Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo A
«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; a donde yo voy, sabéis el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora te conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor; muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, y si no, creed por las obras mismas. » (Juan 14, 1-12)
1º. Jesús, ésta es la gran pregunta de cada hombre, de mí mismo:
«¿cómo podremos saber el camino?», ¿cómo sé por dónde debo ir para alcanzar la vida eterna, la felicidad en la tierra y, después, en el cielo?
¿Cómo puedo ser feliz?
«Yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»(San Agustín).
«Yo soy el Camino; nadie va al Padre sino por mí.»
Nadie.
Jesús, sólo hay un modo de llegar a Dios, y eres Tú: seguir el ejemplo de tu vida, vivir esa vida de la gracia que me das en los sacramentos, que es tu misma vida: «Yo soy la Vida» Toda otra vida es efímera, todo otro objetivo es superficial, si se aparta de ese«Camino» que lleva a la verdadera felicidad.
Toda «verdad» en dirección opuesta es mentira, porque sólo Tú eres la «Verdad».
Jesús, a veces me dejo convencer por esas felicidades inmediatas pero huecas que produce mi egoísmo: comodidad, pereza, sensualidad, orgullo.
Ayúdame a no apartarme de tu camino; y si me aparto -aunque la desviación sea pequeña-, que vuelva cuanto antes a él por la confesión.
Gracias, Jesús, porque con tu vida me has dejado un sendero claro, me has marcado el camino que conduce a la felicidad.
Un camino que, a veces, es difícil de ver, porque pasa por el sacrificio, por darse a los demás, por no buscarme a mi mismo.
Jesús, Tú eres el hombre más feliz que jamás ha existido ni existirá en la tierra, y la segunda persona más feliz es la Virgen María.
Pero cuanto habéis sufrido también...
Sin embargo, no ha sido un sacrificio inútil, sino por amor, y ése sacrificio es el que aumenta la capacidad de amar y, por tanto, de ser feliz.
2º. «Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Yo soy el camino: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Le declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar» (Amigos de Dios.-127).
Jesús, has dejado unas huellas imborrables que marcan el camino, unas señales indelebles que me indican dónde está la verdad, unas fuentes inagotables de donde mana la vida espiritual: los sacramentos.
La vida cristiana -que es esencialmente sobrenatural- se nutre de los sacramentos que Tú has dejado a la Iglesia.
Sin el apoyo de los sacramentos, la oración se convierte en cavilación, y las buenas obras en sentimentalismo.
Jesús, Tú eres la única senda que enlaza el Cielo con la tierra.
Y esa senda está marcada por los sacramentos, en especial por aquéllos que podemos recibir más a menudo: la Comunión y la Confesión.
¿Cuántas veces comulgo o me confieso?
¿Cómo comulgo y cómo me confieso?
Quiero estar preparado, Jesús, para que también a mi me puedas decir: «os llevaré junto a mí para que, donde yo estoy, estéis también vosotros.»
San Juan I, papa y mártir
Nació en Toscana, y en el año 523 fue elegido Sumo Pontífice. En Italia gobernaba el rey Teodorico que apoyaba la herejía de los arrianos. Asimismo, el emperador Justino de Constantinopla decretó cerrar todos los templos de los arrianos de esa ciudad y prohibió que los que pertenecían a la herejía arriana ocuparan empleos públicos. El rey Teodorico obligó entonces al Papa a que fuera a Constantinopla a convencer al emperador de derogar las últimas leyes, pero el Papa Juan I se negó rotundamente.
El Sumo Pontífice realizó una visita pastoral a Constantinolpla donde fue recibido por más de 15,000 fieles con velas encendidas en las manos, y estandartes. El Papa presidió solemnemente las fiestas de Navidad, y luego exhortó a los feligreses a mantenerse firmes en la fe, evitando caer en las herejías. Paralelamente, el emperador Justino se mantuvo firme en su decisión, lo cual enfureció al rey italiano quien mandó a llamar al Papa Juan y lo encerró en un oscuro calabozo. Los constantes maltratos y suplicios sufridos por el santo Papa en la cárcel, junto con otros mártires más, provocó su muerte a los pocos meses de haber sido tomado prisionero.
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