lunes, 21 de noviembre de 2011

Martes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios suscitará un reino que nunca será destruido, sino que acabará con todos los demás reinos. No quedará

Martes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios suscitará un reino que nunca será destruido, sino que acabará con todos los demás reinos. No quedará piedra sobre piedra de lo viejo.

Lectura de la profecía de Daniel 2, 31-45. En aquellos días, dijo Daniel a Nabucodonosor: -«Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra. Éste era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos. Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro. Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida del monte sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro. Éste es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta.»

Salmo responsorial Dan 3,57.58.59.60.61. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor.
Cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor.
Ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Evangelio según san Lucas 21,5-11. En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -«Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron: -«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: -«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "el momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: -«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. »

Comentario: 1.- Dn 2,31-45. a) Dios premió la fidelidad de Daniel y sus compañeros con el don de la sabiduría. Daniel supo interpretar para el rey la visión de aquella gigantesca estatua que contenía en sí cuatro etapas de la historia. Una visión que ninguno de los adivinos del rey había logrado descifrar.
b) Es la clave de la historia, con su sucesión de imperios y reinos, todos caducos, a pesar del orgullo de sus reyes. La misma historia humana se encarga de que los varios imperios sean derribados por el siguiente. Las causas pueden ser políticas o económicas o militares, además de los aciertos y los defectos humanos. Pero aquí la historia de los cuatro imperios -que, escrita unos siglos más tarde, ya se ve en perspectiva cumplida- se interpreta desde la visión de la fe, y se anuncia, además, la llegada de un reino procedente del cielo, el del Mesías. La lectura de hoy nos da ánimos para que confiemos en ese Reino universal de Cristo, que celebramos el domingo pasado y que da color a estos últimos días del Año Litúrgico y al próximo Adviento. Todo lo demás es caduco. Cristo, ayer, hoy, y siempre, el mismo.
La interpretación del sueño de Nabucodonosor alude -con los diversos metales- a los diversos reinos que se han ido sucediendo, para el tiempo en que se escribe este libro. Después del babilonio de Nabucodonosor (oro) el medo (v 39), el persa (v 39b) y el griego (vv 40ss), que se explicita más por ser el contemporáneo del autor: hasta la herencia de Alejandro (hierro), dividida entre los Láguidas (hierro) y Seléucidas (barro cocido). Al final de la visión apocalíptica se espera la aparición del reino de Dios (v 44: "el Dios de los cielos"; v 45: la piedra se desprende "sin ayuda de mano") que "permanecerá para siempre" (v 44). En la frase final ("el sueño es verdadero y cierta su interpretación": v 45) no es tanto a Nabucodonosor cuanto a los lectores a los que el autor tiene presentes. Es una esperanza de que el reino de Dios está cerca, como anunciará Jesús, y cuya pronta venida nos exhorta a pedir en el Padre Nuestro.
El cap. 2 de Daniel es considerado frecuentemente por los exégetas como anterior a la redacción del libro en sí. Se le suele situar en la primera mitad del siglo III. La idea principal de este capítulo es revelar el sentido de la historia dirigida por Dios y su fin último: la constitución de su reino sobre la tierra. Nabucodonosor tuvo un sueño que solo Daniel, entre todos los sabios, conoce porque Dios se lo ha revelado, cumpliendo de antemano la palabra de Cristo: "Tú se lo has revelado a los pequeñitos y ocultado a los sabios" (Lc 10,21-24: vv 14-19). Los cuatro reinos, cifra simbólica que la Biblia utiliza frecuentemente para designar las fuerzas terrestres (Ez 1,5-18; 7,2; 10,9-21; 14,21; 37,9; Zac 2,1-2,11; 6,1-5; Am 1,3-4; Is 11;12; Jer 15,2-3). Esta lucha por el poder entre las potencias terrestres es causa de una incesante decadencia. Este proceso regresivo es igualmente una idea muy del agrado de la Biblia: una historia dirigida en exclusiva por el hombre le conduce inevitablemente a la decadencia (cf. Gen 3,1-6,12).
a) El pasaje leído en la liturgia se centra sobre todo en la descripción de esa piedra destructora (vv 34-35; 44-45). Arrojada contra la estatua de los imperios humanos sin la intervención de mano alguna, la piedra, es, pues, dirigida por el mismo Dios (v. 34). El v. 45 precisa, por otro lado, que se ha desprendido de una montaña, lo que puede ser también una manera de decir que proviene de Dios, ya que la montaña es con frecuencia un símbolo divino (Sal 35-36,7; 67-68,1; Is 14,13; Ex 3,1). La piedra se convierte, a su vez, en una gran montaña que "llena toda la tierra", a la manera de la gloria de Dios (núm 14,21; Is 6,3; Hab 2,14; Sal 71-72,19; Is 11,9; Sab 1,7). ¿Cuál es el significado de esa piedra? ¿Designa a un Mesías personal o a todo el pueblo mesiánico?
Por otra parte, aquí tenemos puntos de reflexión para una filosofía de la historia, para una teología de la historia, como hacía S. Agustín en La ciudad de Dios y Juan Pablo II en Memoria e identidad. Ahí se nos habla de que Dios actúa diciendo “¡basta!” a los 9 años de nazismo o 70 de comunismo, y por una piedra pequeña caen los muros de Berlín y el gran gigante, el imperio ruso… aquí no hay lugar a ahondar en ello, pero siendo importante lo que hacemos, la historia está movida por los pequeños (los pastores de Fátima, la oración de los sencillos y sobre todo esa acción de Dios…)
b) El Antiguo Testamento ha hablado en repetidas ocasiones de una piedra en la economía de la salvación: Is 8, 11-15 hace de Yahvé una piedra de choque para las tribus de Israel: Yahvé es, en efecto, una roca de salvación (Sal 17-18,2-3); a falta de un apoyo sobre ella se corre hacia la ruina (Dt 32,15). Este texto es el más aproximado a Dan 2, en donde la piedra designaría a Yahvé, o más exactamente al monoteísmo yahvista opuesto a la idolatría (la estatua) de los grandes imperios y llamado a una rápida extensión sobre toda la tierra. La perspectiva del autor no es, pues, directamente mesiánica, sino apologética (cf. las profesiones de fe en Yahvé hacia las que apuntan los relatos de Daniel: Dan 2,46-49; 3,24-30; 4,31-32; 6,26-29; 14,40-42).
c) Sin embargo, la tradición ha dado poco a poco al tema de la piedra una interpretación mesiánica, probablemente por influjo de otros textos del Antiguo Testamento como Is 28,16-17; Zac 3,9; Sal 117-118,22, textos en los que la piedra designa claramente al Mesías personal. La autentificación de esa manera de interpretarlo mesiánicamente la ha realizado Lc 20,18 (en ósmosis con Is 8,14, y Sal 117-118,22). Es imposible saber si este pasaje de Lucas hay que ponerlo en labios de Cristo o si es más bien un proverbio forjado por la comunidad primitiva para centrar en torno a la piedra los principales testimonios escriturísticos (Maertens-Frisque y algún comentario mío).
Esta composición mixta de los pies del coloso indica la rivalidad que separaba a los Láguidas y a los Seléucidas, al mismo tiempo que subraya la fragilidad del reino seléucida, que pretendía imponer su ley a Israel. Bastará con una piedrecita para derribarlo. De esta piedra se dice que se desprenderá de una montaña, "sin intervención de mano alguna". Este detalle indica que, sin que intervengan los hombres, el derrumbamiento de los imperios terrenos será obra de Dios, que "hará surgir un reino que jamás será destruido". De esta manera, el libro de Daniel demuestra ser una crítica radical de todos los regímenes totalitarios: sólo el reino de Dios, un reino de justicia y de paz, conseguirá la eternidad (com., Sal Terrae). "Y la roca era Cristo" (1Co 10,4), dice el Apóstol. Él es la roca, la piedra que otrora contemplara el Rey en sueños, según leemos en Daniel: "Una piedra desprendida, no lanzada por mano alguna, hirió a la estatua en sus pies de hierro y barro y la destrozó...; la piedra que había herido a la estatua se hizo una gran montaña, que llenó toda la tierra". En esta piedra reconocía ya anticipadamente el Profeta al Mesías y su reino. Pero los Padres de la Iglesia, a quienes fue dado contemplar el cumplimiento de la visión, sabían que la piedra es Cristo, "una gran montaña" si miramos su divinidad; pero el "pequeño monte" de que habla el salmista (Sal 41,7) y la piedra a que alude el Profeta, si miramos su humanidad, pues "sin ser lanzada por mano alguna", es decir, sin "germen humano, del seno virginal" (san Jerónimo, a Dn. 2, 40), se hizo hombre. Y la piedra se convirtió en una gran montaña, que llenó la tierra entera; en efecto, en toda la tierra resuena el anuncio de la resurrección de Cristo y de todos los pueblos de la tierra se ha edificado el Resucitado su cuerpo místico, la Iglesia. (...) Así es como entienden los Santos Padres el sueño de Nabucodonosor. "Cristo lo es todo por amor a ti", dice san Ambrosio. "Es piedra por amor a ti: has de ser edificado. Es monte por amor a ti: has de subir. ¡Sube, pues, al monte, tú que suspiras por lo celestial! Por eso ha inclinado los cielos, para que estés más cerca de ellos; por eso está en la cima del monte, para elevarte". El Verbo hecho hombre, forma primitiva, invisible y eterna de todas las cosas y autor de su forma visible, se mostró bajo "la deformidad" de la "carne del pecado" (Rm 8,3), restaurando así la belleza del hombre dentro de la Iglesia, al penetrar en ella e iluminarla. Así convirtió la casa sobre el monte en obra suya, tan parecida a Él como la imagen de un espejo, esta casa que es "templo santo del Señor" (Ef 2,21) y que hace resaltar la belleza del monte, deformado tan sólo en apariencia. Ex Sion species decoris ejus (Emiliana Löhr).
Más allá de los trastornos políticos... en el corazón de los trastornos políticos, Dios interviene en la historia. El profeta, como en los demás libros de ese género -llamados «apocalípticos»-, no establece una clara distinción entre los diversos planos: para él todo está ligado y mezclado... la caída política de Antíoco, la independencia de su país, la liberación definitiva del fin de los tiempos. Para nosotros, HOY, lo esencial es abrir nuestros corazones a la esperanza: venga lo que venga, Dios conduce la historia y su plan avanza y tendrá éxito. Evoco el contexto histórico de HOY.
-A ti, ¡oh rey de reyes!, el Señor del Cielo ha dado reino, poder y gloria. ¡Es Nabucodonosor quien oye esas palabras! El, un rey pagano, él que ha destruido y deportado a Israel... oye decir que es «conducido por Dios». Incluso cuando hace cosas aparentemente contrarias a Dios, continúa estando bajo su control y realiza sin saberlo los proyectos de Dios. Creo, Señor, que los acontecimientos de HOY están bajo tu control. Hago oración para descubrir mejor su sentido... Te pido, Señor, que me otorgues participar en tu plan del mundo. A través de mi vida, de mis responsabilidades ¿qué puedo hacer para que la historia avance hacia su término? ¿Hacia el Reino, hacia el éxito en Dios?
-El Dios del cielo hará surgir un "reino" que jamás será destruido. La sucesión de los «reinos» terrestres prepara un «Reino» definitivo. Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros tu Reino, ¡hágase tu voluntad! Tú decías: «El Reino de Dios está cerca, está entre vosotros». Y nos encontramos en él. Estamos en los «últimos tiempos». Puedo, desde HOY, hacer que reine Dios sobre mi voluntad, sobre el rinconcito del universo, sobre el huequecito de la historia que depende de mí: familia, profesión, vida personal, vida colectiva...
-La piedrecita que viste desprenderse del monte, sin intervención de mano alguna y que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro... Jesús conocía esta profecía y la vuelve a tratar en relación a Él. «La piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular... Todo el que caiga sobre esta piedra se destrozará y a aquel sobre quien ella caiga, lo aplastará» (Lc 20,18).
-El Dios grande ha dado a conocer al rey lo que ha de suceder. Qué fuerza debieron de encontrar en tales palabras los perseguidos, los resistentes en la fe, en tiempo de Antíoco. Certeza de una victoria final de Dios. ¿Es también mi fe HOY una fuerza para mí? ¿Tengo el sentido del «porvenir»? ¿Estoy vuelto hacia el porvenir que Dios prepara? ¿Espero pasivamente «lo que ha de suceder»? o bien, ¿trabajo humildemente en la parte que puedo? (Noel Quesson).
Daniel es el héroe poseedor de la sabiduría que Dios le comunica. Es un mensajero de Dios y a través de él explica Dios la historia. Las circunstancias que acompañan a los judíos en los tiempos del libro de Daniel no son gratas: están dominados y, además, por una potencia enemiga de Dios. Por eso el autor tiene que alentarles con la esperanza.
El sueño resulta ser lo más patético y trascendente que jamás se haya escrito. La estatua de pies de arcilla es una imagen hoy proverbial y de clara significación. Podríamos fijar la atención en los Imperios que representan las diferentes partes de la estatua y hacer su historia. Pero será mejor que nos detengamos en la teología del sueño. O sea, que, a pesar de toda su fuerza, los Imperios se desploman uno después de otro y, al final, una piedrezuela, un suceso que a los ojos de los hombres parecía carecer de importancia, derriba todos los fundamentos humanos. A los judíos les era imprescindible que alguien les confortase con la esperanza de que su situación en modo alguno podía ser duradera. Debido a ello se recurre a este sueño de significado histórico. ¡Qué importa que Nabucodonosor hubiese sido un gran rey! Pasó, igual que pasaron los Imperios posteriores a él. Si esto se relata en forma de profecía, rasgo característico en la apocalíptica, la argumentación parece ser que todavía adquiere más vigor. Todo era claro para los que lo leían: pasó Nabucodonosor, pasaron los medos y los persas, pasó Alejandro Magno y pasaron igualmente los seléucidas. O sea, que todo Imperio terrenal es como un gigante de pies de arcilla que puede derrumbarse en cualquier momento. Pero el pueblo fiel a Dios no pasará jamás. Esto puede parecer una tesis exagerada para quien no tiene puesta su confianza en Dios, pero en lo que se refiere al fiel, la cuestión es muy clara. Antíoco, nuevo gigante de pies de arcilla, también caerá. Daniel era un ejemplo de piedad. El que triunfa es él. La piedad es, pues, maestra de la vida y de la historia (J. Mas Bayés).
Hay también interpretaciones que podemos acomodar y que, no siendo exegéticas, pueden en un valor simbólico servirnos como ha hecho la tradición: se decía que los hombres, como la estatua que soñó el rey Nabucodonosor, tenemos una inteligencia de oro, que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con una inmensa capacidad de amar; yo prefiero pensar que esto ha hecho daño, separar el amor del entendimiento: tenemos un corazón de oro que es el núcleo de la persona y que es inteligente y libre; y tenemos la capacidad de razonar que es la plata, y luego las pasiones con la fortaleza que dan las virtudes que es el hierro... pero los pies los tendremos siempre de barro, con la posibilidad de caer al suelo si olvidamos esta debilidad del fundamento humano, de la que, por otra parte, tenemos sobrada experiencia. Este conocimiento del frágil material que nos sostiene nos debe volver prudentes y humildes. Sólo quien es consciente de esta debilidad no se fiará de sí mismo y buscará la fortaleza en el Señor, en la oración diaria, en el espíritu de mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual. Aquí también me permito corregir tantas formas clásicas de conductismo como marionetas: el catecismo nos habla de que tenemos confianza en quienes queremos, y les hacemos partícipes de nuestra intimidad, de modo que es así, ese acompañamiento espiritual, una ayuda a nuestra oración para conocer la voluntad de Dios… De esta forma, las propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina. Nos enseña la iglesia que, a pesar de haber recibido el Bautismo, permanece en el alma la concupiscencia, el fomes peccati, "que procede del pecado y al pecado inclina" (Concilio de Trento, Sesión 5). Tenemos los pies de barro, como esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y, además, la experiencia del pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está patente en la historia del mundo y en la vida personal de todos los hombres. Cada cristiano es como una vasija de barro (2 Cor 4,7), que contiene tesoros de valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con facilidad. La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado. En nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio insustituible, para unirnos más al Señor, y para mirar con comprensión a nuestros hermanos, pues -como enseña San Agustín- no hay falta o pecado que nosotros no podamos cometer.
Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros como a San Pablo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza (2 Cor 12,9-10). El Señor nos ha dado muchos medios para vencer: se ha quedado en el Sagrario, nos dio la Confesión para recuperar la gracia: ha dispuesto que un Ángel nos guarde en todos los caminos; contamos con la Comunión de los Santos, con el ejemplo de tantas personas buenas, con la corrección fraterna... Tenemos, sobre todo, la protección de Nuestra Madre, Refugio de los pecadores... Acudamos a Ella (Francisco Fernández Carvajal, con algunos comentarios míos cambiándole el sentido). Querría ampliar esta última nota: al notar la tentación, sentimos la sugestión de la apetencia: “me apetece la manzana”, por decirlo en términos de comida, “me gusta”; ahí lo más importante es la gracia, pues, si no, caemos en lo estoico-pelagiano-voluntarista. Ya se ha dicho más arriba. Pero junto a la acción de Dios que previene y coadyuva nuestro operar, de modo que se entremezcla con él para que vaya a buen fin (es ese dejarse llevar en lo que consiste la vida cristiana: Rom 8,14) hay una tradición de ascética en el ejercicio de las virtudes que mejoran ese vivir en Cristo. Ya decía Santiago en su carta apostólica que con el despertar de la concupiscencia va germinando el pecado y si se le deja progresar, con él puede llegar la muerte, es decir que el fuego de la pasión puede anidar en el corazón del hombre, etc., pero estábamos viendo el momento de ese despertar. Decíamos que al ver la sugestión, si no hay libertad y domina algo compulsivo, nos encontramos fuera de la esfera de lo racional, como quien está bajo los efectos del alcohol, o durmiendo o fuera de control. Pero si hay advertencia, entonces el entendimiento –pienso yo- aporta los datos de la memoria, y antes de despertar la pasión correspondiente –irascible o concupiscible- piensa en las consecuencias, desde la presencia de Dios en la que nos encontramos y la bondad o maldad de a dónde nos han llevado esos actuares en otras ocasiones, a nosotros o a otras personas de las que tenemos alguna referencia. Esa memoria nos ayuda como experiencia viva y rechazamos la tentación, con la ayuda de Dios. Si tenemos esa experiencia propia o ajena, pienso que resulta mucho más fácil rechazar la tentación, y la ausencia de esas experiencias –por el contrario- por el poder seductor de la sugestión, que despierta la concupiscencia, puede hacer nublar el entendimiento. Pero no se trata de “buscar” o “justificar” esas experiencias de caídas previas: se trata más bien de no quedarse en esas caídas, pedir perdón, y aprender de la experiencia de nuestro ser de barro. De ahí que piense que la educación represiva o que cultive demasiado una protección que evite todo contacto con el ambiente del mundo, como una campana de cristal, provoque luego un choque fuerte, algo así como un desmadre, al entrar esas personas en contacto con el mundo. Ese tipo de educación sería infantilizada, y es propio de la edad infantil, cuando aún no se puede educar en la responsabilidad, y entonces sí que hay que suplir, hasta la adolescencia y en adelante (12-30 años), cuando ya se debería ir educando en esos aspectos de autodomino ante el mundo. La mundología en un primer momento puede hacer sucumbir ante algunos señuelos pero protege a través de la memoria, y además salvando lo más grave (accidentes de moto y coche, y drogas, y enfermedades de transmisión sexual, sobre todo) que hay que avisar claramente, lo demás es de fácil arreglo. Es la máxima conocida de que Dios perdona siempre, las personas a veces, la naturaleza no perdona… La lucha, decía S. Josemaría, ha de ponerse en cosas pequeñas, lejos de los muros principales de la fortaleza, para entrenarse en esas escaramuzas y conseguir así que el enemigo llegue con pocas fuerzas a lo principal. Pero no basta la experiencia… luego está el juicio, llamado también la conciencia que depende de la piedad, formación religiosa… aunque también puede haber escrúpulos, condicionamientos culturales… este juicio sin embargo no es la parte final, sino que después de la apreciación y el juicio sigue una tercera cosa que es el llamado imperio de la voluntad, donde si la persona se ha entrenado en las virtudes puede tener flexibilidad para saltar los obstáculos, fortaleza para resistir...

2. ¡Cuántos imperios e ideologías han ido cayendo, y siguen cayendo en nuestros tiempos, porque tenían los pies de barro! Esto nos hace más humildes a todos, y nos advierte de la tentación de poner demasiado entusiasmo en ninguna institución ni en ningún ídolo. "No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar. Exhalan el espíritu y vuelven al polvo: ese día perecen sus planes", dice sabiamente el salmo 146. Y lo mismo habría que decir de nosotros mismos, que también tenemos pies de barro y somos frágiles: no podemos confiar demasiado en nuestras propias fuerzas.
En el capítulo 3 del libro de Daniel se encuentra engarzada una luminosa oración en forma de letanía, un auténtico cántico de las criaturas, enmarcado por dos antífonas que sirven de resumen: «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos... Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos» (vv 56, 57). Comentaba Juan Pablo II: “Entre estas dos aclamaciones, tiene lugar un solemne himno de alabanza que se expresa con la invitación repetida «Bendecid»: formalmente no es más que una invitación a bendecir a Dios dirigida a toda la creación; en realidad, se trata de un canto de acción de gracias que los fieles elevan al Señor por todas las maravillas del universo. El hombre se hace eco de toda la creación para alabar y dar gracias a Dios.
Este himno, cantado por tres jóvenes israelitas que invitan a todas las criaturas a alabar a Dios, surge en una situación dramática. Los tres jóvenes perseguidos por el rey de Babilonia se encuentran en el horno ardiente a causa de su fe. Y, sin embargo, a pesar de que están a punto de sufrir el martirio, no dudan en cantar, en alegrarse, en alabar. El dolor rudo y violento de la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita la intervención divina. De hecho, como testifica sugerentemente la narración de Daniel, «el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, empujó fuera del horno la llama de fuego, y les sopló, en medio del horno, como un frescor de brisa y de rocío, de suerte que el fuego nos los tocó siquiera ni les causó dolor ni molestia» (vv 49-50). Las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor.
El Cántico de los tres jóvenes presenta ante nuestros ojos una especie de procesión cósmica que parte del cielo poblado por ángeles, donde brillan también el sol, la luna y las estrellas. Allá, en lo alto, Dios infunde sobre la tierra el don de las aguas que se encuentran encima de los cielos (cf v 60), es decir, la lluvia y el rocío (cf v 64). Entonces soplan también los vientos, estallan los rayos e irrumpen las estaciones con el calor y el hielo, el ardor del verano, así como el granizo, el hielo, la nieve (cf vv 65-70.73). El poeta incluye en el canto de alabanza al Creador el ritmo del tiempo, el día y la noche, la luz y las tinieblas (cf vv 71-72). Al final la mirada se detiene también en la tierra, comenzando por las cumbres de los montes, realidades que parecen unir la tierra y el cielo (cf vv 74-75). Entonces se unen en la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan en la tierra (cf v 76), los manantiales que aportan vida y frescura, los mares y los ríos con sus abundantes y misteriosas aguas (cf vv 77-78). De hecho, el cantor evoca también los «monstruos marinos», junto a los peces (cf v 79), como signo del caos acuático primordial al que Dios ha impuesto límites que ha de observar (cf Sal 92,3-4; Job 38,8-11; 40,15-41,26). Después llega el turno del vasto y variado reino animal que vive y se mueve en las aguas, en la tierra y en los cielos (cf. vv 80-81).
El último actor de la creación que entra en la escena es el hombre. En un primer momento, la mirada se dirige a todos los «hijos del hombre» (v 82); después la atención se concentra en Israel, el pueblo de Dios (cf v 83); a continuación llega el turno de aquellos que son consagrados plenamente a Dios no sólo como sacerdotes (cf v 84), sino también como testigos de fe, de justicia y de verdad. Son los «siervos del Señor», los «espíritus y las almas de los justos», los «santos y humildes de corazón» y, entre éstos, emergen los tres jóvenes, Ananías, Azarías y Misael, que han dado voz a todas las criaturas en una alabanza universal y perenne (cf vv 85-88). Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificación divina, como en una letanía: «Bendecid, alabad, ensalzad» al Señor. Éste es el espíritu de la auténtica oración y del canto: celebrar al Señor sin cesar, con la alegría de formar parte de un coro que abarca a todas las criaturas.
Quisiéramos concluir nuestra meditación dejando la palabra a Padres de la Iglesia como Orígenes, Hipólito, Basilio de Cesarea, Ambrosio de Milán, que han comentado la narración de los seis días de la creación (cf Gen 1,1-2,4a), poniéndola en relación con el Cántico de los tres jóvenes. Nos limitamos a recoger el comentario de san Ambrosio, quien al referirse al cuarto día de la creación (cf Gen 1,14-19), imagina que la tierra habla y, al pensar en el sol, encuentra unidas a todas las criaturas en la alabanza a Dios: «El sol es verdaderamente bueno, pues sirve, ayuda mi fecundidad, alimenta mis frutos. Me ha sido dado para mi bien, se somete conmigo al cansancio. Clama conmigo para que tenga lugar la adopción de los hijos y la redención del género humano para que podamos ser también nosotros liberados de la esclavitud. Conmigo alaba al Creador, conmigo eleva un himno al Señor, Dios nuestro. Donde el sol bendice, allí la tierra bendice, bendicen los árboles frutales, bendicen los animales, bendicen conmigo los pájaros. Nadie queda excluido de la bendición del Señor, ni siquiera los monstruos marinos (cf v 79). De hecho, san Ambrosio sigue diciendo: «También las serpientes alaban al Señor, porque su naturaleza y su aspecto muestran a nuestros ojos un cierto tipo de belleza y demuestran tener su justificación». Con mayor razón, nosotros, seres humanos, tenemos que añadir a este concierto de alabanza nuestra voz alegre y confiada, acompañada por una vida coherente y fiel”.

3.- Lc 21,5-11 (ver domingo 33C). a) A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el "discurso escatológico" de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo. Escuchamos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Es difícil deslindar los dos. La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero "el final no vendrá en seguida", y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo "yo soy", o "el momento está cerca".
b) La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos -y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey Herodes. Pero estaba próximo su fin. El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? "Cuidado con que nadie os engañe: el final no vendrá en seguida". Esta semana, y durante el Adviento, escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas (J. Aldazábal).
Jesús emplea un estilo literario y una imágenes estereotipadas simbólicas: es una especie de código del lenguaje que todo el mundo comprendía entonces, porque era el tradicional en la Biblia. Jesús habla el lenguaje de su tiempo. Emplea aquí el estilo de los «apocalipsis» de su época... si bien de un modo mucho más discreto que la mayor parte de otros apocalipsis que se han conservado de aquel tiempo. Más aún que otros pasajes del evangelio esos discursos han de ser interpretados inteligentemente. No podemos dejar de hacer una lectura algo científica si no queremos correr el riesgo de pasar por alto su sentido profundo. Son ante todo unos pasajes extremadamente oscuros, en los que están mezcladas, por lo menos, dos perspectivas: el fin de Jerusalén... y el fin del mundo... La primera es simbólica respecto a la segunda. A través de ese detalle resulta evidente cuán importante es superar las imágenes, para captar su sentido universal, válido para todos los tiempos. El acontecimiento que Jesús tiene a la vista -la destrucción de Jerusalén- nos da una clave para interpretar muchos otros acontecimientos de la historia universal.
-Algunos discípulos de Jesús comentaban la belleza del Templo por la calidad de la piedra y de las donaciones de los fieles. En tiempos de Jesús, el Templo estaba recién edificado; incluso no terminado del todo. Se comenzó su construcción diecinueve años antes de Jesucristo: era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Sus mármoles, su oro, sus tapices, sus artesonados esculpidos, eran la admiración de los peregrinos. Se decía: "¡Quien no ha visto el santuario, ése no ha visto una ciudad verdaderamente hermosa!" Jesús les dijo: "Eso que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido". Símbolo de la fragilidad, de la caducidad de las más hermosas obras humanas. Los más bellos edificios del hombre se construyen sobre las ruinas de otros edificios destruidos. En ese mismo lugar ya había estado en otro tiempo otra maravilla: el Templo construido por Salomón, hacia el año 1.000 antes de Jesucristo, y destruido por Nabuconosor en 586... El Templo contemporáneo de Jesús, el Segundo Templo del que hablan aún los judíos, contraído por Herodes, será destruido unos años más tarde por Tito, en 70 d. de J.C..., para ser reemplazado en 687 por la Mezquita de Omar, que continúa en el mismo sitio. Existe en la actualidad, junto al Muro de las Lamentaciones (resto del Segundo Templo), una exposición de lo que los judíos quieren que sea el Tercer Templo, incluso exhiben ya las vestiduras de los sacerdotes. Pero para ello tendrían que echar a los musulmanes de la Explanada de las Mezquitas, y saben muy bien que ello desencadenaría la peor guerra de que podamos imaginar…
Lejos de mezclarse con las voces admirativas de sus discípulos, Jesús hace una predicción de desgracia, en el más tradicional estilo de los profetas (Miqueas 3,12; Jeremías, 7,1-15; 26,1-19; Ezequiel, 8-11). Medito sobre la gran fragilidad de todas las cosas... sobre «mi» fragilidad... sobre la brevedad de la belleza, de la vida... Hay que saber mirar de frente esa realidad, siguiendo la invitación de Jesús: «todo será destruido».
-Los discípulos le preguntaron: Maestro, ¿cuando va a ocurrir esto y cuál será la señal de que va a suceder? Los discípulos nos representan muy bien, junto a Jesús. Ellos le proponen la pregunta que nos hacemos hoy. Querríamos también saber el día y la señal... Creemos que sería más conveniente saber la «fecha»... Jesús respondió: "Cuidado con dejarse extraviar... porque muchos dirán-: «Ha llegado el momento» No los sigáis... No tengáis pánico..." Todas las doctrinas de tipo "adventistas" fundadas sobre una susodicha profecía precisa del retorno de Cristo, quedan destruidas por esa palabra de Jesús. Hay que vivir, día tras día, sin saber la fecha... sin dejarse seducir por los falsos mesías, sin dejarse amedrentar por los hechos aterradores de la historia (Noel Quesson).
Alguna gente dedica mucho tiempo y esfuerzo a descifrar cábalas acerca del fin del mundo. Una situación similar vivieron los contemporáneos de Jesús. Para él, lo importante no era la fecha en que el mundo habría de sucumbir. Para él lo importante era la finalidad de este mundo: ¿para qué estamos aquí? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el destino de la humanidad? Para Jesús el tiempo presente y el futuro se abrían como esperanza: era el tiempo definitivo de la salvación. Por esto, había que tomarse en serio el momento presente e interpretarlo como una señal de Dios que nos llamaba a hacer de este mundo de muerte un mundo de vida. Para Jesús, el cambio era posible aquí y ahora. Hoy vivimos una agitación parecida. Estamos inundados de visiones catastróficas que nos anuncian un futuro oscuro y terrible para todos los seres vivientes. Manejan nuestro miedo para gestionarlo políticamente, desde los distintos gobiernos. Pero lo importante no es la fecha en que el mundo sucumbirá; lo importante es preguntarnos cuál es la finalidad del mundo y de la humanidad, ¿cuál es la utopía?, ¿qué futuro podemos/debemos construir?, ¿qué quiere Dios de nosotros aquí y ahora? (servicio bíblico latinoamericano).
En la imitación de Cristo (1,15,2) se lee: "Mucho hace quien mucho ama". El amor es el mejor de los maestros. Tanto haremos cuanto en verdad amemos aquello-Aquel por quien nos afanamos. Los últimos días del año litúrgico ponen al descubierto la verdad de nuestro amor. Si es verdad que el amor es el mejor de los maestros, las palabras de Jesús del evangelio de hoy las podemos meditar en esta clave: Lo importante no es la decoración externa sino la calidez de nuestro amor, esa Verdad sostén de nuestra alma y de nuestras convicciones que sobrevive a los cambios de decorado. "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida… Mirad no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis… Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo". ¿Hay mejor señal en el cielo que las provocadas por el amor?.
Es posible que alguna vez hayan llegado a tu vida señales de éstas, de las que dan sed de cielo:
• Bienaventurados son los que dan, mas cien veces bienaventurados los que dan aquello que aun quieren.
• Bienaventurados los que predican Amor, mas cien veces bienaventurados los que lo llevan en su pecho y lo hacen con sus manos porque es Cristo quien lo hace a través de ellos.
• Bienaventurados los que alaban a Dios, mas cien veces bienaventurados son los que sabiendo su "Plan para el Mundo" trabajan en su realización.
• Bienaventurados los que abren los ojos y contemplan al mundo, mas cien veces bienaventurados los que abriendo más aún los ojos contemplan el Universo del cual el mundo apenas es una mota. Y viendo su pequeñez se hacen grandes.
• Bienaventurados los que se limpian los oídos de las voces vacías de este mundo, mas cien veces bienaventurados son los que oyendo se hacen sordos para estar con los sordos y entenderlos hasta limpiarlos. Hermoso camino (cormariam@planalfa.es).
Las palabras proféticas de condena del Templo, pronunciadas por Jesús, exigen la purificación profunda de toda religiosidad. El espacio sagrado no puede convertirse en un ámbito en que podamos asegurarnos de las consecuencias destructoras que acarrea en la vida propia y ajena la presencia de nuestros egoísmos. La presencia de Dios sólo puede ser ligada a una vida que está dispuesta a aceptar su Palabra y a obrar en consecuencia. La destrucción del Templo es un trágico ejemplo de las funestas consecuencias que acarrea el rechazo del mensaje divino. Pero la destrucción de las falsas seguridades no debe llevarnos a un alarmismo nacido de un miedo que ve en todos los acontecimientos que nos rodean la intervención de Dios al final de los tiempos. Es necesario que sepamos interpretar los acontecimientos de la historia en su justa dimensión y no tomar a cada uno de ellos como un anuncio infalible del fin del mundo. Por ello Jesús nos pone en guardia para que no confundamos dos tipos de hechos que no pertenecen al mismo orden. El no dejarse engañar, confundiendo dos tipos de realidades, cobra mayor importancia ante la presencia de innúmeras revelaciones y predicciones que pretenden usurpar el nombre y la autoridad de Cristo, falsos Mesías cuya predicación ve en cada momento la realización del fin del mundo. Ante esos falsos mesías es necesario recurrir a la advertencia de Jesús. Mantener la tensión hacia el final de los tiempos y, a la vez, la serenidad para vivir el presente en todo tiempo histórico (Josep Rius-Camps).
Las palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy introducen el discurso escatológico de Lucas, con el que -al igual que Mateo y Marcos- Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén. El comienzo alude a la destrucción del templo que, en la tradición profética, es siempre consecuencia de la ruptura de la alianza por parte del pueblo (cf Ez 10,18). Viene luego un mensaje de alerta sobre los signos que acompañarán el final. Hay algunos signos claramente engañosos: la aparición de falsos mesías, la indicación precisa del tiempo. Frente a estos signos, el mensaje de Lucas es neto: el fin no vendrá inmediatamente. De esta forma el evangelista pretendía corregir la fiebre mesiánica que dominaba en algunos sectores de las iglesias de su tiempo. Las palabras relativas al destino que aguarda al templo sintetizan el material procedente de Marcos. Por otra parte, el Jesús de Lucas no está sentado en el monte de los Olivos, frente al templo, sino que permanece dentro de él. La perícopa referida a los signos antes del fin establece un claro contraste entre lo que tiene que ocurrir "primero" y el "final". De esta manera, a diferencia de Mateo, Lucas no se refiere al final del mundo sino a la destrucción del templo de Jerusalén. Hoy podemos detenernos en la consideración de los "signos engañosos". Hay muchas personas angustiadas por causa de personas y grupos que se aprovechan de la religiosidad (y, con frecuencia, de la credulidad) de muchas gentes sencillas. No faltan en algunos medios de comunicación mensajes aterradores que interpretan algunos acontecimientos actuales como signos de la cólera divina y anticipo del final del mundo. Hace algunos años se hablaba del SIDA como castigo de Dios. Calificativos parecidos han recibido el fenómeno meteorológico del "Niño" y otros sucesos llamativos. La necesidad de verse libres de estas amenazas provoca una fiebre de fenómenos pseudomilagrosos: falsas apariciones marianas, proliferación de líderes carismáticos con propuestas estrafalarias, ritos de desagravio... Estos "terrores", inducidos a veces de manera diabólica, no responden a una lectura cristiana de la Palabra de Dios. El final es un acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la Vida sobre todas las fuerzas de muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a tomar conciencia de la gracia del Señor que ya está entre nosotros y a disponernos a acogerla con alegría y confianza (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

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