Viernes 30 semana tiempo ordinario.
San Lucas 14,1-6:
“Quisiera ser un proscrito por el bien de más hermanos”: Pablo está
dispuesto a todo para salvar a todos. Jesús nos enseña a “quemarnos”
por caridad, pues Él lo ha dado todo por nosotros: no poner la
reputación o las reglas por encima del amor
Autor: Padre Llucià Pou Sabaté
Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 9,1-5. Hermanos: Digo la
verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me
asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi
corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la
carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos
descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia
de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los
patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está
por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.
Salmo 147,12-13.14-15.19-20. R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado
los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía
su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con
ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.
Evangelio según san Lucas 14,1-6. Un sábado, entró Jesús en casa de
uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban
espiando. Se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y,
dirigiéndose a los maestros de la Ley y fariseos, preguntó: -«¿Es
lícito curar los sábados, o no?» Ellos se quedaron callados. Jesús,
tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: -«Si a
uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca en
seguida, aunque sea sábado?» Y se quedaron sin respuesta.
Comentario: 1.- Rm 9,1-5 (ver domingo 19 A). Después del capítulo
octavo, sobre la vida en el Espíritu, Pablo dedica tres, del noveno al
undécimo, a manifestar el dolor que siente por la obstinación de su
pueblo Israel y a reflexionar sobre su futuro. Él se siente judío y
desearía que todos sus "hermanos de raza y sangre", hubieran aceptado
a Cristo, como él lo ha hecho. Pero no es así. La mayoría del pueblo
elegido se ha quedado fuera de la Iglesia cristiana: "siento una gran
pena y un dolor incesante". Reconoce Pablo que Israel tiene valores
muy ricos que ha dejado en herencia a la Iglesia: "la presencia de
Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas". De ese pueblo ha
nacido el Mestas, Jesús. ¿Cómo puede ser que no le hayan aceptado?
Ha sido siempre un interrogante la situación de Israel en relación con
la fe. El mismo Jesús lloró sobre Jerusalén, previendo su ruina. Había
intentado, como nos dice en el evangelio (lo leíamos ayer), "recoger a
sus hijos como la gallina protege bajo sus alas a sus polluelos", y no
han querido. Igualmente fracasó la comunidad primera: fueron
perseguidos y se tuvieron que dispersar fuera de Palestina. Pablo,
allí donde iba, predicaba primero en las sinagogas, a los judíos, los
herederos primeros de la promesa, y sólo cuando allí era rechazado
pasaba a predicar a los paganos. Nosotros miramos con respeto este
misterio de obstinación. Jesús nació en el pueblo judío, de familia
judía, descendiente de la casa de David. Sus primeros seguidores -toda
la "plana mayor" de la primera comunidad- eran judíos. Creyeron en él
bastantes, pero la mayoría le rechazó. Respetamos su sensibilidad y
les estamos agradecidos por la herencia que nos han dejado: los
salmos, su capacidad de oración, su veneración por la Palabra, los
libros inspirados del Antiguo Testamento, sus fiestas, las grandes
categorías de la alianza, del memorial o de la asamblea. Pero nos
duele, como a Pablo, que el pueblo judío no haya aceptado a Jesús como
el Mesías esperado. También experimentamos dolor por la increencia de
muchos, en la sociedad de hoy, por la pérdida de la fe y de los
valores cristianos. ¡Cuántos padres, religiosos y educadores, están
sufriendo por esta situación de frialdad de la fe en Cristo Jesús!
¿Sentimos con la misma fuerza que Pablo este dolor?, ¿no es todavía
más triste que los cristianos, que han recibido más bienes y
privilegios que los judíos, también se olviden de Dios?, ¿no se puede
decir, de nosotros más que de ellos, lo del salmo: "con ninguna nación
obró así, ni les dio a conocer sus mandatos"? Pasamos aquí a un
desarrollo completamente nuevo de la gran Carta a los Romanos. Hasta
aquí Pablo nos ha demostrado: - la miseria universal del hombre, la
humanidad «separada» de Dios... - la reconciliación universal, la
humanidad «animada» por Dios -Fe-... Ahora bien, Pablo sabe, desde lo
interior, porque formaba parte de este pueblo, que a esta demostración
podría hacerse una objeción mayor: ¡el problema de la incredulidad
judía! ¿Cómo explicar que el pueblo, el primer beneficiario de esa
revelación maravillosa, haya podido rehusar a Jesucristo, en su
conjunto? Esto es lo que abordará ahora en los capítulos 9, 10 y 11 de
su carta.
-Afirmo la verdad en Cristo. No miento. Mi conciencia me lo atestigua
en el Espíritu Santo. Nos damos cuenta de que abordar este asunto le
desgarra el corazón. Y lo hace sólo por fidelidad a la «inspiración
interior». Lo que nos ha predicado es el primero en vivirlo. Habla «en
Cristo» y «en el Espíritu». Las palabras que salen de la boca de
Pablo, las verdades que trata de desarrollar no son suyas, son «las de
Cristo». Aludan, Señor, a referirme siempre a ti.
-Siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón.
¡Desearía incluso ser anatema, separado de Cristo por los judíos, mis
hermanos de raza! Pablo sufre. No con un dolor personal, sino por la
salvación del mundo. ¡Pablo obsesionado por la salvación de sus
hermanos! ¡Un auténtico misionero! ¡Viendo que sus hermanos de raza,
los judíos, rehúsan la fe, llega hasta a desear su condena personal si
esto puede salvarlos! Dicho de otro modo, está presto a renunciar a su
eterna felicidad si esto pudiera asegurar la de ellos. ¡No debemos
dejar pasar a la ligera tales declaraciones! Se ha reprochado a menudo
a los cristianos ser «interesados» -portarse bien en la tierra para
obtener el cielo en recompensa-: esto es una caricatura del
cristianismo. De hecho el verdadero amor es desinteresado. Leyendo
estas palabras apasionadas, no olvidemos que Pablo era perseguido por
aquellos de quienes habla: la Sinagoga lo consideraba un renegado, un
apóstata... Concédeme, Señor, que mi oración sea también por los que
no me aman. Dame el ansia de la salvación de mis hermanos. Hazme
misionero.
-Son, en efecto, los hijos de Israel, de los cuales es la adopción
filial, la gloria, las alianzas, la Ley, el culto, las promesas de
Dios y los patriarcas, de los cuales también procede Cristo, según la
carne. Una letanía de siete privilegios excepcionales. Siete es la
cifra de la perfección. Se resume aquí toda una historia. La historia
de un amor. Dios y ese pueblo se amaron. ¿Amor decepcionado? ¿Amor
fallido? No, dirá Pablo, más aún, esto no es posible. Todo continúa
siendo válido. Dios continúa amándolos.
-De ellos procede Cristo, el cual está por encima de todas las cosas,
Dios bendito eternamente. Esta profesión de amor por los judíos, sus
infieles hermanos de raza, termina en una plegaria, una doxología a
Cristo. Es el equivalente de una de nuestras fórmulas finales de
oración: «por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Dios y Señor». Pablo
atribuye pues a Cristo, hombre nacido según la carne, de la raza
judía, un título que los judíos reservaban sólo a Dios, como para que
resaltase mejor el «rechazo escandaloso» de los judíos. No quisieron
reconocerlo como «Dios». Y sin embargo, verdaderamente, ¡Jesucristo es
Dios! (Noel Quesson).
Recordamos aquella afirmación de Jesús hecha a la Samaritana: La
salvación viene de los judíos. Pues, efectivamente, de ellos procede
Cristo según la carne. ¿Tendrá algún caso el que el Padre Dios,
cumpliendo las promesas hechas a los antiguos padres, haya enviado a
su Hijo para que, encarnado, nos salvara, si al final nadie de su
Pueblo lo aceptara? A pesar de su cerrazón, los Israelitas son los
primeros en ser llamados a la salvación en Cristo. Y aun cuando no
todos aceptaron a Cristo, hubo un pequeño resto fiel que sí lo hizo.
Tenemos la esperanza de que algún día todos reconozcan al Salvador,
Cristo Jesús. Pablo, muchas veces rechazado por ellos, continuaría
toda su vida preocupándose por encaminarlos a Cristo; hoy nos dice
que, incluso, estaría dispuesto a ser considerado un anatema de Cristo
(Separado de Cristo) si eso ayudara a la salvación de los de su pueblo
y raza. Nosotros no podemos conformarnos con vivir nuestra fe de un
modo personalista, sino que hemos de esforzarnos constantemente en
cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado: Hacer que todos
los hombres se salven en Cristo; pero ¿Realmente estamos dispuestos a
ser condenados con tal de salvar a quienes viven rechazando a Cristo?,
¿Estamos dispuestos a cargar como nuestros sus pecados, y hacer
nuestras sus pobrezas y enfermedades? ¿Estamos dispuestos a padecer
por Cristo sabiendo que Él está presente en nuestros hermanos? ¿Hasta
dónde amamos? ¿Realmente hasta que nos duela? o ¿Sólo anunciamos el
nombre de Dios y volvemos a nuestras comodidades y a nuestra vida
muelle y poltrona? ¿Cuál es nuestro compromiso de fe?
2. Juan Pablo II comentaba: “El Salmo que se acaba de proponer a
nuestra meditación constituye la segunda parte del precedente Salmo
146. Las antiguas traducciones griega y latina, seguidas por la
Liturgia, lo han considerado, sin embargo, como un canto
independiente, pues su inicio lo distingue claramente de la parte
anterior. Este inicio se ha hecho famoso en parte por haber sido
llevado con frecuencia a la música en latín: «Lauda, Jerusalem,
Dominum». Estas palabras iniciales constituyen la típica invitación de
los himnos de los salmos a alabar al Señor: Jerusalén, personificación
del pueblo, es interpelada para que exalte y glorifique a su Dios (Cf.
V 12). Ante todo se menciona el motivo por el que la comunidad orante
debe elevar al Señor su alabanza. Es de carácter histórico: ha sido
Él, el Liberador de Israel del exilio de Babilonia, quien ha dado
seguridad a su pueblo, reforzando «los cerrojos de las puertas» de la
ciudad (v 13). Cuando Jerusalén se derrumbó ante el asalto del
ejército del rey Nabucodonosor en el año 586 a. c., el libro de las
Lamentaciones presentó al mismo Señor como juez del pecado de Israel,
mientras «decidió destruir la muralla de la hija de Sión... Él deshizo
y rompió sus cerrojos» (Lam 2,8.9). Ahora, el Señor vuelve a construir
la ciudad santa; en el templo resurgido vuelve a bendecir a sus hijos.
Se menciona así la obra realizada por Nehemías (Cf. Neh 3,1-38), quien
restableció los muros de Jerusalén para que volviera a ser oasis de
serenidad y paz.
De hecho, la paz, «shalom» es evocada inmediatamente, pues es
contenida simbólicamente en el mismo nombre de Jerusalén. El profeta
Isaías ya había prometido a la ciudad: «Te pondré como gobernantes la
paz, y por gobierno la justicia» (60, 17). Pero, además de reconstruir
los muros de la ciudad, de bendecirla y de pacificarla en la
seguridad, Dios ofrece a Israel otros dones fundamentales: así lo
describe el final del Salmo. Se recuerdan los dones de la Revelación,
de la Ley de las prescripciones divinas:
«Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con
ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos» (Sal
147,19). De este modo, se celebra la elección de Israel y su misión
única entre los pueblos: proclamar al mundo la Palabra de Dios. Es una
misión profética y sacerdotal, pues «¿cuál es la gran nación cuyos
preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os
expongo hoy?» (Dt 4, 8). A través de Israel y, por tanto, también a
través de la comunidad cristiana, es decir, la Iglesia, la Palabra de
Dios puede resonar en el mundo y convertirse en norma y luz de vida
para todos los pueblos (Cf Sal 147,20).
Hasta este momento hemos descrito el primer motivo de la alabanza que
hay que elevar al Señor: es una motivación histórica, ligada a la
acción liberadora y reveladora de Dios con su pueblo. Hay, además,
otra razón para exultar y alabar: es de carácter cósmico, es decir,
ligada a la acción creadora de Dios. La Palabra divina irrumpe para
dar vida al ser. Como un mensajero, recorre los espacios inmensos de
la tierra (v 15). E inmediatamente hace florecer maravillas. De este
modo, llega el invierno, presentado en sus fenómenos atmosféricos con
un toque de poesía: la nieve es como lana por su candor, la escarcha
recuerda al polvo del desierto (v 16), el granizo se parece a las
migajas de pan echadas al suelo, el hielo congela la tierra y bloquea
la vegetación (v 17). Es un cuadro invernal que invita a descubrir las
maravillas de la creación y que será retomado en una página sumamente
pintoresca por otro libro bíblico, el Eclesiástico (43,18-20).
Ahora bien, la acción de la Palabra divina también hace reaparecer la
primavera: el hielo se deshace, el viento caluroso sopla y hace
discurrir las aguas (v 18), repitiendo así el perenne ciclo de las
estaciones y, por tanto, la misma posibilidad de vida para hombres y
mujeres. Naturalmente no han faltado lecturas metafóricas de estos
dones divinos: La «flor de harina» ha hecho pensar en el don del pan
eucarístico. Es más, el gran escritor cristiano del siglo III,
Orígenes, vio en esa harina un signo del mismo Cristo, y en
particular, de la Sagrada Escritura. Este es su comentario: «Nuestro
Señor es el grano de trigo que cae a tierra y se multiplicó por
nosotros. Pero este grano de trigo es superlativamente copioso. La
Palabra de Dios es superlativamente copiosa, recoge en sí misa todas
las delicias. Todo lo que quieres, proviene de la Palabra de Dios,
como narran los judíos: cuando comían el maná sentían en su boca el
sabor de lo que cada quien deseaba. Lo mismo sucede con la carne de
Cristo, palabra de la enseñanza, es decir, la comprensión de las
santas Escrituras: cuanto más grande es nuestro deseo, más grande es
el alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras refrigerio; si
eres pecador, tormento».
Por tanto, el señor actúa con su Palabra no sólo en la creación, sino
también en la historia. Se revela con el lenguaje mudo de la
naturaleza (cf. Sal 18,2-7), pero se expresa de manera explícita a
través de la Biblia y a través de su comunicación personal por medio
de los profetas y en plenitud por medio del Hijo (Cf. Hebr 1,1-2). Son
dos dones de su amor diferentes, pero convergentes. Por este motivo
todos los días debe elevarse hacia el cielo nuestra alabanza. Es
nuestro gracias, que florece desde la aurora en la oración de Laudes
para bendecir al Señor de la vida y de la libertad, de la existencia y
de la fe, de la creación y de la redención”.
“El «Lauda Jerusalem» que acabamos de proclamar es particularmente
querido por la liturgia cristiana. Con frecuencia entona el Salmo 147
para referirse a la Palabra de Dios, que «corre veloz» sobre la faz de
la tierra, pero también a la Eucaristía, auténtica «flor de harina»
donada por Dios para «saciar» el hambre del hombre (Cf. vv 14-15).
Orígenes, en una de sus homilías, traducidas y difundidas en Occidente
por san Jerónimo, al comentar este Salmo, ponía precisamente en
relación la Palabra de Dios con la Eucaristía: «Nosotros leemos las
sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de
Cristo; yo pienso que las sagradas escrituras son sus enseñanzas. Y
cuando dice: "Quien no coma de mi carne y beba de mi sangre" (Juan 6,
53), si bien puede referirse también al Misterio [eucarístico]; sin
embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es verdaderamente la palabra
de la Escritura, y la enseñanza de Dios. Si al recibir el Misterio
[eucarístico] dejamos caer una brizna, nos sentimos perdidos. Y al
escuchar la Palabra de Dios, cuando nuestros oídos perciben la Palabra
de Dios y la carne de Cristo y su sangre, ¿en qué peligro tan grande
caeríamos si nos ponemos a pensar en otras cosas? Se abre con un
gozoso llamamiento a la alabanza: «Alabad al Señor, que la música es
buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa» (Salmo 146, 1).
Si prestamos atención al pasaje que acabamos de escuchar, podemos
descubrir tres momentos de alabanza, introducidos por una invitación a
la ciudad santa, Jerusalén, a glorificar y alabar a su Señor (v 12).
Díos actúa en la historia
En un primer momento (vv 13-14) entra en escena la acción histórica de
Dios. Es descrita a través de una serie de símbolos que representan la
obra de protección y de apoyo del Señor a la ciudad de Sión y a sus
hijos. Ante todo, hace referencia a los «cerrojos» que refuerzan y
hacen infranqueables las puertas de Jerusalén. El Salmista se refiere
probablemente a Nehemías que fortificó la ciudad santa, reconstruida
después de la experiencia amarga del exilio de Babilonia (Cf. Nehemías
3, 3.6.13-15; 4, 1-9; 6, 15-16; 12, 27-43). Entre otras cosas, la
puerta es un signo que indica a toda la ciudad en su compacidad y
tranquilidad. En su interior, representado como un seno seguro, los
hijos de Sión, es decir, los ciudadanos, gozan de paz y serenidad,
envueltos en el manto protector de la bendición divina. La imagen de
la ciudad gozosa y tranquila es exaltada por el don altísimo y
precioso de la paz que hace seguros los confines. Pero precisamente
porque para la Biblia la paz-«shalôm» no es un concepto negativo,
evocador de la ausencia de la guerra, sino un dato positivo de
bienestar y prosperidad, el Salmista habla de saciedad al mencionar la
«flor de harina», es decir, el excelente trigo de espigas repletas de
granos. El Señor, por tanto, ha reforzado las murallas de Jerusalén
(Cf. Salmo 87, 2), ha ofrecido su bendición (Cf. Salmo 128, 5; 134,
3), extendiéndola a todo el país, ha donado la paz (Cf. Salmo 122,
6-8), ha saciado a sus hijos (Cf. Salmo 132, 15).
En la segunda parte del Salmo (Cf. Salmo 147, 15-18), Dios se presenta
sobre todo como creador. En dos ocasiones se relaciona la obra
creadora con la palabra que había dado origen al ser: «Dijo Dios:
"Haya luz"» y hubo luz... «Manda su mensaje a la tierra...» «Manda una
orden» (Cf. Génesis 1, 3; Salmo 147, 15.18). Por indicación de la
Palabra divina irrumpen y se establecen las dos estaciones
fundamentales. Por un lado, la orden del Señor hace descender sobre la
tierra el invierno, representado por la nieve blanca como la lana, por
la escarcha parecida a la ceniza, por el granizo comparado a las
migajas de pan y por el hielo que todo lo bloquea (Cf. versículos
16-17). Por otro lado, otra orden divina hace soplar el viento
caliente que trae el verano y que derrite el hielo: las aguas de la
lluvia y de los torrentes pueden discurrir libres e irrigar la tierra,
fecundándola. La Palabra de Dios está, por tanto, en la raíz del frío
y del calor, del ciclo de las estaciones y del flujo de la vida de la
naturaleza. Se invita a la humanidad a reconocer y dar gracias al
Creador por el don fundamental del universo, que la circunda, y
permite respirar, la alimenta y la sostiene. Dios ofrece su
Revelación.
Se pasa entonces al tercer y último momento de nuestro himno de
alabanza (Cf. vv 19-20). Se vuelve a hacer mención del Señor de la
historia con quien se había comenzado. La Palabra divina lleva a
Israel un don todavía más elevado y precioso, el de la Ley, la
Revelación. Un don específico: «con ninguna nación obró así, ni les
dio a conocer sus mandatos» (v 20). La Biblia es, por tanto, el tesoro
del pueblo elegido al que hay que acudir con amor y adhesión fiel. Es
lo que dice, en el Deuteronomio, Moisés a los judíos: «Y ¿cuál es la
gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta
Ley que yo os expongo hoy?» (Dt 4, 8).
Así como se constatan dos acciones gloriosas de Dios en la creación y
en la historia, así existen también dos revelaciones: una escrita en
la naturaleza misma y abierta a todos; la otra ha sido donada al
pueblo elegido, que tendrá que testimoniarla y comunicarla a toda la
humanidad y que está comprendida en la Sagrada Escritura. Dos
revelaciones distintas, pero Dios es único como única es su Palabra.
Todo se ha hecho por medio de la Palabra --dirá el prólogo del
Evangelio de Juan-- y sin ella nada de lo que existe ha sido hecho. La
Palabra, sin embargo, también se hizo «carne», es decir, entró en la
historia, y puso su morada entre nosotros (cf. Juan 1,3.14)”.
Meditando la historia de las intervenciones de Dios a favor de su
Pueblo, podemos decir que en verdad Dios lo ha amado. Muchas veces
ofendieron a Dios y se alejaron de Él; pero el Señor, rico en
misericordia, siempre ha estado dispuesto a perdonar cuando ve que se
retorna a Él con un corazón realmente arrepentido. ¿Qué manifestación
más grande de amor podría Dios darle a su Pueblo cuando ha hecho que
de Él naciera el Salvador del mundo? En verdad que no ha hecho nada
igual con ninguna otra nación, ni le ha confiado a otro sus decretos.
En Cristo, Dios, a quienes no pertenecemos al Pueblo de los
Israelitas, nos ha llamado para hacernos partícipes de su Vida. Así,
las promesas de salvación no sólo se cumplieron para Israel, sino
también para nosotros que, como ramas de un olivo silvestre, fuimos
injertados en el olivo fértil, pudiendo compartir con él la raíz y la
savia del olivo. En verdad que Dios nos ha amado como a ningún otro
pueblo. Por eso debemos ser testigos de la vida nueva que hemos
recibido en Cristo colaborando, así, para que muchos más alcancen en
Él la salvación.
3.- Lc 14,1-6. Otra curación en sábado. El lunes pasado leíamos una
que hizo Jesús con la mujer encorvada. Hoy es con un hombre aquejado
del mal de la hidropesía, la acumulación de líquido en su cuerpo. Pero
no importa tanto el hecho milagroso, que se cuenta con pocos detalles.
Lo fundamental es el diálogo de Jesús con sus adversarios sobre el
sentido del sábado: una vez más da a entender que la mejor manera de
honrar este día santo es practicar la caridad con los necesitados. Y
les echa en cara que por interés personal -por ejemplo para ayudar a
un animal de su propiedad- sí suelen encontrar motivos para
interpretar más benignamente la ley del descanso. Por tanto no pueden
acusarle a él si ayuda a un enfermo.
Uno de los 39 trabajos que se prohibían en sábado era el de curar.
Pero una reglamentación, por religiosa que pretenda ser, que impida
ayudar al que está en necesidad, no puede venir de Dios. Será, como en
el caso de aquí, una interpretación exagerada, obra de escuelas
rigoristas. ¿Qué excusas ponemos nosotros para no salir de nuestro
horario, en ayuda del hermano, y tranquilizar así nuestra conciencia?,
¿el rezo?, ¿el trabajo?, ¿el derecho al descanso? Sí, el domingo es
día de culto a Dios, de agradecimiento por sus grandes dones de la
creación y de la resurrección de Jesús. Todo lo que hagamos para
mejorar la calidad de nuestra Eucaristía dominical y para dar a esa
jornada un contenido de oración y de descanso pascual, será poco. Pero
hay otros aspectos del domingo que también pertenecen a su celebración
en honor del Resucitado: es un día de alegría, todo él -sus
veinticuatro horas- vivido pascualmente, sabiendo encontrarnos a
nosotros mismos y nuestra paz y armonía interior y exterior, un día de
contacto con la naturaleza, por poco que podamos. Y también un día de
apertura a los demás: vida de familia y de comunidad -que nos resulta
menos posible los días entre semana- y un día de "saber descansar
juntos", cultivando valores humanos importantes. Un día de caridad, en
que se nos ocurran detalles pequeños de humanidad con los demás: ¿a
qué enfermo de hidropesía ayudamos a sanar en domingo?, ¿no hay
personas a nuestro lado con depresiones o agobiadas por miedos o
complejos, a las que podemos echar una mano y alegrar el ánimo? Jesús
iba a la sinagoga, los sábados. Y parece como que además prefiriera
ese día precisamente para ayudar a las personas curándolas de sus
males. Sus seguidores podríamos conjugar también las dos cosas (J.
Aldazábal).
-Un sábado, Jesús fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y
ellos lo estaban observando. No rehúsa las invitaciones de sus
adversarios habituales. Porque ha venido a salvar a todos los hombres.
La casa de ese jefe de los fariseos es muy significada por un gran
respeto y devoción a la Ley: en ella, las tradiciones morales y
culturales son respetadas de modo muy estricto. Es un sábado, un día
sagrado para el anfitrión de Jesús. Desde su entrada en la casa, Jesús
es "observado" acechado, vigilado... se le va a medir con el mismo
rasero de la piedad farisea más rigurosa; son personas aferradas a la
santificación del sábado y que se imaginan que Dios no puede pensar de
manera distinta al parecer de ellos.
-Un hidrópico se encontraba en frente de Jesús. Aparentemente éste no
era un "invitado". Quizá estaba mirando al interior desde la ventana.
Para los fariseos toda enfermedad era el castigo de un vicio no
declarado. Según ellos, ese pobre hombre debió haber llevado una vida
inmoral y por esto Dios le habría castigado.
-Jesús tomó la palabra y preguntó a los Doctores de la Ley y a los
fariseos: "¿Es lícito curar en sábado, o no?" Ellos se callaron. ¡Qué
extraña pregunta! ¿A qué viene ese innovador? Hace ya tiempo que las
"Escuelas" han saldado definitivamente todos esos casos. Si Jesús
hubiera ido a las Escuelas, sabría que: - Cuando la vida de una
persona corre peligro, está permitido socorrerlo... - Cuando el
peligro no es mortal agudo, hay que esperar que termine el día sábado
para prestarle alguna ayuda. ¿No es esto lógico? ¿Por qué no
contentarse con la "tradición de los antiguos"? ¿Por qué suscitar
nuevas cuestiones? Los fariseos callan. No quieren discutir. Ellos
poseen la verdad. No es cuestión de modificar en nada sus costumbres.
Jesús no puede hablar ni actuar en nombre de Dios, puesto que no se
conforma a "su" enseñanza... a la enseñanza tradicional.
-Jesús tomó al enfermo de la mano, lo curó y lo despidió. Y a ellos
les dijo: "Si a uno de vosotros se le cae al pozo su hijo o su buey
¿no lo saca en seguida aunque sea sábado?" ¡Perdón, caballero! Este
caso está también previsto por la casuística, parecéis ignorarlo... Si
un animal cae en una cisterna los legistas permitían que se le
alimentara para que no muriera antes del día siguiente... y de otra
parte, estaba permitido echarle unas mantas y almohadas para
facilitarle salir por sus propios medios; pero ¡sin "trabajar" uno
mismo en sábado! Esos ejemplos nos muestran la gran liberación
aportada por Jesús. Una nueva manera de concebir el "descanso" del
sábado, del domingo. Mas allá de todos los juridicismos. El sábado es
el día de la benevolencia divina, el día de la redención, de la
liberación, de la misericordia de Dios para con los pobres, los
desgraciados, los pecadores. El día por excelencia para hacer el bien,
curar, salvar. El día en el que hay que dejarse curar por Jesús.
Señor, ayúdanos a ser fieles, incluso en las cosas pequeñas, pero sin
ningún formalismo, sin meticulosidad. Señor, ayúdanos a permanecer
abiertos, a no estar demasiado seguros de nuestras opiniones, a no
quedarnos inmovilizados en nuestras opciones precedentes. El mundo de
hoy nos presenta muchas cuestiones nuevas: ¿sabremos abordarlas con la
misma profundidad con que las juzga Jesús? (Noel Quesson).
Ante el sufrimiento, ante la pobreza, ante las injusticias, ante el
pecado que padecen muchos hermanos nuestros no podemos pasar de largo
dejándolos hundidos en sus males. En dar una respuesta, en esforzarnos
por remediar esos males no podemos argumentar ni siquiera que es el
día del Señor para eludir nuestras responsabilidades. No podemos
esperar para mañana para hacer el bien a quien hoy lo necesita. Cada
día debemos ser la Iglesia de Cristo que no sólo anuncia el Nombre de
Dios, sino que, además, sirve con gran amor a los necesitados. Dar
culto a Dios, en este sentido, no es sólo arrodillarnos ante Él, sino
además, identificarnos con Cristo que, como Buen Pastor, salió al
encuentro de la oveja descarriada y herida, empobrecida y hambrienta,
enseñándonos, así, que también nosotros hemos de dar culto a Dios
amando como el Señor nos ha amado y enseñado, pues Él no descansó,
sentándose en la Gloria de su Padre, hasta dar su Vida para sacarnos
del pozo de nuestra maldad en el que habíamos caído.
El Señor lo dio todo por nosotros. Esa entrega hasta el extremo es no
sólo lo que recordamos, sino lo que vivimos en esta Eucaristía,
Memorial de Quien por nosotros fue al Calvario, lleno de amor, para
ser Crucificado para el perdón de nuestros pecados. Pero celebramos
también a Quien, al tercer día de muerto, resucitó para darnos nueva
vida y darle sentido a nuestra fe. Nosotros, ahora, somos testigos de
todo esto. Y el Señor viene a sanar las heridas que el pecado dejó en
nosotros, pues por sus llagas hemos sido curados. Él, como el buen
samaritano, se ha detenido ante nuestro dolor, y ha dado su vida para
que, en ese momento de Gracia, retornemos a Dios, ya no como esclavos,
sino como hijos por nuestra fe y unión al Hijo de Dios. Así
experimentamos el gran amor que Dios nos tiene, pues compartiendo
nuestros sufrimientos, no retuvo para sí el ser igual a Dios, sino
que, humillado, dio su vida para que nosotros tengamos Vida, la misma
que Él posee recibida del Padre Dios.
Y somos testigos del Memorial de la Pascua de Cristo no sólo porque
contemplamos extasiados el amor que Dios nos ha tenido, sino porque, a
partir de nuestro encuentro con el Señor Resucitado nuestra vida ya no
puede ir por el mismo camino. El Señor nos ha cautivado y nos ha
llenado de su amor y nos ha enviado para que vayamos y hagamos
nosotros lo mismo que Él ha hecho por nosotros y en nosotros. Unidos a
Cristo, firmemente afianzados en Él no debemos tener miedo a dar
nuestra vida por los demás, sabiendo que, siendo condenados por ellos,
Dios, nuestro Padre, nos levantará para glorificarnos junto con
Cristo, con quien vivimos íntimamente unidos desde ahora como los
miembros de un cuerpo lo están a la cabeza. Al igual que Cristo,
detengámonos ante el dolor, ante el sufrimiento, ante la pobreza de
nuestro prójimo y, si es necesario, paguemos con nuestra propia vida,
con tal de que él recobre su dignidad y alcance su salvación en
Cristo. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber amar, no con la miopía nacida
de nuestro miedos, sino con la amplitud, la fuerza y la valentía que
nos vienen del Espíritu de Dios que habita en nosotros. Amén
(www.homiliacatolica.com)
San Lucas 14,1.7-11:
Si la reprobación de los judíos es reconciliación del mundo, ¿qué será
su reintegración sino un volver de la muerte a la vida? Dios quiere
que todos se salven. Esta es la exaltación buena, y no la pretensión
de ser más que los demás: “El que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido”
Autor: Padre Llucià Pou Sabaté
Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11,1-2a.11-12.25-29.
Hermanos: ¿Habrá Dios desechado a su pueblo? De ningún modo. También
yo soy israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín.
Dios no ha desechado al pueblo que él eligió. Pregunto ahora: ¿Han
caído para no levantarse? Por supuesto que no. Por haber caído ellos,
la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel. Por
otra parte, si su caída es riqueza para el mundo, es decir, si su
devaluación es la riqueza de los gentiles, ¿qué será cuando alcancen
su pleno valor? Hay aquí una profunda verdad, hermanos, y, para evitar
pretensiones entre vosotros, no quiero que la ignoréis: el
endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que entren todos
los pueblos; entonces todo Israel se salvará, según el texto de la
Escritura: «Llegará de Sión el Libertador, para alejar los crímenes de
Jacob; así será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus
pecados.» Considerando el Evangelio, son enemigos, y ha sido para
vuestro bien; pero considerando la elección, Dios los ama en atención
a los patriarcas, pues los dones y la llamada de Dios son
irrevocables.
Salmo 93,12-13a.14-15.17-18. R. El Señor no rechaza a su pueblo.
Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley, dándole
descanso tras los años duros.
Porque el Señor no rechaza a su pueblo, ni abandona su heredad: el
justo obtendrá su derecho, y un porvenir los rectos de corazón.
Si el Señor no me hubiera auxiliado, ya estaría yo habitando en el
silencio. Cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor,
me sostiene.
Evangelio según san Lucas 14,1.7-11. Un sábado, entró Jesús en casa de
uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban
espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos,
les propuso esta parábola: -«Cuando te conviden a una boda, no te
sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de
más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te
dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el
último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
"Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los
comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido.»
Comentario: 1.- Rm 11,1-2a.11-12.25-29. Sigue la reflexión de Pablo
sobre la suerte de su pueblo y la pena que le da su obstinación contra
Cristo. "¿Habrá Dios desechado a su pueblo? Ni hablar". Pablo está
convencido de que Dios sigue siendo fiel a sus promesas: pues "los
dones y la llamada de Dios son irrevocables". Dos consideraciones
suyas pueden llegar a sorprendernos. Afirma que, aunque parezca que el
rechazo de Cristo es definitivo, llegará al fin la conversión de
Israel: "entonces todo Israel se salvará". Además, la caída de Israel
puede considerarse providencial para los otros pueblos: "por haber
caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles". Recordemos que,
según el libro de los Hechos, tuvieron que salir de Jerusalén y de
Judea, y ésa fue la ocasión para que anunciaran a los otros pueblos la
Buena Noticia de Jesús.
En el Concilio Vaticano II hubo una Declaración, titulada Nostra
aetate, en la que se habla de la postura de la Iglesia con las
religiones no cristianas. En su número 4 habla del pueblo judío. Son
dos páginas que haríamos bien en leer hoy, para ambientar el lamento
de Pablo (cita expresamente estos capítulos de la carta a los Romanos)
y a la vez resituar nuestra postura respecto al pueblo judío, al que
tanto le debemos en el terreno de la fe. Les respetamos de corazón y,
siguiendo el ejemplo de Pablo, no perdemos la esperanza de que un día
acabarán aceptando a Jesús. Tenemos fe en la fidelidad de Dios con su
pueblo, el pueblo en el que nació Jesús de María, la Hija de Sión. Con
el salmo decimos: "El Señor no rechaza a su pueblo ni abandona su
heredad". Además, nos aplicamos nosotros mismos la lección. Porque los
que han sido más privilegiados pueden llegar a desaprovechar las
gracias de Dios. Por una parte nos duele el que en torno nuestro
parezca perderse la fe, y vemos alejarse a la juventud, y que las
vocaciones escasean, y que la vieja Europa no da tantas muestras de
vitalidad como otros pueblos más jóvenes. Y, por otra parte, podemos
reflexionar sobre nuestra propia persona y preguntarnos si no podría
aplicarse a nosotros, en alguna medida, el lamento de Pablo sobre la
ceguera de su pueblo ante tanta luz. ¿Somos higueras que dan el fruto
que el amo espera?, ¿semilla que da el ciento por ciento?, ¿siervos
que sacan rendimiento a los talentos que han recibido?, ¿o sólo
pensamos en Israel a la hora de señalar con el dedo la ingratitud y la
inoperancia con los dones de Dios?
-Hermanos, os pregunto: ¿Habría Dios rechazado a su pueblo? No, de
ningún modo. Yo mismo soy prueba de ello: también soy uno de Israel.
Pablo subraya aquí que no fue Dios quien tomó la iniciativa de la
ruptura. No deja de ser fiel a su esposa infiel. Dios ama a aquellos
que no le aman. Dios no rechaza a nadie. Y Pablo, tomando de nuevo la
tesis de los profetas según la cual sólo un «pequeño resto»
subsistiría, hace notar que hay un grupito de judíos, como él, por
ejemplo, que son los testigos de ese amor. Conservar las
solidaridades. No quedarse aparte, resguardado, como aquellos que
huyen del peligro. Al contrario, considerarse como responsable de
todos aquellos que son solidarios con él: no soy un salvado "para mí",
sino «para todos». Pablo-creyente es ya una parte del pueblo de
Israel... ¡creyente! Pablo-salvado es ya una porción, algo del pueblo
de Israel... ¡salvado!
-¿Ha caído Israel para no levantarse?... si por haber caído ellos la
salvación ha pasado a los paganos, su caída ha supuesto riqueza para
el mundo. Es preciso comprender bien este sorprendente argumento.
Pablo alude al «hecho histórico» muy conocido: el rechazo de los
judíos ayudó a Pablo a no encerrarse en el mundo judío e ir a los
paganos. Expulsado de la Sinagoga y de la comunidad judía, se halló
casi obligado a dirigirse a los paganos (Hch 23,44-52; 17,1-9;
11,19-26).
-No quiero dejaros en la ignorancia de este misterio: el
endurecimiento de los judíos durará hasta la entrada del conjunto de
los paganos. Visión histórica audaz. Así el rechazo de la Fe, de los
judíos, lejos de contradecir el prodigioso amor salvador de Dios por
todos los hombres -tesis de la Epístola de los Romanos- no es sino una
ilustración temporal y brillante de ese amor universal. A través de
este misterio quisiera comprender mejor el misterio de la
"incredulidad" HOY. ¡Muchos son los que "rechazan" HOY a Dios o viven
«como si no existiera»! Quiero creer que Tú sigues amándolos, Señor, y
que quieres también salvarlos a todos. Tu proyecto es ¡«la entrada del
conjunto de los paganos»! en la salvación.
-Es así que todo Israel será salvo. En cuanto al Evangelio, son
enemigos para vuestro bien. Pero en cuanto a la elección de Dios, son
amados en atención a sus padres... ¡Los dones y la vocación de Dios
son irrevocables! También los judíos un día serán creyentes. El Señor
vendrá. Pero retrasa su venida para dar a todos ¡un «plazo» de
conversión! Así, todo contribuye al proyecto de Dios. La incredulidad
de los judíos es la prueba dramática del fracaso del hombre que quiere
salvarse por sí mismo. Como tal, esta «incredulidad» tiene un aspecto
positivo, pone en evidencia que nos salvamos «por pura misericordia»:
mas entonces los judíos pueden también beneficiarse, y se beneficiarán
de ello. Los dones de Dios son "IRREVOCABLES". Pueblo nacido de una
iniciativa del amor de Dios, Israel está siempre acosado por este
amor, incluso en su rechazo: continúa viviendo de la fidelidad a la
Palabra de Dios... Los judíos de HOY leen la misma Biblia que
nosotros. Ojalá el cristiano pueda preparar su retorno definitivo y su
propia plenitud, edificando una Iglesia que "sólo busque su fuerzas en
la iniciativa de Dios y su pura misericordia. Sí, ¡los "enemigos de
Dios" son los "muy amados" de Dios! Ruego por todos aquellos que se
creen o que se dicen "enemigos de Dios" (Noel Quesson).
En este tercer capítulo sobre el tema, Pablo insiste en la exageración
de los que dicen que el pueblo judío no ha aceptado a Cristo. «También
yo soy israelita», afirma, y tras este «yo» está toda la plana mayor
de la Iglesia y una parte considerable de sus fieles. Dios puede sacar
de las piedras hijos de Abrahán. Si en tiempos de Elías, mientras la
masa del pueblo claudicaba ante las persecuciones, Dios se reservó
siete mil fieles que representasen la continuidad de la elección,
también en el momento presente ha suscitado Dios millares de
conversiones entre los judíos. Porque si la elección es obra de Dios
no fruto de las obras humanas, también la continuidad de la elección
es obra de Dios. Entonces, ¿habría podido Dios llevar a Cristo toda la
masa del pueblo, lo mismo que ha llevado a una pequeña parte de él?
Pablo respondería que sí, que es Dios quien no ha querido sacarlos de
las tinieblas en que, como ha dicho antes, se encontraban. Y ¿por qué
no lo ha hecho? Por una parte, para darles celos: para que, viendo las
piedras convertidas en hijos de Abrahán, comprendieran que sólo Dios
puede asegurar al hombre la continuidad en el camino de la salvación.
Por otra, para facilitar el contacto directo a los pueblos no judíos:
para que la montaña de la legalidad judía no se interpusiese como una
barrera entre Dios y los pueblos paganos. De todas formas, añade
Pablo, si la pérdida de los judíos ha sido una riqueza para los
paganos, su retorno lo será todavía más, porque en la tradición
multisecular del pueblo judío hay una experiencia de Dios que los
cristianos necesitaremos siempre.
La realidad concreta de veinte siglos de historia en que el pueblo
judío no ha llegado a la meta de la ley, que es Cristo, hace todavía
más urgente la exhortación de Pablo a no creernos demasiado
inteligentes, a comprender que los designios de Dios están por encima
de nuestra interpretación y de nuestros cálculos. De todas maneras hay
una promesa divina (eso quiere decir la palabra «misterio» o
"designio" con que empieza el fragmento) de que esa llegada se
producirá por caminos que sólo Dios conoce. Más siglos duró la miseria
espiritual de los pueblos paganos. En otro tiempo, los demás pueblos
desconocían a Dios, mientras Israel era el pueblo escogido. Ahora, en
cambio, Dios ha tenido compasión de los otros pueblos, mientras
Israel, por no reconocer esa misericordia, se ha vuelto infiel. Así,
todos habrán pasado por la desobediencia y al final todos aprenderán
qué significa ser salvado por misericordia. En medio de su infidelidad
(parcial y temporal, como se nos repite varias veces), los judíos
merecen ser amados a causa de las promesas de Dios: porque la elección
del pueblo -como todos los dones de Dios- tiene algo de irrevocable.
Eso es tan cierto que, mientras la masa de Israel no haya entrado en
la Iglesia, no se podrá decir que se han cumplido las profecías
mesiánicas. En diversas profecías se dice que el Salvador vendrá a
expiar los pecados de Israel y a restablecer un pacto con quienes lo
habían roto. Ni unos ni otros tenían suficientemente claro que
nosotros no hemos dado a Dios nada que nos permita exigirle alguno de
sus dones. Sólo el retorno constante a la idea de la gracia y de
nuestra necesidad de salvación puede ser fuente de verdadera
renovación para la humanidad (J. Sánchez Bosch).
2. Contrasta el salmo con el anterior y con los que le siguen, pues
trata de la triste realidad que nos presenta el mundo de hoy, lejos de
la victoria total del bien en la era escatológica. Dos cosas presenta
aquí el salmista: I. Convicción y terror para los perseguidores del
pueblo de Dios (vv. 1-11), mostrándoles el peligro al que se exponen y
la insensatez que muestran. II. Consuelo y paz para los perseguidos
(vv. 12-23), asegurándoles, con base en la promesa de Dios y en la
propia experiencia del salmista, que sus aflicciones tendrán un final
feliz: que es la parte que nos interesa.
El salmista profiere ahora palabras de consuelo a los santos que
sufren. Lo hace basado en las promesas de Dios y en su propia
experiencia.
=Basado en las promesas de Dios, las cuales no sólo les preservan de
la calamidad, sino que les aseguran la verdadera dicha (v. 12):
«Dichoso el hombre a quien tú, Yahvé, corriges.» Aquí el salmista
eleva la mirada por encima de los instrumentos de aflicción, y se fija
en las manos de Dios, con lo que el castigo cambia de color. Los
enemigos quebrantan al pueblo de Dios (v. 5); pero Dios, mediante ese
quebranto, corrige a su pueblo, como un padre al hijo en quien tiene
su deleite; los perseguidores son sólo la vara con que los corrige.
Aquí se promete: (A) Que el pueblo de Dios obtendrá bienes de sus
sufrimientos. Cuando Dios les castiga, les enseña (v. 12b), y dichoso
es el hombre que recibe esta disciplina divina, pues nadie enseña como
Dios. Cuando somos castigados, hemos de orar ser instruidos, y ver en
la ley de Dios el mejor expositor de su Providencia. No es el castigo
mismo el que hace bien, sino la enseñanza que le acompaña y explica.
(B) Que el pueblo de Dios obtendrá paz de sus sufrimientos (v. 13):
«Para hacerle descansar (no física, sino mentalmente, comp. Is. 7:4)
en los días de aflicción». Dice Cohén: «El hombre que ha aceptado la
instrucción de Dios no perderá ánimos ni fe en los días de prueba,
porque está convencido de que llegará el día de dar cuentas.» (C) Que
verán la ruina de los que eran instrumentos de sus padecimientos
(v.13b). (D) Que, aunque se hallen abatidos, no quedarán abandonados
(v. 14). Les pase lo que les pase. Dios no los desechará, no los
borrará de su pacto ni les retirará su protección. El Apóstol Pablo se
consolaba grandemente con esto (Ro. 11:1). (E) Que, por mal que
marchen ahora las cosas, se han de arreglar un día (v. 15): «El juicio
será vuelto a la justicia», es decir, los tribunales de justicia
volverán a dictar sentencia de forma justa y equitativa, y abundarán
los rectos de corazón que busquen la justicia. Todo esto será obra de
Dios a favor del pueblo, para que Israel recobre su prosperidad. Esta
misma esperanza nos ha de consolar cuando parezca que las cosas
marchan mal en contra nuestra.
=Basado en sus experiencias y observaciones personales. (A) Él y sus
amigos habían estado oprimidos por crueles tiranos, que disponían del
poder necesario para abusar de los buenos ciudadanos. Eran malignos y
hacedores de iniquidad (v. 16). Se entregaban a toda clase de impiedad
e inmoralidad, de forma que su tribunal era inicuo (v. 20). La
iniquidad es suficientemente atrevida aun en el caso de que las leyes
humanas la persigan, pues raras veces resultan efectivas, pero ¡cuánto
mas insolente y dañina es cuando está respaldada por la ley! Estos
obradores de iniquidad condenaban la sangre inocente (v. 21b) haciendo
agravio bajo forma de ley (v. 20b), lo mismo que hicieron contra
Daniel (Dan. 6:7) para echarle al foso de los leones. Así han sido
tratados con frecuencia los mayores bienhechores de la humanidad, bajo
capa de ley y justicia, como si fueran los peores malhechores. (B) La
opresión que sufría pesaba gravemente sobre ellos. El salmista se veía
a sí mismo, si no fuese por la ayuda de Dios, morando en el silencio
de la tumba (v. 17, comp. con 115,17); estaba «en las últimas», sin
saber qué decir ni hacer. El Apóstol había recibido, en un caso
similar, dentro de sí respuesta (lit.) de muerte (2 Co. 1,8, 9). El
salmista decía : «Mi pie resbala» (v. 18, comp. con 38,16; 73,2). Una
multitud de pensamientos contradictorios le dejaban perplejo, sin
saber en qué iba a parar aquello ni qué medidas tomar. (C) En su
apuro, buscó ayuda, socorro y alivio (v. 16): «¿Quién se levantará por
mí contra los malignos? ¿Tengo algún amigo que se preste, por amor, a
socorrerme?» Miraba en derredor y no veía a ninguno. Cuando Pablo fue
llevado ante el tribunal de Nerón, ninguno estuvo a su lado (2 Ti.
4:16). Le gritaban al Señor (v. 20): «¿Se aliará contigo el tribunal
inicuo?» Como diciendo: «¿Es posible que estos inicuos puedan
resguardarse bajo el pretexto de que administran la justicia en nombre
de Yahweh?» Sólo cuando está a favor de la equidad y de la justicia
puede decirse que un tribunal es aliado de Dios. El tribunal inicuo no
puede en modo alguno tener comunión con Dios. (D) Hallaron socorro y
alivio en Dios, y sólo en Él. Por eso, habla el salmista de la ayuda
de Yahweh (v. 17), cuando se pone en Él la confianza y se espera de Él
el alivio. « Si no fuera por eso, dice, nunca habría podido conservar
el dominio de mí mismo; pero viviendo por fe en Él, he podido
conservar la cabeza por encima del agua.» El socorro que recibimos se
lo debemos no sólo al poder de Dios, sino a su misericordia (vv.
18,19): «Tu misericordia, Yahweh, me sustenta. Tus consolaciones
alegran mi alma, cuando son muchas las preocupaciones dentro de mí.
Cuando se agolpan en mi mente los pensamientos inquietantes, sólo el
consuelo que tú me ofreces sirve para aquietar mi mente y dar paz a mi
alma.» Las consolaciones de Dios llegan hasta el alma, no sólo hasta
la imaginación, y le dan la paz y el gozo que no pueden darle las
sonrisas del mundo, ni pueden quitarle los enfados del mundo. (E) Dios
es, y siempre será, Justo Juez, protector del derecho y castigador del
mal; de esto tenía el salmista la seguridad y la experiencia (v. 22):
«Cuando nadie quiera, o no pueda, o no se atreva a defenderme, Yahweh
es mi baluarte, para preservarme de la maldad de mis apuros, para no
hundirme bajo su peso ni ser arruinado por ellos; y es la roca de mi
refugio, en cuyas hendiduras puedo cobijarme y encima de la cual puedo
asentar mis pies para estar fuera del alcance de todo peligro.»
3.- Lc 14,1.7-11. Invitado a comer en casa de un fariseo, Jesús
aprovecha para darles una lección plástica de humildad. No sabíamos
decir si se trata de una parábola, o sencillamente, de un hecho
observado en la vida. Lo de buscar los primeros puestos era, se ve, un
defecto característico de los fariseos. Hace pocos días leíamos cómo
Jesús se lo echaba en cara: "Ay de vosotros, que os encantan los
asientos de honor en las sinagogas" (Lc 11,43). Hoy les invita a
elegir los lugares más humildes. La lección se resume al final:
"porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido".
No hace falta que seamos fariseos para merecer la reprimenda de Jesús.
Porque a todos nos gusta aparecer y ser vistos y alabados por la
gente. Eso no pasa sólo en los actos políticos y sociales, en que se
sigue un riguroso orden protocolario, sino también en nuestra vida de
cada día, en que cada uno intenta deslumbrar a los otros mostrando un
nivel de vida y unas cualidades, que a veces son nada más apariencia,
pero que provocan la admiración y la envidia. Jesús nos ha enseñado
una y otra vez que su estilo y, por tanto, el de sus discípulos, debe
ser el contrario: la humildad y la sencillez de corazón. Aunque eso de
ser humildes no esté de moda en el mundo de hoy. A los seguidores de
Jesús no les tendría que importar ocupar los últimos lugares. Y no
como un truco, para que luego nos inviten a subir, sino con
sinceridad, por imitación del Maestro, que no vino a ser servido sino
a servir. ¿O somos como los apóstoles, que no acababan de entender la
lección de humildad, y discutían sobre quién iba a ocupar los puestos
de honor?, ¿no tendríamos que moderar nuestro afán de protagonismo y
de aparecer? Si fuéramos humildes, seríamos más felices: nos
llevaríamos menos disgustos. Seríamos más aceptados por los demás: a
los vanidosos nadie les quiere. Y más agradables a los ojos de Dios:
él prefiere a los humildes. Un ejemplo muy cercano lo tenemos en la
Virgen Marta, la madre de Jesús. Humilde y discreta, ella pudo decir,
resumiendo también el estilo de Dios en la historia: "enaltece a los
humildes y a los ricos los despide vacíos". Y, hablando de sí misma,
"ha mirado la pequeñez de su sierva" (J. Aldazábal).
-Durante la comida en casa de uno de los jefes de los fariseos, Jesús,
notando que los invitados elegían los primeros puestos... El mundo
judío -por ejemplo, las "reglas de la Comunidad de Qumram- tenía gran
preocupación por seguir el orden jerárquico. En un banquete, antes de
sentarse, cada invitado elegía "su" puesto según su rango, según la
idea que él tenía de su propia dignidad, en comparación a los demás
invitados. Y esto estaba codificado por las escuelas de Doctores de la
Ley. Se aconsejaba un poco de prudencia elemental, por ejemplo:
"Sitúate dos o tres puestos más allá del que te convendría".
Sinceramente, ¿podría decirse que la preocupación de "mantener su
rango" es algo del pasado? Hoy tenemos muchos signos distintivos que
permiten realzar la posición social de cada uno: un cierto estilo o
clase en el vestir... una marca de automovil...
-Jesús les propuso esta parábola: "Cuando alguien te convide a una
boda no ocupes el puesto principal... Jesús no entra aquí en los
problemas de las conveniencias mundanas, no es su objeto... repite lo
que ya dijo otras muchas veces... ¡sed humildes!, ¡disponeos a ser el
servidor de los demás!, ¡ocupad el ultimo puesto!, ¡los pequeños son
los más grandes!, si no os hacéis pequeños, ¡no entraréis en el Reino
de Dios! No, nadie puede revindicar la entrada a las Bodas eternas
como algo que le es debido, en virtud de su propia justicia.
-Al revés, cuando te conviden, vete derecho al último puesto. Durante
la última Cena, sabemos que hubo una discusión entre los Doce sobre
sus jerarquías y sus prelaciones. "Llegaron a querellarse sobre quién
parecía ser el mayor. Jesús les dijo: Los reyes de las naciones
gobiernan como señores... Pero no así vosotros, sino que el mayor
entre vosotros, ocupe el puesto del más joven, y el que manda, el
puesto del que sirve... Pues yo estoy en medio de vosotros como el que
sirve" (Lc 22,24-27) Al relatar esa escena, Lucas pensaba en las
"asambleas eucarísticas, donde, en su tiempo -¿y en el nuestro?-
surgían dificultades entre clases sociales. Santiago (2,14) y san
Pablo (1 Cor 11,20) se encontraban con esos mismos problemas en sus
comunidades. "Si en vuestra reunión entra un personaje con sortijas de
oro, magníficamente vestido y entra también un pobretón con traje
mugriento; si atendéis al primero en detrimento del pobre, ¿no hacéis
una discriminación?" Hoy, hay muchas maneras de creerse superior, de
excluir a un tal o a un cual, de hacer discriminaciones. Señor, haznos
acogedores los unos hacia los otros. Que todos los participantes a
nuestras asambleas dominicales se sientan cómodos. Que las
celebraciones eucarísticas no pasen a ser pequeños clubs cerrados en
los que "las personas, allí reunidas, se sientan bien", porque se ha
comenzado por excluir a "los que no piensan como nosotros".
-El que se encumbre, lo abajarán, y al que se abaja lo encumbrarán. Es
la condena de cualquier suficiencia. Dios cerrará su Reino, a los que
están persuadidos de su propia justicia. Ser humilde. Hacerse pequeño.
Juzgarse indigno... No juzgar indignos a los demás. La parábola del
Fariseo y del Publicano se terminará con la misma fórmula (Lc 18,14):
"Todo el que se encumbra lo abajarán, y al que se abaja, lo
encumbrarán." Señor, ayúdame; quiero combatir todas mis formas de
orgullo. Quiero conocer mis miserias, para que no me estime superior a
los demás. Ayúdame a encontrarme feliz en el "último puesto". como Tú,
Señor: "Jesús, de tal manera tomó para sí el último puesto, que nadie
se lo ha podido quitar
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