Domingo de la semana 4 de Pascua; ciclo B
Jesús, el buen Pastor, nos guía hacia la felicidad completa y nos da la Eucaristía y su vida como camino para seguirle.
“En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre” (Juan 10,11-18).
1. En el EvangelioJesús nos dice: “-Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas… que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”. El pastor conoce a las ovejas porque éstas le pertenecen, y ellas lo conocen precisamente porque son suyas. Conocer y pertenecer (en el texto griego, ser «propio de»: ta ídiá) son básicamente lo mismo. El verdadero pastor no «posee» las ovejas como un objeto cualquiera que se usa y se consume; ellas le «pertenecen» precisamente en ese conocerse mutuamente, y ese «conocimiento» es una aceptación interior. Indica una pertenencia interior, que es mucho más profunda que la posesión de las cosas.
“Yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre”. Jesús en estos días nos enseña que es el buen pastor que nos lleva a la felicidad, que ha dado su vida por amor a cada uno de nosotros a través de la Cruz, y que con su Resurrección nos ha salvado y nos llevará al cielo si le dejamos. Como los buenos pastores, cuando una oveja se hace daño o se pierde Jesús va a buscarnos y nos carga encima del hombro y nos lleva. Y siempre está dispuesto a defendernos con su vida, porque nos quiere, y nos sentimos seguros al lado de este pastor bueno que nos acompaña siempre. Da la vida por mí, me ama y vive por mí. Nunca me abandona a mi suerte cuando llega el peligro. Está representado por el Papa, por los obispos, pero Jesús es siempre Él… “yo soy el buen pastor”, nos dice. Continúa Él… Voy a rezar para que en la Iglesia haya buenos pastores que le ayuden a Jesús el Buen Pastor, a apacentar sus ovejas. Cuando pregunta a Pedro “¿me amas?” luego le dice “apacienta mis ovejas”, son las ovejas de Jesús, no de los pastores, pues no puede una persona ser propiedad de otra sino sólo de Dios. Todos nosotros no somos de alguien, de un papa u obispo… somos de Jesús…
Cuentan: “hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un Hospital de Stanford, conocí a una niñita llamada Liz quien sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse aparentemente era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para combatir la enfermedad. El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su hermana. Yo lo vi dudar por sólo un momento antes de dar un gran suspiro y decir: Sí, lo haré, si eso salva a Liz.
Durante la transfusión, él estaba tumbado en una cama al lado de la de su hermana, y sonriente mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana, viendo retornar el color a las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa ¿A que hora empezaré a morirme? Como sólo era un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a su hermana. Y aun así se la daba. Esto sí que es amar”.
Jesucristo nos ha amado como nadie nunca ha amado, el sacrificio de la Cruz es la máxima expresión de este amor. El dolor de todo el mundo, queda allá representado: Jesús ha querido yacer sobre la cruz por dar un sentido a todo el dolor, lo última palabra corresponde a la vida y el amor. Puesto que Él, tras sufrir, resucitó para que nosotros también resucitáramos. Tanto nos amó Dios, que nos dio a su hijo único, para que quienes crean en Él no mueran sino que tengan la vida eterna. Es Dios, quien asumió nuestras culpas, murió por nosotros y nuestros pecados, que por la cruz nos rescata de todo mal. Verdaderamente, ¡Dios es grande! Nos ama con pasión. Ante este misterio, sólo podemos arrodillarnos y contemplar, y adorar, admirados, el hijo de Dios hecho niño, hecho hombre, clavado en la cruz (con los brazos abiertos, como para decirnos que no quiere cerrarlos, que está siempre esperándonos para acogernos con un abrazo), y resucitado por nosotros, y ¡hecho pan para que lo comamos! ¡Hasta aquí llega su humildad! Él no está lejos de nosotros. Anda con nosotros y nos da su Espíritu Santo. Si vamos con fe a la Penitencia y a la Eucaristía, seremos sus amigos, como Jesús que continúa pasando hoy en el mundo haciendo el bien, seremos en el mundo sembradores de paz y de alegría. En estos 40 días en los que Jesús se aparece hasta que sube al cielo y nos deja con el Espíritu Santo, que es Dios con nosotros, lo vemos hoy como buen pastor, que da vida: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
La figura del pastor se convirtió muy pronto —está documentado ya desde el siglo III— en una imagen característica del cristianismo primitivo. Existía ya la figura bucólica del pastor que carga con la oveja y que, en la ajetreada sociedad urbana, representaba y era estimada como el sueño de una vida tranquila. Pero el cristianismo interpretó enseguida la figura de un modo nuevo basándose en la Escritura…
Me viene a la cabeza la historia de aquel que cuando murió fue al cielo. Le dijo Jesús "ahora te enseñaré el camino de tu vida" y trayéndolo a una playa donde había dos hileras de huellas le dijo: -"¿De quiénes son?" -"No sé", respondió. "-Pues mira –le dijo Jesús- estas huellas son tuyas, que ibas por el camino de la vida, y estas otras al lado son mías, que estaba siempre a tu lado, aunque muchas veces no me veías". "-Es verdad, le dijo esta persona- y a veces no es que no te viera, es que no quería verte". Y más adelante se veía sólo una hilera de pisadas. "-¿De quién son?" le preguntó Jesús. -"Este debía de ser yo que me iba por mi cuenta y te dejaba solo", dijo pensando que ya sabía de qué iba la cosa. -"No”-respondió Jesús-, “estas no soy tuyas, son mías, es cuando tú ya no podías más, y yo te cogía en brazos, te llevaba a cuestas…”
2. En los Hechos de los ApóstolesPedro, después de curar a un hombre, dice que lo ha hecho en nombre de Jesús, que es “la piedra clave” de todo el edificio de la salvación (la piedra clave era la que aguantaba toda la casa, porque aguantaba los arcos, la bóveda, es decir el techo): “ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”.
Los Apóstoles ya no son cobardes y comienzan a ser testigos valientes ante los judíos, hablan de Jesús como el único que puede salvar. Usa las palabras del Salmo: “La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular”, que cantó Jesús en la Ultima Cena, donde hizo este cambio: la piedra que tiraron los judíos –lo empujaron a la cruz y lo mataron- ha sido levantada como la Iglesia que es el edificio de su cuerpo salvador, de los hijos de Dios.
Jesús es piedra angular de una nueva construcción. Los versículos describen la obra salvífica maravillosa de Dios mediante un proverbio: la liberación de la muerte ha sido tan extraordinaria como si una piedra, desechada como inservible por los canteros, se convirtiera en piedra clave para la edificación. Celebramos el día de la Creación, pero, sobre todo, el Domingo de la Resurrección, cuando la humanidad, perdida por el pecado, es hallada de nuevo en el paraíso de la gracia. La piedra angular será la clave para levantar la construcción de la nueva humanidad, que se alza hasta formar una sola ciudad santa en la que Dios habita con los hombres.
Dirá S. Jerónimo: “¡Pobres judíos! Esta piedra, prometida por Isaías, para ser puesta como fundamento de Sión, vosotros no la reconocisteis en el Hijo de Dios. Desechada por vosotros, ha llegado a ser la piedra angular que ha reunido en una sola grey a la primera Iglesia, formada por judíos y gentiles. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente: ¡nosotros -que éramos los sin-Ley, sin-Alianza- somos adoptados como hijos de Dios! Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo." Y añade: “el Señor es bueno, eterna es su misericordia. ¡Quién de nosotros, al meditar en lo que la Iglesia celebra exultante en este salmo -la Pasión, Resurrección y Ascensión del Señor- no prorrumpirá en aclamaciones, como hicieron los niños que agitaban los ramos de palmas delante del Señor: Bendito el que viene en nombre del Señor!" También S. Agustín comenta al respecto: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia: ¿Qué otra cosa podremos cantar allí -en el Cielo- sino sus alabanzas? Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Pero no proclamaremos estas alabanzas con palabras; más bien será el amor mismo, que nos unirá a Él, quien gritará. Esa voz, incluso, será la voz del mismísimo amor. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia: el texto comienza y concluye con estas palabras; son el primer versículo y el último del salmo porque de todo lo que hemos venido narrando desde el principio hasta el fin, no hay cosa que más nos pueda embelesar que la alabanza a Dios y un eterno «Aleluya»." San Jerónimo afirma que, durante los primeros siglos, ese grito se había hecho tan habitual en Palestina que quienes araban los campos y trabajaban, gritaban de tanto en tanto: ¡Aleluya! Y aquellos que conducían las barcas, cuando se aproximaban, decían: ¡Aleluya! Es decir, que este grito, que surgía en medio de las acciones profanas, era una especie de jaculatoria. Pero ¡qué bella jaculatoria ésta, tan breve como expresiva, tan querida de la espiritualidad cristiana y que tanto resuena en la Liturgia de la Iglesia! ¡Cómo deberíamos hacerla nuestra, a modo de recuerdo pascual!" (Cardenal Montini; cf. Félix Arocena).
El salmista comienza dando gracias “al Señor porque es bueno”: "Nada más grande -comenta san Agustín- que esta pequeña alabanza:porque es bueno. Ciertamente, el ser bueno es tan propio de Dios que, cuando su mismo Hijo oye decir 'Maestro bueno' a cierto joven que, contemplando su Carne y no viendo su Divinidad, pensaba que Él era tan sólo un hombre, le respondió: '¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios'. Con esta contestación quería decir: Si quieres llamarme bueno, comprende, entonces, que Yo soy Dios."
3. Como dice San Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”. Los bautizados somos "hijos de Dios"; pero Jesús el buen pastor nos va llevando hacia donde está Él para que lo veamos como Él es, en el cielo.
Llucià Pou Sabaté
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