sábado, 28 de junio de 2025

29 de junio. Solemnidad de San Pedro y San Pablo: Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, y Pedro es portavoz y tiene el poder de las llaves que Jesús le dio A. Lecturas: 1. Lamentaciones (2,2.10-14.18-19): El Señor destruyó sin compasión todas las moradas de Jacob, con su indignación demolió las plazas fuertes de Judá; derribó por tierra, deshonrados, al rey y a los príncipes. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el suelo la cabeza. Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi pueblo; muchachos y niños de pecho desfallecen por las calles de la ciudad. Preguntaban a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras desfallecían, como los heridos, por las calles de la ciudad, mientras expiraban en brazos de sus madres.

29 de junio. Solemnidad de San Pedro y San Pablo: Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, y Pedro es portavoz y tiene el poder de las llaves que Jesús le dio

 

A. Lecturas:

1. Lamentaciones (2,2.10-14.18-19): El Señor destruyó sin compasión todas las moradas de Jacob, con su indignación demolió las plazas fuertes de Judá; derribó por tierra, deshonrados, al rey y a los príncipes. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el suelo la cabeza. Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi pueblo; muchachos y niños de pecho desfallecen por las calles de la ciudad. Preguntaban a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras desfallecían, como los heridos, por las calles de la ciudad, mientras expiraban en brazos de sus madres.

   ¿Quién se te iguala, quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé, para consolarte, Sión, la doncella? Inmensa como el mar es tu desgracia: ¿quién podrá curarte? Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas; y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte, sino que te anunciaban visiones falsas y seductoras.

   Grita con toda el alma al Señor, laméntate, Sión; derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; no te concedas reposo, no descansen tus ojos. Levántate y grita de noche, al relevo de la guardia; derrama como agua tu corazón en presencia del Señor; levanta hacia él las manos por la vida de tus niños, desfallecidos de hambre en las encrucijadas.

   2. Salmo 73: ¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados, y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño? Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste para posesión tuya, del monte Sión donde pusiste tu morada.

   Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio; el enemigo ha arrasado del todo el santuario. Rugían los agresores en medio de tu asamblea, levantaron sus propios estandartes.

   En la entrada superior abatieron a hachazos el entramado; después, con martillos y mazas, destrozaron todas las esculturas. Prendieron fuego a tu santuario, derribaron y profanaron la morada de tu nombre.

   Piensa en tu alianza: que los rincones del país están llenos de violencias. Que el humilde no se marche defraudado, que pobres y afligidos alaben tu nombre.

   3. Mateo 16,13-19: "En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

 

B. Comentario:

   Santos Pedro y Pablo: columnas de la fe y de la unidad de la Iglesia

«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)

Celebramos el 29 de junio la solemnidad de San Pedro y San Pablo, mártires y pilares fundamentales de la Iglesia. Sus vidas, tan distintas, confluyen en una misma entrega: la fe en Jesucristo, que no procede de carne ni sangre, sino del Padre que revela el misterio a los humildes.

Ambos fueron llamados por Cristo y transformados por Él: Pedro desde una pesca milagrosa; Pablo desde una caída en el camino de Damasco. Ambos fueron confrontados por su debilidad, pero también fortalecidos por la gracia. Ambos sellaron con su sangre su testimonio. Y desde entonces, la Iglesia es apostólica no solo por sucesión, sino por fe compartida: «La fe de los apóstoles es la fe de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

Pedro: roca débil y firme

Pedro, el pescador de Betsaida, fue mirado por Jesús con ternura y autoridad: «Tú eres Simón… te llamarás Cefas». Esa mirada lo tocó en lo más profundo. Desde entonces, su corazón fue preparado poco a poco para ser roca, no por méritos humanos, sino por gracia.

Cuando Pedro confiesa: «Tú eres el Cristo», Jesús le revela su misión: ser piedra sobre la que se edificará la Iglesia (cf. Mt 16,18). Las llaves que recibe no son un adorno de poder, sino una responsabilidad de servicio, que implica atar y desatar, permitir y perdonar.

Pedro será el primero en caer —negando a Jesús—, pero también el primero en llorar, en convertirse y en confirmar a los hermanos (cf. Lc 22,31-33). Como decía san León Magno, «la fortaleza de todos se refuerza en Pedro». Por eso, la comunión con el Papa no es un formalismo, sino expresión visible de la unidad que Cristo quiso para su Iglesia.

Pablo: de perseguidor a apóstol de las gentes

Pablo, el fariseo celoso convertido en testigo ardiente, fue elegido no por su virtud sino por la gracia que reconoció en Aquel a quien perseguía. Su vida fue una carrera hasta el martirio, ofrecida como libación (cf. 2 Tim 4,6-8). Desde las cárceles escribió cartas que siguen alimentando la fe de la Iglesia.

Su confesión de fe —«Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí»— complementa la de Pedro. Si Pedro encarna la unidad y solidez institucional, Pablo simboliza la expansión misionera, el dinamismo del Evangelio que rompe fronteras.

La Iglesia los celebra juntos porque en su complementariedad se refleja su plenitud: la fidelidad y la audacia, la estructura y el carisma, la roca y la llama.

Una fe que vence el mundo

Ambos apóstoles nos enseñan que la fe no es producto de esfuerzo humano, sino don del Espíritu que actúa en el corazón disponible. Como escribió Juan Pablo II, el creyente debe estar atento al "laboratorio de la fe" que el Espíritu realiza en su interior.

En tiempos de crisis, su testimonio nos invita a renovar la unidad eclesial, el amor al Papa, y la valentía para dar razón de nuestra esperanza. Nos recuerdan que el escándalo de la división es el mayor obstáculo para la evangelización.

Conclusión: fe, martirio y comunión

La solemnidad de San Pedro y San Pablo no es una celebración del pasado, sino una llamada viva: confesar a Cristo con la vida, perseverar en la fe hasta el final y vivir en comunión con la Iglesia entera.

Como dijo san León Magno: «Hoy no honramos a unos mártires cualesquiera, sino a los príncipes de los Apóstoles». Su sangre fecundó Roma y su ejemplo sigue edificando la Iglesia. Con ellos, también nosotros proclamamos hoy:
«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo».

 

Llucià Pou Sabaté

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