jueves, 26 de enero de 2017

Viernes semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

El Reino de Dios crece en el corazón, y hay que tener paciencia como en la espera de que la simiente fructifique
“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).
1. Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla, que es el Reino de Dios. -“El "Reino de Dios" es como un hombre que arroja la semilla en la tierra”. ¿Germinará la semilla? Hay que sembrar y arriesgarse. El "Reino de Dios" comienza; como un gran tiempo de siembra. Con la fragilidad del amor, que puede ser rechazado. Con su grandeza, que es lo más fuerte.
-“De noche y de día, duerma o vele, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo”. Marcos es el único que nos relata esta maravillosa, corta y optimista parábola del "grano-que-crece-solo" Su alegre movimiento muestra que todo reside en la vitalidad de la semilla: el germen es una potencia concentrada, formidable, invencible... pero menuda, escondida y aparentemente frágil. Desde que la semilla ha sido arrojada a la tierra, comienzan en lo secreto, una serie de maravillas. La cosa no depende ya de si el campesino se preocupa o no. De esa manera, dijo Jesús, el Reino de Dios es como una semilla viva. Sembrada en un alma, sembrada en el mundo, crece con un lento, imperceptible, pero continuo crecimiento. Incluso inapercibida, y no verificable aún, la vida progresa y no abdica jamás. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, el Reino germina y crece poderosamente. El protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu. No es que seamos invitados a no hacer nada, pues parte de la providencia divina es que ha puesto en nosotros la capacidad de previsión. Y provisión. Hemos de ocuparnos, pero sin preocuparnos, trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal (J. Aldazábal).
El Reino de Dios no es un programa político o de acción social, consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno). La fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo. La idea de paciente espera ante la falta de fruto está muy presente en este Evangelio.
-“¿A qué podemos comparar el "Reino de Dios"? A un "grano de mostaza ... que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas del mundo. Pero sembrado, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden abrigarse a su sombra”. Jesús, te veo solo, a orillas del lago, con doce hombres y algunos oyentes galileos... y la "pequeña semilla" de ese día ha llegado a ser un árbol grande, ha llegado hasta los extremos de la tierra. Pienso en la Iglesia, en su pequeñez y fragilidad. Pienso en mi propia vida espiritual, tan débil y "pequeña". Tu parábola de esperanza me llena. ¡Gracias, Señor! Gracias Marcos, por habérnosla relatado (Noel Quesson). La aplico a mi vida, que como los cultivos requiere una primera labor del campesino de quitar (arar, limpiar de malas hierbas), y luego otra de plantar y regar. La mostaza, la más pequeña de las simientes, oscura y tan pequeña que solo es visible sobre un fondo claro, si germina llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.
Así también veo el apostolado: “la doctrina, el mensaje que hemos de propagar, tiene una fecundidad propia e infinita, que no es nuestra, sino de Cristo” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa). El Señor nos ofrece constantemente su gracia para ayudarnos a ser fieles, cumpliendo el pequeño deber de cada momento, en que se nos manifiesta su voluntad y en el que está nuestra santificación. De nuestra parte está aceptar Su ayuda y cooperar con generosidad y docilidad, no dejar perder las oportunidades que se pasan, aunque vengan otras luego.
La vida interior necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. “Hay que tener paciencia con todo el mundo –señala San Francisco de Sales-, pero en primer lugar con uno mismo” (Cartas) Nada está perdido si nos dejamos guiar por esa espera en el Señor; nada está perdido porque está la posibilidad de perdón, la vida continúa, es un volver a empezar, un amor correspondiendo al Señor.
2. "Recordad aquellos días primeros, cuando estabais recién iluminadoscon la luz de Cristo... El autor de la epístola a los Hebreos invita a los fieles, en peligro de flaquear ante las excesivas adversidades y afectados por la prueba del tiempo y de las contradicciones, a volver al punto inicial de su fe. "¡Recordad!". Re-cordar es “revivir” en el “corazón”: en la memoria está nuestra experiencia, nuestra autoconciencia, nuestra identidad: "¡Recordad que sois creyentes!". Me contaron de un pueblo de África, en el que cantan una canción al niño que nace, es “su canción”, asociada a su nombre. Cuando va creciendo, se la cantan. Y si un día hace algo mal, se reúne el pueblo y le cantan la canción, para recordarle quien es, y que no reniegue de su esencia… también con la fe se nos recuerda (Credo, Padrenuestro…) que somos hijos de Dios, y creer es vivir y actuar entrando en la vida y en la acción que la palabra de Dios me propone, para alcanzar su presencia y unirme a su vida. Creer es vivir "a pesar de todo", esperar a pesar de todo, amar a pesar de todo (“Dios cada día”, de Sal Terrae).
-"Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los buenos, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes". Opción cristiana difícil pero que da paz, alegría. En los momentos de flaqueza, ¡Señor, dame tu luz y hazme ver la Verdad!
-"No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa". -Hay que tener paciencia y perseverar. En un tiempo en que no hay fidelidad para nada, debemos permanecer fieles a Dios contra viento y marea. También se puede traducir: -“No perdáis ahora vuestra confianza que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido”. Confianza, paciencia. Concédenos Señor, paciencia y tenacidad... apoyadas no en nuestras propias fuerzas, sino en tus promesas.
-“Pues todavía un poco, muy poco tiempo, y el que ha de venir vendrá sin tardanza. ¡Un poco... muy poco... tiempo!” Cuando el caballo atisba la cuadra, regresa corriendo después de un largo paseo. Estamos seguros de que la espera será corta, esperamos más pacientemente. Cuando sabemos que la prueba será breve la soportamos más valientemente. ¡Danos la convicción, Señor, de que todo lo perecedero es corto! Y de que estamos en vísperas de encontrarte al fin cara a cara. Que esta certeza no sea una evasión, sino un estimulante para afrontar con mayor valentía y con más alegría todas las obligaciones que pesan sobre nuestras vidas.
-"Mi justo vive de su fidelidad; pero, el cobarde dejará de agradarme". Y nosotros no somos de los que se acobardan y perecen sino «creyentes» para la salvación del alma. Sí, lo sabemos, a nuestro alrededor hay hombres que desertan. También los había que flaqueaban alrededor de san Pablo. Este, se endereza dignamente: A Dios no le agradan los que «abandonan». Y es precisamente la prueba lo que permite distinguir a los verdaderos fieles: los hay que aguantan y lo hay que escapan. Señor, te lo pedimos, que sepamos ser fieles... ser «hombres de fe» (Noel Quesson).
3. La Salvación es la obra de Dios en nosotros: “Confía en el Señor y haz el bien, / habita tu tierra y practica la lealtad; / sea el Señor tu delicia, / y él te dará lo que pide tu corazón”.
En el Libro de Daniel —siglo II a. C.— se habla del ser soberano de Dios en el presente, pero sobre todo nos anuncia una esperanza para el futuro, con la figura del «hijo del hombre», que es quien debe establecer la soberanía. Y el judío devoto con sus oraciones acepta el señorío de Dios sobre el mundo y la historia, que sobrepasa el momento, va más allá de la historia entera y al mismo tiempo es algo absolutamente presente, presente en la liturgia, en el templo y en la sinagoga como anticipación del mundo venidero; presente como fuerza que da forma a la vida mediante la oración y la existencia del creyente, que carga con el yugo de Dios y así participa anticipadamente en el mundo futuro.
Jesús, fuiste un «israelita de verdad» (cf. Jn 1,47) y, al mismo tiempo, fuiste más allá del judaísmo, tus promesas van más allá. Nada se ha perdido pero algo nuevo nace contigo: «está cerca el Reino de Dios» (Mc 1,15), «ha llegado a vosotros» (Mt 12,28), está «dentro de vosotros» (Lc 17,21). La imagen de la semilla pequeña rompe las interpretaciones mesiánicas equivocadas de poder humano. Nos abre a este salmo: “Encomienda tu camino al Señor, / confía en él, y él actuará: / hará tu justicia como el amanecer, / tu derecho como el mediodía.
El Señor asegura los pasos del hombre, / se complace en sus caminos; / si tropieza, no caerá, / porque el Señor lo tiene de la mano.
El Señor es quien salva a los justos, / él es su alcázar en el peligro; / el Señor los protege y los libra, / los libra de los malvados y los salva / porque se acogen a él.”
Llucià Pou Sabaté
Santa Ángela de Mérici, virgen y mártir

"Si alguna persona, por su estado de vida, no puede vivir sin riquezas y posición, que al menos mantenga su corazón vacío del amor a estas"  -Sta. Angela Merici
También conocida como Sta. Angela de Brescia. Nació en Desenzano, cerca de Brescia, norte de Italia, el 21 de Marzo de 1470 o 1474; murió en Brescia, el 27de enero de 1540; canonizada en 1807.
Como a menudo ocurre, Angela creció gracias a muchas dificultades. Huérfana a los 10 años, Angela, su hermana y hermano fueron criados por un tío rico, Biancozi, at Salo. En su primera experiencia de éxtasis, se le apareció la Virgen Santísima con su hermana mayor quien había muerto de repente sin los sacramentos. Ella había estado preocupada por la salvación de esta hermana.
Angela se hizo terciaria franciscana a la edad de 13 años y vivió en gran austeridad, a veces comiendo solo pan y vegetales. Desde entonces no quiso poseer nada, ni siquiera una cama (porque el Hijo del Hombre no tenía donde recostar su cabeza)
Al morir su tío, Angela con 20 años, vuelve a su pueblo natal y da catecismo a los pobres. Pequeña en estatura, pero muy grande en amor y entusiasmo por servir a Dios, Angela compartió con sus amigas su gran preocupación por la ignorancia religiosa de tantos niños. Pronto, con un grupo de terciarias organizó la formación de jovencitas. Una familia adinerada le invitó a abrir una escuela en Brescia.
Angela tenía el don de recordar todo lo que leía. Hablaba bien en latín y conocía el significado de algunos de los pasajes mas difíciles de la Biblia. En Brescia conoció a las familias mas influyentes y comenzó un grupo de personas devotas.
En un viaje a la Tierra Santa, de repente perdió la vista en Creta. Continuó con devoción el viaje y en el regreso recuperó la vista en el mismo lugar que la había perdido.
En su visita a Roma para el año santo 1525, el Papa Clemente VII le pidió que se hiciese cargo de un grupo de hermanas enfermeras en Roma, pero ella le dijo de una visión que ella había tenido años antes de doncellas ascendiendo al cielo en una escalera de luz. Esta visión la inspiró a formar un noviciado informal. En la visión, las santas vírgenes era acompañadas en la escalera por ángeles gloriosos que tocaban dulces melodías con arpas doradas. Todas llevaban preciosas coronas decoradas con piedras preciosas. Después de un tiempo, la música paró y el Salvador en persona la llamó por su nombre para crear una sociedad de mujeres. El Santo Padre le dio permiso para formar la comunidad.
Poco tiempo después, se le apareció Santa Ursula, quien desde entonces fue la patrona de la comunidad. Un día Angela cayó en éxtasis y se dice que levitó.
Poco después de su retorno a Brescia, tuvo que retirarse a Cremona por la guerra. Carlos V estaba a punto de hacerse con Brescia y los civiles debían abandonar la ciudad. Angela mas tarde regresó para el gran gozo de la población que ya la tenía por santa y profeta.
En la Iglesia de San Afra en Brescia, el 25 de Noviembre de 1535, Angela y 28 compañeras mas jóvenes se unieron ante Dios para dedicarse el resto de sus vidas a su servicio, especialmente para la educación de niñas. Angela puso al grupo bajo la protección de Santa Ursula, patrona de las universidades medievales y veneradas como lider de mujeres. Este fue el comienzo de la Compañía de las Ursulinas, la primera orden de mujeres dedicada a la enseñanza. Esto era una idea novedosa que tomó tiempo en ser aceptada. Sta. Angela no lo vio ya que murió cuatro años después de fundar.
La orden no usaba hábito (solo un sencillo vestido negro), no hacía votos, no tenía vida de clausura, ni votos ni vida comunitaria. Su trabajo era la educación religiosa de niñas, especialmente las pobres, y el cuidado de los enfermos. Las Ursulinas fueron reconocidas formalmente por el Papa Pablo III cuatro años después de la muerte de Sta. Angela (1544) y se organizaron como Congregación en 1565.
Al comienzo mucha de la enseñanza la hacían en las casas de los niños.
Angela tenía una gran paciencia y amabilidad. Atendía con esmero a los pobres, enfermos e ignorantes. Pronto tuvo 150 hermanas.
Al momento de morir, rodeada de sus hermanas, un hermoso rayo de luz brilló sobre la santa. Murió con en nombre de Jesus en sus labios.
EN 1568, San Carlos Borromeo llamó a las Ursulinas a Milán y las persuadió a entrar en la vida de clausura. En un sínodo provincial dijo a sus obispos vecinos que no conocía mejor forma de reformar una diócesis que introducir a las Ursulinas en las comunidades muy pobladas.

miércoles, 25 de enero de 2017

Invitación a conferencia de Gonzalo Rodríguez-Fraile, 27.I.2017, en Málaga


Jueves semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Somos portadores de la luz de Jesús, con una vida de fe y buenas obras
“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará»” (Marcos 4,21-25).
1. Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz: nos dices, Señor, que quien te sigue tiene un candil encendido, para alumbrar a los demás. No hemos de trabajar por nuestra propia santificación, sino también por la de los demás. Vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14), nos dices también, explicándonos el secreto del Reino. La “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —tu Palabra, Señor—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho».
Nos das tu luz, Señor, y tu misión: “hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (S. Josemaría Escrivá, Forja 1). Una postura egoísta sería no usar los dones que Dios nos dio, para iluminar a los demás: “autistas” del espíritu.
El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’». ¿Qué escuchar, y cómo? Es el acto de sinceridad hacia Dios y nosotros mismos: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad (Àngel Caldas).
Consideramos la luz que Jesús ha traído al mundo, y en estas fechas celebramos que Jesús es la “luz para las naciones” (Presentación de Jesús al Templo, 2 de febrero), y de esta luz para todos los hombres, participamos nosotros. Sin esta luz de Cristo, el mundo está a oscuras, se vuelve difícil y poco habitable. Hemos de llevar esta luz, ser portadores de la luz de la filiación divina, para iluminar el ambiente en el que vivimos. "El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos (…) la santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios" (San Josemaría).
A ejemplo de Jesús queremos iluminar con nuestro trabajo bien hecho. A la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Luz para los demás es tener prestigio profesional, y para ello es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.
En nuestra actuación, lo que más se valora es el buen corazón, tener buen carácter, así llamamos a ese cúmulo de virtudes. Sobre todo es la gracia divina lo que salva, pero cuenta también con nuestro buen hacer, para ser luceros en medio del mundo. Las normas de convivencia deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia (Francisco F. Carvajal). Para eso necesitamos lucha, así la fortaleza no puede arraigar en alguien que no se vence en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que siempre está preocupado del calor y del frío. Que se deja llevar por los estados de ánimo siempre cambiantes y que siempre está pendiente de sí mismo y de su comodidad. El Señor nos quiere con una personalidad bien definida, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que ponemos para cultivar estos dones personales. Por eso queremos contemplarte, Señor, para ver en ti la plenitud de todo lo humano noble y recto, y a ti parecernos. Te pedimos que nos des optimismo, generosidad, orden, alegría, cordialidad, sinceridad, veracidad; que seamos sencillos, leales, diligentes, comprensivos, equilibrados.
Pienso en la luz que han dado las madres cristianas, que han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo y su amor sobre todo. Pues es el amor el sentido de la moral cristiana. Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino que más bien: —¿Qué he ganado? Es decir, ¿qué luces he dado a los demás? Esto es lo que da una vida llena. Quitar mi yo (el humo) y dejar el amor (la luz y calor), en una  total disponibilidad a la voluntad de Dios, como la Virgen.
La parábola de la medida también es muy rica: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces. Los que acojan en sí mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho (J. Aldazábal).
-“Prestad atención a lo que oís: Con la medida con que midiereis se os medirá y se os dará por añadidura. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Jesús, ha observado también en eso a los comerciantes de su tiempo cuando están midiendo el trigo, o la sal, con un celemín o un recipiente: se tasa más o menos... se llena hasta el borde o se procura dejar un pequeño margen a fin de mejorar la economía. Y Jesús nos revela su temperamento: "lanzaos plenamente, tasad, colmad". Y aplica este símbolo al hecho de escuchar la Palabra de Dios. No olvidemos que estamos al principio del evangelio. Jesús desea que sus oyentes se llenen de esta Palabra, sin perder nada de ella. ¿Qué avidez siento? ¿Soy de los que enseguida dicen: "basta"... o de los que dicen: "¡más!"... La medida de amar, es amar sin medida... (Noel Quesson).
2. -“Hermanos, tenemos plena seguridad para entrar en el santuario del cielo”. Gracias, Señor, porque nos anima la certeza de llegar a tu corazón.
Jesús es el camino para el Padre, y una novedad cristiana es que no hacen falta ritos para conectarse con Dios, la oración filial rompe todos los moldes que había. La “cortina” que había en el templo (en la antesala del “santo de los santos”) ha sido suprimida. En lugar de los ritos, se impone la ley del amor. La misma Jerusalén, que era como el signo de la presencia de Dios, ahora se lee como una imagen del Reino de Dios, con las piedras vivas de cada bautizado. La “vía de acceso” a Dios ya se conoce:
-"A Dios nadie le ha visto jamás. Pero el unigénito Hijo, el que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer". La cima, por alta que sea, puede alcanzarse en virtud de la sangre de Jesús: "camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne”. A nosotros, asumiendo también nuestra condición de hombres, se nos abre el mismo camino con El, quien “por su carne, por su "condición humana", Jesús llegó hasta Dios”.
«Creo en un solo bautismo para el perdón de los pecados», rezamos en la profesión de nuestra fe. Y ser bautizado es no cesar jamás de luchar contra todo no-amor para amar mejor (Noel Quesson): -Estemos atentos los unos a los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, es decir, para amar mejor.
3. Me abandono en ti, Dios mío, y te alabo con el salmista: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena, / el orbe y todos sus habitantes: / él la fundó sobre los mares, / él la afianzó sobre los ríos”.
Quiero llegar a ti, acceder a tu corazón, poder hablar contigo, y para esto te pido que mi sentimiento con tu ayuda se transforme en obras: “¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El hombre de manos inocentes / y puro corazón, / que no confía en los ídolos. / Ése recibirá la bendición del Señor, / le hará justicia el Dios de salvación. / Éste es el grupo que busca al Señor, / que viene a tu presencia, Dios de Jacob.”
Llucià Pou Sabaté
Santos Timoteo y Tito, obispos

«Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. id: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros». (Lucas 10,1-9)

1º. Jesús, te apoyas en estos setenta y dos discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir.
Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios.
Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta.
Estos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con falsas necesidades o dificultades.
Jesús, aunque son un buen número -setenta y dos- te parecen pocos: «la mies es mucha, pero los obreros pocos».
Después de dos mil años, ¡aún queda tanto por hacer!
Países enteros que se llaman cristianos y que no conocen de Ti más que una oscura sombra de tu rostro.
Y países inmensos aún por cristianizar.
Realmente «los obreros son pocos».
¿Qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama?
Para empezar, no excusarme yo el primero, preguntándote en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del Evangelio?, ¿dónde te puedo servir mejor en esta mies  -en este campo- que es el mundo?
Y luego, he de rezar más: «Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor.
«Nado hay más frío que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza como pretexto. La que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata. Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir; Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excuso: ellos eran todos hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fue Onésimo, y mira cuál fue su vocación. No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede» (San Juan Crisóstomo).
2º. Tienes obligación de llegarte a los que te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesada y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los problemas de los demás.
Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los hombres, que están necesitados de ese «gaudium cum pace»  de esta alegría y esta paz, que quizá no conocen o han olvidado» (Forja 900).
Jesús, como a esos setenta y dos discípulos, también hoy llamas a los cristianos -a mí- y nos envías «como corderos en medio de lobos».
En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista -que en vez de hombres produce lobos hambrientos- Tú me muestras otro modelo: Tú mismo, que eres «el cordero de Dios».
El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición.
Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: «paz a esta casa.»
Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser «hijo de paz»; promotor del entendimiento y del perdón, hermano de mis hermanos los hombres.
Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia aburguesada y egoísta de los que me rodean.
Y para ello, el primero que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

martes, 24 de enero de 2017

Miércoles semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

El sembrador y la pedagogía de la parábola: siembra divina, hoy
“En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento»” (Marcos 4,1-20).
1. Comienza hoy la Iglesia a proponernos las grandes “parábolas” de Jesús. Son el corazón de la predicación de Jesús, que con el paso del tiempo no pierden su frescura y humanidad, y llegan al corazón. Tu estilo, Jesús, está ahí presente, y con ellas siento tu cercanía. Ayúdame a ver lo que querías decirnos, lo que nos dices “hoy” en ese lenguaje de imágenes, metáforas. Hoy, veo tus interpretaciones alegóricas, la semilla que cae parte en el camino, parte en terreno pedregoso, parte entre espinas y parte en suelo fértil. Siento que me hablan, pero nunca agotamos su significado, siguen siempre abiertas…
La palabra hebrea mashal (parábola, dicho enigmático) abarca los más diversos géneros: la parábola, la comparación, la alegoría, la fábula, el proverbio, el discurso apocalíptico, el enigma, el seudónimo, el símbolo, la figura ficticia, el ejemplo (el modelo), el motivo, la justificación, la disculpa, la objeción, la broma.
Nos hablan de tu Reino, Señor, de tu venida. Quiero aprender cuando les cuentas a los discípulos el significado de la parábola: «A vosotros os ha concedido Dios el secreto del Reino de Dios: pero para los de fuera todo resulta misterioso, para que (como está escrito) "miren y no vean, oigan y no entiendan, a no ser que se conviertan y Dios los perdone"». Quiero entender que tú sabías que el profeta que citas fracasa en su labor (tomo estas ideas de Ratzinger): tu mensaje, como aquel, contradice demasiado la opinión general, las costumbres corrientes. A través de su fracaso, las palabras resultan eficaces. Esto pasó con los profetas y la historia de Israel, y en cierto sentido se repite continuamente en la historia de la humanidad. Es tu destino, Señor: la cruz. Pero precisamente de la cruz se deriva una gran fecundidad.
La siembra de la semilla está presente en tu predicación, y es el «Reino de Dios» que crece, como el grano de mostaza. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Tú mismo eres el grano, Señor, y por tu «fracaso» vendrá la salvación: «Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).
Es un fracaso como camino para lograr «que se conviertan y Dios los perdone». Es el modo de conseguir, por fin, que todos los ojos y oídos se abran. En la cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: «Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente» (Jn 16,25). Ahora se entienden como estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto (Ratzinger).
La parábola acerca lo que está lejos a los que la escuchan y meditan sobre ella; por otro, pone en camino al oyente mismo. La dinámica interna de la parábola, le invita a ir más allá de su horizonte actual, hasta lo antes desconocido y aprender a comprenderlo. Pero eso significa que la parábola requiere la colaboración de quien aprende, que no sólo recibe una enseñanza, sino que debe adoptar él mismo el movimiento de la parábola, ponerse en camino con ella. En este punto se plantea lo problemático de la parábola: puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse guiar por ella; puede que, sobre todo cuando se trata de parábolas que afectan a la propia existencia y la modifican, no haya voluntad de dejarse llevar por el movimiento que la parábola exige. No obliga, señala el camino…
En las parábolas hay implícita una presencia de Dios, esa presencia tan necesaria en nuestro tiempo cuando se le rechaza por no ser “experimentable” según la ciencia moderna esa presencia.
 “Salió el sembrador a sembrar…” Parte de la semilla cae en el camino, o se lo comen los pájaros, o queda ahogado por el egoísmo o el miedo... Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Es decir que somos libres y responsables, que según lo que sembremos recogeremos. Y según como sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto.
Vemos el peligro es pensar que no hemos sembrado bien, que no tenemos ni idea de hacer las cosas, el lamento pesimista del que se piensa culpable de que haya guerras en el otro lado del mundo: “A menudo os equivocáis cuando decís: me he engañado con la educación de mis hijos, o  no he sabido hacer el bien a mi alrededor. Lo que sucede es que aún no habéis conseguido el resultado que pretendíais, que todavía no veis el fruto que hubierais deseado, porque la mies no está madura. Lo que importa es que hayáis sembrado, que hayáis dado a Dios a las almas. Cuando Dios quiera, esas almas volverán a él. Puede que vosotros no estéis allí para verlo, pero habrá otros para recoger lo que habéis sembrado” (G. Chevrot).
Finalmente, vamos a la semilla que cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta: la fertilidad de la buena tierra compensó con creces a la simiente que dejó de dar el fruto debido. Nada quedó sin fruto. El gran error del sembrador sería no echar la simiente por temor a que una parte cayera en lugar poco propicio para fructificar, o por temor a que nos malinterpreten, etc.
“Jesús, os decía al comienzo, es el sembrador. Y, por medio de los cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo” (S. Josemaría). Su sangre vivifica a todo el mundo, a cada uno. Y así también, de formas muchas veces insospechada, hace fructificar nuestros esfuerzos: “Mis elegidos no trabajarán en vano” (Is. 65, 23), no se pierde nada de lo que se hace cuando estamos con el Señor. El apostolado es así tarea alegre y, a la vez, sacrificada: en la siembra y en la recolección: “Ante un panorama de hombres sin fe, sin esperanza; ante cerebros que se agitan, al borde de la angustia, buscando una razón de ser a la vida, te encontraste una meta: El /  Y este descubrimiento inyectará permanentemente en tu existencia una alegra nueva, te transformará, y te presentar una inmensidad diaria de cosas hermosas que te eran desconocidas, y que muestran la gozosa amplitud de ese camino ancho, que te conduce a Dios” (San Josemaría). En Santa María encontramos el mejor modelo de correspondencia a la siembra divina, a ella acudimos para dar fruto.
2. –“En la antigua alianza los sacerdotes estaban "de pie" en el Templo... Jesucristo empero se "sentó" para siempre a la diestra del Padre”. Es la diferencia entre el antiguo sacerdocio judío y el sacerdocio de Jesús. Ellos estaban atareados “ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios que nunca pueden borrar los pecados”, como quizá nosotros al multiplicar los ritos como si se tratara de querer doblegar a un Dios justiciero e inflexible. Jesús nos busca y reconduce como a la oveja perdida llevándola sobre sus hombros, es El quien ofrece incansablemente su perdón, es El quien ha hecho todo el camino de la reconciliación, Dios ha cargado con el peso de la sangre derramada, en Jesucristo.
-“Jesucristo, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre. Desde entonces espera que sus «enemigos sean puestos por escabel de sus pies»”. Señor, quiero yo también contemplarte, sentado junto a Dios, en esa hermosa actitud majestuosa esculpida en la piedra de muchos tímpanos de las catedrales (Noel Quesson).
-“Por su único sacrificio, Cristo condujo siempre a su perfección a aquellos que de Él reciben la santidad”. Gracias, Señor. Nos haces presente el único sacrificio de la cruz. ¿Qué conclusión debo sacar concretamente para mi vida de HOY?
-“El Señor declara: «Pondré mis leyes en sus corazones, las inscribiré en su mente y no me acordaré ya más de sus pecados y faltas»”. Estas preciosas palabras de Jeremías nos consuelan.
3. Quiero ver tu realeza, Jesús, con las palabras que canta el salmo: “Oráculo del Señor a mi Señor: / "Siéntate a mi derecha, / y haré de tus enemigos / estrado de tus pies."” Me gusta verte con tu cetro, someter en la batalla a tus enemigos: "Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, / entre esplendores sagrados; / yo mismo te engendré, como rocío, / antes de la aurora." Te contemplo como el Camino, mediador eterno: "Tú eres sacerdote eterno, / según el rito de Melquisedec."”
Llucià Pou Sabaté
La Conversión del apóstol San Pablo

La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra conversión
“En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien»” (Marcos 16,15-18).
1. Durante esta Semana de oración hemos pedido al Señor la unidad de los cristianos, para que se haga realidad que seamos un solo rebaño y un solo pastor, y podamos vivir la petición de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Proclamar el Evangelio: no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7,31). En diversas ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo primero es que todos puedan acceder a la predicación. A la escucha divina, a través de signos. Recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,28); y a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10,42). La escucha de la palabra es importante para esa unidad con el Señor y con los demás que es la Iglesia, y la base del ecumenismo, pues “no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la ‘lectio’ divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22)” (Benedicto XVI).
Te pedimos, Jesús, ayuda para vivir esta fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía, para que tu Evangelio ilumine tantas situaciones humanas, y dé paz a una sociedad llena de conflictos.
Hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”: son manifestaciones extraordinarias del reino de Dios. Quizá a veces nos quedamos mudos, hemos de hablar. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9). La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
2. Pablo cuenta su historia, cómo fue formado entre los fariseos por su maestro Gamaliel, y –añade- “yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres”. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban (cf Hch 8,1). Había pactado acabar con los cristianos, y pidió cartas para detener a los sectarios de Damasco, y mientras allí iba, se encuentra con Cristo que siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace con Pablo: “de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: ¿quién eres, Señor? Me respondió: soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues… yo pregunté: ¿Qué debo hacer, Señor? El Señor me respondió: ‘levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer’” A nuestro lado está siempre Jesús que nos acompaña en el crecimiento de las virtudes, pero vemos que a veces da un empujón a algunas personas, y las transforma, algo así como un salto y crecen “de golpe”…
Como quedó ciego, Pablo se dejó llevar. Así, continúa el Apóstol, “un cierto Ananías… vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la vista… el Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, porque vas a ser testigo ante todos los  hombres, de lo que has visto y oído… Levántate, recibe el bautismo que por la invocación del nombre de Jesús lavará tus pecados”. Con agradecimiento, Pablo obedece, como escribe él mismo en su Primera Carta a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad" (1 Tim 1,12-13). Dice que "lo hice por ignorancia". Muchos que hacen cosas malas, son ignorantes. El mismo Jesús pide en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”… la misma ignorancia se convierte en motivo de salvación…
Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12): “el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”. A veces, nos faltan respuestas como un chico que pensando, no encontraba respuesta: “¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento?, ¿por qué no empezó por ahí?” En realidad, quizá no quiere el Señor que perdamos la paz, pues si él quiere ya sabe transformarnos de golpe, como a Pablo.
Otra veces estas luces son precisamente cambiar la manera de mirar nuestra vida, no pretender una realidad distinta sino ver que Jesús ilumina mi realidad, sólo se trata de mirarla de otro modo. Señalaba uno que pasarse la vida luchando “contra” los propios defectos, es tiempo perdido. “Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar”, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: “voy a empezar a amar…” entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a multiplicarse la hojarasca.
Pasó Pablo tres días sin ver, sin comer y sin beber… para favorecer esa conversión de corazón. “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma” (Bernardino Herrando).
A San Pablo un día Dios le tiró “del caballo” y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache.
Si San Pablo, al caer del caballo, no se hubiera enamorado de Cristo, a los pocos meses, habría acabado siendo un buen burgués mediocre montado en un burro. La resurrección es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Mucha gente sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos… Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los demás.
Tomó Pablo alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban atónitos y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?»
¿Qué preparación tenía S. Pablo cuando Cristo lo derriba del caballo, lo deja ciego y le llama al apostolado? No lo sabemos. Jesucristo lo escoge para Apóstol. Luego en su humildad, Pablo dirá que es como un abortivo (1 Cor 15,8). «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (A.A. 2).
El día de su conversión Pablo entendió que si perseguía a los seguidores de Cristo estaba persiguiendo a Cristo, que está en los cristianos, pues le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues". Pablo pasa de perseguidor a convertido. Quizá también nosotros hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos los pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tu verdad, Jesús, es prenda de salvación, y si la misión de propagarla es grande, no nos falta tu ayuda, pues nos has dicho: “yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Con labor de Pablo y otros, el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Te pido, Señor, dejarme tocar por tu amor, responder con la generosidad de Pablo, siendo portador de tu evangelio en mi casa, empresa, escuela… «El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)» (A.A.-3).
3. Alabemos al Señor con el salmo por todos sus beneficios: “alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos”. Todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre, que “firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Cristo es la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación(cf. GS 22.24).
Llucià Pou Sabaté 
HOMILÍA DE S.S. BENEDICTO XVI
Fiesta de la Conversión de San Pablo ApóstolBasílica de San Pablo Extramuros
Martes 25 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión oró al Padre por sus discípulos «para que todos sean uno» (Jn 17, 21), los cristianos siguen invocando incesantemente de Dios el don de la unidad. Esta petición se hace más intensa durante la Semana de oración que hoy concluye, cuando las Iglesias y comunidades eclesiales meditan y rezan juntas por la unidad de todos los cristianos. Este año el tema ofrecido a nuestra meditación ha sido propuesto por las comunidades cristianas de Jerusalén, a las que quiero expresar mi vivo agradecimiento, acompañado por la seguridad del afecto y de la oración tanto por mi parte como por parte de toda la Iglesia. Los cristianos de la ciudad santa nos invitan a renovar y reforzar nuestro compromiso por el restablecimiento de la unidad plena meditando sobre el modelo de vida de los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén, los cuales —como leemos en los Hechos de los Apóstoles— «perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Este es el retrato de la primera comunidad, nacida en Jerusalén el mismo día de Pentecostés, suscitada por la predicación que el apóstol san Pedro, lleno del Espíritu Santo, dirige a todos aquellos que habían llegado a la ciudad santa para la fiesta. Una comunidad no cerrada en sí misma, sino, desde su nacimiento, católica, universal, capaz de abrazar a gentes de lenguas y culturas distintas, como nos atestigua el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. Una comunidad no fundada sobre un pacto entre sus miembros, ni surgida simplemente de compartir un proyecto o un ideal, sino de la comunión profunda con Dios, que se reveló en su Hijo, del encuentro con Cristo muerto y resucitado.
En un breve sumario, que concluye el capítulo iniciado con la narración de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, el evangelista san Lucas presenta de modo sintético la vida de esta primera comunidad: quienes habían acogido la palabra predicada por san Pedro y habían sido bautizados, escuchaban la Palabra de Dios, transmitida por los Apóstoles; estaban juntos de buen grado, haciéndose cargo de los servicios necesarios y compartiendo libre y generosamente los bienes materiales; celebraban el sacrificio de Cristo en la cruz, su misterio de muerte y resurrección, en la Eucaristía, repitiendo el gesto del partir el pan; alababan y daban gracias continuamente al Señor, invocando su ayuda en las dificultades. Esta descripción, sin embargo, no es simplemente un recuerdo del pasado ni tampoco la presentación de un ejemplo a imitar o de una meta ideal por alcanzar. Es más bien la afirmación de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Es un testimonio, lleno de confianza, de que el Espíritu Santo, uniendo a todos en Cristo, es el principio de la unidad de la Iglesia y hace que los fieles creyentes sean uno.
La enseñanza de los Apóstoles, la comunión fraterna, el partir el pan y la oración son las formas concretas de vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén reunida por la acción del Espíritu Santo, pero al mismo tiempo constituyen los rasgos esenciales de todas las comunidades cristianas, de todo tiempo y de todo lugar. En otras palabras, podríamos decir que representan también las dimensiones fundamentales de la unidad del Cuerpo visible de la Iglesia.
Debemos reconocer que, en el curso de las últimas décadas, el movimiento ecuménico, «surgido con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1), ha dado significativos pasos adelante, que han permitido alcanzar convergencias alentadoras y consensos sobre diversos puntos, desarrollando entre las Iglesias y las comunidades eclesiales relaciones de estima y respeto recíproco, así como de colaboración concreta frente a los desafíos del mundo contemporáneo. Con todo, sabemos bien que aún estamos lejos de la unidad por la que Cristo oró, y que encontramos reflejada en el retrato de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad a la que Cristo, mediante su Espíritu, llama a la Iglesia no se realiza sólo en el plano de las estructuras organizativas, sino que se configura, en un nivel mucho más profundo, como unidad expresada «en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (ib., 2). La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos, por tanto, no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo. Nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el conocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración. De hecho, como declaró el concilio Vaticano ii, el «santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo, supera las fuerzas y las capacidades humanas» y, por ello, nuestra esperanza debe ponerse en primer lugar «en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre por nosotros y en el poder del Espíritu Santo» (ib., 24).
En este camino de búsqueda de la unidad plena visible entre todos los cristianos nos acompaña y nos sostiene el apóstol san Pablo, de quien hoy celebramos solemnemente la fiesta de la Conversión. Antes de que se le apareciera Cristo resucitado en el camino de Damasco diciéndole: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9, 5), era uno de los más encarnizados adversarios de las primeras comunidades cristianas. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban, en los días en que estalló una violenta persecución contra los cristianos de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Saulo partió de la ciudad santa para extender la persecución de los cristianos hasta Siria y, después de su conversión, volvió allí para ser presentado a los Apóstoles por Bernabé, el cual se hizo garante de la autenticidad de su encuentro con el Señor. Desde entonces san Pablo fue admitido, no sólo como miembro de la Iglesia, sino también como predicador del Evangelio junto con los demás Apóstoles, habiendo recibido, como ellos, la manifestación del Señor resucitado y la llamada especial a ser «instrumento elegido» para llevar su nombre a los pueblos (cf. Hch 9, 15). En sus largos viajes misioneros, san Pablo, peregrinando por ciudades y regiones diversas, no olvidó nunca el vínculo de comunión con la Iglesia de Jerusalén. La colecta en favor de los cristianos de esa comunidad, los cuales, muy pronto, tuvieron necesidad de ayuda (cf. 1 Co 16, 1), ocupó un lugar importante entre las preocupaciones de san Pablo, que la consideraba no sólo una obra de caridad, sino el signo y la garantía de la unidad y de la comunión entre las Iglesias fundadas por él y la primitiva comunidad de la ciudad santa, un signo de la unidad de la única Iglesia de Cristo.
En este clima de intensa oración, dirijo mi cordial saludo a todos los presentes: al cardenal Francesco Monterisi, arcipreste de esta basílica, al cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, y a los demás cardenales, a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, al abad y a los monjes benedictinos de esta antigua comunidad, a los religiosos y las religiosas, a los laicos que representan a toda la comunidad diocesana de Roma. De modo especial quiero saludar a los hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades eclesiales aquí representadas esta tarde. Entre ellos me es particularmente grato dirigir mi saludo a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas, cuya reunión tiene lugar aquí en Roma en estos días. Encomendamos al Señor el éxito de vuestro encuentro, para que pueda representar un paso adelante hacia la unidad tan deseada.
Quiero dirigir un saludo particular también a los representantes de la Iglesia evangélica luterana alemana, que han llegado a Roma encabezados por el obispo de la Iglesia de Baviera.
Queridos hermanos y hermanas, confiando en la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, invocamos, por tanto, el don de la unidad. Unidos a María, que el día de Pentecostés estaba presente en el Cenáculo junto a los Apóstoles, nos dirigimos a Dios, fuente de todo bien, para que se renueve para nosotros hoy el milagro de Pentecostés y, guiados por el Espíritu Santo, todos los cristianos restablezcan la unidad plena en Cristo. Amén.

lunes, 23 de enero de 2017

Martes semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 3 de tiempo ordinario; año impar

Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios. Y con su sacrificio redentor nos salva
“En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Marcos 3,31-35).
1. “En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan»”. Ya sabemos que los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares.
En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona y en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “el Cordero dondequiera que vaya”, o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia (junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.
Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En la respuesta de Jesús no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
Jesús, tienes un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Te sientes hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios".
2. –“La antigua alianza poseyendo sólo una sombra de los bienes definitivos...” absolutamente incapaz de conducir a su perfección a los que se acercan para ofrecer sus sacrificios.
-“Es imposible en efecto, que sangre de animales borre el pecado”. Todas las religiones antiguas, sin que se hubiesen concertado, han practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, «sacrificios» de animales: el hombre quiere expresar, por medio de un símbolo su sumisión a Dios... La sangre es portadora de «vida»... se ofrece sangre y ello significa la ofrenda de la propia vida; pero hay el riesgo constante de tender a lo mágico. Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior: A Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto es la vida misma.
-“Por esto al entrar en este mundo Cristo dice: "Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has dado un cuerpo..."” Comencemos por notar lo que aquí se nos revela: los salmos son la oración de Jesús. ¿Cómo es ello? Primero porque es absolutamente cierto que Jesús pronunció esas palabras algún día. Y, sin riesgo a equivocarnos, podemos imaginar que ciertos pasajes, -éste en particular- debieron de encontrar en su oración una resonancia personal perfecta y frecuente. Repitiendo esas palabras de los salmos, es tu plegaria la que adopto, Señor.
Además, como Verbo eterno de Dios antes mismo de encarnarse y de tener labios humanos para pronunciarlas, esas palabras de los salmos habían sido inspiradas por El. De tal modo que el autor pudo decir que en el mismo momento de su Encarnación «entrando en el mundo» el Hijo de Dios para esto vino... para cumplir lo que él mismo había inspirado al salmista anónimo del salmo 40.
-“Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad"”. Una de las más bellas plegarias que se pueden repetir incansablemente... Pero ante todo una «divisa» de vida, ¡la misma que Jesús! Heme aquí HOY, Señor, quisiera hacer tu voluntad.
-“Porque ciertamente de Mí habla la Escritura”. La presencia de Jesús llena ya todo el Antiguo Testamento. Por esto lo leemos con amor y descubrimos esa Presencia.
-“Así abroga el antiguo culto para establecer el nuevo... Y en virtud de esta voluntad de Dios somos santificados, merced a la oblación, de una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo”. Revelación capital: al entrar en el mundo, desde su concepción, Cristo dio a su vida humana entera un alcance sacrificial de cumplimiento de la voluntad del Padre, ¡que la cruz vino finalmente a cumplir! ¿Ofrezco también mi cuerpo y mi vida? (Noel Quesson).
3. En el salmo hacemos propios los sentimientos de Jesús: “Yo esperaba con ansia al Señor; / él se inclinó y escuchó mi grito; / me puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy".
He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, / he contado tu fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad / ante la gran asamblea”.
Llucià Pou Sabaté
Santa María de la Paz. San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia

SANTA MARIA DE LA PAZ
Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz
Los restos sagrados de San Josemaría reposan en Roma, en la Iglesia de Santa María de Paz. Son muchos los que acuden para pedirle ayuda o para agradecer su intercesión.
El cuerpo de san Josemaría reposa en una urna situada bajo el altar de la Iglesia de Santa María de la Paz. Millones de personas en todo el mundo acuden a San Josemaría para solicitar a Dios nuestro Señor gracias de toda clase. Y son muchos quienes se acercan hasta la Iglesia Prelaticia para seguir pidiendo o para agradecer las gracias recibidas por su intecersión.
La devoción de Mons. Escrivá de Balaguer a la Virgen es la razón del título de la iglesia y de la imagen que la preside. La pintura, obra de Manuel Caballero, se puso a la veneración de los fieles el 18 de diciembre de 1959.
El altar del templo está situado bajo un pequeño baldaquino, siguiendo la costumbre de tantas iglesias romanas. En el vestíbulo de acceso se encuentra una imagen de la Virgen María, Madre del Amor Hermoso. En el atrio se contempla la pila bautismal donde fue bautizado San Josemaría el 13 de enero de 1902. Fue donada por el Obispo y el Capítulo de la Catedral del Barbastro, su ciudad natal.
En la cripta está enterrado Mons. Álvaro del Portillo (1914-1994), Obispo y primer sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei.
En esa misma cripta está enterrada Carmen Escrivá, hermana del fundador; y se ha enterrado en ella recientemente a la primera numeraria auxiliar del Opus Dei, Dora del Hoyo.
Allí se encuentran la Capilla del Santísimo y los confesionarios. San Josemaría predicó con incansable celo la necesidad de frecuentar los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, dones de Dios a sus hijos los hombre, fuente de paz y de alegría imperecedera.
"Santa María es —así la invoca la Iglesia— la Reina de la paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: “Regina pacis, ora pro nobis!” —Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?... —Te sorprenderás de su inmediata eficacia" (San Josemaría Escrivá de Balaguer).
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Nella Basilica di Sant'Eugenio a Valle Giulia (30-III-1985).
Il 30 marzo 1985, su iniziativa del Pontificio Consiglio per i laici, si svolsero in diverse chiese dell'Urbe "veglie di preghiera" come parte delle celebrazioni volute dal Santo Padre nel quadro dell'Anno Internazionale della Gioventù. Nella Basilica di Sant'Eugenio a Valle Giulia, il Prelato dell'Opus Dei, Mons. Alvaro del Portillo, presiedette una di tali "veglie", per i giovani di lingua spagnola, e pronunziò la seguente omelia:
Venid, subamos al monte de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, y El nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas (...). El juzgará a las gentes y dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arado, y de sus lanzas, hoces. No alzarán la espada gente contra gente, ni se ejercitarán para la guerra (...). No habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento de Yavé, como las aguas llenan el mar.
Acogiendo la invitación del Santo Padre Juan Pablo II, habéis acudido a Roma en este Año Internacional de la Juventud. ¡Bienvenidos a la Ciudad Eterna!
En las palabras del profeta Isaías, que acabo de citar, se nos recuerda que la paz, ese bien tan grande por el que suspiran millones de personas en todos los rincones del mundo, es ante todo una consecuencia del sometimiento libre del hombre a la Voluntad divina, del cumplimiento amoroso de sus leyes, del esfuerzo por recorrer sus caminos. Como se lee en el frontispicio de esta Basílica de San Eugenio, opus iustitiae pax: la paz es fruto de la justicia, del respeto del orden establecido por el Creador, que nos impulsa a dar a cada uno lo suyo, y a Dios lo que es de Dios. Donde hay amor a la justicia, donde existe respeto a la dignidad de la persona humana, donde no se busca el propio capricho o la propia utilidad, sino el servicio a Dios y a los hombres, allí se encuentra la paz.
Hoy se habla mucho de paz. Sin embargo, quizá nunca como ahora ha asistido nuestro mundo al desatarse de la guerra y la violencia. Se repiten casi al pie de la letra las exclamaciones engañosas de los falsos profetas de tiempos antiguos, que anunciaban: paz, paz; y no había paz.
¿Cuáles son las causas de esos desequilibrios que turban el mundo? Lo ha recordado el Papa en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: "la violencia y la injusticia tienen raíces profundas en el corazón de cada individuo, de cada uno de nosotros". Ya lo advirtió Jesucristo, cuando afirmaba que del corazón proceden los malos pensamientos, homicidios, adulterios, actos impuros, robos, falsos testimonios, blasfemias: todos los desórdenes que los hombres son capaces de cometer contra Dios, contra los hermanos y contra ellos mismos, provocando en lo más íntimo de sus conciencias un desgarrón, una profunda amargura, una falta de paz que necesariamente se refleja en el tejido de la vida social. Pero es también del corazón humano, de su inmensa capacidad de amar, de su generosidad para el sacrificio, de donde pueden surgir —fecundados por la gracia de Cristo— sentimientos de fraternidad y obras de servicio a los hombres, que como río de paz cooperen a la construcción de un mundo más justo, en el que la paz tenga carta de ciudadanía e impregne todas las estructuras de la sociedad.
Si queréis —como queréis— ser operadores de paz, "sembradores de paz y de alegría por todos los caminos de la tierra", como solía decir el Siervo de Dios Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, debéis hacer un gran acopio de paz en vuestro corazón. Así, de vuestra abundancia, podréis dar a los demás hombres, comenzando por los que se encuentran más cerca de vosotros: vuestros parientes, vuestros amigos, vuestros compañeros, vuestros conocidos. Con palabras del Santo Padre, os recordaré que "el futuro de la paz está en vuestros corazones".
En esta gran tarea de sembrar a manos llenas la paz, no podéis conformaros sólo con buenos deseos. "Este deseo —afirma el Papa en su Mensaje— debe transformarse en una firme convicción moral que abarca toda la cadena de problemas humanos y construye sobre valores profundamente apreciados. El mundo necesita jóvenes que hayan bebido en la profundidad de las fuentes de la verdad. Necesitáis escuchar la verdad, y para eso precisáis pureza de corazón; necesitáis comprenderla, y para eso precisáis humildad; necesitáis rendiros a ella y compartirla, y para eso precisáis la fuerza de resistir a las tentaciones del orgullo, de la autosuficiencia, y a la manipulación. Debéis forjar en vosotros mismos un profundo sentido de responsabilidad".
Estas palabras del Romano Pontífice son una llamada a emprender con decisión, apoyados en la fortaleza divina, la gran tarea de la construcción de la paz. Esta tarea comienza cuando cada uno lucha contra las tendencias desordenadas que anidan en el corazón humano, que son el amargo fruto del pecado original y de los pecados personales. Porque "la paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí" —de cada uno de los hombres— "una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz".
Habréis recibido la Carta que el Santo Padre os ha escrito con ocasión del Año Internacional de la Juventud. Leedla con sosiego, meditadla profundamente. Entre otras consideraciones, Juan Pablo II os exhorta a buscar la fortaleza en la Palabra de Cristo, en la oración, y en la frecuencia de sacramentos. De este modo, añade, seréis "fuertes en la lucha; no una lucha contra el hombre, en nombre de cualquier ideología o práctica alejada de las raíces mismas del Evangelio, sino fuertes en la lucha contra el mal, contra el verdadero mal; contra todo lo que ofende a Dios, contra toda injusticia y toda explotación, contra toda falsedad y mentira, contra todo lo que ofende y humilla, contra todo lo que profana la convivencia humana y las relaciones humanas, contra todo crimen que atenta a la vida: contra todo pecado".
Esta batalla durará lo que nuestra existencia terrena. Es milicia la vida del hombre sobre la tierra, está escrito en el libro de Job. No penséis, pues, que con el paso de los años amainará la urgencia de la pelea interior. Dios no quiere para sus hijos la falsa tranquilidad de los comodones, ni de los egoístas, ni de los cobardes. La vida humana se desarrolla en la gran palestra del mundo y, como escribe un antiguo Padre de la Iglesia, "estáis bajo la mirada del público. Y no sólo del género humano; también la muchedumbre de los ángeles contempla vuestras luchas (...) y el Señor de los ángeles es quien preside la pelea". Jesucristo se complace en vuestro esfuerzo personal cuando tratáis de seguirle a El, cuando os esforzáis por imitarle a pesar de la debilidad del ser humano. "En los juegos olímpicos —continúa diciendo San Juan Crisóstomo—, el árbitro permanece en medio de los dos adversarios, sin favorecer ni al uno ni al otro, esperando el desenlace. Si el árbitro se coloca entre los dos combatientes, es porque su actitud es neutral. En el combate que nos enfrenta al diablo, Cristo no permanece indiferente: está por entero de nuestra parte".
Ante nuestras caídas y pecados, la misericordia divina nos sale al encuentro, especialmente en el sacramento de la paz y la reconciliación, el Sacramento de la Penitencia. Acercaos a la Confesión siempre que lo necesitéis, para limpiaros de vuestros pecados y recuperar la gracia de Dios, y poder así recibir la Sagrada Eucaristía, donde "se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres". Acercaos también al Sacramento de la Penitencia, y frecuentemente, aunque no tengáis conciencia de pecado grave, porque en la Confesión vuestra alma se fortalecerá para combatir con alegría las batallas de la paz, para la gloria de Dios y la salvación de las almas.
La juventud es la edad del inconformismo, de las rebeldías, de las ansias de todo lo que es bello, y bueno, y noble. Por eso, es joven de verdad quien mantiene vivos en su espíritu estos impulsos, aunque el cuerpo se desgaste por el paso del tiempo; y al contrario, es viejo —aunque tenga pocos años— quien se deja subyugar por la rutina, por el egoísmo, por la vejez del pecado. El Señor espera vuestra rebeldía juvenil, que yo bendigo con mis manos de sacerdote, contra todo lo que intente apartaros del cumplimiento de la ley de Cristo, que es un yugo suave y ligero.
Rebelaos contra los que pretenden inculcaros una visión materialista de la vida. Rebelaos contra los que intentan apagar, con mentiras que narcotizan el espíritu, vuestras ansias de verdad y de bien. Rebelaos contra los torpes mercaderes del sexo y de la droga, que tratan de enriquecerse a vuestra costa. Rebelaos contra los que quieren aprovecharse de vuestra juventud y de vuestra carga ideal, para perpetuar sistemas opresivos de la dignidad humana. Rebelaos contra los que intentan arrancar a Dios de vuestras mentes y de vuestras vidas, de vuestra familia, de vuestro lugar de estudio o de trabajo.
¿Y qué significa esta rebelión a la que os invito? Quiere decir negar obediencia a esa siembra de males e injusticias. Quiere decir no ausentarse de tomar posición clara, no quedarse en una ambigua neutralidad ante las imposiciones que mortifican la dignidad del hombre. Quiere decir, y ésta es la rebelión de los hijos de Dios, no tener miedo a dar testimonio de la Cruz de Cristo ante un mundo arraigado en el egoísmo. Rebelaos ante los falsos profetas de la paz, que claman contra la guerra y, a la vez, financian la matanza de los que están por nacer. Amad, amad a Dios y a los hombres, que el Amor es el nuevo nombre de la rebelión contra el mal. Amad la Verdad que se nos ha manifestado en Cristo, que éste es el modo cristiano de rebelarse contra las tinieblas del error.
El mundo necesita esta rebeldía vuestra: una rebeldía para la paz. La Iglesia la espera. Y el Papa desea urgir en vosotros este sentido de responsabilidad y compromiso con los valores morales, cuando —en la Carta que os ha escrito en estos días— os invita a poneros ante Cristo para dialogar sinceramente con El, sin miedo a las posibles exigencias que quiera plantearos. A la pregunta de aquel joven que tenía profundas inquietudes en su corazón —¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna? -, el Señor contestó: guarda los mandamientos. Es una primera respuesta que Jesús dirige a todos sin excepción. Luego añadió: si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Y ven después, y sígueme. Aquel muchacho no supo corresponder a la llamada de Dios: y se fue triste, porque "la tristeza es la escoria del egoísmo", la aliada del demonio. Que no suceda esto con ninguno de vosotros. Con palabras del Papa, os digo a cada uno "que si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. 'La mies es mucha' (Matth. IX, 37), y hay una gran necesidad de que muchos oigan la llamada de Cristo (...).El 'sígueme' de Cristo se puede escuchar a lo largo de distintos caminos, a través de los cuales andan los discípulos y los testigos del divino Redentor".
Corresponded a las esperanzas que el Romano Pontífice deposita con tanta confianza en vosotros, los jóvenes. Demostrad con vuestras vidas que sí, que estáis decididos a pelear valerosamente en vuestro interior, para contribuir así a la causa de la paz. Que, en lo que esté a vuestro alcance, no queráis levantar barreras que os separen de Nuestro Padre Dios ni de nuestros hermanos los hombres. Procurad ser cristianos cabales, hombres y mujeres como Dios manda. En otras palabras, esforzaos por responder con vigor y entusiasmo a la llamada divina, que os invita a ser santos. Es el mensaje, perennemente actual, que se contiene en una palabras del Fundador del Opus Dei, que muchos de vosotros habréis leído y meditado. "Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.
—Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. —Después... "pax Christi in regno Christi" —la paz de Cristo en el reino de Cristo".
Acudamos a la Virgen Santísima, Regina pacis, Reina de la paz. Para que, con su intercesión maternal, nos obtenga —a cada uno de nosotros, y al mundo entero— este don divino, tan propio de los hijos de Dios 

SAN FRANCISCO DE SALES, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA
Nombre:Francisco
Significado:El francés, del Italiano
Género:Masculino
Fiesta:24 de Enero
Nacimiento:21 de Agosto de 1567. Sales, Saboya, Francia
Muerte:28 de Diciembre de 1622. Lyon
Proceso: Fue beatificado el 1662 por Alejandro VII
Fue canonizado el 1665 por Alejandro VII

Es el patrono de los periodistas. Fue un escritor nacido en el año 1567 en Saboya que buscaba la transmisión de la verdad evangélica. Durante su infancia su madre le narraba el Catecismo y a los 14 años ingresó en la Universidad de París. Destacó en retórica y filosofía, se entregó al estudio de Teología y se consagró a Dios. A los 24 años obtuvo el Doctorado en Leyes y en 1593 fue ordenado sacerdote. Predicó por muchas ciudades y participó en la reconquista del Chablais. En esta ardua tarea comenzó su carrera de escritor elaborando una serie de panfletos de la Doctrina de la Iglesia. Gracias a su labor el número de conversiones aumentó y restableció la fe Católica en la provincia. Ocupó el cargo de Obispo de Ginebra durante 21 años y murió en 1622. Su última palabra fue el nombre de Jesús.
Vida y milagros de San Francisco de Sales
San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba "el cuarto de San Francisco", porque había en él una imagen del "Poverello" predicando a los pájaros y a los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante su vida.
La Madre de Francisco:
La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.
Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del ganado.
Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.
Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar mucho, trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede hacer hoy.
La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo usase más tarde para el beneficio de muchas almas.
Infancia:
Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.
Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su mas preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.
Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su inclinación a la ira, con la que luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el Castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y lleno de indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo contra ellas y gritando: "Fuera los herejes: No queremos herejes". Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un genio tan bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.
Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él tenga que dirigir.
A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera Comunión:
1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.
Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.
Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.
Francisco, estudiante:
Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.
Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.
Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación, de esgrima, de baile .
La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era "la cultura personificada".
Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: "en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los caballeros". Y al preguntarle alguien el por que, respondió: "Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y urbanidad que en estos casos se exige".
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.
La más terrible tentación de su juventud:
Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.
Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más peligroso y desconocido.
Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del infierno, sino que allá no podría amar a Dios.
El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: "Oh mi Dios, por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre"; esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.
Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San Bernardo:
"Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas benignamente. Amén"
Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que "Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado" (Juan 3:17).
Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.
Estudiante de universidad:
En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.
Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: "El Combate Espiritual". Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.
San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:
1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.
2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).
3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.
4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.
5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.
6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.
7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día : decía, "recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.
Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.
El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.
Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.
La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación.
Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder.
Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.
Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.
A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.
Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: "Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella". El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.
Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba "una especie de locura". Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: "Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir". Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: "¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás".
El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: "No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. ...yo jamás autorizaré esta misión".
Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.
El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.
El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.
En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.

El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: "Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios".
San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las "controversias". Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.
En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.
Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.
Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de "Apóstol del Chablais".
Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: "Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas". El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron: "Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan".
Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.
El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.
En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.
Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su "pobre esposa", como él la llamaba, por la importante diócesis -"la esposa rica"- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: "El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto".
A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, "el catecismo del obispo".
La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.
San Francisco en su escritorioEn su maravilloso "Tratado del Amor de Dios" escribió: "La medida del amor es amar sin medida". Supo vivir lo que predicaba.
Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.
El libro "Introducción a la Vida Devota" nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.
En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: "Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote". San Francisco habría de sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.
Últimos meses y muerte del Santo:
En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.
Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.
En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con grandes letras: "Humildad".
Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela.
En su lecho repetía: "Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la iniquidad".
En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: "Empieza a anochecer y el día se va alejando".
Su última palabra fue el nombre de "Jesús". Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.
Después de su muerte:
A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: " Ya no vive sobre la tierra", pero era poca inclinada a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.
El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.
-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.
-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.
-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.
-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.
Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general, todos lloraban a su querido obispo.
Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.
¿Que sucedió el día que abrieron su tumba?:
En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.
Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.
Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.
Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.
San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.
En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: "Las controversias"(contra los protestantes); La Introducción a la Vida Devota" (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de Sales "Doctor de la Iglesia" , siendo llamado "El Doctor de la amabilidad".
La tentación más frecuente
"La tentación más frecuente en las personas preocupadas por su progreso espiritual es que, bajo el pretexto de una influencia apostólica mas grande, el demonio les hace desear una ocupación distinta de la suya".
-San Francisco de Sales
Decía que las Visitantinas eran verdaderamente "La obra de los Corazones de Jesús y María"