domingo, 29 de diciembre de 2013

Domingo de la Sagrada Familia; ciclo A


«Después que se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta: De Egipto llamé a m hijo». (Mateo 2, 13-15)
1º. José, obedeces los planes divinos sin rechistar, con una fidelidad exquisita.
¿Has de marchar a Egipto?
Coges a la familia y vas para allá.
¿No podría Dios haber resuelto el problema de un modo más sencillo?
¿No era ésa, en definitiva, la familia de Jesús, su propio hijo?
No te quejas, no pierdes el ánimo.
Habrá que salir de noche -deprisa-, con lo puesto.
Habrá que volver a empezar, en aquella tierra desconocida y lejana.
Dios sabe más: hágase su voluntad.
Madre, ¡cómo debiste sufrir la noche de la huida a Egipto!
El Niño era muy pequeño; el viaje, largo.
Había que escoger -de entre los enseres familiares- sólo lo imprescindible.
Además, estaban persiguiendo a Jesús... «¡para matarlo!»
Pero no salió de tu boca ni una mueca de enfado, ni una palabra de rebeldía.
Tu sonrisa calmada y el silencio de Jesús -que dormía plácidamente- llenaban aquel hogar de paz, de alegría, de luz, en medio de aquella oscura noche.
2º. «Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. (...) Cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida.
El matrimonio no es, para el cristiano, uno simple institución social, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo, y, a la vez e inseparablemente, contrato que un hombre y uno mujer hacen para siempre, porque queramos o no  el matrimonio instituido por Jesucristo es indisoluble: signo sagrado que santifica, acción de Jesús que invade el alma de los que se casan y les invita o seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra.
Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar.
La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber La caridad lo llenará así todo, y llevará o compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.
Santificar el hogar día o día; crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata» (Es Cristo que pasa.-22-23).
Lluciá Pou

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