domingo, 30 de agosto de 2015

Lunes de la semana 22 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 22 de tiempo ordinario; año impar

Jesús proclama la liberación de toda enfermedad y de todo mal, ha venido para traernos la misericordia divina
“En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -«¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: -«Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo Y'; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: -«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”(Lucas 4,16-30).
1. Después de Marcos y de Mateo, hoy comenzamos el evangelio según san Lucas, hasta finales de noviembre que termine el tiempo ordinario. Como los episodios de la infancia han sido leídos alrededor de Navidad, comenzamos por la primera predicación en la sinagoga de Nazaret. Vemos la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados, y la invitación para que lea (de pie) al profeta; las lecturas de la Ley las hacían los rabinos; las de los profetas las podían hacer los laicos, como Jesús, que hubieran cumplido los treinta años. Este pasaje de Isaías lo escogiste, Señor, para mostrar tu programa mesiánico: "el Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos... para anunciar el año de gracia del Señor";
Hiciste un comentario, una homilía: "hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír"; pero muchos no creen ti, Señor, por conocerte: "¿no es éste el hijo de José?"; Con dolor, Señor, citas dos refranes o dichos de la época: "médico, cúrate a ti mismo", y "ningún profeta es bien mirado en su tierra";
La ira se apodera de las gentes, que ante estas palabras, quieren despeñarte por el barranco; pero tú escapas, como sigue diciendo: Jesús "se abrió paso entre ellos y se alejaba".
Jesús, apareces desde la primera página como el Enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y apareces también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.
Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. "Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres". En la Plegaria Eucarística IV damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo (la alegría)". Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su comunidad, o sea, de nosotros?, ¿se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres?, ¿y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?
 Muchos necesitan tus palabras de verdad, Señor, como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". Y cuando nos dices "hoy se cumple esta Escritura". Debemos ir cada día a lo que Dios nos ha dicho, para mi “hoy”, en su Historia de Salvación (J. Aldazábal).
-Lucas... ¿Quién era? Con ese tercer evangelista pasamos a otro mundo, que no es ya el de los judíos. Lucas nació en Antioquía de Siria. Pertenecía a la sociedad pagana cultivada, y ejercía la medicina como profesión. Siendo adulto, convertido quizá por san Pablo, pasó muy pronto a ser compañero de apostolado de san Pablo. Lucas construye su evangelio, evidentemente, con elementos comunes a Marcos y a Mateo. Pero él mismo indica cómo llevó su propia encuesta personal con los testigos oculares que vivían aún (Lc 1,2). Hay pues pasajes de los que él es el único relator. El griego empleado es el más literario y el más artísticamente redactado de todo el Nuevo Testamento. Lucas, como todo autor, tiene características y acentos propios: es el evangelio de la alegría, de la misericordia, de la vida interior y de la oración... es un evangelio eminentemente social, que quiere promover una sociedad más justa y más dichosa... todos los oprimidos de la sociedad antigua son valorizados: el niño, la mujer, los pobres... Dirigiéndose a ambientes cultivados del mundo pagano, evita las alusiones a las costumbres judías que habrían chocado o habrían exigido demasiadas explicaciones a la gente que no las conocía (J. Aldazábal).
Así contaba Juan Pablo II en Dives in misericordia 3: “Ante sus conciudadanos, en Nazaret, Cristo hace alusión a las palabras del profeta Isaías: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor' (Lc 4,18).
Cuando los discípulos del Bautista le preguntan la autoridad de sus signos, responde: “Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan los pobres son evangelizados”, para concluir diciendo: “y bienaventurado quien no se escandaliza de mí” (Lc 7,22ss.).
El amor de Dios se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la 'condición humana' histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral.
Jesús, gracias por revelarnos el amor de Dios, en ti encarnado, “rico de misericordia”, gracias por hacer de tu misericordia uno de los temas principales de tu predicación.
Nos pides también que el amor y la misericordia sean nuestra regla de vida. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico. Tú, divino Maestro, lo expresas con el mandamiento “más grande” y tu bendición: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).
Señor, Tú proclamas con las obras, más que con las palabras, la misericordia, que es una de las componentes esenciales del ethos evangélico. Y nos dices que “los misericordiosos... alcanzarán misericordia”.
La unción del Señor expresada en este pasaje, así la explica S. Cirilo de Jerusalén: “Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo, o ungüento material, sino que fue el Padre quien le ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue en el Espíritu Santo”.
No basta estar convencidos de que en Jesús se han cumplido las Escrituras, y que, por tanto, Dios ha cumplido sus promesas. No basta quedarnos admirados ante las palabras y obras de Jesús. No basta buscar a Jesús para que haga en nosotros lo que oímos que hizo en otros tiempos y lugares. Mientras no busquemos a Jesús para comprometernos con Él en la construcción del Reino, no podemos, en verdad, llamarnos hombres de fe y ser hijos de Dios (www.homiliacatolica.com).
2. Pablo no quiere que los cristianos miren la muerte de sus seres queridos "sin esperanza", como los que no creen. Para nosotros, tanto la vida como la muerte son participación en el destino de Jesús: "si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él". Y esto no es una reflexión que hace él, sino que es Palabra del Señor. Aunque no sabemos bien a qué se refiere Pablo con el misterioso orden en que resucitaremos (primero los que hayan fallecido ya cuando llegue el final, y luego los que en aquel momento estén todavía vivos), lo que sí aparece claro es que el anuncio de la vuelta de Cristo como Juez, sea cuando sea, no quiere producir una sensación de terror, sino de esperanza: "el Señor llega a regir la tierra, cantad al Señor", "y así estaremos siempre con el Señor".
–“Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos”. En el mundo entero el «sueño» es la imagen de la muerte. Esta imagen es dulce y tranquilizadora, porque cuando alguien «duerme» damos por descontado que se «despertará». Y es bueno aplicar esa imagen a nuestros difuntos (J. Aldazábal).
Los difuntos serán “los que duermen”. Y señala S. Agustín: “¿Por qué se dice que duermen sino porque en su día serán resucitados?”. La certeza de la resurrección es verdad central de nuestra fe.
-“Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera creemos que Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús”. Nuestra seguridad proviene de que si vivimos en unión con Jesús y en comunión con su Cuerpo, el «destino» de Jesús será también el nuestro. Y no es una opinión, pues “como Palabra del Señor os decimos esto”: «El Hijo del hombre vendrá con sus ángeles en la Gloria del Padre, y dará a cada cual según su conducta» (Mt 16,27).
3. “El Señor llega a regir toda la tierraDecid a los pueblos: "El Señor es rey"". Es un canto nuevo que llena la tierra, de alegría por los dones divinos, por su gloria, de la que nos hace participar. De su reino, en el que nos hace sentar a su mesa.


Llucià Pou Sabaté

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