Jueves de la semana 25 de tiempo ordinario; año impar
Jesús no es un gran hombre, sino Dios encarnado. Y el hombre solo se realiza cuando se abre a Dios
“En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que habla aparecido Elías, y otros que habla vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: -«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús” (Lucas 9,7-9).
I. En el Evangelio de la Misa, San Lucas nos dice que Herodes deseaba encontrar a Jesús: buscaba la manera de verle (Lucas 9, 7-9). Le llegaban frecuentes noticias del Maestro y quería conocerlo. A través de los Evangelios sabemos que muchas personas querían ver a Jesús. Contemplarlo, conocerle, y tratarle, también es nuestro mayor deseo. Nada se puede comparar a este don. Herodes, teniéndole tan cerca, no supo ver al Señor. Jesús vive y está muy cerca de nuestros quehaceres normales, pero hemos de purificar nuestra mirada para contemplarlo. Su rostro amable será siempre el principal motivo para ser fieles en los momentos difíciles y en las tareas de cada día. Le diremos muchas veces: buscaré, Señor, tu rostro... siempre y en todas las cosas.
II. Nadie que de verdad haya buscado a Cristo ha quedado defraudado. Herodes sólo trataba de verlo por curiosidad, por capricho..., y así no se le encuentra. Cuando durante la Pasión, Pilato se lo remitió, se alegró mucho... porque deseaba verle hacer algún milagro. Le preguntó con muchas palabras, pero Jesús no le respondió nada (Lucas 23, 8-9). Jesús no le dijo, porque el Amor nada tiene qué decir ante la frivolidad. Él viene a nuestro encuentro para que nos entreguemos, para que correspondamos a su Amor infinito. Vemos a Jesús, siempre presente en el Sagrario, cuando deseamos purificar el alma en el sacramento de la Confesión, cuando no dejamos que los bienes pasajeros –incluso los lícitos- llenen nuestro corazón como si fueran los definitivos. La contemplación de la Humanidad Santísima del Señor, fuente de amor y fortaleza, hará un gran bien a nuestra alma.
III. Un día, con la ayuda de la gracia, veremos a Cristo glorioso lleno de majestad que nos recibe en su Reino. Le reconoceremos como al Amigo que nunca nos falló, a quien procuramos tratar y servir aun en lo más pequeño. Ya tenemos a Jesús con nosotros, hasta el fin de los siglos. En la Eucaristía encontramos a Cristo completo: su Cuerpo glorioso, su Alma humana y su Persona divina, que se hacen presentes por las palabras de la Consagración. A veces, por nuestras miserias y falta de fe, nos podrá resultar costoso apreciar el rostro amable de Jesús. Es entonces cuando debemos pedir a Nuestra Señora un corazón limpio, una mirada clara, un mayor deseo de purificación. Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. (Himno Adoro te devote)
San Wenceslao, mártir. San Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires
Hijo del rey de Bohemia, Ratislav, el joven príncipe nació en el 907 cerca de Praga. Su abuela, Santa Ludimila, se encargó de la educación de su nieto, inculcándole siempre el amor y servicio al Padre Celestial. Cuando era todavía muy joven, el santo perdió a su padre en una de las batallas contra los magiares; su madre asumió el poder e instauró -bajo la influencia de la nobleza pagana- una política anticristiana y secularista, que convirtió al pueblo en un caos total. Ante esta terrible situación, su abuela trató de persuadir al príncipe para que asumiese el trono para salvarguardia del cristianismo, lo que provocó que los nobles la asesinaran al considerarla una latente amenaza para sus intereses.
Sin embargo, por desconocidas circunstancias, la reina fue expulsada del trono, y Wenceslao fue proclamado rey por la voluntad del pueblo, y como primera medida, anunció que apoyaría decididamente a la Ley de la Iglesia de Dios. Instauró el orden social al imponer severos castigos a los culpables de asesinato o de ejercer esclavitud y además gobernó siempre con justicia y misericordia.
Por oscuros intereses políticos, Boleslao -que ambicionaba el trono de su hermano-, invitó a Wenceslao a su reino para que participara de los festejos del santo patrono y al terminar las festividades, Boleslao asesinó de una puñalada al santo rey. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito -donde se encuentran sus restos- se convirtió en centro de peregrinaciones. Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia.
El joven príncipe, que nació en Bohemia hacia el año 907, personifica el ideaI del héroe nacional, valientemente comprometido en la promoción cultural y religiosa del pueblo eslavo.
Cuando se derrumbó el reino moravio, en el 895 los príncipes bohemios, entrando en el juego diplomático de las potencies de ese entonces, se aliaron con el fuerte reino franco, y adoptando los principios de las antiguas civilizaciones comenzaron el proceso de europeización de los Estados de Europa central.
El joven príncipe, que nació en Bohemia hacia el año 907, personifica el ideaI del héroe nacional, valientemente comprometido en la promoción cultural y religiosa del pueblo eslavo.
Cuando se derrumbó el reino moravio, en el 895 los príncipes bohemios, entrando en el juego diplomático de las potencies de ese entonces, se aliaron con el fuerte reino franco, y adoptando los principios de las antiguas civilizaciones comenzaron el proceso de europeización de los Estados de Europa central.
Lider de esta política de visión hacia el futuro fue el joven duque de Bohemia, Wenceslao. El había sido educado cristianamente por la abuela Ludmila, venerada como santa. Tan pronto tuvo la edad requerida, sucedió al padre después de la breve regencia de la madre Draomira. Mujer intrigante, Draomira prefería al segundo hijo, Boleslao, y fomentó con todos los medios a su alcance la rivalidad entre los dos, hasta el punto de llevar al segundo a mancharse con el grave delito del fratricidio.
En la mañana del 28 de septiembre del 935, mientras Wenceslao salía de case para ir a Misa, Boleslao, que lo esperaba en un lugar solitario con un grupo de cómplices, le saltó encima para herirlo por la espalda. El joven rey, que todavía no tenía treinta años, detuvo el golpe y echó mano a su espada, pero cuando se dio cuenta que el asesino era su hermano bajó el arma, murmurando: “Podría matarte, pero la mano de un siervo de Dios no debe mancharse con el fratricidio”. Fue asesinado por los sicarios de Boleslao.
Este ejemplarísimo príncipe cristiano anteponía sus deberes religiosos a los de soberano, hasta el punto de llegar tarde a una importante asamblea de Worms, convocada por el emperador Otón, porque estaba en Misa. No era raro ver al joven rey mezclado con los otros fieles, con los pies descalzos, durante las procesiones penitenciales. Impuso a su cuerpo la dura disciplina del cilicio y las diarias mortificaciones.
Fue considerado como un rey renunciatario por haber buscado la alianza con los poderosos francos limítrofes, pero el mismo hermano Boleslao, que le sucedió, después de haberlo mandado asesinar, comprendió esa política realistica y la siguió. Boleslao comprendió el error de valoración respecto de su hermano, hacia quien la devoción popular creció de día en día, por los prodigios que se obraban sobre la tumba del mártir, venerado inmediata mente como santo, el primero de los pueblos eslavos.
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SAN LORENZO RUIZ Y 15 COMPAÑEROS, MÁRTIRES
San Lorenzo Ruiz (c. 1600 - 29 de septiembre de 1637) fue un notario filipino, que murió martirizado en Okinawa. Es el primer beato filipino.
Los nuevos Santos hablan también hoy a todos los misioneros que, urgidos por el mandato de Cristo “ id y enseñad a todas las gentes ” (Mt 28, 19), 5), han salido por los caminos del mundo a anunciar la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres, particularmente a los más necesitados.
Ellos, con su mensaje y su martirio, hablan a los catequistas, a los agentes de pastoral, a los laicos, a quienes la Iglesia, está dedicando particular atención y solicitud en el presente Sínodo de los Obispos. Ellos nos recuerdan que “morir por la fe es un don que se concede a algunos; pero vivir la fe es una llamada dirigida a todos” (Homilía durante la misa de beatificación de Laurencio Ruiz en Manila, n. 5, 18de febrero de 1981).
La gran familia dominica, y en particular la Provincia del Santo Rosario que celebra el cuarto centenario de su creación, recibe hoy, con legítimo orgullo, entre sus Santos a estos mártires, algunos de los cuales estuvieron especialmente ligados al Colegio de Santo Tomás de Manila. Este centro, convertido hoy en Universidad, así como otras beneméritas instituciones eclesiales, han contribuido de modo notable a la implantación y desarrollo de la Iglesia en el lejano oriente.
Los misioneros que hoy son canonizados hablan a todos los fieles cristianos, en esta Jornada de oración por las misiones, y les exhortan a reavivar su conciencia misionera. “ Todos los cristianos –nos dice el Concilio–, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo ” Todo bautizado debe sentirse, pues, urgido por su vocación a la santidad. En esto los nuevos Santos han de servirnos de modelo a seguir con una entrega sin límites a la llamada de Dios. Uno de ellos, el Padre Lucas del Espíritu Santo escribía: “E1 beneficio que yo estimo más, es haberme enviado a esta tierra en compañía de tan grandes siervos de Dios, de los cuales, unos ya le están gozando, y otros tienen adquirido un gran tesoro delante de su divina Majestad” (Ad gentes, 11).
Ruiz nació en Binondo, Manila (Filipinas). Su padre, de origen chino le enseñó el idioma chino, y su madre filipina le enseñó tagalo. Ambos eran católicos. Lorenzo sirvió en el convento de la iglesia de Binondo como sacristán. Años más tarde, se hizo miembro de la Confraternidad del Santo Rosario.
Lorenzo fue falsamente acusado de asesinato y buscó asilo a bordo de una nave con tres sacerdotes dominicos, san Antonio González, san Guillermo Courtet y san Miguel de Aozaraza, además del sacerdote japonés san Vicente Shiwozuka de la Cruz, y un laico llamado san Lázaro de Kyoto, que padecía de lepra. El barco tocó tierra en Okinawa y el grupo fue arrestado por su religión cristiana. Aún torturados no abjuraron de su fe, y murieron mártires.
Lorenzo Ruiz fue beatificado en Manila de febrero el 18 de 1981 por el papa Juan Pablo II, que lo canonizó el 18 de octubre de 1987.
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