jueves, 8 de mayo de 2014

Jueves de la semana 3 de Pascua

Jesús, pan de Vida, nos enseña el sentido del sufrimiento, y nos estimula a preocuparnos de los demás
Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna.Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6,44-52).
1. Seguimos con la fe, y ya anuncia Jesús la Eucaristía, el pan que nos dará. San Agustín enseña: «El maná era signo de  este pan, como  lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad  hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...». Así dice el Evangelio (Jn 6,44-51): “nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna”. No dice “tendrá”, sino “tiene”, pues la fe nos da ya lo que esperamos… un modo de vivir nuevo. San Ambrosio dirá: «Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá  para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto».
Sigue Jesús: “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Queremos ser testimonios de la Verdad, como pedimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Dirá San Ignacio de Antioquía: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo».
2. Los Hechos (8,26-40) nos muestra hoy a Felipe, que un ángel le dice: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». El evangelio, en los caminos… Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás. Y sigue el texto: “allí ve a un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, que regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías”. (Etiopía es el reino de Nubia, entonces su capital era Meroe, y se extendía al sur de Egipto más allá de Asuán, actualmente parte del Sudán, y Candace no era una persona real sino la dinastía de las reinas -entonces el país era gobernado por mujeres. Eunuco era en general un empleado de la corte, quizá ministro del tesoro).
El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él”. (Felipe iría en mula, la ataría al carruaje del ministro y subiría a leerle el pasaje que no entiende, el poema del Siervo que hemos meditado durante la semana santa. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso. El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Gran pregunta!).
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es incomible!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar.
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que está lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo. Jesús nos salva en la Pascua, pero sobretodo demuestra su amor en el sufrimiento llevado hasta la muerte, que es lo que tiene mérito: resucitar no tiene tanto mérito como dar la vida, esto sí cuesta, y es lo que hace Jesús por nosotros, para darnos la Vida.
-“Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús”. Pues «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
El pasaje de la Escritura que leía era éste: “Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos”. El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?».
Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea”.
-“Y el Etiope siguió gozoso su camino”. Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría! (Noel Quesson).
3. Es lo que canta el Salmo (66/65,8-9.16-17.20): Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; Él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies. Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que Él hizo por mí. Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó. Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia”. En la Colecta proclamamos esa gratitud y alabanza: «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad».
Llucià Pou Sabaté


Nuestra Señora de los Desamparados

Fue en la mañana del primer domingo de Cuaresma de 1409, cuando se dirigía a predicar en la homilía de la Misa mayor en la Catedral de Valencia, el religioso de la orden mercedaria, Fray Juan Gilabert Jofré, coetáneo y amigo de San Vicente Ferrer, observó, durante el trayecto, que un grupo de muchachos maltrataba cruelmente a un pobre loco. Intervino el buen fraile en socorro del desgraciado y tras detener y reprender a los jóvenes, prosiguió su camino vivamente impresionado por el suceso. Tanto fue así que modificó el contenido de su sermón, incluyendo en él una emotiva llamada a la caridad y a favor de los “ignoscentes” que abandonados a su miseria por las calles, eran sujeto de toda clase de abusos y, asimismo, proteger a los ciudadanos de sus inconscientes acciones.

No cayeron en vacío sus palabras pues sus encendidas razones calaron en el ánimo de los presentes, entre los cuales se encontraba un mercader llamado Lorenzo Salom, que se erigió en principal valedor y promotor efectivo de la idea, de tal manera que diecinueve días después el Consejo General de la Ciudad estudiaba la iniciativa y dos meses y medio más tarde comenzaban las obras de un hospital con esta finalidad. El documento de su fundación, firmado por el rey Martín V el Humano, el 15 de marzo de 1410, establece, y en esto radica la originalidad de la propuesta, que a la atención humanitaria dispensada a los allí acogidos, se les proporcionara además asistencia médica, lo cual significaba, cultural y científicamente, la fundación del primer hospital psiquiátrico del mundo. La institución recibió el nombre en valenciano de “Hospital dels Ignocens, Folls e Orats” que, según la moderna psiquiatría, corresponde a “oligofrénico, psicósico y demenciados”.

En principio, el Papa Benedicto XIII dio por titulares y patronos del nuevo hospital a los Santos Inocentes Mártires, por ser los únicos santos a quien la iglesia tributa culto sin haber alcanzado el uso de razón en su breve vida mortal. Sin embargo, llevado por el fervor de su espíritu mariano, el pueblo valenciano empezó a tomar la costumbre de denominar al nuevo hospital con el nombre de “Nostra Dona Sancta Maria dels Innocens”, es decir, Nuestra Señora de los Inocentes. Tal fue el arraigo que alcanzó el nombre que el propio pontífice aceptó el nombre en el privilegio de fundación de una Cofradía. De este curioso modo nació una advocación de la Virgen antes que su imagen representativa.

La citada Cofradía o hermandad surgió con la idea de apoyar al Hospital con mayores recursos materiales y humanos. Sus miembros se propusieron practicar las mismas obras de misericordia del hospital y además, asistir al entierro de los dementes y cofrades, sufragar gastos del Hospital y de actos religiosos. El celo y entusiasmo de esta Cofradía pronto quiso ampliar el campo de sus asistencias más allá del Hospital y, así, se establece entre sus normas la ayuda a los condenados a muerte, proporcionándoles consuelo espiritual y cristiana sepultura, también se establecieron socorros y ayudas para los propios cofrades en caso de enfermedades, viudedad o defunción. Pronto empezó a atender a náufragos, desamparados y prostitutas por expresa gracia de Doña María de Castilla, esposa de Alfonso el Magnánimo, Rey de la Corona de Aragón.

La Cofradía alcanzó gran expansión, creándose otro hospital donde tenían acogida y eran atendidos toda clase de marginados. Se estipularon ayudas para dotes de huérfanas, para los encarcelados y necesitados, para los expósitos, y cantidades destinadas al pago de rescate de cautivos en tierras de infieles.

En este contexto, se vio la necesidad de proporcionar una nueva imagen de la Virgen para representar el patrocinio sobre los dementes del Hospital y la piadosa Cofradía, por lo que, sin pretenderse, había surgido una nueva advocación la Santísima Virgen destinada a tener un alcance universal. Por decreto del Rey Fernando el Católico firmado en Barcelona el 3 de junio de 1493, la advocación recibió el título de Nuestra Señora de los Inocentes y de los Desamparados.

La imagen, que se diseñó en tamaño natural y con dorso plano con el propósito de poderse acomodar sobre el féretro de los cofrades fallecidos en posición yacente, aunque en fiestas y solemnidades aparecía en posición vertical y con un manto de sedas, origen del actual, para disimular esta circunstancia. En un principio la imagen se guardaba y veneraba en casa del Clavario de la Cofradía, pero tras doscientos años de pervivencia de esta costumbre, y ante los graves inconvenientes que ello presentaba, se destinó una pequeña capilla en la Plaza de la Seo, lugar donde se alzó más tarde, en 1652, la actual Basílica menor, dignidad otorgada por el Papa Pío XII, mediante la que se reconocía, más que su valor artístico, su valor espirtitual como centro y símbolo de la devoción mariana de Valencia y aliento de innumerables obras de misericordia. Ya en pleno siglo XX el Papa San Juan XXIII, declara “... a la BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA bajo el título de NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS, Celestial PATRONA PRINCIPAL ante Dios DE TODA LA REGIÓN VALENCIANA...”

La onomástica de las “Amparos” se celebra el 8 de Mayo, aunque en la ciudad de Valencia se celebra con grandes solemnidades y festejos el segundo domingo de ese mes. La devoción a esta advocación de la Virgen ha llegado hasta L’Alguer (Sicilia), Manila (Filipinas), Iglesia de Santa Ana, Buenos Aires (Argentina) Basílica de San Nicolás; una población de Costa Rica lleva el nombre de “Desamparados”; también en Llobasco (El Salvador), varias poblaciones de Guatemala, Nicaragua y Venezuela; Méjico conserva vestigios en Puebla y le han dedicado la “Ciudad de los Muchachos” y la fructífera obra del Padre Álvarez en Monterrey. Asimismo, se le reza en diversas misiones de la India y África.

«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: -Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: -Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.» (Juan 19, 25-27)
1º. El Evangelio nos dice que María estuvo al pie de la Cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19,25).
María contempló con el alma desgarrada de dolor los preparativos de la Crucifixión.
Vio cómo clavaban las manos y los pies de Cristo.
Contempló cómo se burlaban de Él los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los fariseos.
Y cómo los soldados, ajenos a la grandeza de aquellos momentos, se jugaban a los dados la túnica de Jesús.
Oyó cómo Cristo pedía perdón para los que le crucificaban.
Y cómo prometía el Paraíso al Buen Ladrón.
Cristo quiso pasar por los más dolorosos tormentos de cuerpo y alma para llegar hasta el colmo del amor.
Por eso, también María sufrió tanto.
Hay un hondo misterio en estos padecimientos del Hijo y de la Madre.
Jesucristo, por infinito amor a Dios Padre y a los hombres, asumió todo el dolor y así se ofreció como víctima por nosotros a Dios Padre y nos reconcilió con Él.
María, su Madre, fue asociada íntimamente a este dolor y María también lo asumió con amor y por amor a Dios y a los hombres.
Así, a una con Cristo se ofreció a Dios Padre por la humanidad.
De esta manera, cooperó de modo único y excepcional, por gracia de Cristo y a una con Él, en la misma redención del género humano.
Por eso María es la Corredentora.
No es que Jesucristo tuviera necesidad de Ella. No. Cristo satisfizo sobreabundantemente a Dios Padre con su vida, pasión y muerte.
Es que Cristo quiso tener unida con Él a su Madre para que se ofreciera junto con Él a Dios.
Así “cooperó con él en forma del todo singular en la restauración de la vida sobrenatural de las almas Por tal motivo es nuestra Madre en orden de la gracia” (Vaticano II.-L. G.-61).          
El dolor, desde que fue asumido por Cristo y por María, es sobre todo redentor.
Y vale no por sí mismo sino por el amor con que lo aceptamos.
Pidámosle a María que sepamos ofrecerlo por nuestros pecados y por la salvación del mundo.
2º. Vio cómo su Hijo se dirigía a Ella y luego a San Juan con unas palabras que suponían una tremenda despedida llena de contenido.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dijo a María refiriéndose a San Juan, y a San Juan le dijo: “He ahí a tu Madre” (Juan 19,25-27), refiriéndose a María.
En estas palabras hay algo de suma trascendencia que se refiere a María y a todos los hombres.
Porque en San Juan estaba representada toda la humanidad.
Lo que hace Cristo es proclamar solemnemente a la faz del mundo que María es Madre de todos los hombres y que todos los hombres somos hijos de María.
Pero la Maternidad de María sobre todos los hombres no empieza en este momento.
Cristo proclama abiertamente lo que es una realidad desde el momento de la Encarnación de Cristo.
Cuando el Hijo de Dios se hizo Hombre en el seno de la Santísima Virgen, Cristo asumió una naturaleza humana, su naturaleza de hombre.
Pero además quedó constituido en Cabeza espiritual de toda la humanidad.
Así, cuando María engendraba a Cristo corporalmente, engendraba espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza.
Cuando en Belén María daba a luz corporalmente a Cristo, daba a luz espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza, es decir, a Cristo con todos los hombres.
Y ahora viene otra afirmación importante. Los dolores de parto que no padeció María en Belén ni por Cristo ni por nosotros, los sufrió únicamente por nosotros en el Calvario.
Aquí se completó la Maternidad espiritual de María.
Por eso dicen los Padres de la Iglesia que la Maternidad espiritual de María se cumplió en dos momentos: En Nazaret con la Encarnación y en el Calvario con los dolores sufridos por todos nosotros.
María es así verdadera Madre nuestra en el orden del espíritu y de la gracia.
Y como Madre, nos quiere entrañablemente.
Nos quiere porque somos sus hijos.
Y como hace la madre buena, aunque quiere a todos los hijos por igual, se preocupa más y cuida con más solicitud del hijo que está enfermo.
Recurramos, pues, humildemente a su misericordia, porque en Ella encontraremos siempre el auxilio oportuno.
Cristo, cuando sufría por nosotros en la Cruz nos conocía, veía nuestros pecados y nuestros buenos deseos.
María no nos veía.
Pero sufrió y se ofreció por nosotros.
Hoy nos ve y nos conoce desde el cielo y está más pendiente de cada uno.
Ella, siempre como Madre buena.
Nosotros debemos ser buenos hijos de su corazón.

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