Viernes de la semana 5ª: Se
independizó Israel de la casa de David, por no escuchar a Dios y perderse en
idolatrías. Jesús, que hace oír a los sordos y hablar a los mudos, nos trae el
amor del Padre y su misericordia
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,
camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo
que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El,
apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá»,
esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba
de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie;
pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en
el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y
hablar a los mudos» (Marcos
7,31-37).
1. Jesús está
en tierra extranjera, y –“le presentan a un sordomudo”. El
texto griego pone la palabra "tartamudo": un sordo que hablaba con
dificultad. En toda la Biblia esta palabra se encuentra sólo dos veces; aquí y
en Is 35,6, donde precisamente citan las gentes del pueblo: “Es admirable todo lo que hace, los sordos
oyen y hablan bien los tartamudos”. Marcos subraya pues que Jesús cumple la
gran esperanza prometida por Isaías. Es como una nueva creación, un hombre
nuevo, ¡con oídos bien abiertos para oír y con la lengua bien suelta para
hablar! La salvación que Dios había prometido por los profetas es como un
perfeccionamiento del hombre, una mejora de sus facultades: por la fe la
humanidad adquiere como unos "sentidos" nuevos, más afinados.
-“Y tomándole aparte de la muchedumbre”...
después del milagro les recomendó que no lo dijesen a nadie... hay una consigna
de silencio, para evitar que la muchedumbre saque enseguida la conclusión: es
el Mesías. Pues este título es demasiado ambiguo. Debe ser purificado,
desmitologizado por la muerte en la cruz. Escogerá la expresión “hijo del Hombre”,
a la que irá cargando de contenido mesiánico…
-“Le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua”. Todos los sacramentos, son también gestos
sensibles, humanos, corporales. Inmensa dignidad del cuerpo, instrumento de
comunicación, de expresión. La gracia más divina, más espiritual, pasa por esos
humildes y modestos "signos": al sordo-tartamudo no le estorbaron
nuestras teorías desencarnadas... y pudo experimentar, como extremadamente
reveladores de la ternura de Jesús, estos gestos de contacto tan sencillos y
naturales.
-“Y mirando al cielo, suspiró y dijo:
"¡Efeta!"... "Abrete"”. Mirar al cielo: otro gesto, de
la omnipotencia divina, que hará el milagro. Gesto familiar en Jesús, observado
ya en la multiplicación de los panes (Mc 6, 41). Luego Jesús
"¡suspira!" ¡Un gemido de Jesús! ¿Participación en el sufrimiento del
enfermo? quizá... Pero sobre todo ¡una profunda llamada a Dios! Jesús reza y en
su oración participa su cuerpo, su respiración.
-“Y se abrieron sus oídos. Se le soltó la
lengua. Y hablaba correctamente”. Los primeros lectores de Marcos han
asistido a "bautizos", en los que el rito del "Efeta" se
practicaba concretamente. Yo, por mi bautismo, ¿tengo los oídos abiertos o
tapados?... la lengua ¿muda o suelta? ¿Me "comunico" correctamente
con Dios y con mis hermanos? (Noel Quesson).
Jesús curó al
enfermo con unos gestos característicos, imponiéndole las manos, tocándole con
sus dedos y poniéndole un poco de saliva. Y con una palabra que pronunció
mirando al cielo: «effetá», «ábrete». Jesús está mostrando que ha llegado el
tiempo mesiánico de la salvación y de la victoria contra todo mal.
El Resucitado
sigue curando hoy a la humanidad a través de su Iglesia. Los gestos
sacramentales -imposición de manos, contacto con la mano, unción con óleo y
crisma- son el signo eficaz de cómo sigue actuando Jesús. «Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos».
Son gestos que están tomados de la cultura humana y de ellos se sirve Dios para
transmitir su salvación: son «signos de
la alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo»,
sobre todo desde que «han sido asumidos
por Cristo, que realizaba sus curaciones y subrayaba su predicación por medio
de signos materiales o gestos simbólicos» (Catecismo 1145-1152).
Así, dice el
Cardenal Newman, «cuando asistís al Santo Sacrificio del Altar y os arrodilláis
en la elevación, y cada vez que hacéis un acto de fe en Dios, meditando
cuidadosamente todo lo que el Evangelio nos dice que Él ha hecho por nosotros,
recordad que Dios es omnipotente, y ello os ayudará y os animará a hacerlo.
Decid: yo creo esto y aquello, porque Dios es omnipotente. No adoro una
criatura. No soy siervo de un Dios de poder restringido. Puesto que Dios puede
«hacer» todas las cosas, yo puedo «creer» todas las cosas. Nada es demasiado
difícil para que Él lo haga, y nada es demasiado difícil para que yo lo crea».
El episodio de
hoy nos recuerda de modo especial el Bautismo, porque uno de los signos
complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es
precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los
oídos y la boca del bautizado y dice: «El
Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su
tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios
Padre».
Un cristiano
ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para
escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra
salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a
los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el
testimonio de nuestra fe.
Pensemos un
momento si también nosotros somos sordos cuando deberíamos oír. Y mudos cuando
tendríamos que dirigir nuestra palabra, a Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo
Jesús que una vez más haga con nosotros el milagro del sordomudo (J.
Aldazábal).
Hoy, Jesús,
haces volver la escucha y el habla a un sordo, y provocas que la gente admirada
te alabe como el profeta Isaías: «Todo
lo ha hecho bien». «Las obras de
Dios son perfectas» (Dt 32,4). Y Moisés manifiesta al Pueblo de Israel: «No ofrezcáis nada defectuoso, pues no os
sería aceptado» (Lev 22,20). Pide la ayuda maternal de la Virgen María.
Ella, como Jesús, también lo hizo todo bien.
San Josemaría
nos ofrece el secreto para conseguirlo: «Haz lo que debas y está en lo que
haces». Si hacemos por amor el pequeño deber de cada instante, si tocamos esa
música interior que da sentido a todo, la canción que descubrimos que está en
nuestro interior… nos realizamos como personas, somos felices pues se podrá
decir en verdad lo que dijeron de Jesús: ¡Qué bien lo hace todo!, haciendo el
bien a todos.
2. David y
Salomón consiguieron un reino a costa de grandes sacrificios, y todo eso no
duró mucho: muy pronto diez de las tribus del Norte se separan y se van con
Jeroboán, uno de los arquitectos más brillantes del Templo, a quien Salomón
había nombrado ministro. Es bien expresivo el gesto simbólico del profeta Ajías
con el manto rasgado en doce trozos. Probablemente los motivos concretos de la
desgraciada separación entre Israel (Norte) y Judá (Sur) fueron de índole
política y económica, junto con la falta de habilidad en el trato con las
tribus del Norte, que en el fondo seguían fieles a la memoria de Saúl y se
sentían marginadas en relación con las de Judá. Pero en este libro de los Reyes
todo se interpreta como castigo por el mal que había llegado a hacer al final
Salomón.
3. “No tendrás un dios extraño, no adorarás un
dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto”. El
salmo nos pide fidelidad a Dios, aunque muchas veces Israel no ha
correspondido: “Pero mi pueblo no
escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos”. Aunque haya traiciones por nuestra
parte, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca
es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y
condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal.
“¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase
Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi
mano contra sus adversarios”. Pronto o tarde pagamos siempre las
consecuencias de nuestros fallos y de nuestro pecado. Salomón había faltado
gravemente nada menos que al primer mandamiento, adorando a dioses extraños.
Pero Dios siempre está dispuesto a perdonarnos. Él nos ama, y nos sigue
contemplando amorosamente cuando nos alejamos de su presencia, sin embargo
jamás nos retira su amor.
Llucià Pou
Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario