Viernes de la semana 28 de tiempo ordinario; año impar
El fermento de los fariseos
“En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: -«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones»” (Lucas 12,1-7).
I. La palabra hipócrita designaba en el mundo griego antiguo al actor que, con una máscara y un disfraz, asumía una personalidad ajena: Fingía ante el público ser otro, frecuentemente muy lejano a su propia realidad. Su papel se desarrollaba de cara ante el público, teniendo como regla suprema de su actuación, la aprobación y el aplauso de la galería. Muchos fariseos convertían este modo de actuar en su ser íntimo, es decir, en hipocresía, y actuaban de cara a los demás y no de cara a Dios. Su vida era tan falsa como la de los actores durante su representación. Cayeron en la tentación de darle gran importancia al juicio de los hombres -¡tan endeble y pasajero!- y descuidar el de Dios. El Señor nos lo advierte en el Evangelio de la Misa (Lucas 12, 1-3): Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía. El Señor quiere para los suyos una levadura, un modo de ser bien distinto: que tengamos ante Él y ante los demás una única vida, sin máscaras, sin disfraces, sin mentiras. Hombres y mujeres de una pieza, que van con la verdad por delante.
II. Jesús mismo nos enseñó el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no; lo que pasa de esto, de mal principio procede (Mateo 5, 37). En el trato con los demás la palabra del hombre debe bastar. El Señor quiso realzar el valor y la fuerza de la palabra de un hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice. La verdad es siempre un reflejo de Dios y debe ser tratada con respeto. Muy lejos de lo que ha de ser un cristiano está el hombre que presenta una personalidad o unas ideas, como los actores, según el público que tengan delante. Con todo, se darán casos en los que no estemos obligados a manifestar la verdad por motivos profesionales o por el sigilo sacramental de la confesión, pero nunca deberemos decir mentiras. Imitemos al Señor en su amor a la verdad.
III. Dice Jesús: Yo soy la Verdad (Juan 14, 6). La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira es la oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al diablo padre de la mentira, porque la mentira comenzó con él. Y el que miente tiene al diablo como padre (Juan 8, 42). Los medios de comunicación que por su naturaleza deberían ser transmisores de la verdad, pueden en muchas ocasiones ser unos impostores y confundir a sus lectores, a fuerza de repetir mentiras sobre los criterios morales de una sociedad. No dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos hacer para defender la verdad. Nuestra Señora nos prestará su fortaleza.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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