sábado, 26 de noviembre de 2011

Domingo 1º de Adviento, ciclo B: Adviento es tiempo de espenanza y vela: prepararse para la venida del Señor

Domingo 1º de Adviento, ciclo B: Adviento es tiempo de espenanza y vela: prepararse para la venida del Señor

Lectura del Profeta Isaías 63,16b-17; 64,1. 3b-8. Tú, Señor, eres nuestro padre, / tu nombre de siempre es"nuestro redentor". / Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos / y endureces nuestro corazón para que no te tema? / Vuélvete por amor a tus siervos / y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, / derritiendo los montes con tu presencia! / Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia.
Jamás oído oyó ni ojo vio / un Dios, fuera de ti, / que hiciera tanto por el que espera en él. / Sales al encuentro del que practica la justicia / y se acuerda de tus caminos.
Estabas airado y nosotros fracasamos: / aparta nuestras culpas y seremos salvos. / Todos éramos impuros, / nuestra justicia era un paño manchado; / todos nos marchitábamos como follaje, / nuestras culpas nos arrebataban como el viento.
Nadie invocaba tu nombre / ni se esforzaba por aferrarse a ti; / pues nos ocultabas tu rostro / y nos entregabas al poder de nuestra culpa.
Y, sin embargo, Señor, / tú eres nuestro padre, / nosotros, la arcilla, y tú el alfarero: / somos todos obra de tu mano.
No te excedas en la ira, Señor, / no recuerdes siempre nuestra culpa: / mira que somos tu pueblo.

Salmo 79,2ac y 3b. 15-16. 18-19. R/. Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, / tú que te sientas sobre querubines, resplandece. / Despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete: / mira desde el cielo, fíjate, / ven a visitar tu viña, / la cepa que tu diestra plantó / y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido, / al hombre que tú fortaleciste. / No nos alejaremos de ti; / danos vida, para que invoquemos tu nombre.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,3-9: Hermanos: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 13,33-37. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: —Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!

Comentario: «A Ti, Señor, levanto mi alma. Los que esperan en Ti no quedan defraudados» (Entrada). En la colecta (Gelasiano) pedimos al Señor que avive en sus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno. En la oración del ofertorio (Veronense) suplicamos al Señor acepte los bienes que de Él hemos recibido y, por la presentación del pan y del vino, nos conceda que la acción santa que celebramos sea prenda de salvación para nosotros. En la Comunión: confiamos en que el Señor nos dará sus bienes y la tierra dará su fruto. En la Postcomunión (de nueva redacción, inspirada en los Sacramentarios Veronense y de Bérgamo): suplicamos al Señor que fructifique en nosotros la celebración de los sacramentos, con los que Él nos enseña a descubrir el valor de los bienes eternos y poner en ellos nuestro corazón.
1. –Isaías 63,16-17–64,1.3-8: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! La salvación se hace posible para los hombres en la medida en que éstos viven su fidelidad humilde ante Dios, que se nos ha revelado como Padre y nos ama con amor redentor. A veces nos sentimos lejos de Dios, necesitamos un nuevo retorno, y Adviento es tiempo de esperanza, y este domingo se nos recuerda el horizonte último de la historia, la venida del Hijo del Hombre: "cuando venga de nuevo podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar" (prefacio). Es una llamada a la seriedad. De aquí la recomendación a velar: con frecuencia nos dormimos, nada es automático, es necesaria una verdadera elección, y hay una cierta tensión, en una vida de fe (J. Totosaus). No se trata de una vigilancia “a la defensiva”, sinó de “espera y esperanza”, que nos hace vivir despiertos y otear el horizonte, es un vigilar para que suceda por fin lo que tiene que suceder, que lleva a transformar la realidad y prepara los caminos: atención a los pobres, estar hambrientos de justicia, trabajar por la paz... La vigilancia que el Señor quiere de nosotros es la práctica cotidiana de la justicia, porque "Dios sale al encuentro de los que hacen la justicia" (1a. lectura). Es el cumplimiento de la voluntad del Padre para que venga su reinado. Es, sobre todo, el ejercicio del amor, de un amor que no pasa de largo ante las necesidades del prójimo y que no se hace el despistado, que abre el corazón y los ojos ante los demás. Y cuando hace falta el bolsillo. Vigilar es tener en cuenta a los otros, percatarse de los otros, aceptarlos, amarlos. Es fraternizar, reconocer que Dios es nuestro Padre al tomar en consideración a todos los hombres como verdaderos hermanos (“Eucaristía 1978”). "Vigilar significa estar constantemente alertas, despiertos, a la espera. Significa vivir una actitud de servicio, a disposición del amo que puede volver en cualquier momento. Implica lucha, esfuerzo, renuncia. No es en modo alguno falta de compromiso o indiferencia" (B. Maggioni). Se trata de orientar nuestra atención hacia lo que es verdaderamente importante: la venida del Señor a nuestras vidas y nuestra respuesta de acogida. Se puede relacionar con el canto de entrada y el encendido de la primera vela de la corona de Adviento (J. Aldazábal).
El v. 3 es evocado por S. Pablo para hablar del cielo: “ni ojo vio, ni oído oyó”, las cosas que Diso nos ha preparado, estos dones también han sido muy comentados por S. Roberto Belarmino, Dice san Bernardo en un sermón sobre el Adviento y que se lee en el oficio de lectura del miércoles de la primera semana de Adviento: "Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, "todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron". La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder y, en la última, en gloria y majestad. Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo". El Adviento, preparación a la Navidad, es la celebración de la esperanza cristiana. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad. Es, pues, una esperanza a la vez gozosa, segura y exigente; arraiga en el amor incondicional de Dios, huye de los optimismos frívolos, lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud escatológica del momento definitivo de Dios. Es un tiempo de sobriedad: supresión de flores, vestiduras moradas, omisión del Gloria; para destacar que tendemos a la fiesta plena, el retorno del Señor, y la Navidad será su signo. Se conserva el aleluya, signo del gozo de la esperanza. Tiempo mariano: Será positivo colocar en el presbiterio una imagen de la Virgen María, quizá combinando con la corona. Debe ser de María con Jesús, y mucho mejor si María ofrece, muestra el niño; el centro es siempre Jesucristo, a quien María ama y hacia quien conduce y guía. Todos estos signos deben "significar" por sí solos. Es necesaria una mirada a nuestro mundo, a los hombres. Es como es, lleno de luces y de sombras. Según parece, un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Hay que iluminar todo con las razones para la esperanza que nos da la fe cristiana: Dios, Plenitud de la Vida que ama al mundo y viene. La venida salvadora de Dios es el gran mensaje de la Navidad, a la que nos preparamos (Gaspar Mora).
2. El Salmo 79 nos mueve a pedir al Señor que nos restaure, que brille su rostro y nos salve. ¡Ven a salvarnos, Señor! ¡Vuélvete hacia nosotros! ¡Ven a visitar tu viña! ¡Que tu mano nos proteja para que no nos alejemos de Ti! ¡Que con todo el fervor de nuestra alma invoquemos tu nombre!: es la Oración de Cristo por la salvación de su viña. Además de ser el Maestro y el Modelo, Cristo es siempre el Mediador y el Sujeto de nuestra oración. Como Mediador, ora por nosotros; como sujeto, es el Orante que une a Sí a la Iglesia haciéndose presente en aquellos que se reúnen en su nombre. Así pues, nuestra oración de hoy presupone a Cristo activamente presente, implicando en su alabanza e intercesión a la Iglesia, de la que es Cabeza y a la humanidad de la que es Primogénito, según la expresión de Tertuliano: "Cristo es el Sacerdote universal del Padre." Con él rezamos con los salmos, “con «gemidos inefables» para entrar en el 'ritmo de las súplicas del Espíritu mismo'. Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (Hb 5: 7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. 'La oración es siempre un «opus gloriae»'": Juan Pablo II, quien en su catequesis habló de este salmo del Señor que visita su viña: “El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros. Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente… Los enemigos se burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión.
En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría. Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5,1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales: por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5,2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas. A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía: sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida…
Se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17). En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así: "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia. Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de ti" (Sal 79, 19).
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza”.
3. 1 Co 1, 3-9 (cf. Jn 14,8;Sal 79). Pablo desea a la comunidad de Corinto "la gracia y la paz". La "gracia" significa la amorosa donación del Padre al mundo por medio de Jesús, su Hijo, en quien habita "corporalmente" la plenitud divina (Col 2,9). En la primera lectura de hoy y en el salmo responsorial se alude a la "gracia" de parte de Dios cuando se le pide que "vuelva su rostro" y nos salve. Cristo es el rostro de Dios vuelto amorosamente a los hombres; en él vemos al mismo Dios, al Padre: "Felipe, el que me ve a mí ve al Padre" (Jn 14,8). La "paz de Dios" designa compendiosamente la totalidad de los bienes mesiánicos anunciados por los profetas y la experiencia de la nueva relación de los hombres con Dios, a quien le llamamos "Padre nuestro". Dios es nuestro Padre como autor de nuestras vidas, pero sobre todo porque nos da la nueva vida y nos hace hijos suyos en Cristo, quien nos trae la paz –“esa serenidad de la mente, tranquilidad del alma, sencilelz del corazón, vínculo de amor, unión de caridad”: S. Agustín- y la gracia de Dios e inaugura su Reino entre nosotros. La gracia y la paz, la salvación y la nueva vida, nos vienen de Dios por Jesucristo (es un don del Espíritu Santo; decía S. Juan Crisóstomo que con Él está la paz, y los pecadores están llenos de miedo). También por JC tenemos que dar gracias a Dios. En su acción de gracias (esto es, en su eucaristía), Pablo se acuerda de los corintios delante del Padre y da gracias por sí mismo y por ellos. Siempre que celebramos la Eucaristía debemos hacerlo por todos los creyentes y aun por todos los hombres; es el sentido que tiene el "memento".
v. 5:El "hablar y el saber", el carisma de la palabra y del entendimiento, son dones que Dios concede para construir la comunidad de los que esperan el día de la manifestación del Señor. El entendimiento anticipa la visión de lo que se ha de manifestar, la gloria de Dios en JC; la palabra anuncia la venida del Señor. Ambos dones o carismas son necesarios para dar testimonio de Cristo.
vv. 8-9:Dios responderá con su fidelidad a la nuestra, a la fidelidad de nuestro testimonio, Dios no nos fallará porque es verdadero Dios y no un dios falso, porque es poderoso para cumplir lo que promete (“Eucaristía 1987”).
Pablo juega extrañamente con el tiempo de los verbos, pasando continuamente del pretérito al futuro. Es que la existencia cristiana está llena de un "ya" (el pasado), y permanece orientada hacia un "todavía no" (el futuro). Los Corintios fueron "santificados" y "llamados a ser santos". Fueron colmados y, no obstante, siguen esperando. No podría explicarse mejor la paradoja cristiana. Atentos a vivir el presente, la Iglesia y todos los cristianos con ella, busca en la contemplación del pasado la luz que señalice el camino del porvenir (Louis Monloubou). Durante el tercer viaje misionero, Pablo desarrolló una intensa actividad literaria, probablemente en Efeso (Hch 19,1). La carta que comenzamos hoy -y que conocemos como la primera a los Corintios- es de esa época, lo mismo que otra escrita antes a la misma comunidad (1 Cor 5,9), que no poseemos.
4. Mc 13,33-37. Nos hallamos ante la versión de Mc de la parábola que hace dos domingos veíamos en Mt 25,13-30. En ambos casos se trata de una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el día ni la hora" (Mt 25,13). "Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento" (Mc 13,33). Las diferencias de ambas versiones están en los interlocutores y en el desarrollo. Mt supone unos interlocutores amplios: los discípulos. Mc, en cambio, parte de unos interlocutores restringidos: Pedro, Santiago, Juan y Andrés (ver Mc 12. 3). Esta restricción explica la frase final: "Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos" (Mc 13. 37). El término repetido con insistencia es el verbo velar o vigilar. Es decir, la versión de Mc es inequívocamente una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro. El mismo tema ha sido abordado hace tres y dos domingos (32 y 33 ordinarios): Invitación a un modo de estar en la vida con la mirada puesta en el futuro de Dios y en el de nosotros con él. Invitación a no vivirnos sólo desde nosotros mismos sino también desde Dios. Un Dios no sólo presente, sino también futuro, y por futuro, inagotable; siempre viniendo, imprevisible, sin que podamos decir cuándo y cómo (Alberto Benito). El Evangelio no puede concebir una mirada al porvenir, que contemple con indiferencia las realidades presentes. La esperanza evangélica del presente se vive en "el hoy de Dios", en vela. Velar es no dejarse engañar por lo episódico y lo superficial, por esos falsos mesías que pululan en los períodos angustiosos, cuando resuenan estruendos de guerra y, más o menos justificadamente, corren voces de cataclismo, hambres, sequías u otras calamidades. En tales circunstancias hacen su aparición individuos -"falsos cristos y falsos profetas- que realizarán señales y prodigios" (v. 22), con excesivas prisas para creer y afirmar que poseen la clave de los enigmas del tiempo y que disponen del eficaz "¡ábrete sésamo!" capaz de barrer todas las dificultades. Velar es, además, no dejarse desconcertar por las dificultades que acosan a la Iglesia: persecuciones de todo orden; divisiones que el anuncio de la fe no deja de causar en las comunidades humanas, especialmente en las familiares, en las cuales, cuando unos aceptan, otros rechazan (Louis Monloubou).
El evangelista opera una clara distinción entre el acontecimiento que puede ser relativamente previsto, o sea, la destrucción del templo, y el día del que nadie sabe nada: el de la "parousía" de Cristo. Esta fecha, absolutamente secreta, no es conocida por los ángeles ni por el Hijo del hombre, sino solamente por Dios. Muchos preguntan cómo Jesús, siendo Dios y presentado como tal en este evangelio, puede no conocer la fecha del fin. A esto hay que responder, en primer lugar, que el misterio de la Encarnación no deja de ser misterio: sabemos, en efecto, que Jesús fue un hombre como todos los demás y que tuvo las naturales lagunas culturales de sus contemporáneos. Él sabría hablar el arameo, entendería algo el hebreo, y chapurrearía las frases más corrientes en griego helenista: ni más ni menos que sus contemporáneos. Sin embargo, hay aquí una observación muy fina: se trata del "hijo del hombre". La cristología del segundo evangelio es una cristología del hijo del hombre. Ello quiere decir que Jesús, en cuanto "hijo del hombre", debe comunicar un determinado mensaje con sus límites y sus fronteras. En este mensaje no entraba satisfacer la curiosidad de los hombres con respecto al final de la "película humana". El significado de la exhortación es claro y perfectamente coherente con el contexto: se pide a los creyentes la máxima vigilancia: "velad, porque no sabéis a qué hora viene el amo de la casa, si por la tarde o a medianoche o al primer canto del gallo" (comentarios de Ed. Marova).
La finalidad de la apocalíptica es, sobre todo, la de revelar la fecundidad escondida de la fe en Dios, que en este mundo parece haber fracasado. Por tanto, no pretende, en primer lugar, inculcar la fidelidad, sino más bien consolar a los que la viven. Pero Marcos siente la necesidad de inculcar ante todo la fidelidad a Cristo: "Fijaos bien que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi lugar y dirán: "yo soy el que esperábais, y engañarán a muchos" (13, 5-6). Y más adelante: "Si alguien os dice entonces: "mira, el Cristo está aquí" o "está allá", no le creáis. Ya que aparecerán falsos cristos y falsos profetas que harán señales y prodigios con el fin de engañar" (13, 21-22). Parece como si Marcos viviera en una situación de fermentos engañosos y sugestivos, ante los cuales es necesario permanecer apegados a la fe tradicional. Además de la invitación a la fidelidad, hay en el discurso una llamada al coraje en la persecución. La persecución no es ni mucho menos un mentís contra el Reino, sino simplemente un lugar de testimonio y hasta una situación en que aflora un drama mucho más grande: la lucha entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás. Y finalmente la proximidad. Parece haber una "inminencia" de la parusía: la parábola de la higuera es muy clara en este sentido. Pero la inminencia no es un hecho cronológico, de hoy o de mañana. La parusía es al mismo tiempo inminente e imprevisible: sólo cabe la vigilancia, estar siempre dispuestos a acogerlo, en cualquier momento y lugar. La exhortación a la vigilancia se repite como un estribillo (versículos 5, 9, 23, 33, 35, 37). Se trata de una llamada que no es frecuente en la apocalíptica judía y en la teología rabínica; es típicamente cristiana. Y es una vigilancia doble: contra las ideas de los exaltados y contra las especulaciones de los falsos profetas por una parte, y contra la relajación de los que se acomodan a este mundo, por otra. Parece como si Marcos tuviera ante la vista un doble peligro: efectivamente; por un lado, parece dirigirse a unas personas que han descuidado la vigilancia y no viven ya en la perspectiva escatológica, adaptándose quizás demasiado bien a este mundo; por otro, se opone a los que parecían creer que el final era inminente. A los primeros les dice:"Estad atentos y vigilad. Los hechos y los comportamientos de nuestra época indican que están ya a punto de empezar las agitaciones escatológicas." Y a los otros les dice: "No ha llegado todavía el final. Ni siquiera el Hijo del Hombre conoce la fecha." Finalmente, queremos señalar los diversos aspectos que encierra la vigilancia cristiana, tal como se deducen del conjunto del discurso y especialmente de la parábola del señor que regresa de noche a su casa (Bruno Maggioni). Así decçia S. Agustín: “Voy a declararte, como hombre santo de Dios y sincerísimo hermanó, mi opinión sobre este punto. Hay que evitar dos errores en cuanto el hombre puede evitarlos: creer que el Señor vendrá más pronto o más tarde de cuando en realidad vendrá. Me parece que yerra, no el que reconoce su ignorancia, sino el que se imagina saber lo que no sabe. Dejemos a un lado aquel siervo malo que dice en su corazón: Mi señor tarda en venir y tiraniza a sus consiervos y se junta y banquetea con los borrachos (Mt 24,48-49), ya que éste odia sin duda la venida de su Señor. Dejando aparte a este siervo malo, pongamos ante nuestra consideración a tres siervos buenos, que tratan con diligencia y sobriedad a la familia del Señor, que desean con ansia su venida, que le esperan con vigilancia y le aman con fidelidad. Uno de ellos cree que el Señor vendrá más pronto, otro que vendrá más tarde y el tercero confiesa su ignorancia sobre el asunto. Aunque los tres vayan de acuerdo con el evangelio, pues aman la manifestación del Señor, y la esperan con ansia y vigilancia, veamos quien se adapta mejor al evangelio. El primero dice: «Velemos y oremos porque el Señor vendrá más pronto». El segundo: «Velemos y oremos, porque esta vida es breve e incierta, aunque el Señor ha de venir más tarde». El tercero: «Velemos y oremos porque esta vida es breve e incierta e ignoramos cuándo ha de venir el Señor». El evangelio dice: Mirad, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo (Mc 13,33). Por favor, ¿no oímos que el tercero dice lo mismo que hemos oído decir al evangelio? Por el deseo del reino de Dios, los tres quieren que sea verdad lo que dice el primero. Pero el segundo lo niega, mientras el tercero, sin negar nada, confiesa que ignora quién de los dos dice la verdad. Si se realiza como había predicho el primero, se alegrarán con él el segundo y el tercero, pues los tres aman la manifestación del Señor. Se regocijarán porque ha llegado más pronto lo que amaban. Si no aparece el Señor y se ve que es verdad lo que decía el segundo, es de temer que la tardanza perturbe a los que habían creído al primero y empiecen a creer no que el Señor tardará, sino qué no vendrá. Ya ves cuál sería la ruina de las almas. Si tienen firme la fe, empezarán a opinar como el segundo y esperarán con fidelidad y paciencia al Señor que tarda; pero abundarán los oprobios, insultos e irrisiones de los enemigos, que apartarán de la fe cristiana a muchos débiles, anunciando que es falso que se les haya prometido el reino, como es falso que iba a venir pronto el Señor. Supongamos que algunos opinan lo mismo que el segundo, esto es, que el Señor tardará y se descubre que eso es falso; al venir pronto el Señor, no se turbarán, sino que se gozarán de una alegría inopinada. Por lo tanto, el que dice que el Señor vendrá pronto, responde mejor a los deseos, pero su error trae peores consecuencias. ¡Ojalá sea verdad, pues causará molestias si no lo es! En cambio, el que dice que el Señor tardará y, no obstante eso, cree, espera y ama su venida, aunque yerre en la tardanza, yerra felizmente, porque tendrá mayor paciencia, si tarda, y mayor alegría, si no tarda. Los que aman la manifestación del Señor oyen al primero con mayor gusto, pero creen al segundo con mayor seguridad. El tercero que confiesa su ignorancia, desea que tenga razón el primero, tolera lo que dice el segundo y en nada yerra, pues ni afirma ni niega”. Nuestro Adviento ha de ser perpetuo. Exige un alerta continua, condicionante de toda nuestra vida en el tiempo. Requiere que siempre el alma esté esperando ansiosa y responsablemente a Cristo, reformador de nuestras miserias.

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