martes, 24 de julio de 2018

Miércoles semana 16 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 16 de tiempo ordinario; año par

Virtudes humanas
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga» (Mateo 13,1-9).
I. El Evangelio de la Misa nos enseña cómo la semilla de la gracia cae en terrenos muy diferentes: entre espinos, en el camino endurecido por el paso de las gentes, en medio de un pedregal..., en tierra buena. Dios quiere que seamos esa tierra bien preparada que acoge la semilla y a su tiempo da una crecida cosecha. Las virtudes naturales constituyen en el hombre el terreno bien dispuesto para que, con la ayuda de la gracia, arraiguen y crezcan las sobrenaturales. Muchos que, quizá por ignorancia, viven alejados de Dios, pero han cultivado esas disposiciones nobles y honradas, están bien dispuestos y preparados para recibir la gracia de la fe, porque el comportamiento humano recto compone como el punto de apoyo del edificio sobrenatural.
La vida de la gracia en el cristiano no está superpuesta a la realidad humana, sino que la penetra, la enriquece y la perfecciona. «De este modo se explica que la Iglesia exija a sus santos el ejercicio heroico no sólo de las virtudes teologales, sino también de las morales y humanas; y que las personas verdaderamente unidas a Dios por el ejercicio de las virtudes teologales se perfeccionan también desde el punto de vista humano, se afinan en su trato; son leales, afables, corteses, generosas, sinceras, precisamente porque tienen colocados en Dios todos los afectos de su alma».
El orden sobrenatural no prescinde del orden natural, ni mucho menos lo destruye: «por el contrario, lo levanta y lo perfecciona, y cada uno de los órdenes presta al otro un auxilio, como un complemento proporcionado a su propia naturaleza y dignidad, puesto que ambos proceden de Dios, que no puede menos de estar de acuerdo consigo mismo».
Aunque la gracia puede transformar por sí misma a las personas, lo normal es que requiera las virtudes humanas, pues ¿cómo podría arraigar, por ejemplo, la virtud cardinal de la fortaleza en un cristiano que no se venciera en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que estuviera excesivamente preocupado del calor o del frío, que se dejara llevar habitualmente por los estados de ánimo, que estuviera pendiente de sí mismo y de su comodidad? ¿Cómo podría vivir el optimismo ante las más diversas circunstancias, consecuencia de su vida de fe, si fuera pesimista y malhumorado en su convivencia ordinaria? «No se puede mutilar nada de la esencia ni de las cualidades buenas de la naturaleza humana. Despersonalizarse en aquello que de bueno tiene el hombre -que es mucho- es lo más ruinoso que puede hacer un cristiano. Desarrolla tu naturaleza, tu actividad humana; desarróllala hasta el infinito. Todo lo que empequeñece, lo que contrae y estrecha, lo que nos ata por el miedo, eso no es Cristianismo. Hay que emplear otra palabra que no sea despersonalización para designar la total purificación del pecado y malas inclinaciones que el hombre, con la ayuda de Dios, ha de realizar». El Señor nos quiere con una personalidad definida, cada uno la suya, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que hemos puesto por cultivar estos dones personales.
La tierra bien dispuesta -las virtudes naturales- permite que la semilla divina arraigue, crezca y se desarrolle con facilidad, a impulsos de la gracia y de la personal correspondencia. Y, al mismo tiempo, mejora el terreno en el que cayó la buena simiente cuando crece en él la semilla. La vida cristiana perfecciona las condiciones humanas, al darles una finalidad más alta; el hombre es más humano cuanto más cristiano.
II. El Señor quiere que practiquemos todas las virtudes naturales: el optimismo, la generosidad, el orden, la reciedumbre, la alegría, la cordialidad, la sinceridad, la veracidad... En primer lugar, porque debemos imitarle a Él, perfecto Dios y Hombre perfecto. En Él tienen su plenitud todas las virtudes propias de la persona y, siendo Dios, se manifestó profundamente humano. «Vestía al uso de la época, tomaba los manjares corrientes, se comportaba según las costumbres del lugar, raza y época a que pertenecía. Imponía las manos, ordenaba, se enfadaba, sonreía, lloraba, discutía, se cansaba, sentía sueño y fatiga, hambre y sed, angustia y alegría. Y la unión, la fusión entre lo divino y lo humano era tan total, tan perfecta, que todas sus acciones eran, a la vez, divinas y humanas. Era Dios, y gustaba llamarse Hijo del Hombre». Cristo mismo exigió a todos la perfección humana encerrada en la ley natural, formó a sus discípulos no sólo en las virtudes sobrenaturales sino en el comportamiento social, en la sinceridad, en la nobleza, les instó a que fueran hombres de juicio ponderado... Él mismo echó de menos la gratitud de unos leprosos a los que había curado, y las muestras de cortesía y de urbanidad propias de gentes educadas. Tanta importancia dio Jesús a las virtudes humanas que llegó a decir a sus discípulos: si no entendéis las cosas de la tierra, ¿cómo entenderéis las celestiales?.
Si en lo humano procuramos ser sencillos, leales, trabajadores, comprensivos, equilibrados..., estaremos imitando a Cristo, que es también el Modelo en nuestro comportamiento, y nos dispondremos a ser la buena tierra donde las virtudes sobrenaturales echan con facilidad sus raíces. Para eso debemos contemplar muchas veces al Maestro y ver en Él la plenitud de todo lo humano noble y recto. En Jesús tenemos el ideal humano y divino al que nos debemos parecer.
III. El cristiano en medio del mundo es como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como la luz sobre el candelero. Y lo humano es lo primero que se ve; el ejemplo de personas íntegras, leales, honradas, valientes..., es lo que arrastra. Por eso, las virtudes propias de la persona -todas las condiciones naturales buenas- se convierten en instrumento de la gracia para acercar a otros a Dios: el prestigio profesional, la amistad, la sencillez, la cordialidad..., pueden disponer a las almas para oír con atención el mensaje de Cristo. Las virtudes humanas son necesarias en el apostolado, porque si nuestros amigos no ven éstas, difícilmente entenderán las sobrenaturales. Si un cristiano no fuera veraz, ¿cómo podrían confiar en él sus amigos? ¿Cómo daríamos a conocer el verdadero rostro de Cristo, si falláramos en lo elemental, en lo humano? Las virtudes humanas han de ser como el monte en el que está puesta la ciudad, como el candelero en el que se coloca la luz de Cristo. Muchos apreciarán la vida sobrenatural cuando la vean hecha realidad en una conducta plenamente humana.
Hemos de dar a conocer que Cristo vive, con la alegría habitual, a través de la serenidad en circunstancias quizá difíciles y penosas, en el trabajo bien acabado, en la sobriedad y la templanza, en una amistad siempre abierta a todos. Una vocación cristiana vivida en su integridad debe informar todos los aspectos de la existencia. Todos aquellos que de alguna manera nos tratan y nos conocen han de percibir, la mayoría de las veces sólo por el comportamiento, la alegría de la gracia que late en el corazón. «Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama», porque es generoso con su tiempo, porque no se queja, porque sabe prescindir de lo superfluo...
El mundo que nos rodea está necesitado del testimonio de hombres y mujeres que, llevando a Cristo en su corazón, sean ejemplares. Quizá nunca se ha hablado tanto de los derechos del hombre y de logros humanos. Pocas veces la humanidad ha sido tan consciente de sus propias fuerzas. Pero quizá nunca se han dejado más claramente de lado los valores propios de la persona, que son aquellos que posee en cuanto imagen de Dios.
De los cristianos espera el mundo esta enseñanza fundamental: que todos hemos sido llamados a ser hijos de Dios. Y para alcanzar esta meta, hemos de vivir en primer lugar como hombres y mujeres cabales, desarrollando todos los valores naturales que el Señor nos ha dado. Así, con sencillez, mostramos que, para imitar a Cristo, es necesario ser muy humanos; y que, siendo plenamente humanos, llevamos camino ‑porque la gracia nunca falta- de ser plenamente hijos de Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santiago, apóstol

Dar la vida por Cristo es recobrarla de un modo pleno, beber su cáliz es participar en su gloria
“En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: -¿«Qué deseas?» Ella contestó: -«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.» Pero Jesús replicó: -«No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? » Contestaron: -«Lo somos.» Él les dijo: -«Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» Los otros diez, que lo hablan oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: -«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos»” (Mateo 20,20-28).
1. La madre de los hijos del Zebedeo aspira no sólo a un mejor puesto para sus hijos, sino a lo máximo, al todo del reino. Jesús, te pido realizar esa aspiración a lo más alto que has puesto en mi corazón. Veo cómo calmas el ardor de tus discípulos, sin humillarlos. Ellos no entienden el verdadero significado de este cáliz sacrificial, que beberás como el Siervo de Yavéh (Isaías 52). Tú nos das la fuerza necesaria para no tener miedo a la muerte por saber que hay algo mejor.
Queremos hoy celebrar a Santiago, Señor, verlo como a uno de tus predilectos junto a Pedro y a Juan su hermano: te acompañaron en la glorificación del Tabor, la resurrección de la hija de Jairo, en tu oración de Getsemaní. Por su celo impetuoso, le diste a estos dos hermanos el sobrenombre de Boanerges, los hijos del trueno.
Con el tiempo le irás hacer viendo que la única ambición que vale la pena es la gloria de Dios. Cuenta Clemente de Alejandría que cuando el Apóstol era llevado al tribunal donde iba a ser juzgado fue tal su entereza que su acusador se acercó a él para pedirle perdón. Santiago... lo pensó. Después lo abrazó diciendo: "la paz sea contigo"; y recibieron los dos la palma del martirio. En el diálogo hay una pedagogía divina: "Fijémonos -escribe San Juan Crisóstomo- en cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: "¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?", sino que sus palabras son: ¿Podéis beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo tengo que beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su Pasión le da el nombre de bautismo, para significar con ello que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo". Y «Santiago vivió poco tiempo, pues ya en un principio le movía un gran ardor: despreció todas las cosas humanas y ascendió a una cima tan inefable que murió inmediatamente» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, luego les hablas del servicio. Como tú nos das ejemplo. La ambición religiosa es lo más opuesto al evangelio. Solamente una iglesia servidora es una iglesia creyente (“Eucaristía 1978”).
El discípulo no tiene que preocuparse del sitio que ha de ocupar aquí o en el cielo, sino de "beber el cáliz" de Jesús, es decir, estar en comunión con Él. Nos dices, Señor, que "los pueblos" o "las naciones" dominan y tú nos propones ser "servidor" (diakonos) y "esclavo" de los demás. Comienzas por decir que el acceso a los tronos del juicio pasa por el sufrimiento: beber un cáliz y sumergirse en las pruebas. Y que, de todas maneras, sólo Dios fija la hora del juicio y la composición del tribunal. El misterio pascual será también quien ayudará a iluminar ese misterio...
En el Antiguo Testamento, la copa designa el juicio de Dios sobre los pecadores: esta copa debe ser bebida hasta las heces. Ahora bien: la copa tiene también valor sacrificial. Jesús, piensas sufrir el juicio de los pecadores y hacerlo de manera sacrificial. Los apóstoles podrán ser asociados a esa misión. Beberán la copa del sufrimiento, así como la copa sacramental, mediante la cual el cristiano se asocia a la pasión y a la resurrección de Jesús. Luego abres, Señor, esa misión de servicio a los demás, siendo tú primero el Siervo paciente que se inmola por la multitud. Es tu cruz, Jesús, la que nos salva, y lo celebramos en la Eucaristía (Maertens-Frisque).
En la década que va desde la primera predicación hasta la muerte martirial de Santiago,  según una piadosa tradición de los pueblos de España, el Apóstol se desplazó a la península ibérica como primer anunciador del evangelio. Él y sus discípulos plantaron las primeras  Iglesias en las provincias de Celtiberia ya romanizadas. Dentro de esa misma tradición, con  leves soportes documentales, pero con honda belleza y ternura, se nos muestra al Apóstol  cansado y exhausto, junto a la orilla del Ebro, al pie de un pequeño pedestal de piedra,  donde acude la Virgen María, todavía viviente en este mundo, para darle ánimos al pobre  Santiago y nuevos impulsos a su empeño evangelizador. Tradiciones de corte parecido y de origen tardío se dan en otras naciones de la Europa  cristiana y con distintos Apóstoles de Jesús, fenómeno muy común en los siglos  comprendidos entre la invasión de los Bárbaros y la baja Edad Media. En nuestro caso esos  relatos se revisten con datos históricos de probada autenticidad, como son en su conjunto la  presencia del cristianismo en la Hispania romana y la plétora posterior de mártires, santos  padres, monasterios y santuarios, desde el siglo III hasta la Iglesia visigótica. Sin unas raíces  tan recias, tan extendidas, tan profundas, el árbol frondoso de la fe de España, abatido  brutalmente durante más de siete siglos de dominio musulmán, no habría podido resistir a  tan tremendos desafíos.
Compostela se convirtió en peregrinación de gran importancia en la cristiandad, los Años jubilares desde las postrimerías del siglo XII hasta hoy hacen que Compostela, con Jerusalén y Roma constituirán los puntos focales de la cristiandad medieval, con claras ventajas para la primera por su accesibilidad viaria, el valor espiritual de sus  perdonanzas, la literatura circulante de sus peregrinos más famosos. En Centro-Europa se  llegará a llamar a España el Jacobland, el país de Santiago. Peregrinar a su sepulcro será  una llamada de conversión y purificación con fuerza singular. Fluyen los peregrinos de  Inglaterra y de Dinamarca, de Flandes, de Italia y arrolladoramente de Francia. Compostela  hará méritos, en el segundo milenio cristiano, para ser considerada como uno de los ejes  espirituales más profundos de la Europa de ayer y de hoy (Antonio Montero).
2. Los Hechos de los apóstoles (4-5) nos dicen que los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los condujeron a presencia del Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó: -«¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.» Pedro y los apóstoles replicaron: -«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.» Esta respuesta los exasperó, y decidieron acabar con ellos. Más tarde, el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. “Sin obrar milagros ni prodigios, los discípulos de Jesús no habrían movido a sus oyentes a abandonar, por nuevas doctrinas y verdades, su religión tradicional y a abrazar con peligro de la vida las enseñanzas que les anunciaban” (Orígenes). Van unidos a la Revelación de Dios esos milagros, acompañan a la gracia, esos carismas, al servicio de la caridad que edifica la Iglesia (Catecismo 2003). El sanedrín ataca a los apóstoles, quieren su muerte. La presencia de los testigos resulta molesta cuando pone a los hombres ante el espejo de la verdad. “Dios ha permitido –comenta S. Juan Crisóstomo- que los Apóstoles fueran llevados a juicio para que sus perseguidores fueran instruidos, si lo deseaban (…). Los apóstoles no se irritan ante los jueces sino que les ruegan compasivamente, vierten lágrimas, y sólo buscan el modo de librarles del error y de la cólera divina”.
"Mártir" es "testigo", y Santiago el Mayor da testimonio con su muerte hacia los años 42-43, es el primer mártir de los Doce y el único cuya muerte se menciona en el Nuevo Testamento. Era un hombre con espíritu cándido, fiel, sincero, de buen corazón, sin falsedad, algo iracundo que irá dulcificando volviéndose cada vez más tierno al hablar del amor. Hoy rezamos: “Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que Santiago fuera el primero de entre los apóstoles en derramar su sangre por el Evangelio, fortalece a tu Iglesia con el testimonio de su martirio y defiéndela con su valiosa protección”. Y en el prefacio proclamamos: “no abandonas a tu rebaño, sino que lo cuidas continuamente por medio de los santos Apóstoles, para que sea gobernado por aquellos mismos pastores que le diste como vicarios de tu Hijo”...
El Salmo 66 nos habla de la bendición de Dios que se consuma en su Hijo Jesucristo. “El Señor tenga piedad y nos bendiga… Que Dios nos bendiga. Ilumine su rostro sobre nosotros”. Agustín desarrolla su plegaria "cristiana" con estas palabras: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros... Aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa-, estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado."
La tierra ha dado su fruto: Son varios los Padres que, en el comentario a este versículo, nos ofrecen una interpretación concorde. ¡La Tierra! La Virgen María, es de nuestra tierra, de nuestra raza, de esta arcilla, de este lodo, de la descendencia de Adán. La tierra ha dado su fruto; el fruto perdido en el Paraíso y ahora reencontrado.
Primeramente ha dado la flor: «Yo soy el narciso de Sarón y el lirio de los valles» (Cant 2,1). Y esta flor se ha convertido en fruto: fruto porque lo comemos, fruto porque comemos su misma Carne. Fruto virgen nacido de una Virgen, Señor nacido del esclavo, Dios nacido del hombre, Hijo nacido de una Mujer, Fruto nacido de la tierra" (S. Jerónimo). "Nuestro Creador, encarnado en favor nuestro, se ha hecho, también por nosotros, fruto de la tierra; pero es un fruto sublime, porque este Hombre, nacido sobre la tierra, reina en los cielos por encima de los Ángeles" (S. Gregorio Magno; cf. F. Arocena).
3. “Llevamos un tesoro en vasijas de barro”, dice san Pablo (1Co 4,7-15): el conocimiento y experiencia de Jesús resucitado. Él tiene en cuenta su propia debilidad personal, la del hombre salido del barro según la tradición. Sin la gracia de Jesús todo sería un fracaso. Con Él, la debilidad es lugar de la manifestación de Dios; se manifiesta en "nuestra carne". Cuando la esperanza humana parece extinguirse, entonces brilla el actuar de Dios. La fuerza se realiza en la debilidad y el poder de Dios triunfa a pesar de nuestra inutilidad. El sufrimiento es una asociación a la muerte de Cristo; y así como toda vida lleva consigo un germen de vida. “Si ambicionas la estima de los hombres, y ansías ser considerado o apreciado, y no buscas más que una vida placentera, te has desviado del camino. (…) En la ciudad de los santos, solo se permite la entrada y descansar y reinar con el Rey por los siglos eternos a los que pasan por la vía áspera, angosta y estrecha de las tribulaciones” (Pseudo Macario). La imagen del Dios alfarero está siempre presente… y en medio de ese actuar –reciclaje divino que saca bien del mal que con nuestra libertad vamos a veces haciendo-… “lo más importante en la Iglesia no es ver cómo respondemos los hombres, sino ver lo que hace Dios” (S. Josemaría Escrivá).
¿Cómo se desarrolla la renovación del hombre «interior»? “¿Y de qué manera? Por la fe, por la esperanza, por la caridad ardiente. Por tanto hemos de ver los peligros con mirada intrépida. Cuanto mayores sean los males que consuman nuestro cuerpo, más lisonjeras esperanzas deberá concebir nuestra alma, más esplendor y brillo sacará de allí, como el oro toma un brillo más deslumbrante cuando está en el crisol encendido” (S. Juan Crisóstomo). Así, sigue el texto de hoy, «nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que les sobrepasa desmesuradamente». El deseo de Dios lleva al mártir a una entrega donde la condición mortal es absorbida finalmente por la Vida. Aman la vida, pero más el Amor y la Vida en Dios (M. Gallart), deseando siempre «el destierro lejos del cuerpo y vivir con el Señor».
Llucià Pou Sabaté

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