunas. A causa de la persecución, Pablo se vio obligado a salir de allí antes de lo que hubiese querido. Podría extrañar que nos hable de «fe incompleta» después de los elogios que les ha prodigado precisamente sobre su fe. Pero la Fe tiene dos aspectos:

-es ante todo un acto global de adhesión a Cristo...

-es además una vida según Cristo que requiere un desarrollo, una catequesis.

¿Sé yo «completar lo que le falta a mi fe»? ¿Ruego para que progrese mi fe y la fe de todos los que amo?

2º La caridad. -Que el señor os haga progresar en el amor de unos con otros y para con todos, como es nuestro amor para con vosotros. Amar: primero «entre hermanos», pero también y ampliamente a «todos los hombres». Esta es una de las más puras características del evangelio.

3º La esperanza. -Para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. La esperanza y la espera que dan un sentido a la vida (Noel Quesson).

2. El salmo hace referencia a la fugacidad de la vida, centrándose en la creación del hombre, al que formó Dios del polvo de la tierra (Gn 3,19) y le ha dado una vida breve, y dice S. Pedro que Dios tiene paciencia con nosotros: "no tarda el Señor en cumplir con su promesa, como algunos  piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (2 P 3,8-9).

Decía el fundador del Opus Dei: "Os recuerdo de nuevo que nos queda poco tiempo: tempus breve est, porque es breve la vida sobre la tierra, y que, teniendo aquellos medios, no necesitamos más que buena voluntad para aprovechar las ocasiones que Dios nos ha concedido. Desde que Nuestro Señor vino a este mundo, se inició la era favorable, el día de la salvación, para nosotros y para todos. Que Nuestro Padre Dios no deba dirigirnos el reproche que ya manifestó por boca de Jeremías: en el cielo, la cigüeña conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla conocen los plazos de sus migraciones: pero mi pueblo ignora voluntariamente los juicios de Yahvé.

            No existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión! El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!

            No nos servirá ninguna disculpa. El Señor se ha prodigado con nosotros: nos ha instruido pacientemente; nos ha explicado sus preceptos con parábolas, y nos ha insistido sin descanso. Como a Felipe, puede preguntarnos: hace años que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido? Ha llegado el momento de trabajar de verdad, de ocupar todos los instantes de la jornada, de soportar -gustosamente y con alegría- el peso del día y del calor".

Dios es también el que puede perdonar y hacer felices los días del hombre sobre la tierra. Es lo que se le pide en estos versículos.

3.- Mt 24, 42-51 (ver paralelo, domingo 19, C). Nos quedan tres días de lectura del evangelio de san Mateo. Y los tres tienen un mismo tema: el discurso «escatológico» de Jesús, el quinto y último de los que Mateo nos ofrece en su evangelio, organizando los dichos de Jesús (cf. lo que decíamos el lunes de la décima semana). El discurso escatológico se refiere a los acontecimientos finales y, en concreto, a la actitud de vigilancia que debemos tener respecto a la venida última de Jesús. Hoy nos lo dice con dos comparaciones muy expresivas: el ladrón puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente; el amo puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados. Nos va bien que nos recomienden la vigilancia en nuestra vida. No es que sea inminente el fin del mundo, con la aparición gloriosa de Cristo. Ni que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado: ¿desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor?

El estudiante estudia desde el principio de curso. El deportista se esfuerza desde que empieza la etapa o el campeonato. El campesino piensa en el resultado final ya desde la siembra. Aunque no sean inminentes ni el examen ni la meta definitiva ni la cosecha. No es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final. «Estad en vela»: buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la Venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y adónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino. Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: «muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor» (J. Aldazábal).

Las tres páginas propuestas hasta el sábado inclusive las incluye san Mateo en un gran discurso de Jesús sobre el "Fin de los Tiempos" -Escatología-Velad... Convendría citar por entero el sermón 22 de Newman sobre la "vigilancia". He aquí algunos extractos: "Jesús preveía el estado del mundo tal como lo vemos hoy, en el que su ausencia prolongada nos ha inducido a creer que ya no volverá jamás... Ahora bien, muy misericordiosamente nos susurra al oído que no nos fiemos de lo que vemos, que no compartamos esa incredulidad general... sino que estemos alerta y vigilantes". "Debemos no sólo "creer", sino "vigilar"; no sólo "amar", sino "vigilar"; no sólo "obedecer", sino "vigilar"; vigilar ¿por que? Por ese gran acontecimiento: la venida de Cristo…

"¿Sabéis qué es estar esperando a un amigo, esperar su llegada y ver que tarda en venir? ¿Sabéis qué es estar con una compañía desagradable, y desear que pase el tiempo y llegue el momento en que podáis recobrar vuestra libertad? ¿Sabéis qué es tener lejos a un amigo, esperar noticias suyas, y preguntarse día tras día qué estará haciendo ahora, en ese momento, si se encontrará bien?... Velar a la espera de Cristo es un sentimiento parecido a estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo son capaces de representar los de otro mundo..."

-Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela... También vosotros estad preparados: porque en el momento que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.

También el Padre Duval ha traducido maravillosamente esta espera en su canción. "El Señor volverá, lo prometió, que no te encuentre dormido aquella noche. "En mi ternura clamo hacia Él: Dios mío, ¿será quizá esta noche? "El Señor volverá, espéralo en tu corazón, ¡no sueñes en disfrutar lejos de Él tu pequeña felicidad!" ¡Jesús "viene"! Y nos advierte: ¡velad! porque vengo cuando no lo pensáis.

Podríais malograr esa "venida", esa cita imprevista, esta visita-sorpresa. Y para que nos pongamos en guardia contra nuestras seguridades engañosas, Jesús llega a compararse a un "ladrón nocturno". Inseguridad fundamental de la condición humana.

Jesús "vendrá"... al final de los tiempos en el esplendor del último día. Jesús "vendrá"... a la hora de nuestra muerte en el cara a cara de aquel momento solemne "cuando se rasgará el velo que nos separa del dulce encuentro".

Pero... Jesús "viene"... cada día, si sabemos "estar en vela". No hay que esperar el último día. Está allí, detrás del velo. Viene en mi trabajo, en mis horas de distensión, de solaz. Viene a través de tal persona con quien me encuentro, de tal libro que estoy leyendo, de tal suceso imprevisto... Es el secreto de una verdadera revisión de vida.

-¿Dónde está ese "empleado" fiel y sensato encargado por el amo de dar a su servidumbre la comida a sus horas? Dichoso el tal empleado si el amo, al llegar lo encuentra cumpliendo con su obligación... Sí, "velar", atisbar "las" venidas de Jesús, ¡no es estar soñando! Es hacer cada uno el trabajo de cada día, es considerarse, de alguna manera, responsable de los demás, es darles, cuando se requiera, su porción de pan, es amar. En verdad eso concierne, muy especialmente, a los "jefes de comunidad", en la Iglesia o en otra parte. Y ¿quién no es jefe de una comunidad? Familia, equipo, grupo, clase, despacho, empresa, sindicato, club, colegas, clientes, etc. Darles, cuando es oportuno, lo que esperan de mí (Noel Quesson).

 Llucià Pou Sabaté

Miércoles de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: la transmisión del Evangelio lleva a una paternidad espiritual, que se basa en la verdad, en acomodar la vida a lo que se predica.

 

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 9-13. Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo leal, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria. Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.

 

Salmo 138,7-8.9-10.11-12ab. R. Señor, tú me sondeas y me conoces.

¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.

Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día.

 

Santo Evangelio según san Mateo 23,27-32. En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas"! Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! »

 

Comentario: 1.- 1Ts 2, 9-13. Pablo sigue recordando los «esfuerzos y fatigas» que le costó la evangelización en Tesalónica. Y, como ayer, se atreve a presentar su actuación como «leal, recta e irreprochable». En concreto, alude a un aspecto de su ministerio que también aparece en otras cartas (sobre todo en 1 Co 9): que «trabajó día y noche» porque nunca quiso ser «gravoso a nadie». Ayer ya aludía a que, en su estancia en aquella ciudad, no se le podía achacar ninguna «codicia disimulada» o interés económico. Ya sabemos que Pablo era tejedor de oficio, fabricaba lonas para tiendas (cf Hch 18,3). Si ayer comparaba su amor al de una madre, hoy dice que «tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos»: y se ve que el amor de un padre presenta matices distintos, porque empleó con ellos un «tono suave y enérgico». El conjunto de su ministerio en Tesalónica es muy positivo, y Pablo vuelve a dar gracias a Dios porque en esta ciudad hubo bastantes personas que acogieron la predicación «no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios».

-Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas: trabajando día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros os anunciamos el Evangelio de Dios.

Dignidad del «trabajo manual»: San Pablo preconiza el trabajo profesional, que Jesús santificó (Mt 13,55). No se avergonzó de los callos de sus manos ni del dinero ganado para «satisfacer sus necesidades y las de sus compañeros" (Hch 20,34). ¡Pablo era tejedor, fabricante de lonas! En Corinto trabajaba en un taller, en casa de Aquila y Priscila (Hch 18,3). Los paganos de cultura griega despreciaban el trabajo manual, indigno de un hombre libre, el «trabajo servil» como se decía en la Iglesia aun recientemente, por desgracia. Para Pablo, en cambio, como para los intelectuales judíos, el trabajo manual era no solamente un factor complementario del equilibrio humano, sino, sobre todo un medio de «no ser gravoso a los demás» y de poder proclamar así el evangelio gratuitamente y en la más perfecta independencia frente al poder del dinero. Exigencia totalmente actual.

-El Evangelio de Dios: Dos veces, en pocas líneas, se encuentra esta expresión. No olvidemos que los «evangelios», como libros escritos, no existían todavía. Antes de ser objeto de biblioteca el evangelio ha sido «la buena nueva de Dios» que se transmitía, de hombre a hombre, a todos los que querían acogerlo.

-Vosotros sois testigos y Dios también de cuán santa, justa e irreprochablemente nos comportamos con vosotros, los creyentes. Una vez más Pablo se defiende de no ser un filósofo o un propagandista... o un profesor de buena doctrina. Lo que cuenta ante Dios es para él las actitudes de santidad, de justicia, de perfección de que su vida de hombre da testimonio.

-Como un padre a sus hijos, lo sabíais bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos... Pablo había comparado el amor por sus fieles a la dulzura y al calor del amor maternal (1Ts 2,7). Ahora expresa su ternura con la imagen del amor paternal, viril y reconfortante (1Ts 2,11). Evoco a tantos padres que conozco, y los cuidados que prodigan a sus hijos: sentimiento natural, universal... lenguaje capaz de ser comprendido por todas las razas. ¡No hay apostolado sin amor! Ser apóstol no es ser un desfacedor de entuertos, ni un maestro de moral, es ser ¡aquél que exhorta y alienta como un padre!

-Os hemos exhortado a tener una conducta digna de Dios. Porque se trata de algo muy distinto a un «sentimiento». Se trata de una verdadera paternidad, real, aunque espiritual. Ser apóstol es «transmitir la vida», la de Dios. Es ser el instrumento de la paternidad misma de Dios. San Juan no tardará en poner en boca de Jesús: «Tenéis que renacer del agua y del Espíritu» (Jn 3). ¡Tener una conducta digna de Dios! digna de un hijo de Dios.

-Cuando recibisteis de nuestros labios la Palabra de Dios, la habéis acogido por lo que realmente es: no como una palabra de hombres, sino la Palabra de Dios que actúa en vosotros los creyentes. Una palabra que actúa, que hace que vivamos de un modo nuevo (Noel Quesson).

El ejemplo de Pablo nos sigue interpelando. Nuestra actuación en favor de la comunidad ha de ser intachable, desinteresada, sin buscarnos a nosotros mismos o las ventajas económicas.

Para nuestra vida de entrega por los demás, si ayer se nos presentaba como modelo el amor de una madre, hoy se nos habla del amor de un padre, con un trato personal a la vez suave y enérgico, ayudando a todos a «vivir como se merece Dios». Si en conjunto podemos sentirnos satisfechos de la obra que realizamos, no nos atribuyamos el mérito, porque la que da eficacia a nuestro trabajo es «la palabra de Dios, que permanece operante en los creyentes». La fuerza transformadora es la de Dios. Nosotros somos instrumentos -ojalá buenos- en sus manos, para bien de la comunidad.

2. De nuevo el salmo 138 nos recuerda que estamos ante la mirada penetrante de Dios: «Señor, tú me sondeas y me conoces... ¿a dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada?». S. Teresa dice (en su Camino de perfección 28,2): "¿Pensáis que os importa poco saber qué cosa es cielo, y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo, que para entendimientos derramados, que importa mucho, no solo creer esto, sino pensarlo mucho; porque es una de las cosas, que muy mucho atan los pensamientos, y hacen recoger el alma. Ya habréis oído, que Dios está en todas partes, y esto es gran verdad, pues claro está, que adonde está el rey, allí dicen que es la corte. En fin, que adonde está Dios es el cielo. Sin duda lo podéis creer, que adonde está su Majestad, está toda la gloria. Pues mira, que dice san Agustín (creo en el libro de sus meditaciones) que le buscaba en muchas partes, y que le vino a hallar dentro de sí. Pensáis que importa poco para un alma derramada, entender esta verdad y ver, que no ha menester para hablar con su Padre Eterno, ir al cielo, ni para regalarse con Él, que ni ha menester rezar á voces, por paso, que hable (=que hable bajo) ni oirá, ni ha menester alas, para ir á buscarle, sino ponerse en soledad, y mirarle dentro de sí, y no estrenarse de tan buen huésped, sino con grande humildad hablarle como á Padre, pedirle como á Padre; regalarse con Él, como con Padre, entendiendo que no es digna de ser su hija".

(vv 7-12): Aunque el hombre tratara de salirse de la órbita de Dios, no encontraría lugar alguno en que no le envolviera su presencia. El espíritu o aliento de Yahvé -su energía y fuerza vivificante- lo domina todo, y su faz o mirada -manifestación de la presencia divina a los hombres- tiene una visión panorámica sobre todo lo creado. Es inútil, pues, huir de su presencia escrutadora. Yahvé está en la cima de los cielos, pero hasta el seol (abismo), o región de los muertos, se extiende su mirada inquisidora. Y en la tierra domina todos los puntos cardinales. Inútil, pues, trasladarse al otro extremo del mar -el occidente mediterráneo-, pues también allí campea la presencia divina. Ni siquiera las tinieblas pueden encubrirle, pues a la mirada divina son lúcidas y transparentes como el día, y, por otra parte, Yahvé, como Creador, que ha modelado al hombre en el seno materno, conoce sus interioridades y recovecos. Todo esto es misterioso, pero no por ello menos admirable; y el salmista proclama con énfasis la omnisciencia divina (www.franciscanos.org).

3. Mt 23,27-32. Dos acusaciones más de Jesús contra los fariseos, con los que terminamos esta serie, nada halagüeña para las clases dirigentes de Israel. Según él, esos letrados y fariseos hipócritas se parecen a «sepulcros encalados», por fuera «con buena apariencia», pero por dentro «llenos de podredumbre». Los sepulcros se blanqueaban, entre otras cosas, para que se pudieran distinguir bien y no tocarlos, porque eso dejaba impura a la persona. Además, los fariseos levantan mausoleos o adornan los sepulcros de los profetas muertos por sus antepasados: pero ellos mismos rechazan a los profetas vivientes, y están a punto de asesinar al enviado de Dios, con lo que van a «colmar la medida de sus padres».

Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía: aparecer por fuera lo que no se es por dentro. Como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto, aquí desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad. ¿Se nos podría achacar algo de esto? ¿no andamos preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior, en la presencia de Dios, a quien no podemos engañar?; ¿es auténtica o falsa nuestra apariencia de piedad?; ¿sería muy exagerado tacharnos de «sepulcros blanqueados»? También conviene que nos evaluemos en el otro aspecto que Jesús denuncia: ¿somos de las personas que, de palabra, se distancian de los malos, como los fariseos de sus antepasados («nosotros no hubiéramos hecho eso de ninguna manera»), pero en realidad somos tan malos o peores que ellos, cuando se nos presenta la ocasión? ¿Se podría decir algo así de la Iglesia, que denuncia, y con razón, los defectos de la sociedad, pero que puede caer en las mismas faltas que critica, como la ambición o la violencia o el interés por el poder? Y también de cada uno de nosotros, los «buenos», siempre tentados de creernos los mejores, los perfectos, cuando en realidad tal vez somos espiritualmente más pobres que los que tenemos por alejados o no creyentes (J. Aldazábal).

-¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros blanqueados!...que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. Jesús fustiga aquí la distancia que hay en nosotros entre el "parecer" y el "ser"... entre lo que dejamos que aparezca de nuestras vidas, y lo que ocultamos. Jesús es el único santo, el único que puede exponer tales exigencias sin ser hipócrita. Todo hombre es pecador, todo predicador es pecador... Todos los que critican tan severamente a los demás son, también, pecadores... La hipocresía toma todas las formas, incluso la de acusar a los demás de ser hipócritas: "los cristianos no son mejores que los demás...". A veces se siente la tentación de replicar: "Y Ud. señor, señora, ¿es Ud. perfecto, Ud. que exige que lo sean los cristianos? Ante esa rigurosa exigencia de verdad, nos sentimos pequeños, reconocemos nuestros propios límites. No se trata tampoco de exhibir a plena luz nuestras miserias. Este exhibicionismo podría ser, a su vez, un modo de hipocresía dándoselas de listo para aparentar la justificación de nuestros defectos. Sacar las inmundicias delante de la piedra de la tumba no es lo que Jesús recomienda, sino la conveniencia de purificar lo de dentro de la misma manera que se ha embellecido el exterior. Señor, que para el interior de nuestros corazones tengamos el mismo afán de purificación y de hermosura que tenemos para nuestras apariencias.

-¡Ay de vosotros escribas y fariseos que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos y decís: "Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos colaborado con ellos para derramar la sangre de los profetas." Una tras la otra, cada generación dice lo mismo: "Si hubiéramos estado allí, lo hubiéramos hecho mejor que vosotros..." "Considerad, vosotros, los adultos, cuán lamentable es la sociedad que nos habéis legado..." "Ah, si nos dierais las responsabilidades, veríais..." ¡Y nos cargamos a nuestros antepasados y nos cargamos a los judíos... y creemos que nosotros no hubiéramos crucificado a Jesús! ¡Resulta una terrible hipocresía creerse mejor que su propio padre, considerarse entre los justos! cuyas tumbas se adornan en los cementerios. Hay así una hipocresía inconsciente en el hecho de mirar desde arriba las páginas sombrías de la historia de la Iglesia al creer que somos nosotros los que, por fin, hemos purificado la fe... y que el cristianismo de nuestros antepasados dejaba mucho que desear. "Con nosotros renacerá la Iglesia", dicen algunos. Ingenua pretensión.

-Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas ¡Colmad, también vosotros la medida de vuestros padres! Todo este capitulo 23 del evangelio de san Mateo, que hemos leído, es sombrío, pesimista, trágico. Quizá su violencia nos excede; pero no puede suprimirse del evangelio. Es como un escalpelo que abre las llagas. El peligro estaría en aplicarlo sólo a las llagas de los demás. Y, para Jesús, ciertamente fue trágico: será "asesinado" (Noel Quesson).

 

domingo, 25 de octubre de 2009

Martes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: Dios en su atención amorosa nos revela la verdad del hombre, la transmisión del Evangelio es el mejor regalo para no caer en la esclavitud de las insignificancias, y tener la libertad de lo esencial.

Martes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: Dios en su atención amorosa nos revela la verdad del hombre, la transmisión del Evangelio es el mejor regalo para no caer en la esclavitud de las insignificancias, y tener la libertad de lo esencial. 

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8. Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil. A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor -apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones. Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os tomamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.

 

Salmo 138,1-3.4-6. R. Señor, tú me sondeas y me conoces.

Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.

 

Santo Evangelio según san Mateo 23,23-26. En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.»

 

Comentario: 1.- 1Ts 2,1-8: Pablo alude en su carta a las dificultades que encontró durante los meses que pasó en Tesalónica y que le obligaron a huir, junto con Silas, por la violenta oposición de los judíos, celosos del éxito de su predicación (cf Hch 17,1-9). Defiende el estilo de su apostolado y puede presentar una admirable «hoja de servicios»: en su ministerio apostólico «no procedía de error o de motivos turbios», «no usaba engaños», no predicaba «para contentar a los hombres, sino a Dios», nunca tuvo «palabras de adulación» ni pretendía el «honor de los hombres». Tampoco se le puede acusar de «codicia disimulada». Más aún: Pablo puede afirmar: «os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestra propia persona». La entrega fue absoluta, y no duda en compararla al amor de una madre: «os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos». Podemos aplicarnos este examen de conciencia sobre nuestra vida cristiana, de modo particular si trabajamos en algún ministerio de animación en bien de la comunidad. ¿Podríamos afirmar de nuestra actuación lo que Pablo asegura de la suya?; ¿son tan limpias nuestras intenciones, tan desinteresada y generosa nuestra entrega?; ¿en verdad no hay engaño ni fraude ni adulación ni interés económico ni vanidad en nuestro servicio a la comunidad?

Tal vez nosotros también hemos conocido la «fuerte oposición» o los «sufrimientos e injurias» en nuestro testimonio de vida cristiana. Podemos aprender de Pablo a no acobardarnos nunca y a seguir adelante con entrega total y con la confianza puesta en Dios. Pablo se compara, por el cariño que siente por los de Tesalónica y por la entrega total que les ha hecho de su vida, a «una madre que cuida de sus hijos». Esta imagen está de actualidad, por lo que ahora prestemos más atención a la figura de «Dios como Madre», que ya se encuentra en la Biblia: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15), «sobre las rodillas seréis acariciados: como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré» (Is 66,13).

-Hermanos, bien sabéis vosotros que nuestra ida a vosotros no fue inútil, después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos... San Lucas contará más tarde en los Hechos (16,16-40) cómo Pablo había sido molido a palos y encarcelado en Filipos antes de llegar a Tesalónica. El «ministerio» no es una actividad de absoluto reposo. Ser «misionero» supone una gran dosis de generosidad: es reproducir la actitud de Jesús, ese «Servidor sufriente» cuyos padecimientos «no fueron inútiles», según Isaías (49,4). ¿Estoy convencido de que la evangelización lleva aparejada la cruz? Los santos de todos los tiempos consideraron sus sufrimientos como una participación en la redención de los hombres. ¿Me olvido de que mis sufrimientos pueden ser «útiles» si sé ofrecerlos libremente?

-Habiendo puesto nuestra «confianza» en Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas. He ahí la primera emergencia de una actitud típicamente paulina: tener plena confianza, hablar con seguridad (11 Cor 3,12; 7,14; Ef 3,12; 6,19; Fil 1,20; 1 Tim 3,13; Fil 8; Hebr 3,6; 4,16, etc.). Pablo no era orgulloso, era más bien tímido. Pero encontraba en Dios su solidez, su certidumbre. Era todo lo contrario de una persona indecisa. ¿Qué diría de nuestras tergiversaciones, de nuestras indecisiones, de nuestros temores a proclamar el evangelio?

-Cuando os exhortábamos no estábamos al servicio de falsas doctrinas, no teníamos motivos impuros, ni obrábamos con engaño. Pablo cuida de aislar su "ministerio" de todas las empresas algo semejantes en apariencia con las cuales se le podría confundir: cualquier clase de publicidad o propaganda, cuyo criterio es la astucia, el engaño... cuyo fin es el dinero, la influencia, motivaciones que Pablo estima impuras...

-Para confiarnos el Evangelio Dios nos puso a prueba... Si bien no hablamos para agradar a los hombres, sino a Dios. ¡El único criterio de Pablo es Dios! Pablo dice que «pasó un examen», que fue «puesto a prueba»: no delante de los hombres para agradarles, sino delante de Dios: exigencia infinita de autenticidad de la Palabra, de competencia.

-Nunca nos presentamos, ya lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia. Dios es testigo, ni buscando honores... El apóstol no proclama el evangelio solamente ni ante todo por sus palabras, sino por sus comportamientos. Señor, haz que nuestras vidas correspondan a nuestros discursos, a los buenos consejos que damos a los demás, al ideal que predicamos para la sociedad. ¡Cuántos sacerdotes no ponen en práctica sus sermones! ¡Cuántos padres no actúan según lo que recomiendan a sus hijos! ¡Cuántos militantes, responsables, que no aplican en su propia actividad los principios que defienden verbalmente! ¿Y yo? ¡Qué desfase hay entre mis intenciones y mi conducta real!

-Al contrario, con vosotros nos mostramos amables, como una madre cuida con cariño a sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos. Ternura, afecto, don de sí: virtudes maternales, virtudes del apóstol. No podemos anunciar el evangelio más que a los que amamos... y entregándonos nosotros mismos (Noel Quesson).

Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, n. 78 explicaba: "El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una verdad que hace libres  y que es la única que procura la paz del corazón; esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.

De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla.

Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad sin reparar en sacrificio. Muchos eminentes y santos Pastores nos han legado el ejemplo de este amor, en muchos casos heroicos, a la verdad. El Dios de verdad espera de nosotros que seamos los defensores vigilantes y los predicadores devotos de la misma.

Doctores, ya seáis teólogos o exégetas, o historiadores: la obra de la evangelización tiene necesidad de vuestra infatigable labor de investigación y también de vuestra atención y delicadeza en la transmisión de la verdad, a la que vuestros estudios os acercan, pero que siempre desborda el corazón del hombre porque es la verdad misma de Dios.

Padres y maestros: vuestra tarea, que los múltiples conflictos actuales hacen difícil, es la de ayudar a vuestros hijos y alumnos a descubrir la verdad, comprendida la verdad religiosa y espiritual".

Los vv 7-12 hablan de que evangelizar es labor de los padres, hay que hacerlo con el amor con que una madre atiende a las necesidades de un hijo, pero mira más allá del momento presente, y así glosa S. Agustín las atenciones a los que nacen a la fe: "como la madre que gusta de nutrir a su pequeño pero no desea que permanezca pequeño. Lo lleva en su seno, lo atiende con sus manos, lo consuela con sus caricias, lo alimenta con su leche. Todo esto hace al pequeño, pero desea que crezca para no tener que hacer siempre tales cosas". De modo análogo, la predicación del Evangelio requiere toda clase de atenciones, pero ha de ofrecer certezas sólidas basadas en la palabra de Dios que permitan el arraigo, desarrollo y madurez en la fe de quienes la han recibido (Biblia de Navarra).

2. La Biblia de Jerusalén da a todo el salmo 138 el título de Homenaje a Aquel que lo sabe todo. Compárese esta meditación sobre la omnisciencia divina, llena de confianza en el Señor, con la que hace Job para expresar el temor del hombre bajo la mirada de Dios (Job 7,17-20).- Para Nácar-Colunga el título del salmo es La omnisciencia y omnipresencia divina. El salmo nos recuerda que Dios nos conoce por dentro, y es ante Él como debemos examinarnos: «Señor, tú me sondeas y me conoces, de lejos penetras mis pensamientos, todas mis sendas te son familiares». Meditación teológica sobre esos atributos de Yahvé, sobre los misteriosos designios divinos y sobre el problema del mal. Nada se oculta de la vista de Dios, ni los pensamientos más recónditos de los hombres. Pretender engañar a Dios haciéndole creer intenciones o actitudes profundas nuestras que no son reales, o encubriéndole las que sí lo son, es vana puerilidad del hombre, para quien lo único cabal y sensato sería la total sinceridad ante el Señor.- «Dios nos mira siempre con amor, para cumplir en nosotros sus designios providentes. Él conoce todos los secretos de nuestro corazón y de nuestra existencia. No se le oculta nada a su mirada de Padre. Para él no hay lejanía ni tinieblas. Dejarse mirar por él es ya una actitud filial de oración confiada, como diciendo que no tenemos dónde refugiarnos, sino en él. Que podamos decirle de corazón con Pedro: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21,17)» (J. Esquerda Bifet).

La omnisciencia y omnipresencia divinas: Este salmo tiene el aire de una meditación teológica sobre los atributos de la sabiduría y omnipresencia de Yahvé, sobre los misterios de los designios divinos y sobre el problema del mal. Dios conoce a fondo las interioridades del hombre: sus designios, sus intenciones, sus pensamientos más secretos, porque le envuelve y penetra en todo su ser. Pero, al mismo tiempo, tiene especialísima solicitud de él. El salmista, ante este panorama, no comprende la actitud y conducta de los pecadores que hacen caso omiso de su Dios. Identificado con el sentir divino, llega a odiar a los enemigos de su Señor.

Muchas ideas de este salmo 138 son muy similares a las expuestas en el libro de Job, y aun el lenguaje se asemeja a este libro didáctico, en el que se plantea el problema de la permisión del mal en los planes divinos (cf. Job 10,9). El salmo es una meditación sobre la Providencia divina en estilo poético: «Los atributos divinos no son considerados en sí mismos, ni en su relación a la esencia divina, ni aun en sus relaciones con la humanidad en general, sino, como es natural en la plegaria meditada, en sus relaciones con la persona individual» (Faulhaber). «El desarrollo de los pensamientos se hace, no de una manera abstracta, sino por imágenes muy realistas, algunas veces demasiado brillantes. No se le lee, se le ve» (J. Calès). Es uno de los salmos más bellos del Salterio.

La estrofa de hoy trata de cómo Yahvé conoce los secretos del hombre (vv 1-6): La llamamos omnisciencia divina. El conocimiento divino sobre el hombre se extiende a todas sus más íntimas manifestaciones. Nada se escapa a su admirable percepción: cuando se sienta, cuando se levanta, cuando camina, cuando descansa, se halla siempre bajo la mirada escrutadora de Yahvé. Sus mismas palabras están ya medidas antes de que tomen expresión articulada. La razón de esta ciencia radica en el hecho de que Dios todo lo penetra con su Ser misterioso (v 5). El salmista, sin acudir a las formulaciones escolásticas -Dios está en todas partes «por esencia, presencia y potencia»-, sabe que lo llena todo, y particularmente envuelve y estrecha al hombre en todo su ser corporal y racional. Esto es un misterio que excede a la humana inteligencia, y el salmista, como el Apóstol de las gentes, declara que es incomprensible (Rm 11,33).

 3. Mateo 23,23-26. Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena. Jesús se lo echa en cara: «pagáis el diezmo de la menta... y descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad». De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida. Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.

Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros. En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia? Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes. También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro el corazón lo tenemos impresentable. Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús (J. Aldazábal).

-¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la Justicia, la Misericordia, la Lealtad! La Ley preveía que cada agricultor debía ofrecer al Templo el "décimo" -el diezmo- de la cosecha. Los fariseos lo habían encarecido al aplicar esta regla incluso a las hierbas que se emplean como condimento: la menta, el hinojo, el comino... ¡Nos imaginamos a las amas de casa separando de cada diez un ramito de perejil para la colecta del Templo! Estas son minucias de las que Jesús nos ha liberado. ¡Vamos! ¡Ampliad vuestros horizontes, abrid las ventanas de vuestra religión! Jesús nos repite esto HOY. Si los fariseos eran minuciosos en algunas bagatelas, tenían en cambio la manga muy ancha para otros asuntos más importantes. Y Jesús nos recuerda las grandes exigencias de todos los tiempos: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Hoy diríamos: la ayuda a los más pobres, la defensa de los débiles y de los oprimidos, la pureza de la vida conyugal, la honestidad profesional, la justicia social, etc...

 -Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. Jesús no es un revolucionario que predica la libertad por la libertad. Quiere que la fidelidad a las observancias en el culto sea el reflejo de una fiel observancia del amor a los demás, durante toda la vida. No "la vida" o "el culto"... Sino "la vida" y "el culto"...

-¡Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡que purificáis por fuera la copa y el plato mientras que por dentro estáis llenos de codicia y de intemperancia! ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa, para que también por fuera quede limpia! Los documentos de Qumram nos han mostrado cuán grande era, entre los judíos, la preocupación por la pureza legal: se requerían abluciones numerosas para cualquier propósito. Un mosquito que cayera en la sopa la hacía "impura". No nos creamos superiores, ni juzguemos despectivamente tales prácticas, como si la vida moderna nos hubiera liberado definitivamente de detalles sin importancia y de tabúes irracionales. Jesús nos repite, hoy también, que el ceremonial exterior -la purificación de la "copa y del plato"- tiene menos importancia que la pureza interior. Las controversias actuales en algunos países, sobre la "comunión en la mano", o la "comunión en la boca", pertenecen a este orden de cosas. "No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre" (Mt 15,11).

A veces nos imaginamos que solamente ahora, en la actualidad, nuestros tiempos son turbulentos, los usos y costumbres cambiantes y provocadores de oposiciones entre las distintas maneras de comportarse. Ahora bien, en todo tiempo la Iglesia ha conocido esos cambios y esas oposiciones. Jesús, en su tiempo, fue un factor de evolución de las costumbres de sus correligionarios judíos. Digamos simplemente que sobre esos asuntos de detalle ¡tenía, más bien, amplitud de ideas! Pero hay que añadir: se encolerizaba contra los que querían defender a toda costa los usos que Él reprobaba. La insistencia de Mateo en relatarnos esas invectivas, que nos extrañan a veces, proviene de que la Iglesia de su tiempo se enfrentaba a polémicas agudas entre el cristianismo y el judaísmo, en el interior mismo de las comunidades. Los judaizantes querían conservar el máximo de usos judíos. Los otros se apoyaban precisamente en esas palabras de Jesús para defender un punto de vista más amplio. Ayúdanos, Señor, a superar nuestras oposiciones (Noel Quesson).

Jesús se enfrentó abiertamente con las autoridades judías. Les criticaba la falta de responsabilidad para con el pueblo de Dios. El sanedrín, los sacerdotes y otros dignatarios estaban más comprometidos con el Imperio Romano, para asegurar sus intereses, que con el Dios al que rendían culto. Pero la acción profética de Jesús iba más allá. Confrontaba también a los muchos grupos y partidos que se hacían pasar por guías del pueblo. Les criticaba su falsedad, pues, a nombre del bien común únicamente perseguían intereses partidistas, sectarios e individuales. El de los fariseos era uno de estos grupos de fanáticos religiosos que prometían el cielo y la tierra al pueblo de Israel. Durante mucho tiempo consiguieron el apoyo popular haciéndose pasar por hombres justos y piadosos. Jesús con un marcado estilo profético, desenmascara el oportunismo y las verdaderas intenciones de estos grupos. Bajo el manto de corderos escondían una voracidad de lobos. Las comparaciones que hace Jesús ponen en evidencia la mentira con la que se encubren los fariseos. Estos se muestran como hombres extremadamente cumplidores de la Ley, pero no les importan la justicia ni la fidelidad a Dios. Ante la gente son hombres puros, pero en su interior sólo acumulan codicia y estafas. Se exhiben como hombres religiosos para ocultar la corrupción y la maldad. Hoy las comunidades cristianas están llamadas a continuar la acción profética de Jesús. Deben descubrir a todos aquellos que con piel de cordero se mezclan entre la gente para satisfacer mezquinos intereses personales. La comunidad no puede guardar silencio ante líderes populistas e inescrupulosos que embaucan al pueblo con mentiras y proyectos fantasiosos. Es hora de que la comunidad cristiana recupere su talante profético y afronte, desde su insignificancia y debilidad, a los falsos líderes y pastores (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Por la ley de los diezmos Israel reconoce a Yahvé el derecho de propiedad sobre toda su tierra y sus bienes. La parte de Dios en estos bienes servía para el mantenimiento del culto y sus ministros y también para socorrer a los pobres. De los principales frutos de la tierra, los fariseos habían extendido el diezmo a los productos más mínimos, cosa a la que alude nuestro texto. La pedagogía de Jesús no excluye la fidelidad a lo pequeño, y aun a lo mínimo. El remedio que propone el Evangelio contra el abuso de descuidar lo principal no consiste en descuidar lo secundario, ni tampoco en allanar todos los valores con un mismo rasero, sino en integrarlos dentro de una razonable escala de "gravedad" o importancia. Los tres supremos valores señalados en el v. 23 vienen a ser una síntesis de la ley en su dimensión social: el justo juicio, es decir, la observancia del derecho y la justicia en las relaciones humanas; la misericordia, expresión casi universal del amor al prójimo; y la buena fe, o sea, probablemente, el hábito de la fidelidad sincera y leal que permite convivir en un clima de serena confianza. El reproche de Jesús sigue la línea de los juicios con que los profetas desenmascaraban las injusticias sociales de su pueblo, encubiertas bajo la hipocresía de una impecable religiosidad exterior. La imagen del v. 24 pone en contraste el animal más grande con el más pequeño. Evitan escrupulosamente sorberse un mosquito, pero se tragan un camello. La ironía tiene como trasfondo la ley que prohíbe comer animales "impuros".

Los vv. 25-26 corresponden a las acusaciones de Jesús contra los escribas y fariseos, a propósito de la falta de coherencia entre las purificaciones y apariencias de virtud por fuera y la pureza y virtud sincera por dentro. Para Jesús la pureza interior no se contrapone a sus signos externos. El Evangelio no proclama una hipocresía en sentido inverso al "farisaico": la de ser religioso, pero no parecerlo. Lo que afirma es que, si purifica de veras su interior, todo el hombre será puro ante Dios, a partir de dentro. Los fariseos son víctimas en sí mismos y sobre todo sus discípulos, no sólo de negligencia o de inconsecuencia, sino de una perversión religiosa que les hace tomar lo secundario por lo esencial. (J. Mateos-F. Camacho).

Estamos en la cuarta parte del evangelio de Mateo: el tiempo de las decisiones, de los rechazos y del juicio. Estos ayes de Jesús son como la antítesis de las Bienaventuranzas, el reverso de los valores del Reino. El proyecto de Dios está destrozado por la tradición del fariseísmo. La disciplina farisea se ha enloquecido. Su mayor fallo es haber "descuidado lo más grave de la Ley: la justicia, el buen corazón y la lealtad" (v.23). Jesús es la presencia del Dios compasivo, solidario con el sufrimiento de los pobres. Los dirigentes religiosos enterraron la fuerza de la palabra, se volvieron ilegítimos al olvidarse y despreciar a los pobres y no conmoverse sus entrañas. La ley debe estar en el núcleo del corazón, como ley de vida. Lo externo debe estar en coherencia con lo que hay en el corazón. Los ayes de Jesús intentan liberar de amarres al Dios del templo. El Dios de Jesús no es el tirano de las leyes, sino el Padre de misericordia. Jesús está contra la comercialización del templo. Los seres humanos somos especialistas en pervertir lo sagrado. La religión queda con frecuencia atrapada. Este Jesús del Evangelio denuncia la violencia del templo sobre las conciencias de la gente, y la manipulación del nombre de Dios. Es hacer de la religión una cueva donde esconderse después de haber sembrado el dolor, el robo, la injusticia, como hacen los ladrones que se refugian en lugar "seguro" para huir de su propia conciencia, que les grita. Es disimular con rezos, y prácticas externas el corazón desviado, lejos del amor y la misericordia. Palabras proféticas de Jesús que nos obligan a evaluar cómo usamos el nombre de Dios, el culto, los sacramentos, la Biblia. Es útil preguntarnos si los manipulamos, si los secuestramos a favor de nuestros egoísmos, intereses, ideologías, nacionalismos… (Servicio Bíblico Latinoamericano). San Juan Crisóstomo llama a la vanagloria "madre del infierno". San Basilio dice: "Huyamos de la vanagloria, insinuante expoliadora de las riquezas espirituales, enemiga lisonjera de nuestras almas, gusano mortal de las virtudes, arrebatadora insidiosa de todos nuestros bienes". Véase 6, 1 ss.  

Este espíritu de apariencia, contrario al Espíritu de verdad que tan admirablemente caracteriza nuestro divino Maestro, es propio de todos los tiempos, y fácilmente lo descubrimos en nosotros mismos. Aunque mucho nos cueste confesarlo, nos preocuparía más que el mundo nos atribuyera una falta de educación, que una indiferencia contra Dios. Nos mueve muchas veces a la limosna un motivo humano más que el divino, y en no pocas cosas obramos más por quedar bien con nuestros superiores que por gratitud y amor a nuestro Dios. Cf. I Cor. 6, 7 y nota. En el v. 26 Jesús nos promete que si somos rectos en el corazón también las obras serán buenas. Cf. Prov. 4, 23.

S. León Magno comenta: "Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.

La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.

El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas".

Llucià Pou Sabaté