jueves, 6 de octubre de 2011

7 de octubre, Nuestra Señora del Rosario: es una oración que mueve el corazón de Dios y nos mete en el corazón de Jesús…

7 de octubre, Nuestra Señora del Rosario: es una oración que mueve el corazón de Dios y nos mete en el corazón de Jesús…

1. Hechos 1:12-14
12 Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. 13 Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. 14 Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

2. Salmo (Lucas 1:46-55)
46 Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor / 47 y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador / 48 porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, / 49 porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre / 50 y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. / 51 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. / 52 Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. / 53 A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. / 54 Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia / 55 - como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»

3. Lucas 1:26-38
26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28 Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29 Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; 31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» 34 María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» 35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. 36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, 37 porque ninguna cosa es imposible para Dios.» 38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.

COMENTARIO: El Rosario comenzó por los que no podían rezar la liturgia de las horas, los salmos, y de los 150 salmos se pasó a las 150 avemarías de las 3 partes del Rosario, 50 cada pare… la oración de los sencillos, oración contemplativa que pasa a través de todos los misterios de nuestra redención.
Surgió en el siglo XII en el mediodía francés, la herejía albigense, perniciosa y pertinaz, que ni el clero local ni los monjes cistercienses lograron desarraigar. Aconteció que un canónigo español de la diócesis de Osma, tuvo que viajar a Dinamarca, con su obispo, Diego de Acevedo, y cuando regresaba, se detuvo y se entregó a la predicación contra la herejía. Era Domingo de Guzmán. Agotado de tanto predicar, según la tradición, escuchó que le dijo la Virgen: «Domingo, siembras mucho y riegas poco». Esta experiencia de María, le hizo tomar conciencia de que había de orar más. Así comenzó a propagar el rezo del Rosario. Reunió un grupo de mujeres para orar, y más adelante fundó la Orden de predicadores, a la que le cabe la gloria de haber difundido intensa y extensamente la devoción del Rosario. En el siglo XVI, año 1571, amenazaban los turcos invadir Chipre, para desde allí conquistar Creta y saltar a Grecia, llegar a las costas de África y terminar en las playas de Roma. Con ello el Islam enarbolaría el estandarte de Mahoma en el mismo corazón de la cristiandad. San Pío V organizó una flota con sus Estados, Venecia y España, La Liga Santa, capitaneada por D. Juan de Austria. Y pidió a toda la Iglesia que rezara el Santo Rosario. La batalla se desencadenó en el golfo de Lepanto: tronaba el cañón, las gabarras descargaban su metralla, las bombardas disparaban contra las embarcaciones, las naves embestían, el humo cegaba y casi oscurecía el sol, las aguas se teñían de sangre... las voces subían clamorosas al cielo rezando el Rosario. Pío V contempló misteriosamente la victoria mientras rezaba asomado a una ventana del Vaticano. Para dar gracias a Dios por esta victoria, el mismo Pontífice instituyó la fiesta del Rosario.
El rosario es una oración que Pío XII y Pablo VI llamaron compendio del Evangelio, y Evangelio abreviado.
Los autores de la oración del rosario son cuatro, y todos eximios: Jesús, el arcángel San Gabriel, la prima de María, Isabel y la Iglesia. Entre todos han compuesto una oración contemplativa que nos traza las virtudes evangélicas de Jesús, de José y de María: el Redentor y la Corredentora, a la vez que invoca y glorifica a la Santa Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
El rosario es pues, una oración evangélica porque saca del evangelio el anuncio de los misterios y las fórmulas principales.
La oración es fuente de conocimiento no teórico, sino sapiencial. El Niño Jesús, a quien vieron tantos, sólo fue reconocido por Simeón y Ana, y como Hijo de Dios y Mesías, sólo por San Pedro, porque no lo supo por los sentidos corporales. Así como las manzanas no hay que rimarlas, sino morderlas para saborearlas y el perfume de la rosa hay que aspirarlo y no contentarse con saber de la rosa en la lectura de las Enciclopedias, a Dios hay que saborearlo para saber a qué sabe (San Juan de Ávila). En la oración se aprenden verdades (Santa Teresa de Jesús).
La oración es fuente de energía. En la vida cristiana, no podemos estar siempre gastando energías. Necesitamos reposo, sosiego, paz: «Marta, Marta, estás muy nerviosa» (Lc 10,41). Y así como el agricultor no pierde el tiempo cuando afila la guadaña, «si yo realizo el trabajo de orar caerán todas las murallas» (Von Braun).
Pero este trabajo nos resulta el más difícil. Siempre se nos ocurren cosas que hacer cuando decidimos ir a orar. Porque la dificultad no sólo nos viene de la naturaleza, sino del príncipe de este mundo, que sabe que está perdido si oramos.
El cura de Torcy en la novela de Bernanos, "el cura rural" , le dice al joven sacerdote lacerado: «Muchacho, sufres demasiado para lo que oras. Hay que alimentarse en proporción a nuestros dolores".
El P. Ravignan recomendaba a un ejecutivo que se lamentaba de su stress, hacer un cuarto de hora de oración diaria.
"Pero, Padre, ¡si le estoy diciendo que no tengo tiempo!"
"Es verdad, repuso el Padre, haga media hora cada día".
«Quien tiene mucho que hablar ha de guardar mucho silencio. Quien algún día ha de engendrar el rayo ha de ser largo tiempo nube» (Nietzsche).
León XIII, considerado como uno de los Padres de Europa, dice: «El Rosario es la fórmula más eximia y excelente de oración».
Pío X: El rosario es un medio de los más eficaces para obtener gracias del cielo, porque es la oración por excelencia».
Pío XII: «El rosario es el breviario de todo el evangelio, meditación de los misterios del Señor, sacrificio vespertino, guirnalda de rosas, himno de alabanzas, plegaria doméstica, norma de vida cristiana, garantía cierta del poder divino, apoyo y defensa de nuestra salvación» (31 de julio de 1946). «No es con las fuerzas de las armas, ni con el poder humano, sino con el auxilio divino obtenido por la oración del rosario, igual que David con su honda contra Goliat, como vence la iglesia» (Ingruentium malorum).
Juan Pablo II dice que el rosario es su oración predilecta y apenas se queda solo saca su rosario y comienza a rezarlo. Hace unos días nos ha dicho: Octubre es el mes en el que se venera a María Santísima, Reina del Santo Rosario. En el contexto internacional actual, invito a todos -personas, familias, comunidades- a rezar el Rosario, si es posible todos los días por la paz, para que el mundo sea preservado del inicuo flagelo del terrorismo.
La terrible tragedia del 11 de septiembre pasado será recordada como un día oscuro en la historia de la humanidad. Ante esta situación, la Iglesia quiere ser fiel a su carisma profético y recordar a todos los hombres su deber de construir un futuro de paz para la familia humana. Ciertamente la paz no está desligada de la justicia, pero siempre debe ser alimentada por la clemencia y el amor. No podemos dejar de recordar que judíos, cristianos y musulmanes adoran a Dios como el Único. Las tres religiones tienen, por tanto, la vocación a la unidad y a la paz. Que Dios conceda a los fieles de la Iglesia estar en primera línea en la búsqueda de la justicia, en el rechazo de la violencia, y en el compromiso para ser agentes de paz. ¡Que la Virgen María, Reina de la Paz, interceda por toda la humanidad para que el odio y la muerte no tengan la última palabra!
Felipe II, moribundo, dijo a su hijo: «Si quieres que tus Estados prosperen no olvides el rezo del Santo Rosario».
Y dice Lacordaire: «El amor no tiene mas que una palabra y, diciéndola siempre, no la repite nunca».
A San Antonio Claret le dijo la Virgen: «Antonio, predica el Rosario que es la salvación de España».
Preguntó Lucía a la Virgen en Fátima: "¿Francisco irá al cielo?..." Y la Virgen respondió: "Sí... Pero ha de rezar muchos rosarios". Al final de una misión, dijo un feligrés al padre misionero: «He hecho un propósito: Clavar un clavo en la cocina... Sí, y colgar allí el Rosario para rezarlo cada día».
Lean los que encuentran monótono el Rosario:
"Tú que esta devoción supones / monótona y cansada, y no la rezas, / porque siempre repite iguales sones, / tú no entiendes de amores ni tristezas. / ¿Qué pobre se cansó de pedir dones? / ¿qué enamorado de decir ternezas?».
En el sigIo XIX, 11 de febrero de 1858, la Virgen en Lourdes le pide a Bernardette que rece el rosario.
En el siglo XX, en 1917, cuando Lenín y Trostki declaran en Rusia la revolución bolchevique, implantan un Estado materialista y ateo, el 13 de mayo de ese mismo año, pide la Virgen en Fátima a tres niños que recen el rosario y promete que Rusia se convertirá.
Pasan los años... y las catástrofes y hecatombes, genocidios, hambre y dolor, esclavitud, guerra fría, escalada de armamentos... asolan a la humanidad. Cuando en 1945 terminó la segunda guerra mundial, reunidos en Yalta los tres grandes: Roossevelt, Stalin y Churchill, Stalin preguntó a Roossevelt: «¿Con cuántas divisiones cuenta el Papa de Roma?,,.
El 16 de octubre de 1979 los cardenales eligen en Roma un Papa polaco. El Kremlín tembló. Armaron el brazo de Alí Agca, y el 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima, caía Juan Pablo II en la plaza de San Pedro. Andropov, al frente de la KGB, tiene como subalterno a Gorvachov, el que le dice a Juan Pablo II, ahora, que aprecia mucho sus oraciones.
Para todos, incluso para los observadores más perspicaces, es inexplicable la caída, en cuatro meses, del marxismo... Para todos los que ignoran la profecía de Fátima, en cambio ha dicho el cardenal de Cracovia, Mons. Marchaski: «para nosotros no es inexplicable. Hace años que venimos orando».
Hemos repasado la historia y hemos contemplado varios acontecimientos que nos revelan la eficacia de la oración del Rosario (Jesus Martí Ballester).
Devoción a la Virgen
La Iglesia nos propone –en esta fiesta instaurada por el Papa Pío V para conmemorar y agradecer a la Virgen su ayuda en la victoria sobre los turcos en Lepanto, en 1571- a través del Rosario que meditemos con frecuencia los misterios mas importantes de la vida de Cristo y de la Virgen. Con este motivo se añadió la letanía “Auxilio de los cristianos”. En este mes de Octubre la Iglesia se dedica a honrar a Nuestra Madre del Cielo, especialmente a través del rezo del Santo Rosario. Como en otros tiempos ha de ser el rosario arma poderosa para vencer en los Lepantos de la vida interior y para pedir la paz de las familias y la paz del mundo en este tercer milenio.
1. Con el Rosario, vamos a Jesús de la mano de la Virgen. La imitación de Cristo es lo único importante para un cristiano, puesto que es la manera de llegar al cielo: todo lo demás importa poco. Un camino accesible para imitar a Cristo es la devoción a la Virgen, pues ha sido la criatura que mas cerca ha estado de Cristo, la que mejor lo entendió, la que más lo amó y la que mas perfectamente cumplió con lo que su Hijo quería.
“El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima. / —¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora. / Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! —¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios? —Además, mira: antes de cada decena, se indica el misterio que se va a contemplar. —Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios?” (San Josemaría).
Los misterios del Rosario son una buena oportunidad de considerar la vida de la Virgen y el modelo que debe ser para nosotros. Ojalá los recemos y meditemos todos los días. Así estamos seguros de estar amando a Cristo. El Rosario es arma poderosa. Rezarlo, y contemplar sus misterios y las letanías es camino seguro para encontrar a Jesús. Desde el saludo del ángel: ¡Dios te Salve María…, el Señor es contigo... la hemos ido saludando a lo largo de la historia con estas palabras del Avemaría. A la Virgen se la saludaba ya en el siglo XIV con el título de Rosa mística, símbolo de la alegría. Se adornaban sus imágenes con una corona o un ramo de rosas (rosarium), expresión de alabanza de corazones llenos de amor. Se recitaban 150 salmos, pero los que no podían lo sustituían por 150 Avemarías. Para contarlos se servían de granos enhebrados o de nudos hechos en una cuerda. A la vez se hacía oración, se meditaba en torno a la Virgen y al Señor. Más tarde los Papas y Concilios completaron el saludo del ángel con la petición de ayuda para conseguir una buena muerte. Como rosas blancas y rojas fueron los días de la Virgen. Asomarnos a sus días meditando las escenas de su vida que nos propone cada misterio de Rosario nos llevará a tener un amor ardiente por su hijo Jesús. Si la monotonía te frena fíjate en lo que dice el poeta: “Tú que esta devoción supones / monótona y cansada, y no la rezas / porque siempre repite iguales sones / tú no entiendes de amores y tristezas: / ¿qué pobre se cansó de pedir dones, / qué enamorado de decir ternezas?”
Después de meditar la Vida de Jesús y de María se termina con la letanía y algunas peticiones… El origen de las letanías se remonta sa los mismos orígenes del cristianismo. Eran oraciones dialogadas entre los ministros y el pueblo fiel. Se rezaban durante la misa y especialmente en las procesiones. Las que se rezan actualmente comenzaron a rezarse hacia el año 1500, en el Santuario de Loreto: Madre de Dios, Virgen de las vírgenes, Madre de Cristo, Madre del Creador y del Salvador, Virgen prudentísima, digna de veneración, de alabanza, clemente, fiel, Arca de la alianza, Puerta del Cielo, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, Reina de todo lo creado, Reina de los ángeles, Espejo de santidad, Trono de Sabiduría… El Pilar de Zaragoza recuerda que ante los desánimos, ella siempre nos ayuda y nos da la esperanza.
Al proclamar el Papa Juan Pablo II un año del Rosario con motivo de los 25º años de su pontificado, escribió una carta sobre esta plegaria por pedir a la Virgen Maria al empezar este milenio por la paz en el mundo, hoy tanto maltratada por el terrorismo y varias guerras, y pedir por las familias, que también sufren varios males, puesto que se busca destruir esta institución básica de la sociedad. Precisamente cuando no se ve solución humana por resolver estos graves problemas, es más necesario mirar al cielo: el Rosario es arma para pedir a la Virgen María que nos traiga a todos la esperanza, tan necesaria para el mundo d’hoy. La Virgen Maria es causa de alegría porque es portadora de esperanza: “Rosario” viene de Rosa, y Jesús es la rosa. Maria es el rosal portadora de la esperanza, portadora de Jesús. Cuando empezó el milenio con los atentados de EEUU del 11 de septiembre, Juan Pablo II quiso recordarnos el mensaje de la Virgen María a los pequeños de Fátima: que aquellas plegarias conseguirían el final de la guerra (entonces la primera mundial), la conversión de los pecadores... El Rosario será hoy también arma por que venza la paz y acabe el terrorismo, caigan los nuevos muros del odio como el año 1989 cayeron los muros de Berlín. Ahora necesitamos como siempre la ayuda del cielo para combatir las luchas del pecado que hacen que no haya paz en las conciencias y por esto no hay paz en el mundo y en las familias. Precisamente el Rosario es la plegaria de la familia y por las familias: “la familia que reza unida permanece unida”. Como que la construcción de la paz pasa por la oración y la humildad, son los pequeños quienes construyen el reino de Dios; el Rosario es una plegaria de los pequeños, del repetir amorosamente avemarías. Empezó con los pequeños, los que no podían celebrar la liturgia de las horas. Repasamos el Evangelio, la vida de Jesús y Maria, la redención, mientras rezamos las Avemarías. Vamos a través de los misterios a Ain Karim en Maria y Santa Isabel y proclamamos la maternidad divina de Maria; en Belén nos ponemos entre los pastores, en el templo admiramos la sabiduría divina (misterios de gozo). En los misterios dolorosos recordamos la pasión de Getsemaní y la muerte del Calvario, en los gloriosos vemos triunfar a Jesús con la Virgen Maria a su lado, y esta riqueza nos permito penetrar más en el misterio de nuestra vocación, seguir a Jesús, dedicarnos a su reino. Juan Pablo II –que añadió los misterios “luminosos”, la vida pública de Jesús (Bautismo de Jesús, las Bodas de Caná, la proclamación del Reino de Dios, la Transfiguración, la institución de la Eucaristía)- nos dice del Rosario: “es mi oración predilecta, oración maravillosa!” Haciendo camino por los misterios del Rosario vamos contemplado el misterio de Jesús, y por esto esta plegaria tiene una gran riqueza, puesto que nos trae a la contemplación del rostro de Jesús; precisamente el propósito que se hacía la Carta apostólica sobre el nuevo milenio: “andar desde Jesús”, que es nuestra esperanza, y el príncipe de la paz. La paz en el mundo depende de la paz en las conciencias, de tener el corazón en paz y lleno de esperanza: con el Rosario vamos por Maria a Jesús, por esto Ella es nuestra esperanza: podemos estar siempre contentos, también cuando vienen los fracasos que quedan convertidos en experiencias y hacernos fuertes porque nos hacen más humildes, y aquellos pesares nos vuelven más humanos y comprensivos. Si, con esperanza hay lo suficiente para ser felices, nos llena de entusiasmo para mirar siempre adelante, y los éxitos no nos enorgullecen sino que son energía para seguir luchando; los amigos no son escalones para subir, sino un tesoro muy grande porque nos permite darnos a los otros; y la riqueza no es un cerrarse de egoísmo sino una ocasión para satisfacer las necesidades personales y de los que nos rodean. La Virgen Maria es la portadora de la gracia, la fuerza de quien hace camino por la vida. Con Ella vivimos cada día como el mejor, mejor que el de ayer, y mañana lo será todavía más, puesto que el mejor está siempre por llegar.
Le han atribuido al Rosario gran importancia muchos de los Papas: León XIII (indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad), Juan XXIII, Pablo VI (que subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación Cristológica).
2. El Rosario de la Virgen María. La carta del Papa nos dice que esta devoción se difundió “gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización» (Gaudium et spes 45).
El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio (Pablo VI, Marialis cultus 42). En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.
Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad… con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo... misterios (que) nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» (Leonis XIII)… Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!
Vía de contemplación: (sigue diciendo el Papa):... (es medio para vivir) la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración». Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración». El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.
Oración por la paz y por la familia: 6… el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.
Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.
« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27): 7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima, cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.
Tras las huellas de los testigos: 8. Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort… al Padre Pío de Pietrelcina… el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: «¡Quien propaga el Rosario se salva!»” y construyó en Pompeya un santuario dedicado a la Virgen del Rosario al lado de la antigua ciudad cubierta por la erupción del Vesuvio. Le apoyó León XIII, el «Papa del Rosario».
El Rosario, oración contemplativa: 12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. (Si no sería mecánica repetición), el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza» (Pablo VI).
Comprender a Cristo desde María: 14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio. El primero de los 'signos' llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje. Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe», en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
Una incorporación oportuna: 19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos. No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5). (Aquí incorpora el Papa los nuevos misterios), como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.
Misterios de gozo: 20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.
El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).
Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50).
De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.
Misterios de luz: 21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.
Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».
Misterios de dolor: 22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!
En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.
Misterios de gloria: 23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!» (Carta milenio). El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.
En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.
De los 'misterios' al 'Misterio': el camino de María: 24… Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9)… El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3)… El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

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