sábado, 21 de enero de 2017

Domingo 3 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la semana 3 de tiempo ordinario; ciclo A

«Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió   lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo»(Mateo 4,12-23).  
1. Jesús, tras enterarse de que habían arrestado al Bautista, se retira primero a Nazaret y desde allí baja a Cafarnaún, pues su predicación había enfurecido a la gente de Nazaret. Galilea era considerada por Judea «región de los gentiles» y alguno preguntó: -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46).
Haced penitencia y creed en el Evangelio.» Para esa conversión necesito hacer oración. «En la oración tiene lugar la conversión del alma hacia Dios, y la purificación del corazón»(San Agustín). La escucha de la Palabra nos abre al Evangelio vivo, como pedimos en la Colecta: “Dios eterno y todopoderoso: conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos, para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes”, ser «pescador de hombres»en mi familia, en mi trabajo, entre mis amigos y conocidos.
Que no dude, que no me quede en mi barca -en mi vida, en mis cosas-; que te siga de cerca. Y entonces, me enseñarás a vivir lo ordinario -mi vida ordinaria- de modo extraordinario. Dios llama personalmente, por su nombre, a cada hombre; pero, desde el principio, “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 9). Este nuevo pueblo “es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo; tiene por ley el nuevo mandato del amor, como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cfr. Jn 13, 34); y tiene como fin el dilatar más y más el reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra” (id). “Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable: los que un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; los que antes no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pdr 2,9-10). De esta manera pueden convertir todas sus actividades en sacrificios espirituales, agradables a Dios. Los fieles participan en la misión de Cristo y, así, impregnan su propia vida en medio del mundo, y el mundo mismo, con el espíritu de su Señor. Sus oraciones, la vida familiar y social, sus iniciativas apostólicas, el trabajo y el descanso, y las mismas pruebas y contradicciones de la vida, se convierten en una ofrenda santa que llega hasta Dios principalmente en la Santa Misa, “centro y raíz de la vida espiritual del cristiano” (J. Escrivá).
“Su tarea principal e inmediata no es establecer y desarrollar la comunidad eclesial –esta es tarea específica del clero- sino aprovechar todas las posibilidades cristianas y evangélicas latentes pero ya presentes y activas en los asuntos temporales” (Pablo VI, Exhor. Apost. Evangelii nuntiandi, 8-XII-1975, 70). Esto nos implica en las relaciones sociales y participación ciudadana, política, cultural, empresarial… Me contaba un amigo lo bien que había tratado un hospital a un pariente suyo. Escribieron a la prensa agradeciendo que además de un paciente vieran en él una “persona” con una dignidad que se merece lo mejor, y la dirección del hospital devolvió la carta diciendo que ese agradecimiento les animaba a seguir adelante con ese espíritu. Es el espíritu del Evangelio, que puede llevar la presencia de Cristo en las distintas actividades humanas.
Además, por la ordenación, el sacerdote es constituido mediador y embajador entre Dios y los hombres, entre el Cielo y la tierra. Con una mano toma los tesoros de la misericordia divina; con la otra los distribuye a sus hermanos los hombres. Un sacerdote es un inmenso bien para la Iglesia y para la humanidad entera. Por eso, hemos de pedir que nunca falten sacerdotes santos, que se sientan servidores de sus hermanos los hombres (F. Fernández Carvajal).

2. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; a los que vivían en tierra de sombras una luz les resplandeció. Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría; se gozan en tu presencia como gozan al cosechar, como se alegran al repartirse el botín”. Al comienzo de su vida pública, Jesús citó estas palabras de Isaías: luz y en salvación del pueblo al que ha sido enviado. Ese pueblo “vio una luz grande” con ocasión del nacimiento de Jesús. Hoy, en a Cafarnaún Jesús da testimonio de su ministerio público, es como si se verificase un segundo nacimiento público, que consistía en el abandono de la vida privada y oculta, para entregarse al compromiso total de una vida gastada por todos hasta el supremo sacrificio de sí (en continuidad con su bautismo).
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?” Nos podemos preguntar ¿de qué modo es el Señor nuestra luz y nuestra salvación? Cristo se convierte para nosotros en luz y salvación a partir de nuestro bautismo, en el que se nos aplican los frutos infinitos de su bendita muerte en la cruz: entonces viene a ser “para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención” (1 Cor 1,30). Precisamente para los bautizados, conscientes de su identidad de salvados, valen con plenitud las palabras de la Carta a los Efesios: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5,8-9).
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo”. ¿Qué quiere decir esto? Significa ante todo la condición interior del alma en la gracia santificante, mediante la cual el Espíritu Santo habita en el hombre; y significa además permanecer en la comunidad de la Iglesia y participar en su vida. En efecto, precisamente aquí se ejercita en abundancia esa “misericordia”, de la que habla el Salmo; cada uno puede repetir con el Salmista, seguro de ser escuchado: “Acuérdate de mí con misericordia, por bondad, Señor” (Sal 25/24,7).
“Oye, Señor, mi voz y mis clamores y tenme compasión; el corazón me dice que te busque y buscándote estoy. No rechaces con cólera a tu siervo, tú eres mi único auxilio; no me abandones ni me dejes solo, Dios y salvador mío. La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Armate de valor y fortaleza y en el Señor confía”.
3. San Pablo anima a aquellos cristianos “a que vivan en concordia para que no haya divisiones entre vosotros. Estén perfectamente unidos en un mismo sentir y pensar”. En la Iglesia quedan totalmente excluidas «las divisiones y las discordias», los «partidos» que se designan según determinados jefes y se oponen mutuamente: «¿Está dividido Cristo?». Los relatos vocacionales muestran que los llamados dejan todo por amor del único Cristo (también sus opiniones particulares anteriores) y, con la mirada puesta en él, única cabeza, tienen todos un mismo espíritu. Seguir a Cristo significará en definitiva y necesariamente seguir el camino que lleva a la cruz; si en este camino reinan las divisiones y las discordias, «la cruz de Cristo pierde su eficacia» (1 Co 1,17; H. von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté
San Vicente, diácono y mártir

«Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, cautos como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar; porque en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre.» (Mateo 10, 16-23)                                     
1º. Jesús, las advertencias que das a los apóstoles son válidas para tus discípulos de todos los tiempos.
Porque siempre habrá oposición entre el cristiano, que ve el mundo como medio de santificación, y el mundano, para quien el mundo es únicamente un medio de satisfacción.
Estas dos visiones antagónicas del mundo hacen que el cristiano sea necesariamente un inconformista ante los abusos del materialismo en materia de fe y de moral, y se encuentre, en ocasiones, incomprendido, despreciado, y hasta amenazado por sus mismos familiares y compañeros.
A veces, la incomprensión más dolorosa y el desprecio más inhumano provienen de los «moderados»: de los que piensan que son buenos porque no son malos.
Son cristianos, pero sin «pasarse»: saben «disfrutar» de la vida, que para eso está.
Esos familiares o amigos no entienden que se pueda ser más feliz siendo cristiano de verdad a través de una vida de oración, trabajo y entrega a los demás por amor a Ti.
Y como no entienden, se sienten en la obligación de llevar a los demás por el «buen» camino, usando todo tipo de medios físicos y psicológicos a su alcance.
«Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?» (San Ambrosio).
2º. « ¡Acabar!, ¡acabar! -Hijo, «qui perseveraverit usque in finem, hic salvus erit» -se salvará el que persevere hasta el fin.
-Y los hijos de Dios disponemos de los medios, ¡tú también!: cubriremos aguas, porque todo lo podemos en Aquél que nos conforta.
-Con el Señor no hay imposibles: se superan siempre». (Forja.-656).
Jesús, aunque a veces tenga contradicciones -que no serán tan grandes como las que pasaron los primeros cristianos, y tantos otros a lo largo de la historia, también de la historia reciente- sé que tengo tu ayuda para seguir adelante en mi camino de cristiano.
Los hijos de Dios disponemos de los medios para perseverar: la oración, los sacramentos, y el ejemplo y la ayuda de los demás cristianos.
Jesús, contigo no hay imposibles: se superan siempre.                                                               
Incomprensiones, presiones de todo tipo, dificultades económicas, o el rechazo de algunas amistades -que al fin y al cabo no eran tan profundas-, no me hacen ninguna mella, cuando te contemplo azotado, escupido, coronado de espinas, clavado en una cruz, traspasado por una lanza..., por amor a mi.
Y si alguna vez tengo que hablar en público para defender mi fe o mi vocación  en clase, en mi familia, en mi trabajo-, me acordaré de tu promesa: «en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros».

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