Solemn. de Sta. María Madre de Dios
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra: vamos a empezar este año de su mano para que no nos apartemos del buen camino.
“En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lucas 2,16-21).
1. El Evangelio nos dice que “los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre”. Queremos nosotros también seguir la voz de los ángeles, como los pastores, hasta ver al Niño con su Madre, estar ahí en actitud contemplativa, y adorar con los ángeles al Niño que es lo más grande del mundo, que se nos aparece en medio de gente sencilla, con los pequeños: “Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores”.
Le pedimos a la Virgen María ser sencillos, no complicarnos la vida, no ser orgullosos, hacer enseguida las paces, no decir mentiras sino la verdad. Comenzamos el año de la mano de la Virgen con el propósito de dar gracias cada día a Dios por las cosas buenas que nos da, pedir perdón por lo que no hacemos bien, y ayuda para mejorar cada día, para llevar paz a nuestro alrededor y así hacer que haya paz en el mundo. Es verdad que una cosa pequeña no lo cambia todo, pero así como una gota de agua es poca cosa pero sin cada gota no habría mar, así con detalles de amor haremos que las heridas que muchos tienen no vayan sangrando nunca más, que todas las personas se sientan unidas como hijos de Dios, y la familia humana viva feliz, sea la raza de los hijos de Dios.
“Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real” (Sap 18,14-15). Bajó Dios del cielo en Navidad encarnado, como dice san Agustín Dios desposa la carne en el tálamo nupcial del seno de María. Él es la luz, la paz… viene por María, Madre de Dios y Madre nuestra, que sabe que Jesús nos trae la salvación, y por eso nos dice: “Haced lo que Él os diga…”
Es la gran fiesta de la Maternidad de María, con ella comenzamos el año. Antes se celebraba el día 11 de octubre, pero es mucho mejor que se celebre dentro de la Navidad, porque el nacimiento de Jesús y la maternidad divina son aspectos de un mismo hecho. Hay gente que duda, en nuestro tiempo como al principio, de si podía llamarse no sólo madre de Jesús sino Madre de Dios. S. Cirilo de Alejandría resume esta doctrina: “Me extraña en gran manera que haya alguien que tenga alguna duda de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios ¿por qué razón las Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos ha transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearon esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres”.
“Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La maternidad divina es el hecho esencial que ilumina toda la vida de María y el fundamento de todos los privilegios con que Dios ha adornado a la Virgen. Hoy recordamos y veneramos el misterio por el que María, por obra y gracia del Espíritu Santo, y sin perder la gloria de su virginidad, ha engendrado y ha dado a luz al Verbo encarnado. Hoy es un buen día sobre todo para agradecer al Señor de la mano de María el año que termina y la perseverancia en querer seguirle, y pedirle –es maestra de contemplación- la gracia de la oración, perseverancia en el año que empieza, fidelidad a nuestra llamada cristiana, en una lucha viva y esperanzada.
“Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho”. La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
Luego llevaron el niño al templo y “le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”. Jesús (Salvador) será también llamado Cristo (o Mesías en su lengua, Ungido de Dios). Así se cumple la profecía de que vendrá Enmanuel (Dios con nosotros).
2. En los Números el Señor habló a Moisés y le da la fórmula “con que bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. La auténtica bendición es la venida de Jesús, nuestra paz. Estos días vivimos el nacimiento de este Príncipe que nos trae la paz, la justicia, el amor a Dios y a los hermanos: si invocamos el santo nombre de Jesús, de María, tendremos esta "paz": en hebreo Shalom, palabra con la que se saludan los judíos hasta nuestros días, significa mucho más de lo que nosotros solemos traducir, pues es reposo, gloria, riqueza, salvación, vida..., y fruto de la justicia. Hoy es el Día Mundial de la Paz, con un mensaje del Papa para rezar por ese bien tan bonito, esa meta hacia la que caminamos, que va con la libertad y el amor.
“El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros: / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación”. El Salmo canta la bendición que nos llega por Jesucristo, nuestro camino y el regalo del cielo para salvarnos, que vive y reina por los siglos de los siglos: “Que canten de alegría las naciones, / porque riges el mundo con justicia, / riges los pueblos con rectitud, / y gobiernas las naciones de la tierra”. Y pide S. Agustín: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros... Que aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa- estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado."
“Oh Dios, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que Dios nos bendiga; que lo teman / hasta los confines del orbe”. María, que es de nuestra tierra, de nuestra raza, de esta arcilla, de este lodo, de la descendencia de Adán, es nuestra madre. La tierra ha dado su fruto; el fruto perdido en el Paraíso y ahora reencontrado. La tierra “primeramente ha dado la flor, Jesús. Y esta flor se ha convertido en fruto: fruto porque lo comemos, fruto porque comemos su misma Carne. Fruto virgen nacido de una Virgen, Señor nacido del esclavo, Dios nacido del hombre, Hijo nacido de una Mujer, Fruto nacido de la tierra" (S. Jerónimo).
“Nuestro Creador, encarnado en favor nuestro, se ha hecho, también por nosotros, fruto de la tierra; pero es un fruto sublime, porque este Hombre, nacido sobre la tierra, reina en los cielos por encima de los Ángeles (…) María es llamada y con razón ‘monte rico de frutos’, pues de ella ha nacido un óptimo fruto, es decir, un hombre nuevo. Y al ver su belleza, adornada en la gloria de su fecundidad, el profeta exclama: ‘Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará’. David, al exultar por el fruto de este monte, dice a Dios: ‘Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. La tierra ha dado su fruto’. Sí, la tierra ha dado su fruto, porque Aquel a quien engendró la Virgen no fue concebido por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo extendió sobre ella su sombra. Por este motivo, el Señor dice al rey y profeta David: ‘El fruto de tu seno asentaré en tu trono’. De este modo, Isaías afirma: ‘el germen del Señor será magnífico’. De hecho, Aquel a quien la Virgen engendró no sólo ha sido un "hombre santo", sino también "Dios poderoso"” (S. Gregorio Magno).
3. Como Eva fue la "madre de todos los hombres" en el orden natural, María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a luz a su primogénito, parió también espiritualmente a aquellos que pertenecerían a él, a los que serían incorporados a él y se convertirían así en miembros suyos, siendo él "primogénito entre muchos hermanos", Cabeza de la humanidad redimida. Así San Pablo a los Gálatas: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Eso tiene una madre, poder querer a cada hijo como único, no disminuye con el número de los hijos. En nosotros María ve a Jesús, ella nos alimenta en la vida de fe y nos lleva a Dios, al cielo. Te pedimos, Madre, saber escuchar como tú, la criatura que está a la escucha de Dios: enséñame a rezar, a conocer el Evangelio, dedicar cada día unos minutos a las practicas de piedad que nos hacen escuchar esta voz del Espíritu Santo, hacer todo con calma, por amor, siguiendo tu respuesta a Dios: "hágase en mí según tu palabra" pues en ello está la santidad. Enséñame a olvidarme de competir y pensar en compartir, no pensar en mí sino en los demás; no inquietarme con lo que no tengo sino estar contentos con lo que tú, Señor, nos mandas o permites (una situación dura, enfermedad, dificultad familiar, la pena por otros a quien amamos y que sufren, cuando no se ve solución…): “hágase tu voluntad…” Contigo, Madre, nos haces ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien.
“Como sois hijos Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”. Dios nos hace por medio de Jesús ser hijos suyos, bien podemos nosotros llamarle "Padre", lo mismo que Jesús, que con su Espíritu nos anima y nos enseña como un maestro interior en libertad y esperanza. “Maria” significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todos los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.
María es esa estrella que con trae el amor de Jesús y nos llena de esperanza. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; con María queremos ir de la mano en este año que comienza, para ir seguros hacia más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y con María, la orante perfecta, figura de la Iglesia, nos adherimos al designio salvador del Padre.
Llucià Pou Sabaté