Miércoles de la 3ª semana de Adviento.
3. "En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: – «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí»" (Lucas 7, 19-23)
B. Comentario:
1. Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo «el ungido». Después de las nefastas invasiones de Babilonia y Siria, Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Es un canto a la libertad: «Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación". Es el anuncio de la venida del Salvador. Cristo es el primer «brote» de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina. Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.
-"Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes"… Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace «fecunda» y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza. -¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.
-"Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo". Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!
-"Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra!" La reivindicación divina es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).
2. El Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre. El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia. Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia. De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?».
Este salmo es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.
Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible.
3. Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: – «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» La pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, hace la pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Pensamos que al final de los tiempos, en el cielo nuevo y la nueva tierra, se realizará la buena nueva; pero todos ven que ya ahora Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Vemos que en el mundo hay injusticias, que muchas cosas no van bien, y muchos suponen que Jesús ha fracasado. Pero la Palabra va haciéndose historia, la vida de Jesús, su amor y sus milagros es una semilla que ha irrumpido en el mundo fructificando en esa realidad definitiva que es la victoria de la vida sobre la muerte.
Dios se revela en la pascua del nacimiento de Jesús, su vida y milagros, y nos muestra el camino que conduce a la Vida, y estamos en el camino cuando ayudamos a los necesitados. Jesús es débil en poder humano, silenciosamente «pasa haciendo el bien», en su amor es «potente en la acción… en la palabra» (Hechos 10,38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien… sus gestos, las breves palabras que les dirige. -Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan… Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad. -A los pobres… se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa «buena» para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?
-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).
Tantos y tantos formulan, más o menos conscientemente, la misma pregunta a Jesús: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».
Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.
El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad. En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).
No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13,8). "¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios" (J. Escrivá). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II).
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