Lunes de la 14ª semana de Tiempo Ordinario: Jesús nos salva y fomenta nuestra fe, para poder ayudarnos. Dios siempre es fiel, y suscita nuestra correspondencia a su amor
A. Lecturas
1. Oseas (2,16.17b-18.21-22): Así dice el Señor: «Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día –oráculo del Señor–, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor.»
2. Salmo 144: Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.
Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas.
Encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones; difunden la memoria de tu inmensa bondad, y aclaman tus victorias.
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
3. Mateo 9,18-26: "En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: -«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: -«¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: -«¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca".
B. Comentario:
1. El drama del Libro de Oseas que leeremos hasta el viernes es la vida de un profeta (va después de Amós en el reino del Norte, en el siglo VIII a.C.) antes del destierro a Babilonia. Oseas vive una doble dimensión: en su vida personal, sufre el drama de su mujer, y como miembro del pueblo, le duele la infidelidad de Israel a su Dios.
Oseas encontró en su desastrosa vida conyugal un camino para hablar del amor de Dios hacia su pueblo infiel.
-"Mi esposa infiel..." un marido engañado. Gómer, su mujer, era una prostituta seguramente del culto a Baal. El profeta la redime, pero ella vuelve. A sus hijos les llama con nombres de desastres (nombre del palacio donde matan a toda la familia real, "La-no-amada", "No-mi-pueblo". Todo parece acabado, pero en medio de esa desesperación, ¿es posible el verdadero amor? Dios habla a través de la historia:
-"Mi esposa infiel, yo voy a seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré de corazón a corazón". Es la historia de una humanidad siempre tentada a ser infiel, y a la que Dios no se cansa de perseguir con su ternura. «¡Fue preciso que yo pasara por esto, dice Oseas, para comprender cuánto nos ama Dios!» Es emocionante oír a ese hombre decidido a volver a dar todas las posibilidades a su esposa infiel... y hablando de ella con tanto afecto: «le hablaré de corazón a corazón.»
Jesús se presenta como novio y esposo, que se entrega por su esposa la Iglesia, siguiendo la tradición bíblica de ver la relación con Dios como un matrimonio. En el Apocalipsis, uno de los momentos culminantes de la lucha entre el bien y el mal es la gran fiesta de las bodas del Cordero.
Nuestro amor a Dios se puede enfriar, y Oseas nos transmite la voz emocionada de Dios que nos anuncia su perdón y nos quiere «reconquistar», llevándonos a la soledad del desierto, para ver si recapacitamos y volvemos al fervor primero. Quiere que volvamos a mirarle con los ojos con que se miran los novios, llenos de ilusión y amor. Que abandonemos nuestros «baales» particulares y le tengamos sólo a él como esposo.
Sea cual sea nuestra situación personal, Dios nos invita a recomenzar de nuevo, a iniciar una nueva etapa de amor y fidelidad (J. Aldazábal).
Todo puede cambiar. Los corazones pueden convertirse: Y responderá ella, allí, como en los días de su juventud. En aquel día me llamará "esposo mío", y no me llamará más «Baal mío». Yo te desposaré conmigo para siempre. Después de la infidelidad de nuestros pecados, Dios sigue amándonos y sigue proponiéndonos su amor, con la misma ternura de siempre. Es un gran misterio, como el canto primaveral y fresco de los primeros esponsales, en la ilusión del primer amor. Pero la pareja ha pasado ya la prueba: ha sido purificada por el sufrimiento y tendrá en adelante una solidez inquebrantable: «¡será para siempre!»
¡Todo el evangelio de la «misericordia» está ya aquí! Hay que detenerse a contemplar ese Corazón de Dios, capaz de amar de modo totalmente gratuito, infinitamente desinteresado. Dios ama a los pecadores. Dios me ama a mí que soy pecador. Quiere que nos convirtamos, pero su amor no depende de que nos portemos bien, en cambio sí dependemos nosotros de acoger ese amor con el nuestro.
-"Te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en ternura... Te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás al Señor". «Amor» traduce aquí un término hebreo importante: «hésed»: «lazo profundo, apasionado, visceral», una especie de solidaridad vital, un compromiso, una inclinación afectiva. Se ve que se trata de algo que es mucho más que un sentimiento, que un pobre amor humano. Oseas añade la idea de «conocimiento»: tú conocerás al Señor (Noel Quesson).
2. El salmo nos ayuda a emprender este camino de vuelta con confianza: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad: el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas».
3. -Un jefe de la sinagoga se acercó a Jesús, se prosternó y le dijo: "Mi hija acaba de morir; pero ven tú, aplícale tu mano y vivirá". Es un notable, responsable de la reunión del culto de cada Sabat. Es ante todo un pobre hombre aplastado por el dolor: su hija ha muerto. Pienso en su pena... Es algo sorprendente la confianza que ese hombre tiene puesta en Jesús: ¡Todavía no ha resucitado a ningún muerto! Es una verdadera fe en lo imposible, y se atreve a pedirlo. "Ven, y aplícale tu mano". La mano de Jesús...
-"Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos". Inmediatamente vas a atender a ese padre, Jesús.
-"En esto una mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del vestido... Jesús se volvió y al verla le dijo: "Animo, hija, tu fe te ha curado" y desde aquel momento quedó curada". Marcos cuenta la escena con muchos detalles, Mateo subraya la fe. Pide a tus discípulos que "curen a los enfermos". También hoy Jesús cura por los sacramentos, también el amor de Dios continúa presente en la Eucaristía, donde le tocamos y Él nos cura.
-"Jesús llegó a casa del jefe de la sinagoga y al ver a los flautistas y el alboroto de la gente dijo: "Apartaos..."" Hay ciertos ambientes, quizá algo convencionales o falsos, que no te gustan, Jesús, y pides que salgan esos que pululan por ahí…
-"Pues ¡la niña no está muerta, sino dormida!" Será lo mismo que dirás sobre la muerte de Lázaro: "Vayamos a despertar a nuestro amigo" (Juan 11,11). Para ti, Jesús, la muerte no tiene el carácter temible que le damos... es más bien una especie de "sueño" del cual tú tienes el poder del despertar. Debo esforzarme constantemente en ver todas las cosas y situaciones como las miras, Jesús...
-"Pero ellos se reían de El. Cuando echaron a la gente, entró Jesús, cogió a la chiquilla de la mano y ella se puso en pie. La Noticia del hecho se difundió por toda la región". Creo en ti, Señor, en tu poder de resucitar, de perdonar, de volvernos a la vida… te pido que me aumentes la fe, para creer más y mejor (Noel Quesson), para verte como Señor de toda la creación, de la vida y de la muerte, con poder sobre todo mal, que curas enfermedades... En eso consiste tu Reino, la novedad vienes a traer: la curación y la resurrección.
Te pido verte en los sacramentos, Señor, donde nos acercamos con más fe a ti y te «tocamos», o tú nos tocas a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida. En el caso de aquella mujer, tú notaste que había salido fuerza de ti (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos de algo antiguo, sino la vida que tú nos transmites hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo, «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116).
El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de nuestros males (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
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