martes, 31 de enero de 2017

Miércoles semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús experimenta en su vida al ser rechazado, y en ese aparente fracaso nos salva. Así también en nuestra vida, las dificultades tienen un valor pedagógico
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente” (Marcos 6,1-6).
1. –“Jesús volvió a "su patria", siguiéndole los discípulos. Llegado el sábado se puso a enseñar en la sinagoga”. He aquí pues a Jesús de nuevo en Nazaret. La costumbre quería que se invitase a un hombre a leer y comentar la Escritura. El jefe de la sinagoga confía este papel a Jesús. Marcos no nos dice de qué habló Jesús, pero señala el asombro y la incredulidad de los oyentes.
-“El numeroso auditorio se maravillaba diciendo: "¿De dónde le vienen a este tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada, y cómo se hacen por su mano tales milagros? ¿No es acaso el carpintero? ¿El hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?" Y se escandalizaban de Él”. Marcos da la lista de los primos y primas de Jesús, pues en Israel, como en otros pueblos que he visto de África, a esos parientes también se les llama “hermanos”. Jesús vuelve a encontrarse pues en su medio ambiente y en su familia. Pero ya tiene una nueva familia: sus discípulos, los que escuchan la Palabra de Dios, los que tienen fe en El.
-“Jesús les decía "Ningún profeta es tenido en poco, sino en su patria y entre sus parientes y en su familia." Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de que a algunos enfermos les impuso las manos y los curó”. Esta imposibilidad de hacer milagros, no viene de que no tenga ya poder para ello... sino que se relaciona con la falta de Fe. El milagro supone la Fe, necesaria para comprenderlo, para recibirlo.
-“Y se admiraba de la "incredulidad" de aquellas gentes”. Marcos en tres capítulos nos mostrará cómo reaccionan ante la persona de Jesús sus propios discípulos, después de haber visto la reacción de fariseos y pueblo. Tenemos a veces la impresión de que la incredulidad es un fenómeno moderno; o de que proviene de faltas de la Iglesia –marketing inadecuado, pecados de los cristianos, transmisión obsoleta del mensaje…- pero vemos a Jesús que también fracasa, no creen en él. Jesús ha tenido incrédulos en su propia familia. Esto puede ser un consuelo para padres que tienen dificultades con la fe de sus hijos.
Tu "admiración", tu extrañeza, Señor, me hacen bien: me manifiestan al menos que tú estás seguro, Señor, de lo que enseñas, de lo que Tú eres... (Noel Quesson). Te pido, Señor, esa fuerza de la fe.
Vemos hecho realidad lo de que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa Jesús: «nadie es profeta en su tierra». El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.
Nosotros somos ahora «los de su casa», los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. Hay un tipo de rutina enemiga del amor, que nos impide reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de nuestro encuentro con los demás, del trabajo o contacto con la naturaleza, y podemos, ante un santo que nos habla, volver a decir: «¿pero no es éste el carpintero?», o las otras reacciones de falta de fe: «no está en sus cabales», «está en connivencia con el diablo», «es un fanático». Hoy me preguntaba un chico en elcolegio: “¿hay milagros recientes por aquí?”, como si fuera la esencia de la vida cristiana, cuando la Eucaristía es el mayor milagro escondido, pues podemos participar de la vida de Cristo en la comunión (J. Aldazábal).
La “normalidad” de Jesús, de la Virgen, en sus trabajos, confunde a los paisanos, que lo ven, que la ven, como uno más, como una más… esta vida de Jesús en Nazaret nos ayuda a aprender de él, de cómo haría su trabajo en Nazaret: con perfección humana, acabándolo en sus detalles, con competencia profesional. Es conocido como el artesano. Señor, te pido que me ayudes a trabajar a conciencia, haciendo rendir el tiempo; sin dejarme dominar por la pereza; mantener la ilusión por mejorar cada día en competencia profesional; cuidar los detalles; abrazar con amor la Cruz, la fatiga de cada día. El trabajo, cualquier trabajo noble hecho a conciencia, nos hace partícipes de la Creación y corredentores con Cristo. Los años de Nazaret son el libro abierto donde aprendemos a santificar lo de cada día, donde podemos ejercitar las virtudes sobrenaturales y las humanas (Pablo VI, Discurso a la Asociación de Juristas católicos).
Hemos estado unos años analizando “los signos de los tiempos”, pero ese análisis nos ha entretenido, casi ha llevado a algunos a la parálisis. Sin embargo, el análisis es un paso del diagnóstico, para poner remedio a las cosas. Así como un enfermo no se contempla a ver si se muere del mal… “Si el orgullo nos ha hecho salir, que la humildad nos haga entrar... Como el médico, después de haber establecido un diagnóstico, trata el mal en su causa, tú, cura la raíz del mal, cura el orgullo; entonces ya no habrá mal alguno en ti. Para curar tu orgullo, el Hijo de Dios se ha abajado, se ha hecho humilde. ¿Por qué enorgullecerte? Para ti, Dios se ha hecho humilde. Tal vez te avergonzarías imitando la humildad de un hombre; imita por lo menos la humildad de Dios. El Hijo de Dios se humilló haciéndose hombre. Se te pide que seas humilde, no que te hagas animal. Dios se ha hecho hombre. Tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en conocer quién eres.
”Escucha a Dios que te enseña la humildad: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38) He venido, humilde, a enseñar la humildad, como maestro de humildad. Aquel que viene a mí se hace uno conmigo; se hace humilde. El que se adhiere a mí será humilde. No hará su voluntad sino la de Dios. Y no será echado fuera (Jn 6,37) como cuando era orgulloso” (San Agustín).
El remedio de los remedios es la piedad. Y me atrevo a decir que el perdón, ese volver a nuestro Padre Dios, que siempre nos acoge, siempre nos espera. El perdón lo resuelve todo.
2. –“Hermanos, no habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado”. La «resistencia», el «aguante» es perseverar sin dejarse abatir por los obstáculos, lo más alto de la fortaleza, como tú, Jesús «hasta derramar sangre».
"Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos". La experiencia nos dice que se aprende por las pruebas como por ejemplo los exámenes en la escuela. Adquiere madurez el hombre al superar esas pruebas, contribuyen a formar al "hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4,13). Eso constituye nuestro crecimiento personal, siguiendo la estela de crecimiento de la humanidad que ha ido pasando de la violencia a la racionalidad. Me decía un amigo que luego esta pedagogía de crecer con las dificultades se rechaza al terminar los estudios (al menos en familias acomodadas con el futuro resuelto), y es un peligro para ese crecimiento interior, que no debería cesar y que se produce en la lucha con las dificultades.
-“Lo que «soportáis» os educa. Dios os trata como a hijos; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?” Aquí hay una parte cultural, que gracias a Dios cambia, pues los castigos corporales eran medida habitual entonces: «Quien escatima la vara odia a su hijo; quien le tiene amor, le castiga» (Proverbios,13-24). Hay también una idea de la psicología de la educación, válida también hoy, pues la madre sabe que a veces tiene que castigar a su hijo y que no lo amaría si fuera débil con él; pero ella participa del sufrimiento que impone sufriendo frecuentemente tanto o más que su propio hijo. Ese es el punto bajo el que hemos de leer esas palabras, y profundizar en la cruz. Cuando nos encontramos bajo el peso de la prueba, tratemos de ver en ella una señal misteriosa del amor del Padre, y estemos seguros de que Él nos acompaña porque nos ama.
-“Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia y gozo a los ejercitados en ella”. Hay que ver más allá del instante presente. Incluso cuando son malas acciones esas formas de educar, puede salir un bien de allí, como recordaba san Agustín que sus padres le castigaban y piensa que de modo injusto, pero que a él le fueron bien esas correcciones.
La idea puede ser traducida también así: "Ningún castigo nos gusta cuando lo recibamos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz". Estamos en ese curso de la historia, y la imagen del padre que por la corrección ayuda al hijo aunque de primeras a éste le parezca injusta y difícil de soportar; nos hace pensar que luego se revela beneficiosa y justa aquella reprensión. Otro tanto ocurre con los acontecimientos desagradables de la vida, a los que el autor considera como otras tantas reprimendas y castigos paternales. De ahí se ha dicho a veces que “Dios lo manda, o lo quiere” (una enfermedad, un mal…). No pienso así de Dios. Dios lo quiere en su voluntad “permisiva” en el sentido de que no lo impide con un milagro. Dios lo sabe, lo deja hacer, y de ahí sacará una cosa buena porque de otra forma no dejaría que aquello pasara a uno tan querido como somos nosotros, sus hijos. Así, todo es para bien, y Dios mira en nosotros su propio Hijo crucificado: "para hacernos partícipes de la santidad" adquirida por Cristo (Maertens-Frisque).
La fe nos ayuda a ver la pedagogía de la corrección, del dolor como crecimiento, y en lugar de quejarnos o desesperar, intuimos, y a veces comprobamos luego, el sentido positivo que tiene, es algo que sacude nuestra seguridad, comodidad y autosuficiencia en orden a aceptar las exigencias divinas. Sufrir con paciencia e incluso con aceptación gozosa, es algo que hace nos ayuda luego. No lo queremos, pero si viene, que sepamos aprovecharlo para algo bueno…Y esta es la única forma de alcanzar la paz. Porque la paz interior del hombre se encuentra en la medida en que logra una mayor conformidad en su querer y obrar, con la voluntad de Dios. De ahí brota el consuelo del sufrimiento (Noel Quesson).
3. «Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes y caminad por una senda llana», acaba hoy diciéndonos Hebreos. Y el salmo nos habla de esa confianza en el amor de Dios: «La misericordia del Señor dura por siempre... Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro».
Llucià Pou Sabaté

lunes, 30 de enero de 2017

"El despertar de la consciencia, un nuevo paradigma", por Gonzalo Rodríguez-Fraile

"El despertar de la consciencia, un nuevo paradigma", por Gonzalo Rodríguez-Fraile

Martes semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús hace milagros, continúa haciéndolos con la Eucaristía. Corremos por la vida, con la mirada puesta en Él
“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer” (Marcos 5,21-43).
1. Hoy te vemos, Jesús, ayudando a los necesitados con dos milagros: cuando vas camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- curas a la mujer que padece flujos de sangre. Veo que ha llegado el Reino prometido. Estás ya actuando con la fuerza de Dios, que a la vez fomentas la fe que tienen estas personas en ti. El jefe de la sinagoga te pide que cures a su hija. Mientras vas, la mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y te toca el borde del manto. Tú notaste “que había salido fuerza” de ti y la atendiste luego con unas palabras: en los dos casos apelas a la fe: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».
Me gusta, Señor, ver cómo te enfrentas a la enfermedad y la muerte. Sobre todo cómo tienes compasión por nosotros. Te veo en la Iglesia y tus sacramentos, «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante», presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).
Todo dependerá de si tenemos fe. Tu acción salvadora, Señor, está siempre en acto. Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dices: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a ti, Jesús, y pedirte humilde y confiadamente que nos cures de la enfermedad que es nuestra experiencia de debilidad, y del miedo de la muerte, gran interrogante que en ti cobra sentido profundo, al hacernos ver cómo Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».
La buena mujer que se acerca a Jesús nos hace ver que los sacramentos actúan por su propia fuerza divina, de modo infinito, pero se reciben según la capacidad del recipiente, de nuestra fe. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar tu manto, Jesús.
En Cafarnaún, donde llegaste con el bote, esta mujer oye quizá la curación del leproso, y ve llegar al jefe de la sinagoga, que angustiado dice al Maestro: "maestro, mi hija se está muriendo, ven a imponerle las manos para que se ponga bien y no se muera", y se pusieron en camino. Entonces hace su plan: "si pudiera tocarle la ropa que trae, me pondré buena", y tan buen punto lo tocó, se le paró la hemorragia, y así el mal había desaparecido, sintió el cuerpo lleno de vida. Entonces fue cuando el Señor dice: "¿quien me ha tocado?" y ella, llena de vergüenza pero contenta y feliz, responde: “he sido yo, Señor”, y dice Jesús: "tu fe te ha salvado, vete en paz".
Cuenta un misionero en la India que estaba en adoración eucarística cuando uno de los asistentes, hindú, se acercó y tocó el copón, mientras él miraba asombrado pero optó –viendo el respeto con que lo hacía- por dejarle hacer. Luego volvió a donde estaban los otros y al cabo de un rato dijo que quería ver la Eucaristía que se escondía dentro del copón, y explicó que cuando se acercó al altar le pidió a Jesús que le curara de un tumor, en la cabeza, un bulto grande como una fruta, y que al tocarlo se había curado. Efectivamente, se fijó el sacerdote que ya no tenía el bulto. Luego pensó en la fe que teníamos los católicos en la Eucaristía, y en la que tenía aquel hindú... Nosotros podemos tocar Jesús, con los sacramentos, el manto de Cristo son los sacramentos, tocar quiere decir creer. La tímida audacia de la hemorroísa debe servirnos para tocar a Jesús, que está esperándonos en la Misa, y espera que nos acerquemos confiadamente.
A veces la cosa está fatal, como cuando los criados de Jairo le dicen “no molestes al maestro, tu hija ha muerto”. Pero Jesús le dice: «No temas, solamente ten fe». Jesús, contra toda esperanza: “no tengas miedo, basta que creas y ella vivirá”, y luego ante ella manda: “talita cumi”, levántate y anda, y cuando se alzó ante la sorpresa de todos, añade: “dadle de comer, que tiene hambre”. Jesús nos dirá muchas veces: “si tuvierais un poco de fe…”, haríais maravillas. La fe no va sola, va de la mano de la humildad. La Iglesia “es” en la Eucaristía, en Jesús. Ahí nos desligamos de las ataduras de espacio y tiempo y nos trasladamos a la cúspide del calvario.... donde ese amor que juega al escondite, que late bajo estas especies, nos da vida pues sin Él no tiene sentido la vida, sería anodina, sin trascendencia. Se descubre la presencia del Amado, que ya vino por el bautismo pero ahora se fusiona con nosotros. Ahí Jesús nos recibe, nos dice: “mira que estoy a la puerta y llamo”... “el que me coma vivirá por mí”. El Apóstol lo expresa así: “No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”.
“Una sola gota de la Preciosa Sangre contenida en el cáliz podría bastar para obtenernos gracias cuya eficacia ni siquiera podemos sospechar; bastaría para salvar millones de mundos más culpables que el nuestro, y para hacer más santos que cuantos pueda poseer el paraíso” (Vandeur). “Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (Cura de Ars). La Eucaristía tiene un valor infinito, pero nuestra participación es según las posibilidades, las disposiciones: si vamos con un gran recipiente acogeremos más gracia de Dios, según la capacidad de nuestro corazón; como decía Santo Tomás: “pues en la satisfacción se mira más el afecto del que ofrece que el valor de la oblación -fue el Señor quien dijo de la viuda que echó dos céntimos que ‘había echado más que ninguno-, aunque esta oblación sea suficiente de suyo para satisfacer por toda la pena, se satisface sólo por quienes se ofrece o por quienes la ofrecen en la medida de la devoción que tienen, y no por toda la pena”.
 “Cuando participamos de la Eucaristía -dice San Cirilo de Jerusalén- experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo nos conforma con Cristo, como sucede en el bautismo, sin que nos cristifica por entero, asociándonos a la plenitud de Cristo Jesús”.
Así como la hemorroísa percibió instantáneamente su curación con ocasión de tocar el borde del manto de Jesús, “gracias a la fuerza que había salido de Él”; y “se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él, especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre y cuando, en nombre de Dios, en la Confesión sacramental auricular y secreta, perdona los pecados”, decía san Josemaría, y añadía: “Cuando yo era niño, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente. Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor”. El deseo de comulgar –comunión espiritual- también fomenta la recepción de esas gracias.
2. La vida es una carrera de fondo y también lucha, leemos hoy en Hebreos. El corredor se viste con ropas ligeras. «Sacudámonos todo el lastre y el pecado que se nos pega; corramos con constancia»: ¡Fuera todo lastre (pecado)! Concentrados en el jefe, Jesús, objeto de contemplación: "Puestos los ojos en Jesús... meditad, pues, en el que soportó tanta oposición", hacemos la carrera a ejemplo de la suya, correr hasta la meta que es la casa del Padre.
3. “Los desvalidos comerán hasta saciarse, / alabarán al Señor los que lo buscan: / viva su corazón por siempre”. Quiero correr, Señor, con la esperanza puesta en ti: “Lo recordarán y volverán al Señor / hasta de los confines del orbe; / en su presencia se postrarán / las familias de los pueblos. / Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, / ante él se inclinarán los que bajan al polvo.” La Vida está en ti, en acoger tu vida en mí: “Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, / hablarán del Señor a la generación futura, / contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: / todo lo que hizo el Señor”.
Llucià Pou Sabaté
San Juan Bosco, presbítero

Giovanni Melchior Bosco Ochienna conocido simplemente como Don Bosco es un santo italiano. Fundador de las tres ramas de la Familia Salesiana: Sociedad de San Francisco de Sales (Congregación Salesiana), Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y Asociación de Salesianos Cooperadores.
Vida y milagros de San Juan Bosco
Juan Melchor nace el 16 de agosto de 1815, en I Becchi, junto a Castelnuovo, en la diócesis de Turín. Era el menor de los hijos de un campesino piamontés. Su niñez fue muy dura. Su padre murió cuando Juan tenía apenas dos años y medio. La madre, Margarita, analfabeta y muy pobre, pero santa y laboriosa mujer, que debió luchar mucho para sacar adelante a sus hijos, se hizo cargo de su educación.

El primero de sus 159 sueños proféticos
A los nueve años de edad, un sueño que el rapazuelo no olvidó nunca, le reveló su vocación. Más adelante, en todos los períodos críticos de su vida, una visión del cielo le indicó siempre el camino que debía seguir.
En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la paz, primero con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció Nuestro Señor y le dijo: "¡No, no; tienes que ganártelos con la mansedumbre y el amor!" Le indicó también que su Maestra sería la Santísima Virgen, quien al instante apareció y le dijo: "Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas". Cuando la Señora pronunció estas palabras los niños se convirtieron primero, en bestias feroces y luego en ovejas.
Una gran cualidad: su interés por la salvación de la juventud
El sueño terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió que su vocación era ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar el catecismo y a llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos, acostumbraba ejecutar ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a ser muy ducho. Un domingo por la mañana, un acróbata ambulante dio una función pública y los niños no acudieron a la iglesia; Juan Bosco desafió al acróbata en su propio terreno, obtuvo el triunfo, y se dirigió victoriosamente con los chicos a la misa.
La alegría de Don Bosco
Los muchachos de la calle lo llamaban: ‘Ese es el Padre que siempre está alegre. El Padre de los cuentos bonitos’. Su sonrisa era de siempre. Nadie lo encontraba jamás de mal humor y nunca se le escuchaba una palabra dura o humillante. Hablar con él la primera vez era quedar ya de amigo suyo para toda la vida. El Señor le concedió también el don de consejo: Un consejo suyo cambiaba a las personas. Y lo que decía eran cosas ordinarias.
Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios en casa de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar sus estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos indispensables.
El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la chaqueta, uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.
San José Cafasso, sacerdote de la parroquia anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras: "Desempaca tus bártulos --le dijo--, y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti".
El mismo Don Cafasso le puso en contacto con los ricos que podían ayudarle con limosnas para su obra, y le mostró las prisiones y los barrios bajos en los que encontraría suficientes clientes para aprovechar los donativos de los ricos.
El primer puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar en una casa de refugio para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola, la rica y caritativa mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la prisión. Los domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de sus chicos, a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y centro de recreo, que él llamó "Oratorio Festivo".
Pero muy pronto, la marquesa le negó el permiso de reunir a los niños en sus terrenos, porque hacían ruido y destruían las flores. Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron de "Herodes a Pilatos", porque nadie quería aceptar ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos muchachos.
Cuando Don Bosco consiguió, por fin, alquilar un viejo granero, y todo empezaba a arreglarse, la marquesa, que a pesar de su generosidad tenía algo de autócrata, le exigió que escogiera entre quedarse con su tropa o con su puesto en el refugio para muchachas. El santo escogió a sus chicos.
Oratorios, escuelas, talleres...
En esos momentos críticos, le sobrevino una pulmonía, cuyas complicaciones estuvieron a punto de costarle la vida. En cuanto se repuso, fue a vivir en unos cuartuchos miserables de su nuevo oratorio, en compañía de su madre, y ahí se entregó, con toda el alma, a consolidar y extender su obra. Dio forma acabada a una escuela nocturna, que había inaugurado el año precedente, y como el oratorio estaba lleno a reventar, abrió otros dos centros en otros tantos barrios de Turín.
Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños abandonados. Al poco tiempo, había ya treinta o cuarenta chicos, la mayoría aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Los chicos llamaban a la madre de Don Bosco "Mamá Margarita".
Con todo, Don Bosco cayó pronto en la cuenta que todo el bien que hacía a sus chicos se perdía con las malas influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de aprendizaje. Los dos primeros: el de los zapateros y el de los sastres, fueron inaugurados en 1853.
Crece la familia
El siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San Francisco de Sales. Después vino la construcción de una casa para la enorme familia. El dinero no faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco distinguía dos grupos entre sus chicos: el de los aprendices, y el de los que daban señales de una posible vocación sacerdotal. Al principio iban a las escuelas del pueblo; pero con el tiempo, cuando los fondos fueron suficientes, Don Bosco instituyó los cursos técnicos y los de primeras letras en el oratorio.
En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes. Los externos eran quinientos. Con su extraordinario don de simpatía y de leer los corazones, Don Bosco ejercía una influencia ilimitada sobre sus chicos, de suerte que podía gobernarles con aparente indulgencia y sin castigos, para gran escándalo de los educadores de su tiempo.
Veía en sueños el estado exacto de la conciencia de sus discípulos y después los llamaba y les hacía una descripción tan completa de los pecados que ellos habían cometido, que muchos aclamaban emocionados: "Si hubiera venido un ángel a contarle toda mi vida no me habría hablado con mayor precisión" .
Se gana de tal manera el cariño de los jóvenes, que es difícil encontrar en toda la historia de la humanidad, después de Jesús, un educador que haya sido tan amado como Don Bosco. Los jóvenes llegaban hasta pelear unos contra otros afirmando cada uno que a él lo amaba el santo más que a los demás.

Dedicó su vida a la difusión de las buenas lecturas
Además de este trabajo, Don Bosco se veía asediado de peticiones para que predicara; la fama de su elocuencia se había extendido enormemente a causa de los milagros y curaciones obradas por la intercesión del santo. Otra forma de actividad, que ejerció durante muchos años, fue la de escribir libros para el gusto popular, pues estaba convencido de la influencia de la lectura.
Él decía que Dios lo había enviado al mundo para educar a los jóvenes pobres y para propagar buenos libros, los cuales, además eran sumamente sencillos y fáciles de entender. "Propagad buenos libros --decía Don Bosco-- sólo en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura". Unas veces se trataba de una obra de apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien de una serie de lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran parte de la noche y al fin, tuvo que abandonarlo, porque sus ojos empezaron a debilitarse.
En búsqueda de colaboradores
El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de encontrar colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes entusiastas, ofrecían sus servicios, pero acababan por cansarse, ya fuese porque no lograban dominar los métodos impuestos por Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para sobrellevar las travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y frecuentemente viciosos, o porque perdían la cabeza al ver que el santo se lanzaba a la construcción de escuelas y talleres, sin contar con un céntimo.
Aun hubo algunos que llevaron a mal que Don Bosco no convirtiera el oratorio en un club político para propagar la causa de "La Joven Italia". En 1850, no quedaba a Don Bosco más que un colaborador y esto le decidió a preparar, por sí mismo, a sus futuros colaboradores. Así fue como Santo Domingo Savio ingresó en el oratorio, en 1854.
Nace la gran familia Salesiana
Por otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea, más o menos vaga, de fundar una congregación religiosa. Después de algunos descalabros, consiguió por fin formar un pequeño núcleo. "En la noche del 26 de enero de 1854 --escribe uno de los testigos-- nos reunimos en el cuarto de Don Bosco. Se hallaban ahí además, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Llegamos a la conclusión de que, con la ayuda de Dios, íbamos a entrar en un período de trabajos prácticos de caridad para ayudar a nuestros prójimos.
Al fin de ese período, estaríamos en libertad de ligarnos con una promesa, que más tarde podría transformarse en voto. Desde aquella noche recibieron el nombre de Salesianos todos los que se consagraron a tal forma de apostolado. Naturalmente, el nombre provenía del gran obispo de Ginebra, San Francisco de Sales (el "Santo de la amabilidad"). El momento no parecía muy oportuno para fundar una nueva congregación, pues el Piamonte no había sido nunca más anticlerical que entonces.
Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido expulsados; muchos conventos habían sido suprimidos y, cada día, se publicaban nuevas leyes que coartaban los derechos de las órdenes religiosas. Sin embargo, fue el ministro Rattazzi, uno de los que más parte había tenido en la legislación, quien urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para perpetuar su trabajo y le prometió su apoyo ante el rey".
En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidos compañeros decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con el permiso de ordenación para los candidatos del momento. La nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve salesianos; a la muerte del fundador, eran ya 768, y en la actualidad se cuentan por millares: Diecisiete mil en 105 países, con 1,300 colegios y 300 parroquias, y se hallan establecidos en todo el mundo.
Don Bosco realizó uno de sus sueños al enviar sus primeros misioneros a la Patagonia. Poco a poco, los Salesianos se extendieron por toda la América del Sur. Cuando San Juan Bosco murió, la congregación tenía veintiséis casas en el Nuevo Mundo y treinta y ocho en Europa. Las instituciones salesianas en la actualidad comprenden escuelas de primera y segunda enseñanza, seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas y de agricultura, talleres de imprenta y librería, hospitales, etc., sin omitir las misiones extranjeras y el trabajo pastoral.
El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos hacían por los niños. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete jóvenes, entre ellas, Santa María Dominga Mazzarello, que fue la cofundadora, a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos (o Hijas de María Auxiliadora). La nueva comunidad se desarrolló casi tan rápidamente como la anterior y emprendió, además de otras actividades, la creación de escuelas de primera enseñanza en Italia, Brasil, Argentina y otros países. "Hoy en día son dieciséis mil, en setenta y cinco países".
Para completar su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos colaboradores del exterior en una especie de tercera orden, a la que dio el título de Colaboradores Salesianos. Se trataba de hombres y mujeres de todas las clases sociales, que se obligaban a ayudar en alguna forma a los educadores salesianos.
Nuestro Señor le inspiró un sabio método de enseñanza
El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con los niños, hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en forma comprensible para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo, en una época en que nadie ponía en tela de juicio las más burdas supersticiones acerca de ese punto.
Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877 escribía: "No recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo las reglas, sino aun mis menores deseos". Pero a esta cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres.
Una de las imágenes más agradables que suscita el nombre de Don Bosco es la de sus excursiones domingueras al bosque, con una parvada de rapazuelos. El santo celebraba la misa en alguna iglesita de pueblo, comía y jugaba con los chicos en el campo, les daba una clase de catecismo, y todo terminaba al atardecer, con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía firmemente en los benéficos efectos de la buena música.
La construcción de iglesias
El relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no hiciéramos mención de su obra de constructor de iglesias. La primera que erigió era pequeña y resultó pronto insuficiente para la congregación. El santo emprendió entonces la construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada en 1868. A ésta siguió una gran basílica en uno de los barrios pobres de Turín, consagrada a San Juan Evangelista.
El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo y estaba muy fatigado, pero su trabajo no había acabado todavía. Durante los últimos años del pontificado de Pío IX, se había creado el proyecto de construir una iglesia del Sagrado Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para comprar el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la obra tanto como su predecesor, pero parecía imposible reunir los fondos para la construcción.
"Es una pena que no podamos avanzar" --dijo el Papa al terminar un consistorio--. "La gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien espiritual de muchos fieles están comprometidos en la empresa. Y no veo cómo podríamos llevarla adelante"
--"Yo puedo sugerir una manera de hacerlo" --dijo el cardenal Alimonda.
--"¿Cuál? --preguntó el Papa.
--"Confiar el asunto a Don Bosco".
–"¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?"
–"Yo le conozco bien" --replicó el cardenal--; "la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad será una orden para él".
La tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la aceptó al punto.
Cuando ya no pudo obtener más fondos en Italia, se trasladó a Francia, el país en que había nacido la devoción al Sagrado Corazón. Las gentes le aclamaban en todas partes por su santidad y sus milagros y el dinero le llovía. El porvenir de la construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado; pero cuando se aproximaba la fecha de la consagración, Don Bosco repetía que, si se retardaba demasiado, no estaría en vida para asistir a ella. La consagración de la iglesia tuvo lugar el 14 de mayo de 1887, y San Juan Bosco celebró ahí la misa, poco después.
Muerte de Don Bosco
Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos habían declarado que el santo estaba completamente agotado y que la única solución era el descanso; pero el reposo era desconocido para Don Bosco. A fines de 1887, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores escriben, sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San Francisco de Sales.
Su cuerpo permanece incorrupto en la Basílica de María Auxiliadora en Turín, Italia.
Sus últimas recomendaciones fueron: "Propagad la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros. Ayudad mucho a los niños pobres, a los enfermos, a los ancianos y a la gente más necesitada, y conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero en el Paraíso".
Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia, y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle durante tres días a honrar a Don Bosco por última vez.
Fueron tantos los milagros conseguidos al encomendarse a Don Bosco, que el Sumo Pontífice lo canonizó cuando apenas habían pasado cuarenta y seis años de su muerte (en 1934) y lo declaró Patrono de los que difunden buenas lecturas y "Padre y maestro de la juventud".

Lunes semana 4 de tiempo ordinario: año impar

Lunes de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús es rechazado por los que no saben agradecer. Los santos han  correspondido misteriosamente a la fe
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
H
abía allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados” (Marcos 5,1-20).
1. Un hombre "andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras". Es un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Pienso en algunas personas que se hacen daño, con ese afán masoquista aparentemente… La sociedad no le ayuda: ha marginado al endemoniado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para que no moleste. Pero tu vocación, Jesús, es la de acercarte a los que ha apartado la sociedad. Son éstos precisamente los que te están esperando, abiertos a la curación y al perdón. Quizás sea éste el mal que has venido a combatir, Señor, ese mal misterioso que hoy llamamos "alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo empuja contra sí mismo. Esa alienación que nos aparta de su amor y de nosotros mismos.
Los porqueros hacen una actividad pecaminosa: los rituales judíos prohíben comer cerdo. Jesús libera al hombre de los demonios. "Nadie se atrevía a transitar por aquel camino". Las fuerzas del mal nos atacan y desvían de la ruta normal. Satán es "aquél que impide al hombre pasar". "Antes de tiempo" parece hacer alusión a la hora del juicio final, en la que todas las fuerzas del mal serán reducidas a la impotencia... ¡los demonios lo saben! Pero Jesús va a anticipar ese día para que todos tengamos confianza en esta victoria final y definitiva.Cuando Jesús anuncia su glorificación por la muerte en Jn 12. 31: "ahora es el juicio de este mudo, ahora el príncipe de este mundo será echado abajo" y es que Satán dominaba el mundo.
Los puercos caen al mar: no sabemos qué fue lo que pasó, pero se puede dar un sentido simbólico a los puercos, como con la parábola del hijo pródigo: el pecado abarca los dominios de la voluntad, la ofensa se ve por el abandono del Padre pero también en el agravio a su persona que es el dedicarse a guardar puercos. Lo acerca a ese estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra, haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de aquella herencia que reciben los hijos de Dios, reflejada en la parábola (S. Tomás, Enarr. in ps. 18,2,13).
Los porqueros ven su inversión perdida. Quizá hay un sentido escondido de que nos interesamos por lo nuestro sin ver el corazón de los demás. Jesús prioriza las personas, como nosotros hemos de ocuparnos del hambre en el tercer mundo y tantas guerras injustas. Helder Cámara decía: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».
Jesús, siento ver cómo te maltratan, cuando te piden que te vayas: "empezaron a suplicar a Jesús que se fuera de aquella región". El hombre oprimido y alienado no siempre quiere ser liberado de su alienación. Por eso, el Evangelio no puede ser impuesto a nadie, por muy liberador que se presente (edic. Marova). Jesús, tienes la cruz en tu camino, y seguirte es también acoger la cruz, y esas reacciones en contra. Pero sabemos que todo es para bien, por eso no queremos quejarnos ni siquiera con argumentos “piadosos” de “¡hay que ver cómo está el mundo!”, no quiero ser de la “Cofradía del Santo Reproche”, sino de los que se abandonan en lo que nos depare cada día: “Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios: éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella” (san Cipriano).
Además, “si no hay dificultades, las tareas no tienen gracia humana..., ni sobrenatural. —Si, al clavar un clavo en la pared, no encuentras oposición, ¿qué podrás colgar ahí?”, decía San Josemaría Escrivá; los obstáculos son providencia de Dios, para fortalecer a unos, y para santificar a todos: “Pero no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios” (hom. “Hacia la santidad”). Algunas veces se levantan voces en contra, a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Dios guarda silencio; y la presión del ambiente es fuerte… pero hay que ver el aspecto positivo de las cosas. Lo que parece más tremendo no es tan negro, no es tan oscuro. Si se puntualiza, si se concretan puntos para mejorar, no se llega a conclusiones pesimistas. Como un buen médico no dice, al ver a un paciente, que todo él está podrido, hay que tener confianza en las personas, y en la providencia divina, que de todo saca bien, que al final pone las cosas en su sitio, que al final la verdad se abre paso... Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente: “Nada te turbe / Nada te espante /Todo se pasa / Dios no se muda /La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta”.
La maledicencia de algunos, los chismes y diretes, son parte de esa cruz que es la señal del cristiano: “Así esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente serenidad y gozo, porque entienden muy bien que -con cien mentiras juntas- los demonios no son capaces de hacer una verdad: y graba en sus vidas el convencimiento de que sólo se encontrarán cómodos, cuando se decidan a no serlo” (san Josemaría).
“La hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo” (S. Gregorio). El desarrollo de la Iglesia se ha fundamentado en tantas contrariedades: “la sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Como en el trigo, los golpes que lo esparcen a los cuatro vientos no suponen una pérdida, sino llegar a sitios más lejanos.
Dentro del ambiente de desagradecimiento, vemos la alegría del hombre que había sido curado por Jesús, muestra gratitud hacia el Señor. Quiere seguir a Jesús, quien le indica lo que hace unos días vimos que le decía también al que curó de la parálisis: “vete a tu casa”. A unos el Señor le pide un seguimiento que implica dejarlo todo, pero en muchos casos el consejo es: “Vete a casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.”
2. Se elogia a los antiguos, de modo semejante a los "Elogios de los Padres", de la Sabiduría (Sab 10-16) y del Eclesiástico (Eclo 40-49): los héroes Gedeón, Barak y Sansón, que someten los reinos y ejercen la justicia; David, que consigue el cumplimiento de las profecías; los profetas, como Daniel, que cierra la boca de los leones, los tres muchachos que dominan la violencia del fuego; Elías o Eliseo, entregan a su madre los hijos resucitados; Eleazar y los siete hermanos Macabeos se han dejado torturar sin ceder, encadenar, serrar (¿Isaías?), o asesinar, o exiliar al desierto como Elías, sin perder jamás la fe en su futuro. Y han soportado todo esto cuando todavía no podían esperar la realización de la promesa, aunque intuían: -“Porque querían obtener algo mejor: la resurrección”. Y nosotros que podemos esperar en esa promesa, ¿seremos menos fieles que ellos?
La fe, que es algo sobrenatural, se vive dentro de la experiencia humana y se caracteriza por el don que uno hace de sí mismo para el futuro, el riesgo que uno corre de abandonar su seguridad y darse de lleno a la novedad. Los hebreos han carecido de fe mientras echaban de menos los alimentos de Egipto, en vez de confiar en el futuro en momentos en que, a decir verdad, solo podían esperar la muerte. Abraham, por el contrario, ha tenido fe, pues ha abandonado su patria convencido de que al final de su recorrido le aguardaba un reino mejor que el que había dejado. Los primeros cristianos han podido carecer de fe mientras recordaban con nostalgia Jerusalén y trataban de volver al judaísmo en lugar de confiar plenamente en el nuevo movimiento iniciado por Jesucristo. Cristo, sin embargo, había elevado la fe a la perfección con su muerte, convencido de que merecía la pena correr este riesgo para dar comienzo a una vida nueva.
En una época de constantes cambios, como la que vivimos actualmente, la fe no puede quedarse estancada en una simple adhesión a cierto número de verdades; debe consistir, más bien, en la entrega de sí mismo ante el futuro y tener la plena convicción de que la muerte de algunos conceptos y el fracaso de ciertas estructuras no pueden tener la última palabra (Maertens-Frisque).
3. Se fiaron de Dios aquellos hombres santos. Por eso pedimos: «sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor», y Dios no nos faltará: «amad al Señor, fieles suyos, el Señor guarda a sus leales».
Llucià Pou Sabaté

sábado, 28 de enero de 2017

Domingo de la semana 4 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la semana 4 de tiempo ordinario; ciclo A

La pobreza de espíritu, o humildad, es el camino que nos conduce a la felicidad del reino de Dios: “bienventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”
«Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron» (Mateo 5,1-12).
1. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”... Jesús proclama el modo de ser dichoso, feliz:«Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos» (Catecismo 1717).
 Lo que se declara bienaventurado son las personas y no las situaciones (que son malas). Ante el desánimo de toparse con el dolor, los ojos ven la cruz y al Señor, y llenos de confianza toman esa situación y la llevan con garbo, sin mandarlo todo a paseo y sin “quemarse”, llenos de esperanza. Hay ahí encerrado un misterio: la "obertura" del sermón de la montaña es una proclamación, una promesa, una llamada cordial a la felicidad que viene de Dios. Las bienaventuranzas son como un retrato del verdadero pueblo de Dios. Los pobres, entre los que podemos incluir a los que lloran, y a los humildes, son esta categoría de personas desvalidas, conscientes de que solos no pueden salir de su situación y que no quieren salir de ella a base del poder y la fuerza. Son aquellos que tienen a Dios por rey, según la expresión de las otras lecturas de hoy. Practicar la justicia es hacer la voluntad de Dios, que a menudo se contrapone a los deseos humanos, lo que provoca la persecución para los que quieren ser justos.
Bienaventurados los pobres en el espíritu… Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu. El reino de los cielos está arriba, pero quien se humilla será ensalzado (Lc 14,11).
Los mansos poseerán la tierra, y dice S. Agustín: “Ya estás pensando en poseer la tierra. ¡Cuidado, no seas poseído por ella! La poseerás si eres manso; de lo contrario, serás poseído. Al escuchar el premio que se te propone: el poseer la tierra, no abras el saco de la avaricia, que te impulsa a poseerla ya ahora tú solo, excluido cualquier vecino. No te engañe el pensamiento. Poseerás verdaderamente la tierra cuando te adhieras a quien hizo el cielo y la tierra. En esto consiste el ser manso: en no poner resistencia a Dios, de manera que en lo bueno que haces sea él quien te agrade, no tú mismo; y en lo malo que sufras no te desagrade él, sino tú a ti mismo. No es poco agradarle a él, desagradándote a ti mismo, pues agradándote a ti le desagradarías a él”.
Dichosos los que lloran, porque serán consolados. El llanto significa la tarea; la consolación, la recompensa. La muerte de un familiar va de la mano del consuelo del nacimiento de un hijo, por ejemplo. Verdadero consuelo será aquel por el que se da lo que nunca se perderá ya.
Son cada una de las bienaventuranzas tarea y recompensaDichosos quienes tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Hay un alimento y bebida que sacia para siempre: Yo soy -dijo Jesús- el pan que ha bajado del cielo (Jn 6,41). He aquí el pan adecuado al que tiene hambre. Desea también la bebida correspondiente: En ti se halla la fuente de la vida (Sal 35,10).
Los "misericordiosos" son los que se ponen en la piel del otro y actúan en consecuencia: dan de comer al que tiene hambre, etc: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: “«nadie verá a Dios y seguirá viviendo», porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (San Ireneo, haer.4,20,5; ver en Catecismo, 1722): “a ellos se les prometió la visión de Dios. Y no sin motivo, pues allí están los ojos con que se ve a Dios. Hablando de ellos dice el apóstol Pablo: Iluminados los ojos de vuestro corazón (Ef 1,18). Al presente, motivo a la debilidad, esos ojos son iluminados por la fe; luego, ya vigorosos, serán iluminados por la realidad misma” (S. Agustín). Los "limpios de corazón" son los que aman, viven la actitud contraria a lo que entendemos cuando hablamos de fariseísmo.
Hay que entender a "los que trabajan por la paz" como aquellos que trabajan positivamente por la paz, entendida como la plenitud de vida que Dios quiere para todos los hombres.
El resto del sermón de la montaña y todo el evangelio de Mateo irán concretando esta proclamación. Son palabras revolucionarias, un radical trueque de los valores en los que se inspira la mentalidad corriente: la de los tiempos de Jesús no menos que la de nuestros tiempos. Efectivamente, la gente ha creído siempre mucho en el dinero, en el poder en sus varias formas, en los placeres sensuales, en la victoria sobre el otro a cualquier precio, en el éxito y en el reconocimiento mundano. Se trata de “valores” que se sitúan, como aparece claramente, dentro del horizonte limitado de las realidades terrenas. Jesús rompe este círculo limitado y limitante: impulsa la visual sobre realidades que escapan a la comprobación de los sentidos, porque transcienden la materia y se colocan, más allá del tiempo en el ámbito de lo eterno. El habla de reino de los cielos, de tierra prometida, de filiación divina, de recompensa celeste, y en esta perspectiva afirma la preeminencia de la pobreza en espíritu, de la mansedumbre, de la pureza de corazón, del hambre de justicia, que se manifiesta no en la violencia, sino en soportar valientemente la persecución (Juan Pablo II).
Las bienaventuranzas no son otra cosa que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Algo que sucede después de haberse decidido por Jesús, lo que uno se va a encontrar en su vida después de dar un sí a Cristo. Ante las contrariedades, una voz le asegura: «No te desanimes. No eres ningún desgraciado. Todo lo contrario: eres un bienaventurado. Eres tú quien está construyendo el Reino y llegará un día en que esto aparezca con toda claridad». La perspectiva de futuro que Jesús introduce no es una evasión; es, sencillamente, la certeza que necesita el luchador de que su lucha no es una quimera, la certeza de que su lucha vale la pena porque efectivamente lleva a un término glorioso (J. Jeremias).
2. “Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor”. En medio de la niebla espiritual existente por aquel entonces en Israel, en el s. VII a.C. aparece una luz, un movimiento de restauración política y religiosa (reforma de Josías y promulgación del Deuteronomio). La gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira") será una idea dominante del profeta. El hombre ha de rendir cuenta a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo: "el pueblo despreciable" va a ser aniquilado y el "pueblo humilde" buscando la justicia busca a Dios: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos”: el Resto de Israel, los que se escapan a la tentación de infidelidad a Dios, no sólo es algo que sucedió en la historia. En la persona de cada uno de nosotros se desarrolla el mismo drama. El amor de Dios manifestado en cada una de nuestras existencias es acogido y respondido en fidelidad por escasos sectores de nuestra persona.
 “El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos”. Son los indefensos: “dígase a una persona que se encuentra en algún aprieto: «Hay un varón poderoso que puede salvarte.» Al oír esto, sonríe, se alegra y recobra el ánimo. Pero si se le dice: «Dios te libra», se queda desesperanzado y como helado. ¡Te promete socorro un mortal, y te gozas; te lo promete el Inmortal, y te entristeces! ¡Ay de tales pensamientos!... Sólo en el Hijo del Hombre está la salvación; y en Él reside no porque sea Hijo del Hombre, sino porque es Hijo de Dios" (San Agustín). Cristo es el misterio, sacramento, “el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos”. Dichoso el que espera en el Señor, su Dios. Y a lo largo de toda su actividad terrena, el Señor percibió de una manera espontánea y vital los sentimientos contenidos en este salmo.
“El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad”. De ese reinado se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta.
3. “Considerad vuestra llamada, hermanos”: palabras que “nos invitan a reflexionar sobre una dimensión fundamental de nuestra existencia: nuestra vida forma parte del designio amoroso de Dios. San Pablo es explícito a este respecto. Por tres veces, en la lectura de hoy, afirma que Dios ha elegido a cada uno de nosotros, de manera que somos en Cristo Jesús, el cual se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención.
Este es, en efecto, el maravilloso mensaje de la fe: en los orígenes de nuestra vida hay un acto de amor de Dios, una elección eterna, libre y gratuita, mediante la cual, Él, al llamarnos a la existencia, ha hecho de cada uno de nosotros su interlocutor: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios” (Gaudim et Spes,19).
Llucià Pou Sabaté
San Valero, obispo

«Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Ale graos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron.» (Mateo 5, 1-12)
1º. «Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos» (CEC.- 1717).
Jesús, llamas bienaventurado -dichoso, feliz- al pobre de espíritu y al que llora.
La alegría no está en la posesión de riquezas o en la ausencia de dolor, sino en el amor con el que se vive.
El pobre de espíritu es el que está desprendido de lo que tiene, sea mucho o poco y, al no estar atado por el afán de las cosas materiales, tiene libertad para amar a los demás.
El que sufre con paciencia, agranda su capacidad de sacrificio, de entrega, y crece de esta manera también su capacidad de amar.
«Bienaventurados los mansos, los misericordiosos y los pacíficos.»
Estos saben pasar por alto los defectos de los demás, saben comprender sus flaquezas.
Sólo el que es capaz de comprender, de compadecerse, podrá luego amar de verdad.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, los que padecen persecución por la justicia.»
Si amo de verdad, no me conformaré con comprender a los demás, sino que intentaré que mejoren, que sean más felices.
No es el cristianismo un espíritu pasivo; pacífico sí, pero no pasivo.
Es, más bien, un espíritu inconformista: inconformista con la injusticia, con la insolidaridad, con la mentira, y con el egoísmo materialista.
2º. «Ante las acusaciones que consideramos injustas, examinemos nuestra conducta, delante de Dios, «cum gaudio et pace» -con alegre serenidad, y rectifiquemos, aunque se trate de cosas inocentes, si la caridad nos lo aconseja.
-Luchemos por ser santos, cada día más: y, luego, «que digan», siempre que a esos dichos se les pueda aplicar aquella bienaventuranza: (...) bienaventurados seréis cuando os calumnien por mi causa» (Forja.- 795).
Jesús, si alguien critica mi comportamiento, mi trabajo o mi apostolado, lo primero que debo hacer es considerar mis errores, y cambiar lo que esté mal.
Porque lo que importa es que vaya mejorando como persona y como cristiano que, en mi caso, coinciden en un solo objetivo: luchar por ser santo.
Pero si las críticas no son por mis errores, sino por tu causa, entonces: ¡adelante! Porque esa contradicción será fuente de felicidad.
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.»
Jesús, para descubrirte en los demás y en la Eucaristía, es necesario que en mi corazón no se meta el egoísmo de la impureza, de la avaricia o de la vanidad.
Estos tres egoísmos manchan el corazón y lo incapacitan para amarte de verdad, porque provocan una dependencia casi enfermiza con lo que produce placer personal, y atrofian la capacidad de servir; de darse a los demás: de amar.

viernes, 27 de enero de 2017

Sábado semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

En medio de las dificultades el Señor se hace presente y nos ayuda. Pide de nosotros la fe, que nos da un sentido a todo
“Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Marcos 4,35-41).
1. Después de la serie de parábolas, Marcos aborda una serie de milagros. Los cuatro milagros citados aquí por san Marcos no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los discípulos... para ellos, para su educación. Es algo así como con las parábolas, de las que Marcos cuida varias veces de advertirnos de "que Jesús lo explicaba todo, en particular, a sus discípulos" (Mc 4,10; 4,34).
-Jesús había hablado a la muchedumbre. Llegada ya la tarde dijo a sus discípulos: "Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre, le llevaron según estaba en la barca”... Instantes de intimidad más tranquilos, en los que Jesús está solo con sus amigos. Deja la Galilea, va a la región pagana de los Gerasenos, país nuevo donde la Palabra de Dios no ha sonado todavía, país de misión... donde viven nuevos creyentes en potencia y donde hay nuevas conversiones posibles. Va allá "con sus discípulos". Tendrán algo más de tiempo para hablar, con la mente reposada, tranquilamente, lejos de la gente. Señor, si lo quieres, sube a menudo a mi barca, salgamos juntos.
-“Se levantó un fuerte vendaval. Las olas se echaban sobre la barca, de suerte que se llenaba de agua”. ¡Sorpresa! La ráfaga que empuja la vela y, de repente, sin esperarlo, tumba la barca. El lago Tiberíades parece estar habituado a estos bruscos asaltos inesperados. Desconcertante. ¿Acepto yo dejarme conducir por Dios, hasta no saber adónde me va a llevar?
-“Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal”. Para esto, se necesita: -Sea un equilibrio natural excepcional... -Sea una fatiga inmensa... Te contemplo, Jesús, durmiendo, tu cabeza sobre el cabezal, en la popa del barco.
-Sus discípulos le despiertan y le gritan: "Maestro, ¿no te importa? Estamos perdidos”. ¡Cuántas veces tenemos también nosotros esta impresión! Señor, ¿Tú duermes? ¡Despiértate, no me dejes solo con este problema! (Noel Quesson).
Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme.
-“Y despertando, mandó al viento y dijo al mar: "Calla, sosiégate". Y se aquietó el viento y se hizo completa calma”. Sueño, Señor, con esa completa calma que siguió... recuerdo cuanto has dicho, de que estarás con nosotros cada día, hasta el final de los tiempos. Contigo, ¿cómo temeré?
-“Jesús les dijo: "¿Por que teméis? ¿Aún no tenéis fe?" Y sobrecogidos de gran temor se decían unos a otros: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia. A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades. Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de persecuciones y de fatigas. A veces son dudas, otras miedo, o dificultades de fuera, crisis y tempestades que nos zarandean. Pero a ese Jesús que parece dormir, sí le importa la suerte de la barca, sí le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. No tendríamos que ceder a la tentación del miedo o del pesimismo. Cristo aparece como el vencedor del mal. Con él nos ha llegado la salvación de Dios. El pánico o el miedo no deberían tener cabida en nuestra vida. Como Pedro, en una situación similar, tendríamos que alargar nuestra mano asustada pero confiada hacia Cristo y decirle: «Sálvame, que me hundo» (J. Aldazábal).
2. El Antiguo Testamento nos da ejemplos de «hombres de Fe»: “-La fe es anticipo de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. La fe es una paradoja: nos hace «poseer» ya lo que no tenemos y además nos hace «conocer» lo que cae fuera de la capacidad de nuestros sentidos.
La fe es Dios en el hombre, es un inicio del cielo, es la alegría eterna, presente ya en el seno de la monotonía cotidiana.
La fe es un dinamismo vital extraordinario, una aventura en compañía de lo invisible.
La fe es la familiaridad con un inmenso entorno de realidades invisibles a los demás.
La fe es un nuevo modo de conocimiento, unos «ojos nuevos» para verlo todo.
Tantos han encontrado una vida con sentido, por la fe. Ayúdanos, Señor, a ser hombres de fe, hombres que esperan o ¡poseen ya lo que esperan!
-“Gracias a la fe, Abraham obedeció a la llamada de Dios...” Partió sin saber adonde iba... La fe es confiar en la palabra de alguien... es ponerse en camino... es avanzar en la noche hacia la luz... es esperar una ciudad perfecta donde ¡todo será «edificado» sobre el amor! La fe es también trabajar en ese «sentido» sin ver aún los resultados... pero con la seguridad que está el taller preparado y que ya se construye, porque Dios actúa: Él es a la vez el arquitecto, que hace el plano, el constructor, el que realiza la obra día a día.
-“Gracias a la fe, Sara también, aun fuera de la edad, recibió vigor para ser madre porque creyó que Dios sería fiel a su promesa”. Creer en la fecundidad de mi vida, a pesar de las apariencias contrarias. Trabajar según mis medios y confiar en las promesas de Dios: cuando se ha hecho todo como si no se esperase nada de Dios, aún es preciso esperarlo todo de El como si uno mismo no hubiera hecho nada...
-“En la fe murieron todos ellos sin haber conseguido la realización de la promesas, pero la habían visto y saludado desde lejos. De hecho aspiraban a una patria mejor, la de los cielos”. El «hermoso riesgo de la fe» llega hasta aceptar morir pensando que la muerte no es caer en la nada, sino en las manos del Padre. Se deja una patria por otra mejor (Noel Quesson).
3. ¿Creemos también en tiempos de crisis y de «noche oscura del alma»?, ¿o sólo cuando Dios nos regala la sensación de su cercanía? Abrahán, patriarca de los creyentes, es modelo de fe para animarnos en tiempos que a nosotros nos parecen difíciles. Su fe en la fidelidad de Dios la deberíamos tener también nosotros, los que en el Benedictus de Laudes (y hoy como salmo responsorial), decimos que nos alegramos de la fidelidad de Dios, porque actúa «recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán»; los que confiamos en que, como decimos en el Magníficat de Vísperas, Dios se acuerda «de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
Santo Tomas de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, es el patrono de los estudiantes. Nacido en Aquino de noble familia, estudió en Montecasino y en Nápoles, donde se hizo fraile dominico. Esto no le hizo gracia a su madre, pues eran otros los planes de la altiva condesa, y lo encerró en el castillo. Allí sucedió la conocida escena. Una noche llevaron a una mujer a su habitación para seducirlo. Tomás venció como se vencen las tentaciones contra la pureza. Cogió rápidamente un tizón encendido y ahuyentó a la mujer. Pronto se durmió, y he aquí que dos ángeles le despertaron y le ciñeron un cordón incandescente. Ya no tuvo más tentaciones de impureza.

No perdía el tiempo en la torre del castillo. Rezaba y leía los libros que le lograba pasar un fraile dominico. Un día con una estratagema le ayudó a evadirse. Poco después Tomás estudiaba en Colonia y en París, como discípulo de San Alberto Magno. Fue un alumno modelo. Embebido en los estudios, no participaba en recreos ni discusiones. Por ello lo llamaban «el buey mudo». Sí, dijo su maestro, pero sus mugidos resonarán en todo el mundo.

Tomás era el primero en cumplir los consejos que un día daría a un estudiante: No entres de golpe en el mar, sino vete a él por los ríos, pues a lo difícil se ha de llegar por lo fácil. Sé tardo para hablar. Ama la celda. Evita la excesiva familiaridad, que distrae del estudio. Aclara las dudas. Cultiva la memoria. No te metas en asuntos ajenos no pierdas tiempo.

El Papa le ofreció el arzobispado de Nápoles. Pero era otra la misión de Tomás. Se la mostró un día su maestro: la doctrina cristiana estaba en peligro de contaminarse con el aristotelismo averroísta, importado de España. Era preciso absorberlo, asimilarlo, cristianizarlo. Era la gran hazaña a que estaba llamado Tomás, y que realizaría soberanamente.

San Alberto traspasó la cátedra de París a Tomás. Empezó comentando a Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, y asombró a todos por su claridad y profundidad. Sus comentarios sobre Aristóteles, su atrevimiento al «bautizarlo», le atrajo la envidia y enemistad de muchos profesores. Fue una lucha encarnizada, acosado por agustinianos y averroístas. Su método quedó consagrado al canonizarle el Papa Juan XXII el año 1324.
Tomás enseñaba, predicaba y escribía. Obras principales: Sobre la Verdad, Suma contra gentiles, comentarios al Cantar de los Cantares. Su obra maestra es la Suma Teológica, síntesis que recoge todo su pensamiento. Armoniza el caudal filosófico y religioso griego y cristiano, conciliación audaz y lograda, una de las mayores hazañas del pensamiento humano.

Su vida de oración era profunda. Nunca se entregaba al estudio sino después de la oración, afirma su amigo fray Reginaldo. Sus escritos sobre el Santísimo Sacramento y sus sermones nos hacen dudar si predominaba en él el teólogo o el místico. Derramaba muchas lágrimas en la Misa y caía frecuentemente en éxtasis. Una vez oyó del Señor: «Bien has escrito de mí, Tomás. ¿Qué recompensa quieres? - Ninguna, sino a Ti, Señor», respondió.
Un día tuvo una «visión» celebrando Misa. Estaba por entonces escribiendo en la Suma sobre los Sacramentos, y ya no escribió más. «No puedo más, repetía cuando le insistían a que acabase. Lo que he escrito, comparado con lo que he visto, me parece ahora como el heno. No insistáis, no puedo más»

Invitado por el Papa Gregorio X, se dirigió al concilio de Lyon. Se sintió enfermó en el camino. Le acogieron en el monasterio de Fossanova. Herido en la «visión» parcial, el 7 de marzo marchó a la visión plena.