Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen: María es el Arca de la Alianza que nos ha traido el Cielo a la tierra y cuando Jesús ha ido al cielo ella ha ido con su hijo, donde nos espera y nos ayuda como Madre
Lectura del libro del Apocalipsis 11,19a;12,1-6a.10ab. Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y dentro de él se vio el Arca de la Alianza.
Hubo rayos y truenos y un terremoto: una tormenta formidable.
Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora, y gritaba entre los espasmos del parto.
Apareció otro portento en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernosy siete diademas en las cabezas.
Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.
El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera.
Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos.
Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. Mientras tanto la mujer escapaba al desierto.
Se oyó una gran voz en el cielo: «Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías».
Salmo 44,11.12ab.16. R/. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro.
Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna.
Prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que él es tu señor.
Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real.
Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 15,20-26. Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto; primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies».
El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque dice la Escritura: «Dios ha sometido todo bajo sus pies».
Santo Evangelio según San Lucas 1,39-56. En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
María dijo: -Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Comentario: 1. Ap 11,19a;12,1-6a.10ab. El Apocalipsis siempre se ha tenido como un escrito desconcertante, sobre todo por el género literario del que se sirve el autor: mezcla de forma apocalíptica y de estilo profético. El autor nos transmite el mensaje cristiano teniendo en cuenta la palabra de Dios y las situaciones por las que pasa la comunidad cristiana. De este modo nos descubre el sentido del mundo y de la historia. Para no reducirse a una interpretación circunstancial de un momento concreto, el elemento poético subyace en toda la obra. La lectura de hoy se abre con un preámbulo (v. 19): el templo es la morada de Dios, y el arca su símbolo. El templo de Dios es su Hijo, Cristo (Jn. 2, 19). Con Cristo se establece la alianza definitiva con la humanidad, la morada de Dios entre los hombres. La tormenta formidable (que une lo anterior con lo que sigue) es en la tradición israelita un signo teofánico.
El arca de la alianza, lugar de la presencia oficial de Dios en medio de Israel, se guardaba celosamente en el templo de Jerusalén y se ocultaba así a los ojos del pueblo. Pero ese templo construido por los hombres no era más que un símbolo en la tierra del verdadero templo de Dios, el santuario de Dios en el cielo. La aparición de este verdadero santuario abierto de par en par es una señal en la que se manifiesta la voluntad de Dios de no permanecer en adelante oculto a los ojos del pueblo, es un símbolo de la nueva presencia que quiere inaugurar en su Hijo Jesucristo. Con este versillo, el autor introduce el drama del pueblo de Dios y su victoria sobre los poderes del mal. Y es así como culmina en el capítulo 12 esta segunda parte del libro del Apocalipsis. Recordemos que este libro, escrito en tiempos de persecución -razón por la que tiene un carácter enigmático y un sentido difícilmente asequible a los creyentes-, quiere ser consuelo y aliento para una iglesia en lucha y perseguida por los dominadores de turno.
Se inicia con la presentación del acontecimiento de la aparición del arca en el templo celestial (11.19a), situándonos en el "hoy" del tiempo mesiánico y escatológico; y, una vez "situados", aparecen dos signos (12.1-6a): la mujer y el dragón, signos que deben ser interpretados por la asamblea litúrgica en el espacio-tiempo del hoy; signos que representan la lucha dramática entre el bien y el mal, entre el anuncio del Evangelio y el rechazo-indiferencia del mundo en que vive la asamblea... Pero el reinado y la victoria de Dios, así como la presencia del Mesías es en el hoy del espacio-tiempo (12.10ab).
Ahora se hace la presentación de los protagonistas de esta lucha decisiva. En primer lugar, la mujer. Su imagen se destaca sobre el fondo del firmamento, allá arriba en el cielo, vestida con toda la luz del sol, coronada con doce estrellas y descansando los pies sobre la luna. Está en trance de dar a luz. Esta aparición recuerda inmediatamente la profecía de Isaías al rey Ajaz: "El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida va a dar a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel" (Is 7, 14).
Los comentaristas han creído que esta mujer del Apocalipsis es la Virgen María, pues su hijo es efectivamente el Emmanuel, el mesías anunciado (v. 5; cf Sal 2, 9). Pero ya san Agustín pensó que se trataba de todo el pueblo de Dios, en cuyo caso las doce estrellas de su diadema serían el símbolo de las doce tribus de Israel (cf. Gn 37, 9; Ap 7, 4ss; 21, 12). También los profetas del AT compararon al pueblo de Israel con una mujer encinta, pues de este pueblo había de nacer el descendiente de Abrahán y el salvador (cf. Is 26; 17; 66,7s; Miq 4, 92). Desde otro punto de efecto, la mujer del Apocalipsis es también la madre de los creyentes, que lo mismo que ella son perseguidos por el "dragón" o la "serpiente roja" (v 17). Bien podemos entender que esta mujer simboliza a la iglesia como nuevo Israel de Dios y a la Virgen María en tanto es madre y figura de la iglesia.
"Después apareció... una mujer": es el pueblo de Dios. También es imagen de la Virgen María, la personificación de Israel y de la Iglesia (el ángel dirige el saludo dado a la hija de Sión en So 3,15). Con la imagen de la mujer en la tradición bíblica van muy unidas la idea de "la esposa" -la alianza de Dios con su pueblo- así como la de "la madre": Jerusalén, los hijos de Sión, los hijos de Dios. Dios cubre a la mujer ("vestida del sol") con los dones de la fidelidad y de las promesas para llevar a cabo su misión en el hoy del tiempo inaugurado ("la luna" representa el tiempo).
Misión destinada a triunfar: la corona es el símbolo de la victoria final. La gran señal: la mujer (12, 1-2). La tradición exegética, en su mayoría, la ha interpretado en clave eclesiológica. La mujer simboliza la Iglesia del A.T. ("la de los Padres, Profetas y Santos...", Victorino-Jerónimo) que esperaba la hora del Mesías (v.2, cfr. Is. 66, 7-10). La Iglesia como vida (Eva=vida, Gen. 3.20), que ve cumplidas sus esperanzas. En contraposición al gran signo aparece el dragón rojo (v.3), símbolo del poder adverso, el que resiste el señorío de Cristo, el que traspasó a la serpiente huidiza (Job 26, 12-13). Las cabezas, cuernos y diademas son símbolos del poder y de su reinado (v. 3b). Se establece una tensión entre ambos poderes. El Mal planea, acecha (v. 4) y no acepta la Esperanza, el Ungido (v. 5). La mujer que huye al desierto (v. 6a), la Iglesia que permanece en la tierra en espera del triunfo, de la promesa definitiva y de la victoria (v. 10). María, como nueva Eva, es tipo de la Iglesia. En ella la Iglesia ya llegó a su perfección. Por eso el pasaje anterior adquiere también una aplicación mariológica (Dabar 1982).
¿Quién es esta mujer vestida con el sol y coronada con doce estrellas? Su hijo es el Mesías, como se dice expresamente en el v. 5 (cf. Sal 2, 9). Además, la descripción que se hace de esta figura nos recuerda la profecía de Isaías: "El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida va a dar a luz un hijo y le llama Emmanuel" (Is. 7, 14). Por tanto, parece que se trata de la Virgen María, la Madre de Jesús, que es el Cristo o Mesías. "Declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue Asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Immaculata Deipara semper Virgo Maria, expleto terrestris vitae cursu, fuit corpore et anima caelestem gloriam assumpta" (Pío XII, Constitución Munificentissimus Deus, 1.XI.1950). La Iglesia ha profesado pacíficamente, ya desde los primeros siglos (V-VI) la fe en la Asunción de María Santísima, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo. Esta tradición ha quedado plasmada en la Liturgia, en los documentos devotos y en los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia. Esta fe multisecular y universal quedó confirmada por todo el Episcopado en la Carta Apostólica de 1.V.1946, documento que ha sido la base para ilustrar las razones de su definición dogmática, realizada por Pío XI en 1950. A destacar, el gran peso que ha tenido para este dogma mariano (y para otros) el sensus fidei populi Dei, como síntoma de revelación divina: da la impresión que los dogmas marianos han ido alzándose gracias al empuje del pueblo fiel. Un buen día para renovar la consagración al corazón Inmaculado de María de nuestro ser y nuestra vida; todo lo nuestro: lo que amamos y somos, nuestros cuerpos, nuestros corazones y nuestras almas; nosotros y nuestros apostolados. Ofrecerle todo, nosotros y lo de nuestro alrededor, para que todo le pertenezca y participe de sus bendiciones maternales. Del libro de firmas del santuario de la Virgen de Torreciudad: "¡Madre mía! Necesito que obres en mí un transplante de corazón: dame un corazón lleno de amor a Jesucristo y de afán de almas". "Te doy gracias porque, una vez más, me has hecho comprender que sin ti no se va a ningún sitio. Te pido ayuda y un novio bien majo".
Sin embargo, no hay que olvidar que los profetas comparan también al pueblo de Israel a una mujer en estado de buena esperanza, ya que de ese pueblo iba a nacer el mesías prometido (cf. Is 26, 17; 66,7s; Miq 4,9s). En consecuencia, podemos decir que la mujer encinta es María de Nazaret, en tanto representa a todo el pueblo elegido, porque en ella han ido a parar todas las esperanzas de Israel y en sus entrañas van a madurar todas las promesas para dar el fruto de su vientre, Jesús. Por eso aparece coronada con doce estrellas, porque es el centro de las doce tribus de Israel (cf Gn 37,9; Ap 7,4s; 21,12). Por otra parte, la mujer se describe después como la Madre de los creyentes en Jesucristo, de los que "guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesucristo" (v 17). Y, en este sentido, podemos decir también que la mujer es la madre de la Iglesia, y ésta el verdadero Israel de Dios. En tercer lugar, la mujer que escapa al desierto, después de que sea arrebatado al trono de Dios el niño de sus entrañas, es María como prototipo de la Iglesia. Es, por tanto, también la Iglesia perseguida por el dragón y protegida por Dios en su lucha definitiva. Pero Dios, que ha salvado a su Hijo, que lo ha resucitado de entre los muertos y lo ha glorificado, sentándolo a su derecha, no abandona a su iglesia y prepara un refugio para ella hasta que todo termine. La victoria de Dios sobre el dragón, que ha sido ya decidida en Cristo y como tal se celebra en el cielo, es para la Iglesia que lucha (v 13-18) un motivo inquebrantable de esperanza ("Eucaristía 1989").
"Se ha dormido la Madre de Dios. -Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles. -Matías sustituyó a Judas. Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también. Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria (…) Assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli. María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima" (san Josemaría Escrivá)
Como la Virgen hospedó a Cristo, cuando vino a éste mundo, en el mejor lugar del mundo, que fue su templo virginal, así cuando Ella subió de este mundo al Cielo, fue aposentada en el mejor lugar del Cielo: "a la sombra de mi Amado estoy sentada, y su fruto es dulce a mi garganta". Está vestida de sol, porque está cercada de aquella luz inaccesible; para que entendamos que ninguna cosa había en ella que no estuviese abrasada y encendida con amor. Estrella: ¡Ay, piadosa Virgen Bella! / ¡Qué fuera de mí sin Vos? /¿Por dónde llegara a Dios / por tal mar sin tal estella? (Lope de Vega).
"Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. -Tú y yo -niños, al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es ésta?" (san Josemaría).
La mujer representa a toda la asamblea del pueblo de Dios: las "doce-estrellas" simbolizan su unidad, la del AT y la del NT. - Los escritos de Qunram, los apócrifos y los apocalipsis extrabíblicos nos ayudan a comprender el sustrato hebreo y el mundo simbólico del Apocalipsis y en concreto del texto que leemos hoy. Una figura portentosa apareció en el cielo. No podemos precisar si el autor para describir la figura portentosa, se sirvió de elementos de la astrología babilónica o de escritos del judaísmo tardío. El sol, símbolo de la divinidad, envuelve a la mujer como un manto para indicar que está totalmente inmersa en el plan y actuación de Dios. Las doce/estrellas pueden interpretarse, leídas desde el AT, como el símbolo de las doce tribus de Israel. Leído el símbolo a la luz del NT es la comunidad cristiana que ve en los doce apóstoles un reflejo de sí misma como nuevo y verdadero Israel. La luna por sus fases creciente y menguante se relaciona con los hechos demoníacos y el mal.
Esta es la segunda parte de la visión de Juan. La Iglesia ha salido del mundo judío y se amplía el horizonte. La Iglesia va a conquistar el mundo de las naciones, luchando contra el poder del demonio. Empieza una serie de siete signos en el cielo. Los dos primeros nos presentan a los protagonistas de la historia sagrada, la mujer y el dragón, el pueblo de Dios y el demonio.
Aparece una mujer rodeada de gloria, pero sufriendo los dolores del parto. Es la humanidad. En el principio de la Biblia, estaba representada por Eva, la mujer que pecó. Ahora, vemos a la humanidad tal como Dios la quiere. Sufre dolores de parto, porque toda nuestra historia es la dolorosa preparación de nuestra salvación. Da a luz un niño que es el propio Cristo. El Salvador es el fruto del amor de Dios por la humanidad. La salvación viene a la vez de Dios y de los hombres.
La mujer es la humanidad que coopera en los planes de Dios; también es María, que da a luz a Jesús; también es la Iglesia que "huye al desierto", es decir, que vive retirada espiritualmente del mundo y alimentada por la palabra de Dios durante el tiempo de las persecuciones.
La otra señal antagónica es la "serpiente roja" o el "dragón": deforme (lleva diez cuernos en siete cabezas), soberbio (con las siete diademas) y terriblemente fuerte (con su cola barre la tercera parte de las estrellas del firmamento). El "dragón" está agazapado y en tensión, dispuesto a saltar sobre el niño apenas la mujer lo dé a luz (cf . Mt 2, 16, donde se dice que Herodes intenta matar a Jesús tan pronto tiene noticias de su nacimiento). El "Dragón" es una figura mitológica que simboliza a todos los enemigos del pueblo de Dios y a los perseguidores de la iglesia.
La serpiente es la misma del primer pecado, solamente que anda mejor vestida. Las siete cabezas indican la multiplicidad de sus inventos, los diez cuernos (cifra imperfecta) afirman que su poder no es invencible. Conoció una derrota en el cielo, aunque haya logrado arrastrar en su caída a cierto número de ángeles (un tercio de las estrellas). En cuanto al "niño varón", Satanás se preparaba a destruirlo en la cruz, pero, al resucitar, escapa de la maldad de la serpiente ("Eucaristía 1988").
"Apareció otro portento... Un enorme dragón rojo": el mal, que actúa penetrando la historia humana, sobre todo desde los "centros de poder" (las siete-cabezas con las siete-diademas), destruyendo la unidad y la comunión de la asamblea (barre del cielo parte de las estrellas). El dragón es la imagen típica del Ap para describir a Satanás. El dragón rojo es el símbolo del poder destructor. La imagen del dragón con siete/cabezas aparece ya en los textos mitológicos de Ugarit y significa la irrupción brutal y la superioridad aplastante con que aparece el mal. Se puede ver en el fondo de esta descripción una alusión a la lucha entre Satanás y los ángeles en el cielo; la serpiente y el hombre en el paraíso; el dragón y el Mesías en la historia y la serpiente y sus aliados con la mujer y sus hijos en la vida de la Iglesia. El mal se opone a que la mujer dé a luz y quiere destruir su fruto. El Mesías es el hijo alumbrado por la asamblea en cada época de la historia, hasta su venida en la plenitud de la gloria. Siguiendo lo dicho más arriba, vemos ahí la Virgen que engendra con dolor en el Calvario (profetizado en Is 7,14; cf Mt 1,22-23), también Pablo vio en Sara la alegoría de la Iglesia nuestra Madre (cf Biblia de Navarra), mucho más en el caso de María, proclamada Madre de la Iglesia. Lo más importante, más allá de la escenografía apocalíptica, es que la aparición de Cristo suscita oposición y persecución, y que el lugar provisional de la Iglesia es el desierto. La mujer de Ap 12. es, directamente, la comunidad del nuevo Israel personificada por la mujer ideal. El momento de dar a luz al Mesías no se refiere al nacimiento, en Belén, sino al nacimiento de Jesús a la vida gloriosa por la Resurrección y la Ascensión, a través de los sufrimientos de la Pasión (a los que María estuvo íntimamente asociada). En el lenguaje profético, y en el del propio Jesús, los dolores de parto son un símbolo de las tribulaciones que necesariamente deben preceder a la salvación mesiánica. Es un lenguaje profético de consolación, que no tiene como función principal predecir las desgracias que vendrán sino exhortar a interpretar el sentido que las desgracias que abruman en el presente a la comunidad de los creyentes, y hacer ver la relación que tienen con la gloria y la salvación inminentes (Hilari Raguer). Así, escribe S. Gregorio Magno: "el sol representa la luz de la verdad, y la luna la mutabilidad de lo tamporal; la Iglesia santa está como revestida de sol porque es protegida por el esplendor de la verdad sobrenatural, y tiene la luna bajo sus pies, poruqe está por encima de los bienes temporales", y aplicándola a la Virgen decía S. Bernardo: "en el sol hay color y esplendor estables; en la luna sólo resplandor comletamente incierto y mutable, pues nunca permanece en el mismo estado. Con razón, pues, María se presenta vestida de sol, ya que ella penetró en el profundo abismo de la sabiduría divina más allá de cuanto pudiera creerse" (cf Lumen gentium 68). "El hombre es subyugado por el enorme dragón rojo de que habla hoy el Apocalipsis símbolo de la tentación perenne prefiere el mal al bien, la muerte a la vida, los placeres fáciles y lisonjeros al exigente pero satisfactorio camino de santidad que el hombre está llamado a recorrer. En esta lucha espiritual la ayuda de María es a la Iglesia determinante para llegar a la victoria definitiva sobre el mal. María es una madre solícita que apoya el esfuerzo de los creyentes y los estimula a perseverar en su empeño. Pienso aquí en los jóvenes, más expuestos a los halagos y mitos efímeros y a falsos maestros. Queridos jóvenes, mirad a María e invocadla con confianza. María os ayudará a no tener miedo de asumir vuestras responsabilidades creíbles del amor de Dios" (Juan Pablo II).
Dio a luz un varón. Relacionado este texto con el Salmo 2. 9, el hijo varón está destinado a gobernar con vara de hierro. Se presenta al niño como Mesías. Para recordar la correlación entre el nacimiento y la elevación, las comunidades cristianas del Asia menor celebraban, el mismo día, la concepción y la elevación de Cristo en la cruz. El nacimiento del que habla el autor es más el del Calvario que el de Belén. Habla de un parto en sentido metafísico. Es una imagen frecuente en los profetas.
La garantía de que nada impedirá su alumbramiento es que "lo llevaron junto al trono de Dios"; así pues, el mal no impedirá el alumbramiento de Xto en el hoy por la asamblea del pueblo de Dios.
María es al mismo tiempo figura de la asamblea celestial y de la asamblea del pueblo de Dios que camina dando a luz a Xto para el hombre de hoy; y prefigura la victoria final de la Asamblea con Xto, por él y en él (J. Fontbona).
Pero Dios salva al hijo de la mujer de la boca del dragón y lo eleva hasta su propio trono. En principio, hay que pensar que el autor se refiere aquí a la resurrección y ascensión de Jesús al cielo y a su victoria sobre los poderes del mal y de la muerte. Digamos que en toda esta visión de la vida de Jesús se tiene en cuenta solamente su nacimiento y su ascensión al Padre y su voluntad de salvar a los hombres. También explica esta victoria de Cristo el que la "serpiente", se ensañe ahora contra la iglesia. Pero Dios, que ha salvado a su Hijo, no abandona a la iglesia y le depara un refugio mientras dure la amenaza del "dragón"; del anticristo.
El vidente escucha cómo se celebra ya en el cielo la victoria de Cristo sobre el dragón y su entronización a la diestra del Padre. Y en esto descubre el fundamento de nuestra esperanza y la seguridad de que también triunfarán en su día cuantos ahora padecen todavía en la tierra la gran tribulación ("Eucaristía 1987").
El Apocalipsis, si uno sabe penetrar su sentido a través de los símbolos, es un libro muy sugerente. Los cristianos siempre han aplicado este texto a María, la que ha engendrado al Verbo de Dios, el Mesías Salvador, el que muerto y resucitado reina y obra poderosamente. Todo desde un trasfondo veterotestamentario referido al pueblo de Dios que, en Moisés aparece radiante de luz y coronado con la diadema de las doce tribus. Es un texto que conviene a María en plena propiedad. En efecto, ella en la gracia primero y en la gloria después, es la mujer llena de Dios. Es Reina y Señora. Y su corona son los hijos de la Iglesia, simbolizados en los doce patriarcas del NT, los apóstoles. El misterio de María asunta es el de la resurrección que, en Cristo ha vencido a la muerte. La Virgen habita, resucitada, en la gloria de Dios. De modo que la Asunción es la Pascua de María, realidad del triunfo de la redención y prenda de la plenitud que nos espera. Por eso sabemos que "llega la victoria de nuestro Dios" Es la hora oportuna para poner todo nuestro interés en la victoria definitiva que nos espera y que alcanzaremos con la imitación de Cristo. (...) La Pascua de María es una promesa para nosotros. Celebramos una fiesta que alegra a los hijos al ver el triunfo de la madre. Una solemnidad destinada a aumentar la esperanza en nuestros corazones. Por eso, en la Asunción, levantamos los ojos y suspiramos por el cielo. Sabemos que el mundo pasa y que hacemos camino hacia la Tierra Prometida, el cielo. La fe se convertirá en visión. Visión de la Trinidad. Visión de María. Visión de los santos. Alegría, alegría inmensa.
No obstante, el misterio de la elevación no nos aleja para nada de la tierra. Sino que, como María, sabemos que todo depende de la respuesta de ahora, de la caridad y el servicio, de la disponibilidad y la diligencia, de la capacidad de alabanza de Dios y de amor a la humildad del reconocimiento de la gracia... Nuestra tarea es la asunción transformadora del mundo aportando la presencia salvadora y gozosa de Cristo. El conjunto de estos símbolos nos ofrece una imagen grandiosa del triunfo de Dios sobre el mal. Aplicado a María, en la solemnidad de la Asunción, nos recuerda su triunfo (J. Guiteras/ P. Franquesa).
2. Salmo 44,11.12ab.16: un salmo en apariencia profano, en el que el rey se dirige a la reina exaltando su belleza. Se expone la invitación a la nueva esposa a someterse y dedicarse totalmente al rey en el que encontrará su felicidad, pues éste la ama. Es un salmo real, que celebra la entronización de un nuevo rey y su matrimonio. Encontramos aquí las maravillosas hipérboles y los colores vivos de las cortes orientales. El rey es investido de su misión, pero no solamente de una misión humana. Su combate no es cualquier combate. Es el "combate de Dios": por la justicia, la clemencia, la verdad. El rey es defensor de los pobres y destructor del mal. Elevándolo a su trono, y dándole el cetro, se le recuerda su programa de gobierno: amar la justicia, y reprobar el mal. La reina, por su parte, es presentada en medio del fasto de las fiestas orientales, en un decorado propio de las "Mil y una noches". Sobre la primera línea del salmo aparecían estas palabras: "Canto de amor". Este canto se asemeja mucho a otro canto de amor que es el Cantar de los Cantares.
Este "canto de amor", este "canto de bodas", Jesús lo cantó, sin cesar en su corazón. Lo sugieren las numerosas semejanzas con el Evangelio y el Nuevo Testamento. Quien recite este salmo, piense que estuvo en labios de Jesús.
"Al REY recito mis versos... Tu trono es divino, un trono eterno...". Jesús, rehusó hacerse rey según las normas terrenas (Jn 6,15). "Los reyes de la tierra dominan, que esto no suceda entre vosotros" (Mt 20,25)... Por otra parte reivindicó la realeza en forma original, a la hora de ser escarnecido y condenado a muerte como un blasfemo y crucificado como un "esclavo" (Jn 18,37). Esta realeza de Jesús, como la del salmo, es "dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). Y combatir el mal: "los ángeles recogerán de su reino todos los escándalos y a todos lo obradores de iniquidad" (Mt 13,41). El gran combate del rey es su Pasión gloriosa: "Viene el príncipe de este mundo... ¡Pero tened confianza! El príncipe de este mundo ha sido ya condenado... Yo he vencido al mundo..." (Jn 12,31-14,30-16,11-16,33).
Jesús es el Rey… y también el Esposo. "Las nupcias del rey... La esposa predilecta...". Este tema podría considerarse folklórico, extraño a Jesús, el célibe. Ahora bien, este tema es central en el pensamiento de Jesús: Jesús es un enamorado, un esposo... En El, Dios desposó a la humanidad en una "Alianza" nueva y eterna (Mt 26,28). Jesús tomó explícitamente esta admirable imagen que aparece a lo largo de la Biblia, murmurando que Dios "ama a su pueblo" con un amor de novio, de prometido, en las buenas y en las malas. Cuando le reprocharon, que sus discípulos eran gente fiestera respondió: "¿por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos?" (Mt 9,15, Juan 3,29). "El Reino de Dios es semejante a un rey que celebraba las bodas de su hijo" (Mt 22,2). "El reino de Dios es semejante a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo" (Mt 25, 1-13).
Al celebrar un "sacramento del Matrimonio", no olvidemos que este misterio "es grandioso porque representa a Cristo y la Iglesia" (Ef 5,31-32). Sí, Cristo y la Iglesia "forman una sola carne", un solo cuerpo. No podemos entonar "este canto de amor" que es el salmo 44, sin mencionar la revelación de San Pablo: "Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella (¡nada más y nada menos!), para santificarla, purificándola, mediante el lavado de agua con la palabra, a fin de presentársela a sí, gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo" (Ef 5,25.28). Y San Juan, asegura que este mundo no es absurdo, y que camina dolorosamente, hacia su plenitud: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo" (Ap 21,1.2).
Quien nunca haya estado enamorado, enamorado de alguien o del "Invisible", quien jamás haya conocido una gran pasión, ¡no podrá comprender ni recitar jamás este salmo! Quien está enamorado, está siempre listo a hacer locuras. Quien no sepa que Dios está "enamorado", no comprenderá nada de Dios.
La Iglesia nos propone este salmo 44 en la Fiesta de la Asunción de María. Ella inauguró el banquete Mesiánico en las Bodas de Caná. Ella estuvo presente "en la hora de Jesús", en las Bodas sangrientas de la cruz. ¿Cómo no iba a estar asociada a la gloria del "rey"? Si la Iglesia es la esposa muy amada de Dios en Cristo, María es "el icono" más perfecto. El mundo moderno esta en búsqueda de "modelos" y "símbolos": María es el vértice de la humanidad, es la enamorada perfecta de Dios, cuyo nombre subsiste de generación en generación" (Noel Quesson).
Romance de un rey y una reina, esponsales de un príncipe y una princesa, alianza entre Dios y su Pueblo, unión de Cristo con su Iglesia. Este es un poema de amor entre tú y yo, Señor; es nuestro cántico privado, nuestra fiesta de amor espiritual, nuestra intimidad mística. No es extraño que me sienta inspirado y las palabras fluyan de mi pluma. «Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey: mi lengua es ágil pluma de escribano».
¡Qué bello eres, príncipe de mis sueños! Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente. Dios te ha ungido con aceite de júbilo. A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos, desde los palacios de marfiles te deleitan las arpase.
Y te oigo decir de tu escogida: «¡Qué bella eres, hija del rey, princesa de Tiro, vestida de perlas y brocado, enjoyada con oro de Ofir, con séquito de vírgenes.entre alegría y algazara!».
El corazón de la religión es el amor. Estudio, investigación, saber y discusiones ayudan, sin duda, pero me dejan frío. Deseo conocerte, Señor, pero a veces el conocimiento se queda en puro conocimiento, y al estudiarte a ti me olvido de ti. Por eso hoy quiero dejarlo todo a un lado y decirte, pura y simplemente, que eres maravilloso, que llenas mi vida, que sé que me amas, y que yo te amo más que a ninguna otra cosa o persona sobre la tierra. Eres lo más atractivo que existe, Señor, y tu belleza me fascina con el encanto infinito que sólo tú posees. Te amo, Señor.
Te amo desde mi niñez. Descubrí tu amistad en mi juventud, me enamoré de tus evangelios y aprendí a soñar cada día con el momento de encontrarte en la Eucaristía. Si alguna vez ha habido un idilio en la vida de un joven, ¡éste lo fue! Para mí la fe es enamorarse de ti, la vocación religiosa es sostener tu mirada, y el cielo eres tú. Esa es mi teología y ése es mi dogma. Tu persona, tu rostro, tu voz. Orar es estar contigo, y contemplar es verte. La religión es experiencia. «Venid y ved» es el resumen de los cuatro evangelios y de toda la escritura. Verte es amarte, Señor, y amarte es gozo perpetuo en esta vida y en la otra.
Mi amor ha madurado con la vida. No tiene ahora la impetuosidad del primer encuentro, pero ha ganado en profundidad y entender y sentir. He aprendido a callar en tu presencia, a confiar en ti, a saber que tú estás en el andar de mis días y en el esperar de mis noches, contentándome con pronunciar tu nombre sagrado para sellar con fe la confianza mutua que tantos años juntos han creado entre nosotros. Te voy conociendo mejor y amando más según vivo mi vida contigo en feliz compañía.
Tú has hablado de una boda, de esponsales, de esposo y esposa, de príncipe y princesa; tú mismo has escogido una terminología que yo no me hubiera atrevido a usar por mí mismo, y te lo agradezco y hago míos los vocablos del amor en la valentía de tus expresiones. Has escogido lo mejor del lenguaje humano, las expresiones más intensas, más íntimas, más expresivas, para describir nuestra relación; y ahora yo me apropio ese vocabulario con reverencia y alegría. El amante sabe escoger palabras, acariciarlas, -llenarlas de sentido y pronunciarlas con ternura. De ti he recibido esas palabras, y a ti te las devuelvo reforzadas con mi devoción y mi amor. ¡Bendito seas para siempre, Príncipe de mis sueños! «Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos» (Carlos G. Vallés).
3. 1 Co 15,20-26. - Cristo es la primicia de los resucitados. Es la primera gavilla de la gran cosecha que Dios recoge de la siembra en el mundo. La primera gavilla indica que la cosecha ha empezado. Reafirma nuestra esperanza en la resurrección. María es también gavilla de las primicias. Esta comparación no tiene para nosotros la misma fuerza que tenía en tiempo de Pablo. La presentación de la primera gavilla, como primicia de la cosecha, era motivo de alegría y de bendición. La civilización industrial no habla de gavilla, sino de "inauguración". Pero lo importante es conservar el sentido que hay en el fondo de la comparación. En Jesús la prodigiosa fiesta de su resurrección es la gavilla, la inauguración, la Asunción de María es la primera participante en la fiesta. La resurrección de Jesús y la Asunción de María significan que en Cristo resucitado, centro de la creación liberada, el proceso de restauración llega hasta la materia cósmica. La Asunción de María nos confirma que en la resurrección de Cristo la creación entera llega a su plenitud, que el cosmos y el cuerpo no es sólo el lugar material en que se juega el destino del hombre. La liberación que le espera le hará acceder a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (P. Franquesa).
El dominio del Señor no es desde fuera o por la fuerza, sino dando la vida, con principios internos o interiorizados. En este punto conviene notar el sentido analógico que tiene el título de "Rey" dado a Jesucristo y que el mismo prefacio de la misa de hoy subraya (Mt 28,18; Sl 110,1, 8,7). La victoria no es por imposición extrínseca, sino por la misma fuerza de la vida. De ahí que el enemigo por antonomasia sea la muerte. El proceso que lleva al punto final glorioso es lento y laborioso. No se puede, o se debe, pensar en una victoria relampagueante o espectacular, pero es cierta. El punto final es la identificación de todo el cosmos, por el hombre, con Cristo. Y, obviamente del Hijo con el Padre, coronando así todo el proceso salvador iniciado en la creación. Desde la salvación integral es desde donde es preciso enfocar el Reinado de nuestro Dios. No desde ideologías, poderes u otras categorías (Dabar 1982).
La resurrección de Cristo no fue un hecho aislado, sino una primicia, el primer fruto de una cosecha, que anuncia la resurrección de todos; es así el fundamento de la esperanza. La humanidad entera era solidaria del primer hombre y participaba de su destino. Hay una misteriosa solidaridad, casi diríamos a lo platónico, todos estamos interconexionados, en el pecado de Adán, y nuestro actuar influye en todos los demás… Ahora, con el Mesías, se ha creado una nueva solidaridad: en Cristo que se ha unido a cada uno de nosotros (v 21; cf Juan Pablo II; Gaudium et spes, Catecismo Romano I, 6,13). La primera solidaridad conducía a la muerte, la segunda lleva a la vida. Ahora bien, mientras la solidaridad con Adán no era libre, sino que nacía de la naturaleza misma del hombre (Adán=hombre), la solidaridad con el Mesías se crea por la comunicación de su Espíritu (1 Cor 12,12-13), don de Dios a los que libremente se adhieren a su Hijo, jefe de la humanidad nueva. El Espíritu, que es la vida, dará la resurrección a los que pertenecen al Mesías (Rm 8,11). El plan de Dios, actuado por el Mesías, Jesús, era comunicar al hombre su misma vida y así salvar para siempre al hombre que creó. El reino del Mesías es un reino de vida en todas sus manifestaciones; su enemigo total es la muerte, destrucción de la obra de Dios. Dios mismo irá venciendo a todos sus enemigos, sometiéndolos al Mesías; el último por vencer será la muerte, para que reine totalmente la vida, y una vida sin fin. Ese sera el triunfo de Dios, el final de su obra (Dabar 1979).
Pablo sabe que algunos cristianos de Corinto, los gnósticos, no comprenden el significado de la resurrección de los muertos cuando el Señor vuelva, al fin de los tiempos, con poder y majestad, pues creen que la salvación se realiza plenamente ahora y en este mundo que pasa y no hay nada más que esperar. E insiste en que la resurrección de Jesús es como las primicias y que sólo habrá cosecha cuando todos resucitemos (Concilio IV Letrán, De fide catholica). Porque entonces la muerte, que es el último enemigo, será vencida en todos los frentes y, con esta victoria, se acabará la opresión que aún padecen los hijos de Adán sobre la tierra. No habrá ya principado, dominación ni potestad alguna sobre los hijos de Dios. No habrá nada que se oponga al evangelio y a la libertad de los que creen en el evangelio de Jesús. Pablo entiende que el evangelio no es sólo la buena noticia de lo que ya ha sucedido radicalmente en Cristo, sino también la promesa de lo que aún ha de acontecer en nosotros, que somos los miembros de Cristo. Entre el hecho y la promesa, entre el "ya" y el "todavía no", se extiende la arena de nuestra lucha y de nuestra responsabilidad; hay un camino abierto y por tanto un deber que cumplir. Creer que todo se ha conseguido y que la salvación ya se ha realizado plenamente en el mundo, nos llevaría a perdernos en vanas ilusiones. La verdad es que la muerte y el miedo a la muerte nos siguen mortificando. Pero la victoria de Jesús sobre la muerte, garantía de nuestra propia resurrección, despierta una esperanza que actúa y nos hace resistir contra todo lo que nos esclaviza ("Eucaristía 1989").
Pablo sale al paso de los gnósticos de Corinto, que creen poseer ya en esta vida la plenitud de la salvación, por lo que desprecian el mensaje cristiano de la resurrección de los muertos. Pablo recuerda que Jesús ha resucitado y se ha convertido en primicia de todos los que han muerto; esto es, que ya ha comenzado la resurrección de los muertos; pero la muerte, el último enemigo de los hombres, aún no ha sido totalmente aniquilada. Esto sólo sucederá cuando el Señor vuelva; entonces se acabará con ella cualquier otra opresión que padecen los hombres desde el pecado de Adán. Derrocados el poder y la fuerza de los señores de este mundo, no habrá otro señor que el mismo Dios, ni otro reino que el reino de Dios. Dios será todo en todos. Mientras tanto, el evangelio no es sólo el anuncio de una salvación en marcha, sino también de una promesa pendiente. Por lo tanto hay un camino que recorrer, un deber que cumplir, una lucha que realizar en la historia. Negar esto sería caer en vanas ilusiones. Y esto lo niegan prácticamente los que creen que "ya han llegado" y no esperan otra cosa, pero igualmente aquéllos que confunden la esperanza cristiana con la pasividad y el verlas venir. Lo que está por venir, en cierto sentido, está por hacer ("Eucaristía 1985").
4. Lc 1,39-56: Juan Pablo II comentaba: "La liturgia de hoy nos presenta la resplandeciente imagen de la Virgen elevada al Cielo en la integridad del alma y del cuerpo. En el esplendor de la gloria celestial brilla la Mujer que, en virtud de su humildad, se hizo grande ante el Altísimo hasta el punto que todas las generaciones la llamarán bienaventurada (cf Lc 1,48). Ahora se halla como Reina al lado de su Hijo, en la felicidad eterna del paraíso y desde las alturas contempla a sus hijos. Con esta consoladora certeza, nos dirigimos a Ella y la invocamos pidiéndole por sus hijos: por toda la Iglesia y por la humanidad entera, para que todos, imitándola en el fiel seguimiento de Cristo, lleguen a la patria definitiva del cielo.
"De pie a tu derecha está la Reina". María es primicia de los redimidos, es imagen de la Iglesia: por eso la Asunción es una gozosa afirmación de esperanza. Por nuestra fe nosotros creemos que también nosotros y el mundo en que vivimos caminamos hacia una transformación y glorificación como la que ya ha sucedido primero en María. Ella ha recibido ya el fruto de su fe: dichosa tu porque has creído. El Magnificat, su canto de fe en la acción transformadora de Dios alumbra nuestra fe y aumenta nuestra esperanza. Ahora se sienta como Reina junto a su Hijo en la eterna beatitud del Paraíso, y desde lo alto mira a sus hijos. Brilla hoy como Reina de todos nosotros peregrinos hacia la gloria inmortal. En Ella, llevada al Cielo, se nos manifiesta el eterno destino que nos espera más allá del misterio de la muerte: destino de felicidad plena en la gloria divina. Esta perspectiva sobrenatural sostiene nuestro peregrinar cotidiano. María es nuestra maestra de vida. Mirándola comprendemos mejor el valor relativo de las grandezas terrenas y el sentido pleno de nuestra vocación cristiana. María, desde su nacimiento hasta su gloriosa Asunción a los Cielos ha recorrido el largo itinerario de la fe, de la esperanza y de la caridad. Virtudes que florecieron en un corazón humilde y abandonado a la voluntad de Dios. Estas son las virtudes que el Señor pide a todo creyente".
-María, portadora del Salvador. María atravesando Palestina de norte a sur con el Hijo de Dios en sus entrañas, y llegando a la casa de Zacarías y provocando allí escenas de entusiasmo es una imagen muy sugestiva. María ha dicho sí, María ha aceptado ser fecundada por el Espíritu, María es portadora de la salvación, María es fuente de alegría. Ello nos lleva a celebrar la obra de Dios y lo que esa obra significa para los hombres, y nos lleva a preguntarnos si nosotros somos también portadores de la alegría de la salvación. Para serlo, tenemos que decir sí al plan de Dios, al plan del Evangelio. Y dejar que el Espíritu nos fecunde.
-La Mujer creyente Isabel alaba a María porque ha creído, y María responde con una nueva y solemne afirmación de fe, proclamada en forma de himno de alabanza. Podríamos preguntarnos si nuestra fe queda quizá lejos de la de María, en consistencia y en contenido. Isabel alaba a María porque ha creído que Dios es capaz de actuar y salvar siempre, aunque pueda parecer imposible. Y María responde con esta proclama de acciones de Dios que son motivo de alabanza. ¿Tenemos nosotros esa fe que Isabel alaba? ¿Creemos nosotros las mismas cosas que María canta en su himno? (será muy interesante repasar el Magnificat frase por frase... J. Lligadas).
Dos mujeres que esperan un niño que se encuentran, ¿de qué van a hablar, sino del futuro? La particularidad de esas dos es que hablan "llenas del Espíritu Santo", y por ello el futuro que contemplan no es el de ellas mismas o de los hijos que van a tener, sino de todo el pueblo, según el plan de Dios, del que ellas y sus hijos son instrumento. Isabel ha recibido el don inesperado de la maternidad, pero se inclina ante una maternidad más grande que la suya, y bendice a María. Esta le responde bendiciendo a Dios, de quien viene toda gracia. La última edición de la Biblia de Jerusalén añade a la nota de Lc 1. 46: "Lucas encontró quizás este cántico en el ambiente de los "pobres", en el que probablemente se atribuía a la Hija de Sión; estimó oportuno ponerlo en boca de María, y lo insertó en su relato en prosa". El hecho es, pues, que el evangelista considera que esta oración de alabanza expresa adecuadamente los sentimientos de María ante el misterio de la redención ya en marcha (Hilari Raguer).
Fiarse de Dios, aun cuando las evidencias empíricas parezcan invitar a lo contrario; esto es lo que el autor quiere inculcar con esta joya del arte de narrar. Dios cumple su palabra. Y desde su experiencia concreta, María descubre alborozada que el cumplimiento de la palabra por parte de Dios está a la base de la existencia misma del pueblo (Dabar 1982).
El canto del Magnificat está en la tradición de otros cantos del AT, como el de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10). En realidad se trata de una composición hecha con elementos bíblicos anteriores. Su originalidad consiste en engarzar espontánea y magistralmente en un solo himno elementos muy dispares de la himnología del AT. Lo que supone que su autor estaba empapado de la palabra de Dios. María devuelve a Dios la alabanza que recibe de Israel. Dios es el que merece todo honor y toda gloria, el poderoso que ha hecho maravillas en su sierva. Pero en las maravillas que ha realizado el Señor en María, ésta reconoce el estilo o el modo de actuar del Señor en la historia de la salvación de los hombres. Confiesa que Dios se complace en subvertir el orden establecido por la injusticia de los ricos, de los orgullosos, de los dominadores de este mundo, y que esto lo hace enalteciendo a los más humildes. El Señor humilla, desbarata y despoja a los señores de este mundo (cf Sal 89, 10s; Job 12, 19) y ensalza y colma de bienes a los más pequeños, a los hambrientos, a los pobres y explotados (cf 6, 20; Mt 5, 3s; "Eucaristía 1989").
La alegría de Isabel por la visita de "la madre de mi Señor" y el gozo desbordante de María por la salvación mesiánica que ella trae, forman la lectura evangélica de hoy.
1. María, llevando en sí la presencia de Dios, como nueva arca de la alianza (cf. 2 S 6), se va corriendo a la montaña de Judá para llevar -como hará la predicación apostólica y toda la Iglesia- la Buena Nueva de la salvación y a comprobar con sus propios ojos el signo que le dio el ángel (cf. Lc 1, 36). El primer fruto de esta presencia de María -y del Señor- en casa de Isabel es la donación del Espíritu a la madre del Bautista, su alegría y la bendición de María porque creyó en la realización de todo lo que el Señor le dio a conocer por medio del ángel, bendición que nos recuerda la de Jesús en Lc 11, 28: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan". Las palabras que Isabel dirige a María, "la madre de mi Señor" (recuérdese que Señor es un título mesiánico) son también un modo de expresar el misterio de la encarnación: Dios se ha hecho hombre en el hijo de María.
2. El cántico de María, como en general todo el capítulo primero y segundo de Lucas, está lleno de imágenes y palabras del AT., aunque no se citen explícitamente. María habla en primer lugar como la verdadera hija de Sion en quien culmina la esperanza de todo el pueblo, siervo del Señor (cf. Sal 105, 6). Su alegría se debe a todo lo que hace el Señor; reconoce que todo lo que ella tiene se lo debe al Poderoso que llena de gracia a los humildes. Como Isabel, María expresa la alegría de ver cumplida la hora de la salvación, de la liberación final para Israel y toda la creación.
A partir del versículo 50 el Magnificat canta cuál ha sido y cuál va a ser el modo de actuar de Dios en la historia de la salvación: se dice de diversos modos que Dios se mantiene fiel a su promesa de amor y fidelidad ("su misericordia llega a sus fieles de generación en generación"; "acordándose de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia para siempre"). Y este amor fiel de Dios toma una forma muy concreta expresada en la contraposición entre los humildes a quienes enaltece y los hambrientos a quienes colma de bienes, por un lado, y los soberbios y poderosos a quienes derriba y los ricos a quienes despide vacíos, por otro: la venida de Cristo en "la humillación de su esclava" comporta este cambio de la condición humana y del orden del mundo que supone la instauración del reino de Dios, en el que sólo pueden entrar los que sientan hambre de salvación. María es la primera en cantar este orden nuevo del Reino (José Roca).
El saludo de María a su prima Isabel y su presencia provocan la respuesta entusiasmada de esta última. Isabel se siente inspirada y prorrumpe en alabanzas a María para expresar la acción del espíritu que conmueve sus entrañas. Sólo gracias al Espíritu Santo puede conocer Isabel la dignidad del hijo de María y la gracia de que ha sido objeto quien viene a visitarla.
Las mujeres de Israel se sentían honradas y estimadas por los hijos que tenían. Este pueblo, orientado hacia el futuro por las promesas que le habían sido hechas, se gozaba en los descendientes y lo esperaba todo del que tenía que venir. De ahí la dicha y la gloria de todas las madres de Israel y la profunda pena de las mujeres que no podían dar a luz. Si María es la que lleva en sus entrañas al que tenía que venir, al Mesías prometido, al Bendito, era por ello mismo la más bendita entre todas las mujeres.
Pero Isabel felicita también a María porque ha creído. Jesús pondrá la verdadera dicha en la fe, que está por encima de los vínculos de la sangre. Recordemos lo que contestó a aquella mujer del pueblo que bendijo a su madre: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11 27s). La verdadera afinidad con Jesús es espiritual. Por la fe entramos en comunión de vida con Jesús y con el Padre que nos lo ha enviado ("Eucaristía 1986").
La fiesta de la Asunción se puede decir que tiene tres niveles:
a)La victoria de Cristo Jesús: Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el punto culminante de la Historia de la Salvación, del plan salvador de Dios. Él es la "primicia", el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia. El segundo y definitivo Adán que corrige la culpa del primero.
b)La Virgen María, como primera cristiana, como la primera salvada por Cristo, participa de la victoria de su Hijo: es elevada también Ella a la gloria en cuerpo y alma. Ella, que supo decir su "sí" radical a Dios, que creyó en él y le fue plenamente obediente en su vida ("hágase en mí según tu Palabra"), es glorificada, como primer fruto de la Pascua de Jesús, asociada a su victoria. En verdad "ha hecho obras grandes" en Ella el Señor.
c)Pero la fiesta de hoy presenta el triunfo de Cristo y de su Madre en su proyección a todos nosotros, a la Iglesia y en cierto modo a toda la humanidad. María, como miembro entrañable de la familia eclesial, condensa en sí misma nuestro destino. Su "sí" a Dios fue en cierto modo en nombre de todos nosotros. El "sí" de Dios a Ella, glorificándola, es también un "sí" a todos nosotros: nos señala el destino que Dios nos prepara a todos. La Iglesia es una comunidad en marcha, en lucha constante contra el mal: pero la Mujer del Apocalipsis, aunque directamente sea la Iglesia misma, es también de modo eminente la Virgen María, la Madre del Mesías y auxilio constante para la Iglesia contra todos los "dragones" que luchan contra ella y la quieren hacer callar. Al celebrar la victoria de María, celebramos nuestra propia esperanza, porque como diremos en el prefacio: "ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".
Hoy, y mirando a la Virgen, celebramos la victoria. La Asunción nos demuestra que el plan de Dios es plan de vida y salvación para todos y que se cumple, además de en Cristo, también en una de nuestra familia. La Asunción es un grito de fe en que es posible esta salvación. Es una respuesta a los pesimistas y a los perezosos. Es una respuesta de Dios al hombre materialista y secularizado que no ve más que los valores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo, que trasciende de nuestras fuerzas y que lleva más allá. El destino del hombre es la glorificación en Xto y con Xto. Todo él, cuerpo y alma, está destinado a la vida. Esa es la dignidad y futuro del hombre. Por eso en la Misa de hoy pedimos repetidamente que también a nosotros, como a la Virgen María, nos conceda "el premio de la gloria" (oración de la vigilia), que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo" (oración del día). Estamos celebrando nuestro propio futuro optimista, realizado ya en María.
-Nuestro Magnificat: la Eucaristía. Los domingos, y también otros días como hoy que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su acción de gracias. Como la Virgen prorrumpió en el canto del Magnificat, así nosotros expresamos nuestra alegría y nuestra admiración por lo que Dios hace, en cantos, en aclamaciones y, sobre todo, en la Plegaria Eucarística. Es nuestra respuesta a la acción de Dios: nuestro "Magnificat" continuado. Y no sólo damos gracias, sino que en la Eucaristía participamos del misterio pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo, del que la Virgen ha participado en cuerpo y alma, y así tenemos la garantía de la vida: "quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6). La Eucaristía nos invita a mirar y a caminar en la misma dirección en la que nos alegra hoy la fiesta de la Asunción (J. Aldazábal).
Pablo-VI, en su magnífica exhortación sobre el culto mariano, resume así el sentido de la solemnidad: "Es la fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos teniendo en común con ellos la carne y la sangre". La imagen de la mujer apocalíptica es al mismo tiempo de lucha y de victoria, y la escena de la visitación es introducción al cántico del humilde glorificado, el Magnificat. Lo que estas lecturas destacan es el aspecto "pascual" de la asunción de María. La "victoria es de nuestro Dios", y María es beneficiaria de esta victoria, "porque has creído", y Dios se ha complacido en obrar en ella sus maravillas. Estrechamente unida a esta temática, escuchamos la lectura del Apóstol, que manifiesta la razón de fondo del misterio: "Cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, todos los cristianos". La presentación del misterio de María como participación plena en el misterio pascual de Cristo es, posiblemente, la más justa teológicamente, y la que da más coherencia a la celebración. Con ella enlaza perfectamente la introducción a la Eucaristía, siendo al mismo tiempo un punto de partida exhortativo sobre el sentido pascual de nuestra existencia.
Como en muchas solemnidades, el prefacio propio es un esquema muy adecuado para presentar el misterio que se celebra. El de hoy es magnífico. El primer párrafo describe las perspectivas "eclesiológicas" del misterio: María asunta al cielo es "figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada" (anuncio de lo que seremos, inicio de la gloria de la Iglesia); "consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra" (el texto latino dice: ac populo peregrinanti certae spei et solacii documentum). Un comentario de este texto conduce fácilmente a las consecuencias de vida cristiana propias de la contemplación del misterio. El segundo párrafo concreta la perspectiva "cristológica": María ha sido glorificada porque fue madre del "autor de la vida". Esta afirmación enlaza perfectamente con los textos paulinos de las segundas lecturas (Pere Tena).
"La madre del Redentor –empieza Juan Pablo II su encíclica- tiene un lugar preciso en el plan de la salvación...". Y dentro de ese plan, que se desarrolla en la historia, como historia de salvación, María es la primera que recorre y abre la historia desde la fe. "Quiero hacer referencia sobre todo a aquella peregrinación de la fe, en la que la Santísima Virgen avanzó, manteniendo fielmente su unión con Cristo. De esta manera aquel doble vínculo, que une la Madre de Dios a Cristo y a la iglesia, adquiere un significado histórico.
No se trata aquí sólo de la historia de la Virgen Madre, de su personal camino de fe y de la mejor parte que ella tiene en el misterio de la salvación, sino además de la historia de todo el Pueblo de Dios, de todos los que toman parte en la misma peregrinación de la fe". De esta suerte la devoción a María, rescatada de la mediocridad y ramplonería de las periclitadas formas circunstanciales de la historia, se enraiza a través de toda la tradición de la iglesia en el mismísimo evangelio. María aparece aureolada de todas las alabanzas que la historia y la tradición popular ha ido acumulando en torno a su figura, pero sin que se desfigure su imagen verdadera de mujer creyente, primera cristiana y madre de la Iglesia. "El Concilio subraya que la Madre de Dios es ya el cumplimiento escatológico de la Iglesia: La Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga y al mismo tiempo que los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos" ("Eucaristía 1987").