Domingo 3º de Adviento; ciclo A
«Juan, que oyó en la cárcel las obras de Jesús, envió a sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?". Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el evangelio a los pobres: ¡dichoso el que no se escandalice de mí!". Cuando se fueron, Jesús comenzó a hablar de Juan a las gentes: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña movida por el viento? ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente? Los que visten lujosamente están en los palacios de los reyes. ¿Entonces, qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os lo digo; y más que un profeta. Él es de quien está escrito: Yo envío delante de ti a mi mensajero para que te prepare el camino. Os aseguro que no hay hombre alguno más grande que Juan Bautista, pero el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.» (Mateo 11, 2-11).
1º. Jesús, me das una buena lección «comercial»: una imagen vale más que mil palabras. « ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?»
Podías haber intentado demostrar que eras el Mesías esperado a base de argumentos teóricos, de frases más o menos certeras, o de profecías difíciles de interpretar.
Pero no.
«En aquella misma hora curó a muchos de sus enfermedades, de dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos.»
No les das argumentos teóricos sino realidades palpables.
No dices; haces.
Y sólo entonces respondes a lo que te pedían: «id y contad a Juan lo que habéis visto y oído.»
Con este ejemplo, me enseñas que «en vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana quien la contradice con sus obras» (San Antonio de Padua).
Jesús, yo quiero ser tu discípulo.
A veces, algunos no me entienden; no acaban de creerse que se puede ser cristiano y a la vez ser una persona normal.
No les voy a convencer con discusiones acaloradas.
Siguiendo tu ejemplo, prefiero que se convenzan viendo lo que hago: trabajando lo mejor que puedo; teniendo muchos amigos; rezando cada día y frecuentando los sacramentos; sirviendo a los demás en pequeños detalles.
¡Que vean mi alegría y mi paz! Ese será mi mejor apostolado.
2º. «La alegría es un bien cristiano, que poseemos mientras luchamos, porque es consecuencia de la paz. La paz es fruto de haber vencido la guerra, y la vida del hombre sobre la tierra -leemos en la Escritura Santa- es lucha». (Forja.-105).
Jesús, esa alegría interior que me das es muy superior a la típica satisfacción que me produce un resultado profesional positivo; o el habérmelo pasado muy bien en una fiesta, haciendo deporte, en un concierto, etc...
Es la alegría propia del enamorado: del que ama y se siente querido.
Es la satisfacción que produce buscar la alegría del que amamos; de buscar darte una alegría, Jesús, con mi comportamiento.
La alegría del cristiano es muy superior a la del «animal sano» o a la del «pasárselo bien», que -en el fondo- son alegrías egoístas, aunque no necesariamente malas: sólo son dañinas cuando las busco como el máximo objetivo, por delante incluso de lo que sé que te agrada, Jesús, y en ocasiones, a pesar de saber que mi conducta te entristece.
Por eso, en alguna ocasión habré de luchar para no dejar que mis planes, mis gustos, mi comodidad y mi egoísmo me lleven a buscarme a mí mismo en vez de intentar hacer tu voluntad.
Si lucho y venzo, viene la paz; esa paz que es fruto de haber vencido la guerra.
Y con la paz, viene la alegría; una alegría que poseemos mientras luchamos, y que nada ni nadie me puede quitar.
El mundo está deseoso de conocer cuál es el camino que lleva a la felicidad.
La gente busca a tientas dónde está la verdad.
Cuando una persona de buena voluntad me conozca, sin necesidad de palabras, me estará preguntando: « ¿eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?»
¿Qué he de hacer para ser feliz?, me preguntarán…
La respuesta es sencilla: ¡Mira mi alegría!
La alegría es un bien cristiano.
Por eso es lo que más convence: no hace falta preparar discursos ni argumentar mucho; basta que me vean verdaderamente alegre.
Alegre a pesar de las habituales dificultades y reveses de la vida; porque mi alegría es esa alegría c
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