Solemn. de Sta. María Madre de Dios
Santa María, Madre de Dios
“En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lucas 2,16-21).
I. Hoy alabamos y damos gracias a Dios Padre porque María concibió a su Único Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y a Ella le cantamos en nuestro corazón: Salve, Madre santa, Virgen, Madre del Rey (Antífona de entrada de la Misa). Santa María es la Señora, llena de gracia y de virtudes, concebida sin pecado, que es Madre de Dios y Madre nuestra, y está en los cielos en cuerpo y alma. Después de Cristo, Ella ocupa el lugar más alto y el más cercano a nosotros, en razón de su maternidad divina. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado eternamente, no hecho, por Dios Padre desde toda la eternidad. En cuanto hombre, nació, “fue hecho”, de Santa María. “Me extraña en gran manera, -dice por eso San Cirilo- que haya alguien que tenga duda de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿Por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor. Así nos lo han enseñado los Santos Padres” (Carta 1, 27-30). Así lo definió el Concilio de Efeso (Dz-Sch, 252).
II. “Nuestra Madre Santísima” es un título que damos frecuentemente a la Virgen y que nos es especialmente querido y consolador. Ella es verdaderamente Madre nuestra, porque nos engendra continuamente a la vida sobrenatural. Jesús nos dio a María como Madre nuestra en el momento que, clavado en la Cruz, dirige a su Madre estas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu Madre (Juan 13, 1). Jesús nos mira a cada uno: He ahí a tu madre, nos dice. Juan la acogió con cariño, y cuidó de Ella con extremada delicadeza, “la introduce en su casa, en su vida (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa). Podríamos preguntarnos hoy si nosotros la hemos sabido acoger como Juan lo hizo.
III. La Virgen cumple su misión de Madre de los hombres intercediendo continuamente por ellos cerca de su Hijo. Ella es el camino por el que somos conducidos a Cristo. Con esta solemnidad de Nuestra Señora comenzamos un nuevo año. No puede mejor comienzo del año que estando muy cerca de la Virgen. A Ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir santamente cada día del año. En sus manos ponemos los deseos de identificarnos con Cristo, de santificar la familia y la profesión, de ser fieles evangelizadores. Hoy le diremos muchas veces, ¡Madre mía!, Y sentiremos que nos acoge y nos anima a comenzar este nuevo año que Dios nos regala, con la confianza de quien se sabe bien protegido y ayudado desde el Cielo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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