Domingo 21º Tiempo Ordinario (B), Nosotros serviremos al Señor en la Iglesia, esposa de Jesús, porque sabemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Josué era un juez de Israel y "dijo a todo el pueblo" que no sirvieran a otros dioses: "Yo y mi casa serviremos al Señor". El pueblo respondió: "¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; Él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; Él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios". Esto fue en Siquén, donde se renueva la Alianza del Sinaí con Yahvé Dios, pues era un pueblo que se despistaba y se iba tras dioses de otros pueblos, como ahora se inventan también otras religiones.
El Salmo nos dice: "Gustad y ved qué bueno es el Señor". No es sólo escuchar, sino comerle, ver la maravilla de llevar el cielo en el corazón: "Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren" (Es que los soberbios sólo piensan en amarse a sí mismos, y no se enteran de estas cosas importantes…). "Los ojos del Señor miran a los justos, / sus oídos escuchan sus gritos…" Y cuando lo pasamos mal: "Cuando uno grita, el Señor lo escucha / y lo libra de sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, / salva a los abatidos".
Luego San Pablo cuenta a los Efesios que así como el hombre se casa con una mujer y la cuida, "así Cristo es cabeza de la Iglesia; Él, que es el salvador del cuerpo… Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son". O sea que Jesús se ha casado con la Iglesia que es como su mujer, y todos somos su familia, la familia de Jesús. Cedamos todos, los unos ante los otros, con verdadero espíritu de servicio, como Él nos ha enseñado con su vida entre nosotros.
En el Evangelio, cuenta San Juan que muchos no entendieron cuando Jesús hablaba de la Misa y de la comunión, y se fueron: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen… Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Entonces Jesús les dijo a los Doce:-¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: -Señor; ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Nosotros también queremos decirle que estamos muy bien con Él, que sin Él la vida nos trae soledad… que no lo dejaremos solo en la Misa. No vamos a "divertirnos", sino a "convertirnos" de corazón... son necesidades íntimas que notamos en nuestro interior: ser agradecidos, hacer penitencia por lo que hacemos mal... Recuerdo al Siervo de Dios Álvaro del Portillo que rezaba una jaculatoria: "Señor, gracias, perdón y ayúdame más". Con el tiempo, he visto que ahí unía los 4 fines de la Misa: adoración (en la invocación "¡Señor!"), acción de gracias, petición de perdón y de ayuda. Es la gran síntesis de toda oración. La Misa del domingo es un acontecimiento de fraternidad que nos lleva a experimentar nuestra unión con Jesús y también con nuestros hermanos. No podemos salir de la iglesia al acabar la Misa ignorándonos unos a otros, los que hace unos momentos hemos recibido a Jesús en nuestros corazones. Sin esa unión de todos los hermanos, en Jesús, la Misa sería un ritual mágico, estaríamos viviendo una mentira. El pan y el vino, que son Cuerpo y Sangre de Jesús, tienen que estar amasados no sólo en el hogar sino "con" el amor del hogar. Vivir la Eucaristía es recordar el mandamiento del amor, lavarse unos a otros los pies (servir a los demás, descubrir las necesidades de los que nos rodean)
Sabiendo que es un acto festivo, una invitación, no se puede asistir a Misa con la actitud propia de ir a un restaurante, donde se llega a la hora que se quiere, y vamos solos o en grupo, y cada uno va a su aire... podemos imaginarnos esta historia. Jordi llega a su casa: "hola cariño -saluda a su mujer-... voy a jugar a tenis, Manuel y yo hemos quedado, lo siento porque no podré quedarme a cenar..."
-"Pero Jordi -contesta la mujer-: es ya tarde, y quería estar contigo el día de tu cumpleaños... y te tenía preparada la comida que te gusta…"
-"Lo siento cariño, ya tomaremos algo por ahí..." y mientras sale por la puerta dice unas últimas palabras: -"tómatelo tú".
Ella cae sentada allí mismo donde estaba, y llora con fuerza mientras no sabe repetir otra cosa que "-¡no me quiere!".
Pues esta falta de consideración es la que tenemos con Jesús no valorando -despreciando- este amor que ha tenido con nosotros, cuando no vamos a Misa, o no queremos comulgar bien preparados, o no hacemos la acción de gracias... abandonando la celebración antes de que haya acabado… Jesús preparó cuidadosamente la Eucaristía durante toda su vida y se concretó en la última Pascua, a la que también nosotros estamos invitados junto con los Apóstoles, pues es una cena más allá del espacio y del tiempo... este signo que empezó entonces durará hasta que Él vuelva.
No es lo mismo comulgar o no hacerlo, como decía una monitora que trabajaba en Navidad en un campamento de chicos y pidió al director ir a la Misa del gallo. Le contestó "¿por qué no la miráis por la tele?" y ella contestó: "escuche, cuando le inviten a un buen banquete, yo también le diré que por qué no lo mira por la tele" (el director les dejó ir). Una persona decía que a veces se asustaba al pensar en aquellos que, por las razones que sean, han decidido dejar de comulgar y han empezado así una especie de "huelga de hambre" espiritual que les llevará a no poder resucitar. Anorexia del alma… Después de que se nos ha ofrecido la eternidad en forma de banquete, procuramos dar gracias a Dios, sabiendo que somos un auténtico sagrario. Un niño que tenía que ir al mar a hacer submarinismo, le decía a Jesús en esos momentos: "ahora irás conmigo al mar, como si fueras en un submarino". A veces con la ayuda de un misal o un devocionario encontraremos textos apropiados para facilitarnos estos momentos tan preciosos, para pedir por nuestras necesidades y nuestra conversión a Dios, cuando lo tenemos dentro:
Gracias, Jesús, porque te puedo recibir. ¡Qué ganas tenía de que llegara este momento! Te quiero mucho, enséñame a quererte más. Tengo muchas cosas que pedirte: por mis padres, hermanos y familiares, por el papa, por los obispos y todos los sacerdotes. Y para mí también, enséñame a trabajar bien, y…………………………………………………………. …………..…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….
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