domingo, 25 de octubre de 2009

Sábado de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor no nos pide hacer las cosas bien, sino ser buenos y misericordiosos con los demás, y así de paso haremos las cosas mucho mejor

Sábado de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor no nos pide hacer las cosas bien, sino ser buenos y misericordiosos con los demás, y así de paso haremos las cosas mucho mejor

 

Lectura del libro de Rut 2,1-3.8-11;4,13-17. Noemí tenía, por parte de su marido, un pariente de muy buena posición, llamado Boaz, de la familia de Elimelec. Rut, la moabita, dijo a su suegra Noemí: -«Déjame ir al campo, a espigar donde me admitan por caridad.» Noemí le respondió: -«Anda, hija.» Ella marchó y fue a espigar en las tierras, siguiendo a los segadores. Fue a una de las tierras de Boaz, de la familia de Elimelec. Boaz dijo a Rut: -«Escucha, hija. No vayas a espigar a otra parte, no te vayas de aquí ni te alejes de mis tierras. Fíjate en qué tierra siegan los hombres y sigue a las espigadoras. Dejo dicho a mis criados que no te molesten. Cuando tengas sed, vete donde los botijos y bebe de lo que saquen los criados.» Rut se echó, se postró ante él por tierra y le dijo: -«Yo soy una forastera; ¿por qué te he caído en gracia y te has interesado por mí?» Boaz respondió: -«Me han contado todo lo que hiciste por tu suegra después de que murió tu marido: que dejaste a tus padres y tu pueblo natal y has venido a vivir con gente desconocida.» Así fue como Boaz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diese a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí: _«Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.» Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo: -«¡Noemí ha tenido un niño!» Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 

Salmo 127,1-5. R. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.

 

Santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12. En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

 

Comentario: 1.- Rt 2,1-3.8-11; 4,13-17. -Noemí, por parte de su marido, tenía un pariente. Era un rico propietario del mismo clan, llamado Boaz. En su desamparo esas dos mujeres tienen suficiente valor e imaginación para forzar el destino: se agarran a lo que pueden... ese pariente lejano, por ejemplo. ¿Quién sabe si las podría ayudar?

-Rut, la moabita, dijo a Noemí: «Déjame ir al campo detrás de aquel que me lo permita... La audaz decisión de Rut de seguir siempre y a todas partes a su suegra, Noemí, implicaba privaciones y contratiempos. Es posible que el carácter idílico de la escena de Rut espigando en los campos betlemitas, que ha inspirado a los pintores durante siglos y que resulta entrañable y sugestiva para el lector amante de la vida campesina, haya llevado a olvidar el otro aspecto, más prosaico, pero importante y muy real de tal acontecimiento: la lucha tenaz y agotadora de las dos mujeres por su subsistencia.

El capítulo segundo comienza con la descripción del tercer personaje importante del librito de Rut: Boaz. Es pariente de Noemí por parte de su marido, mas no muy próximo, como confirmará el curso posterior del relato. Además se trata de un personaje poderoso y prestigioso por su condición acomodada. Para un hebreo, su nombre significaba «en él hay fuerza», y de hecho la tenía. Rut, que es más joven, se encarga de conseguir los alimentos. Espigar era un recurso de indigentes. La ley reconocía este derecho a los pobres, los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Dt 24,19-21; Lv 19,9s; 23,22), pero Rut no quiere reivindicar ningún derecho. Sólo busca un corazón generoso que, libremente y de grado, le permita recoger las espigas caídas. El azar, aunque previsto por Dios, la lleva a un campo de Boaz, que acude a él cuando los segadores llevan ya varias horas trabajando. Boaz intercambia con sus jornaleros los saludos de rigor (los hallamos todavía en la liturgia) y se interesa por la espigadora. El mayoral le explica de quién se trata y le informa de la petición que le ha hecho y de la constancia con que se ha dedicado a su tarea. Boaz dirige a Rut unas palabras llenas de afecto y de solicitud. Le pide que espigue sólo en sus campos, le asegura que sus criados no la molestarán y le da permiso para que beba del agua de los servidores. Rut, con un gesto de humildad y de respeto, pregunta a qué se debe tal benevolencia hacia ella, una simple extranjera; Boaz le replica que ha llegado a su conocimiento todo lo que ha hecho por Noemí y cómo ha abandonado su país y su familia de origen. Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas se ha refugiado (= al cual se ha convertido), la recompense plenamente por su meritorio gesto. Esta oración, aparte de ser exponente de la dimensión religiosa del libro, es importante en la dinámica de todo el relato. Dios se valdrá de Boaz para escuchar tal plegaria, y la expresión de Rut, «he hallado gracia a tus ojos», de gran resonancia en el desarrollo de la narración (vv 2.10.13), comienza a perfilarse como algo más que una buena acogida o una benigna actitud. Quizá convenga recordar, en un tiempo litúrgico como el adviento, que en estos mismos pasajes resonará el anuncio de Navidad a los pastores (J. Mas Anto).

Quiso la suerte que fuera a dar en una parcela de Booz. Eso que la gente llama suerte y que es providencia divina: "El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21)" (Catecismo 303). Boaz dijo a Rut: «¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí, quédate junto a mis criados y sígueles. Les he encargado que no te molesten. Si tienes sed vete a las vasijas del agua que han sacado del pozo.» He ahí un hombre particularmente justo y bueno. Una vez más nos encontramos ante una página que preanuncia el evangelio: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo... Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...»

-Entonces Rut se postró rostro en tierra y le dijo: «¿Cómo he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí que no soy más que una extranjera?» Boaz respondió: «Me han contado todo lo que hiciste con tu suegra, después de la muerte de tu marido y cómo has dejado a tu padre y a tu madre y a tu país natal y has venido a un pueblo que no conociste en tu vida.» Siempre la misma insistencia y la misma lección de "amplitud de miras", de «apertura de corazón».

-Boaz tomó a Rut para que fuera su mujer y se unió a ella. Este episodio es la ilustración concreta de la ley del Levirato que evoca el evangelio; el pariente más próximo debía procurar descendencia a una viuda, en una especie de solidaridad de clan (Dt 25,5-10; Mt 22,24).

-El Señor le concedió que concibiera, y dio a luz a un niño. Las mujeres de Belén dijeron a Noemí: "¡Bendito sea el Señor que hoy te ha dado un defensor! ¡Que se celebre su nombre en Israel! Será para ti un consuelo y un apoyo de tu vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera que te quiere y es para ti mejor que siete hijos.» Hay que volver a escuchar esa delicada y natural manera de acoger la «vida», el «niño». Esa actitud perdura todavía en el conjunto de los pueblos pobres y puede plantear la cuestión a nuestras sociedades occidentales tentadas por una contracepción sin freno y sin límite. La «vida» considerada como una «bendición» de Dios: actitud resueltamente optimista, que contrasta con la tristeza característica de los pueblos ricos, donde se piensa que la vida acaba con la de uno mismo, y se mira la llegada de los hijos como amenaza del estado de bienestar: no puedo "permitirme" tener más hijos porque mi coche sólo tiene 5 plazas…

-Las vecinas decían: «Le ha nacido un hijo a Noemí» y le llamaron Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David. El misterio de un nacimiento es que no se puede nunca saber ¡«qué» llegará a ser aquel niño! Un genio, un artista, un santo, un bienhechor de la humanidad... Es la gloria de las madres. Y David nacerá de esa moabita, cuya nación es particularmente detestada por el pueblo de Israel (Gn 19,37), ¡por proceder de un incesto! Misterio de los designios salvadores de Dios (Noel Quesson).

Este capítulo presenta la solución del caso jurídico planteado en el anterior, la culminación del idilio y el desenlace general del drama de la familia de Elimélec recogido en el libro de Rut. Los acontecimientos tienen lugar en la puerta de la villa de Belén y se desarrollan en forma de acto oficial. Después se narra el matrimonio de Boaz y de Rut y el nacimiento de su hijo Obed. El libro concluye con la genealogía de David. Muy de mañana como había prometido a Rut (3,13), Boaz se dirige a la puerta de la ciudad y se sienta allí. Por ser más amplio que las estrechas callejuelas, el lugar de la puerta era el punto obligado de reunión ciudadana y donde se discutían y resolvían los casos jurídicos. También era el sitio ideal para encontrarse con cualquier persona en las antiguas poblaciones orientales. Cuando ve pasar al goel ( = redentor) o pariente más próximo Boaz lo llama y lo invita a sentarse a su lado. El relato no menciona su nombre, probablemente porque se trata de una figura secundaria de la que sólo interesa la renuncia pública a sus derechos. Después, Boaz convoca a diez ancianos de la villa o cabezas de familia para que actúen como testigos cualificados del acto público que se va a celebrar. Quizá intencionadamente Boaz comienza tratando del campo que se debía rescatar. El pariente se aviene a comprar el campo; pero se echa atrás, por interés propio y de su familia, al saber que también tendrá que tomar a la moabita Rut por mujer para dar descendencia a Elimélec. Como gesto simbólico de la renuncia a sus derechos, el pariente, de acuerdo con la antigua costumbre que consigna el autor del relato, se quitó la sandalia y se la dio a Boaz (sobre el simbolismo de quitarse las sandalias, cf. Sal 60,10 y Dt 25,7-10). Entonces Boaz declaró solemnemente ante los testigos que asumía todas las responsabilidades. Los buenos augurios de la gente y de los ancianos para con Boaz tienen sabor litúrgico. Evocan a las matriarcas de Israel Raquel y Lía, así como a Tamar, no sólo porque es extranjera como Rut y porque es con ella una de las dos únicas mujeres en que, según el AT, se cumple la ley del levirato, sino sobre todo porque es la madre de Fares, progenitor de Boaz y del clan de los efrateos. El coro de mujeres que había intervenido al principio (1,19) para constatar la aflicción y desolación de Noemí lo hace ahora para alabar al Señor porque ha resuelto todas las dificultades. El acto de colocar al niño en el regazo recuerda el ritual de adopción (cf Gn 30,3-8, 48,5-12; 50,23). El nombre del niño, Obed ( = servidor), presenta dificultades. ¿Era éste el primitivo? En cualquier caso es el abuelo de David. Rut y Boaz entran en la gran historia por ser antecesores de David y del Mesías. La guía de Dios, que recorre más o menos veladamente todo el libro brilla en esta nueva y elevada dimensión (J. Mas Anto). "Con razón recordó San Mateo mediante su Evangelio que el Señor, que habría de llamar a los gentiles a incorporarse a la Iglesia, Él mismo asumió según la carne un linaje en el que había extranjeros" (San Ambrosio).

Boaz, enterado de la noble actitud de la muchacha, se enamora de ella y la toma por esposa. La historia es bastante más larga: aquí la leemos muy resumida. De esa unión nace Obed, el padre de Jesé, el padre de David. Cuando Mateo, al comienzo de su evangelio, nos enumera la genealogía de Jesús, el Mesías, no se olvida de poner el nombre de esta mujer, Rut, la moabita, o sea, una extranjera, aunque convertida a la religión de Yahvé.

2. Nuestra primera reflexión es aprender de Rut esa difícil fidelidad en las cosas de cada día, en nuestras relaciones familiares o comunitarias. Que es la que proporciona la verdadera felicidad. Por eso está muy bien elegido el salmo: «dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos; comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien... esta es la bendición del que teme al Señor». Si fuéramos sencillos y disponibles como Rut, nos irían mucho mejor las cosas en la sociedad y en la Iglesia. Pero podemos sacar otra consecuencia: alegrarnos de que, en la lista genealógica de Jesús, en la que la mayoría son hombres y, además, las pocas mujeres que se citan no son muy recomendables (como la madre de Salomón, Betsabé), aparezca una mujer buena, sencilla, trabajadora y extranjera. Eso nos reconcilia con las personas humildes y nos hace admirar los caminos por los que Dios va conduciendo la historia, mientras que nosotros tal vez nos inclinamos ante las cosas y las personas muy solemnes y aparentes. Jesús elige como apóstoles a gente sencilla: pescadores y hasta publicanos, recaudadores de impuestos. ¿Tenemos un corazón universal para aceptar a los emigrantes y a los que, en principio, podríamos considerar como alejados y extraños y hasta pecadores? ¿somos ecuménicos en nuestra actitud hacia los otros cristianos? ¿tenemos un ánimo acogedor?

La bendición y los deseos de felicidad y de paz expresados en este salmo adquieren nueva perspectiva en la bendición de Dios que el hombre recibe en y a través de Jesús (cf Ef 1,3-10). El temor del que habla, dice S. Hilario de Poitiers: "para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido en el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas".

Comentando este salmo, y siguiendo el principio ético de que portarse bien redunda en primer lugar en beneficio de la persona que así se comporta, dice S. Roberto Belarmino: "en verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de sus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado".

3.- Mt 23,1-12 (ver domingo 31, A). Ayer los fariseos le preguntaban a Jesús, seguramente con no muy buena intención, cuál era el mandamiento principal. Hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre su conducta: «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen».

Los fariseos eran buenas personas, deseosas de cumplir la ley, pero en su conducta mantenían unas actitudes que Jesús desenmascara repetidamente. Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana próxima:

- se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;

- se creen superiores a los demás;

- dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior;

- les gustan los primeros lugares en todo;

- y que les llamen «maestro», «padre» y «jefe»;

- quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida;

- son hipócritas: aparentan una cosa y son otra;

- no cumplen lo que enseñan: obligan a otros a llevar fardos pesados, pero ellos no mueven ni un dedo para ayudarles...

El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro (el del evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch 1,l ). Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos? Repasemos, como mirándonos a un espejo, esta lista de defectos y con sinceridad respondámonos a nosotros mismos. Porque puede ser que también caigamos en lo de buscar los primeros lugares y lo de cuidar la apariencia exterior, y lo de no cumplir lo que recomendamos a los demás... Jesús ataca, sobre todo, a los que de alguna manera son dirigentes en la sociedad, porque dicen una cosa y hacen otra. Él quiere que aquellos de entre nosotros que tengan alguna clase de autoridad no se hagan llamar «maestros, padres, jefes»: que entiendan esa autoridad como servicio («el primero entre vosotros será vuestro servidor»), que no se dejen llevar del orgullo («el que se enaltece será humillado»). El mejor ejemplo nos lo dio el mismo Jesús, cuando, en la cena de despedida, se despojó de su manto, se ciñó la toalla y empezó a lavar los pies a sus discípulos: «si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras actitudes para con Dios y para con el prójimo (J. Aldazábal).

En el capitulo 23, Mateo agrupó varias frases de Jesús "contra los fariseos". -En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Tomaron un poder oficial desde el punto de vista religioso. Fueron lo que hoy se llama "un grupo de presión". -Haced pues y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque "ellos dicen" y "no hacen". Primera crítica: son buenos disertadores, son teóricos. Su ideal es válido, pero no lo ponen realmente en práctica en su vida. Ayúdame, Señor, a detectar esa distancia entre "lo que digo" y "lo que hago". Hazme clarividente y realista. -Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.

Segunda crítica: "oprimen" a los demás con sus grandes principios, son muy exigentes para los demás y muy poco para sí mismos. Saben lo que se tendría que hacer. "No hay más que..." Ayúdame, Señor, a ser bueno con los demás y exigente para conmigo. Haz que sepa descargar del peso a los demás... y que yo mismo no sea una carga para los que me rodean. -Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres... Filacterias, orlas, primeros puestos, saludos.

Tercera crítica: Actúan no para Dios, sino "para ser vistos". Buscan recibir honores y destacar entre los demás. Es la puerta abierta a la vanidad que da importancia a lo que no la tiene... y también a la hipocresía, que conserva una fachada de honorabilidad cuando todo el interior está podrido. Ayúdame, Señor, a ver todos los gérmenes de fariseísmo que estén en mí. -Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbi"... -Maestro- Ni llaméis a nadie "Padre"... Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores".... Efectivamente Jesús persigue todos los "títulos" que uno puede darse a sí mismo. Pero Jesús condena también esa pretensión de ser el guardián de la ortodoxia: la religión de Jesús no es una religión "profesoral", en sentido despectivo, donde están los que "saben" y deben enseñar su saber a los demás. Encontrar a Dios, entrar en relación con Dios no es privilegio de los exégetas, de los teólogos, de los sabios. La abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los demás y rezando sencillamente sus oraciones, sabe y tiene mejor conocimiento de Dios, que todos los doctores en teología. -Vosotros sois todos hermanos y tenéis un solo Padre, el del cielo, y un solo Doctor, Cristo... Sí, los mismos apóstoles no hacen más que transmitir "lo que han recibido". No convendría disputar sobre las palabras, porque el lenguaje cambia y los "términos" del tiempo de Jesús no tienen hoy la misma resonancia sensible. De todos modos, en esas palabras de Jesús, hay una profunda reivindicación de igualdad: la sola apelación entre nosotros verdaderamente evangélica, debiera ser la de "¡hermano!" Pero, más allá de las palabras, es la actitud lo que cuenta. Los cristianos de hoy ¿están preparados para esa conversión? -El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se humille, será ensalzado. El que se ensalza, será humillado. ¿Cuándo haremos por fin caso de esas consignas repetidas de humildad y de servicio? Examinar detenidamente en mí todos mis instintos de superioridad... todos mis fariseísmos (Noel Quesson).

Los fariseos buscaban el prestigio a cualquier precio. Ellos formaban un partido político que quería alcanzar el Reino por medio del estricto cumplimiento de la Ley. Se mostraban como modelos de santidad y perfección con la intención de meter al pueblo por el camino del fanatismo religioso. Pero, sus aspiraciones verdaderas eran adquirir el poder con el apoyo popular. Jesús les reprocha a los fariseos la pretensión de cargar al pueblo con seiscientos trece mandatos que ellos mismos no cumplían. Estos eran una carga extremadamente pesada e inútil. Los fariseos se exhibían como hombres piadosos, pero no estaban dispuestos a realizar lo más importante de la ley que es la misericordia y la justicia. Jesús invita a los suyos a aprender de lo que saben los fariseos pero no a imitar su actitud de vida. Pues, en efecto, ellos enseñaban muchas cosas valiosas de la Sagrada Escritura, pero no estaban dispuestos a comprometerse con las exigencias de la Palabra de Dios. La comunidad de Jesús, por el contrario, no basa su existencia en una mera noción de la Palabra, sino en un compromiso vital con ella. Actualmente afrontamos un reto similar al que afrontó Jesús: hay quienes se presentan como maestros, jefes y doctores que conocen perfectamente las doctrinas y pueden guiar a la comunidad, pero que, en verdad, buscan el poder y el prestigio. La comunidad debe ser crítica ante ellos y descubrir sus verdaderas intenciones. El maestro, la doctrina y la autoridad siguen siendo Jesucristo y su Evangelio. A la luz de Él y de su Palabra la comunidad ha de discernir el verdadero camino de vida (Servicio Bíblico Latinoamericano). Aunque ¿quién debe juzgar? ¿cómo? Por sus frutos los conoceréis: la misericordia, hablar bien de los demás, el amor…

Llucià Pou Sabaté 

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